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Cuento.
16 págs. / 29 minutos / 148 KB.
2 de mayo de 2019.
— ¡Qué absurdo y qué maldad! —me respondió don Antonio— Insoportable me es la calumnia, aun cuando se dirija a personas que han desaparecido siglos ha del teatro del mundo. María Padilla, si he de decir verdad, es uno de mis personajes históricos favoritos. El amor desinteresado que profesaba a Pedro le hizo llevar con paciencia la nota de concubina, siendo, como lo era, la verdadera y legítima reina de Castilla. Poco después de su muerte, se presentaron a las Cortes de Sevilla las pruebas más indudables de este casamiento, y nadie negaría hoy este hecho, si su autenticidad no hubiera puesto tan grave obstáculo a la usurpación de Enrique. En galardón de sus virtudes y padecimientos, la Providencia le ahorró el pesar de presenciar los últimos años del reinado de Pedro y la humillación de postrarse a los pies del asesino de su marido, por más que los romances digan lo contrario. Pedro casi tuvo la suerte que merecía, y, con todo eso, no faltan motivos que excusan en cierto modo su tiranía. Era niño cuando ocupó el trono, y desde el principio alzáronse y lidiaron entre sí dos facciones que querían hacerlo víctima de su ambición. Su infame y perversa madre exasperó su índole, de suyo violenta, y la convirtió en descubierta ferocidad. La turba de bastardos de Pedro no estaban lejos de merecer la muerte que les dio el frenético tirano, y, con todo, María, a quien ellos aborrecían, hizo cuanto pudo por salvarlos. Grande debió de ser el poder de sus gracias, pues que enfrenaron durante toda su vida a un hombre de tan desbocadas pasiones. Mas Pedro, que, en la fiebre de la juventud y seducido por los protervos rivales de María, trató muchas veces de romper los lazos que a ella lo ligaban, volvía de nuevo a ella, declarando que era la más amable de las mujeres. ¿Veis aquella hermosa galería, sostenida en grupos de pequeñas columnas, que pasa sobre los muros de la ciudad, al fin de estos jardines?