Vistazos

Estudios sociales

José Tomás de Cuéllar


Artículo, crónica



Educación social y política en las escuelas

No nos cansaremos de encarecer en nuestra tarea incesante de abogar por el bien del pueblo, la importancia de la educación moral y social, como el único medio posible de corregir costumbres inveteradas que han de ejercer todavía influencia muy decisiva y tal vez funesta en nuestro modo de ser político.

Uno de los males que más salta á la vista en la presente situación de México es el indiferentismo político; y por más que militen causas poderosas para determinarlo, como consecuencia precisa de los acontecimientos, hay que reconocer que este mal tiene por origen moral una deficiencia en la educación.

Viene en corroboración de este aserto la especie de reacción que empieza á operarse, en la juventud respecto á nuestra historia política. Hace sólo un año la juventud de los colegios tomó una parte activa en la celebración de las fiestas de nuestra independencia; y esta idea ha partido naturalmente de los grupos de alumnos mas recientemente impresionados con el aprendizaje de la historia de México; y el haberlos alentado y protegido en su loable pensamiento de conmemorar los hechos gloriosos de nuestra historia, no ha sido otra cosa que darles una lección práctica de buena educación civil...

Pues bien; los directores de establecimientos de enseñanza están en el deber; como preceptores y como ciudadanos, de no dejar languidecer este movimiento saludable y trascendental, porque para cumplir en conciencia con la misión de su magisterio, no deben limitarse á instruir al niño en la historia de México, sino á educarlo inculcándole el sentimiento patriótico. Nada mas fácil para los maestros que despertar en el tierno corazón de los educandos la admiración para nuestros héroes, el sentimiento de dignidad nacional, el amor á nuestro suelo y á nuestra historia, en suma, el patriotismo. Pocas conversaciones en la escuela, encaminadas á relatar los hechos históricos con oportunos comentarios, bastarán para mover el ánimo de los niños y para unirlos en un solo pensamiento: el de conmemorar los hechos gloriosos de la historia, con una fiesta pública. Así desaparecerá la aridez de la clase de historia, para darla un carácter de novedad y de movimiento, y estas primeras impresiones recibidas en la escuela, que son sin duda alguna duraderas, cooperarán á formar en el carácter del niño la tendencia patriótica y el apego á las costumbres del buen ciudadano.

Nada mas funesto para la juventud y para el porvenir que el desprestigio en que habían caído nuestras fiestas patrióticas. Convencidos de este peligro y de que mal tan grave podría llevamos á la relajación de las virtudes cívicas, á la pérdida de patriotismo y por lo tanto á la de nuestra nacionalidad, es necesario desviar á la juventud de senda tan funesta; y despertándola del letargo en que el indiferentismo empezaba á sumirla, promover en las escuelas, en este mes precisamente, todo lo que conduzca á inspirar á los niños ideas patrióticas y levantadas respecto á nuestra historia y respecto á los deberes que, como ciudadanos formados por el Estado, van á contraer para con la patria.

Desde luego debe acostumbrarse á los niños á la idea de contribuir pecuniaria y personalmente á este género de solemnidades. Recordamos que hace algunos años se formaba una colecta patriótica para solemnizar los aniversarios de Septiembre; y eso es lo que debe ser, puesto que la fiesta de que se trata es una fiesta popular; pero ésta, como otras muchas de nuestras buenas prácticas, cayó en desuso y los aniversarios posteriores se solemnizaron de orden superior y con los fondos públicos.

Importa, pues, hacer comprender al niño que compra juguetes y gasta dinero, que hay un día en el año en que debe dedicar esos gajes á objeto mas elevado y mas serio, lo cual redundará en formar en el niño la conciencia de su importancia personal, y el hábito de tomar en la cosa pública la parte directa que el espíritu democrático inculca al ciudadano.

Qué mucho que haya en un país traidores á la patria y párias políticos, si se educa á los niños en medio del desprestigio y la burla á las glorias nacionales! Hé aquí la importancia de la educación práctica en asuntos tan trascendentales como el patriotismo, No basta en las escuelas la lectura ni el aprendizaje de preguntas y respuestas respecto á los deberes del hombre. Es preciso que el maestro, penetrado en la importancia de esos deberes, los lleve al terreno de la práctica, para formar las costumbres; y puesto que nuestra juventud está presenciando actualmente nuestra decadencia moral, nuestra relajación social y nuestra indolencia política, no se le eduque en esa escuela funesta; sino por el contrario, que la voz del maestro en esos centros esté en abierta contradicción con nuestra lamentable decadencia, y les hable á los niños de sus deberes para con sus hermanos, y despierte en ellos el interés por la historia, el amor á los padres de la patria y, el conocimiento preciso de los derechos del hombre.

A este fin, cuya importancia es incuestionable, los directores de establecimientos de enseñanza pueden promover todo lo que crean conducente al brillo de las fiestas patrióticas; y para fundar y mantener el espíritu de cuerpo, tan necesario como fuerza amoral y tan útil para la unión y la confraternidad, pueden promoverse invitacione en masa de colegio á colegio. Por ejemplo: que los alumnos de Agricultura dirijan invitación á los alumnos del Instituto de Toluca, para que vengan á celebrar con ellos la fiesta de la Independencia. Esta invitación traerá ruidosos preparativos de recibimiento, y los niños empezarán á habituarse á practicar los deberes de la hospitalidad y la cortesía, ofreciéndose modestos banquetes y cómodos alojamientos. Esto proporcionará muchas amistades de infancia, que como se sabe, son generalmente las mas duraderas y las mas sinceras. Estas invitaciones, protegiendo él tráfico de los ferrocarriles, establecerán relaciones escolásticas que como práctica social, cederá en beneficio así de las costumbres como de los sentimientos patrióticos de la nueva generación.

Nada mas natural ni mas sociable que corporaciones de alumnos de la capital inviten con predilección á determinados centros escolares de los Estados, con el loable fin de estrechar relaciones sociales, con motivo de un aniversario patriótico.

Por este medio se llevará al terreno de la práctica, con los mayores alicientes y atractivos, la educación social y política de los educandos.

La independencia individual

Después de conquistados todos los principios que unen á las sociedades, y ya constituidas éstas bajo bases indestructibles y seguras, sucede, como en el fruto que ha llegado á su madurez, que se presentan síntomas de corrupción y de decadencia. Uno de estos primeros síntomas es el egoísmo: bajo esta forma hace su invasión la inmoralidad en el cuerpo social, cuando, en virtud del movimiento y del contacto, ha surgido una casta de beneficiados que alcanzaron su fin social y abandonan los instrumentos de trabajo de que se sirvieron en la lucha por la vida. En todo caso, la lucha de las clases que se encumbran ha tenido por objeto conquistar la mayor suma de independencia personal, por el principio idiosincrásico de todo mejoramiento individual, de repugnar la dependencia, la esclavitud y la opresión.

Evoluciones de este género engendran la oligarquía y el feudalismo; castas elevadas que han propendido á emanciparse para vivir á expensas de todos los que no pudieron alcanzar su propia independencia.

El hombre es mas libre á medida que es menos ignorante; y esta es la razón fundamental en que se apoya la democracia para proclamar la instrucción pública. Pero para que la instrucción aproveche á las masas, es necesario no distribuirla á ciegas, de la misma manera que para alcanzar los fines de la nutrición y la vida no se emplea la alimentación inconsideradamente, sinó con orden y método, conformes con la fisiología y la higiene.

No en vano la mitad de este siglo ha presenciado la mas complicada controversia de los principios educativos, controversia en la que han surgido los cambios radicales de método, en virtud del distinto giro que la ciencia y la filosofía van á dar á la educación del hombre. De esta revolución moral se desprenden ya axiomas que deben normar nuestros procedimientos en materia de enseñanza; y así como las ciencias todas se relacionan y se ayudan entre sí formando un todo en busca de la verdad absoluta, las bases y los sistemas de la primera educación deben relacionarse y ayudarse entre sí en busca del hombre perfecto. De manera que todo sistema de enseñanza, para ser fructuoso y prácticamente útil, debe basarse en la ciencia y en la filosofía y ser complejo en sus elementos, para impartir á la vez que la educación moral y social, la instrucción científica y especulativa.

Apelo al testimonio de los maestros experimentados y observadores. Ellos han visto desfilar, pasando por sus aulas, generaciones de niños, que, hombres hoy, sorprenden á sus mismos maestros por la diversidad de sus destinos y por lo inesperado de sus respectivas situaciones: el plagiario y el hombre de Estado, el sér abyecto y degradado, el palurdo y el cortesano actuales se sentaron en la misma banca y deletrearon en el mismo libro y recibieron la misma instrucción. Esa es la obra de las pasiones, de los instintos, de las capacidades, y de la suerte, podrían decirme. Yo no niego la influencia de agentes tan poderosos como funestos; pero proclamo á la vez que la educación moral y social es la única egida, el único refugio y el único recurso al alcance de la humanidad, para combatir con probabilidades de éxito los instintos y las pasiones, para luchar con la fortuna y para aprovechar la suma de capacidad de cada educando en bien de él mismo.

Una de las bases de la educación moral que debe impartirse en la edad primera, es la noción de la independencia individual, como punto objetivo de todo esfuerzo en la enseñanza, de todo trabajo previo, de todo afan por instruirse.

Todos los alumnos que llegan á completar su educación, á hacer una buena carrera y á figurar, con buenos títulos en el Estado, son aquéllos á quienes ha cabido en suerte, bien sea por intuición, por sugestión ó por inspiración, penetrarse de que el objeto de todos sus afanes, estudios y desvelos, es alcanzar la independencia individual.

El resto de alumnos, la masa común de educandos, van á la escuela sin saber por qué; obedecen por debilidad, van porque los mandan; y no es remoto presenciar entre ellos discusiones sobre la inutilidad de ciertos estudios, sobre que la rigidez del maestro es inconveniente, sobre que ciertos consejos y máximas respecto á su vida privada, no son incumbencia del director. Esta masa de alumnos es la que está dispuesta siempre á cubrir las apariencias, á hacer creer que estudian, á hacer creer que aprenden, á repetir las frases, las reglas y las definiciones de memoria sin ánimo de comprenderlas ni analizarlas. Esta masa ve de mal ojo al profesor, al autor del texto del que se atreve á burlarse; obedece á una costumbre, va á la clase, finje que atiende cuando en realidad piensa en otra cosa, y sale cada día del paso victoriosamente, cuaja todo el año y se desvela en Agosto y Setiembre para lograr escurrirse al través de un examen fatigoso al otro curso, y así de año en año llega la caterva á invadir bufetes y anfiteatros, sabiendo muy bien para su coleto que no saben nada.

El primer grado de la educación, según un autor inglés, tiende en el hombre á bastarse á sí mismo; el segundo á ser útil á sí mismo y á sus semejantes, y el tercero á ser útil y agradable á sus semejantes.

Conocer el valor de la independencia individual, es ponerse en aptitud de conquistarla; y no hay espuela mas aguda para el hombre en la lucha por la vida, ni virtud mas firme en su existencia, que el deseo ardiente y sincero de su mejoramiento personal.

Este principio, como punto objetivo de la educación moral y social, dará siempre los mas sazonados y apetecidos frutos; y precisamente contra este principio saludable y trascendental, conspiran no sólo la negligencia de los educadores y la deficiencia de los sistemas, sinó el amor mal entendido y peor encaminado de los padres, cuyo bolsillo y corazón abiertos dan el poco digno y poco edificante espectáculo, de niños de veinte años que no se ruborizan al pedir dinero para cigarros á su papá.

En países en que las necesidades materiales y las exigencias de la vida práctica han hablado mas alto y mas racionalmente que el amor acaramelado de las madres y la indolencia paternal, se nota, y marcadísima, en los jóvenes de ambos sexos, la tendencia á la emancipación, quiere decir, á la resolución del problema de bastarse á sí mismos. Esta tendencia que llega á su máximum á los diez y seis años, presta numerosísimos contingentes á las industrias y al comercio, realizándose así inmenso número de emancipaciones que; como consecuencia sociológica inmediata, cooperan al bienestar general.

Fomentando este instinto provechosísimo en la juventud, se establecen cajas de ahorros para los niños; instituciones que realizan en pro del bien público y del progreso del país que las sostiene, los milagros del ahorro y los milagros de la educación práctica, en armonía con las exigencias y coa las tendencias de la época.

La mayoría de nuestros niños gastan, despilfarran y tiran el dinero de sus padres, hasta que encuentran un destino; y en éste, gastan más de lo que ganan, hasta que sé lo quitan; y esta masa de niños que dilapidan la educación y el dinero, abre una brecha anchísima por donde entran á México el panadero y abarrotero español, el mercero aleman, y el peluquero francés, y todos los especuladores y negociantes extranjeros, y cerrando el paso á las industrias nacionales, llena los cajones de ropa de ciclópeos manejadores de muselina, el foro de abogados sin negocios, las ciudades de médicos sin enfermos y de ingenieros sin obras.

En un país tan pobre como el nuestro, la legislación en la instrucción pública debe tender á abrir fáciles y expeditivos caminos, que proporcionen á la juventud la mas temprana realización de su independencia individual.

Dos círculos sociales

Después de presenciar los horrores de la zarzuela y la depravación del gusto literario en las tablas, es agradable concurrir á una velada musical, en la que predominan la expresión genuina del adelanto en el arte en México, y la revindicación del público, que no se ha dejado todavía corromper por el cancan.

Nos referimos al concierto ofrecido por los alumnos del Conservatorio á su inteligente director don Alfredo Bablot, la noche del lunes último. Concurrencia escogida y numerosa, que supo escuchar y supo aplaudir; que no abusó de sus prerrogativas, como cuando predomina el elemento disolvente de pollos inciviles. Por el contrario: los jovencitos encargados de hacer los honores de la casa, cumplieron con su cometido con finura y exquisita galantería, atendiendo y colocando á las señoras y á los caballeros.

Decir que el programa fué escogido y brillante, sería inútil, cuando fué obra de maestros, más todavía, de maestros rodeados de los elementos que las brillantes disposiciones de la juventud mexicana para la música ponían á su disposición.

La heroína de la fiesta, la que se llevó la palma en los aplausos, fué la señorita Carmen Unda, niña á quien los caprichos de la suerte habían llevado á ejercitar sus magníficas dotes artísticas al sinuoso y resbaladizo terreno de la zarzuela infantil, gimnasio que bien pudo haberla proporcionado todos los bienes de este mundo, menos el de su educación musical, quiere decir, la corrección de los naturales defectos de la voz, y la adquisición de método y escuela correctos y á la altura de los adelantos del arte del canto.

Hoy la señorita Unda está en el lugar que le corresponde; en aptitud de fomentar, con probabilidades de éxito, su ambición de gloria, y en buen camino para conquistar los triunfos del arte. El público, que como hemos dicho, era inteligente y escogido, lo comprendió en el acto, sorprendido agradablemente del cambio efectuado, no sólo en el método de canto, sino en las facultades naturales de la cantante, al grado de sentirse verdaderamente arrebatado y conmovido al interrumpir varias veces con atronadores aplausos el aria de «Sonámbula» dicha por la señorita Unda con estilo correcto, con sentimiento y con afinación; prendas todas que en todos los públicos, y por siempre, han de tener el prestigio de conmover y de avasallar el ánimo de los oyentes, por ser éste el fundamento de la estética y el resorte psicológico de las pasiones.

Lástima grande que ese conjunto de elementos preciosos no proporcione mas frecuentemente á esta sociedad, aburrida y cansada del color y del olor de la zarzuela, veladas tan deliciosas como la del lúnes. Sensible es considerar el divorcio de dos círculos sociales, cuya unión sería tan fecunda en buenos resultados. El círculo de nuestra alta sociedad, que aclimata el Jockey-Club é incrusta las costumbres inglesas en el tequesquitoso Peralvillo; que aguanta el polvo del paseo de la Reforma (que bien la necesita) tarde á tarde; que paga á peso de oro las desnudeces y las inconveniencias de la ópera bufa francesa: que se encierra á las nueve cuando no lo convida algún casino extranjero, bien podría comprender sin esfuerzo y sin sacrificio, la manera de hacer mas fructuosos, mas útiles y mas gratos los bienes de este mundo.

No fué el rico mexicano, por supuesto, quien inventó andar en coche; pero sí el que, á fuer de tal, compró carruajes, resolviendo el conocido problema de trasladarse sin mover las piernas. Procuróse, pues, cogines y muelles; pero ni toda la lana de la tapicería ni todos los resortes imaginables le impiden recibir dentro del coche cada tumbo que da miedo, y cada sacudida por esas calles de Dios, y del Ayuntamiento, que suele dejarlo maltrecho y magullado, á pesar de lo repleto de sus cogines y de sus arcas.

En un país que no estuviera tan amamantado por el Gobierno, como el nuestro, los ricos habrían ya pensado y puesto en práctica el inestimable bien, cuando uno pretende gozar andando en coche, de librarse del polvo; siquiera del polvo, ya que no del zangoloteo del vehículo sobre las superficies que todavía llamamos planas. Ya los ricos habrían formado una junta, una compañía ó una empresa que se encargara del mejoramiento y conservación de un paseo, costeado por nuestro pobre municipio casi exclusivamente para los ricos. Vale la pena de saborear uno sus millones dentro de un carruaje, que se desliza por una calzada hecha expresamente para no darse de boca con su interlocutor de la testera; porque cuando se tiene dinero es para saberlo gozar; Pero el rico en México es el mas resignado de todos los ricos que conocemos. Hace muchos años que se está llevando á su casa, después de la oración, algunas libras de tierra del paseo susodicho, pareciéndole de muy buen tono esto de habituarse á los tumbos del carruaje, que hace prodigios de fuerza y de destreza en los sempiternos hoyancos municipales, no encontrando más que un consuelo, desabrido é ineficaz: hablar mal del Ayuntamiento, cosa que hace todo el mundo aun sin tener coche.

Pero dejemos el paseo porque eso sería mucho pedir y volvamos al Conservatorio. Aquí todo lo ha de hacer el Gobierno, desde los ferrocarriles hasta los tenores. No parece sino que nuestro Gobierno está condenado á ser un tutor de menores, porque la iniciativa particular de los ricos, que es la que hace prodigios en todas partes, es enteramente nula y de ningún valor. ¿Qué puede haber mas agradable al hijo de vecino á quien Dios le negó dones de otra naturaleza que emplear una parte de un patrimonio, por lo general llovido del cielo ó de otro lugar, en darse gusto á sí mismo, dándoselo á sus semejantes?

Supuesta la existencia de numerario improductivo que ni aún se ha atrevido á afrontar las vicisitudes de los caminos de fierro, qué mucho que una parte de ese excedente capital muerto, fomentara, engrandeciera y sostuviera un plantel que honra á México, y que, como el que tiene el placer de cultivar flores disfruta de la recompensa del halago á sus sentidos, así el círculo social á que nos referimos tendría en primer lugar la personalidad de benefactor ó protector de una institución que influye en el bienestar social, en la cultura de la ciudad, y en el adelanto de las artes musicales, personalidad que es uno de los timbres á que debe aspirar el rico bien nacido; y en segundo lugar, ese círculo quedaría perfectamente indemnizado, en lo material, disfrutando periódicamente de tertulias tan agradables y tan espirituales y elegantes como las que puede organizar el Conservatorio con sus ricos elementos y su inteligente dirección.

Las festividades cívicas

Es una necesidad imperiosa, dado el estado moral de nuestra sociedad, promover por todos los medios posibles la reacción del espíritu patriótico en nuestras masas; porque de todas las decadencias que puede experimentar un pueblo, ninguna es mas funesta que la de sus sentimientos de nacionalidad. Y sin embargo, tanto en la vida de las sociedades como en la naturaleza humana, caben ciertos períodos de cansancio moral, inevitables, producidos por una sucesión de acontecimientos ya sean del orden civil ó del orden político.

Hace tiempo que los aniversarios de Septiembre habían caído en el desprestigio mas completo. Esta gran fiesta nacional había ido perdiendo poco á poco su atractivo y su carácter. De años atrás había venido acentuándose el desdén aristocrático de ciertas clases y creciendo el círculo de los indiferentes. Era que el hábito había embotado el sentimiento, y era también, que habían faltado los iniciadores de la reacción, que ya se hacía esperar demasiado. La fiesta, en fuerza de ser la misma, sin variante y sin novedad, cayó en la monotonía, se la sabía de memoria, y nadie esperaba nada nuevo.

Pero hace un año una junta patriótica privada se propuso cambiar el aspecto de las fiestas cívicas, introduciendo alguna novedad, y el éxito como todo el mundo sabe, coronó sus afanes; lo cual prueba que el sentimiento patriótico existe en el pueblo, y que lo que se necesita es sólo saber despertarlo.

La vida de las sociedades, como la de los individuos, es complexa y se compone de variados elementos que es necesario saber aprovechar. En el caso presente, la junta patriótica privada debe tener en cuenta que las fiestas públicas, fuera de su objeto moral y político, son, en el orden social, un elemento vital de los pueblos porque afectan intereses privados y colectivos, agenos ó separados del fin patriótico.

Los intereses comerciales y ferrocarrileros, los intereses industriales, los accidentales de tráfico y movimiento, las especulaciones legales, las empresas teatrales, las pequeñas transacciones y hasta las industrias privadas sean del género que fueren, encuentran un elemento de vida y provecho legítimo en la celebración de las fiestas. Ahora bien; si tan considerable número de personalidades, del todo agenas á la junta patriótica, reciben en último resultado positivos aprovechamientos y ventajas de la fiesta pública, lógico y justo es que los que han de recibir el beneficio cooperen á poner los medios de conseguirlo, y hasta á hacer los esfuerzos necesarios para aumentarlo.

En términos generales, una junta patriótica no debería hablar más que de patriotismo, y convocar al pueblo á nombre del recuerdo histórico para celebrar el aniversario de nuestra independencia; pero una vez llena la fórmula, no me parece fuera de propósito, al tratarse de la realización de la excitativa patriótica, entrar en el pormenor de los hechos y analizar las ventajas prácticas que tal iniciativa va á proporcionar á muchas gentes.

Dadas las condiciones de la capital, y debiendo tener en cuenta las inapreciables ventajas de comunicación de que disfruta, propongámonos alguna vez aprovechar en la mayor escala posible semejantes facilidades.

Propongámonos como base para el lucimiento de las fiestas patrióticas, atraer por unos cuantos días á la capital de la república una población flotante de diez mil ó más huéspedes. A primera vista parecerá esto muy difícil; pero no lo es tanto, si se tiene en cuenta, no el número de las personas ni el bulto que hacen, sino el capital que mueven y los intereses que despiertan. Desde luego el comercio entero de la capital contará con ventas extraordinarias, los cincuenta y tantos hoteles y casas de huéspedes, las fondas y cafés, los teatros y los empresarios de todo género de diversiones, los ferrocarriles del Distrito y los de las grandes vías quedan inmediatamente interesados en este movimiento general hacia la capital de México; y hé aquí un grupo muy considerable de personas dispuesto por su propio interés en la realización de la idea.

Pero es claro que para atraer una concurrencia semejante, hay necesidad de dar á las fiestas un atractivo inusitado y capaz de seducir á los viajeros, porque mientras mas expléndida sea la fiesta, más probabilidades habrá de atraer una concurrencia numerosa.

Vistosa procesión de carros alegóricos, procurando superar con creces á la que tanto llamó la atención el año pasado. Para ver cómodamente desfilar esta procesión, pueden construir en los lugares adecuados graderías de madera con su correspondiente toldo, con asientos numerados, cuyos billetes se pueden poner á la venta con anticipación.

Los fuegos artificiales, diversión de todas las grandes solemnidades, se prestan á mil combinaciones para convertirlos en una novedad y en un espectáculo digno de verse. Ya se ve que los fuegos como se han estado haciendo tantos años, no tienen ya ningún atractivo, y no vale la pena de venir á verlos; pero el plan puede cambiarse completamente, comenzando por hacerse un programa de ellos, en que se anuncie, por ejemplo, que en el manto negro de la noche y á considerable altura aparecerá dibujado con líneas de luz, trazadas por Villasana, y de tamaño colosal, el busto de Hidalgo.

Puede, en fin, darse un carácter tal de novedad á las fiestas cívicas, que valga la pena de venir á verlas de muchas leguas á la redonda. A este efecto hay necesidad de expeditar las comunicaciones, ya no sólo bajando los precios de pasaje sino haciendo cómodos y repetidos los viajes. Por lo que respecta á los ferrocarriles del distrito es de esperarse que rompan con la rancia tradición de la queda y corran sin interrupción toda la noche.

Iniciar un movimiento de esta naturaleza y en esta escala, lejos de ser una utopia, como creerán muchos, no es más que poner en juego, aprovechar é impulsar los elementos de la capital de la república en obsequio de su rápido incremento y de su progreso; y el medio mas eficaz para conseguirlo es promover el tráfico y el movimiento de la población de los Estados, con incentivos adecuados que se relacionan con el sentimiento nacional, tratándose de los aniversarios de la patria. Con tal motivo los colegios, las sociedades filarmónicas, las de obreros y otras tienen un loable pretexto para hacer invitaciones á sociedades del mismo género de los Estados; á tomar parte en las fiestas de la capital; y esta comunión de cuerpos no podrá menos que ser fecunda, tanto en resultados materiales para las sociedades mismas, como en resultados morales para los individuos que las forman, por los nuevos elementos de sociabilidad, de afecciones, simpatías y amistades que no puede menos que despertar el trato de compatriotas á quienes reúne, á pesar de la distancia, tanto el espíritu de cuerpo, como el sentimiento patriótico en la conmemoración de nuestra independencia.

El espíritu de asociación

Uno de los impulsos mas poderosos y eficaces del progreso de pueblos es la asociación, porque su espíritu obedece á las sabias leyes que rigen los destinos de la humanidad el hombre es un sér eminentemente sociable y creado para ser dueño del mundo; pero no pudo tomar posesión del primer palmo de terreno mientras no se asoció al hombre; desde la tribu, forma primitiva de los pueblos, hasta la nación soberana y poderosa, deben su sér á la asociación. Ella ha realizado todos los grandes milagros del trabajo human o, todas las grandes maravillas de la ciencia, todos los prodigios del arte, y ha vencido todos los obstáculos, por insuperables que hayan parecido, allanando el camino del engrandecimiento de los pueblos. Nunca aparece la humanidad mas poderosa ni mas grande, que cuando presenta el mayor número de adeptos alrededor de una idea, bien sea la adoración de la cruz, los derechos del hombre ó la independencia de un pueblo.

Ningún síntoma es mas consolador para un pueblo, que el desarrollo del espíritu de asociación, porque todo grupo de hombres que persigue una idea, establece un principio de armonía y de inteligencia que necesariamente ha de influir en beneficio de los asociados; pues aun cuando ellos, no llegaran á alcanzar el fin que la asociación se propone, ésta deja una huella imborrable con el solo intento, huella de amistades, de afectos, de enseñanzas y de experiencia, quiere decir, que toda asociación fomenta en los asociados una de las virtudes mas fecundas en buenos resultados: la sociabilidad.

Esta virtud es hija de la civilización y mejora á los hombres, no sólo en el sentido civil, sino en el sentido moral, porque los dispone al amor al prójimo, senda trazada por el amor divino desde los horrores de la barbarie hasta la felicidad de la estirpe humana.

El aislamiento produce en los hombres la antipatía á sus semejantes, la desconfianza y la duda, la misantropía, el hastío y la desesperación. Aislarse es anticipar la soledad de la tumba y acortar la duración del recuerdo póstumo, única forma racional y práctica de la inmortalidad.

El hombre aislado está dispuesto al pesimismo; y, cuantas veces uno de esos seres misántropos y huraños, concentrados y taciturnos, juzgan al hombre mas virtuoso y apreciable, por una linea del rostro, por un perfil incorrecto, por un rasgo pueril y por una apariencia equívoca, y sintiendo repulsión en virtud de alguno de esos detalles, pierden tal vez un amigo, un protector, un salvador inapreciable.

Por el contrario, el hombre sociable y comunicativo tiene menor húmero de prevenciones, preocupaciones y antipatías, porque no hay un solo individuo, por malo y corrompido que parezca, que no tenga alguna cualidad, algún rasgo apreciable, alguna acción noble. Las prevenciones infundadas, los juicios inexactos y apasionados respecto á los individuos, desaparecen con la asociación.

Un grupo cualquiera de personas á quienes reúne en determinado sitio y en hora prefijada una idea común, debe estar seguro que entre sus nuevos colegas ó asociados, por más que descubra vicios y defectos, llegará á descubrir también virtudes y afecciones que endulzarán algunos momentos de su vida.

Hace tiempo que el conocimiento de estas verdades ha ido creando en México asociaciones de todo género, que llegan ya á un número considerable, no sólo en la capital, sino en los Estados; pero entre todas las sociedades de nueva creación, las mutua listas son las que presentan más probabilidades de vida y de progreso, mientras que las sociedades puramente literarias y artísticas, casi sin excepción, se levantan un día lozanas y vigorosas á impulso del entusiasmo de unos cuantos, para morir después de inanición é indiferencia. La razón es muy obvia. Por más que el entusiasmo sea en ciertas circunstancias un agente poderoso para la realización de un pensamiento, es á la vez un resorte que no puede permanecer tirante por mucho tiempo; y toda empresa cuyo fundamento sea la pasión violenta ó las impresiones del momento, tiene que ser efímera. Para que una asociación subsista, es preciso que afecte y comprometa de una manera permanente los intereses privados y positivos de los asociados; y mientras más se liguen estos intereses entre sí en armonía con los intereses comunes de la sociedad, mayores seguridades tendrá esta de vida y de progreso.

En las sociedades mutualistas están combinados estos principios, está mantenido el interés individual, y la suma de estos intereses es el alma de esas sociedades y la garantía de su existencia; mientras que en asuntos puramente contemplativos, como la literatura en México, falta del todo la base única en que debe apoyarse la asociación, y por lo tanto, duran este género de sociedades, lo que dura el entusiasmo poético.

El día en que se establezca una sociedad literaria que tenga por objeto el mejoramiento moral y material de los literatos, cuando se discuta en su seno en vez de sonetos y madrigales, las importantes cuestiones de la propiedad literaria, de los tratados internacionales, de la elaboración del papel, de los derechos á los libros, de la reforma del arancel á este respecto y de la protección del Gobierno á la industria honrosa de escribir, entonces se habrá levantado en México la primera sociedad literaria útil, duradera y provechosa, no expuesta, como las que hasta aquí han existido, á morir de un constipado al primer airecillo frío, que es el que sigue inmediatamente, según la rosa de los vientos variables, al entusiasmo y á la vanidad nacional.

Importancia de las fiestas

La vida de los pueblos tiene forzoamente afinidades y semejanzas con la vida de los individuos, y como uno de los fines de la civilización es hacernos mas y mas agradable y llevadero nuestro tránsito por este mundo, tanto el individuo como el pueblo, mientras más se civilizan se divierten más.

Las adversidades y las penas, como inherentes á la condición humana, son hijas del destino; mientras que las diversiones y las fiestas son hijas de los hombres. El horror á los dolores y el amor á los placeres forman el criterio universal; y por más que los hombres de todas las creencias y de todas las latitudes puedan estar en desacuerdo peremne respecto á los asuntos mas serios, á los principios mas fundamentales de la religión, de la moral y de la política, están siempre de acuerdo en divertirse; al grado de que esta tendencia, en cuyo fondo hay un tinte de bondad innegable, puede considerarse como el paso mas avanzado á la fraternidad universal..

Desde los juegos olímpicos, que son el punto de partida de la cronología griega y el lazo de unión de los Estados independientes de Grecia, hasta la fiesta de la Villa de Guadalupe que es el lazo de unión de los católicos mexicanos, todas las diversiones del mundo han tenido el prestigio de unir el mayor número posible de individuos en una idea.

Si la forma de todas las religiones se hubiera reducido á la categoría de un estudio serio, como el de la filosofía, ó de una meditación solitaria como la de los indos, el mundo actual sería necesariamente irreligioso.

Está visto desde los comienzos de la historia, que al hombre debe educársele divirtiéndole; y esta idea viejísima es la que constituye precisamente la novedad del sistema de educación de Froebel; sin duda porque al ser pensador, por grave y circunspecto que se le considere, debe dorársele la píldora; y aunque se trate de inculcarle la verdad mas clara, y la moral mas pura y la idea que más le conviene, esto debe hacerse divirtiéndole, halagando sus sentidos y uniendo lo útil á lo dulce.

De manera que lo que Froebel hace con los párvulos, en el kinden-garten, la religión lo hace con los hombres desde el origen de los cultos.

Y qué mucho que viva profundamente arraigada en nosotros esta propensión á la jarana y á la fiesta, cuando no bien nacemos concurrimos, aunque llorando, al festejo del bautismo; y apenas pasan cuarenta días concurrimos al festejo de la saca á misa; y no bien volvemos á la casa, cuando nos preparan á mansalva la confirmación y desde este punto y á medida que vamos entrando más en nosotros mismos, parece que todo el mundo no se propone más que divertirnos, como si no trajésemos al mundo más misión que la de gozar con todo y para todo: nodrizas, juguetes, paseos, espectáculos, comodidades, mimo, regalo, y sobre todo fiesta. Apenas nos brota el primer diente, torrejas. Apenas conocemos la O por lo redonda, fiesta; y hacemos la primera comunión, y fiesta; cumplimos años, y nos lo festejan; y nos festejan cada vez que hacemos el milagro, inconscientemente, de vivir un año más; nos instruyen, nos enseñan lo que nos conviene y nos premian por eso; nos casamos y nos lo festejamos á nosotros mismos que es una gloria; y cuenta con que ya á estas alturas hemos perdido la cuenta de las diversiones á que hemos concurrido; y no satisfechos de divertirnos tanto, nos disponemos, sin eximirnos ni por asomo de semejante obligación, á preparar las fiestas á nuestros hijos, y las de los hijos de nuestros hijos.

No parece sino que la humanidad, en los miles de siglos que está destinada á vivir sobre la tierra, está ahora en su período de infancia, porque como los niños no puede vivir sin divertirse... ¡Qué distintos aspectos tendrá esta humanidad cuando pase por los períodos de la juventud, de la edad viril y de la vejez!

Confesemos, entre tanto, que de todas las niñerías que han entretenido á esta humanidad niña, la Sede Apostólica tiene un mérito indisputable; ella ha sabido, con una perseverancia heroica, dar al orbe católico fiestas á porrillo, de día, de noche, de tarde, en casa, en la calle, en la iglesia, en secreto, en romería, en privado, en público, con pompa, con música, con cohetes, con velas, con faroles, con campanas, halagando la vista, el oído, el olfato y el gusto con todos los manjares; desde el pastel trufado, en la fiesta titular en el convento, hasta el cacahuate tostado de horno al aire libre; y está probado que tanto afan de divertirse ha sido fecundísimo en resultados.

Sucede, es cierto, que por sana que haya sido la intención de la Iglesia, desde hace siglos, la cuestión de forma ha triunfado de la cuestión de fondo; y ya de ciertas fiestas religiosas puede decirse que de religiosas no les queda más que el nombre.

Basta lo dicho, para probar que los pueblos modernos deben vivir haciendo fiestas, y que graves ó alegres, serios ó juguetones individualmente, esta humanidad que empieza á vivir, no puede tener ni religión, ni instrucción pública, ni patriotismo sin sus fiestas correspondientes.

Hé aquí la necesidad imperiosa de hacer fiestas para cualquiera de esos tres asuntos de suyo tan serios y tan trascendentales; porque si pretendiéramos que cada individuo católico fuera un San Gerónimo, cada estudiante un Spinosa, y cada patriota un Cincinato, iríamos á buscar las cosas por el peor camino. Quítensele á París sus diversiones, y adiós París; á la iglesia sus fiestas, y adiós iglesia; y á la patria sus fiestas cívicas, y adiós patria.

Reasumiendo: ya que las leyes de reforma le quitaron al pueblo sus procesiones, démosle fiestas cívicas, y á todos esos dispersos de las fiestas religiosas extinguidas, agrupémoslos al rededor de la idea patriótica. Despleguemos gran pompa en las fiestas patrióticas de Setiembre en la capital de la República, hasta constituirlas en la gran feria Nacional, que atraiga á este centro de población la de los Estados de la Federación, ligados á México por lineas férreas; y despertando los cuantiosos y múltiples intereses del comercio, de la industria y del tráfico de esta capital, le habremos dado á las fiestas de Setiembre la base mas segura de estabilidad y de brillo, y habremos promovido un movimiento que habrá de influir necesariamente en la prosperidad de México.

Apólogo nocturno

Eran las doce de la noche, y el gas de Night, mas amarillento y mortecino que de costumbre, parpadeaba en unos picos é hipaba en otros, como si se le hubiera atorado algo.

La Plaza de Armas estaba desierta y silenciosa como en tiempos de peste, y como nadie chistaba, se podía oír distintamente lo que decían las plantas del jardín del Zócalo, seres organizados que no hablan sino en medio del silencio y en circunstancias anormales.

—¿Qué tiene? dijo una voz cavernosa, como de tísico.

Era un Floripondio que no contaba ya más que con siete hojas.

—Nada, lo de siempre, contestó una Acacia, que era la que se había quejado; estoy enferma, muy enferma, más todavía que mis hermanas las de la otra esquina.

—¡Ay, hermana! ya esto terminará pronto, ten paciencia.

—¡Paciencia! exclamó una Mimosa; ¿quién había de aconsejar paciencia sino el Floripondio? y a lo quisiera ver en mi lugar.

—¿Pues tú qué tienes? preguntó entonces el Floripondio á la Mimosa.

—¡Una friolera! ¿tú crees que no poder dormir, teniendo sueño, es poco tormento?

—La Mimosa no piensa más que en dormir; yo la veo desde aquí todas las tardes; apenas dan las seis en Catedral, empieza á doblar sus hojas de dos en dos, y se echa á dormir.

—¡Bonito sueño! ¡hasta las siete! hora en que ese condenado electricista me espeta al rostro, hasta las doce, un foco que parece colocado frente de mí expresamente para desvelarme. Ustedes lo saben bien; todas las plantas necesitamos dormir; la sombra de la noche nos envuelve y nos entrega á un sueño reparador y saludable; entonces es cuando, invirtiendo el orden de nuestras funciones, diurnas nos apropiamos el oxígeno del aire y devolvemos el gas carbónico, que en beneficio de las gentes nos hemos apropiado durante el día. Cuando la aurora asoma y nos despierta la brisa matinal, nos sentimos tan bien después del descanso, que nos creemos felices y bendecimos al sabio autor de la naturaleza.;

Pues bien; hace dos años que no nos es dado disfrutar de ninguno de esos goces. ¡Hace tanto tiempo que todo es tormento para nosotras!

—¡Qué crueles son los hombres! dijo una Bigonia.

—No, los hombres no, dijo el Floripondio, los regidores; ellos son la causa de nuestras penas; ellos nos han traído á este purgatorio de las plantas, que las gentes siguen llamando jardín.

—¡Malditos gigantes! exclamó un arbusto medio seco, que vive debajo de un fresno, y ambos bajo el follaje de un Eucaliptus.

—¿Qué te sucede? le preguntó el Floripondio.

—¡Qué me ha de suceder! que no contento este malhadado gigante con quitarme de día el sol, rae mete ahora sus raíces por debajo. Hace días que estoy notando sus trabajos y sus maquinaciones; pero ahora acaba de meterme sus tentáculos por tres lados distintos, con una brusquedad y una impertinencia, que ahora sí creo que va á acabar conmigo.

—No me hables de los Eucaliptus, de nuestros verdugos. Lo que es á mí, me han dejado paralítico de todo el lado izquierdo; yo iba muy bien; me la iba pasando así, así, y el año pasado eché algunas flores; pero el día menos pensado, ¡zas! ahí están las raíces del Eucaliptus, y ya saben ustedes que donde llegan no hay más que ruina y desolación; yo no he visto raíces mas avaras y que caminen mas de prisa en busca de jugos. Yo, merced á una filtración de la cañería que pasa por detrás de mí, pude prosperar, y no me faltaba agua, á pesar del jardinero.

—¡Ahí bien decía yo el año pasado. Te confieso mi culpa, dijo la Mimosa; un día le dije á la Bignonia que está ahí enfrente:. ¿Has visto al Floripondio? Está echando flores. ¿Cómo se las habrá compuesto para tomar agua? porque lo que es al jardinero no le he visto la cara en quince días.

—Tenía mi guardado, contestó el Floripondio; pero ya el condenado Eucalipto viene tras él, y me ha agotado las provisiones. Mi lado izquierdo no podrá repararse, y dentro de algunas semanas iré á acompañar á los cadáveres que han estado desenterrando en estos días.

—¿Han visto ustedes cuántos árboles muertos han pasado por aquí?

—¡Vaya! dijo la Malva; á mí me arañaron la cara con un Fresno muerto. Han formado una pirámide inmensa frente á Palacio. Se puede decir de nosotros lo que de la ciudad: son ya más los muertos que los vivos.

—En cuanto á nosotros, sin embargo, puede decirse que ha sido un crimen traernos aquí á morir lentamente, dijo con una voz muy triste la Mimosa, Bien saben los regidores que los Eucaliptus son árboles de selva, muy buenos para desecar pantanos, pero no para jardines.

—¡Qué van á saber los regidores! exclamó un Fresno rechinando.

—Barreiro sí, insistió la Mimosa. Es muy inteligente en arboricultura, y en jardinería, y en otras cosas.

—El caso es que yo, dijo el Fresno, que por mis años, por mi posición y mi experiencia, puedo observar lo que pasa en esta piscina de árboles, aseguro que todos nosotros estamos destinados á morir lentamente, y no sobrevivirán más que esos malditos gigantes dentro de poco tiempo.

—Creo que el vecino tiene mucha razón, dijo el Floripondio.

—Ya se ve que la tengo; y hé aquí los fundamentos de mi opinión. En primer lugar nos falta el agua porque aunque dicen que el Ayuntamiento tiene una máquina para subir el agua á la"azotea del Palacio Municipal, esa máquina no se usa por razones que no son del caso referir. En segundo lugar las cañerías del gas están todas rotas y la tierra en muchos lugares está impregnada del pestilente y nocivo gas del alumbrado.

—¡Es cierto! gritó una Malva que no había hablado hasta entonces. Yo tengo los pies metidos en una verdadera cloaca y he contraido dos enfermedades de muerte, tengo fiebre perniciosa y reumas articulares.

—En tercer lugar, interrumpió la Mimosa la falta de sueño: nadie puede vivir sin dormir y la luz eléctrica nos mata.

—Y por último, continuó el Fresno? estos gigantes de mis pecados, tan escamosos, tan toscos y entrometidos; ellos están á sus anchas porque tienen el poder de llevar muy lejos sus raíces buscando jugos y atropellando por todo. Yo mismo siento todos los días la invasión creciente, hace un año que vivo á duras penas en mi sitio, casi agotado ya por las raíces del Eucaliptus.

—¡Mueran los Eucaliptus, gritó el Floripondio!

¡Mueran! repitieron todos los demás circunstantes, sacudiendo sus hojas como al impulso de una ráfaga de viento.

—¡Abajo los gigantes! ¡abajo los ferrocarrileros del jardín! ¡Abajo los invasores, los usureros, los ladrones de jugos!

—¡Abajo la selva! gritaron otras plantas, excepto la Mimosa, que aprovechándose de que habían apagado la luz eléctrica, iba á echar un pisto.

Las plantas después de aquel desahogo patriótico volvieron á guardar silencio.

A poco se oyó una especie de risa nerviosa, persistente y tenaz.

—¡Quién se ríe de mí! preguntó un Cisne al que le acababan de arrancar una ala.

—Soy yo, la Vénus púdica; figúrate que me han anidado dos arañas debajo del brazo, que ni modo de quitármelas. Cuando se duermen, las cosas marchan, pero cuando se ponen á retozar me hacen más cosquillas que acabo por maldecir al jardinero.

—Este jardín, dijo un delfín, cuya boca está llena de lodo, es el lugar donde vienen á penar las plantas y las estátuas. ¿No has visto á Diana?

—No.

—Mírale las piernas ¡pobre! da compasión. ¿Y al Cisne que está á mi espalda?

—No puedo verlo desde aquí. Ya sabes que yo no veo más que para Palacio.

—¿Creerás que al pobre Cisne le han arrancado el pescuezo?

—¡Cómo es posible!

—Sí; está completamente guillotinado.

—¿De orden superior?

—No; fué un lépero.

—¿De levita?

—No le vi más que las manos, porque sentado en el borde de la fuente tomó á dos manos el cuello del Cisne y se colgó hasta arrancárselo.

—¡Qué bruto!

—Si la policía supiera su obligación, cuidaría de que nadie se sentara en el borde de las fuentes; pero el gendarme es el primero que lo hace, y á los regidores no les ha ocurrido todavía que si bien es posible sentarse hasta sobre un hormiguero, el brocal de las fuentes no está hecho para que se siente nadie; y mientras el populacho se hace digno de tener paseos, se necesita mucha policía para tenerlo á raya.

Amaneció y el ruido de los vagones impidió oír la terminación del diálogo entre el delfín y la Venus púdica, que sigue riéndose todos los días cuando despiertan las arañas.

Los artesanos

Cuestión importantísima y á la que debe dedicarse una atención muy preferente, es seta del mejoramiento moral y material del obrero en México. Se trata de una clase por demás numerosa y cuya misión en el movimiento del progreso general es decisiva; y tanto que, andando el tiempo, ella es la que ha de cambiar el aspecto de nuestra sociedad. Está colocada entre los dos extremos de las categorías sociales y representa: en lo económico una suma enorme en el capital circulante, y en las costumbres una suma enorme del bienestar social. Por otra parte, está muy lejos de representar en la República el importante papel que el espíritu de la democracia le destina en el orden social.

Las naciones primitivas han comenzado por dividir el Estado en clases sociales, entre las que han distribuido discrecionalmente los honores, las comodidades y los provechos, y claro es que si bien este sistema introducía un orden aparente y proporcionaba un bienestar relativo, pugnó desde su planteamiento con la igualdad de derechos de los hombres, encerrando en un círculo infranqueable á las clases inferiores.

Las monarquías, siguiendo este principio fecundo en beneficios para las clases privilegiadas, engendraron el feudalismo y la esclavitud; pero desde los orígenes del pueblo romano, puede notarse la tendencia constante de esas clases inferiores, á tomar la parte que les corresponde en la cosa pública, hasta que: la nueva y fecunda conquista política ha venido á dar á los pueblos mayor suma de libertades y derechos.

Ahora bien: las clases sociales en México, como obra de la conquista, toman su punto de partida: la privilegiada en los conquistadores y la ínfima en el pueblo conquistado. Lo que se llama entre nosotros clase media, no es más que una división convencional de la primera, por razón de la inferioridad de sus recursos.

El sistema colonial no podía menos que inspirarse en el principio monárquico, acentuando por lo mismo con su política y sus tendencias la completa separación de las clases, y así como en la India la clase de artesanos (sudras) permaneció estacionaria por varios siglos, en México la misma clase alcanzó idéntico destino durante la dominación española. Nuestra emancipación y nuestro progreso político, debieran hoy derramar mayor suma de bienes en favor de una clase social, por tanto tiempo abyecta, y redimida ya de derecho por el espíritu democrático de nuestras instituciones.

Esta debe ser la tendencia de todo buen ciudadano, si quiere de buena fé ser sostenedor de nuestro sistema político. Se necesita, por lo tanto, escogitar los medios mas adecuados para conseguir un fin tan trascendental y tan importante..

El primero y mas fundamental es el de la educación moral, civil y política del obrero, porque sólo sobre estas bases puede apoyarse su aspiración individual de mejoramiento. Sólo la educación filosófica y racionalmente encaminada, puede ir borrando esa barrera que parece infranqueable entre el tipo del caballero de la clase privilegiada, que representa hoy á la nobleza de otros tiempos y el tipo del artesano andrajoso, estoico é ignorante, que lleva en sí la convicción de los antiguos sudras de la Inedia: quiere decir, la de la inmutabilidad de su destino. „

Supongamos, aunque sea mucho suponer, que salvados los múltiples escollos que se oponen al rápido progreso de México, nos encontramos ya en el período, remoto, en que, habiendo desaparecido el cisma y la anarquía, hoy en su punto, sobre sistemas de educación, hemos adoptado definitivamente un plan filosófico de enseñanza, en armonía con las necesidades, con el modo de ser y con la historia de nuestro pueblo. Claro es que colocados en tan admirable situación, no tardaríamos en recoger los frutos ópimos de nuestra previsión y de nuestras expléndidas teorías. Uno de estos frutos sería la sustitución del tipo actual del artesano por el del caballero artesano; pulcro, fino, limpio, bien educado, moral é independiente, miembro del club, concurrente á la ópera, atleta en el taller y galán en la tertulia; parte activa en los comicios y altivo y desdeñoso con el presupuesto administrativo, despreciador de dietas y quincenas, y orgulloso de su gremio y de su independencia individual, digno ciudadano, en fin, de una república democrática y civilizada.

Se nos objetará que ese tipo toca á lo ideal; pero ¿adonde lleva el viento del progreso á las sociedades humanas sino á la realización del gran ideal?

Para alcanzar el que hemos bosquejado, y que muchos tacharían de fantástico, no hay más que recorrer el estadio de nuestros artesanos, y encontraremos que el camino propuesto lo recorren ya señaladas individualidades, levantadas por su propio esfuerzo, y redimiéndose casi por completo de la fatalidad que pesa sobre sus respectivos gremios.

Lo repetimos: la base fundamental de ese progreso es la educación moral, social y política del obrero; los medios, son la inteligente dirección de las escuelas de artes y oficios y de los círculos mutualistas de su clase. En otro sentido, la asociación del capital y la protección á las industrias nacientes.

El capital que atesora la minería es sólo el resultado de la inversión de otro capital. El trabajo de la agricultura encomendado á la versatilidad de la diosa Céres está sujeto á circunstancias climatéricas; pero el trabajo de la industria sostenido por la educación y por la ciencia, como obra del mejoramiento personal, abre ancha y liberal competencia entre todos los pueblos de la tierra.

Discurso

pronunciado en el bosque de Chapultepec, por el señor don. José T. de Cuellar, el XIII aniversario de la, Asociación del Colegio Militar.


Señor ministro:

Señores:


Hace treinta y siete años que á la misma en que tengo el honor de dirigiros, la palabra, atronaban este espacio, hoy tranquilo y risueño, las formidables detonaciones del cañón enemigo. Estos vetustos ahuehuetes sentían trepidar sus brazos venerables al fragor de la guerra y presenciaban horrorizados la agonía de nuestros hermanos en la terrible lucha del honor contra la usurpación y del derecho contra la perfidia. Un enemigo poderoso, mas sediento de aventuras que de gloria, había desbordado sus huestes rencorosas sobre nuestros campos. No era el pueblo americano actual, sino las escorias de una inmigración inusitada y menesterosa la que aceptaba el fusil de combatiente, en cambio de un jornal que había venido buscando desde Europa. Tampoco eran la justicia y el derecho, sinó la insidiosa política vulgar de algunos, un alarde innecesario de fuerza y la sórdida codicia de negociantes, lo que determinó esa guerra injusta, considerada hoy á la luz del criterio histórico como una aventura deshonrosa para un país que sabe apreciarse.

La suerte de México estaba echada de antemano: porque la inquebrantable ley del progreso de la humanidad, que se encamina á la paz universal, ya no concede la victoria al valor brutal ni al temerario arrojo de los combatientes, como en los tiempos de Atila y Alarico; hoy esa ley suprema del progreso concede en la guerra las palmas del triunfo en proporción del adelanto moral y científico de los pueblos, y de su sólida y previsiva organización interior; porque los pueblos, á semejanza de los individuos, necesitan para ser fuertes asumir en su colectividad la armonía de facultades y aptitudes del tipo personal; y así como el hombre civilizado que ha alcanzado cierto grado de perfección moral y física, triunfará siempre del valor salvaje y del torpe ataque, así los pueblos mejor organizados conforme á las leyes del progreso humano, triunfarán en la guerra.

Pero la lucha desigual y la guerra injusta, son precisamente el crisol de las virtudes cívicas; y sean cuales fueren los avances del progreso de las naciones en las artes de la guerra, el saber inmolarse por la patria será, mientras haya humanidad, una de las virtudes mas grandes de los hombres.

No puede ser otro el espíritu de esta solemnidad que rendir el culto divino á la epopeya de los mártires del deber y de la patria. A todos nos trae á este sitio una expontánea sugestión de la justicia, la conciencia de un deber sagrado, y el sentimiento de la nacionalidad; sentimiento que, sean cuales fueren nuestras vicisitudes públicas y nuestras pasiones personales, debe levantarse en nosotros eternamente como la voz imponente y sagrada de la madre patria..

El sacrificio de la vida por la honra nacional es la más sublime de las virtudes cívicas; pero no tiene precio y será siempre objeto de culto para los hombres, cuando este sacrificio no asume el carácter ni de la lucha por la vida, ni de la fiebre por el triunfo, sino el triste cumplimiento de un deber terrible.

¡Qué mucho que á las ordas invasoras del Norte, opusiera México, en los días del conflicto, no sólo sus batallones regulares, sino el valladar sagrado de sus ciudadanos distinguidos, de sus hombres de letras, de sus jurisconsultos y sus médicos! Huestes armadas por la virtud del patriotismo, inspira das por el deber mas santo, y prontas á morir antes que dejar á la patria envilecida.

Así cumplieron como buenos en Padierna y Churubusco, Frontera, Parrodi, Anaya, Gorostiza, Peñúñuri, Martínez de Castro y otros muchos; porque si México no podía oponer entonces á la fuerza invasora los refinamientos del arte de la guerra, sí podía ofrecer puñados de valientes indomables, que supieran sucumbir con gloria por la patria. Y como todo sacrificio era pequeño ante la salvación nacional, no contento con oponer á las balas enemigas el pecho de ilustres ciudadanos, aventura en la lucha la Escuela Militar, sus cadetes imberbes, sus niños soldados, á quienes la Nación no sólo enseña el manejo de las armas y las artes militares, sinó el sangriento camino de la defensa de la patria.

Entre esos niños tuve la fortuna de contarme; entre ellos y en el fragor del combate y entre el humo de la pólvora aprendí á amar á mi patria; á mi lado cayeron heridos por las balas americanas Escutia, Melgar y Suarez, Márquez, Barrera y Montes de Oca; apoyado á mi cuerpo "hirieron al sargento alumno Romero; yo vi espirar al valiente y esclarecido Cano, pasado el dorso de parte á parte; yo vi recoger el cuerpo de Pérez Castro, dividido en dos, por una bala de cañón; yo recogí el funesto presagio de Montes de Oca, á quien no sé qué voz de la eternidad le anunció su muerte. Impresionado por la convicción con que me habló de su fin inmediato, le buscaba entre mis compañeros en el combate, le busqué después entre los prisioneros; pero hasta los tres días pude encontrar su cadáver en el cerro, al lado N.

Y puesto que á la memoria de esos mártires se ha levantado este monumento, y al recuerdo del sangriento drama os agrupais en este sitio; permitidme que, aniquilando el período de treinta y siete años, se levante la voz de un testigo presencial, del cabo de alumnos que tiene la honra de hablaros, para narrar un episodio del asalto, referente á una de las víctimas.

El alumno Suarez pertenecía por su pequeña estatura á la segunda compañía, era delgado, nervioso y de constitución delicada; pero de mirada viva y penetrante y de ánimo resuelto. Desde que comenzó el asalto, el fuego de fusilería se generalizó por todas las líneas. Yo me mezclé, de mi orden, en un pelotón de seis soldados del Batallón de San Blas, para hacer fuego con ellos en la glorieta semicircular del Mirador. Bien pronto, de siete quedamos cuatro, tres soldados de San Blas murieron á mis piés, y ya casi agotado el parque de mi cartuchera, una detonación sobre mi cabeza me hizo volver la cara. El enemigo estaba á cinco pasos. En este momento vi avanzar á Suarez, con su pequeño fusil en la mano, á tiempo que el primer americano bajaba la escalera, Suarez subió á su encuentro, y con formidable golpe de su bayoneta atravesó al enemigo por el estómago.

En vano busqué después á Suarez. No supimos de él sino cuando se contaron los cadáveres.

Si fueron aciagos y terribles los cuatro días de bombardeo al Castillo, el descenso del Colegio militar en masa por esa pendiente inaccesible de la montaña, fue espantoso. Al día siguiente cada sinuosidad, cada pequeña planicie de las rocas estaba señalada con grupos de cadáveres; y es que había puntos en que, siendo imposible descender no quedaba más recurso que elegir el género de muerte.

Caímos prisioneros no sin haber despedazado nuestros pequeños fusiles contra las rocas, antes que entregarlos al enemigo; y ciento setenta y un individuos confundidos con heridos, miembros humanos y cadáveres fuimos encerrados en la Sala de la Biblioteca del Colegio, destrozada por las balas del cañón y por la soldadesca americana al ver enarbolado en nuestro palacio el pabellón de las estrellas, las lágrimas brotaron de nuestros ojos... Pero habíamos cumplido con nuestro deber.

Señores: Si los recuerdos que he evocado han podido agregar un perfil más al cuadro histórico de los sucesos, y si éste ha avivado vuestro noble amor á la patria, rendid un homenaje á la memoria de los que sucumbieron con honra en la fatal jornada del 13 de Setiembre de 1847.

Y si las lecciones del pasado no han de ser estériles para nosotros, recordad siempre que el terrible desenlace de esa guerra, fué debido á la impericia, á la imprevisión, á la falta de organización militar; y sobre todo, á la discordia civil que fomentaba pasiones bastardas en oposición á los sagrados intereses de la patria. Pero nada de esto empaña la gloria de los que supieron luchar como ciudadanos dignos y como buenos mexicanos. Precisamente ese conjunto de circunstancias adversas que hacían más y más remota la victoria, realza más el heroico sacrificio de los que dieron su sangre por la honra nacional.

Recordad, siempre, oh jóvenes alumnos, que la falta de moral, de disciplina, y de instrucción es la anemia que mina á los ejércitos, haciéndolos inútiles para el combate, y á los pueblos impotentes para luchar contra sus invasores; que nuestra independencia y nuestras leyes no pueden ser guardadas sino por ciudadanos dignos por oficiales instruidos y por ejércitos disciplinados; y plegue á Dios que las virtudes cívicas sean constantemente el punto objetivo de la educación de nuestras masas; y el fin moral de la enseñanza, dar al Estado ciudadanos instruidos y moralizados, único elemento que hace á los pueblos fuertes, respetables y felices.

El estado de cosas

Por muchas que sean las disidencías de la familia humana, por encontrados que sean los intereses que la subdividen en facciones contendientes, y por más que todos los pueblos de la tierra atraviesen por periodos de decadencia y de reacción, la ley de fraternidad y de unión impera y triunfa siempre de todos los obstáculos, y se sobrepone al fin á todas las crisis, para evitar la completa disolución social.

En toda sociedad que degenera y se envilece, se pueden notar más y más marcados, invadiendo todo el cuerpo social, como atacado de trichinósis, los síntomas del egoísmo. Este sentimiento, que es el «sálvese quien pueda» de la degeneración moral, se apodera de las conciencias como el pánico en los grandes peligros; cada cual busca fácil explicación de su conducta en la masa general de los prevaricadores, abona sus acciones con el ejemplo de los demás, y aunque lamenta ostensiblemente el camino que las cosas toman á su vista, el diablo del egoísmo lo catequiza in petore, y se cuela, sacudiendo sus últimos escrúpulos, á las filas de los desmoralizados, proponiéndose, naturalmente, volver sobre sus pasos cuando las cosas vuelvan á tomar su curso ordinario.

—¡Qué dice usted qué malas están las cosas! dicen por todas partes.

—¡Malísimas! Esto ya no se puede aguantar.

—Mientras no pase este estado de cosas, dicen también muchos, no haremos esto ó aquello.

Nadie especifica las cosas de que se trata, nadie se refiere á cosa determinada, peto todo el mundo comprende lo que son las cosas; y nótese que las cosas no son más que de los tiempos calamitosos, y es frase convencional para aludir á ellos. En tiempos bonancibles no hay cosas, nadie se acuerda de la palabra, y la prosperidad y la bonanza no se cuidan de palabritas, y nadie se atreve á decir «¡qué buenas están las cosas!» por temor de que no le entiendan.

Pues bien, el aura popular trae de aquí para allí el rumor de que las cosas están muy malas; cada cual piensa para su sayo y se reconcentra, por si acaso, por más que viva distante y ageno de las cosas; pero la expresión es tan lata, y su extensión tan ilimitada, que el egoísmo asoma la cabeza y el malestar cunde por todas las esferas sociales.

Entre nosotros, desgraciadamente, casi siempre han estado malas las cosas; y entre si se componen ó no se componen, nos la hemos ido pasando en espera de mejores días, cuando repentinamente, y á pesar de todas nuestras esperanzas, las cosas vuelven á complicarse y á ponerse peores.

Hé aquí por qué se convierten en estacionarios el egoísmo y el retraimiento, y por qué cada cual se cuida sólo de pasar el presente como se pueda, sin dar un solo paso para preparar las cosas del futuro. La espuela de la necesidad latente obliga á moverse en un pequeño círculo al industrial y al comerciante, y cuando han logrado el pan cuotidiano, creen haber alcanzado un bien inestimable, puesto que ¿as cosas están tan malas. El comercio se subdivide hasta lo infinito, hasta plantar tres estanquillos y seis zapaterías en cada calle; la mercería extranjera habilita;un ejército de varilleros, que venden aretes de rubíes de á tres centavos sobre el pavimento, ó provistos de una caja con vidrio se lanzan por esos mundos de Dios á buscar fortuna, y hasta hay sujetos cuya única ocupación ostensible en las doce horas útiles del día, es vender un peinecito de carey para los bigotes ó un anillo falso.

El comercio, en fin, llega al último límite de la divisibilidad, para marcar de una manera inequívoca que la unión de los intereses individuales, que es el paso regular del progreso, está por los suelos. Esta separación y divorcio de los intereses personales se vuelve sistemática, y los lazos de la sociabilidad se rompen por completo y en todas las esferas sociales, pero mucho más en las proletarias, la actividad individual se aisla para vegetar sin esperanza de mejoría.

En este estado de cosas, decíamos al principio, que la ley de la fraternidad y de la sociabilidad triunfa de toda división, porque á esta ley obedece hasta el mas refinado instinto del egoísmo; la prueba es que nuestras clases proletarias, cansadas del aislamiento, llegaron á comprender las ventajas del mutualismo; cada uno encontró ventajoso para su individuo sacrificar una cuota en pago anticipado de la asistencia médica y de sus propios funerales; y hé aquí la eracción natural, la evolución sociológica que sobre los mismos campos estériles del egoísmo y el ensimismamiento funda la asociación, y hé aquí el resorte moral que por ensalmo ha instituido en la República centenares de asociaciones mutualistas, sostenidas por el triste vínculo del horror á la enfermedad y á la muerte.

A la mayor parte de estas agrupaciones de individuos no las sostiene otro resorte, ni las liga otro lazo; pero quieran ó no, ya cayeron bajo el dominio poderoso de la ley de fraternidad, con tanta razón y con tanta sabiduría encomiada, recomendada y predicada por Jesucristo.

Ya en este buen sendero, ellas darán el segundo paso á la fraternidad; y la experiencia y hasta la costumbre, les irá haciendo comprender la sublime máxima de amaos los unos á los otros. Estas sociedades mutualistas caen bajo el dominio de la misma ley de sociabilidad, por otro medio indirecto; y este medio es la natural tendencia de esta desgraciada humanidad á divertirse; tendencia que, lo mismo improvisa la danza de la muerte entre salvajes, que el abono á precio de oro para oír á la Patti.

Esta otra tendencia saca á las sociedades mutualistas de su monotonía de once meses pata la celebración de su aniversario, único día en que los socios se ven las caras unos á otros, sin contar el pequeño núcleo de las sesiones ordinarias, que cuida esos once meses de que el fuego sagrado no se apague.

Este es el estado en general de todas esas sociedades, en las que existe gran desproporción entre el número de inserí tos, el número de los que cumplen y el número de los que trabajan.

Es de esperarse ahora, si no miente la infalibilidad de las leyes sociales, que una vez formadas las agrupaciones, siquiera sea con el triste vínculo de la sentencia personal de muerte, y reunidas cada año siquiera sea con el pueril intento de divertirse, que empezarán á despertarse en ellas las múltiples y variadas cuestiones de los verdaderos intereses de clase, de gremio, de industria, de trabajo, de bienestar social y de mejoramiento moral y material; intereses que, sostenidos por la fuerza colectiva de la asociación, han de determinar precisamente el cambio favorable y radical de las clases proletarias, en beneficio del progreso positivo de la República.

El Liceo Hidalgo

No hace muchos días, en uno de nuestros artículos cuyo asunto era el principio de asociación, aseveramos que de ese movimiento mutualista quedaba de hecho excluido el gremio literario, que por sus circunstancias excepcionales no tiene intereses materiales que le sirvan de lazo de unión para constituirse en cuerpo. En efecto, por muchos que sean nuestros adelantos, debemos confesar humildemente que no hemos llegado todavía al grado de cultura necesario para hacer de nuestra literatura nacional un ramo del saber humano que, como en otras partes, constituya de por sí una carrera honrosa cuanto lucrativa.

Nuestra literatura vive á ese respecto en el siglo de Cervantes; y si el Correo del Lunes hubiera de hacer de ella una Silueta de tinta azul, la pintaría con los codos rotos y con el traje del sopista en la portería de un convento, ó con el barragán del capense en los corredores de un claustro; y entiéndase que hacemos con esto una personificación del conjunto, y no alusión alguna á las individualidades.

Consumada nuestra independencia política, no hemos podido desde hace setenta años consumar nuestra independencia literaria de la madre España; y esta sincera lamentación no tiende á prorrumpir en contra de la maestra, que bastante la debemos, sino á la indefinida tutela y sujeción del pupilo que, aún entrado en años, no ha intentado declararse mayor de edad, más por desidia que por modestia. Ha existido entre nosotros una especie de desdén idiosincrático y hasta legendario hacia los bienes de este mundo, y los aficionados á las letras tenemos algo del harapiento barretero, que nace y muere pobre entre barras de plata; tenemos de la gloria una idea puramente olímpica, á pesar del positivismo de la época y nuestra extraña y retrógrada ambición, se sacia con aspirar el perfume inútil de nuestros propios laureles.

Instigados por un sentimiento inocentemente literario, creamos el Liceo Hidalgo en 1853, y nos agrupamos como las Vestales, al rededor de un presidente electo, para mantener el fuego fátuo de nuestra literatura nacional. Nos corregimos mútuamente nuestros sonetos, y nos los publicamos los unos á los otros, por vía de cultivo al susodicho campo de la literatura. Sentáronse en el banquillo del poeta á discusión neófitos imberbes, que tenían una idea risueña de las letras, y una idea mas risueña y mas columbina todavía de los hombres; y se dejaron vapulear con la resignación del mártir, todo esto en honra y gloria de las letras.

En medio de tan dulces entretenimientos, y ocupado cada cual en sorber con deleite su biberón literario, nos atrevíamos á poner la planta en las casas de unos impresores que se estaban haciendo ricos, porque, sin tener tanto talento como nosotros, habían tomado las cosas por el otro lado, sin disputarnos nuestra gloria; al contrario, dejándonosla toda, para ocuparse ellos exclusivamente de la prosáica cuestión de los tomines, que como sabemos muy bien,

Non es de sesudos homes
Ni de infanzones de pro.


De manera que nosotros, los entendidos cultivadores de la literatura nacional, ricos de entusiasmo é inspiración, de estrofas, de ilusiones y de actividad, fuimos las abejas de un panal que á buena hora se soplaron Cumplido y García Torres. ¿Qué más? Nos ha cabido la dicha de hacer sudar, como dijo alguno, no sólo las prensas de esos señores, sino las de los Cha vez, y los Murgía, y los Escalante, y hasta las de Sixto Casillas. Hemos despolvoreado el fósforo de nuestro cerebro en un millón de álbums de señoritas desconocidas; hemos confeccionado otro millón de discursos cívicos y otro millón de versos de premios y de versos arrojadizos á beneficio de todas las notabilidades y de todas las medianías teatrales. Hemos hecho sin tarifa de precios, toda clase de ovillejos, acrósticos y décimas de encargo para dar días, para bautismos, epitalamios y defunciones. Nos hemos estado divirtiendo entre tanto con puras comedias españolas, con puros libros españoles y franceses, escritos por españoles y franceses que tienen el mal gusto de escribir para comer y cenar, y que comen y cenan porque escriben. En cambio nadie nos disputa el mérito de haber sido los cultivadores de la literatura. Los editores son los primeros en, hacernos justicia; pero á no ser por un empleillo, una bolichada ó una maroma política, bajaremos al sepulcro pobres..como Job, y llenos de majestad, como Orfeo en los infiernos..

¡Qué mucho que el Liceo Hidalgo sufriera á poco tiempo su primer ataque de catalepsia, que le duró algunos años! Le sucedía lo que á las monjas estáticas é histéricas que morían atormentadas por la exaltación mística y por el ayuno. Despertó sin embargo; pero la segunda vez, en 1877, ¡quién lo creyera! despertó con las mismas condiciones patológicas, en su mismo estado morboso; despertaba como al influjo de una corriente electro-literaria, y volvió á caer en la manía de la discusión; pero con sus mismas alucinaciones, sus mismos éxtasis, sus mismos sonetos, y volvió á contemplar á los editores, que habían engordado notablemente, por lo negados que son de suyo para la metafísica y la ideología....

No había perdido el Liceo nada de su antiguo candor; conservaba la gracia del bautismo; no había aprendido nada, no tenía experiencia; volvía al complicado dédalo de la vida pública, todavía chupando el biberón y haciendo versos á la luna y á los ojos de Filis. Discutió mucho sobre espiritismo y sobre otra porción de asuntos; trascendentales, de aquí y de allá; discutió, sobre cualquier cosa y sobre todas las cosas menos respecto á lo que le importaba, menos respecto á su propia vida, á su manera de ser, á su manera de vivir en este mundo, todo intereses y números.

Se conformó, como todas las sociedades que viven de hacer versos, con meterse, con beneplácito del Gobierno, en algún edificio público; y ya una vez en su rincón prestado, se puso á platicar sobre cosas indiferentes, hasta que un hartazgo de églogas y sonetos determinó su segundo ataque de catalepsia, en cuyo estado ha permanecido, perfectamente ignorado, con la pluma en la mano y el biberón en la otra, otro siete años...

Un arranque expontáneo de compasión: del maestro. Altamirano dirige el día 15 de este mes una nueva corriente electro-patriótica al cadáver, que, como el de Lázaro, resucita entre el polvo de la tumba con la sonrisa en los labios. No sabemos todavía si será éste el despertar del león, lleno de fusas y semifusas; pero sí tenemos grande esperanza en que, dándose cuenta el susodicho cataléptico de que ya tiene treinta y un años de edad, piense y obre ahora como persona cuya vida ha de deslizarse en este pícaro mundo, y no en las regiones ideales; y procure, por ende, ocuparse de preferencia de las cuestiones relativas á su vida propia, á las bases de su estabilidad y su mejoramiento; en una palabra, á la gran cuestión del mejoramiento moral y material de los literatos en México, único medio de trabajar con éxito y con provecho por la literatura nacional.

Felicitamos con todas veras al Liceo Hidalgo, porque después de su último sueño, el primer pensamiento que ha brotado en su cerebro (y ya era tiempo), ha sido el nombramiento de tres comisiones importantes: una, á la cual tiene el que suscribe la honra de pertenecer, para promover la celebración de tratados literarios con España y las demás naciones amigas; otra comisión que dictaminará sobre reformas de la ley de propiedad literaria, y otra, en fin, que se encargue de introducir en el cuerpo literario el mutualismo, axioma social en el cual se fundan hoy todas las asociaciones.

La cortesía

Corren muy válidas de boca las especies de que «no quita lo cortes á lo valiente» y que «la cortesía no está reñida con nadie.» A esto agregan muchos que más moscas caen en una cucharada de miel que en una tina de hiel, y otra porción de proverbios que tienden todos á encarecer la necesidad que tenemos los hombres de tratarnos bien y de buena manera los unos á los otros.

En cumplimiento de tan sensata prescripción, hemos inventado frases, caravanas, genuflexiones, ademanes, saludos, cumplimientos, fórmulas y hasta largos y complicados ceremoniales y leyes de etiqueta. Precede el espíritu de la cortesía á todos los códigos sociales, á todos los tratados de urbanidad y buenas maneras; y la observancia de tales leyes forma al caballero, al hombre culto y por lo tanto estimado en la sociedad.

Hay más todavía: tal espíritu es el que debe inspirar las leyes de policía y buen gobierno, porque éstas son, en último resultado, la práctica de la buena educación, tan importante en toda sociedad culta, que llega á tomar la consistencia y la respetabilidad de la ley.

El ciudadano no ingresa á la comunión social sinó á condición de cumplir con ciertos deberes y de sujetarse á ciertas prescripciones; pero como á pesar de este principio no puede evitarse el contacto de las masas ignorantes é incultas, la autoridad municipal se encarga, por medio de una policía inteligente, de suplir las deficiencias, de corregir los abusos y de velar por el cumplimiento de los deberes individuales en el pacto social.

La instrucción pública corre en pos de las masas incultas, pero por muchos que sean sus esfuerzos, no logra alcanzar más que á los párvulos y en coita cantidad á los adultos, y la gran masa indomable de los ignorantes, se le escapa de entre las manos. En este punto es en donde la tendencia civilizadora de la instrucción pública viene á quedar en manos de la autoridad municipal, la cual tiene el deber de emplear los resortes de la autoridad civil en el cumplimiento de las máximas que se sembraron en la escuela;.de tal manera que la buena policía es necesariamente el complemento de la educación del pueblo.

La cortesía, pues, es un deber moral y un deber social, y á ella estamos obligados todos los ciudadanos: desde los que representan las primeras autoridades y ocupan los puestos mas elevados hasta los que por su destino están colocados en los últimos lugares de la escala social; y este, es un deber cuyo cumplimiento es tan trascendental, que resuelve de la manera mas sencilla y natural la difícil cuestión de la obediencia.

El hombre, á medida que se instruye, se hace más independiente. La civilización á medida que disipa las tinieblas de la ignorancia abriendo mas amplios horizontes, ennoblece al individuo y despierta en él el sentimiento de la dignidad personal; por eso las democracias son el ideal del mejoramiento y progreso de los pueblos modernos, que definen ya la diferencia que existe entre la voluntad despótica y caprichosa del magnate y la investidura popular del funcionario encargado del poder.

Esta diferencia sustancial implica en el régimen republicano, la obligación de adunar la cortesía á la orden de mando, ó lo que es lo mismo, que el prestigio de la autoridad se funde en el legítimo derecho, en la legalidad del poder y en la rectitud de la justicia, y no en ninguna otra prerrogativa personal ni en ningún otro género de superioridad.

De tal manera, que así como el ukase y la real orden implican la obediencia ciega del súbdito y la abstracción de todo derecho, como toda orden de señor á esclavo, las órdenes de mando en el sistema representativo popular, no son más que el cumplimiento de un encargo del representante en virtud de la voluntad colectiva de los representados.

Hé aquí por qué deben ser corteses y atentas todas las órdenes de la superioridad en la República; I.° porque la cortesía es la base de la educación social del pueblo; 2.º porque la cortesía es la forma que reviste, en lo político, el espíritu democrático de nuestras instituciones; 3.º porque la cortesía es la forma moral de la educación moderna, conforme con el espíritu del evangelio.

Ahora bien, en nuestra República aún permanecen en bruto estos sanos principios sociales á juzgar por la forma de nuestras notas oficiales. Podría decirse que nuestras autoridades y funcionarios están creyendo, como cree el Czar de Rusia, que amenguan su prestigio y su grandeza con estampar una frase corta al calce de un oficio dirigido á un ciudadano; que sus órdenes no tienen todo el prestigio necesario ni su autoridad toda la entereza y rectitud debidas, si terminan sus mandatos con una fórmula social hija legítima de la buena educación.

Lejos de eso, y sea cual fuere el asunto de que se trate, le espetan á usted para concluir un mote de asonada, una frase de pronunciamiento, un lema de bandería, antes de la fecha, para que usted reconozca en esas palabrotas á la autoridad fresca que se acaba de levantar del campo de batalla.

El que haya tenido ocasión de registrar archivos y leer comunicaciones oficiales de otros países, notará la diferencia sustancial, comparadas con las nuestras, y que consiste, primero en que la fecha encabeza la nota, cosa muy útil y muy práctica para la glosa y ordenamiento de papeles; y segundo que siempre terminan con una frase de cortesía, trátese de quien se tratare, y esto aún en países monárquicos.

Y no puede ser de otra manera, pues indudablemente no hay razón para que un funcionario público ó una autoridad, sólo por el hecho de serlo, se considere obligado á suprimir las fórmulas de la cortesía respecto á sus inferiores; más todavía, á no corresponder á las que los inferiores le dirigen..

Lo repetimos: el prestigio de la autoridad no consiste en la tirantez ni en el estilo despótico de sus órdenes escritas, porque este estilo además de ser inconveniente é inmotivado, establece cierta pugna entre el superior y el inferior; porque todo despotismo es odioso y porque la obediencia pasiva del esclavo está en abierta pugna con el espíritu de la democracia ilustrada.

Los funcionarios que más se distinguen en este género de descortesías son los jueces, El mas bisoño y oscuro de entre ellos le espeta á usted el día menos pensado un pedacito de papel en que, en estilo sultánico, le manda comparecer á su cuchitril, apercibido de castigarlo si no concurre, y eso que va usted á atestiguar ó á esclarecer hechos á favor de la justicia, quiere decir, á prestar un servicio.

Pero el juececito le llama muy serio á aquella malacrianza, el ejercicio de sus funciones, su autoridad y en último análisis, aquella descortesía es de oficio y siendo de oficio la urbanidad anda por los suelos.

Finalmente, nosotros estamos persuadidos de que todos, sin distinción de clases ni personas, estamos en el deber de ser corteses en sociedad en todos los actos de la vida, así oficiales como privados; porque el carácter oficial no escluye, en caballeros bien nacidos y bien educados, el cumplimiento de sus deberes sociales.

Recomendamos, pues, al señor ministro de Gobernación, que medite sobre este punto, y considere que una simple circular prescribiendo la fórmula de cortesía por final de nota y la supresión del lema «Libertad en la Constitución,» que es un resabio de pronunciamiento en plena paz, habremos dado un paso á la cultura, dejando establecidas relaciones morales más en armonía con ella, entre gobernantes y gobernados.

El prestigio municipal

Es indispensable que los hombres que se pongan al frente de la Corporación municipal presten á los habitantes de esta desgraciada capital todas las garantías y todas las seguridades de honradez, actividad é inteligencia que se requieren para que la institución municipal llene el objeto de su importante misión y no vuelva á convertirse en negocio de unos cuantos y en el rey de burlas de la prensa y del público.

La carga concejil que empieza á ser incompatible con las tendencias y el espíritu de nuestra época, es un encargo de suma confianza que debe ponerse en manos muy puras; debe depositarse en hombres de acrisolada honradez y patriotismo para que el negocio, que es el cáncer que desnaturaliza y nulifica toda administración, no se sobreponga al palpitante interés del bien público, que debe ser el único norte de los munícipes.

Ardua es la tarea y grave el compromiso del ciudadano elegido para un cargo erizado de dificultades; tanto más cuanto que va á formar parte de una corporación casi impotente, por lo exiguo de sus recursos, para cubrir las apremiantes y graves atenciones de una ciudad que crece día á día, multiplicando las exigencias gravísimas de su saneamiento, de su policía y de su conservación.

Los inveterados abusos del poder han llegado á sepultar la libertad del sufragio en el indiferentismo de las masas, expresión del despecho público y del desprecio de los ciudadanos á las entidades políticas, que han creído encontrar un alimento á lo que llaman política de su propia conservación en los atentados contra las libertades públicas y contra los derechos individuales, cuando esa política mezquina y antidemocrática no ha hecho más que desprestigiar al poder y hacerlo odioso.

No es, en la república, el abuso de la fuerza, ni el monopolio de mando, ni la violación de los principios lo que da respetabilidad y fuerza á los gobiernos; es el respeto á los derechos de todos, el uso legal del poder dentro del círculo infranqueable de la ley lo que haciéndolos dignos del encargo del mando, les atrae el respeto y el aplauso de los ciudadanos.

Los ayuntamientos se han sucedido unos á los otros nombrados de orden superior, no precisamente porque el pueblo se abstuviera de votar, renunciando sin motivo sus derechos, sino porque la autoridad, anticipadamente, y creyendo seguir las inspiraciones de lo que se ha empeñado en llamar su política, enlistaba á sus adeptos, á sus parciales, á sus ahijados; adeptos, parciales y ahijados que reunieran la poco envidiable pero necesaria virtud de la obediencia pasiva, virtud, que, si bien muy apreciada por el gobierno, convertía al regidor ante la opinión pública en sicario y maniquí.

Con tal investidura política por origen, con la impotencia por condición y con la imposibilidad de obrar por norma, ¡qué mucho que la regiduría haya llegado á asumir entre nosotros un carácter casi ridículo, y haya ido á parar en manos las menos á propósito para manejar un encargo de suyo tan honroso, tan delicado y tan difícil!

Estos fatales antecedentes explican muy bien la serie de despropósitos municipales de que se ríe estrepitosamente este vecindario. Ya se explica cómo esta corporación que mereció en un tiempo el título de ilustre, desatiende la cloaca pestilente, foco de corrupción, desatiende al enfermo, al preso y al educando en la escuela, por albergar una docena de indios bajo una cúpula de cristales. Ya se explica cómo se gastan los fondos de la ciudad en comprar arbustos, plantados adrede para que no prendan, y comprar más: ya se explica cómo se arruinan todos los jardines, se deterioran todas las estátuas y cómo han llegado todos los ramos municipales al estado mas lastimoso, mientras los munícipes de los ramos llegan al estado mas próspero. Ya se explica cómo hay quien siente plaza de regidor y viva y coma de ello á la sombra del desprecio público.

La regiduría fue en un tiempo, y es su índole y su origen, un año de práctica de las virtudes cívicas y de las facultades personales para el servicio público; práctica que, prestigiando al regidor, lo inscribían en las candidaturas populares para encargarle la representación del Distrito en la asamblea nacional. Ninguna institución es en su esencia mas democrática ni mas conforme con el espíritu del sistema representativo, que la institución municipal, porque ella envuelve un principio de justicia, y por lo tanto de moral, como es la prueba de las aptitudes para el servicio público, en comisión gratuita y en beneficio del pueblo, para que el pueblo, con conocimiento de causa, concurra con su voto á los comicios para formar la representación nacional.

Pero desde el momento en que el gobierno confecciona empleados, porteros, regadores y diputados en la misma máquina, queda barrenado en su base el sistema representativo, que encierra el principio de moral y de justicia, único en que puede fundarse la dicha y la respetabilidad de los pueblos.

El abasto de agua

Sin necesidad de ser sabio se puede asentar como un hecho histórico, que la primera vez que Adán tomó agua lo hizo en la palma de la mano, en una hoja de superficie cóncava, ó agachándose hasta besar el precioso líquido, como lo hacen todavía los muchachos y el pueblo en las fuentes de la Alameda.

Cuando Adán se hubo reproducido, su prole se extendía á lo largo de los arroyos que eran los acueductos primitivos. El nivel natural del terreno era el árbitro de las ubicaciones, y la gente y el agua corriente eran inseparables. Ese nivel trazó los primeros acueductos en los que la hidráulica no buscaba más que dejar correr el agua, y una vez recibida en un depósito, la gran cuestión del abasto estaba resuelta: la gente la bebía en el depósito ó la acarreaba, pero ya no se moría de sed la ciudad.

Desde esta fecha memorable, 4.000 años, hasta la presente, quiere decir desde Rebeca hasta nuestro aguador, no hay más que un paso. El agua sigue corriendo desde antes de la fundación de México á más no poder, sin embargo de que siempre que puede, y es muchas veces, en el camino se escapa por donde Dios le da á entender y no llega á la capital toda la que corría en los buenos tiempos del agua.

Cuando se inventó la bomba el agua recibió un susto mortal: hasta entonces no había hecho más que descender, dejarse ir buscando lecho y donde podía descansaba, pero la bomba impertinente la coje el día menos pensado por atrás y la obliga á subir ¿á dónde? al aire, á la azotea, á cualquier parte. ¡Malditos ingenieros! hacer subir el agua á pura canilla; obligarla á llenar el vacío que deja la huida del émbolo y salir por donde menos se le espera! ¡Pobre agua metiéndose en camisa de once varas, metiéndose en tubos á oscuras é impelida por una fuerza que ella no conocía, acostumbrada como estaba á deslizarse en los arroyos cantando cancioncitas del país, según los poetas, acostándose tranquila muchas veces para servir de vidrio azogado á Narciso y á todas las pastoras coquetas de Virgilio y de Garcilaso. Peto la hidráulica estaba contenta porque aquello ya era algo. La Samaritana y nuestro aguador estaban defraudados con ese diablo de máquina que llamaba el agua y la hacía correr hacia arriba contra su costumbre. ¡Adiós cántaro! ¡adiós aguadores! ¡adiós Rebeca! El agua, enemiga del vacío, tenía que aniquilarlo donde quiera que lo encontrara, y los émbolos, especie de prestidigitadores mal intencionados, se lo hacían por aquí y por acullá riéndose para obligarla á subir rabiando por vericuetos y encrucijadas, por tripas y tubos y válvulas. El agua estaba cogida; en vez de cielo azul, cara á cara, se la pasa en cilíndricas paredes de barro, de plomo y de fierro, empujada, siempre molesta, queriendo encontrar su aire y su luz y recibiendo un susto á cada hora sin saber ella misma á dónde ir á parar, y tan pronto suspiraba encerrada en su largo calabozo, como se encontraba llenando un baño ó apagando un incendio; ¡pobre agua! ¡pasar de la cárcel al quemadero! no le quedaba más recurso que subirse á las nubes de nueva cuenta, para de allí escurrirse una tardecita otra vez á la tierra á buscar su antiguo arroyo, tan cómodo y, sobre todo, tan platicón y tan murmurador.

Pero estos ingenieros, que son la piel de Júdas, se la jugaron el día menos pensado hasta á las bombas. No sé si se compadecieron de los suplicios del agua corriendo tras el vacío ó si se les cansaron los brazos á tanto tirar de los émbolos; el caso es, que tranzaron con las propensiones muelles y perezosas del precioso líquido, el que supuesto que se deja caer de su propio peso, y lo que quiere á toda costa es ir hacia abajo, diéronle gusto sin más cortapisa que la de practicar este nuevo arreglo en las partes altas, que en cuanto á las bajas ya tendría el agua modo de conducirse honradamente.

Y se estableció el reservoir, quiere decir, el depósito alto; allí se le dió gusto al agua, se le dió por su juego, se le dejó que pesara sobre sí misma, que viera el cielo, que se oxigenara hasta que le diera la gana, que dejara caer sus arenillas y sus impurezas hasta el fondo. El agua se puso muy contenta, y á la altura de la civilización, los ingenieros hicieron de las suyas; á los pies del depósito no salió gota que no pasara por su propia voluntad al tubo, á los tubos, al sistema arterial sin más salida que los bitoques. El agua no podía quejarse puesto que se le daba gusto, pesaba sobre sí misma y metida en el sistema arterial y con una presión enorme sobre su cabeza, no tenía más salida que la abierta de un bitoque, ni más camino que su propia cárcel, y así cada quisque toma agua limpia del depósito porque el aguador ni la manosea ni hay quien la obligue á ser eterna infusión, en las fuentes abiertas, de todo género de inmundicias.

Esta ha sido la última palabra de la hidráulica para el abasto de aguas potables en las sociedades mas adelantadas. Sin embargo, al pretender introducir este sistema en México, ha de haber quien se oponga por la misma razón que hay quien prefiera el atajo al ferrocarril, el ocote á la luz eléctrica y el ominoso aguador á las últimas conquistas de la ciencia moderna.

Apuntes sobre el beefsteak dedicados al nuevo ayuntamiento

I

Las carretadas de tejocotes y otras golosinas que se consumen en los últimos días del año en honor de los santos peregrinos, enriquecen de una manera lamentable el guarismo de defunciones por enfermedades del estómago; y á este paso, no cabe en lo posible destruir en nuestro pueblo el consorcio sistemático que parece existir entre el hartazgo y la devoción, y hay que dejar á los devotos que sigan conspirando eternamente contra sus facultades digestivas, ad majorem Dei gloriam.

Pero lo que sí cabe en lo posible, y es una de las mas apremiantes necesidades de la salubridad pública, es el arreglo y reglamentación sensata y racional de la matanza y expendio de carnes; ramo importantísimo, cuyas malas condiciones actuales son una de las causas mas poderosas, ya no sólo de las enfermedades debidas á la insuficiencia de nutrición, sino á las bien funestas de todo género de desarreglos intestinales.

La carne es el primero y mas esencial de los alimentos, y á la vez el que requiere más cuidados y precauciones para que llene el objeto de la asimilación y nutrición tan necesaria al organismo. La falta de los requisitos que la ciencia aconseja respecto á la mas sana y nutritiva de las sustancias alimenticias, la convierte en la mas nociva en unos casos, y en la mas inadecuada para la nutrición en otros; y de aquí toma origen el palpable decaimiento y raquitismo de la prole en la capital de la República.

El comercio de carnes viene siendo entre nosotros, así respecto al ganadero, al abastecedor, al matancero como al tablajero, asunto sólo de mera especulación de un efecto de comercio cuya alza y baja no está, como debiera, en relación con su calidad y condiciones, sino sólo en relación del consumo, como artículo de primera necesidad.

Una vez tomada esta corriente, favorecida por la incuria y desidia de la autoridad que debe vigilar ramo de tan vital importancia, queda en pié sólo el interés individual de los que contienden en el abasto, hasta el grado de que, las rutinas, las necesidades del comercio y la avaricia, se sobreponen á toda prescripción higiénica, á toda regla de salubridad y á todo el celo de las autoridades competentes.

Entre el precio de las reses vivas en los criaderos y el precio de plaza de la carne al menudeo, existe un guarismo diferencial dentro del cual caben, con todas las especulaciones, todos los abusos y todas las irregularidades que conspiran contra la salud y la vida de los habitantes de la capital. Así las cosas, no existe para el ganadero la necesidad de mejorar las razas, ni la de reformar la cría y procurar la engorda. No existe tampoco para el abastecedor ó introductor la necesidad de mayor ganancia por la calidad de mejor ganado. La demanda existe y lo que les importa es la cantidad y no la calidad del artículo, lo cual sostiene la anomalía en este comercio de subir el precio de la carne á la vez que empeora su calidad.

Por satisfactorio que sea el estado de las teses en el criadero, sufren éstas notable menoscabo en el transporte por razón del viaje, y en su estancia más ó menos prolongada en los potreros de las inmediaciones de la capital. Estos males, que no son irremediables, no preocupan al vendedor puesto que, como males inveterados, entran en una cifra en el cálculo mercantil sobre un precio dado, y el ganadero realiza una ganancia segura sin responsabilidad.

Pasa el ganado á un cuerpo de introductores, matanceros y abastecedores que realizan una segunda ganancia en la compra y venta del artículo por mayor, que entregan, lavándose las manos, á los expendedores al menudeo, quienes á su vez realizan una tercera ganancia, bastante atractiva para animarse á multiplicar los expendios y que les garantiza, no sólo la utilidad legal, sinó que compensa las mermas y desperdicios. Este gremio de tablajeros ofrece sin cesar, por ineptitud ó mala versación, cierto número de quiebras, que representan un guarismo respetable, circunstancia que, también como inveterada, entra con todo su valor en el cálculo del segundo precio del ganado.

Examinemos ahora á los tablajeros ó sea á los verdugos de la clase de la salubridad publica, y á quienes los verdugos de 2.º venden la carne á doce reales arroba. El carnicero toma una accesoria, no importa si tenga ó no la conveniente ventilación y condiciones de aseo indispensables; bastantes balanzas, cuchillos y marchantes. Mientras el ganadero y el abastecedor realizan una ganancia segura y pronta, el expendedor está expuesto al deterioro del artículo, á la falta de marchantes, por más que haya hecho tocar á alguna murga el Himno Nacional al abrir la tabla, y todo su cuidado consiste en salir del artículo.

Todo el mundo sabe que la carne fresca no constituye un alimento sano y agradable antes de veinticuatro horas de destazada la res; porque ni el tejido nervioso ni el tejido fibroso se han relajado lo bastante. Se necesita, pues, del reposo de treinta y más horas á una temperatura mas baja que la del aire ambiente, para que la carne se conserve fresca y jugosa mientras se relajan y ablandan los tejidos fibrosos.

Bastan 78º de Farenheit para que la carne entre en su período de descomposición después de veinticuatro horas de muerta; y de aquí nace la práctica que se observa en centros de población civilizados de guardar la carne en almacenes ó bodegas provistas de nieve, para abatir la temperatura; circunstancia que no sólo permite al carnicero vender la carne en el estado mas propio para vianda sana y agradable, sino que lo pone á cubierto de las pérdidas consiguientes á la descomposición cadavérica de su mercancía.

Ahora bien, nuestro tablajero á quien se le da un ardite el termómetro y todas esas patrañas, y que en achaque de ciencia está á la altura de la propia carne que despacha, se arregla de manera de vender lo mas pronto la carne que compra, no importa si aún palpite ó empiece á corromperse.

Sabe bien todo el mundo, excepto el carnicero, que los jugos contenidos en los tejidos de la carne son los que se asimilan á nuestra sangre, y los que constituyen la nutrición. Para aprovecharlos es indispensable que la fibra que los contiene sea blanda y fácil de masticarse, y como de veinte personas que coman carne, á lo menos quince tienen mala dentadura, el carnicero, para probar que no necesita ni estudios ni sentido común para vender carne, la corta en rebanadas delgadas, destruyendo las células que contienen los jugos, y para acabar de una vez con esas malditas fibras que los marchantes no pueden masticar, arremete á golpes de maza contra aquella oblea de fibrina, la que, si no por bien, por fuerza hubo de manirse y de ser masticable. Cierto es que la parte principal de la carne, quiere decir, el jugo, se quedó todo en el tronco del árbol que el carnicero tiene á mano, como la piedra de los sacrificios, para atormentar la carne convirtiéndola en un parche poroso de fibrina, con que cree nutrirse el marchante, cuando ¡ay! sobre aquel tronco dichoso se han quedado todos los jugos que tanto necesitan las cien mil pollas cloróticas de la capital.

Excepto las personas que pueden consumir un Chateaubriand diario, el común de mártires en materia de carnes se nutre con... no con beefsteak que quiere decir buey asado, sino con mistees que es el nombre con que nuestras cocineras han acertado á distinguir las rebanadas de fibrina de carne inútiles para la nutrición.

II

El tablajero cansado de la maceración de la carne durante el día hace descansar su carne durante la noche, convirtiendo en alcoba la carnicería, donde, por lo general, se albergan, para nutrirse allí por absorción, la cuñada, el tío, la sobrina y algunos muchachos; y en cambio de que la carne muerta los nutra con sus emanaciones, ellos le devuelven las de su carne viva, emanaciones que serían materia delicada de describirse y analizarse, pero que todas ellas van á modificar y á alterar el sabor de los consabidos mistees que se venden á la mañana siguiente para reparar las fuerzas de las cloróticas.

El tablajero, hemos dicho, cifra su ganancia en el consumo total del artículo diariamente; pero como su previsión y experiencia no bastan para que sin excepción el abasto sea igual á la demanda, le sucede que le sobra carne, por flaco que sea, y esta carne que, obedeciendo á las leyes físicas y á las condiciones defectuosas de su conservación, empieza á pasar á la categoría de alimento nocivo y funesto, forma el contingente preciso de las enfermedades gástricas que enriquecen á Gayosso, menguando el censo de la población.

A hacer forzoso y crónico este contingente de carne descompuesta, cooperan muchas circunstancias. En primer lugar, la avaricia y mala fé del tablajero, que recurre á los arbitrios bien conocidos del picadillo y los retazos, que son las formas en que la carne insana circula entre los pobres. En segundo lugar ayuda poderosamente al fraude, consciente é inconscientemente, el numeroso gremio de nuestras maritornes, quienes, como es bien sabido, jamás se "distinguieron por su aseo personal y su pulcritud. Ese gremio de enmarañadas que salta del petate á la cocina, sin pasar por el aguamanil, que nunca conoció, con todos los resabios y propiedades de la incuria y el desaseo personal, ha acabado por embotar en sí mismo los dos sentidos mas necesarios para el ejercicio culinario: el gusto y el olfato.

Bajo estos auspicios es como ha llegado á ser universal la fama de las albóndigas, la mas indigesta de las preparaciones de nuestra cocina nacional, encargada esencialmente de disimular con el sabor del chile y las especies el estado de descomposición de las carnes;

En todo esto anda, por otra parte, otro sér funesto, ávido de lucro, sagaz en las combinaciones y oportuno para los negocios: el contratista, abastecedor de reclusos é indefensos consumidores de la carne de la caridad. ¿No es muy probable que allá vayan á parar los desperdicios oliscos, y las existencias malsanas y la carne descompuesta? Al menos es de presumirse, puesto que hasta ahora ni se emplea la nieve para conservar la carne, ni se conoce el cementerio donde se entierra la que se corrompe; y á ese paso sigue este pacífico vecindario devorando albóndigas y otros manimientos aderezados con el chile nacional, encubridor de oficio de la descomposición cadavérica de las carnes.

Debemos declarar lealmente y en toda conciencia, que si existe por desgracia una masa numerosa de pueblo desprovisto de paladar y de olfato, que consume carne que empieza á corromperse, no por eso tiene entrañas menos sensibles á los extragos del veneno, y es obra de caridad, y deber de gente honrada, procurar que los carniceros no diezmen á los pobres.

No pretendemos por ahora que el ramo de carnes se reforme desde su origen, quiere decir, desde la mejora del ganado de engorda, porque ésa es una exigencia del refinamiento de las costumbres y pertenece á una época de apogeo que está lejana; pero sí podemos circunscribirnos al expendio de las carnes en la capital, porque esta cuestión envuelve una exigencia de salubridad pública y de civilización. Además, el remedio nos parece fácil puesto que es de reglamentación y policía.

He aquí algunas ideas sobre el particular.

Todo expendio de carnes debe tener las condiciones higiénicas de ventilación, aseo y temperatura, que impidan la pronta y funesta descomposición del artículo.

Ningún procedimiento garantiza la conservación de las sustancias animales, como el refrigerador, ó sea abatimiento de la temperatura.

Una accesoria sin ventilación y que además sirve de dormitorio y para otros usos domésticos y privados, no es un expendio de carnes que la autoridad culta, inteligente y celosa debe permitir.

La carne del consumo diario está en manos de carniceros pobres que se arruinan si no venden, y que desconocen los medios científicos de preservar su mercancía; y está en sus manos en los momentos críticos en que empieza á ser nociva por su descomposición. El carnicero está impelido por la necesidad á vender la carne, ó á sufrir una pérdida, tiene todavía á su favor la ignorancia y la complicidad del marchante. He aquí por qué fácil puerta sale del expendio al consumo toda la carne que debería tirarse y que enferma diariamente al vecindario á ciencia y paciencia de la autoridad,

Parece, pues, indicado entre nosotros el sistema que se observa en otras partes, que es el de prevenir la descomposición de las carnes por medio de refrigeradores. A este efecto debiera reglamentarse el expendio de manera que en vez de multiplicar las tablas ó carnicerías, éstas fueran convenientemente distribuidas en los cuarteles de la ciudad, teniendo cada una indispensable? mente un depósito ó cuarto refrigerador, provisto de nieve en cantidad suficiente para abatir su temperatura.

Este procedimiento va á parecer á muchos, especialmente á los carniceros, tal vez extravagante; pero las personas ilustradas saben muy bien que está basado en Un principio científico, y sobre todo, en la experiencia; pues está empleado en Europa y los Estados Unidos no sólo en los expendios de carne, sino en los hoteles y en las casas particulares, y es además el procedimiento que se empleó últimamente para, exportar carne de los Estados Unidos á Inglaterra, á donde llegaba perfectamente fresca después de ocho días de embarcada.

Planteando en México el sistema que dejamos indicado, el vecindario estaría mejor servido porque tomaría la carne en condiciones mas favorables para la nutrición y de mejor gusto. No habría necesidad de majar á palos la carne para hacerla masticable, y la garantía de su conservación en buen estado por cierto número de días, mejoraría la posición de los tablajeros, que no se verían urgidos entre el abastecedor y el peligro de la pronta alteración del artículo.

El costo de la nieve, lejos de hacer subir el precio de la carne, lo haría bajar, pues en todo caso sería menos el gasto de nieve que la pérdida de carne por descomposición.

Apuntes sobre la instrucción pública y sobre los «pelados» dedicados al nuevo ayuntamiento

La instrucción pública en México, inspirada por el mas bondadoso deseo de mejorar las condiciones morales de nuestro pueblo, se dá á manos llenas, se prodiga con excepcional liberalidad, se imparte al pobre, al desvalido, al huérfano, al ciego, al sordo-mudo; toma al acaso un muchacho cabezón y malcriado para convertirlo en un personaje de mañana, y no contenta todavía con impartir gratuitamente la instrucción superior y profesional, ruega á cualquier vagamundo que aprenda á carpintero y para probar la sinceridad de esa súplica bondadosa, regala treinta pesos cada mes al educando, con tal que éste se deje persuadir de que es mejor ser alfarero que aplanador de calles. El argumento de 360 pesos al año es tan contundente, que á la larga lista de destinos del Gobierno que hay que dar, se agrega un buen número de muchachos que alcanzan destino de estudiante, y el Gobierno toca en este punto el sumun de la paternidad, el último límite de la caridad para con el prójimo, y el paroxismo del amor á los niños.

Los niños se ponen contentísimos y van creciendo, creciendo, con su sueldo y con sus libros debajo del brazo; y por supuesto aprenden mucho, casi más de lo que les enseñan, al grado que elijen y discuten textos y profesores, por cuyo camino se llega sin vacilar á este estado de cosas no remoto: «al de enseñarse solos» y enteramente á su manera.

Pero de todos modos, la falange estudiantil prospera, y ya redimida de la ignorancia, y en muchos casos de la miseria, se dirige á engrosar las filas de una clase superior, ilustrada y apta para consumir el presupuesto en mil variadas formas y bajo muy diversas denominaciones.

Con todos estos alicientes, atractivos y prodigalidades, la instrucción pública se sale con la suya, cumple su misión supera abundantemente; sólo que, opera de tal modo la trasformación, que, aumentando de hecho el guarismo de la gente ilustrada, deja á la gran masa del pueblo estacionario. La instrucción pública sirve para formar clases superiores y lo consigue. Pero el pueblo en su última subdivisión, esos millones de gentes que nunca fueron ni irán á la escuela, que nunca se educaron ni aprendieron nada, esos, los pelados, que llaman, siguen ignorantes, abyectos, desaseados, viciosos é indiferentes á todo cuanto pasa; son ladrones por temperamento y por naturaleza, por tradición y por costumbre; siguen robándose las aldabas, las llaves, las argollas, las visagras, los adornos de plomo de las rejas, los brazos de las estátuas, las losas de las banquetas, las piedras de la calle, los pedazos de madera y todo lo que hallan mal puesto en el sentido de no estar vigilado. Siguen los pelados llevando su contingente de mugre á todas las fechadas, á todos los postes, á todos los bordes de las fuentes y siguen, como los salvajes en los desiertos, satisfaciendo sus necesidades corporales al aire libre: para ellos no hay no sólo instrucción pública, pero ni educación social, ni escuela, ni aprendizaje de ninguna clase; vive mal, come mal y viste peor, y en este estado semi-salvaje, lo único que lo estimula y lo saca de su atonía y su indiferentismo, es el pulque, y su vida se mece por lo tanto entre la miseria y la embriaguez. ¡Qué mucho que sea enorme el guarismo de los borrachos que dan quehacer á la policía, cuando por síntomas y apremios, así en el orden físico colmo en el moral, no pueden soñar en otro bienestar que en el de las excitaciones de la embriaguez, La falta de abrigo, de pan y de comodidades domésticas, los induce á buscar un cambio fisiológico en su organismo, y un cambio moral en medio de la esterilidad de su conciencia y su imaginación; y la puerta de la pulquería es la única barrera que hay que salvar para lenitivo de todos sus males y para el goce de todos sus placeres. Nótese que en todos sus actos, entra indispensablemente el bautismo alcohólico; no traban amistad, ni hacen pacto, ni tratan asunto, ni hacen conquista amorosa, ni descansan ó se fortalecen para el trabajo, si no es en la pulquería. Si se suspendiera un día esa comente tormentosa de pulque que desde los llanos de Apam está dando vida artificial á los pelados, se cortaría la aorta de ese pueblo, que se moriría de asfixia y desesperación como los pescados fuera del agua.

Y sin embargo, México elegante, México científico, ilustrado y culto, está incrustado en el centro de ese populacho dominado por el salvajismo, refractario á toda educación y á todo adelanto.

La instrucción pública traza desde la escuela primaria una senda que llega hasta el templo de Minerva, hasta el Parnaso, hasta la inmortalidad; pero los pelados siguen en el mismo estado que movió á Revillagigedo en 1789 á dictar algunas medidas á propósito de la desnudez, impudor y malas costumbres de los pelados.

Ellos no conocen más medios represivos que el garrote del gendarme y los muros de la cárcel; pero carecen de toda escuela práctica, de toda enseñanza, siquiera sea indirecta, que los induzca á adquirir, ya que no dignidad personal, siquiera amor propio, y los obligue á respetar al público y á la sociedad.

Estas consideraciones ponen de manifiesto que, segregada radicalmente nuestra plebe del movimiento civilizador de la instrucción pública, habrá de permanecer estacionaria en su salvajismo, si no se suple la insuficiencia del pían de educación del pueblo con acertadas disposiciones de policía; encaminadas en su fondo á mejorar la condición de la plebe, disposiciones que tiendan á formar en todos los actos en común, ó ejecutados en público, la escuela práctica de las costumbres.

Entre estas disposiciones salta á la mente la que se ha dictado ya por autoridades de los Estados, previniendo el uso forzoso de pantalones y prohibiendo el de ropas notoriamente asquerosas.

El repugnante espectáculo que presenta nuestro pueblo convirtiendo la vía pública en mingitorio y albañal, escandaliza, y con razón, á los extranjeros, y es preciso confesar que tal falta tiene por origen no sólo el impudor y ordinariez de la plebe, sino la incuria y abandono de nuestra autoridad municipal, que en materias de policía y decoro público, no ha dictado medidas enérgicas para proveer á la ciudad de ese servicio indispensable, que en ciudades cultas presenta todas las comodidades y conveniencias apetecibles, de manera que el público quede en aptitud de conciliar su pudor personal y el respeto á las conveniencias sociales.

Indicaremos todavía en otro artículo ciertas medidas de policía para paseos y mercados, que, teniendo por base normar las costumbres de la plebe, hagan concebir la esperanza de que nuestros pelados den siquiera el primer paso hacia la civilización.

Los contratos, los contratistas y los ayuntamientos

Le sucede á México que cada vez que pretende dar un paso hacia progreso material, adoptando alguna mejora, tropieza no sólo con los inconvenientes de toda innovación, sino que tiene, que habérselas con esa sospechosa entidad que se llama contratista.

El ayuntamiento y los contratistas son y serán siempre entidades morales que se repelen, porque tienen que obrar por intereses opuestos y por móviles incompatibles. El deseo, la necesidad y el deber de hacer el bien á la ciudad, no son elementos mas poderosos que las añagazas y la perfidia de la especulación. Los buenos deseos puramente teóricos é inspirados por el patriotismo y por la filantropía, son armas gastadas que han de embotarse en la mala fé del negociante, á quien es necesario suponer siempre dominado por la avaricia, no viendo en la mejora material que contrata sinó un negocio con que procura hacer fortuna.

El cuerpo municipal, por ilustrado que se le suponga, es incompetente para emprender las grandes obras que demanda el adelanto material de la ciudad. El cuerpo municipal es un cuerpo irresponsable y transitorio, recargado de labores heterogéneas, de ramos complicados y de asuntos de trascendencia que no tiene tiempo de estudiar con la calma y el reposo que demanda su importancia. Las múltiples atenciones de que está rodeado ese cuerpo colegiado, tienen que dar en la práctica resultados contraproducentes por falta material de tiempo para las discusiones; las que, como es sabido, en todo congreso, ó pecan de embrollo, divagaciones y palabrería cuando los ánimos se agitan, ó se resienten del cansancio y la apatía de los asociados cuyas opiniones no han salido avante. Con mucha frecuencia se oye decir en el seno de una asociación «esto no marcha:» primer síntoma del retraimiento de la mayoría que renuncia á la lucha. La minoría entonces se apodera del cuerpo y hace triunfar su criterio en todas las juntas.

La institución municipal se resiente de los tiempos en que fué creada. Eran entonces otros los hombres, otras las costumbres y otra la vida de las ciudades. Hoy todo ha cambiado: el espíritu de especulación ha llegado á un alto grado de desarrollo, obedeciendo á la evolución de las sociedades modernas y á las facilidades con que la civilización creciente de los pueblos favorece los grandes negocios. Los bancos, los ferrocarriles y los teléfonos, han cambiado por completo la faz de las cosas, imprimiendo un nuevo sello de vida á las ciudades. El excedente del capital, está constituido ya en el reformador universal, organizado en una red bancaria que, como la red telegráfica, lo abarca todo. Esta nueva potencia que representa el progreso material del mundo, posee como arma de ataque y de defensa y como la gran palanca de su engrandecimiento, una filosofía puramente aritmética, y persigue como único ideal la pingüe especulación.

Contra este coloso habrán de luchar los ayuntamientos pobres, compuestos ó de personas individualmente pobres, ó de esas que se llaman no acomodadas, ó de individuos de la banca, ó bien mixtos, en cuyo caso el cuerpo municipal tiene dos gérmenes opuestos de debilidad moral.

Por otra parte, sería un candor verdaderamente columbino, suponer á todos los hombres con el propio criterio honrado, é igualmente animados, sin excepción, del mismo deseo imparcial y justo del bien procomunal, hasta con detrimentos de sus intereses personales. Por el contrario; en materia de negocios, sean del tamaño y carácter que fueren, es necesario estar alerta y pecar de cauto y malicioso.

Ahora bien: las ventajas morales y materiales, por la naturaleza misma de las cosas, han de estar siempre por parte del contratista respecto á la corporación municipal. El contratista traes un plan meditado de antemano, estudiado en sus menores detalles y hasta, preparado de manera que tenga artículos para alucinar, redacción ad hoc, insidias ocultas, anfibologías y todo lo que pueda redundar á favor de un fin que no puede percibirse al primer examen,. todo preparado con el estímulo de un pingüe producto.

El regidor por el contrario, va á cabildo para cumplir con el deber de un cargo concejil, no tiene más deseo que el bien general de la ciudad, ni más deber moral que, probar la pureza de sus intenciones y que ha obrado por el loable deseo de hacer un bien á la ciudad. El regidor no siempre es ingeniero, no siempre ha viajado, no siempre se ha ocupado de cuestiones científica?, tiene muy buena fé y muy buena voluntad, la prueba es que sirve de balde. Además el regidor, como hijo de la ciudad, está acostumbrado al aguador, al coche de sitio y á otros muchos adefesios nuestros, y todo lo que sea sacarlo de este estado de cosas le parece bueno y con razón.

Hé aquí por qué los ayuntamientos están expuestos á aprobar malos contratos. En el de las tranvías, por ejemplo, no está consultado el buen servicio público, ni trazadas las líneas con objeto de acortar las distancias, que es la gran cuestión que resuelven todas las vías férreas, no, señor; las tranvías de la ciudad están trazadas para alargar las distancias, yendo á todas partes por la curva, que es el camino mas largo, y para provecho del contratista que monopolizó el area de la capital trazando cuatro circuitos ó elipses para que una vez establecidos no cupiera otro servicio ni hubiera competencia posible.

El contrato del gas, como es sabido, no ha dado el resultado de mejorar el alumbrado de aceite, pero sí el de enriquecer al empresario. El del agua.... ha tomado las proporciones de litigio, de motín, de fiestas, de asonada, de guerra sin cuartel, de intriga y de escándalo; y en la conciencia pública está y estará la idea de que aunque se trate de agua, hay gato encerrado, y todo el mundo desconfía, ya tanto del Ayuntamiento como del contratista.

Finalmente, en nuestra humilde opinión, toda mejora material debe iniciarse, estudiarse, discutirse y proponerse por un centro científico del Ministerio de Fomento, en el que deben estar á sueldo del Gobierno los hombres mas prominentes en la ingeniería, para formar los proyectos de mejora material con pleno conocimiento de los adelantos respectivos en los principales centros del mundo civilizado. Este centro científico no podrá menos que acertar, conciliando sobre todo, la conveniencia pública y las necesidades del porvenir de la ciudad. Un proyecto nacido en el seno de una asociación científica, oficial, independiente é imparcial no podrá nunca ser sospechoso, ni tacharse de que pospone el bien público al interés personal; y una vez aprobado y presupuesto en todos sus detalles, proponerlo á los contratistas ó compañías empresarias, con el cálculo hecho del monto de réditos y utilidades, y si éstas entonces enriquecen á la compañía contratista, que sea en buena hora, pero es seguro que no será con detrimento del buen servicio y de los fondos públicos.

Una iniciativa desinteresada que no tuviera por mira sino el bien de la población, hubiera empezado por plantear como base estas dos cuestiones:

Abasto superabundante calculado el incremento de población en más de un siglo.

Bajar el tipo del agua hasta 10 pesos anuales por merced.

Razones poderosas de estas bases: 1.ª Que este pueblo y esta ciudad necesitan, por razón de su inveterado desaseo, más agua que ninguno otro pueblo y que ninguna otra ciudad. 2.ª Que México, entre todas las grandes capitales, es la que paga mas caro el abasto de agua.

En tiempo de Revillagigedo se pagaban 50 pesos al año por merced de agua, pero en el siglo del fierro, del vapor y de la ingeniería, contratar el agua por otro siglo al mismo tipo, es un disparate de lesa civilización y un atentado contra los intereses de la ciudad.

Todavía estamos amenazados de otro contrato municipal: el de la luz eléctrica en toda la ciudad. Ya verán ustedes qué torres de fierro, qué despilfarro, qué ganga para el contratista y qué tinieblas.

La educación de la mujer y la prostitución

De todos los centros civilizados se levantó hace tiempo, en concierto unánime y en razonada demanda, la voz autorizada de la filosofía moderna que pide la educación de la mujer. La idea tomó incremento y cuajó; porque es una idea que no encuentra resistencia y casi no se discute porque su bondad la abona, su espíritu generoso y civilizador la pone á merced de todos los apóstoles del pensamiento y viene á ser, por fin, lo que se llama el espíritu del siglo. Se abren la escuela y el Liceo, la cátedra y el taller, y hasta la oficina, la lencería y el escritorio, con el filantrópico fin de redimir á la mujer de la miseria y de la infamia.

Acuden á la escuela de primeras letras las hijas del pueblo, condenadas por el antiguo régimen á vivir en la ignorancia y la abyección, y desde los limbos de la miseria perciben las inocentes niñas el fulgor indeciso de la ilustración y del saber. Acuden al Liceo las señoritas de la clase media, condenadas por el antiguo régimen á las simples prácticas domésticas y á las simples prácticas religiosas, para ser, cuando más, madres abnegadas y tiernas, y mártires de su deber y de su fé. Pero el Liceo vá á ilustrarlas, vá á mejorarlas, según el espíritu filosófico del siglo; vá á emanciparlas por medio del trabajo, según las tendencias filantrópicas de la época, y vá á redimirlas de la miseria y de la abyección, haciéndolas útiles á sí mismas, por la adquisición de un recurso precioso; y vá á mejorarlas en fin, por la adquisición de la ciencia y de la moral práctica.

El siglo de las luces derrama los tesoros de la enseñanza, inventa la pedagogía y abre la discusión sobre la mejor manera de ilustrar, y en luminosísima controversia, y en floridísimos discursos se convoca á las ciencias naturales y á las ciencias exactas para examinar al hombre, para analizar el cerebro humano, para estudiar todos los fenómenos psicológicos y deducir de ellos un sistema de enseñanza pronta, fácil, vasta y trascendental. A tan grande obra concurren los gobiernos de todos los pueblos civilizados, á acrisolar su civilización en ese movimiento del siglo, creador de la fuerza, de la riqueza y del poder, y los tesoros públicos se derraman con largueza para elevar el libro á la categoría de lema universal para la conquista del porvenir.

Bien pronto surgen de la escuela centenares de niñas pobres que saben leer, escribir y contar; y poco mas tarde la falange de la nueva generación reformada, acude á los almacenes y á las oficinas en demanda del trabajo salvador. Otra falange acaso mas numerosa, se disemina y se pierde en la masa social; y rezagada, como las frutas mas bien adheridas al árbol, queda, hasta la completa madurez de la enseñanza, la numerosa tribu de las profesoras, que, siendo las últimas en desprenderse del núcleo regenerador, son, en el orden del beneficio, las primeras en el provecho y la aplicación del principio, con el cual se identifican para convertirse de redimidas en salvadoras.

Y en abono, honra y gloria de las aptitudes femeniles, las rosas galanas de la juventud, que habrían de marchitarse al calor de los besos, se disecan en la cátedra de humanidades y en la plancha de los anfiteatros, para producir esa nueva casta del siglo nuestro, compuesta de las doctoras, las abogadas, las literatas y las periodistas.

Y por si respuesta tan elocuente no fuese bastante á probar las buscadas y favorecidas dotes de la mujer, surgen todavía después de estas figuras, los propagandistas del amor libre, las mormonas, las mujeres que votan, las comunistas, las petroleras y las nihilistas; lo cual deja probado, que la mujer puede ir tan lejos como quiera, y que acepta y seguirá aceptando de buen grado, y con provecho, las ventajas prácticas de la instrucción, que liberal le ofrece el sexo fuerte.

Ahora bien: contemplemos al sexo hermoso que no ocupa todavía las oficinas, ni ha obtenido plaza, empleo ó colocación en ninguna parte; y examinando la estadística de los principales centros del mundo civilizado, nos sorprenderá: I.° La enorme suma de las mujeres alistadas en las filas de la prostitución. 2.º Esos mismos guarismos de la estadística nos harán conocer de una manera inequívoca, que la prostitución en esos mismos centros ha ido en proporción ascendente durante los últimos veinte años. Precisamente durante el periodo en que ha ido en proporción ascendente la instrucción impartida á la mujer. Y 3.° Que la prostitución, circunscrita, al menos en lo ostensible, en épocas no muy remotas, sólo á cierta clase ínfima de las sociedades, ha invadido las demás clases hasta asumir un carácter de explendor y de ostentación universales.

Ningún pueblo de la tierra suministra más lecciones sociológicas que los Estados Unidos de América, porque en virtud de la rapidez de su progreso, y de la prodigalidad de su tesoro en el planteamiento de todas las mejoras de la civilización, está constituido en el pueblo mas homogéneo del mundo. Respecto á la educación de la mujer ha ido mas lejos que cualquiera otro; no sólo por las razones antes dichas, sino por el carácter varonil y resuelto de las americanas, que han alcanzado el derecho de que se llame á los Estados Unidos el país de la mujer.

Pues bien, ese país de la mujer es el único también en el mundo donde el infanticidio ha llegado á tomar proporciones colosales, y en donde, junto con la instrucción y emancipación de la mujer, ha nacido el egoísmo que combate las leyes de la naturaleza, el egoísmo que esquiva y menosprecia los deberes maternales, y en donde la independencia-individual va matando la dicha doméstica y destruyendo el hogar y la familia.

Como dato colectivo, y como hecho innegable, la estadística universal pone de manifiesto que la prostitución en el mundo ha aumentado en razón directa de la ilustración de la mujer. Analicemos los fundamentos de esta pariedad.

Cuando la prostitución estaba circunscrita á la clase abyecta é ignorante, carecía de atractivos para las clases ilustradas, y el precio del tributo á esa prostitución era siempre abyecto y denigraba bajo todos conceptos; pero cuando al atractivo físico pudo la mujer agregar el de la educación, surgió una nueva casta, superior á la otra, provista ya de los atractivos capaces de seducir á las clases ilustradas, las cuales con el contingente de sus costumbres y sus recursos crearon el lujo en la prostitución que le dió entrada en el gran mundo. Esta nueva faz de las sociedades implica un nuevo modo de ser de la mujer educada, instruida, refinada y ambiciosa, que viene á presentar á la moral el mas estupendo contraste, comparado con la miseria, comparado: con el trabajo insuficiente, comparado con el trabajo oscuro, comparado con la virtud despreciada, con los sacrificios ignorados, con los matrimonios pobres, con los mil cuidados y tormentos de la prole, con la severa responsabilidad de los progenitores y con la inflexibilidad de la ley de las clases sociales por razón de los medios pecuniarios. Y todavía, de esa nueva faz de las sociedades, surgen cada vez más y más obstáculos al matrimonio honrado, y más y más alicientes á la vida libre. El incremento de la prostitución, supuesto que no se la puede considerar representada en solo el sexo hermoso, lleva consigo el aumento de las infidelidades conyugales y la disminución en el número de los matrimonios.

La ilustración de la mujer da, pues, al mundo un contingente que se distribuye muy desproporcionalmente entre las que se educan y trabajan para librarse de la miseria, y entre las que se instruyen y se mejoran para lanzarse á los placeres.

En el mes de Setiembre próximo debe reunirse en Europa un congreso que tiene por objeto combatir la prostitución. Curiosas é interesantísimas serán sus sesiones; pero por luminosas y acertadas que sean las medidas que adopte, creemos que ninguna tenderá á restringir la instrucción á la mujer. El paso que se ha dado hace un cuarto de siglo, ha producido ya sus frutos, y el mundo no puede retroceder en la marcha que emprende hacia el progreso.

La instrucción pública es la grande obra de este siglo, pero la prostitución es su gran mancha; que una vez extendida, sobre todas las clases sociales ha llegado á su explendor y á su apogeo. ¿Cómo podrán entonces los hombres borrar esa mancha, ó al menos disimularla, cuando instruyen y prostituyen á la mujer al mismo tiempo?

El hierro y el carbón

á México y á los pueblos Hispano-Americanos.


Articulo escrito para El Comercio del Valle por señor don José T. de Cuellar, Primer Secretario de la Legación de México en Washington.


Cuando jiraba nuestro planeta en el espacio como un globo de fuego, hirviendo el granito en sus entrañas, se ajitaban en estado líquido á una temperatura inconcebible los materiales que millones de años mas tarde había de aprovechar el hombre, que existía sólo en la mente de Dios..

El inmenso volúmen de agua que forma hoy los océanos, volatilizado, calcáreo, ardiente, en estado de gas, repelido sin cesar por el fuego, era el resplandor brillante del mundo que alumbraba otros astros. En aquella fragua encendida por la mano de Dios, se engendraban, nacían, se combinaban, se multiplicaban elementos que, al través de lentas é innumerables transformaciones habían de conocer los siglos venideros.

Formando el granito al solidificarse el mineral, el fuego se armó de una coraza inmensa que entretejió sus mallas para formar una corteza al globo encandecido. El gas ardiente de la atmósfera, al disminuirse la irradiación, se hizo vapor calcáreo y esperó suspendido en la atmósfera hasta que la temperatura del planeta le permitió caer desecho en agua y precipitarse en los torrentes del primer diluvio que llenó los abismos de los mares. En este cataclismo comienza la lucha formidable del agua con el fuego: busca aquélla las entrañas incandescentes para apagarlas, y el fuego irritado la rechaza con ímpetu indomable y las vuelve al espacio en forma de vapor; el vapor descansa en la atmósfera para volver á caer en forma de agua y á luchar de nuevo; la electricidad nace del cataclismo y mezcla sus luces y sus incesantes detonaciones á aquella lucha gigantesca, en la que el choque, el sacudimiento, el horror, la destrucción, no eran el anonadamiento ni la ruina, sino el esfuerzo de la materia que empezaba á vivir palpitando con el soplo de Dios. La concepción de la materia en estruendoso cataclismo preparaba las pacíficas y sublimes armonías de la naturaleza en el porvenir.

No bastaban á sofocar el fuego interno ni la coraza de granito ni el peso de los mares hirvientes: rompía el fuego su propia costra y la arrojaba en girones, dibujando cordilleras y montañas; abría volcanes para lanzarse sobre su adversario; el agua repelida subía en vapor y tomaba nuevo aliento para caer después á torrentes sobre la inmensa hoguera, mientras que otras aguas que habían encontrado lecho donde hervir, se filtraban, corrían, se precipitaban, minaban la costra y lograban apagar un volcán.

En aquella espantosa conmoción nacía el reino mineral. El segundo acto de aquel drama fué una serie de terremotos y erupciones volcánicas; pero ya los gases hechos agua hacían la admirable distribución de la cal en el planeta, la repartían liberalmente como la sustancia preciosa de los organismos, como el polvo misterioso que, en combinación con otros elementos, iba á engendrar plantas y animales.

Las aguas habían triunfado y descansaban para preparar la vida. Nacían los primeros ejemplares, se formaban las primeras familias del reino vegetal, y una nueva serie de combinaciones, de elementos y de temperatura multiplicaba las especies, para emprender el camino del progreso, ley divina dictada por el Hacedor desde las primeras horas del génesis.

El agua había sabido luchar y había logrado vencer: era el elemento destinado á crear los primeros seres de la vida orgánica: nacían la esponja, el coral y los moluscos, trayendo las primeras manifestaciones de la vida animal. El mundo estaba hecho: la corteza terrestre estaba solidificada y caminando al enfriamento completo, el fuego se batía en retirada hacia el centro de la tierra, dejando establecidas baterías de volcanes y sacudiendo la costra con espantosas conmociones.

Los reinos vegetal y animal ganaban terreno, fieles á la ley divina de la inmortalidad de abarcar el tiempo y el espacio; y desde el alga y el musgo, desde la esponja y el coral, habían llegado al helecho arborescente y al megaterio, Pero éste no era el mundo definitivo; era el gran ensayo de la creación que había de inmolarse para dejar á la posteridad el tesoro inagotable y fósil de sus restos. Nuevos cataclismos se suceden, una nueva irrupción del fuego devora las comarcas de colosal vegetación pobladas de monstruos, el fuego halló por primera vez un combustible que no pudo extinguir, ni reducir á gases, ni enviar á la atmósfera; después del incendio medio apagado por aguas torrenciales y ajitado por los terremotos, aparecieron al sol los campos negros que guardaban un período de la creación, y que nuevos siglos iban á cubrir con formaciones posteriores que un día había de romper el hombre con sus manos para encontrar los almacenes del carbón de piedra, que en nuestro siglo había de renovar la lucha del fuego con el agua para engendrar el vapor, última expresión del progreso de veinte siglos.

No es mi ánimo ni aún siquiera bosquejar aquí la historia de ese progreso; y si al proponerme hablar del hierro y el carbón me he remontado hasta su origen, es porque entra en mi convicción, sin esfuerzo alguno, que Aquél que ha dictado la ley sublime del progreso como objeto de la vida y como mediador entre el Autor y su criatura, no ha enriquecido al mundo con esos materiales al acaso, pues sabía que la humanidad en su camino había de encontrar un día esa llave del porvenir que cambiaría la faz del mundo.

Procuraré solamente dar una ligera idea de la importancia que han llegado á tener esos dos materiales en el estado actual de la civilización.

Cuando el hombre pasó del estado frugívoro al de cazador y buscó un compañero para asegurar la presa, fundó, la primera de las fuerzas hermanas: la asociación. Pidió ayuda á la materia para suplir á su debilidad personal, y labró la piedra con la piedra, instituyendo la industria. Al terminar la época de piedra con el descubrimiento del hierro en la ciudad de Tiro, el hombre hizo la mas valiosa conquista de todas las edades. De entonces á acá puede juzgarse del adelanto de un pueblo, de su riqueza y de su industria por la cantidad de objetos de hierro que elabora y emplea. Si hubiésemos de buscar una analogía entre la estructura del mundo físico y el cuerpo humano, tendríamos que considerar la red de formaciones de hierro como el sistema nervioso del planeta. Sin el hierro sería imposible la civilización, como seria imposible el reino animal sin el sistema nervioso.

No tardó mucho la ciudad de Tiro una vez fundido el hierro, en encontrar el acero, ese hierro del hierro; renovaba en pequeño las combinaciones que se efectuaran enmedio de los cataclismos primitivos por el fuego y el agua, y con el acero en la mano, caduceo de la industria de los siglos, proclamaba el dominio absoluto del hombre sobre la materia.

El hombre primitivo conoció el poder pero vió que le faltaba la fuerza: la primera que asoció á su debilidad fué la del buey, ese noble, heroico y silencioso compañero del labrador: puso después á su servicio al caballo, el mas útil de los animales; encontró la palanca, esa primera revelación de la mecánica, y desde entonces la fuerza colectiva, la fuerza muscular, y el laboriosísimo progreso de las ciencias físicas, que inventa la dinámica, que hace de la mecánica la ciencia de los milagros, el hombre de conquista en conquista ha estado acumulando las inmensas sumas de poder, de fuerza y de movimiento que un día, el mas grande en la historia de los descubrimientos, había de dominar el rey poderoso, el rey motor, la fuerza que buscaba el hombre desde el buey hacía miles de años: el vapor.

Es necesario reconocer que la mirada del Todopoderoso abarcaba desde el génesis todo el porvenir del Universo. Las relaciones que existen hoy entre las minas de hierro y los mantos de carbón en la superficie de la tierra, respecto á su geografía y á su riqueza, son evidentemente uno de esos consorcios de la naturaleza que enseñan cómo la sabiduría infinita ha puesto en todas partes junto á la sed la fuente.

El hierro y el carbón, alma y vida de la civilización moderna y tesoro del porvenir, asumen hoy una importancia tal, que deja atrás la de todos los demás productos de la naturaleza. El hierro interviene desde el nacimiento hasta la muerte del hombre y está representado en todos los objetos que nos rodean. Tomando todas las formas, desde la aguja hasta el edificio, es el material ineludible en todas las artes, en todas las industrias, en todas las manufacturas, en todas las construcciones. El hierro era antes el instrumento: ahora el hierro, merced al vapor, es el instrumento, el brazo, la fuerza, el cálculo, la intención, el movimiento, la fijeza, la seguridad, la durabilidad, la resistencia. El hierro pasa de los planos del sabio á convertirse en una máquina equivalente á una sociedad de obreros, sin debilidades, sin errores, sin fallas, que no se cansa, que no se distrae, que no engaña, que no miente, que no habla, pero que parece que piensa. El hierro aparece como animalizado, tomando la forma de un monstruo que se encarga de los mas rudos trabajos: á veces es una sierra que corta el hierro mismo como una pluma: está echado, inmóvil; pero casi á una señal del hombre pone en movimiento su terrible mandíbula de dientes de acero, y muerde una barra de metal y la divide echando chispas. Otras veces taladra el hierro, la madera, la piedra, el marfil, no importa qué materia; pero taladra á plomo inexorable, sin mentir, sin vacilar, sin hacer palpable la resistencia, como una voluntad superior á todo poder humamo. A veces es un martillo colosal que representa la fuerza muscular de un millar de obreros, y que, magestuoso, imponente, terrible, comienza á dar golpes acompasados á la hora que se le ordena, y se inmoviliza casi á una señal. No lejos del martillo ha tomado la forma de una quijada colosal, que muerde rieles viejos para reducirlos á fragmentos. A veces es un obrero hábil que maneja los textiles mas delicados, sin enredarlos, sin mancharlos, y los teje, y los dibuja, y los realza y los coloca. Otras veces cose, borda, pinta, imita, teje, desgrana, poda, corta, raspa, une, divide, imprime y ejecuta, en fin, como un nuevo ser inteligente, todo lo que el hombre le ordena.

Desde el tornillo microscópico del reloj, hasta el ariete; desde la pluma hasta el buque blindado, el hierro parece seguir, como en los reinos vegetal y animal, la escala ascendente de los organismos, multiplicando las familias y las especies. Se funden por millones las piezas, los utensilios y los instrumentos, dados una vez el tipo y la forma, y comienza la escala en el clavo, ese primer amarre de la construcción, que multiplica como, la aritmética las piezas por las piezas, el espacio y la fuerza por la fuerza y el espacio, para producir un todo coherente y homogéneo. Sigue el tornillo, ingenioso auxiliar cuya espiral se burla de las fuerzas superiores á su debilidad. Y después del clavo y el tornillo, como después del musgo y el liquen, subdividido en innumerables especies y familias, sigue el hierro tomando todas las formas imaginables, en una escala inconmensurable, para entrar de lleno en la vida actual, en todos sus actos, en todas sus manifestaciones, en la construcción de cuanto existe sobre la tierra, y para intervenir en todo lo que el hombre hace y puede hacer sobre la tierra.

Había sido necesario que precediera al vapor para que el advenimiento de esa alma encontrara el único cuerpo que podía contenerla, y constituir la máquina, el motor, la locomotiva, monstruo sagrado que borra los desiertos y que hiende las montañas para unir á los pueblos sobre la tierra.

Todo el que se para delante de una máquina, deja traslucir algo de un respeto intuitivo que no puede eludir. Parece que la mente humana, sorprendida de su propia obra, busca en la máquina residencia de esa alma oculta que hace ejecutar al hierro movimientos inteligentes. Es porque el hierro es una segunda humanidad cuyo organismo viene de la mina, como el hombre vino del barro, y cuya alma, que es la ciencia, vino del cielo como el alma.

El hombre ha cumplido su misión, y vive ya en la vida de la inmortalidad. ¿Y qué es la inmortalidad sinó el dominio, el anonadamiento del tiempo y la distancia, esos dos límites de la vida y del espacio? El hombre ya no es débil, se ha apoderado del sistema nervioso del mundo, del hierro: se ha apoderado del agua y el vapor, y poderoso con ese cosmos de su nuevo génesis, no sólo entra en la plena posesión de su morada, el mundo, sino que, obediente al sagrado creced y multiplicaos, crece en poder multiplicando esos nuevos seres, esos nuevos Prometeos del progreso que se llaman máquinas, y á una orden suya el hierro y el vapor redimen por gremios á los obreros del trabajo brutal, y economizando una suma inmensa de fuerza muscular parece decir al hierro «Toma los martillos, los picos, los cinceles, los remos de millones de obreros, y maja, rompe, tritura, labra, corre, rema, y obedece, esclavo de mi voluntad, á mis mandatos; trabaja tú, mientras yo pienso; trabaja tú, en tanto que, á nombre de la dignidad humana, redimo cada día á los obreros del trabajo de las bestias para aumentar las filas de los obreros del pensamiento; para emancipar á la falange humana del servilismo de la materia, proclamando el reinado de la vida intelectual y conquistando el derecho al infinito.»

Y el hierro obedece y el vapor ruje jadeante, y el planeta se deja desgarrar sus frías entrañas por las manos del hombre incansable, activo, perseverante en el camino de su inmortalidad.

Este imperfecto bosquejo, no obstante la contracción á que lo reducen los límites de un artículo y la incapacidad del que lo escribe, puede dar una idea de la importancia que tienen en el mundo el hierro y el carbón. Una vez conocida vendremos sin esfuerzo á convenir en que los pueblos, en cuyas manos están los destinos de la humanidad, son los que representan mayor suma de virilidad y de fuerza, de riqueza y de poder, quiere decir, los pueblos que tienen en sus manos el hierro y el carbón. Todos los demás pueblos de la tierra que no aceptan esta fórmula de progreso, arrancando de su propio suelo esos dos elementos de la civilización, habrán de quedarse atrás como tributarios perpetuos de los pueblos del hierro.

La relación que se observa hoy entre la preponderancia y avances de las naciones y su producción de carbón y hierro, traza para siempre con datos seguros el camino del engrandecimiento y del poder. No será pues aventurado, sino conforme á la filosofía de la historia, temer que, si los pueblos australes de este continente que trabajan por su porvenir, no aceptan la forma reconocida del progreso y acrecentamiento de poder, habrán de desaparecer inmolados á las necesidades del futuro, como desapareció en las primeras edades el mundo de los helechos y los monstruos, inmolado á las necesidades de este siglo.

En el trabajo incesante del hombre por la inmortalidad, quiere decir, en sus conquistas sobre el tiempo y el espacio, encontró la vía férrea que realiza este milagro y que constituye por lo mismo la primera condición del progreso actual. Pues bien, las vías férreas, con todos sus trascendentales efectos y resultados en la civilización, se concentran en estos dos elementos: el hierro y el carbón. Repartidos con profusión previsora en la superficie de la tierra; y sin distinción, á la familia humana, como prenda de la fraternidad universal, se han apoderado de ellos los pueblos mas inteligentes, mas activos, mas adelantados. Deben seguir las mas débiles el mismo camino para hacerse fuertes y para ser felices; y aquellos pueblos que, parados sobre sus montañas de hierro y sobre sus mantos de carbón, tienden la mano suplicante pidiendo hierro y carbón al poderoso, es por que no han llegado á su época viril á pesar del progreso del siglo; es por que han mal empleado sus fuerzas y desatendido sus tesoros naturales; es por que han desobedecido la ley suprema que lleva al mundo á su destino glorioso; y descarriados por la poesía de la imaginación, ó envenenados por las pasiones, vienen á encontrarse en el siglo XIX dando vueltas concéntricas en un recodo del camino.

¡México, hermosa y desgraciada México, tierra de mi cuna, de mis amores y de mis recuerdos, levántate! Asume los tesoros de tu fuerza gastada en sangre; asume los tesoros de tu inteligencia brillante empañada con la pesada atmósfera de tu larga lucha; despierta y pon el oído atento á esa poderosa voz del progreso humano que viene cambiando la faz de las naciones, que viene unificando las costumbres, las leyes, los usos y las necesidades, porque ha sonado la hora de la regeneración por la fraternidad, de la unión por la similitud, del poder por la inteligencia y del porvenir por el trabajo y ¡por la paz! ¡Levántate dueña de tí misma y piensa en que las demás naciones te contemplan! Hiere la tierra con tus fusiles, descubre al aire tus mantos de carbón, entrega á tus ejércitos el arma de la civilización y del poder, del porvenir y de la paz: entrégales el azadón, y apodérate del sistema nervioso del planeta, para que no te arrastre como polvo liviano el viento del siglo que sopla desde el Norte. Emprende el nuevo génesis de la civilización, asociándote al hierro, que es una humanidad complementaria, cuya alma es el vapor, Pegaso que nos lleva al templo de la inmortalidad.

Los pueblos nacieron buscando el remanso, el arroyo, la arboleda, el río. Hoy los pueblos nacen buscando el carbón y el hierro. La geografía trazaba antes la ciudad; hoy el hierro y el carbón hacen la geografía de las ciudades: el hierro y el carbón hacen el túnel, el acueducto, la esclusa, el reservoir, el nivel, la arboleda, el río, el puente, la casa, no importa en qué desierto. Allí donde están el carbón y el hierro estarán la ciudad, la vida, la riqueza, la civilización. Después que el hombre ha logrado acortar el tiempo y la distancia, después de haber unido á los pueblos con el riel y el alambre para trasmitir la mercancía y la palabra, necesitaba una voz poderosa, simultánea, colectiva, compacta; necesitaba un nuevo lenguaje digno de sus nuevas obras; la palabra era insuficiente, era profusa y voluminosa; necesitaba decir lo que hacía, y decirlo en todas partes; los hechos se producían y se precipitaban rápidamente y la palabra no podía alcanzarlos; era necesario inventar la estenografía de los hechos, era necesario hacer otra conquista sobre el tiempo, dar otro paso á la inmortalidad, y el hombre inventó la estadística.

Así como Dios ha dado al hombre la conciencia para que sepa lo que ha hecho, lo que hace y lo que debe hacer, así el hombre ha dado al mundo la estadística que es la conciencia del progreso, para que el mundo sepa lo que ha hecho, lo que hace y lo que debe hacer. La estadística, pues, lo repetimos, es la conciencia del progreso, es la estenografía de los hechos.

La civilización que es colectiva y múltiple, que es la última expresión de muchos hechos, de muchos esfuerzos y de muchas conquistas, necesita hablar un idioma colectivo y múltiple, última expresión de muchos hechos, de muchos esfuerzos y de muchas conquistas.

La historia de veinte siglos, ese catecismo de la humanidad, ha enseñado al hombre lo deleznable de las cosas, lo deleznable de los pueblos y de las tiranías; le ha enseñado cómo acaban los pueblos perezosos á ignorantes; y pensando en el porvenir, pidió al cielo una garantía de perdurabilidad, y al enviarle el cielo á la ciencia presentándole el hierro y el carbón, la humanidad, asiéndose á la entraña incorruptible del planeta fundó el criterio de sus hechos, salvando toda controversia y toda vacilación, en la inflexible lógica de los guarismos, inventó, en fin, lo indiscutible, lo absoluto; porque la suma de los hechos consumados revelará siempre la verdad incontrovertible.

Hemos echado una rápida ojeada en la historia del hierro y el carbón desde su origen hasta nuestros días y hemos aprendido á conocer su importancia en el libro de los hechos que es la historia y en el libro de la verdad incontrovertible que es la estadística. Para ser consecuentes no debemos terminar este trabajo sin dejar nuestros asertos corroborados con la poderosa afirmación de los guarismos.

Dijimos que puede juzgarse del adelanto, riqueza y poder de una nación por el empleo que hace del carbón y el hierro.

Hé aquí en dos tablas las cantidades de hierro y de carbón que han producido las naciones en el último año de 1878:


Produccín de hierro

                      Toneladas
                     ----------
Gran Bretaña .......  6.300,000
Estados-Unidos .....  2.301,215
Alemania ...........  1.816,672
Francia ............  1.417,073
Bélgica ............    562,086
Austria y Hungría ..    443,689
Rusia ..............    420,035
Suecia .............    346,955
Otros países .......    200,000
                     ----------
         TOTAL ..... 13.807,725


Producción de carbón

                            Toneladas
                          -----------
Gran Bretaña ............ 134.179,968
Estados-Unidos ..........  50.000,000
Alemania ................  48.337,950
Francia .................  16.773,779
Bélgica .................  14.099,281
Austria y Hungría .......  12.852,048
China ...................   3.000,000
Rusia ...................   1.152,850
Australasia .............   1.250,000
Canadá ..................   1.000,000
España ..................     500,000
India ...................     500,000
Turquía .................     150,000
Italia ..................     182,500
Japón ...................     390,000
Todas las demás naciones    1.000,000
                          -----------
               TOTAL .... 285.368,376


El inmenso costo de las vías férreas ha sido el principal escollo con que han luchado todas las empresas; pues si bien los ferrocarriles cambian la faz de los pueblos y su excelencia es tal que no sólo son el medio de transporte fácil y seguro, sino que llegan á convertirse en el elemento y origen de prosperidad general, debe invertirse en ellos un capital proporcionado al interés que rindan, so pena de convertir en víctimas á los que, guiados por un entusiasmo insensato acometen empresas bajo las bases de inversión de un capital superior á toda compensación probable.

Dentro de esta desproporción caben todas las empresas de mala fé, como á la sombra del utilitario pensamiento de un nuevo ferrocarril, cabe ampliamente la sórdida especulación, que entorpece la acción del progreso legítimo, el cual aconseja el prudente empleo del capital y la economía sabia, como bases indispensables de toda empresa honrada.

Copiamos en seguida los datos que hemos podido recoger sobre el costo de rieles en Inglaterra, los Estados Unidos y México.


Por tonelada ------------ Rieles de acero en Inglaterra: costo por término medio según su peso .............. $ 28.00 Id. en los Estados Unidos .... $ 31.00


Costo de los rieles en México

Por tonelada
------------
Precio en Inglaterra ......... $ 28.00
Flete á Veracruz .............    9.00
Desembarque ..................    2.00
Flete á México según tarifa ..   54.32
                               -------
                    SUMA ..... $ 93.32


Costo de los rieles en Celaya

Hasta México ............... $  93.32
Fletes de México a Celaya ..    30.00
                             --------
                    SUMA ... $ 123.32


Costo de los rieles en S. Luís Potosí

En Inglaterra ......... $  28.00
Flete á Tampico .......     9.00
Desembarque ...........     4.00
Flete á San Luís ......    60.00
                        --------
             SUMA ..... $ 101.00

Costo de rieles en Nueva York $ 31.00 Flete á Tampico ............. 9.00 Desembarque ................. 4.00 Flete á San Luís ............ 60.00 -------- SUMA ..... $ 101.00


La diferencia entre $ 28 y $ 123.32, ó sea un 500 por 100 de aumento en el precio de los rieles representa un capital cinco veces superior al interés legítimo y probable de cualquier empresa ferrocarrilera, aún sin tomar en cuenta los inconvenientes naturales de una empresa nueva y en un país relativamente pobre. Es por lo tanto nuestra humilde opinión que el capital que se invierte en fletes y transportes, contratos y comisiones de rieles, ó sean cinco pesos por cada uno de los que se gastan en ese material cubrirían con exceso todo género de gastos que se emplearían en la explotación directa del hierro y del carbón de piedra en nuestro territorio.

Washington, D. C., Septiembre de 1879.

El último riel

Acaba de entrar México en la gran red de acero que cubre el territorio de los Estados Unidos de América, y este acontecimiento, que será uno de los mas notables que registre la historia de nuestro país, no sólo por la actividad asombrosa con que han sido construidas sus primeras mil doscientas veinticinco millas, sinó por sus resultados trascendentales, viene siendo objeto y materia de los comentarios y consideraciones mas diametralmente opuestos, según la posición, antecedentes y modo de ver de los comentadores.

Hay un considerable "número de pesimistas que se manifiestan profundamente conmovidos de cuya mente no pueden apartarse esos dos hilos metálicos que representan la trasfusión de dos pueblos, de los que uno, el nuestro, va á dar una voltereta definitiva, como la del pajarillo entre las fauces del boa constrictor. ¡Adiós independencia! ¡Adiós autonomía! ¡Adiós industria! ¡Adiós comercio! ¡Adiós agricultura! todo va á ser absorvido; ésta es la palabra: absorvido por el pueblo gigante; todo, del primer chupetón.

Hubo pesimista de estos hace diez años que explicó clarito cómo era mas fácil al ejército americano venir á México en ferrocarril que á pié. Hubo quien probara, con muy buenas razones, que mientras los yankees no tuvieran un ferrocarril, no habían de pensar en hacernos la guerra; y todo el grupo hipocondriaco, en fin, acabó por asegurar que el Ferrocarril Central era la pérdida definitiva de nuestra nacionalidad.

Esta salsa compuesta de temores y vacilaciones ha sido sazonada con la respectiva sal y pimienta del partido conservador; el que, por supuesto, ha encontrado propicia coyuntura para hacer alarde de un patriotismo triste, desaprobativo y santurrón, y que consiste, como de costumbre, en amar el pasado, condenar el presente y ennegrecer el porvenir.

—Es preferible nuestro atraso, se murmura en la sacristía, valía más nuestro «statu quo.» ¿No le parece á usted, padre X?

—Por de contado, mi señor, en eso no cabe ni «Gerónimo de duda.» Van á venir tiempos muy calamitosos para esta tierra que nos vió nacer. De modo y manera que si nos fuera permitido aplicar de una manera profana el sagrado lema de nuestra Madre Santísima de Guadalupe, podríamos decir que el destino «non fecit taliter omni nationen.»

Otro de los grupos pardos que ha alborotado el humo del Ferrocarril Central, tiene de los yankees la misma idea que de los antiguos titanes.

—Yo creo mas bien, dice un docto, que ha vivido ya medio siglo en la misma casa del mismo callejón, que son una especie de cíclopes, con un ojo adicional en la frente.

—Muy bien dicho, compadre; y ese ojo es el ojo ferrocarrilero, ya ve usted si no, cuántas cosas grandes han hecho con ese ojo.

—Sí, pero nada semejante á las obras admirables del Indostán, ni á las de Asiria y Babilonia, porque aquellas obras eran ejecutadas todas para et culto á la divinidad, y las obras de los norte americanos tienen por objeto el culto á Satanás, ó lo que es lo mismo, á la ambición desenfrenada de riquezas, extrañas á la Iglesia.

—Muy bien dicho, compadre; ése es el verdadero espíritu de esos hombres sin religión, que dicen que son los que vienen á civilizarnos.

—Figúrese usted, civilizarnos á nosotros! cuando el mismo Juvenal ha dicho tantas veces, en sus charlas dominicales, que México camina á la vanguardia de la civilización!

—Pues ya se vé, nosotros no necesitamos más civilización, ni, mucho menos de esa clase, la civilización protestante! ¡vaya usted á ver! ¡Habían de ser los protestantes los que vinieran á enseñarnos á nosotros!

—Pero ello es que así lo pregonan los liberales. ¿No ve usted cómo están creyendo que esto del ferrocarril va á ser una bendición de Dios?

—No lo crea usted, compadre. No lo creen ellos mismos, aunque lo digan; usted mejor que nadie conoce los resortes secretos de la prensa que se dice liberal. Ellos son los primeros en temblar ante las consecuencias de semejante calaverada, ya verá usted, ya verá usted, compadre, lo que sucede dentro de poco.

—Qué cree usted que va á suceder?

—Pues muy sencillo, compadre. Comience usted porque hay tomados como ciento cincuenta mil boletos para el primer viaje. ¿Se figura usted avalancha semejante? ni la irrupción de los tártaros, ni las depredaciones de Attila, pueden darnos una idea de esa conquista.

—Conquista pacífica.

—Sí, pacífica, de apropiación, de usurpación, de «money» pero conquista ¿No ve usted cómo se han apoderado de la plaza del Seminario donde exhiben á sus animales feroces y á sus mujeres desnudas? No ve usted cómo, no contentos con embaucar al pueblo bajo con funciones baratas, se apoderan también del teatro y se atreven á dar óperas en inglés? Cuándo se había visto semejante profanación? Si hubieran venido hace veinte años los apedrean; pero hoy todo lo yankee está de moda, muebles yankees, circo yankee, ópera yankee, zapatos yankees.

—Cómo!

—No ha visto usted, á nuestros pollos metidos en unos zapatos descomunales, acabados en punta como todo lo de los yankees? Póngales usted cuidado, tienen unos piés feroces, que ellos mismos les llaman de «vía ancha,» y de punta angosta; son una especie de chalupones en que caben los piés del Coloso de Rodas.

—No les he puesto cuidado. Pero lo que sí me ha llamado la atención son unos letreros que hay por todas partes que dicen «English spoken» y que según yo me malicio quieren decir: «se habla inglés.»

—Exactamente. Esos son los preparativos del terreno. Es para que no vengan esos ciento cincuenta mil yankees el día menos pensado sin encontrar quien los entienda.

—Afortunadamente ellos no se confiesan, compadre, que si no, ya tendríamos trabajo usted y yo en el confesonario.

—Es seguro, ellos buscarán la cantina, la sastrería, la fonda y el circo, y en todas esas partes «english spoken.»

Estos rumores se difunden por la ciudad, engendrando una especie de hipocondría nacional, que hace contraste con los preparativos de la inauguración del ferro-carril. El resto del público permanece indiferente, esperando los acontecimientos; quiere ver venir las cosas y no se atreve á emitir su opinión en una cuestión realmente difícil, y sobre todo nueva.

Hay algunos, no obstante, que abogan por el «latinizamiento» contra el «sajonismo» lo cual equivale á apelará la honradez en lugar de apelar al revólver para defenderse de los ladrones; otros creen que dedicándonos á la música, seremos mas fuertes, y otros al catolicismo, puesto que los otros son protestantes.;

Yo no sólo respeto profundamente estas opiniones, sino que les reconozco su poder curativo, como á muchas drogas, siempre que la ciencia las sepa aplicar en su caso» Pero entre si serían galgos ó podencos, los rieles se juntaron y el camino está listo.

Empieza la representación. ¿De qué drama?

—Del de la pérdida de la nacionalidad responden sentenciosamente los conservadores.

—Del de la absorción de nuestra raza, dicen los «absorcionistas.»

—Del de nuestro «ayankamiento» dicen los habitantes del distrito federal, temerosos de que se acaben las tortitas compuestas y los cacahuates.

¿Y de todo esto cuál será lo cierto?

A mí me parece que la nacionalidad se estará parada á pesar de los conservadores; que la estupenda absorción consistirá en el aumento de la colonia americana, que por poderosa que llegue á ser, permanecerá como el aceite y el agua, separada de nuestro pueblo é impotente para trasmitirle ninguna de sus costumbres, de sus vicios, ni de sus virtudes; porque si nuestro pueblo fuera susceptible de modificar sus costumbres y manera de ser por el contacto con los extranjeros, no estaría hoy el comercio: casi exclusivamente en manos de alemanes y franceses, y las panaderías en manos exclusivamente de españoles.

No hay pues temor de que nos ayankemos, por la misma razón que en sesenta años no hemos podido todavía ni «alemanizarnos ni españolizarnos.»

Los americanos vendrán y harán tan buenos negocios ó mejores de los que han hecho los otros extranjeros, y nosotros nos los quedaremos viendo, con la misma cara con que contemplamos los palacios de Toriello Guerra y el Club alemán; y el terrible y pavoroso ayankamiento consistirá, cuando más, en que algunos jóvenes mexicanos bien educados, instruidos y capaces de aprovecharse del contacto con la raza de hombres de negocios, y de nutrirse con el espíritu práctico de la civilización moderna, aprenderán á enriquecerse, en bien del país, en obras útiles y trascendentales, como aprendió nuestro inolvidable Ramón Guzmán, con el aplauso y beneplácito de la sociedad entera.

En un vagón

Todas las cosas se parecen á sus dueños.

—¿Por qué lo dice usted?

—Por una friolera. Figúrese usted que estoy convidado á una tertulia deliciosa esta noche; y digo deliciosa, porque van allí unas muchachas angelicales, de esas que hasta salen á bailar en los periódicos de puro lindas; van mis amigos, se toca el pianose canta, se baila y se cena de una manera expléndida.

—Pero bien, ¿porqué no se queda usted?

—Qué me voy á quedar. Estamos viviendo en San Angel, porque á una de las niñas le dió tos ferina y al mayorcito lo hemos tenido con intermitentes.

—Válgame Dios. Pero por qué decía usted que todas las cosas se parecen á sus dueños?

—Ah! lo decía por nuestro servicio de ferrocarriles,. cuya despótica consigna, para mengua de la civilización y del progreso, es ésta: á las ocho cada mochuelo á su olivo. Los de San Angel, Tlalpam, Mixcoac y demás pueblos circunvecinos y los habitantes de las colonias y de los barrios, á dormir á las ocho; y cuidado quien se mueve, que bastante guerra dan durante el día.

—Sabe usted que después de todo, ésta es una tiranía?

—Es algo más que eso. Es, que aunque nos la den amasada y compuesta, los mexicanos no sabemos aprovecharnos de los beneficios de la civilización; ni tenemos la ambición bastante para medrar y engrandecemos, aun cuando tengamos en nuestras manos la posibilidad. Figúrese usted, amigo mío, que es triste condición la nuestra; que hemos de seguir teniendo las costumbres de una ciudad frailesca, porque así le dá la gana á una empresa, que después de hacerse millonaria á costa del público, le paga á éste con encerrarlo á las ocho de la noche, sin que haya poder humano que la convenza de que llegaría á duplicar sus entradas si hiciera extensivo el servicio hasta las altas horas de la noche.

La tal compañía prefiere ganar lo que gana y tiene asegurado, á aventurar un solo centavo en el servicio nocturno, no obstante ser éste ya una verdadera exigencia de la sociedad. La empresa finge creer que el público no ocupará los trenes de noche, y se empeña en que los mexicanos somos medio salvajes, y que jamás hemos de adoptar las costumbres de las sociedades cultas, y digo que la empresa finge creerlo así, para ocultar la verdadera causa de su retraimiento, que es la pusilanimidad y el egoísmo, el deseo de enriquecerse sin peligro, aun cuando sea tiranizando á la sociedad que la protege y que merece más consideraciones y más respeto de los que la empresa le guarda.

Los pueblos de los alrededores están llenos de las familias que salen de la capital en busca de mejores aires; pero dado el momento en que una familia tiene necesidad de salir de garitas es condenada por la empresa de ferrocarriles del Distrito á llevar vida de campesino, á prescindir de la vida de noche, que es la vida de las capitales.

¡Qué mucho que México, á las nueve, parezca un cementerio, cuando la empresa se empeña en que cese el tráfico nocturno, cooperando con su mezquino y poco calculado proceder á acrencentar y sostener ese mal gravísimo que nos aqueja de la falta de sociabilidad, que se hace sentir en México más y más cada día.

Relativamente es muy corto el número de personas que pueden hacer visitas de día porque sus ocupaciones no se lo permiten. Las reuniones sociales son generalmente en todas partes de noche, y en México estamos sentenciados por la referida empresa á prescindir de nuestros deberes sociales y de la comunicación con nuestro respectivo círculo, por que ya no sólo arredra la distancia sinó el mal estado de las banquetas y del alumbrado.

Si la empresa de tranvías conociera sus verdaderos intereses y pensara un poco en el servicio que prestaría á la sociedad y á las costumbres, debía mantener el servicio hasta después de las doce de la noche; y sólo esto cambiaría la faz de la ciudad, cediendo esta mejora muy directamente en beneficio del comercio y de las empresas de teatro, que contarían con el público de los suburbios, de las colonias y de todos los lagares distantes de los teatros; porque á la verdad, en las presentes circunstancias, necesita un habitante de Peralvillo, de San Cosme ó de San Pablo una pasión decidida por el arte dramático, para salvar dos veces la distancia de su casa á la calle de Vergara.

Esta mejora, repetimos, no sólo cedería en beneficio material y directo de ciertas empresas, sinó que influiría poderosamente en el movimiento social, tan necesario á los habitantes de esta ciudad con resabios de poblacho.

Es verdaderamente ridículo, y pugna con el espíritu de este género de servicio público, ese toque de queda que condena al sueño, al fastidio y á la inacción, á una ciudad de cuatrocientas mil almas..

Hay muchos pesimistas, los empresarios de las tranvías «in capite,» que le dicen á usted que esta sociedad está muerta, y no tiene remedio, que de nada servirá que se establezca el servicio de noche, porque los vagones se pasearán vacíos por todo México.

Es que á la empresa le duele perder en los primeros días de prueba, en los que, á no dudarlo el movimiento sería insignificante; pero téngase presente que las facilidades para viajar son las que forman el hábito de los viajes; y apelo á todas las empresas ferrocarrileras y á la historia de todos los ferrocarriles, que tanto han modificado las costumbres en el mundo. El público no ha sido concurrente sino después de cierto tiempo de establecida una linea, porqué el movimiento de la mayoría no se determinó repentinamente, sinó á medida que en las combinaciones de cada individuo del público va entrando la ocasión y el motivo para aprovecharse del beneficio.

Esta población, compuesta en su mayor parte de empleados y comerciantes, haría de buena gana sus visitas de noche, y llevaría la animación á las colonias, desiertas ya á las ocho; en cambio, los habitantes de las colonias vendrían á dar más vida y animación á la capital y á sus espectáculos.

—Tiene usted mucha razón, dijo el otro pasajero; pero á pesar de todo, los avaros ferrocarrileros han de seguir haciendo su agosto con perjuicio del público y con mengua del adelanto y la cultura de la capital.

En esto habían llegado á San Angel; los dos interlocutores se despidieron y metiéndose en el lodo se perdieron en la oscuridad.

Fotografía de la familia

A mi viejo y querido amigo J. M. Rodriguez y Cos.


Cuando la fotografía vuelve á trasladar al papel al cabo de diez años las líneas de un grupo de fisonomías que nos han sido familiares, la corrección de ciertos toques de luz, la desviación imperceptible de un contorno, la aparición de ciertos detalles ligerísimos, la modificación insignificante del modelado, despliegan ante mi mirada atenta y escudriñadora los terribles estragos de las horas que pasaron, la profunda huella del tiempo destructor en solo una década, minuto fugitivo para el infinito y siglo para nuestras penas.

Todo lo que vive en el mundo orgánico llega á laxar las líneas de su gentileza y su donaire como si una estética invisible, no pudiendo sostener la tensión de ciertas curvas, dejase caer el buril con que trazó las formas juveniles.

La planta, el animal y el hombre obedecen á la misma ley de acabamiento y destrucción; y para que el sabino colosal no viva impunemente algunos siglos, legiones de parásitos se apoderan de sus altas copas para colgarle las guedejas blancas de la ancianidad.

Pero cuántas gotas de hiel tienen que caer en el alma para alterar una sola línea del semblante, cuántas horas de angustia para llegar á marcar una incisión entre las cejas. Cuántas lágrimas para apagar apenas ese punto de luz de la pupila. Cuántos dolores se necesitan en diez años para alterar nuestra fisonomía. Y en cambio, unas cuantas décadas contienen los modelos de nuestras cinco edades, como las cinco primeras páginas de un libro que voltea de un soplo el tiempo cuando pasa.

Una fotografía me ha descubierto una nueva amargura de la ausencia. Cuando nos envejecemos juntos, pasan desapercibidos á nuestra observación las líneas que se modifican, los perfiles que se laxan, las curvas que se expanden, los ojos que se apagan; pero cuando á los diez años de ausencia se recibe la fotografía de un amigo á quien dejamos joven, se devora aquella imagen con un estupor en cuyo fondo está la mas implacable de las verdades, la mas amarga de las advertencias, las páginas se han vuelto, el libro está al concluirse, la muerte está esperando.

Y de esta severa lección no nos consuelan ni los niños: los dejamos riendo, y como si hubieran volado á unirse con los ángeles vienen en su lugar jóvenes en cuya fisonomía caben ya las penas, en cuya frente cabe el pensamiento. Siempre hay algo audaz en los semblantes juveniles, como hay algo resuelto y atrevido en los tallos nuevos de las plantas; la vida se prepara á la lucha, el corazón se prepara al goce y al suplicio, el hombre va á venir y quién sabe qué complicada historia le aguarda, ni de qué dramas será actor, ni de qué dolores será presa; gladiador del sufrimiento le espera con la sonrisa en los labios y no teme sucumbir.

Este nuevo milagro de la luz y de la ciencia que se llama fotografía, marca las etapas de nuestra corta peregrinación, mientras esos mismos rayos de luz con que juega aquí el ingenio del hombre, llevan á millones de leguas y por millones de años la impresión luminosa que recojen de nuestro planeta de segundo en segundo, para enseñarla á no sé qué seres que la ven al pasar en su viaje infinito por el espacio.


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Hasta aquí llegaba la elocuencia de las líneas que me hablaban en la fotografía de la familia, cuando otro orden de ideas surgió del grupo. Me hablaba la familia, quiere decir el regazo del amor, el origen de las sociedades, el único oasis del sentimiento, la única forma palpable de la felicidad sobre la tierra. El tronco añoso que dió vida á las ramas, autor y padre, sostén y alivio, norte y gobierno, con un corazón que se divide en pedazos, con un pensamiento que se multiplica, con una idea que engendra ideas, con un amor que encarta amores, rodeado de su mundo en nido de esperanzas, en donde el pesado fardo de sus penas se aligera con sonrisas, donde el pasado de dolores se disipa con la alegría de los otros. Ahí está la raíz de ese árbol humano que se llama familia, ahí está la madre, heroína sin saberlo, con la historia de las abnegaciones infinitas y de los sacrificios ignorados, de las lágrimas silenciosas y de las virtudes ocultas, historia que sólo los ángeles sabrían contar por que las mismas madres no la conocen, como no conocen las raíces la importante cuanto oculta tarea de la absorción incesante de ciertos jugos. Ahí están las ramas que no pagan jamás sobradamente el valioso triple tesoro de la vida del amor y del saber, hasta que, semillas arrancadas del ovario que las nutre, van á emprender el nuevo poema de la vida doméstica, á acrisolar con recuerdos y suspiros el nuevo amor que sienten, centro de otro círculo, tronco de otras ramas. Allí como el que empobrecido por disipado, recoje con afán las olvidadas enseñanzas y recorriendo su pasado paga tributos de justicia y reintegra en su alma con las joyas perdidas del ejemplo, el amor que necesita el hijo, el calor que necesita el nido y el poder que necesita el tronco.

Cuando la escala de los seres en el mundo orgánico había llegado al hombre, y antes que el amor naciera, ya el Amor Eterno había bosquejado en el iris del porvenir la fotografía mela familia.


Publicado el 23 de octubre de 2021 por Edu Robsy.
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