En una ciudad de provincias, Vetusta, vive Ana Ozores, de familia noble venida a menos, casada con don Víctor Quintanar, regente de la Audiencia, del cual le viene el apelativo de "la Regenta". Ana se casó con don Víctor en un matrimonio de conveniencia. Bastante más joven que su marido, al que le une más un sentimiento de amistad y agradecimiento que de amor conyugal, su vida transcurre entre la soledad y el aburrimiento. Es una mujer retraída, frustrada por no ser madre y que anhela algo mejor y desconocido.
El autor se sirve de la ciudad de Vetusta como símbolo de la vulgaridad, la incultura y el fariseísmo. Ana Ozores es un personaje aquejado de aquella patología del espíritu que se conoció como bovarismo. Desde otro punto de vista, Ana encarna la idealidad torturada que perece progresivamente ante una sociedad hipócrita. Con estas fuerzas en tensión, el escritor construyó un alegato cruel e inclemente de la vida provinciana española, ceñida a sus clases dirigentes, en tiempos de la Restauración finisecular.
La Regenta es, sin duda, la obra maestra de Clarín y una de las novelas más importantes de la literatura española. En ella se retrata en toda su complejidad una ciudad de provincias, Vetusta (nombre tras el que se esconde Oviedo), en la que está representada la sociedad española de la Restauración. Clarín somete a una irónica crítica a todos los estamentos de la ciudad: la aristocracia decadente, el clero corrupto, las damas hipócritas, los partidos políticos. Todo ello conforma una atmósfera social asfixiante y opresiva, con la que choca la protagonista, Ana Ozores.
Mejor que todos conocía las víctimas que el don Juan de Vetusta iba
haciendo, le espiaba, seguía, como sus miradas, sus pasos, interpretaba
sus sonrisas, y más de una vez (antes morir que confesarlo), más de una
vez esperó el tiempo que solía tardar el otro en cansarse de una dama
para procurar cogerla en las torpes y groseras redes de la seducción
ronzalesca.
En tales ocasiones solía encontrarse con que aquellos platos de segunda mesa se los comía Paco Vegallana, el Marquesito.
Todo esto sabía Trabuco, pero no lo decía a nadie.
Negaba las conquistas de Mesía.
—Ya está viejo—solía decir—; no digo que allá en sus verdores, cuando
las costumbres estaban perdidas, gracias a la gloriosa... no digo que
entonces no haya tenido alguna aventurilla.... Pero hoy por hoy, en el
actual momento histórico—el de Pernueces se crecía hablando de esto—la
moralidad de nuestras familias es el mejor escudo.
Estas conversaciones se repetían todos los días; el objeto de la
murmuración variaba poco, los comentarios menos y las frases de efecto
nada. Casi podía anunciarse lo que cada cual iba a decir y cuándo lo
diría.
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Publicado el 22 de abril de 2016 por Edu Robsy.
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