Cuando empedraron las calles, ya no dejaron llegar más carretas hasta el mercado.
Entonces Don Domingo se quedaba en los suburbios y sólo vendía sus
sandías a los revendedores, que después pregonaban por el pueblo.
Don Domingo me contaba cosas del campo.
Era un hombre que sentía mucho cariño por los niños.
Tenía un hijo, pero se fue a la guerra y lo mataron.
Entonces le cambió el nombre a la carreta, que se llamaba “La Compañera”, y le puso “Pronto Voy”.
Como el viaje era muy largo y él estaba muy viejo y su mujer también, comenzó a viajar con ella.
Entonces la carreta era un hogar.
Un día no vino más, ni la carreta ni Don Domingo.
Y yo ya dejé de ver carretas y carreros.
La industria
Mojarra se crió solo. El campo y los cerros con su almanaque de
plantas le enseñaron las cuatro estaciones. Sabe caminar fuera de los
caminos sin perderse. Aprendió cosmografía buscando la huella más corta,
cuando se hallaba lejos del pueblo, pues es arriba y no abajo que hay
que mirar para encontrar el rumbo seguro. Supo cuándo la lluvia estaba
cerca, viendo el trajín de las hormigas y oyendo cantar a los horneros.
Observando la marcha del ganado llanero que busca el abrigo de las
quebradas, conoció el rumbo del viento antes de que éste llegara. Tiene
un valor sereno que le ha nacido en los silencios de la sierra,
creciéndole pecho adentro.
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