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Este texto forma parte del libro «Cuentos y Chascarrillos Andaluces».
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Acudía a hablar por la reja con la señorita doña Eufemia; le aseguraba que tenía por culpa de ella, en su lastimado pecho, no uno sino media docena de volcanes en erupción; le rogaba que apagase sus incendios y que mitigase sus estragos, y lo que es de casamiento no decía ni daba jamás palabra.
Así se pasaban meses y meses; los novios pelaban la pava todas las noches sin faltar una; pero el asunto permanecía siempre sin adelantar, ni por el lado de la buena fin, ni tampoco por el lado de la mala.
Cuando él excitaba a su novia para que no se hiciese de pencas y fuese generosa y se ablandase y cediese, ella, o se enojaba porque él le faltaba al respeto y mostraba que no tenía por ella estimación, o bien derramaba amargas lágrimas y exhalaba suspiros y quejas considerándose ofendida.
Con mil variantes, porque tenía fácil palabra y sabía decir una misma cosa de mil modos diversos, la niña solía contestar sobre poco más o menos lo que sigue:
—¡Huy, huy, Sr. D. Calixto! ¿Qué es lo que usted me propone? En el silencio de la noche, en la más profunda soledad, nunca estamos solos: Dios nos mira; Dios está presente y no podemos ni debemos ofender a Dios. Mi honra, además, está pura e inmaculada; está por cima de todo; hasta por cima del inmenso amor que usted ha logrado inspirarme. Y vamos... ¿qué diría usted de mí si yo en lo más mínimo faltase a mi deber, echase a rodar mi decoro y me olvidase de la honestidad y del recato con que me ha criado mi cristiana y severa madre? ¡Jesús, María y José! La cara se me caería de vergüenza si yo fuese liviana. Con sobrada razón me despreciaría usted entonces. Haría usted muy bien en abandonarme y en huir de mí como de una criatura depravada y viciosa.
2 págs. / 4 minutos.
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Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.
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