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Ya se sabe, porque lo dijo tío Mechelín en su casa, que al día siguiente habría Cabildo «motivao á socorros y otros particulares.» Y le hubo, en efecto, concurridísimo. No faltaba un mareante con voz y voto, al sonar en el reló del Hospital las nueve y media de la mañana. El Sobano, Alcalde de mar, ó, si se prefiere, presidente del Cabildo, dió el ejemplo, acudiendo de los primeros. Era hombre de pocas palabras y mucha sentencia; y como había sido dos veces regidor del Ayuntamiento de la ciudad, en representación de ambos gremios de mareantes, aunque iba á la mar como cualquiera de ellos, y no los aventajaba mucho en rentas ni en calzones, había adquirido ese desparpajo ó aire de suficiencia que da, entre ignorantes y pelones como él, el roce frecuente con personas de viso y de pesetas; y más si estas personas están constituídas en autoridad; y mucho más todavía si, como le ocurría al Sobano, había sido tan autoridad como cada una de ellas y participado de sus honores y magnificencias. Cierto que cuando los gremios le diputaron para tan alta magistratura, ya habrían visto en él prendas de entendimiento y de juicio, y modales que no abundaban entre la gente de mar. Pero, ¿y lo que había observado y aprendido aquel hombre, mientras ejerció dos veces, á dos años cada una, el cargo de regidor? ¿Quién de los mareantes santanderinos dejó de verle en la procesión del Corpus ó en las de Semana Santa, ó en los bancos curules de la catedral, con su traje negro, de rigurosa etiqueta; con su medalla de concejal sobre el pecho, y sus guantes blancos... de algodón, porque no hubo modo de calzarle los de cabritilla en sus manazas encallecidas por el remo?
370 págs. / 10 horas, 47 minutos.
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Publicado el 14 de mayo de 2016 por Edu Robsy.
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