Los Zapatos Nuevos

José Zahonero


Cuento



I

Metiditos en su estantería se hallaban multitud de botas y zapatos lujosos y modestos, chicos y grandes, de tela y becerro, de charol y de piel de vaca, quietos todos y formados en hileras, como se ven los piés de los soldados el día que estos cubren por cualquier motivo la carrera de alguna procesión ó comitiva cívica de gran pompa.

Entró un parroquiano en la tienda y pasó revista al abigarrado batallón. Se fijó en un par de zapatos que al lado de unas botas nuevas de charol se hallaban como meditando en cual sería su suerte, y eso que poco tenían que pensar en ella. Ellos eran unos zapatos de obrero, y desde luego sospechaban lo mucho que tendrían que padecer, las miserias que habían de presenciar y la triste vejez que les esperaba, pues se verían trabajando hasta romperse de viejos; no así las botitas vecinas, y así lo entendían ellas, pues era más el charol que se daban casi que el que tenían.

¡Oh, las botitas apretarían el pié de alguna dama rica, que siempre las llevaría en coche y, por último, las regalaría á su doncella, la que, por no esperar otras en mucho tiempo, habría de cuidarlas con esmero y solícito amor!

Pronto aquellas botas y zapatos allí reunidos se distribuirían á diversas personas y seguirían opuestos caminos, tal vez para jamás reunirse.

Al meditar en los confusos trazados que señalan los zapatos y botas que andan por el mundo, se medita en los enrevesados y complicados tejidos de hilos que tiende el destino.

Por fin, el parroquiano que había entrado en la tienda se decidió y tomó los zapatos; se los probó, dio dos golpes con ellos en el suelo y salió de la tienda despidiéndose del maestro; en tanto los zapatos lo hacían de sus hermanos, y especialmente, del par de botitas de charol, sus vecinas.

Al principio, debe ser doloroso el oficio de un zapato nuevo, y por eso ellos, mal humorados, aprietan el pié como rebelándose; pongámonos en su lugar, mejor dicho, dejémonos poner como ellos, y veremos que eso de mantener el cuerpo de un extraño y tener que doblarse sobre el suelo á su voluntad, es muy duro… así es que al principio opusieron algunos inconvenientes que obligaron á cojear á su dueño; pero pronto se ensancharon un poco, sin duda con el aire fresco.

¡Qué mundo se ofreció á su vista! No eran todos los calzados tan nuevos como los de la tienda; entonces fué cuando comprendieron lo terrible de la existencia: tropezaron con miles de zapatos obligados á andar cuando cuasi les faltaba la suela; algunos, escépticos ya á fuerza de desengaños, se reían de todo y producían en el suelo menos ruido que una despreciable zapatilla; otros, bebían tinta y al ser arrastrados, lanzaban al aire tristísimos lamentos.

De pronto, un frío intenso y una humedad ingrata corrió por la piel de los zapatos nuevos. No comprendieron la causa; porque ellos, aunque tienen alma —no os riáis, que es una verdad, y si no preguntádselo á un zapatero, persona competente— digo, que aunque los zapatos tienen alma, no son muy largos de vista, por eso se pisan con frecuencia unos á otros y por eso no se explicaron los de mi cuento aquel frío y aquella humedad que les mojaba.

Pero vosotros que vivís en Madrid comprenderéis que se trata de una ducha de esas que regala el Municipio á los vecinos de la corte en cada esquina.

Los zapatos se sintieron golpeados por su dueño contra la acera y luego llevaron á éste á una tienda donde acudió á guarecerse.

Allí, su dueño, se refugió, y en tanto pasaba el peligro, se puso á mirar un cuadro que había colocado en la pared, y de pronto, sus pobres zapatos volvieron á ser víctimas de sus movimientos; el dueño comenzó á danzar y á saltar con rapidez de niño, y luego, saliendo á la calle, dio en caminar por ella con apresuramiento de loco.

—Pues señor —se decían uno á otro los zapatos en tanto andaban y con voz fuerte aunque algo tomada por la humedad— este hombre no debe ganar para zapatos, ni nosotros para sustos; lo que es así ni un mes duramos.

Y naturalmente, se pusieron tristes; pero no lo estaba su dueño, porque el cuadro que había mirado era la lista de la lotería y allí vió que había caído un premio de importancia en un número del que tenía dos décimos. ¡Figuraos! ¡Pobres zapatos!

II

Envueltas en un pañuelo de percal para que no las diera el frío; llevó el muchacho del taller las botitas de charol á una linda señora que habitaba un hotel magnífico, no recuerdo bien su número, pero sí que se halla en la Castellana.

Luego de silbar unas cuantas óperas de plazuela, tirar algunas piedrecitas á los gorriones, recoger unas cuantas colillas y quedarse embobado ante el escaparate de una pastelería, llegó, por fin, el aprendiz con las botas al hotel referido.

Por entre las aberturas del pañuelo llegó á las botinas un perfume delicioso, y al ser descubiertas se hallaron sobre una mullidísima alfombra junto á unas zapatillas bordadas de oro. Eran las que calzaba la señora.

De la chimenea llegaba un tibio y grato calorcillo, y el rojo de las brasas reflejaba como en unos ojos en las bigoteras de charol de las botitas.

Un gatito pequeño y blanco golpeó graciosamente los elásticos con su manita, y las blancas y suaves de la señora se apoderaron de las botas, y con un calzador dorado fueron obligadas á entrar en los piés.

Aquello fué sin sentir; dulcemente el pié se deslizó, y ¡qué pié! tan pequeño y lindo, que más se creerían las botinas cajas de confites que botas, y más tomarían por almendra que por pié aquel menudo y precioso pié.

Lo dicho, la mejor vida: andar sobre alfombras, ir bien tapaditas en el coche, verse muy cuidadas, aspirar aromas deliciosos, y, sobre todo, tratar con el más aristocrático calzado, sin verse jamás expuestas á recibir el apretón de un zapato de aguador.

Si se llegaran á encontrar en el delicadísimo caso de servir á su señora de confidentes lo harían, sí señor que lo harían; dar golpecitos bajo la mesa al gallardo botin de un caballero; vamos es seductor, dígase lo que se quiera.

Ea, ya tenemos en una brillante posición social á las botitas.

¡Ah! pero de pronto se sienten violentamente sacudidas contra el pavimento que rodeaba la chimenea, y se ven golpeadas contra el suelo por un furioso zapateo, obligadas á ir y venir por todas las habitaciones de la casa, y de vez en cuando azotando nuevamente el suelo con la rapidez de golpes de una campanilla eléctrica y la violencia de un martilleo.

Era que á la gran señora le había acometido un tormento infernal, un terrible dolor de muelas.

Las botitas rabiaban á su vez y se quejaban con un chirrido como de ratones, incomodadas como niñas mimosas y renegando de su suerte.

III

—Pues señor, desde que he estrenado estos zapatos todo me sale maravillosamente; como que ellos representan una elevación mía en la escala social: el tiempo en que he dejado de calzar zuecos y alpargatas para calzar unos zapatos decentes. Casi todo se debe á mi trabajo y un poquito á la suerte.

Esto se decía una mañana el dueño de los zapatos en tanto contaba 2.000 reales en oro y los colocaba en dos columnas de moneditas sobre la mesa. Pero de pronto recordó que con el cobro de la parte que en el premio le había correspondido se había olvidado de zanjar algunos asuntos.

—Vaya, puede que ahora que ha logrado fortuna se nos reserve á nosotros un servicio menos trabajoso, se dijeron los zapatos.

No bien acabaron de hacerse esta última reflexión, cuando el dueño volvió á meterlos en combate y piam, piam, á la calle otra vez.

Calle arriba llegaron al hotel donde se hallaban las botitas. ¿Cómo podían ellos adivinarlo? ¿Y cual no fué su sorpresa al hallarlas en la antesala con otras botas más?

Pero ni hablarse pudieron, porque en un momento despachó su asunto el dueño.

Y á partir de este momento, todos, todos los días, los zapatos se vieron obligados, durante un mes, á acudir al hotel: luego cesaron de ser llevados y de llevar allí á su dueño; pero tuvieron que acudir con igual celo á otra parte durante otros dos días; y por último, un día que el dueño les mantenía parados á una esquina, ellos divisaron en una tienda á las botitas nuevas, el dueño pareció también haberlas visto é intentar acercarse á ellas, porque se dirigió á aquel punto; pero las botas no se detuvieron, sino que saliendo de allí, caminaron apresuradamente por la calle: los zapatos se veían obligados á perseguirlas, y lo hacían con gusto.

Pero las botitas no se dejaban alcanzar, y cuando ya casi se hallaban próximas á ellas los zapatos, doblaban la esquina las picaras botitas.

Volvían á descubrirlas y volvían á emprender la caminata, y vuelta á las burlas y vuelta á la persecución.

Los zapatos se hallaban ahogados por el polvo… aquello era cruel. ¿Por qué huían las botitas, las vecinas del estante, hijas de un mismo padre y nacidas de una misma lezna?

Los zapatos no podían adivinarlo.

Si hubieran sabido que su dueño era ebanista y llevaba á aquella señora la cuenta de unos muebles, hubiera comprendido el misterio. Pero ¿qué saben los zapatos del eterno ir y venir á que les obligamos?, cuando ellos, de distintos talleres, se encuentran en una reunión, no ven más arriba de los pantalones del que les calza ó de las sayas de la que los lleva. ¡Valiente cosa saben ellos de las resoluciones de la razón!

Pronto llegaron á su término los acontecimientos.

Las botitas nacidas para la fortuna y los zapatos dedicados al trabajo, dejaron de verse; ¡pero cuán diversos fueron sus destinos!

El magnífico hotel que habitaba la dueña de las botitas se hallaba en el mayor desorden, los tapices habían sido arrancados, los muebles mal vendidos; todo desaparecía y los criados se repartían las últimas ropas que había dejado la cortesana.

Los acreedores todo lo devoraron.

¡Las botitas nuevas, con las caminatas que su señora emprendía huyendo de los acreedores, habían estallado y á los quince días de existencia fueron á parar al cesto de la trapera!

IV

Han pasado muchos años: es la víspera de Reyes. El dueño de los zapatos ya es viejo: pero conserva los zapatos primeros que se puso, y colocados en la ventana espera que en ellos los Reyes Baltasar, Gaspar y Melchor coloquen juguetes y dulces para sus nietos; y yo, en tanto, á falta de pié para un cuento, he tomado estos zapatos veteranos y sagrados por lo que representan, si lo habéis entendido.


Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.
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