Jueves Santo

Manuel Payno


Cuento


La historia que en todo el mundo cristiano se recuerda en esta semana, no es la narración de un héroe fabuloso y sanguinario, sino la del humilde, la del justo que cambió los destinos de la humanidad.

Desde las más remotas y oscuras edades, los sacerdotes y los filósofos formaron sus sistemas religiosos y los enseñaron a los pueblos, los que los fueron variando, corrompiendo y transmitiendo a otros.

La guerra o las necesidades de las gentes, los obligaban a formar colonias y a establecerse en lugares lejanos, y a ellos llevaban sus dioses, sus creencias y sus costumbres. Pero pasaron siglos tras de siglos. El mundo oriental se fue poblando, y del mundo oriental pasaron unas razas al occidental y comenzaron a formar naciones civilizadas y pueblos que han hecho mucho ruido en la historia; pero ninguna de estas razas, ninguna de estas naciones, ninguno de estos pueblos guerreros o civilizados, conoció en toda su extensión ni los elementos de la vida moral, ni los derechos claros y naturales del hombre, ni los principios fundamentales de las constituciones de los pueblos. Años y años se perpetuó la esclavitud que cambió sólo de formas y de martirios; años y años estuvo recibida como un dogma la teoría de la desigualdad del hombre ante las leyes; años y años practicado y ensalzado el despojo, la violencia y la guerra.

Fue de un lugar silencioso, oscuro, quizá desconocido de la mayor parte de los poderosos de la tierra, de donde nació una doctrina tan sencilla, tan perceptible, tan fácil, tan completa, que lo mismo la puede entender el campesino ignorante, como el político profundo; lo mismo aprovecha en su observancia al magnate que gobierna una nación, como al último de los ciudadanos que obedecen.

«No hagas a otro lo que no quisieses que te hicieran.»

«Amaos como hermanos los unos a los otros.»

«Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.»

«Dad al que os pida y no rechacéis al que necesita de vos.»

«Amad a vuestros enemigos.»

He aquí el fundamento de todas las constituciones, la base de toda legislación, la norma de conducta de todos los hombres, el tipo acabado de toda la filosofía.

Reunid a esta enseñanza moral, el adelanto que los hombres han hecho en las ciencias y los tesoros que ofrece la naturaleza bendita y fecunda, y tendréis los elementos completos de un buen gobierno, de una sociedad feliz y de un país abundante, próspero, civilizado y respetable.

¿Por qué esta doctrina sencilla ha servido de instrumento de matanza y de crímenes?

¿Por qué esta moral clara, cómoda, fácil para la práctica, ha sido siniestramente interpretada?

¿Por qué los hombres en guerra continua, en vez de amarse como hermanos, se matan y se destrozan continuamente?

¿Por qué la igualdad, la democracia y la libertad cristiana no se establecen todavía como una base general en el mundo?

Todo esto pasa, porque abandonamos la marcha luminosa de la civilización, trazada en un pequeño pueblo de la Judea, y olvidamos esa filosofía sencilla que nació sin pretensiones, se propagó con la paciencia y la humildad y se selló con la muerte y la sangre del Justo, único que en el incomprensible y largo curso de los siglos anunció a la humanidad «la buena nueva».

El politeísmo, la tiranía, la barbarie, el despotismo, la esclavitud, todo cayó ante esta doctrina; y la humanidad, como si le pesaran, como si le avergonzaran los siglos anteriores, los borró, los consignó al polvo y al olvido y comenzó a contar su nueva vida, marcándola con el nacimiento del gran Reformador de la sociedad.


Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.
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