Asistí a la presentación de esta antología de cuentos salvadoreños sin conocer absolutamente nada acerca de sus autores; cosa, que mis próximos en este universo literario saben al dedillo que me choca. Ese día me dejé llevar. Quise echar un vistazo a través de los hombros de la «nueva» narrativa salvadoreña alejada de alguna manera de aquellas grandes palestras internacionales a ver: Óscar Martínez Los muertos y el periodista (Anagrama), Jorge Galán (por Tusquets), u Horacio Castellanos Moya, entre otros. Pues bien, el cenáculo no era sino un minúsculo pero acogedor teatro: La Galera Teatro & Cocina. Pequeño, si se quiere, pero dos veces bueno. Además si te acomodabas en sus tablas, era por amor a la literatura. (Literalmente).
Los prolegómenos del coloquio
versaron sobre el timorato apoyo
gubernamental al docente en tanto escritores cuya pluma ha sido silenciada por
los soporíferos pasillos escolares. De allí el fin que justifica esta propuesta
literaria independiente. No persigue solo el fomento de la lectura sino la
valiente publicación de estas voces, voces, sin embargo, repito, que solo han
tenido escasos medios para desarrollar las cualidades que antes solo fueron
teorías de aula y pizarra. «Las propuestas literarias se seleccionaron a ciegas
en un concurso nacional», confiesa, muy orgulloso, el editor. Es decir, sin conocer
previamente una pizca la biografía de estos diez alados artistas de la palabra
y la pedagogía (para ir con el estribillo estatal que ha privatizado el
adjetivo «nuestros»: he aquí parte de «nuestros» héroes escolares). Más tarde,
una breve biografía literaria en el lado B de las páginas de la compilación nos revela una
musculatura y bagaje intelectual y artístico más bien prodigiosos. Ahí adentro están
las Rulfos, las Allendes, las Mistrales; los Borges, los Asimov, los Cortázar; contándonos
nuestra tierra salvadoreña.
«Lamentablemente, las autoridades educativas —rezan las Palabras preliminares— tampoco han tenido una visión clara sobre cómo estimular el talento de sus educadores y, de algún modo, este es uno de los principales propósitos que conlleva también esta publicación».
Puesto que los adornos de mi opinión —subjetiva por antonomasia— al acabar esta lindísima antología no va a enriquecer el bello dictamen del lector, compilador y editor, reproduzco sus palabras: [aquí] «hay retratos de la destrucción de los hábitats para el público infantil, demostrando que el arte y el juego son siempre sinónimos de libertad, incluso en tiempos de confinamiento»; [allá] empatías hacia los problemas domésticos del alumnado perspicaz pero sin las condiciones sociales para estudiar, [acullá] «escritos desde el asomo de la despedida o el encuentro; la temáticas social y realista en el contexto salvadoreño; y emerge, también, por otro lado «lo fantástico en los espacios cotidianos y mundos mitológicos de ensueño».
Si alguna vez se preguntaron si aquellos profesores de infancia predicarían con el ejemplo, si el profesor Keating, pongamos, de La sociedad de los poetas muertos sería capaz de darle seguimiento a sus propios consejos escolares al escribir su propia obra, la respuesta es, leer. Leamos, pues: Cuentos indispensables (Pantógrafo Editores, [San Salvador, 2022] y ahí obtendremos UNA respuesta (¿o más preguntas?).
@mceronmejia
San Salvador, octubre de 2022.