Las campanas han empezado a tocar a rebato, y una multitud despavorida se ha lanzado a la calle. ¡Era él!
Ahora se halla en la torre, en la enorme torre negra de gruesos muros
y ventanas minúsculas, vigilado por fieles hijos del pueblo,
inaccesibles al soborno, a la lisonja y a la sugestión. Para distraerse,
los guardianes beben, ríen y fuman sus pipas, echando el humo a la cara
del rey cuando se pasea con su hijo por la prisión. Para que no pueda
comunicarse con la gente que pasa por frente a la torre, las ventanas de
abajo están cerradas con gruesas planchas; en lo alto del edificio, por
donde se pasea a veces, no se le puede ver tampoco; sólo las nubes que
se deslizan por el cielo le pueden mirar desde lo alto.
Pero es más fuerte que sus carceleros. Al través de los gruesos muros
siembra la traición, que flocrece, en el seno del pueblo, en flores
malditas, y mancha el áureo manto de la libertad. Hay traidores por
todas partes. Avanzan hacia las fronteras otros soberanos poderosos, que
han descendido de su trono, y conducen hordas de hombres salvajes
engañados, de parricidas dispuestos al asesinato de su madre, la
libertad. En las casas, en las calles, en las aldeas apartadas y en los
bosques, hasta en el palacio majestuoso de la asamblea nacional, se
deslizan sombras siniestras de traidores.
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Publicado el 20 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.
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