Tuvieron principio en Sevilla las vidas de dos grandes amigos, llamado el uno don Eugenio y el otro don Fadrique, ciudad por tantas razones insigne, a cuyas puertas paren cada año las Indias. Y principió su amistad desde que en el escuela se conocieron, donde, excediendo del límite pueril, de dos voluntades hizieron una, doliéndose el uno de los infortunios del otro, como recreándose con sus plazeres; tanto, que si a los descuydos de aquella edad aplicava el maestro la medicina a ella conveniente, pedía el uno fuesse él el castigado porque su amigo quedasse essento dél, como si huviera hecho por que padecerle.
De manera que diremos mejor que en Sevilla nacieron los segundos Orestes y Pílades, de quien se cuenta que, como en cierta ciudad huviesse costumbre de sacrificar a los dioses la décima persona que entrasse en ella y ésta fuesse Pílades y la novena Orestes, no se pudo averiguar quién era Pílades y quién fuesse Orestes, porque los dos afirmavan llamarse Pílades, ofreciéndose cada uno de muy buena voluntad a la muerte porque el otro no perdiesse la vida. De suerte que entre ellos se amava lo que más se aborrece y se aborrecía lo que más se ama como es la vida, evidente prueva de su recíproco amor, porque, si acudir con el hazienda es bastante prueva dél, acudir con la vida ¿qué será? No tener más que ser. Causó pues tanta admiración a los executores de diezmo tan inhumano, que dexaron a los dos con ella.
Crecieron estos dos arbolillos y fueron llevados al escuela de gramática, donde, acepillando el preceptor della lo bronco que a todos nos es común, quedaron tan polidos y galanes que se pudieron plantar en el jardín de qualquier príncipe. Y al tiempo que huvieron de subir a escuelas mayores, murieron los padres de don Fadrique, dexándole tan pobre que, a no quedarle el amparo de su amigo, le fuera forçoso servir para comer. Don Eugenio era rico y solo en casa de sus padres, y tan sentido del trabajo que le avía venido (diré bien a él, porque si eran en uno dos, suyo era lo que a su amigo le sucedía), que pidió a sus padres le traxessen a casa, supuesto que, en la que era tan abundante, una boca más poco hazía al caso.
La petición fue tan pía, las entrañas del que rogava tan nobles que, quando los padres no tuvieran voluntad de hazerlo, se animaran en albricias del valor que su hijo les descubría. No tan sólo vinieron en ello, sino que, después de darle con que hiziesse bien por los difuntos, que quatro días se llevó el uno al otro, le ofrecieron su ayuda si quería passar con sus estudios adelante, embiándole a Salamanca donde su hijo tenía gusto de cursar, porque sabían que en hazer por don Fadrique le aumentavan la vida, dándole ocasión para que aprovechasse el tiempo, más para paga del favor que sus padres le hazían que por la utilidad que a él se le podía seguir.
Aprestáronse para la partida destos dos hijos todas las cosas necessarias a ella, dando lo mismo que al que nació en casa al que avía nacido fuera, sin hazerse fuerça a ello, porque si hasta entrarle en ella lo hizieron por su hijo, desde que le empeçaron a tratar lo hizieron por él. Y tan agradable era para todos que los criados que servían en lo ella, más por la afable condición de sus dueños que por el interés, acudían primero a lo que necessitava don Fadrique que a las obligaciones de sus amos. Acompañavan a este moço nobles respetos, buen talle y hermoso rostro: carta de recomendacion donde quiera que yva.
Aprestado, pues, el ajuar de los escolares, sucedió que, la noche antes de la partida, soñasse su madre que en Salamanca mataron en una pendencia a don Eugenio. Despertó con la passión que a un solo hijo, y de tales respetos, pedía, y jurando que no avía de yr allá. Cuyo ruydo inquietó al marido que una sala antes dormía; y aunque hombres, y más de la data que el padre de don Eugenio era, no creen en supersticiones, vino en lo que su muger le pedía, porque ellos no tenían otro si él, ni esperança de tenerle, mucha hazienda y querían gozar su hijo. Que es el más principal requisito del amor ver de contino la cosa amada.
Y ansí, quando Penélope escrivía a Ulises, no le dixo «traedme esto o estotro quando gustáredes de veniros», sino «dexaldo todo, no me escriváys más, antes veníos luego, porque a vos solo quiero». Mas otros amores, que van por el camino de la plata, leen «embiadme lo que tuviéredes y quedaos allá». Entonces estava bien embiar una pesadumbre, porque, si ha de embiar lo que tiene, ¿qué puede ser si no disgusto, pues de la carta le ha concebido? Y aquí entra bien que «a un traydor dos alevosos», que, si agonizar por la hazienda del que tan descubiertamente se engaña fuera no más de dexarle sin ella, no quedava muy pobre si le quedava gusto para bolver a adquirir otra, mas llévansele de camino; y es tal este mal necessario de las mugeres que lo conocemos y las buscamos, que en ellas es donde viene a parar todo lo bueno o malo de que se habla.
Acuérdome aora que, passeándome un día por la puerta del Campo de Valladolid, hallé, junto al Carmen, sentada una muchacha con una cesta de guindas garrafales en el braço y a una comiéndoselas y llorando. Lleguéme a ella y preguntéla por qué llorava. Díxome que porque se las avía comido. Y respondila yo:
—Pues, ¿por qué te las comes aora?
—Señor, porque me saben bien.
Pienso que corre ansí en materia de mugeres, pues, créanme los apassionados, que todo es mentira o que todas son mentira, y que afirma esta verdad quien tiene experiencia della y se le deve crédito, como quando un médico escrive cerca de enfermedad que él propio ha padecido. Abramos, pues, el ojo, que si es verdad que las çarças prenden, no lo hazen por esso al que con cuydado passa por ellas. ¿Para defensa de la vida no estudia un hombre las armas? Pues, para defensa della y de la honra, que todo se suele perder a una, ¿por qué no estudiará como se libre dellas?
Digo, pues, que don Fadrique fue a Salamanca y don Eugenio se quedó por el gusto de sus padres, y con tan grandes melancolías como el que se ausentava de la cosa más amada que en el mundo se pudo hallar. Tirávanle por una parte las obligaciones de sus padres, el tener con tanto gusto su amigo en casa, embiarlo a estudiar como si fuera su hermano; por otra lo mucho que le quería: y éste es un aprieto notable.
Mudémosle en una persona que pierda por él su honor, como es una muger casada, o otra qualquiera que pierde para sí lo que gana, que quiere para sí: por una parte la aflixe considerar quien es, lo que dirán, lo que dello resulta en andar en lenguas de la propiedad del alguazil, que puede prender y no puede dar libertad; por otra, que el ladrón está dentro de casa y sabe a qué horas ha de hazer el assalto, y todas son cómodas para ello, pues nadie se puede yr a la mano en la imaginativa. «Viva quien vence» se suele dezir, mas en esta ocasión «muera quien vence», porque si contra sí conquista lo que se quitó, assí muera quien quedó con el honor, pues murió para su gusto. Y por esta razón dixo un discreto que no sabía quál destos dos preceptos apretava más, perdonar al enemigo o olvidar al amigo.
Al fin, don Fadrique se partió para Salamanca, hecho un Argos de ojos, porque se llevava los de todos los que le conocían: los de la casa de don Eugenio y dos que valían por todos estotros, que fueron los de una prima de don Eugenio, llamada doña Isabel, que, por la muerte de sus padres, estava en casa de los de don Eugenio, de quien era sobrina, hija de su primo hermano, con quien ellos le querían casar, porque, demás de ser moça y muy hermosa, tenía mucha hazienda y sus padres pidieron a los suyos se encargassen de su curaduría y, pues eran todos unos, la casassen con don Eugenio. Que se los llevó se prueva en que todos quedaron ciegos y doña Isabel pobre y ciega: ciega por lo que hemos dicho, y pobre porque quedó sin gusto y con justicia pobre, si el oro no da lo que por este camino se pierde, y ésta quedó peor, porque si vence «muera quien vence». Las noches que esta señora passava (¿avrá alguno que no aya experimentado algo de su efecto?) ¡Dios nos defienda! Nunca se acaba una dellas, porque cada hora tiene los quartos cabales, y entonces se conoce quien es el tiempo perdido: ¿y quál lo es más que éste si, después de mucho trabajo, no se ha negociado nada?
Don Fadrique llegó a Salamanca al paso penoso que don Eugenio por su ausencia lo quedava. Y si a ella halló algún consuelo, fue salir de Sevilla por aver entendido la voluntad de doña Isabel, que, aunque procurava dissimularla, no lo consentían los ojos que, como criados obedientes, acudían al mandato del alma y, aunque como discretos, lo ponían por execución. ¿Quándo pudieron encubrirse tan bien los amores que qualquiera no los conozca?
Passaron algunos meses que en doña Isabel parecieron años, tanto que se pudo tener por madre de la que quando don Fabrique partió avía quedad. ¿Qué milagro si tenía amor o, diziéndolo mejor, si no lo tenía? Al cabo dellos dixo que su intento fue siempre entrarse monja y que quería tomar el ábito en Salamanca en el monasterio de santa Ana, por ser devota dél y della. El disinio que en esto llevó fue yr a donde don Fadrique estava, a quien quería hazer partícipe de su cuydado ofreciéndose a él por su muger; cosa que tan bien le estava por ser él tan pobre, si este nombre le viene bien al que tiene un amigo tan de veras como don Eugenio y tan rico.
Ya determinaron poner por execucion el designio de doña Isabel, de que sus tíos mostraron harto sentimiento, porque perdían nuera rica, moça, virtuosa y hermosa, mas no don Eugenio, porque, al passo que don Fadrique huía de la que imaginava avía de ser su muger, a esse mismo procurava él hazerle su marido: y hallava en su yda bastante ocasión, porque, por miedo de sus padres, no se avía atrevido antes a tratárselo. Fuera de que, a él no le constava la voluntad della para con don Fadrique, que, a ser ansí, no huviera dexado passar quatro meses sin tratar el negocio, tanto como esto amava a su amigo. Fuera de que, él avía de ser señor de quatro mil ducados de renta y quería que don Fadrique lo fuesse de dos que su prima tenía.
Sucedió, pues, que, aprestadas todas las cosas para llevar a doña Isabel, lo estorvasse un grave accidente de un tavardillo, de que llegó a lo último; enfermedad, si de todos bien sentida, de don Eugenio mejor llorada, porque avía librado en la partida el buen sucesso de sus intentos. Bien quisiera don Eugenio hazer patente a doña Isabel su pecho, mas temía, si de no dixesse, no entrar, quando con ella se casasse, con algún desamor nacido de conocimiento de poca voluntad en su primo por aver desseado hazerla muger de su amigo; que si descubría gran amistad para con él, no por esso dexava de ser lo que digo para con ella. Estando, pues, en esta confusión, empeçó la enferma a desvariar y, entre las cosas que dixo, fue una dellas:
—Si por cierto piensan que, porque me tienen en su casa, me han de casar como quisieren, pues sepan que no ha de ser ansí, que me tengo de casar con don Fadrique. Y si me yva a Salamanca a ser monja no era por serlo, sino porque en el año de noviciado pensaya tratar de que fuesse mi marido, y si no quedarme en el monasterio.
Paréceme esto a lo que le sucedió a cierto hombre de muy buena intención, pero muy enfadado de las liviandades de las vezinas de casa, que, como no se atreviesse a dezirlas nada, le embió Dios una modorra en que dixo muy a su satisfación todo lo que le vino a la boca y no mintió en nada.
Don Eugenio, que se halló presente, como fuesse bien entendido, dixo entre sí: «Nunca vos desvariáys en esso, que quando en semejantes accidentes se desvaría, aunque es sin orden lo que se dize, nunca dexa de ser ansí algo dello. De vuestro mal, señora doña Isabel, han salido tres bienes. el de don Fadrique uno, el vuestro el otro y el mío el tercero, por ser aumento de mi amigo.»
Dexó passasse aquel día y a otro la hizo una visita, en la qual se hallaron en don Eugenio médico y boticario: el uno, que recetó un antídoto tan importante para su salud como ofrecella a don Fadrique y boticario en darla traça como esto se conficionasse. Y, para ver si sus sospechas eran frustradas, la dixo, entrando con una carta en la mano y gran sentimiento en el semblante, que por ella avía sabido que don Fadrique estava muy indispuesto. Lo qual oýdo, por dissimulada y cuerda que era, bolvió a repetir con declarado sentimiento:
—¿Muy malo? ¿Muy malo?
Entonces, sossegándola del alboroto, la dixo:
—¡Que no está muy malo! —y la descubrió la causa de avérselo dicho, haziéndola participe de su frenesí.
Ella, que tan buena ocasión no quiso perder, le cogió la palabra disculpando el no ser suya con que avía oýdo que los parientes no se gozavan. Don Eugenio la respondió que no buscasse por dónde abonar su elección, imaginándole por ella ofendido, porque él avía buscado traça cómo dezirla antes lo que la descubría entonces y no la halló, y que, con tal que el frenesí no la huviera desliciado desta vida, le huviera comprado a peso de oro por lo que dél infirió y por la entrada que en él hallava. Ella se encomendó a él para que en ello diesse traça, en cuya conformidad le avisasse viniesse, vista aquélla, porque importava a los dos. Él lo hizo luego, no por el interés que descubría escrivirle importava a ambos, sino porque a su amigo le era conveniente.
Para cuya execución mandó a Serrano, criado suyo, buscasse con brevedad mulas, porque no le avía de coger la noche en la ciudad. Él lo hizo ansí y, después del medio día, se partieron los dos, y a menos de un quarto de legua cayó con él la mula y, cogiéndole debaxo, le rompió una pierna; causa de que le bolviessen a Salamanca, sentido no del trabajo presente, antes de que en tal ocasión le huviesse sucedido por no acudir a lo que su amigo le mandava. Serrano, que también tenía perdida toda la mala voluntad a don Fadrique, luego que le vio en tal trabajo pensó perder el juyzio de sentimiento y, como le huviessen curado y que el algibista prometía en breve la sanidad, le dixo por entretenerle:
—Señor, si vuessa merced se fuera a casar, no era el mayor de los males averse quebrado una pierna, si por esso se empatava, mas yendo a verse con un amigo lastimosa cosa ha sido. Y ansí digo que no le avía de suceder a nadie lo que a vuessa merced, a no yr a lo que he dicho.
A todo esto no llorava don Fadrique su mal, sino la falta que hazía a su amigo, a quien escrivió luego de la suerte que quedava, sentido más de no acudir a él que del mal que tanta pena deviera darle.
Parece ser que esta carta llegó a manos de don Eugenio a tiempo que pudo causarle la muerte, porque, como doña Isabel huviesse llegado a los humbrales della, quedando con suficiente desengaño del mundo, quiso poner por execución de veras lo que fingidamente propuso de burlas; que, aunque la afición que a don Fadrique tenía no era encaminada a mal si de buen natural nacía ser como he dicho, de conocimiento del mundo junto con ella mayor efecto avía de nacer, de manera que dispensó sólo que no fuesse en Salamanca, porque no tenía ya para qué. Don Eugenio se vio embaraçado con dos cosas: la quiebra de la pierna la una y el monxío de su prima la otra, prometiéndose desde entonces breve vida por la utilidad que a don Fadrique se le podía seguir della, por considerarle en estremo desgraciado. Bien quisiera yr luego a ser enfermero de su amigo, mas temió no disgustar a sus padres y, más que esto, no dar causa que no passassen adelante con la merced que le hazían.
Serrano, a quien los infortunios de su amo llegaron al alma mas no quitaron la gana de comer (no poca suerte, porque, si él enfermara, ¿quién acudiera tan de veras a dolencia tan prolija, pues otro si él no le cogiera en braços para hazerle la cama y otras necessidades inescusables?), antes se comía un pan con mucha curiosidad con un cuchillito de un estuche y después se sentava a comer regulando por principios el pan, que, según el gran calor, ya estava digerido, dando gracias a Dios de las buenas ganas que a todas horas tenía y, en particular, de aver caýdo en casa donde con efecto las podía gozar.
Éste, según parece, se avía alçado con el ama de casa, muger que para pedir limosna con justicia no le faltava más que no poder ganarlo sirviendo, que bien vieja ya se lo era; y dixera entonces a esta pobre vieja y enferma una cosa anexa a la senectud, limpia por lo menos de boca, pues en toda ella no avía quedado más que una muela y muy contra a su voluntad, porque, como sola, no adornava y ofendía tanto que era como tener acicate en ella. Ésta tenía el primer lugar entre las amas y no el segundo en su mocedad entre las mocas, y al presente se conocía. Aquí fue Troya, porque unos ojos verdes, rasgados, hechos pedaços lo juravan ansí. La frente era preñada y las narizes mal paridas. Era buena, más que por sus partes, porque regalava y sabía remendar, cosa necessaria en semejantes escolares.
Estava Serrano obligado al cuydado con que a esto acudió y a que, quando venía de escuelas, hallava un escudilla de sopas abahadas, tan buena como la que se avía hecho con voluntad: ésta era la montera de la olla, poníasela Serrano y quedava ella al sereno, y se le lucía al carnero, porque salió siempre resfriado. Teníanle estos regalos redondo de cara y ancho de renes, de cuyo hurto, sentido otro compañero, le aguardó una noche, por no atreverse a sacarle al campo, y le dio una puñalada. Y entonces fue quando la quebradura de la pierna tuvo calidad, por faltarle quien a una le dolía y curava su mal. ¡Desgraciado hombre, pues apenas han nacido sus bienes quando sin granar se agostan!
Estando en este desconsuelo, llegó una carta de don Eugenio en que le hazía saber las cosas que en Sevilla avían passado, dándole parte de cómo doña Isabel se avía entrado monja y lo que perdía él en ello por aver negociado fuese su muger, poniendo en primer lugar el, sentimiento de su infortunio, consolándole de todo y ofreciéndole llevar adelante el serle amigo en todas las ocasiones con persona y hazienda por todo el tiempo de su vida, y que, estando él en ella, no se nombrasse huérfano, ni la falta de la hazienda diesse cuydado; y que, pues en Sevilla se determinó que no bolviesse a ella hasta que huviesse acabado sus estudios, y él, por el gusto de sus padres y porque importava para mejor tenelle en la universidad, no se yva a ella, que se diesse de suerte a ellos que por suficiencia se graduasse, que, puesto en Sevilla, o él avía de ser pobre o los dos avían de ser ricos. Con cuya carta tuvo el consuelo que sus infortunios avian menester.
Serrano cobró salud y fue enfermero de su amo de muy buena voluntad y con mucho dolor de verle tan necessitado dél. Deste solo favor gozó de la fortuna: ser señor de la persona y de la voluntad, cosa que raras vezes acontece, que, como sea común en el mundo el interés, viendo éste falta, falta también el trabajo que por él se ponía. Mas Serrano fue valeroso adelante, llevando sobre sus ombros a su amo hasta que la muerte le descargó dél. Don Fadrique no era desgraciado por el camino carretero, sino por el tan extraordinario como veremos: y porque don Eugenio le hazía todo el bien que se sabe, le faltó de la manera que diré.
Parece ser que este cavallero avía cobrado apretada amistad con un hijo de un veyntiquatro de aquella ciudad, llamado don Pedro, demás de por sus muchas partes, porque se parecía a don Fadrique, cavallero de buena persona y mejor condición, aunque tenía una amistad que, si no deslustrava quien era, le traía en gran peligro. Éste le dixo una noche que fuessen a passear su dama para que, si hallasse ocasión, entrasse dentro y él le guardasse la puerta. Dieron una buelta a la calle, quedándose después al cabo della en la parte que un criado de casa le solía hallar, y como aquella noche tardasse más que otras y tuviesse voluntad de entrar allá, dixo (que no deviera) al desdichado don Eugenio que tomasse su herreruelo y que le diesse el suyo junto con el sombrero y que se quedasse en el puesto que al presente estavan para que, si el criado de su dama viniesse, que era el que aguardava, no le dexasse de la mano hasta que él fuesse de buelta; que si él le hallava en el camino, se le embiaría para que se pusiesse en el puesto que él le dixesse.
—¡Sea en buen hora! —respondió él, quando, quexándose de las tripas, partió de carrera a una placetilla que detrás estava, donde después hizieron el trueco concertado en una noche clara y serena más para una desdicha ocasionada que para amores cómoda. Con esto se partió don Pedro no por donde vinieron, antes por otra calle por la parte de abaxo y don Eugenio salió al puesto en que le avía de esperar.
Parece ser (¡o caso lastimoso!) que don Francisco, marido desta dama, sabía el negocio y dissimulava hasta hallar ocasión en que vengarse, porque el mismo criado que traía y llevava recaudos a los amantes avía dicho a su amo, vendiéndosele por muy fiel, el deshonor de su casa; y lo que se tardó aquella noche fue en buscarle, a quien dixo cómo avía estado con particular cuydado toda ella y que avía visto passear la calle a don Pedro con otro amigo, y que se avía ydo y, dexándole en la parte que él le enseñaría, que no perdiesse la ocasión. Y avía sido como le dixo, que el vellaco los avía espiado hasta que el desdichado don Eugenio fue a la plaçuela donde, sin verlo el criado, hizo el trueco, causa de que no viesse que no era él quien buscavan.
Vinieron los dos por diferente parte de la que don Pedro fue y, como se quedassen detrás de una esquina, disparó, pensando que era el infamador de su casa, un pistolete, con el qual quitó quatro vidas: la de don Eugenio, que luego quedó sin ella, la de sus padres, que poco vivieron, y la de don Fadrique, que, viviendo, por el gran sentimiento mejor la perdía. Con lo qual se bolvieron ambos a una casa de juego, donde passaron hasta las quatro de la mañana y donde, aunque no jugó, tuvo por cierto que avía ganado (y era entonces quando más perdía, por estar el galán en su casa), para cuya consumada ganancia pensava dar a su muger un bocado que lentamente la fuesse acabando. Mas sucedióle el sueño del perro, como adelante veremos.
A esto ya don Pedro avía salido y, visto su caro amigo difunto, ¡quál fuesse el sentimiento, las lágrimas y el desconsuelo se creerá en dezir que era amigo! ¿Qué sería luego que avía de hazer dél? Por que, como quiera que por su muerte se avía de alborotar la ciudad, determinó, supuesto que ya estava hecho, bolverse a la misma casa y dar parte a la dama de lo sucedido, tanto para que ella se guardasse, quanto por mirar él por su vida, porque tuvo por sin duda aver venido aquel trabajo por mano del marido; que aunque suele ser, según se dize, el postrero que lo sabe, no todas las vezes es ansí, y más quando un hombre no quiere serlo.
Trataron allí los dos de atajar mal tan grave y no hallaron otro remedio más válido que apretar al criado para que dixesse si su amo avía muerto a don Eugenio, pues en ello no se les descubrían los amores que no sabía, y que, enterados de la verdad, no fuessen ellos a quien llorassen, pues, estava en su mano.
—Y tengo para mí —dixo ella— que lo ha hecho mi marido y que este vellaco nos ha vendido. Las dos cosas pruevo en que don Francisco no me muestra el cariño que solía, novedad para él, y, aunque quiere dissimularlo, me mira como quien vive con gran pena y espera vengança. El criado habla mucho y miente, y en hombres baxos suelen engendrar trayciones estas cosas.
—Pues, ¿por qué —dixo don Pedro— hizistes partícipe de cosa de tanta importancia a hombre de tan baxos respetos?
—Por saberlo ya él —respondió ella— y por ganarle la voluntad con dádivas y caricias. Señor don Pedro, sea o no verdad mi imaginación, esta noche no he de dormir en casa, que cosa de tanta importancia como la vida no la he de poner en contingencia de si lo es o no, y no tengo de entrar en la cama con hombre que presumo tiene lleno de ponçoña el pecho. Mi prima doña Gabriela está en días de parir. Llevadme a su casa. Dexaré yo dicho en la mía que, por estar con dolores, vinieron a toda prisa por mí.
Tenía harto más seguramente de quien fiarse en un ama que la crió que en el criado que la avía vendido, y aunque ésta no venía de voluntad en sus amores, procurava con sus ardides guardar la vida de su señora.
Puesta que fue en casa de la prima, la dixo lo que avía passado y que tenía por sin duda aver sido su marido el matador, que no avía de bolver a su casa para siempre, aunque muchas seguridades de su vida la diesse, porque si acaso la matava ¿qué la aprovechavan a ella los fiadores si no la bolvían a la vida?
—¿Y qué pensáys hazer, prima? —dixo doña Gabriela.
—Descasarme, pues, como vos sabéys, fuy forgada para casarme con él.
—Lo que yo de presente haré —dixo ella— será estar de parto muchos días. En éstos yo os fío que no os lleve a vuestra casa.
Y diziendo esto, llamó don Francisco a la puerta y la prima empeçó a quexarse fuertemente; y vino bien aver embiado por ella, porque, demás del parto, no estava su marido en la ciudad. No tuvo qué preguntar don Francisco, porque, desde que llamó a la puerta hasta que subió las escaleras, se puso una toca que la desfiguró el rostro, de suerte que qualquiera passara por lo que dezía y más sabiendo estava ya en el mes; causa de que él combidasse con su muger, tanto porque a él se lo avían de pedir y quiso ganar por la mano, quanto por hazer dél ladrón fiel.
A esto ya la ronda avía passado por la parte donde don Eugenio estava y, como le conociesse y a junto con ello la capa de don Pedro, le llevaron a su casa, de cuyo sentimiento no hablaré por ser escusado. Dieron parte al assistente, el qual fue luego a la de don Pedro, que ya estava en ella, y le prendió, tanto por averle hallado con su capa, quanto porque dixeron en su casa que avía salido con él.
Empeçáronse a hazer grandes diligencias en el lugar y, luego que el criado de don Francisco lo vio, desesperado de que don Eugenio huviesse sido el muerto, porque en toda la ciudad generalmente le amavan, más que de la justicia medroso, le pidió licencia y dineros para partirse, pues para nada le podía estar mal. Él lo hizo escusando con ello la diligencia que con el que los vendió avía de hazer, quedando don Pedro sentídissimo de la muerte de don Eugenio por ser un cavallero tan noble en todas sus cosas, tan bien quisto en la ciudad y tan su amigo. Yva la justicia haziendo sus diligencias y caminava en ellas con alguna claridad, porque como dixo que trocaron las capas y que le aguardasse en la parte donde le mataron, dieron en quien avía sido el matador y toda la ciudad lo entendió luego que supo la muerte.
Don Fadrique la sintió por diferente camino, porque hizo fuerça a reprimir el dolor para no morirse hasta matar a quien a su amigo avía quitado la vida, como ya no fuesse en pendencia donde trayción no huviesse intervenido o por defensa de la honra, cosa en que don Eugenio creía no haver pecado sabiendo dél su cortesía y buenos respectos; para lo qual se partieron Serrano y él, teniendo poco más que razonable la pierna. Parece ser que quando le escrivieron la muerte no fue más que exagerándole la lástima que avía causado en la ciudad por aver sido sin culpa, y que le avía muerto don Francisco, a quien él conocía muy bien, no que por matar a quien la tenía.
Llegados que fueron a una granja que poco más de media legua está de Sevilla, que era del matador, donde se avía venido para divertirse de la tristeza que la muerte de don Eugenio le avía causado, como le hallassen sentado en un otero solo y melancolicíssimo, dixo don Fadrique a Serrano:
—Aquel hombre que está en aquel alto es el que mató a mi amigo o yo vengo ciego.
—Mírelo bien vuessa merced —respondió el criado.
—Él es —bolvió a dezir.
No lo huvo acabado, quando ya don Francisco no estava en el mundo, porque, desde que lo empeçó, puso en orden la escopeta y alçó el gatillo por hallar tan buena coyuntura como fue estar el campo sin gente y averse adelantado el moço de mulas al lugar. Lo qual aun don Fadrique no vio, porque Serrano venía detrás y solo y se lo dio a entender el ruydo della.
Hecho esto, entraron en la ciudad bien de noche y yéndose a la casa del padre de don Eugenio, donde los estremos no lo fueron medidos con la pérdida y mucho más con no aver sido él quien quería matar don Francisco. Lo qual sabido de don Fadrique, sintió muchíssimo que Serrano le huviesse muerto, y, diziéndoselo a los padres del difunto, los aumentó el dolor, porque se les recrecían grandes pleytos, pensando que por su orden se avía hecho: y les sucedió ansí. Diole dineros en abundancia mandándole se bolviesse a Salamanca, porque, hallándole en la ciudad, le prenderían poniéndole en grandíssimo aprieto, tanto por aver sido lo su hijo tan su amigo, quanto porque murió luego que él vino.
Él lo hizo ansí y lo que el padre del difunto temió le vino, de suerte que, sentido de la muerte de su hijo y atormentado con pleytos, murieron él y ella. Y entonces quedó don Fadrique en la calle de veras, que, aunque en su testamento le mandaron cierta cantidad de dineros, no huvo de que cobrarlos, porque en diez y seys meses que passaron desde que don Fadrique fue a Sevilla hasta que ellos murieron, los pleytos les avían destruido, y el vínculo vino a un sobrino bien necessitado dél.
La verdad del negocio se entendió y, casándose don Pedro con doña Ysabel, quedaron ellos contentos, muchos pagados y los difuntos en la otra vida; mas no se supo nunca que don Fadrique avía muerto a don Francisco. He aquí este pobre moço, a quien tanto la fortuna acossa, tan solo que no tiene otro a quien bolver los ojos si a Serrano, el qual fue con él tan fiel amigo que no le faltó hasta lo postrero de su vida.
Sucedió, pues, que a uno de los dos catedráticos de prima de leyes, grande amigo de don Fadrique, diessen en aquellos tiempos una ropa para México, adonde él tenía gusto de yr por estar en ella sus padres. Éste le pidió se fuessen juntos y que hiziesse qüenta que don Eugenio estava en el mundo, que le dava su palabra de hazer de suerte por él que todos los que le conociessen antes le embidiassen que le lastimassen.
Hízolo ansí, y, llegados que fueron para ello a Sevilla, vino un alguazil y otra gente con él y entrándole en un coche le llevaron a Madrid sin saber por qué o para qué. Y aquí fue quando quedó más huérfano: y él siempre con paciencia.
Serrano, que tantos infortunios avía considerado, le dixo:
—Señor, juro a Dios que es vuessa merced uno de los desgraciados hombres que en mi vida he visto. Ya no nos ha quedado tras qué parar. Cierto que temo por estar con vuessa merced que se me ha de quitar la gana de comer, y sería muy gran desdicha, porque, aunque lo he de buscar para los dos, mucho peor estuviera aviendo de buscar lo uno y lo otro. Vuessa merced no puede estar en Sevilla porque no tiene como ni donde; vámonos a un lugar de aquí cerca, que allí Dios dixo lo que será. Por lo menos aora, ¿no nos acompañan dozientos reales? Pues, ¡manos a labor!
Fuéronse a Cabeças y, en el camino, les quitaron unos ladrones el dinero y el vestido que llevavan, dexándolos en carnes en unos enzinos apartados una legua del lugar. Saliéronse al camino a ver si hallassen algunos passageros que los remediasse y no passó otro si un frayle de san Francisco, que yva a vivir a donde los desvalijados yvan, causa de que llevasse dos ábitos que eran su ajuar. Dixéronle lo que les avía sucedido y cómo, si no los remediava, avían de perecer. Dioles uno dellos y díxoles que se llegasse el más diligente al primer lugar y allí buscasse con qué se cubriessen las carnes, y pues avían de yr a la misma parte el uno que el otro, que se le llevassen. Con lo qual, porque no le faltasse el tiempo de la licencia, se partieron Serrano al lugar y el frayle al que yva, dexando a don Fadrique en carnes ni medroso de ladrones ni con cuydado de su desnudez, porque era verano.
Apenas huvo puesto los pies en él, quando le echaron mano dos religiosos, pidiéndole que les enseñasse la licencia que traía, y como no les diesse satisfación, le llevaron al monasterio, creyendo que venía huydo, donde le aprisionaron hasta que diesse cuenta de sí. Él se desbautizava diziendo lo que a su amo y a él les avía sucedido y que pues estava tan cerca, que hiziessen información dello, y que mientras lo tenían por bien le diessen de comer, pues, quando viniesse como ellos dezían, no devía morir por ello, y embiassen alguna persona a donde él diría para que su desdichado amo no pereciesse, que avía quedado desnudo como les dixo. Persuadiéronse a que sería ansí, o por lo menos algo dello, y, porque aquel desgraciado hombre no peligrasse en tierra copiosa de lobos, embiaron con un vestido a quien le traxesse al monasterio.
Ansí avía de ser ello, mas, como una manada de los animales que he dicho le acosassen, fue fuerça yr huyendo dellos casi un quarto de legua, al cabo del qual pereciera, tanto por ser ya boca de noche quanto por yr rendido, a no hallar unos hombres que andavan a caça dellos. Éstos le ampararon y vestieron dándole cada uno de lo que llevava vestido, ofreciendo llevarle a la mañana a donde Serrano estava. De manera que, como los que en su busca venían no le hallassen, se bolvieron con él llevándole asido, porque ansí se les encargó, de que el pobre Serrano perdía el juyzio no tanto de verse encarcelado, quanto de la pena de qué sería de su amo.
Díxoles:
—Padres, si a mi señor no hemos hallado, no por esso dexará de ser verdad lo que a vuessas reverencias he dicho. Lo cierto es que le ha sucedido algún trabajo, que es hombre que quando uno viene dexa abierta la puerta para que entre otro. ¡Terrible caso es quererme hazer religioso entre manos! Este ábito, como antes he dicho, le huve de un frayle que yva a Cabeças, porque, como nos huviessen desvalijado unos ladrones hasta dexarnos en carnes, se dolió de nosotros y, dándonosle, dixo que el más diligente se le pusiesse y, venido al lugar, contasse en él lo sucedido, para que por amor de Dios nos diessen con que cubrir las carnes, y que, pues ývamos a un mismo lugar, que allá se le podíamos bolver. Y es tal la suerte de aquel desafortunado que, apenas puse los pies en los umbrales de la puerta dél, quando dieron los padres conmigo y, trayéndome al monasterio, dizen que soy religioso. Vuessa reverencias dizen bien porque me han visto con ábito de tal; fuera de esso, no doy razón de mí o la que he dado no se verifica: la causa deve de ser lo que he dicho, o que es ya manjar de lobos. ¡A, desgraciado cavallero! —dixo, quando él y los que aquella noche le recogieron llamaron a la portería.
Entraron todos, y fue don Fadrique conocido de un religioso, pariente del desdichado don Eugenio, el qual le abraçó sintiendo muchíssimo sus infortunios, prometiéndole ser tan buen amigo como su deudo le avía sido (y en esto era muy afortunado, pero muy desgraciado en que entre manos se le yva todo bien como sabemos, y ansí qualquiera que quisiesse salir con brevedad desta vida no tenía más que hazerle buenas obras). Díxole que en Xerez de la Frontera tenía un deudo, llamado don Gregorio, con seys mil ducados de renta suyos y quatro que su muger heredó por la muerte de un hermano, y que avía pocos días que se le murió el mayordomo; que no le estava mal serlo suyo, pues, demás de la renta presente, avía de suceder en un mayorazgo de diez mil ducados; que escriviéndole él y informándole de la persona como era razón y como era verdad sería sin duda embiarle a dezir fuesse luego.
Ansí se hizo todo, y, para embiarle, vistió a él y a su criado lo mejor que pudo y, por lo mucho que a don Eugenio los dos quisieron, le acompañó. Y fueron muy bien recebidos, tanto por la buena información, quanto porque su persona lo dava assí a entender, por cuya causa no quedó en casa como criado, antes como compañero y amigo, y mucho más quando su deudo le dixo quán amigo fue del mal logrado don Eugenio.
Todo lo qual ganó la voluntad de don Gregorio, y de su muger, si él quisiera, voluntad y persona, porque como llegasse don Fadrique a tiempo que una natural mala querencia que a su mando tenía aún estuviesse en el estado que quando se casó y la persona y cara de don Fadrique no desmereciessen nada, engendraron en doña Ángela tantos trabajos con tanta paciencia padecidos un amor que de presente salió a los ojos y, en ausentándose de los circunstantes, a los labios, dando parte dél a doña Ynés, donzella de casa, archivo de sus secretos, que hasta entonces no lo avía sido más que del disgusto con que vivía casada. Y era él un cavallero de muchas partes y del hazienda que sabemos, y ella no más que bonita.
La donzella la respondió a todo lo que del nuevo criado la dixo y que en quanto al talle y la cara que ya se veía que era muy común y el entendimiento no aventajado; y que no podía dexar de hablalla con mucha libertad cerca de averse enamorado dél, pues, quando fuesse el más lindo de los hombres y a esto adornassen todas las habilidades y gracias del mundo, era su criado.
Doña Ángela la respondió enfadada:
—Ynés, yo no te dí parte de mi passión para que me aconsejasses, sino para que me diesses tu ayuda, pues te será tan fácil. No me parece, Ynés, que tienes voluntad de ser rica, pues, pudiendo, por este camino lo apartas de ti. Jamás se vio criado que a su amo aconsejasse en contra a su gusto, aun quando él le pidiesse consejo. Dízesme que es don Fadrique mi criado, y a esto te respondo que amor haze yguales y que no hago mucho, ni aún nada, en preferirle a los de mi calidad, si el cielo le aventajó a todos ellos. Yo no soy poderosa para enamorarme de quien quisiere, que, a ser ansí, suficientemente ay partes en don Gregorio.
La donzella la respondió que la ayudaría en todo aquello que no fuesse contra el honor de su amo y en lo que no se aventurasse su vida, pues por ella sólo se podían perder todas las ventajas que la ofrecía. Parece ser que doña Ynés aconsejava a su ama más con passión que con caridad por averse enamorado muy de veras de don Fadrique, la qual estava desesperada de que en cosa que huviesse puesto los ojos huviesse sucedido ponellos también su ama; mas consolávala que, si avía de ser ella la tercera, podía, en lugar de hazer las partes de su señora, hazer las suyas.
Al fin, don Fadrique fue señor de toda la casa y de las voluntades de lo mejor della, essento del común vos a los criados, antes su dueño le descubrió la cabeça todas las vezes que en público huvo ocasión y en todas se exercitava con él el acto no de superior a supeditado, mas de dos compañeros unánimes y en todo conformes. Y Serrano era todo lo que él quería, a quien otra donzella favoreció con intento de casarse con él.
Las malas noches que doña Ángela passava, las no gustosas de su tercera que para si quería la prima, se entenderá con dezir que tenían amor. Determinóse ésta pedir a la que favorecía a Serrano dixesse a su amo que en casa le tenían perdida toda la mala voluntad y en particular doña Ynés, y que él lo sabía de buen original; el qual lo hizo ansí. A quien don Fadrique respondió que, si como doña Ynés era una muger de buen parecer fuera un ángel, no viniera a admitir su amor, porque ni decendía de traydores ni lo era, y que lo mismo executara aunque sus dueños no le hiziessen la merced de que al presente gozava. Con lo qual bolvió Serrano a su dama y ella a doña Ynés, y, mudando esta respuesta en su ama, fue a ella y la dixo cómo avía hecho, la diligencia tan apretadamente como su amor lo pedía y que la respuesta fue tal que ella bolvió corrida.
—Pues ¿qué te dixo?
—Díxome que no era traydor y que, si como vuessa merced es una dama de buen parecer fuera una diosa, no hiziera, por la razón dicha, caso de sus favores.
—¿Es possible que esso te respondió?
—Si señora, possible es.
Don Fadrique no era tan lerdo que no conoció gran voluntad en las dos, y en ella se considerava desgraciadíssimo, pues sobra de quererle bien aun le hazía desafortunado, porque ¿qué podía resultar destos amores que no le destruyesse? Y determinado de entrar en el quarto de su amo a leelle una carta que de las Indias fingió aver recebido, en que supo como un deudo suyo le dexó por su muerte cantidad de hazienda, puso él los pies en el suyo a darle parte de cómo le era fuerça partirse para la Corte, donde tenía por cierto estar algunos días, y que, aunque le avía entregado el dominio de su casa y estava satisfecho de lo bien que acudiría a él, lo hazía segunda vez, y que de ninguna manera pusiera por execución su viaje a no dexarle a él en casa, con lo qual partía tan seguro como si no huviera salido de la ciudad.
Y con esto, abraçándole, fue a dar parte a su muger, la qual, como oyesse su ausencia que a tal ocasión se ofrecía, no cupo de contento, prometiéndose buen sucesso por medio del tiempo, en el qual no dexaría ardid que no intentasse. Llamó a doña Ynés, a quien pidió albricias, diziéndola cómo su marido yva por muchos días a Madrid, y doña Ynés se las diera a ella, porque también pensava que sus esperanças se lograrían entonces: y las dos soñavan lo que querían.
Parece ser que Serrano el tiempo que se veía con su dama hablava más de lo que era menester (cosa común en los amartelados); entre lo qual, haziendo el papel de valiente, la dixo como la avía de servir toda su vida en todas las cosas que él entendiesse eran de su gusto, aunque fuesse en quitar la vida al más estirado, y que no lo tuviesse por fábula, que era hombre que por un amigo avía hecho lo que dezía y mucho mejor lo haría por una amiga.
Ella le replicó diziendo que ningún enamorado dexava de dezir lo que él, y que todo era mentira.
—¿Mentira? —repitió, y contóla entonces la muerte de don Francisco de la misma suerte que la avía hecho, añadiendo sólo a ella que se lo mandó su amo.
La donzella, luego que oyó don Francisco, dixo para mejor enterarse:
—¿Dezid don Francisco, el que en Sevilla mataron en una quinta suya?
—Sí, ésse digo.
—Pues, aora buelvo a dezir que son palabras de amantes, porque esso tan mentira es como verdad que me lo estáys contando.
Es a saber que este difunto era hermano de doña Ángela y estava lastimadíssima de su muerte, aunque sucedió en su mayorazgo. Y con todo, si estimó saber el homicida, fue no para hazelle castigar por ello, antes para que conociesse como anteponía su amor a la muerte de un solo hermano.
Partióse, como estava determinado, don Gregorio, dándolas lugar su ausencia a que pusiessen por execución sus intentos. Y adelantándose doña Ynés, buscó ocasión para salir fuera, aviéndole embiado a dezir con Serrano donde le esperava para darle parte de un negocio que le importava la vida. Él fue más por desengañarla que por el temor puesto. Venido que fue, le dixo cómo su señora avía sabido que fue él el que mató a don Francisco su hermano, y, para más enterarle de que era ansí, le dixo todos los lances que en ello passaron, cómo su señora se lo contó a ella, y que para que conociesse quán su apassionada era y la merced que su ama la hazía, que la pidió no tratasse de ofender a un hombre tan honrado y de tantas partes como él, y que si no se mostrava, agradecido en recebir cierta ropa blanca que le avía hecho, que no procedería como quien era, y que estuviesse seguro que no se le haría ninguna pesadumbre y que, en todas las ocasiones que se le ofreciessen, le avía de servir.
Él respondió a lo que tocava a la muerte riéndose y diziendo que en su vida conoció a don Francisco y que si era traça para tenelle en la ciudad, que sin ella estaría él por lo menos hasta que don Gregorio bolviesse de Madrid.
Ella replicó entonces:
—¿Traça es? Pues, acordaos si, viniendo de Salamanca vos y Serrano con determinación a ello, os le hallastes en el camino en una quinta suya, y por aquí entenderéys lo demás.
Él se rió segunda vez y, dando respuesta a la voluntad que en ella conocía, la dixo que su señor don Gregorio se partió satisfecho de que dexava en su casa un hombre que mirasse por ella, que parecería muy bien infamársela el que se la avía de corregir, que esso era como prender a mancebados el alguazil que lo estava y que, por el amor que dezía tenerle, la pedía no le tratasse más de cosa en que tanto perdía, y que, no por responderla con tal determinación, entendiesse que no estimava su persona, sino que procedía conforme a un hombre de sus partes: que viesse ella, fuera de lo que al presente tratavan, qué cosa era de su gusto para que conociesse, en la brevedad con que se la negociava, si la agradecía el favor, con tal que fuesse de condición que a él se pudiesse pedir.
Con lo qual se partieron los dos, él a reñir a Serrano dislate el mayor que hombre ha dicho y ella a dar parte a su señora de cómo, por saber quanto gusto la dava en ello, avía hablado a don Fadrique encareciéndole su amor, tanto que por él no tratava de vengar la muerte de su hermano, que sabía ser él el matador.
—¡O qué mal dixiste en esso! —respondió doña Ángela— que puede ser que, medroso, se ausente.
—No hará —dixo ella—, por lo menos hasta que mi señor buelva, que ansí me lo dixo él.
—Pues, como esté hasta entonces, tómame esta palabra que no se vaya quando quisiere.
Don Fadrique llamó a Serrano y preguntándole cómo se sabía en casa tan por extenso ser ellos los que mataron a don Francisco, le respondió que él estava muy enamorado de una donzella de casa y que, ofreciéndola todo lo que él era y valía, la dixo que por su servicio estava presto a aventurar su vida y aun a quitarla a quien ella quisiesse, y que entonces le dixo lo de la muerte como avía passado.
—Pues, ¿quién hiziera tal yerro si no tú?
—Yo, señor, no lo apruevo, antes diera por no averlo dicho un dedo.
—Pues dos podrás dar en sabiendo que como tú lo dixiste lo sabe mi señora, y tres quando sepas que don Francisco era hermano suyo.
—¡Jesús! —dixo Serrano— ¿Quién si no yo tal huviera dicho? Señor, yo no havía estado favorecido en mi vida de muger de tanta consideración y creí que no mostrava mi amor si no dezía algunas necedades, y dixe una que vale por mil: y pudiera dezirlas contra mi solo no contra vuessa merced, cuya vida importa, que la mía ¿para qué es buena?
—Ara, Serrano, yo te perdono el yerro con tal que no trates más de essa muger, porque me va a mí en ello quando menos la honra.
—Ansí, señor, pues, para que con efecto conozca vuessa merced quanto le estimo y quiero, desde luego hago lo que me manda, y en esto pongo de mi parte mucha fuerça y toda la que es menester para sacar del alma cosa que sin ella no entendí nunca salir.
—Por cierto, Serrano, —dixo don Fadrique que quien sabe dezir esso que no sé por qué ha de saber dezir lo otro.
—¿Cómo lo otro? —respondió él—. Yo me vi una fiesta con ella sin cuello ni valona, con la tez, diré mejor con la pez de rostro que vuessa merced vee y una cara que tiene más en ancho que en largo. Oíla dezir «mi ángel». ¿Por qué no avía de corresponderla con muchas necedades? ¿Por ventura soy yo de diferente pasta que los demás enamorados?
—¿Y era hermosa?
—¡O pecador de mí! Tenía muy buenos dientes, los ojos aguileños y hoyos en las manos.
—¿Qué son ojos aguileños? —preguntó don Fadrique.
Él respondió que no eran redondos.
—Pues, a éssos dezimos rasgados.
Al fin, Serrano desistió de la acción que tenía a la donzella.
Doña Ynés se cansó de solicitarle a él, que raras o ningunas vezes dexa de assí ser mientras la parte que se ama no da algunos alimentos de algún favorzillo; y por esso dixo Ovidio: ¿Quieres ser amado? Pues, ¡ama! Dolía Ángela, para poder negociar lo que esperava tener buen fin, se fue con una deuda de su marido a una casa de plazer que media legua estava del lugar, de donde la prima se avía de bolver a otro día y quedarse doña Ángela sola con doña Ynés. Aviendo dicho a don Fadrique que acudiesse allá a menudo, él lo hizo ansí, descubriendo en el valor con que resistió a aquella apassionada amante quien era y lo que valía para amigo: la qual, viéndose despreciada, le dixo:
—Pícaro suzio, ¿sabéys quién soy?
—Sé que es vuessa merced muger de mi amo y por saber esso hago estotro.
—¿Ha llegado a vuestra noticia que sé soys el que mató a mi hermano?
—Yo, señora —respondió él—, no he muerto tal cavallero, ni le conocí, ni sé lo que vuessa merced dize.
—¿No? Pues preguntaldo a vuestro criado y a toda la gente de casa: veréys lo que responden. Y si no os han muerto, ha sido por mi causa.
—Pues ¿cómo quiere vuessa merced que no esté agradecido a tan gran beneficio, y cómo lo estuviera si al contrario desto hiziesse?
Llegóse a él diziéndole:
—Mi amor no está para oýr filosofías, sino para que vengáys en él, o os haré poner en una cárcel donde, quando no os quiten la vida en una horca, os descoyuntarán a tormentos —y, hablándole con blandura, le dixo—: ¿No os he ofrecido yo mi hazienda? ¿Qué dudáys?
—Dudo en que lo que vuessa merced me ha ofrecido es suyo, mas la honra que se quiere quitar no lo es, y ansí ni puede disponer della ni yo hazer por donde se pierda, que quando mi señor se partió, toda su casa y hazienda dexó a disponer mío, mas no a vuessa merced, y si perdiere por desafortunado no sea por lo menos por buscarme yo por donde.
Todo lo qual passó asida ella de sus braços. A cuyo tiempo llegó su marido a la misma parte donde los dos solos estavan, con intento de quedarse allí por algunos días, para lo qual avía dexado en el lugar antes las mulas que a los criados traían, que eran de Madrid, y a ellos avía mandado se quedassen encubiertos en él. La causa de yrse a la casa de plazer de su prima era informarse desde allí de las cosas de la suya y cómo procedía don Fadrique, aunque doña Ángela no lo quiso entender ansí, atribuyendo la yda a querer embiar por su prima, de quien ella dezía estava celosa no porque huviesse causa para ello ni amor para celalle, antes para escusarse con esta ficción quando la hablavan en la mala voluntad que a su marido tenía.
Viole ella primero y, sacándole espada a don Fadrique, dixo, llegando cerca:
—Traydor, ¿a vuestra ama? ¿Esso fue lo que mi marido os encomendó? ¿No basta averme muerto alevosamente a mi hermano, sino querer aora matar la honra a quien confió de vos su casa?
Apeóse don Gregorio y, poniendo mano a su acero, se fue para él, no para matarle, antes para que, entre él y un criado de quien se fiava, le cogiessen y se enterassen de la verdad, que la considerava no como ella la prometía.
Serrano, que cerca se halló de adonde don Gregorio se avía apeado, cogió lo primero el criado que le avía de ayudar y, quitándole la hoja, le arrojó por una cuesta abajo, y, caminando luego a donde su amo en tanto peligro estava, le tomó en braços y puso sobre el rozín de don Gregorio, y, subiendo él en el del criado, picaron sin parar hasta quatro leguas de allí; a donde se hallaron con poco dinero, socorriendo esta necessidad una de las bolsas del argón en que hallaron cien escudos. Con los quales dieron consigo en Barcelona con intento de embarcarse para Roma, donde, acomodándose con algún Cardenal, pensava ganarle la voluntad para que le diesse con que ordenarse y dessa suerte tornasse con Serrano, a quien confessava dever la vida, contento de aver escapado de las manos de don Gregorio más porque doña Ángela no peligrasse que por guardar la suya, que es glorioso perderla en una ocasión de honra, y lo era entonces para perdida, porque tenía por sin duda no persuadirse don Gregorio a que le avía passado por el pensamiento querer quitarle el honor.
Sucedió, pues, que averiguasse don Gregorio la verdad de sus sospechas. Y como descubriesse el criado a quien Serrano dexó caer por la cuesta abaxo que la quería dar veneno para salir de una mala voluntad y peor intención de su muger y en particular de quien le quiso deshonrar, cuyo intento dava ya por acto consumado, y él lo traxesse una siesta en un vidro de aloja que se le antojó y, al dársele, tropeçasse en su chapín por estar en una quadra obscura y cayesse y se quebrasse, lamió una perrilla que doña Ángela tenía en las faldas parte de lo que en el suelo estava, de que dentro de media hora murió. La hizo su señora abrir de secreto, porque, como la que tenía tanto que temer, vivía con inquietud, y la dio mucha, que, conocer la repentina muerte, confirmó lo que temía, acudiendo con este remedio.
Parece ser que doña Ángela tenía en Roma un tío Cardenal en quien avía librado el remedio al disgusto con que vivía, porque, como no fuesse entonces rica, la casaron, según ella alegava, contra su voluntad con don Gregorio, y como tuviesse al presente seys mil ducados de renta y esperasse diez, no embiava orden para que se hiziesse, que sin su voluntad no se atrevían los deudos que en Xerez tenía. Por cuya razón, y en particular por guardar la vida y huyr de quien aborrecía, se abscondió unos días, al cabo de los quales se embarcó en San Lucar para Barcelona en una chalupa, que acaso estava detenida aguardando temporal, con doña Ynés, la donzella de quien se fiava y un escudero que de años atrás servía en casa.
Llegados que fueron a ella, acertaron a aposentarse en la misma posada que don Fadrique y Serrano estavan. Vistos que fueron, se quedaron a una todos helados, sin preguntarse nada los unos a los otros. Quien primero se deseló fue doña Ángela, que aún no tenía sana la llaga. Preguntóle qué sucessos le avían traýdo a Barcelona, y assí se preguntó qué fortuna la avía guiado a la misma ciudad y a la posada en que al presente se hallava; díxole llorando como él era causa de sus inquietudes y que hasta entonces no se avría oýdo dezir de tan gran amor ni de peor paga a él.
—Ansí deve de ser ello —respondió— y se conoce que lo es en dezir a vuestro marido que os quise forçar, cosa tan agena de mí y que por el pensamiento no me passó; antes bien, por el respecto que a vuestra casa se devía y por paga del amor que vuestro marido me mostró, rogué a Serrano, que presente está, dexasse el solicitar una donzella vuestra que con él se quería casar, y él lo hizo. Ved vos, si aun lo que era lícito no permití, ¿cómo viniera en lo que tan contra vos, contra mí y contra vuesso marido era?
—¿Y qué hazéys aquí?
—Estoy aguardando passage para Roma. Allí pienso servir a un Cardenal hasta que me dé con que ordenarme, si es que mi adversa fortuna me permite que vaya a ella. Con esso pienso acabar mi vida pagando algo de lo que devo a hombre que por mí perdió su gusto y por él la tengo.
—Vos, señor don Fadrique, llevaréys compañía, porque a la misma parte pienso yr yo, y a la casa de un tío Cardenal que hará por mí quanto le pidiere. De manera que, sin servir, tendrán efecto vuestros intentos, si ya no queréys ser más rico. Y entonces no seréys traydor ni degeneraréys de vuestros respetos, porque yo no soy muger de don Gregorio, que no lo puede ser ninguna por fuerça, y con la que digo lo hize por el gusto de mis padres, que poco vivieron, de que tengo suficientes testigos. Y nos podremos casar, que con esse intento traté con vos los amores, porque imaginé que, obligado, negociárades lo que yo voy aora a hazer a Roma, tanto por ello quanto por huyr la muerte, porque, como don Gregorio averiguasse con la gente de casa, enemigos que ni se escusan ni nada perdonan, la verdad del hecho, intentó darme veneno en un poco de aloxa que una siesta se me antojó, y, trayéndomela aquel criado que era archivo de sus secretos, tropeçó con un chapín mio y, cayendo en él, quebró el vidro y derramó el aloxa. Una perrilla que estava en mis faldas, que devía de tener sed, sintiendo ruydo de agua, saltó dellas y, lamiendo de lo que en el suelo cayó, me dixo su muerte en el peligro que estava mi vida, porque la hize abrir y hallé que traía veneno. No aguardé entonces más lances, ni puse en contingencia cosa tan de estimar como ella. Yo no soy natural de Xerez ni tengo allí deudos, y, quando los tuviera, hallara poco amparo en ellos, antes se holgaran con mi muerte por suceder en mi mayorazgo. Mi tío el Cardenal es más deudo que ellos, y por esto está más caliente la sangre y porque no espera lo que los demás: en él hallaré amparo para restaurar la perdida o tiranizada libertad, que este nombre merece cosa que yo no di de grado. No reguléys, por lo que con vos hasta aquí ha passado, lo que, viéndome con quien viviesse con gusto, sería, que si un vestido le trae su dueño con pesadumbre por ser contra el suyo ¿qué hará a un marido? Necio anda el que a fuerça de sus dineros lleva una muger que no quiere ser suya, que entonces es señor de la persona mas no de la voluntad.
—Dos cosas —dixo don Fadrique— quería preguntaros. Es la una, ¿cómo, en el tiempo que vivistes descontenta, no echastes el ojo a hombre que os desenfadasse? ¿Y cómo, si tanto me amávades, me pusistes en contingencia de perder la vida?
—A la primera respondo que mi intento fue siempre no vivir en pecado, antes casarme con quien escusasse los que de no estar con gusto nacen; y en Xerez no tenía yo quien me ayudasse, por ser los más cavalleros parientes de don Gregorio. Ymaginava yo en mi ydea un hombre como vos soys, a quien, con la condición dicha, entregara hazienda y persona. Y si como lo digo entonces no lo conocistes, fue por mostraros siempre tan demasiado leal, que no tuve tiempo para deziroslo, porque con brevedad huíades de mi presencia. A la segunda, que no, quando os puse en la contingencia que dezís, fue para que lo que amenazava os sucediesse, sino para que no os fuéssedes.
—Esso no he de creer, porque vos misma os avéys condenado diziendo que los mejores del lugar son deudos de vuestro marido. Pues, quando él no tuviera intención de matarme, lo hiziera por ellos. Fuera de que, con essa traça más me perdíades.
—No creáys tal por dos razones: la una, porque tenía gran crédito de vos, y la otra, porque, en teniéndoos en su poder, le dixera como tal no intentastes, sino que fuystes el que mató a mi hermano y que, para obligarle a la vengança, dixe lo que aora dudáys. Fue con otro intento, que después en mi mano quedava daros libertad, supuesto que era yo la parte.
Lo más de lo qual no era ansí, porque, quando le sacó el espada de la vayna, no fue con otro intento que de guardar su vida a costa de la de don Fadrique: buscó después essa traça, porque no se avía de condenar a sí propia, ni dalle a entender que su amor no fue honesto.
—Y sí queréys informaros —dixo dándole más satisfación—, preguntad a doña Ynés, que presente está, si la dixe, quando se supo la muerte de mi hermano, que me pesava le dixesse érades vos quien la hizo, porque de miedo no os ausentássedes de casa. Luego, si proceder huviera querido contra vos, ocasión no me avía faltado.
Él respondió agradeciéndola lo que alegava de veras y no creía, diziendo ser mucho más cierto tenerle a él más obligación, pues, por mirar por su honor, se hallava con trabajo y se puso antes a pérdida de la vida; y que se desengañasse, que no avía de hazer cosa por donde perdiesse la buena opinión que hasta entonces avía adquirido, si ya no era que en los mismos buenos respetos se hallava acción contra él, como en el sucesso presente se podía colegir, porque qualquiera que huviesse entendido lo que antes passó y los hallara entonces juntos creyera aver sido verdad y que concertaron verse allí:
—De manera que no me passa por el pensamiento casarme con vos quando libertad ayáys y, si quererla tenéys, no os passe por el vuestro hazerme bien a mí, que no negociaréys jamás.
Esto dicho, como sintiessen ruydo, bolvieron todos la cabeça y vieron a don Gregorio, que le llevava el huésped a una sala y alcova grande que junto a la de don Fadrique estava, que venía a la vista de un pleyto de cantidad de hazienda para el qual avía días que estava citado y se acabava el término.
Admiráronse todos, porque parecía cosa obrada por arte del diablo. Entró dentro y, apartando aparte a don Fadrique, le dixo:
—¡A, traydor!, aquí confirmo aver sido verdad que intentastes contra mi honor y que, después acá, os avéys escrito para hallaros donde al presente estáys.
Esto, emboçado y con la daga ya en la mano como Serrano advirtió por estar a sus espaldas y sentir que la sacava.
Don Fadrique le dixo:
—Reportaos, señor, y no tratéys ofenderme, que estoy inocente en lo que me consideráys culpado, y advertid que la defensa es natural. Juro por Dios nuestro Señor que a los dos nos está oyendo, que no tengo ninguna parte en la venida de mi señora y que antes me turbé con su vista, y que tampoco la tuve en el delito que me impuso, y que, preguntándola la causa por qué tanto mal avía intentado hazerme, me ha dicho que yo maté en Sevilla a un hermano suyo, llamado don Francisco, como en toda la casa era notorio, y que, porque no me diéssedes libertad sin vengar su muerte, dixo cosa tan fuera de acuerdo, y que, preguntándola cómo una señora tan principal dexava su casa y tan noble marido, me ha dicho que vos no lo soys suyo, por averla sus padres forçado quando con vos se casó, y que va a Roma, donde tiene un tío Cardenal, para que dissuelva el matrimonio. Cerca está de nosotros: llamalda, que yo no pude dezirla nada desto para que concertásemos los dos, supuesto que no sabíamos avíades de venir. Y si hallaredes en contrario, tomad entonces la vengança que fuéredes servido.
Don Gregorio se reportó y, llegándose a ella, halló verdad todo lo que don Fadrique le dixo, y con el intento que yva a Roma, y que él no tenía ninguna culpa, y como vivía con él forçada.
Respondióla que para conseguir su intento no tenía que cansarse en camino tan largo, que como huviesse testigos, que en Xerez se podía hazer.
Ella respondió que no avía de poner allá los pies, que se acordasse del aloxa que una siesta quiso darla.
—Pues, llevaros he yo maniatada.
—No haréys —respondió—, porque, si juntos los dos me he confessado por vuestra muger aunque forçada, en queriendo apremiarme a lo que dezis, diré que no os conozco. ¿Qué testigos traéys vos para averiguar soy vuestra?
—Tres criados.
—Pues, yo traygo quatro que dirán que no os conocemos. Si vos me pretendistes matar por salir de conmigo, ¿no es mejor que, saliendo, me dexéys con la vida para que entre yo con quien la passe con gusto?
Don Gregorio consideró lo que en Xerez avía averiguado y como los circunstantes, que eran don Fadrique, Serrano y la gente de doña Ángela, estavan enterados dello y que, aunque no huviesse tenido efecto, bastava para manchalle su honor: sacó la daga y fue a darla una puñalada bastante para no asegundar.
Serrano, que cerca se hallava, tiró della y la hizo caer en el suelo, y, sin querer, vino a descargar el golpe en él y passóle el braço yzquierdo. Visto que avía herido un mocetonaço tan rezio y del ánimo que él sabía, puso mano al espada pensando que los dos la pondrían, como después lo hizieron no para ofenderle antes para defenderse. A cuyo ruydo subieron los criados de don Gregorio y otra mucha gente, entre la qual se escapó doña Ángela y la suya.
—¿Qué es esto?,—Preguntaron todos,
Y él respondió que aquellos dos bellacos le avían robado su muger y su hazienda, y que avía venido en seguimiento dellos y, hallándolos en aquella posada, no tuvo paciencia para dar parte a la justicia y que se quiso vengar por su mano, y que pues avía allí tanta gente natural del lugar, que fuessen a llamarla. Y ya ella venía, porque el huésped, luego que vio el alboroto en su casa, fue a ello. Refirió entonces otra vez lo que avía passado y que sus criados dirían si era verdad todo y que doña Ángela era su muger; y empeçóla a buscar por el aposento, la qual no pareció.
Llevaron a don Fadrique y a su criado y a los de don Gregorio a la cárcel a muy buen recado, y a él, por ser cavallero, en casa de otro para que desde allí se hiziessen las averiguaciones. Luego que don Gregorio vio que su muger se avía huydo, quiso hazer consigo un disparate por aver dicho que lo era, porque entonces públicamente se deshonrava, y si lo hizo fue por no saberlo. La qual fue a dar consigo y con su gente a donde para ellos y para la justicia ni muerta ni viva no pareció, mas para don Fadrique y su criado sí, pues tuvo traça como le aliviassen las prisiones y le embió dineros.
Serrano llegó a lo postrero, porque la herida fue cerca del lagarto. Y, passando en silencio por no ser de essencia los lances que en las prisiones huvo, digo que doña Ángela tuvo tal ardid que los escapó a los dos de la cárcel y, vestidos ansí ellos como ella de romeros, dixeron que yvan a cumplir un voto a Roma y que era toda una familia, con la qual se embarcaron en un navío.
Don Fadrique la dixo:
—Ya vos, señora, veys mi inocencia y la deste pobre moço, que sin culpa ha padecido en la cárcel porque vos no muriéssedes. Yo no os llevo ni vengo en que vays con nosotros. Admito esta traça como el tan necessitado y por guardar la vida, que, según lo que vuestro marido dixo y como lo provara pues le era tan fácil, no ay duda sino que me quitaran la cabeça. Y pues mi suerte tan adversa en todas las cosas me ha traýdo a tal estado, a Dios pongo por juez desta causa y de que yo no os quito a vuestro marido.
Con lo qual se partieron aquel y otros quatro navíos, ellos a Nápoles, más los de los peregrinos para Argel, porque, como tuviessen una refriega con los enemigos, se escaparon los quatro y fue cautivo él en que yva el desgraciado. Peleó en ella como el que, ya que no pudiesse escapar de cautiverio, quería vender cara la libertad o la vida, y lo mismo hizo Serrano.
Sacó don Fadrique muchas heridas y muy peligrosas que no tuvieron menor lugar en doña Ángela, tanto porque las que recibía él en el cuerpo se las davan a ella en el alma, quanto porque caían sobre las antiguas que con verle en Barcelona reverdecieron. No le faltó a este Medoro Angélica que las curasse, mas faltóla a ella libertad para que lo pudiesse hazer, quel aunque estava prompta a ello, ya no era suya: hablavan los ojos y padecían las lenguas. Y en tan cuerdo dolor, cayó Serrano en el mar, y como don Fadrique lo viesse y que por no saber nadar se ahogava, se dexó caer en él, adonde las aguas, en lugar de chupalle la sangre, le dieron las vendas que doña Ángela, por la causa dicha, no pudo, que hasta los elementos amparan al agradecido.
Al fin dieron con ellos en Tánger por ser aquellos baxeles del alcayde, y, como don Fadrique tuviesse tan buena persona y doña Ángela no fuesse fea, se quedó con ellos y con doña Ynés, y los demás echaron al remo. Preguntáronlos cómo se llamavan y, mirándolos las manos, dixeron que no porque negassen ser gente principal se persuadirían a ello, porque las personas y el valor lo davan a entender, y que ya que su suerte quiso que fuessen cautivos, que se tuviessen por afortunados en serlo del alcayde, porque desseava mucho unos christianos principales que a dos hijos suyos, varón y hembra, enseñassen la lengua y otras habilidades que saben.
Halló don Fadrique, por una que no pudo, muchas Angélicas que le curaron las heridas, que un buen parecer aun entre los tiranos halla piedad. Consolóse algún tanto, prometiéndose, aun en aquella fortuna, desgracia: como dentro de pocos días vino a suceder, porque se pagaron tanto el alcayde y su muger dél que por ningún interés le rescataran, de manera que, quando fuera possible hallar con qué, no lo era por su mala suerte que aun en las prosperidades le era adversa. Las persuasiones tantas de sus amos para que renegassen, las dádivas y promessas corrían parejas con el valor con que don Fadrique burlava dello y, por su causa, los demás. Yva alicionando al hijo y doña Ángela a su hermana para que los dos aprendiessen a leer, y por aquel camino enseñallos la lengua; mas, aunque los maestros no los enseñavan a amar, que esso de cosecha natural se tiene, ellos lo aprendían tan bien que cada día yvan en aumento.
Parece ser que estos dos hermanos se avían enamorado él de doña Ángela y ella de don Fadrique, y como los dos se huviessen dado parte de sus amores, determinaron entre ellos que don Fadrique la diesse lición a ella y a su hermano doña Ángela. Y como el alcayde no estuviesse menos picado de la christiana, entrava a menudo más a verla a ella que a saber cómo lo hazían los discípulos, y, preguntándoles por qué se avían trocado, le respondieron que como los persuadían a que renegassen, juzgavan por medio eficaz que él solicitasse a ella y su hermana a él, porque tenía más fuerça de varón a hembra y al contrario; y la misma respuesta se dava a la alcaydesa: la qual respondió que si por essa razón se trocavan, que ella tenía más experiencia que ellos y que lo haría mejor, fuera de que, desseava también acabar de saber la lengua española (y aquí fue quando, por las persuasiones de los dos, bolvió Serrano de la galera a casa).
Con esta traça dixo a don Fadrique quánto le amava y que, si venía en su amor, serían suyas todas las riquezas de su casa, y que a ella no le passava por el pensamiento pedille que renegasse, lo qual hazía porque su marido no le diesse su hija por esposa, que tenía por sin duda hazerlo luego.
Él respondió que, aunque era muy pobre, era muy bien nacido y que su sangre no consentía trayciones, y que lo era muy grande ofender a su señor, de quien tantas mercedes recibía. Él qual bolvió segunda vez y dixo a su muger qué hazía con don Fadrique. Respondióle lo que sus hijos a ella.
—Ansí —dixo él— pues, yo tengo más plática que todos. Quiero avérmelas con la christiana —y levantando a su hijo del assiento en que estava, se sentó y la dixo que su intento nunca fue que renegasse (esto porque sabía que se casaría con ella su hijo), que lo que siempre desseó era dezirla quán suyo era y que, si venía en su pensamiento, depositarla en ella todas las prosperidades de su casa.
Ella respondió que de su señora la alcaydesa avía recebido muchos beneficios y que no era paga a ellos ni a quien ella era hazer lo que le pedía, y que, fuera de su pretensión, como la que era su esclava, haría todo lo que fuesse su gusto.
De manera que a don Fadrique amava la alcaydesa y su hija, y a doña Ángela el alcayde y su hijo. Los quales, como viessen que tanto tiempo estavan sus padres con ellos, se llegaron pidiéndoles les dexassen repassar su lición. Hiziéronlo melancolicíssimos con el mal despacho que llevavan, a que servía de consuelo considerar que, como sus amos, harían lo que quisiessen o por fuerça o por grado.
Los muchachos perseveravan en su lición, procurando reduzillos a su ley para casarse con ellos, y sus padres en persuadillos a su amor tan a menudo que el alcayde vino a engendrar, y aun a parir, celos de su hija y, apretadamente, de su muger: por lo qual los entró en dos calaboços, adonde los hijos con estremo los regalaron.
Allí fue quando doña Ángela por la puerta (que enfrente estava una de otra) dezía mil ternezas a don Fadrique, pidiéndole no pusiesse en olvido su amor, pues sabía quán grande era ya buen fin encaminado, que tenía por sin duda, quando escapassen, poner en breve tiempo las cosas de suerte que lo que tanto desseava executasse, y que, como esso fuesse, dava por bien empleados los trabajos padecidos.
Don Fadrique la respondió que tratassen al presente de pedir a Dios les diesse libertad, que, alcançada, haría todo lo que de su gusto fuesse: esto, por tenerla por aquel camino contenta, para que resistiesse las persuasiones de los hermanos.
Al fin, estuvieron en los calaboços algunos días, donde, si el alcayde baxava, era acompañado de su muger, y de la misma suerte dél quando baxava ella. Y como amenazas ni dádivas no pudiessen contrastar sus voluntades, dixo él que mejor estavan libres donde sirviessen la casa y acudiessen a su quotidiano menester, por lo menos don Fadrique. Y esto dezía porque, como estuviesse ocupado con los hermanos, tuviesse lugar de verse con doña Ángela.
Ansí lo pensó, mas, por presto que quiso acudir a ello, vio que su hijo abría el calaboço, con una llave que para esse efecto hizo; a cuyo tiempo ya su muger avía cogido a don Fadrique para que la diesse lición. Preguntóle el padre qué era lo que allí hazía. Díxole que cómo la enseñança engendre amor, se le tenía tal a la christiana, que avía baxado a consolalla y dezilla que procurarla con él la sacasse de prisión.
—Está bien esso, pero esta llave ¿quién te la dio?
No pudo negar que la avía hecho hazer. Alçó el padre el bastón que en la mano tenía para darle con él, y, retirándose, entró en el calaboço adonde don Fadrique estuvo, y su padre le hechó la llave, subiéndose arriba más celoso que con cuydado de enmendar a su hijo: donde halló a su muger con don Fadrique. Entonces acabó de concebirlos de todo punto.
Ansí que tenía el señor alcayde mucho amor a doña Ángela, celos del hijo y, apretadamente, de su muger. ¡Aý darás rayo! Esclavos tan costosos no se los dé a nadie ni la fortuna ni el tiempo, que parece dádiva de necios, que a un mismo tiempo ofende y regala. Los esclavos tenían protectores, porque si se enojava él, lo era suyo y ella al contrario; y los padres llevaron no buen despacho, que, aunque eran más poderosos, no negociavan con la fuerça que sus hijos, pues, a trueco de verse casados con los christianos, dixeron que querían serlo, para lo qual robarían en casa gran cantidad de riquezas. Y todos juntos se metieron en un baxel con intento de venirse a España y, baptizados, casarse: en lo qual vinieron por verse en la tan desseada libertad.
Y como llegassen ya al puerto, tuvieron fin las desdichas de don Fadrique, porque a su vista pereció el navío y todos los que venían en él. En cuya pérdida huvo una conocida ganancia, que fue hallarse los que tratavan de ser christianos en el cielo por medio del baptismo, haziendo entonces esta obra don Fadrique, que también se hallaría con ellos, pues con tanta paciencia sufrió tantos trabajos, no haziendo por donde le viniessen. Y si doña Ángela y los demás no tomaron mejor puerto que el que a la vista tenían, fueron muy necios, pues antes que se ahogassen tuvieron lugar para conocerlo.