Panegírico a ‘Travesuras de la niña mala’ de MarioVargas Llosa

Una novela romántica

Manuel Cerón Mejía


Opinión, reseña, novela, Vargas LLosa


Panegírico a ‘Travesuras de la niña mala’ de Mario Vargas Llosa


Me preguntas, querido lector, si alguna vez: ¿un libro ha salvado mi vida?                      

Mi encuentro con esta novela ocurrió durante mi primer verano en Yanquilandia, hace dieciocho años. En aquel año ejecutaron la sentencia de muerte de Saddam Hussein y, al mismo tiempo, yo había encargado libros por catálogo: Sábato, Gervaise de Latouche y, de Mario Vargas Llosa, ‘Travesuras de la niña mala’ (ed. Alfaguara).

Desde el principio me enganchó (por usar el tópico "atrapar al lector y mantener su interés hasta la última página"). Salí más bien tembloroso. El libro había dado en el blanco. Me había encontrado, pues, con el "lector ideal" de Virginia Woolf: receptivo y reflexivo. Entonces, decía, me sacudió.

El libro absorbió mi atención de tal manera que ni el conticinio rompía el hechizo. Olvidaba no solo dormir, sino también comer, beber y, ¿por qué no decirlo?, hasta ducharme. En aquel entonces, mis jornadas eran extenuantes. Salíamos a medianoche tras fregar el piso y olfatear los sahumerios que los gurús del tofu ofrecían a la versión del Buda con lingote de oro alzado. Durante el día, era peón en el Restaurante China Garden del condado Jackson (Mississippi). Pero al acercarse la medianoche, el deseo feliz de volver cuanto antes al apartamento y sumergirme en las páginas vargasllosianas se apoderaba de mí. En ese punto, me convertía en un príncipe lector. Letraherido.

En cierta ocasión, el lǎobǎn (jefe) nos invitó al segundo mejor casino de "el gabacho":

—No mames, güey. El patrón nos lleva al casino, ¿y tú te pones a leer?

Ensimismado en la lectura, me había acercado de espaldas a una máquina tragaperras, hasta que un amigo queretano sacudió mi hombro tras el reproche antedicho. Fue entonces cuando caí en el veinte. A mi lado estaba una anciana con aspecto de zombi, accionando una palanca sin cesar. Esta dama despedía olor a ropa húmeda, pero también olía a clínica, un hedor que mi cerebro asociaba con la adrenalina pura. Sin embargo, ya estaba curado de aquellos prejuicios gracias a la lectura de Dostoievski, como andar por la vida (sin tolerar la ludopatía). Salvo con Balzac, Umberto Eco, Zweig o Jane Austen (más adelante citaré a otro autor), nunca me había ocurrido aquel secuestro mental feliz.

Ahora bien, ¿de qué iba la historia de Vargas Llosa? Más que una novela, para mí era una telenovela rosa. Desde el apellido del protagonista-narrador (Somocurcio), no hace falta ser Merlín para vaticinar que estaba destinado no solo al fracaso amoroso, sino al agravio, al hazmerreír, a lo fútil. La historia de una chica fresita conoce a chico malote, ha sido contada mil veces entre nuestros amigos de infancia, entre las novicias de los conventos en páginas arrancadas de los cuadernos, o bien, entre sábanas enmarañadas. También tenemos al bueno de Murakami, un redomado maestro de la «chick-lit».

Bueno, amigo lector, imagina al chico malote convertido en tontuelo en esas lidias (a lo Forrest Gump), hazlo pusilánime, inerte, dado a la reflexión sin puerto, romántico empedernido hasta el punto de idealizar a la mujer protagonista, y ser arrastrado por el piso de las emociones y los engaños. Pero con una rabia y unas energías descomunales para el desarrollo de la inteligencia. Sensible, sensible hasta el quebrantamiento de su pecho de cristal en migajas. Era un hijo de puta flojo, enchochado de una hija de puta viviana. («Enchochado»: en Perú, una forma común de decir «enamorado»). 

Siguiendo..., el libro va más allá. Se trata de la eterna lucha de los contrarios por recordar a Blake: las trompadas entre la razón y la pasión. Somocurcio es tan idealista hacia una sola mujer de carne y hueso, lo que Madame Bovary es hacia las historias de amor en los libros. En cambio, Lily (La Niña Mala), o como ella convenga llamarse según su actividad o giro temporal, es guano (pero sin el alto contenido de nitrógeno y fósforo beneficiosos para los suelos). Es guano asoleado. Y he allí la fórmula: Chica mala conoce a chico bueno (inteligente, sensiblero a lo Werther del gran Goethe). «Pues te entregas a las pasiones con un espíritu quijotesco. Porque te enamoras contra todo sentido de la prudencia o la razón», diría Vargas Llosa en la novela «Los genios» (ed. Galaxia Gutenberg, 2023). 

En cuanto al entorno, Vargas Llosa es un truhan que te arrastra en su maleta a hacer turismo por diversas ciudades europeas alrededor del mundo mundial (París, Londres, Madrid, Tokio). Tiene la pinta de un redomado cronista de guerra. Nuestro narrador (para él, la pieza de ajedrez más importante en una novela) te hace sentir no solo la pólvora en tus fosas nasales y garganta, en la línea de mi alegoría, sino también las mismas lágrimas del moribundo que recuerda el pueblito, la iglesia, su novia y amigos, sus padres y abuelos, antes de colgar los tenis. Y, cabe señalar, que en cada ciudad que visita, evoluciona. Juega un papel dominante de cabo a rabo en la trama. Es la maestría de Vargas Llosa de regresar de alguna manera el lugar honroso que ocupó la novela folletinesca con Dumas o Dickens, pero en nuestros tiempos. 


El final es demoledor. No tuvo compasión con este lector penitente. Fue como volver a leer mi Werther (otra vez al comienzo de la adolescencia). El desenlace ocurre con Lily y Ricardo alrededor de los 60 años, siendo adultos maduros. Cerca de la muerte de la "Niña Mala". El amor de nuestro andarín Ricardo Somocurcio es recompensado con un solo acto de generosidad por parte de su amante. Y comienza: «Ahora que te vas a quedar solo...». 

Ese día, al cerrar el libro tras leer la última página, decidí que, en lugar de llorar a cántaros, era mejor contener mis lágrimas. Pero sabía que una novela se me había metido en el ojo y nublaba mi pupila, sabía que las lágrimas estaban ahí, como el omnipresente dinosaurio de Augusto Monterroso.


De ahí que el libro nos salva de vivir una sola vida. Nos entrega más de una vida con una plasticidad artística simpar y, por lo tanto, más de una muerte (por aludir a Oscar Wilde).


@mceronmejia


San Salvador, 23 de abril de 2024


*Comentarios sobre mi opinión de «Travesuras de la niña mala» de MVLL:


1. Qué pasión y entrega en tu relato sobre "Travesuras de la niña mala" de Mario Vargas Llosa. Se nota cómo te sumergiste por completo en la historia y cómo te impactó en distintos niveles. Es fascinante cómo un libro puede generar una conexión tan profunda y transformadora en nuestras vidas.

2. Tu descripción detallada de los personajes y la trama refleja tu profundo compromiso con la obra. Es interesante cómo relacionas la historia con otras obras literarias y cómo te afectó personalmente, incluso comparándolo con tu experiencia adolescente al leer "Werther".

3. Es un testimonio conmovedor de cómo la literatura puede ser una compañera poderosa en nuestros viajes emocionales y mentales. Y dicen que ya hay SERIE: o sea, si era tiene pinta de telenovela.


Publicado el 23 de abril de 2024 por Manuel Cerón.
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