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Berta entorna los ojos, pero vuelve a cerrarlos en seguida, porque está la alcoba a oscuras. Los duendes, que ansían verla dormida para besarla en la boca, sin que lo sienta, comienzan a rodearla de adormideras y a quemar en pequeñas cazoletas granos de opio. Las imágenes se van esfumando y desvaneciendo en la imaginación de Berta. Sus pensamientos pavesean. Ya no ve el hipódromo, bañado por la resplandeciente luz del sol, ni ve a los jueces encaramados en su pretorio, ni oye el chasquido de los látigos.
Ya todo yace en el reposo inerme;
El lirio azul dormita en la ventana;
¿Oyes?, desde su torre la campana
La medianoche anuncia: duerme, duerme.
El genio retozón que abrió para mí la alcoba de Berta, como se
abre una caja de golosinas el día de Año Nuevo, puso un dedo en mis
labios, y tomándome de la mano, me condujo a través de los salones. Yo
temía tropezar contra algún mueble, despertando a la servidumbre y a los
dueños. Pasé, pues, con cautela, conteniendo el aliento y casi
deslizándome sobre la alfombra. A poco andar, di contra el piano, que se
quejó en si bemol; pero mi acompañante sopló, como si hubiera de apagar
la luz de una bujía, y las notas cayeron mudas sobre la alfombra: el
aliento del genio había roto esas pompas de jabón. En esta guisa
atravesamos varias salas, el comedor, de cuyos muros, revestidos de
nogal, salían gruesos candelabros con las velas de esperma apagadas; los
corredores, llenos de tiestos y de afiligranadas pajareras; un pasadizo
estrecho y largo como un cañuto, que llevaba a las habitaciones de la
servidumbre; el retorcido caracol por donde se subía a las azoteas y un
laberinto de pequeños cuartos, llenos de muebles y de trastos
inservibles.
5 págs. / 9 minutos.
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Publicado el 12 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.
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