a. Mientras corría dejó caer un
espejito de plata. El muchacho recogió el espejo y se miró en él.
Contempló sus ojos llenos de sabiduría, amó el juicio de éstos, cesó su
persecución y se sentó en la arena. Y la muchacha comenzó de nuevo a
huir, perseguida por un hombre en la fuerza de su edad. Había levantado
el bajo de su túnica y sus muslos eran semejantes a la carne de un
fruto. En su carrera, una manzana de oro rodó de su regazo. Y el que la
perseguía cogió la manzana de oro, la escondió bajo su túnica, la adoró,
cesó su persecución y se sentó en la arena. Y la muchacha siguió
huyendo, pero sus pasos eran menos rápidos. Porque era perseguida por un
vacilante anciano. Se había bajado la túnica, y sus tobillos estaban
envueltos en un tejido de muchos colores. Pero mientras corría, ocurrió
algo extraño, porque uno después de otro se desprendieron sus senos, y
cayeron al suelo como nísperos maduros. El anciano olió los dos, y la
muchacha, antes de lanzarse al río que atraviesa la isla de Scira, lanzó
dos gritos de horror y de pesar.
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Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.
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