Libro gratis: Salvamento
de Joseph Conrad

Ése es el relato tradicional de la visita que hizo Lingard a la costa de Boni. Y es verdad que arribó y partió en una misma noche, pues cuando rayó el alba sobre un cielo encapotado, el bergantín, con rizos en las velas y salpicado por la espuma, navegaba a todo trapo con rumbo sur, buscando la salida del Golfo. Al ver la rapidez con que bregaba su navío, Lingard oteaba el horizonte con ojos de angustia y se preguntó más de una vez el porqué, a fin de cuentas, de su empeño en meterle todo el velamen que podía desplegar. El viento le alborotaba el cabello, iba su ánimo invadido por la preocupación, repartido entre las formas indistintas de múltiples pensamientos; bajo sus pies, el obediente bergantín brincaba de ola en ola.

Su dueño y comandante no sabía adónde iba. Ese aventurero tan sólo tenía la vaga, confusa idea de hallarse en el umbral de una gran aventura. Algo había que hacer, y entendía que era él quien debía hacerlo. Era lo que se esperaba de él. Lo esperaba el mar, lo esperaba la tierra. También los hombres. La historia de la guerra y el sufrimiento, el alarde de fidelidad que hizo Jaffir, la visión de Hassim y de su hermana, la noche, la tempestad, la costa bajo los chorros de fuego… todo ello conformaba una alentadora manifestación de una vida que invocaba claramente una intervención suya. Pero lo que en el fondo más le atraía era la silente, absoluta confianza de aquellas gentes, que nada le pedían sin embargo, que ninguna curiosidad revestía. Habían escapado de la muerte para caer, por así decir, en sus brazos, y en ellos quedaron pasivos, como si no les cupiera duda, esperanza ni deseo alguno. Tan pasmosa indiferencia parecía situarlo bajo la pesada losa de una obligación.