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Fueras aire ó
fueras barco.
Fueras médico de amor;
Te daría yo una carta
Para Tajir, mi señor.
—Sabes tú, hijo mío, dijo el capitán Mitros, mostrando una curiosidad infantil, cuán viejo es este cuento? Imagina que ya lo oí á mi abuela. No es verdad que Tajir responde á Zagré, sin darse á conocer?
Yo soy aire, yo soy
barco,
Yo soy médico de amor,
Dame, pues, Zagré, tu carta,
Para Tajir, tu señor.
Y rió estrepitosamente. Después, poniéndose serio, exclamó
—¡Ah, hijo mío! vosotros contabais cuentos y nosotros los realizábamos en la isla. Y calló como si se sumergiera en la meditación mental de aquellos cuentos reales de que me hablaba.
—Una mañana, continuó el joven, estaban dispuestos mis camaradas para dar una vuelta por la isla. Era un mediodía de Julio. ¡Qué calor, Dios mío, qué calor! El mar no se oía ni se movía, como si el ardor no le dejase respirar. Fué aquí que de pronto viene corriendo y jadeante Pablo.—«¡Ah muchachos! exclamó, á dónde irémos ?— ¡Al molino!… — ¡ No vayamos, muchachos, porque hay Nereidas! ¿No sabeis? Ayer al mediodía fué á la isla en la barca de su padre, Panutzos, para cojer conchas. Allí le tomó el sueño. Una voz le despertó: se frotó los ojos y se vió rodeado de Nereidas; brillaban como el sol; unas cantaban, otras se lavaban, cuales hilaban, cuales jugaban, algunas se le acercaban y le acariciaban. Le preguntaban ¿cómo te llamas? Panutzos iba á hablar, pero en aquel momento pensó en el modo como las Nereidas reciben la conversación de los hombres. Silencio, pues. Panutzos se hizo el mudo. Las Nereidas le daban besos, le hacían preguntas sobre mil cosas; Panutzos nada. Le daban dulces, le daban manjares que nunca había comido; Panutzos siempre callado. Ni los tocaba, ni los comía. Entonces comienzan á atemorizarle. Le dicen que si les revela su nombre, no le harán nada, pero de lo contrario le comerán. ¡Pobre Panutzos! Comienzan á golpearle con varillas de plata; le pinchan con agujas de oro; le tienden sobre espinas. El chico sufre, pero no habla; al fin las Nereidas se fatigan y se encolerizan. Comenzaba á hacerse tarde y he aquí que le presentan un vaso grande lleno de aceite hasta el borde. —Bébelo, le dicen, bébelo todo hasta el fondo, porque de otra suerte… Y le ponen las manos al cuello.—¡Vas á ser ahogado! Panutzos comenzó á turbarse; creían las Nereidas que iba á hablarlas, que diría: ¡no lo beberé! Panutzos bebió todo el aceite, pero no dijo una palabra. Durante cinco horas le martirizaron. A la noche vino el padre con una imagen y lo libertó. En cuanto se presentó con la imagen é hizo la señal de la cruz, desaparecieron, se convirtieron en humo. Tomó á Panutzos medio muerto; está gravemente enfermo, y delira. ¡Todo esto lo oyó de su boca, su propia madre!» Desde entonces, capitán, no volví á poner los piés en la isla. Al ver desde lejos la sombra del molino, me cogía temblor. Ahora es la primera vez que vuelvo aquí desde entonces. Por esto me han venido al pensamiento estas faramallas. El chico más imbécil no cree ya en tales cuentos. Ahora las únicas Nereidas que aparecen aquí, son las muchachas bonitas que cada día salen a dar su paseo. Ahora el mundo se ha despertado.
21 págs. / 37 minutos.
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Publicado el 2 de enero de 2017 por Edu Robsy.
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