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Filosofía, Tratado.
24 págs. / 43 minutos / 189 KB.
18 de diciembre de 2016.
No hay por qué dudes de que hay hombre nacido que pueda levantarse sobre las cosas humanas, mirando con tranquilidad los dolores, las pérdidas, las llagas, las heridas y, finalmente, los grandes movimientos que cercándole braman mientras él plácidamente sufre las cosas adversas y con moderación las prósperas, sin rendirse con aquéllas ni desvanecerse con éstas, siendo uno mismo entre tan diversos casos, y sin juzgar que hay algo que sea suyo, si no es a sí mismo, y esto por la parte en que es mejor. Aquí estoy para probarte esta verdad con este destruidor de tantas ciudades. Podrán desmoronarse con la batería de las murallas, y caer de repente con las secretas minas las altas torres; podrán subir los baluartes de modo que se igualen a los más encumbrados alcáceres, pero ningunas máquinas militares se hallarán para conmover un ánimo bien fortalecido. «Libréme (dice) de las ruinas de mi casa, y huí por medio de las llamas que de todas partes estaban relumbrando; y no sé si el suceso que habrán tenido mis hijos será peor que el público. Yo, solo y viejo, viéndome cercado de enemigos, digo que toda mi hacienda está en salvo, porque tengo y poseo todo lo que de mí tuve; no tienes por qué juzgarme vencido ni estimarte por vencedor; tu fortuna fue la que venció a la mía. Yo ignoro dónde están aquellas cosas caducas que mudaron dueño; pero lo que a mí me toca, conmigo está y estará siempre. En este caso perdieron los ricos sus riquezas, los lascivos sus amores y las amigas amadas con mucha costa la vergüenza. Los ambiciosos perdieron los tribunales y lonjas y los demás lugares destinados para ejercer en público sus vicios. Los logreros perdieron las escrituras en que la avaricia, fingidamente alegre, tenía puesto el pensamiento; pero yo todo lo tengo libre y sin lesión. A estos que lloran y se lamentan, y a los que por defender sus riquezas oponen sus desnudos pechos a las desnudas espadas, y a los que, huyendo del enemigo, llevan cargados los senos, puedes preguntar lo que perdieron.» Ten, pues, por cosa cierta, amigo Sereno, que aquel varón perfecto, lleno de todas las virtudes humanas y divinas, no perdió cosa alguna, porque sus bienes estaban cercados de murallas firmes e inexpugnables. No compares con ella los muros de Babilonia que allanó Alejandro; no los castillos de Cartago y Numancia, ganados con un ejército; no el Capitolio y su Alcázar, que todos ellos tienen las señales de los enemigos; pero las que defienden al sabio están seguras del fuego y de los asaltos, sin que haya portillo por donde entrar, porque son altas, excelsas e iguales a los dioses.