Descargar ePub «De Burguesa á Cortesana», de Leopoldo Alas "Clarín"

Cuento


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  Cuento.
6 págs. / 11 minutos / 143 KB.
21 de febrero de 2021.


Fragmento de De Burguesa á Cortesana

Se pone en movimiento aquel armatoste y á los cuatro pasos el caballo... cae muerto. Juan se enfureció porque yo le eché á él la culpa; pelea tú con un hombre así; en fin, nos volvemos á casa, y doña Encarnación, con una oficiosidad que me da mala espina, declara que Juan está malo y que debe acostarse; y se acuesta, y viene el médico, y dice que mi esposo tiene pulmonía. Ya ves cómo todos se conjuraban contra mí. ¡Adiós visitas al Ministro, adiós ascenso, adiós quedarnos en Madrid! Añade á esto que doña Encarnación, que es una jamona muy presumida, no había comprado más que adefesios para mi hija, todo cursi y de moda del año ocho. Purita pataleó y echó la culpa á su papá, que efectivamente es quien nos trae en estos malos pasos de ser provincianas y tener que guiarnos por los envidiosos de Madrid. Pedíamos billetes á D. Juan: ¡que si quieres! ni uno solo había podido conseguir, y eso que amenazó con la dimisión de su destino, pero no dimitió: ¡qué había de dimitir, si estos burócratas de Madrid no saben lo que es dignidad! Pero dirás tú, y con razón: ¿por qué tu Juan había de necesitar que nadie mendigara billetes para su mujer? Es verdad, y en eso hablas como una Santa Teresa; pero Juan, nada, en su cama, queja que te quejarás, preparándose á bien morir y sin pensar en billetes, ni en caballeros en plaza, ni en ascensos, ni en todo eso que me trajo á la corte en mal hora. En fin, Visita, no hemos visto nada, á no ser las iluminaciones, que valientes iluminaciones estaban; y se dió el caso de andar la familia de Covachuelón sin cabeza (porque la cabeza tenía malo el pulmón), de andar por aquellas plazuelas y calles de Dios, como unas cualesquiera, como unos papanatas, codeándose con la plebe y teniendo que dejar la acera á los que la llevasen, aunque fueran hijos del verdugo. Aquí no se respetan las clases, ni el abolengo, y no le conocen á una en la cara los pergaminos ni la categoría. No creas que el bullicio fué tan grande como dicen, y de mí te puedo asegurar que no grité viva nada, porque esto no es modo de tratar á la gente. ¿Te acuerdas de aquel don Casimiro á quien sacamos diputado por los pelos, y gracias á estanquillos y chorizos de los decomisados? Pues ¡asómbrate! don Casimiro, que tenía un paquete de entradas para todas partes, pasó junto á nosotros sin saludarnos, en un coche muy elegante, que no sé de dónde lo habrá sacado ese pelagatos. Y dicen que la conciliación se arraiga y que esto va á durar; ¡mira tú qué postura de conciliación es ésta, ni si lleva trazas de arraigarse un Ministerio tan destartalado y montado al aire! Después de ver tanta farsa y tanto descaro, no me quedaba más que ver, y quise volverme á mi tierra; el mismo día en que la enfermedad de Juan hacía crisis, según dijo el médico, cogí á Juan por los pies, le vestí, y lo tapé, y escondí entre cinco mantas: hice la crisis yo, y nos metimos en el tren correo. Juan, dócil por la primera vez de su vida, se puso bueno en el camino, ó por lo menos disimuló el mal; y aquí nos tienes con la nieve al cuello, en un lugarón que no tiene nombre en el mapa; yo furiosa, Purita desesperanzada de coger una proporción, y Juan dando pataditas en el suelo, soplándose los nudillos y murmurando á cada paso: “¡Maldita sea mi suerte!”


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