Desde una pequeña aldea de Aragón vino a Madrid un hombre muy observador, aunque rústico, y que por primera vez viajaba.
Cuando volvió a su tierra, le rogaban todos que les contara lo que de más notable había visto.
Contaba él infinitas cosas, muy menudamente y con gran exactitud y despejo; pero lo que más había llamado su atención y lo que más le había sorprendido era un animal, que describía de esta suerte:
—Imaginen ustedes un cochino enorme, doble mayor que un toro, con un rabo muy grueso y con un gancho en la punta del rabo. Con aquel gancho coge nueces, manzanas, naranjas, racimos de uvas, pedazos de pan y otros comestibles, y luego a escape, se lo mete todo en el trasero.
Nadie en el lugar quiso creer en tan extraño fenómeno, pero el viajero juraba y perjuraba que le había visto, y aun se enojaba de que no le diesen crédito sus paisanos.
Resultó de esto una acalorada disputa.
Un anciano muy prudente imaginó, para que resolviese la disputa y los pusiese en paz a todos, ir a consultar al cura párroco, que era letrado y tenía fama de entendido.
Llegados a la presencia del cura, el viajero hizo nuevamente la descripción del animal prodigioso.
El auditorio, apenas acabó, se puso a gritar:
—¡Es grilla! ¡Es grilla!
Y el cura dijo entonces:
—Qué ha de ser grilla: es un elefante.