Humano

José Pedro Bellán


Cuento


—Fué la mejor de mis defensas y sin embargo no pude salvarle, dijo el doctor Luppi escépticamente.

—Es que es un caso monstruo, agregó el otro abogado.

—Verá Vd. La mujer violada y muerta exasperaba los ánimos de tal manera que, a pesar de desarrollarse la escena en un ambiente culto, surgieron manifestaciones tan bárbaras que me hicieron dudar por muchos momentos en el curso de mi defensa. El reo permanecía en un estado soporífico, como sumido en una idiotez sin tregua. A fuerza de este estado su expresión había desaparecido:

Ni un repliegue, ni una mueca, ni un gesto: era una cara vacía, completamente despojada de vida. Durante todo el proceso contestaba alzando los hombros o afirmando con la cabeza. No negó nada, no quiso nada, no alegó nada.

Cuando supo lo inexorable de su condena se reanimó. Pidió que le dejaran escribir y no con. sintió en que le visitaran.

En la mañana de la ejecución lo encontré más animado. Al verme sonrió y me estrechó la mano efusiva mente.

—Sé que ha hecho Vd. todo lo que ha podido,—se limitó a decirme. Yo quise hablar de la energía humana; pero él muy hábilmente me cortó el tema. Conversamos sobre la belleza de la mañana y algo de historia. Su serenidad me preocupaba. Diríase que aquel individuo se hubiera desahogado, que hubiera vivido y dicho todo lo que un humano puede decir para alejarse de la vida, tan sin un preámbulo, sin un indicio afectivo. De pronto, me alargó la mano con una carta, diciéndome:

—Tome; es para Vd. Puede que alguna vez le sirva.—

Yo la metí en mi bolsillo, de una manera torpe, sin comprender. Luego nos despedimos y, algunos minutos después, algo entristecido, oí la detonación y vi como su cuerpo caía exánime, llevado a la muerte de un solo golpe.

El doctor Luppi se dirigió a su escritorio de trabajo, abrió un cajoncito y sacó un papel cuidadosamente doblado. Se sentó cerca de su interlocutor y le dijo con interés:

—Oiga Vd... y comenzó a leer.

«A mi defensor:

Hace cuestión de ocho años conocí de una manera casual a Margarita Núñez, en casa de una prima y novia mía por entonces y a quien yo hubiera seguido amando si esa mujer que me lleva hoy a la muerte, no hubiera tropezado con mi vida.

Las circunstancias que aparecieron después nos llevaron a cierto grado de intimidad puramente amistosa, cosa que me hacía más grato el ambiente donde vivía la mayor parte de mi juventud. Pero sucedió que al fin de un año, bien sea por esa petulancia sexual que existe en las mujeres, o bien por ese no sé que albergado en las almas femeninas tan traidor y tan bajo, lo cierto es que Margarita empezó a mostrarse conmigo de una manera poco correcta. Fué la primer borrasca que pasó por el alma suave y amante de mi prima. Al principio afectóme de una manera desagradable la intención de Margarita y traté de alejarla de nosotros, cosa que hubiera conseguido si mi prima, en vez de quejarse hubiera obrado de una manera más enérgica.

Siguió esta situación embarazosa que nos mantenía a los tres en continua zozobra, hasta que sentí que algo extraño pasaba por mi vida, algo así como una melancolía estúpida que me atascaba el cerebro. Después una lucha desigual me empleó a fondo. Mas tarde quise huir, traté de no ver que el cuerpo esbelto y fuerte de Margarita me ocupaba más que antes. Entonces vinieron las justificaciones. Pasé horas interminables, durante las cuales me condenaba y me defendía. Poco a poco, por razones falsas creadas por mi mismo, convencime de que obraba bien. En menos de tres meses transformé todo el mundo pensamental de mi cerebro y lo puse en harmonía con todo mi organismo.

Ella conocía su poder, porque sus manifestaciones fueron cada vez más frecuentes y más atrevidas. Me exitaba de todas maneras. Sus modalidades, sus miradas, la clase de palabras que empleaba en las conversaciones, todo llevaba un mismo fin: encerrarme en la red del deseo, de la cual no debía salir sino con su muerte.

Mi amor por mi desgraciada prima fué consumiéndose hasta que dejé de verla. Desde entonces empezó mi verdadero martirio.

Mi cuerpo ansioso de su carne, protestaba sin suerte: ella me rechazaba burlándose de mi estado con una gracia terrible que electrizaba todo mi ser. Quise dejar de verla; pero fué inútil. Margarita gozaba de su dominio y me tenía a su disposición. El conocimiento de que mi personalidad se perdía, me hizo vacilar un punto. Sin embargo, después la abandoné. Me era una carga demasiado pesada. No hice más que soltarla y cayó como un bloque desprendido de la masa.

Gradualmente llegué a la manía. La buscaba con ansias y ella reía siempre. Se dejaba encontrar y me aguijoneaba para desdeñarme.

Una vez, como la encontrara sola en su escritorio, quise exigirle todo; pero, como ella fuera más fuerte que yo, logró dominarme y me hirió en la cabeza con una regla de metal.

Mi tortura no tenía intervalo. De mi antiguo ser no quedaba nada. Ilusión, ambiciones, estímulos, todo desaparecido. Un día me dijeron que mi prima había muerto a causa mía y que, en su último momento, pensó y deseó para mí una felicidad inmensa, una felicidad infinita. Esto no hizo mella en mi ánimo y, un minuto después no me acordaba más de aquella alma hecha para el ensueño y para quien había tenido yo la primera explosión de mi juventud.

Mi familia quiso corregir mi conducta; pero no consiguió nada. Entonces me dejó en la calle, sin estudios, sin trabajo y sin pan.

A partir de este momento la miseria me incomunicó con ella y sin embargo me obsesionaba más que nunca. Llevaba a cabo las cosas más risibles con el único fin de verla y hablarla. Como de las reuniones concluyeron por echarme, quise hacer de cochero, procuré colocarme de mucamo, me convertí en vendedor ambulante. Nada me detenía. Había perdido el sentido de la significación social y las y los consejos no me penetraban ya. Marchaba hacia mi fin con. la misma serenidad inconsciente que manifiesta el sonámbulo al escalar los pretiles.

Una mañana me sorprendió una noticia terrible. Se iba para Chile y. ella misma me lo comunicaba, por medio de una esquela perfumada y de color rosa que decía: El quince me embarco para Santiago. Si Vd. no puede seguirme, peor para Vd. Margarita»

¿Qué quería? ¿Por qué se negaba? ¿Adónde me llevaría? Sin embargo, estas reflexiones duraron en mí lo que el Zic-Zac de un relámpago. Pronto me convencí de que debería ir de cualquier modo y a cualquier parte. Entré de mucamo en el mismo buque y durante todo el trayecto viví una espetactiva feroz. Formaba planes para encontrarme con ella y siempre tenía éxito porque los planes eran comunes, porque los aceptaba de antemano. Sin embargo, por tres noches permanecí sobre cubierta, ansiando que pasara, esperando que apareciera por entre las sombras del buque. Una vez, logré contemplarla desnuda debido a unas circunstancias que indudablemente fueron obra suya. Cuando llegué a Chile, estaba extenuado, casi muerto.

Dos meses después fallecía mi padre. Exigí la herencia, la que me fué enviada, después de mucho batallar. Entonces me elevé de nuevo en el sentido social de la vida.

Al darme el dinero el derecho de estar a su lado de una manera más a franca, me sentí vigorizado.

Le hice cinco proposiciones de casamiento, pero siempre encontré en su boca, una sonrisa humillante que me trastornaba. De aquí datan mis mayores descalabros.

Hasta entonces, no había hecho más que arrojar de mí todo lo digno, todo lo fuerte. Ahora me asimilaba los vicios, me llenaba de fango. Me aficioné al juego, bebí con exceso, palpé todas las cosas puercas, me hice un sibarita relajado. Y por sobre todo esto, la imagen viviente de Margarita, aturdiéndome la vida. Tenia ella tal poder sobre los seres que la rodeaban, que todos inclinaban la cerviz como ante una majestad. divina: Familia, amigos y pretendientes, acataban sumisos sus decisiones como simples esclavos.

Una tarde recibí de ella una esquela. No tenía más que tres palabras: «Venga Vd. Margarita» La sirvienta que salió a recibirme me hizo pasar al vestíbulo de siempre. En él comprendí que la casa estaba solitaria. ¿Se habrán marchado todos? Sin embargo, mi atención se fijó en su cuarto y oí que se conversaba. Sentí su voz, sentí la de otro y me tapé tos oídos. Diez minutos desesperantes me acribillaron el corazón. Al cabo de ellos, Margarita salió de su, cuarto con un hombre. Los dedos se me engancharon en un brazo del sofá y quedé pendiente de la borrasca infame. Al pasar por mi lado ni me tomaron en cuenta. Ella lo besó y él le respondió tímidamente. Creí ahogarme y caí de nuevo sobre mi asiento.

Cuando ella volvió después de haberlo despedido yo quedé en suspenso como esperando de su voz un desengaño. Venga Vd.,» me mandó con la voz severa. Yo la seguí hasta su cuarto. Allí me ofreció una silla.

Entonces miré. Sobre la rojas colchas de su cama, estaban su corsé y tres cigarrillos, caídos indudablemente durante la refriega amorosa. ¡Qué avidez sintió mi alma por los detalles!

En el corto lapso de tiempo que habría durado mi observación, ella habíase sacado la bata y se sentaba junto a mí, con los brazos y parte del cuerpo al descubierto.

—«Hablemos—me dijo y montó una pierna sobre la otra de manera que le veía una pantorrilla. —¿Qué piensa a hacer?»

No le contesté. Miraba la cama y la miraba a ella como una controlación inhumana que la suerte me hubiera obligado hacer.

Margarita, por su parte, me sonreía diabólicamente, maliciosa y triunfante. Entrecerraba los ojos, y estiraba sus miembros como una gata. ¿Qué pasaba por su ser? La encontraba distinta y chocante, como un delirio. Además, ¿de dónde brotó en mí ese entusiasmo bárbaro que me puso frenético? ¡Fuí su voluntad, fuí su voluntad! Caí sobre ella y hubo lucha y me presentó la garganta, la que apreté con extravío. Gritó inmensamente, gritó de dicha mientras moría. ¿Cómo fué todo aquello?

Yo sentí palpitar en torno mío, el momento único de mi vida. No pude rechazarle. Me hundí en un báratro infernal y poseí aquel cuerpo muerto con un afán indescriptible. Después quedé vacío. La vida había guardado para mi felicidad, aquel momento fulminante y cumplí con ella.

Muero bien, porque... ya no esperó nada. Adios.»

—No sé que pensar, dijo el que escuchaba, rascándose con fuerza la calva. Esto es un enredo. El doctor Luppi, quedó por largo tiempo observando la firma.


Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.
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