Cuando tengáis un poco de dinero desocupado, queridos lectores, y la resolución suficiente para exponeros al vómito de Veracruz y a los caprichos de ese pícaro mar, que algunas veces es más inconstante que una coqueta de quince años, dad una vueltecita por el extranjero. Si vais a los Estados Unidos, veréis entre otras cosas curiosas, atropellarse los hombres y las mujeres en los caminos de fierro, en los vapores, en las diligencias, en el teatro, en las calles; y si queréis la explicación de toda esta barahúnda, observad que todo lo hacen hoy. La mujer enamorada se casa hoy; el ladrón ratero es arrestado hoy; el comerciante concluye su negocio hoy; el proyectista realiza su proyecto hoy. En Inglaterra ya se sabe que es lo mismo, y ninguno de los nobles lores guarda sus vinos para mañana, sino que se los beben todas las tardes.
Pero los descendientes de los antiguos hidalgos españoles, vivimos muy despacio y muy a la bartola, para apresurarnos a concluir nuestros negocios hoy.
Si va un pretendiente al ministerio a agitar el despacho de la centésima solicitud que tiene presentada, para que le paguen íntegro por haberse incorporado en la Villa de Guadalupe con el ejército Trigarante, el oficial, agobiado de fatiga, teniendo con una mano que manejar los papeles, mientras con la otra se limpia los dientes con un popote, pues acaba de almorzar, le dice:
—Es imposible despachar a usted, amigo mío; tengo un mundo de quehacer, y los papeles me ahogan. Son las dos de la tarde, y no hay tiempo para nada. Me voy a acordar con el ministro.
—Señor: con ésta van treinta solicitudes que presento, y todas se han perdido.
—Pues bien, para mañana sin falta buscaré la solicitud.
—Y ¿cuándo estará despachada?
—Para mañana también.
—Es decir, que confío en que usted…
—Sin falta para mañana queda todo terminado.
El infeliz patriota antiguo en un mes no consigue sino que se pierdan otras diez solicitudes, sin dejar de oír todos los días la misma promesa para mañana.
—¿Qué ha habido, por fin, de aquellos planecitos? —dice en voz baja uno de estos corredores políticos, a don Bruno Gazapo, corifeo y misionero de la restauración.
—Estuvo la junta magnífica. Se habló con mucha energía, se combinaron importantes medidas, se colectó dinero, y ya todo está arreglado.
—¿Es decir que terminó ya?
—No, porque al último se ofrecieron sus dificultades, y quedamos citados para mañana.
Se despiden nuestros personajes muy contentos, y después de quince días se vuelven a encontrar; se saludan, se estrechan la mano, se miran con fraternidad, con igualdad y con libertad.
—¿Conque está todo arreglado?
—Perfectamente —responde don Bruno.
—Entonces…
—Lo único que falta es el dinero, pero mañana lo dan sin falta.
—Entonces, para mañana nos veremos.
—Para mañana seguramente.
—Vea usted —dice un agente de policía secreta a un personaje—, que esos hombres trabajan sin descanso, tienen sus juntas, y en la calle de…
—Es verdad, y nos van a hacer una de todos los diablos; pero no tenga usted cuidado, para mañana todo se habrá compuesto, pues tengo que ver al presidente y a los ministros… Pero, ¡qué diablos!, tengo un asunto muy urgente, y hay que dejar esto para mañana.
—Pues no hay que dormirse, y ya diré a usted algunos secretos más, pues para mañana me ha citado un amigo que está bien impuesto.
Veinte días después todavía conspiradores y pacientes se hallan en el mismo estado, es decir, los unos dejando para mañana sus planes, los otros dejando para mañana sus pesquisas. Las cosas, pues, ni en uno ni en otro sentido andan listas.
—Lo ves, infiel —le dice Laura a su amante—: me prometiste que a mí sola me amarías, y has quebrantado tus juramentos, llevando al teatro a esa fastidiosa de Isabelita. Mañana no estaré en el balcón a la hora convenida; mañana no te escribiré; mañana habrás perdido para siempre mi amor.
—Hoy estás preocupada y furiosa, Laura, y no se te puede hablar; para mañana habrá calmado tu cólera, y entonces te haré explicaciones.
—¿Pero por qué no te justificas hoy, si es que eres inocente como me dices?
—Porque hoy tengo que ir a la oficina, o de lo contrario me descuentan el sueldo; pero te aseguro que para mañana te diré una porción de cosas, que te dejarán convencida y tranquila.
Y como por corta que fuera la explicación, el amante oficinista se dilató más de lo regular, tuvo que entrar a la oficina una hora más tarde.
—Son las once —le dice el jefe—, y ya sabe usted que la multa… y la ley, y mi deber… y no es justo tolerar…
—Señor: hoy tuve una fuerte jaqueca; pero aseguro a usted que para mañana vendré muy temprano.
—Bien; pase por hoy, una vez que tuvo usted jaqueca; pero para mañana no habrá remedio si usted no viene temprano.
Y al día siguiente por miedo de la multa, el amante no tiene más remedio sino decir a Laura:
—Bien mío, dejaremos la conversación para mañana.
Los virtuosos, que tienen, como es natural, gran cuidado por la salvación de su alma, si ven un lindo palmito por la calle, van siguiéndolo con disimulo y echándole tiernas miradas, ocultas bajo el ala del sombrero. La conciencia les remuerde inmediatamente; pero ellos se hacen este argumento: «Como éste es un pecado mortal de esos chiquitos y leves, pues a todos se les alegran los ojos cuando ven una muchacha bonita, yo me resignaré a abandonar por este día la virtud: al fin para mañana me voy a confesar».
Si vais, querido lector, con el sastre, os dirá: Para mañana sin falta está concluida la ropa; el zapatero os prometerá para mañana enviaros con el aprendiz las botas; el abogado os jurará que para mañana vuestro pleito estará concluido; el deudor os citará para mañana; el escribano os dirá: para mañana estará concluida la escritura; el muchacho promete al maestro hacer para mañana una plana buena; el estudiante aprender para mañana su elección de Jacquier; el político a su vez prometerá que para mañana va a deshacer sus compromisos y cambiar de vida; el jugador dice: para mañana pago a mis acreedores, y no vuelvo a tentar una baraja. El borracho bebe hoy, y asegura que mañana no probará el licor. En fin, nadie hace las cosas a su debido tiempo, sino que las deja para mañana, y aun los enfermos que están en las orillas del sepulcro, dicen: Si para mañana no amanezco más aliviado, entonces me pondré el cáustico que me mandó el doctor.
Si veis algunos pobres que de repente se han hecho ricos; si veis a muchos hombres oscuros que han llegado a ser generales y ministros; si veis a ciertos revolucionarios que triunfan, o a gobernantes que se conservan en el poder, pensad que la razón capital es que esos hombres no han dejado para mañana ninguna de las cosas que debían hacer hoy.
A mi vez, frágil barro, indigno hijo de nuestro padre Adán, desde antes que comenzara a salir el Álbum, me proponía escribir este artículo; pero lo he ido dejando para mañana. Lo escribí por fin, y ya veis, bueno o malo, está ya en letras de molde, lo cual no es grano de anís. Todavía el asunto no está concluido. Si como es probable, no os gustare, os ofrezco, amabilísimos suscriptores del pintoresco, que para mañana os haré otro mejor, porque ya veis, para mañana comienzo un método nuevo de estudio, para mañana tengo preparados voluminosos pergaminos que registrar, y para mañana, de mucho mejor humor que hoy, espero comenzar una novela que tenga más muertos y heridos que renglones. Os ruego asimismo, que vuestras amargas críticas las dejéis también para mañana.
Yo