Descargar ePub «Suum Cuique», de José María de Pereda

Novela corta


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71 págs. / 2 horas, 4 minutos / 228 KB.
31 de octubre de 2020.


Fragmento de Suum Cuique

Este acontecimiento varió la faz de las cosas, y el púbero Silvestre fué llamado á su pueblo para arreglar la testamentaría. Su tutor, y tío á la vez, decidió que no estudiara más, pues, para mayorazgo, bastante sabía; y porque, por otra parte, la soga no estaba para muchos tirones.—Quedóse Silvestre en su lugar.—Aunque en la lengua de Tácito no hiciera grandes progresos, pudo, no obstante el poco tiempo que estuvo con el dómine, vencer la repugnancia tradicional de la familia á la lectura de todo documento que fuese extraño al pleito. Esto no lo conoció Silvestre mientras estudiaba; pero sí durante el primer año de su orfandad, bostezando, panza arriba, dondequiera que hallaba un palmo de sombra; enfermedad que le hizo recurrir al Nebrija como á un camarada antiguo. Repasando declinados y echándose oraciones á sí mismo, tuvo que hojear el Tesauro de Requejo y el Calepino, para traducir los ejercicios de Orodea. Como esto no le divertía gran cosa, aunque le aficionaba más á la lectura, rebuscó la casa y halló el Electo y Desiderio. El estilo de este libro patriarcal le formó cierto gusto para el diálogo; y amando, como joven, la intriga, el enredo y los desenlaces sorprendentes, dióse á Bertoldo con todas las potencias de su alma. Por desgracia, la biblioteca de familia no constaba de más volúmenes que los citados y algunos montones de copias de escrituras, y el tutor no quería dar un maravedí para la adquisición de otro libro que el calendario; así es que cuando el joven Seturas, al cabo de dos años, comenzó á fastidiarse de sus libros, que ya sabía de memoria, no pareció en todo el lugar más que un Fr. Junípero el de la panza gorda, que le sacó, por unos días, de aquella galbana perruna que le amagaba otra vez, y á la cual propendía notoriamente. Y como amaba por sistema los libros, á falta de otro mejor adquirió una baraja. Lo primero que aprendió con ella fué el tute arrastrado, y después el mus. Al principio jugaba de capirotazos y vueltas á riquicho con sus contemporáneos, mientras guardaban el ganado; después jugó los pocos cuartos que tenía, y en cuanto ganó una peseta, se fué un domingo al corro, acusó las cuarenta al cura en una sección de tute, echó en otra de mus un órdago á la mayor al secretario del concejo, y se armó para toda la semana. Desde entonces ya no se aburría. Poco después, debido tanto á su precoz desarrollo como á su categoría de mayorazgo, fué admitido en el corro de bolos, donde no tardó en hacer un emboque cerrado, al pulgar, desde el ultimó pás. Los mejores jugadores declararon que, si bien no las borneaba gran cosa, en cambio tenía mucho brazo, y que prometía. Quedó, por lo tanto, admitido entre los jugadores del lugar. Con esto y lo antedicho de los naipes, ya tuvo más de lo suficiente para dar expansión á su inteligencia, mientras la ley no le autorizase para disponer de su mayorazgo, sin necesidad de diálogos, ni de grecolatinos, ni de tumbarse detrás de cada tapia y bajo cada rama.


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