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Este texto, publicado en 1880, está etiquetado como Cuento.
Cuento.
14 págs. / 25 minutos / 174 KB.
18 de noviembre de 2020.
Volviendo al asunto, digo que nacerá quien niegue la existencia de Cervantes, apoyando el aserto en la autoridad, por supuesto, de otro sabio, necesariamente francés. Este tal habrá descubierto que en el siglo XVII no sabían leer ni escribir en España sino los frailes, a los cuales se debió la traducción, del francés al castellano, de aquel teatro admirable que ha estado pasando tantísimos años por español de pura raza; que los nombres de Lope, Moreto, Tirso, Calderón, etc., etc., no son otra cosa que seudónimos con que se disfrazaban los traductores temiendo a la Inquisición, que prohibía el culto de las bellas letras a la gente de cogulla. En cuanto al Quijote (seguirá diciendo el sabio de mañana), basta examinarle una vez para convencerse de que no pudo ser la obra de un hombre solo. La novela de Grisóstomo, la de Dorotea y Luscinda, la del Curioso impertinente, la del Cautivo, la del Mozo de mulas, etc., intercaladas, violentamente en la primera parte, y desenlazadas, con otros varios sucesos, en la Venta de Juan Palomeque el Zurdo, en una sola noche, lo prueban hasta la evidencia. Esas historias las narrarían los ciegos por las calles al ronco son de la guitarra, o las recitarían los inquisidores en las tertulias de los señores de horca y cuchillo, mientras las segnoritas y las monjas bailaban el zapateado y el Jaleo de Jerez. Algún fraile ingenioso las recogió, engarzólas en las populares aventuras de un loco legendario, llamado, según doctas pesquisiciones de un bibliómano cochinchino, don Fidalgo de la Manga, y publicólo todo bajo el rótulo con que se conoce la obra del supuesto Cervantes. Por lo que toca a la segunda parte de la misma ¿quién ignora que se debe a los frailes Agustinos, que la escribieron en odio al autor de otro Quijote falsificado, al P. Avellaneda, Prior de los Jerónimos del Escorial?