Descargar ePub «Nubes de Estío», de José María de Pereda

Novela


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Este texto, publicado en 1891, está etiquetado como Novela.


  Novela.
387 págs. / 11 horas, 17 minutos / 480 KB.
22 de octubre de 2018.


Fragmento de Nubes de Estío

Imagínate, ¡oh Pílades incombustible! mi asombro al oír todo esto, y calcula mi estupefacción cuando resultó que era la pura verdad. Oye lo que averigüé entrando en explicaciones con mi padre. El señor don Roque Brezales, o de los Brezales, como ha dado en firmar últimamente, es un comerciante ramplón, honra y prez del gremio de la plaza, la ciudad más importante de la cesta española del mar Cantábrico. Este señor (hablo de Brezales), bueno y honradote en el fondo, es hombre de poca estética y menos literatura, vulgar de estampa y de mala ortografía; pero tiene formado de sí propio juicio muy diferente del mío, y hasta se siente a ratos, mordido del ansia de ser personaje, desde que, por azares de la suerte y ya bien entrado en años, se vio nadando en posibles, imagen con que pinta el vulgo de su país el colmo de la riqueza. Este comerciante opulento tiene dos hijas, Irene y Petra, bellas las dos, aunque cada cual a su modo. Irene es algo melancólica, con dejos de arisca y desengañada; tiene buen entendimiento y, sobre todo, unos ojos morunos, verdinegros, que de pronto parecen tendidos a la larga y como dormitando a la sombra de sus negrísimas pestañas; pero que, bien observados... Hombre, yo he visto en los primorosos ríos de su tierra algo parecido a esos ojos: ciertos remansos junto a la acantilada orilla, bajo un tupido dosel de laureles y madreselva. En la inmóvil superficie de aquel agua sombría, se refleja toda la fragante espesura del dosel con el peñasco gris de la margen, y un jirón azul pálido del cielo, y un pedazo de nube cenicienta, y la cara y el busto, invertidos, del observador. El conjunto es hermoso; y, sin embargo, por lo que hay de misterioso allí. ¿Qué habrá debajo de aquellas aguas silenciosas y sombrías? Y se piensa alternativamente en el cieno viscoso y en la arena finísima; en la negra caverna atestada de monstruos, y en la gruta fantástica de las hadas bienhechoras. Por supuesto, que no hay que tomar este símil al pie de la letra tratándose de los ojos de esa Irene; pero es de la casta de los que vendría a aquí más al caso, y aun coincidiría con él exactamente, y eso por la malicia del observador, si Irene fuera una mujer de intriga y bien fogueada en las batallas del mundo galante; pero ¿qué diablo de trastienda ha de haber en una provinciana inexperta, dócil y mansa como una corderita sin hiel, que comulga todos los meses y oye misa casi todos los días? Los ojos de Irene son así, como pudieron ser de otra manera; y si, bien mirados, parece que descubren tantas cosas ocultas, es porque la boca correspondiente peca por el extremo opuesto: el no decir la mitad de lo que se juzga necesario; y eso que falta siempre en sus conversaciones, lo va a buscar el curioso adonde cree que puede hallarlo, y para la atención en los ojos y en ellos lee todo lo que le da la gana. Ésta es la pura verdad. Te añadiré ahora que Irene es ligeramente morena, de correctísimas facciones y garrida estampa.


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