Que estaba solo en la tierra, bien lo sabía él. A veces se le
antojaba que un periódico, o un libro viejo y sobado que oía
deletrear a un obrero, hubiera sido para él un buen amigo; pero no
sabía leer. No sabía nada. Se arrimaba a la esquina de la plaza,
donde otros perdían el tiempo fingiendo esperar trabajo, y oía,
silencioso, conversaciones más o menos incoherentes acerca de
política o de la cuestión social. Nunca daba su opinión, pero la
tenía. La principal era considerar un gran desatino el pedir ocho
horas de trabajo. Prefería, a oír disparates, que le leyeran los
papeles. Entonces atendía más. Aquello solía estar hilvanado. Pero
ni siquiera los de las letras de molde daban en el quid. Todos se
quejaban de que se ganaba poco; todos decían que el jornal no
bastaba para las necesidades… había exageración; ¡si fueran como
él, que vivía casi de nada! Oh, si él trabajara aquellas ocho horas
que los demás pedían como mínimum (él no pensaba mínimum, por
supuesto), se tendría por millonario con lo que entonces ganaría.
«Todo se volvía pedir instrumentos de trabajo, tierra, máquinas,
capital… para trabajar. ¡Rediós con la manía!». Otra cosa les
faltaba a los pobres que nadie echaba de menos: consideración,
respeto, lo que Chiripa, con una palabra que había inventado él
para sus meditaciones de filósofo de cordel, llamaba alternancia.
¿Qué era la alternancia? Pues nada; lo que había predicado Cristo,
según había oído algunas veces; aquel Cristo a quien él sólo
conocía, no para servirle, sino para llenarle de injurias, sin mala
intención, por supuesto, sin pensar en Él; por hablar como hablaban
los demás, y blasfemar como todos. La alternancia era el trato
fino, la entrada libre en todas partes, el vivir mano a mano con
los señores y entender de letra, y entrar en el teatro, aunque no
se tuviera dinero, lo cual no tenía nada que ver con la gana de
ilustrarse y divertirse. La alternancia era no excluir de todos los
sitios amenos y calientes y agradables al hombre cubierto de
andrajos, sólo por los andrajos. Ya que por lo visto iba para largo
lo de que todos fuéramos iguales tocante al cunquibus, o sean los
cuartos, la moneda, y pudiera cada quisque vestir con decencia y
con ropa estrenada en su cuerpo; ya que no había bastante dinero
para que a todos les tocase algo… ¿por qué no se establecía la
igualdad y la fraternidad en todo lo demás, en lo que podía hacerse
sin gastos, como era el llamarse ricos y pobres de tú, y convidarse
a una copa, y enseñar cada cual lo que supiera a los pobres, y
saludarlos con el sombrero, y dejarles sentarse junto al fuego, y
pisar alfombras, y ser diputados y obispos, y en fin, darse la gran
vida sin ofender, y hasta lavándose la cara a veces, si los otros
tienen ciertos escrúpulos? Eso era la alternancia; eso había creído
él que era el cristianismo y la democracia, y eso debía ser el
socialismo… como ello mismo lo decía… cosa de sociedad, de trato,
de juntarse… alternancia.
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