Las Nuevas Fasces

Relato fantasioso sin respaldo histórico, pero muy realista

KinLucas Busher


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Las Nuevas Fasces:

Transcurría el año 1916 (Primera Guerra Mundial), en un fuerte en la frontera con Francia, un pelotón italiano tenía la misión de parar cualquier avance de exploración o ataque alemán.

El cobarde a cargo de este medio centenar de soldados de infantería ligera era el teniente Pedro Vinious, que trataba a sus hombres como animales. El jueves, dos carretas partieron con desertores y enfermeras, que huyeron por los rumores del adelanto de un batallón de artillería alemán; Pedro Vinious había tratado de huir con los desertores, pero sus oficiales lo detuvieron discretamente sin que se enteraran los demás soldados.

Había pocos hombres, unos fusiles Lee-Metford desechado por el ejército británico por su antigüedad y un par de ametralladoras pesadas que eran la única defensa anti-aérea y terrestre del fuerte. En cuanto a alimentos, solo había unas reservas de pan y algunas gallinas para degollar.

 

En la defensa del fuerte no había imponentes morteros ni grandes tanques de guerra, sino las ametralladoras establecidas como torretas y una fila de diez hombres que montaban la guardia en una fila escondida –cada uno con un fusil-.

Mientras que Vinious se quedaba en una cruel comodidad dentro de su despacho, el subteniente Leonardo formo a veinte soldados y les ordenó ir a explorar, dejando el fuerte desprotegido. Por su parte, Vinious seguía atrincherado en su oficina, ignorando los pedidos de sus oficiales de que saliera a comandar. Luego de tres intentos de entrar y una amenaza de quemar su habitación, Leonardo entro con pistola en mano y dos hombres que simulaban escoltarlo.

Leonardo, le quito cualquier arma que tuviese el teniente, puso el cañón de la pistola en la oreja de Pedro y le dijo con tono serio y amenazante –Teniente en funciones de la tropa regular italiana, me siento en la obligación de destituirlo de su cargo y ocupaciones por incumplimiento del deber y cobardía, en  el peor de los casos lo tendré que ejecutarlo aquí mismo- Pedro Vinious asintió, señalando una carta para su esposa y con una sensación de anticipo bebió el licor más fuerte que yacía en su escritorio para evitar el dolor. Leonardo alzo el arma cerca de las cien, miró a su superior antes de matarlo, derramó una lagrima y dejándose llevar por la disciplina, apretó el gatillo. En aquella sala solo se oían los ruidos metálicos del disparo detonado, el retumbar del cartucho vacío en el piso; y la salpicadura de la sangre, pero se sentían susurros incomprensibles, como si el muerto diera sus últimas palabras al viento que entraba por la ventana. 

La ejecución del Teniente se mantuvo en secreto por algunas horas, pero por la mañana del viernes, Leonardo mando a llamar a todos; incluyo a los exploradores que acababan de volver con la confirmación de cuatrocientos alemanes y austro-húngaros con cañones de avancarga y tanques enteros de gas mostaza.

Entre nosotros, los soldados rasos, había una creciente esperanza; el subteniente Leonardo apareció acompañado por los sargentos y sin basilar demasiado empezó con su discurso neo romano –Camaradas, valientes legionarios, héroes de cristo… El teniente Vinious aceptó su destino al morir por sus errores. Pero nosotros seguiremos adelante por la patria de los gladiadores- hizo una pausa acercándose a los soldados y continuo –Quien pueda demostrar tener la mejor puntería será nombrado francotirador y tendrá el privilegio de disparar con nuestro único fusil Mauser, necesito voluntarios para la primera carga de infantería y las torretas…- se preparo para gritar y luego exclamó - ¡Ofrezcan la cabellera que esclava de Roma dios la creó! -. Y así se comenzaron a entonar el himno nacional italiano con los voluntarios dando un paso adelante.

Yo fui seleccionado para ser el asistente del famoso Leonardo; un hombre rubio, alto y con pocos años de edad –aunque la mayoría de ellos en el ejército-  que decidió sacrificar su belleza con la guerra y el alcohol. En un inoportuno momento me dijo –Soldado, si sobrevivimos a estos canallas, el domingo habrá un consejo de guerra- yo lo mire con curiosidad y le pregunte - ¿Para quién, señor? - y sin mayor importancia me contesto –Para mí, quiero ser juzgado por intento de amotinamiento y asesinato de un superior- yo estaba tan sorprendido que simplemente asentí y me aleje.

El sábado, la artillería alemana se acercó tanto que ya eran visibles las bocas de los cañones y las trincheras frescas. Era el momento, los de la primera carga ya estábamos listos, con una bandera de las faces romanas y el grito de guerra de los centuriones. Como valientes paladines suicidas marchamos a la muerte y a la gloria.

En el frente había algo inesperado, ráfagas de metralla y minas en la tierra, teníamos que esquivar los disparos y las extremidades que volaban de nuestros compañeros. No había refuerzos, no había mas municiones, solo nosotros contra el enemigo; pero ellos no eran invasores, esto era una guerra de promesas y ambiciones de todas las partes; así no era la audaz batalla que relataban los veteranos. 

Yo fui de los pocos que quedaba vivo y pude presenciar algo hermosamente sangriento.

Leonardo vio el gran error que estábamos cometiendo, pues los alemanes iban a utilizar el gas venenoso, de modo que subió a un caballo, puso un fusil en su hombro y con su sable fue a nuestro rescate. Nuestra precaria artillería disparaba lo poco que tenía, mientras que el enemigo disparaba cien tiros en cada ángulo. Leonardo fue herido, mataron a su caballo y en la caída perdió su sable. Pero desde el piso y con una sola pierna siguió disparando para cubrirme; me acerque a él, lo lleve cojeando y dándole la espalda al fuego contrario.

A duras penas llegamos al fuerte, a mí me extrajeron tres balas de la parte inferior de la espalda –de milagro me salve de perder la sensibilidad en las piernas-  y al subteniente Leonardo había que cortarle la pierna derecha, pero todas las enfermeras desertaron. De modo que un soldado hijo de un carpintero y un cabo que trabajaba de veterinario antes de la guerra se encargaron de la mutilación.

Leonardo, pocas horas después de que le cortaran su pierna, ya tenía una estaca en lugar de esta y estaba listo para seguir combatiendo. Fue a mi habitación, me vio acostado y herido y saco de su bolsillo una medalla al valor –Soldado… le entrego esta medalla al valor italiano y lo asciendo a sargento primero- me dijo el subteniente con una sonrisa en su rostro-le agradezco señor, usted fue el único que fue a salvarme y yo el único que lo se quedo a salvarlo a usted- le respondí-.

Dos horas después, llego un mensajero, con una pistola descargada y un mensaje grabado en su mente para el subteniente. Rápidamente entro, gritando en francés –la verdad nadie lo iba a parar porque solo quedábamos 37 entre oficiales, suboficiales y tropa, de modo que todos estábamos ocupados manteniendo al enemigo a raya con las pocas balas que quedaban.  Yo lo seguí, me adelante a él y lo anuncie ante el Subteniente Leonardo que estaba escribiendo en ajustando la estaca que llevaba de pierna. Este mensajero, presumiblemente francés, me miro con cautela y luego a Leonardo con seriedad y dijo –Señor, soy el-el sargento Antoni Hernau, mi superior, el Capitán Alf Tyno me ordeno le que le informes sus or…ordenes. Deberá resistir un día más, y pronto llegara un batallón amigo con dos baterías de artillería y quinientos fusileros-. Este tal Antoni hablaba entre cortado, primero pensé que era por miedo, pero ahora entiendo que no sabía hablar español de manera natural. Leonardo lo miro, le dio una botella de agua y le respondió -¿Cómo es que mis hombres no han podido salir de aquí, y usted pudo llegar sin heridas?- Antoni mostro una mancha roja en su uniforme y contestó –El capitán mando un escuadrón, hace un par de días, y luego uno de ellos volvió moribundo; sin poder cruzar la primera línea de fuego. Entonces envió un segund-o escuadrón, en el que estaba yo, fui el uni..unico que llego, pero a costa de la vida de mis camaradas, dispare una bengala para confirmar mi éxito-.

Leonardo se ajustó el uniforme, hizo que la mayoría de los soldados y oficiales se reunieran en el patio de armas, una vez allí, empezó con uno de sus más motivadores discursos –Soldados de Italia…No, ustedes hoy no serán soldados, serán caballeros de Roma, y de los más valientes. En  cuestión de horas llegara un batallón con artillería pesada y suficientes soldados para mandar al infierno a esos alemanes, pero tenemos que resistir, pues si perdemos esta posición no solo nos condenaremos a nosotros, sino a quienes vienen en nuestro rescate y a los pueblos llenos de familias que están en nuestra retaguardia, Pero la única manera de resistir es con una carga, donde vayamos todos. ¡En cada ametralladora habrá dos voluntarios, uno que dispare y otro que recargue!- luego formo cuatro filas frente a la puerta principal y dijo –No me importan sus rangos, pues la metralla no conoce oficiales, preparen bayonetas, carguen los fusiles con todo lo que encuentren, balas, fogueo…-.

Leonardo se puso al frente de las filas y grito –¡Los que salgan con vida vivirán con gloria y los que mueran morirán con gloria!- se abrieron las puertas, estaban las ametralladoras preparadas para cubrirnos. Iba en primera fila, encendí un explosivo y lo lance contra una decena de enemigos que se acercaban. Luego de minutos de intercambio de fuego, note que ya no nos cubrían más la espalda, habían abatidos a mis compañeros que se habían ofrecido para eso, para ser el primer objetivo. Le grite esto a Leonardo que estaba cuerpo a tierra como nosotros, y él me respondió con una seña, ambos nos pusimos de pie y comenzamos a matar al enemigo con cuchillazos de nuestras bayonetas, la metralla nos rosaba las frentes, nuestro camuflaje era una asquerosa mescla de barro y sangre ajena que se salpicaba por todo el frente.

“Solo quedábamos diez, diez de cincuenta que éramos antes de asedio” pensé con frustración mientras habría el cerrojo de mi fusil. Pero entonces volvió el fuego cruzado, era el batallón de Tyno que venía a reforzar la posición.

Ahora llega el momento de presentarme, no voy a decir mi nombre, pero les comento que gracias a mi sacrificio en combate me gradué de la academia con el rango de Teniente de Infantería y varios honores. Pero eso no cambio mucho nuestra situación, para las madres éramos borrachos locos y para los niños piratas con parches en los ojos y patas de palo. Hasta que con muchos antiguos camaradas, decidimos marchar sobre roma, allí me encontré con Leonardo, unos años después, ambos terminamos siendo oficiales de Benito Mussolini. A eso nos dedicamos ahora, en la Segunda Gran Guerra Patria.

Diría que es el final, pero aún tenemos muchas extremidades y ojos que perder por la gran madre Italia.

 

KinLucas Busher 


Publicado el 5 de abril de 2025 por KinLucas.
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