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Crónica.
7 págs. / 13 minutos / 103 KB.
19 de septiembre de 2020.
Habiéndonos propuesto escudriñar al aguador, debemos seguir en la tarea de examinarlo detenidamente y seguir confirmando su aparición en la época de piedra. En efecto, todo en el aguador es primitivo. Lleva el agua en una vasija esférica, llamada chochocol, vasija por su forma y materia lo más inadecuada a su objeto, especialmente desde la época de la hojalata, del zinc y de la tonelería.
El chochocol es de barro, casi esférico, y en atención a sus dimensiones tiene que ser de paredes gruesas y resistentes, y por lo tanto, contener no pocas libras excedentes de peso muerto; el chochocol subsiste como en su origen, a pesar de los adelantos de la alfarería, y es, por lo tanto, anterior al descubrimiento del vidriado. A ningún chochocol se le aplica esta mejora sólo porque siga siendo el chochocol. El aguador, antes de servirse de él, tiene necesidad de curarlo en sana salud; quiere decir, cubrir los poros del barro ordinario de que está hecho el traste, pero no por medio de un barniz que forme una superficie impermeable sino introduciendo algunas onzas de sebo, merced a la acción del sol, en todo el espesor de las paredes de barro, operación que dura, como es de suponerse, muchos días. Casi no hay chochocol que no se parta a la primera prueba, o sólo con un enfriamiento antes de usarlo, y entonces el aguador lo cose, practicando con un clavo algunos agujeros a los lados de la partidura, y pasando después un hilo grueso que plastece con zulaque, mezcla de aceite de linaza y albayalde. Un traste impregnado de sebo y oliendo a aceite de linaza, debería destinarse a cualquier uso menos a conducir agua potable; pero aun no es eso todo; el chochocol, para acabar de ser lo más asqueroso posible, necesita indispensablemente de la tapa; ésta se compone de alguna ruedas de cuero (suela) superpuestas. No nos detengamos por respeto a nuestros lectores en averiguar el origen estas suelas, y baste decir que el aguador desdeña lo nuevo y aun le parece condición indispensable el que esos cueros sean lo más viejos que se pueda. El cuero curtido sometido a una nueva infusión, tiende a despojarse del tanino que adquirió en la curtiduría, tanino que, en unión del sebo y del zulaque, hace exclamar a muchas personas cultas candorosamente: ¿a qué sabe hoy el agua? ¡tiene un saborcillo!... Pero al año de estar cambiando sabores, paladares y chochocoles, acaban por ser los mejores amigos del mundo.