Cuentos Completos

Mark Twain


Cuento


La célebre rana saltadora del condado de Calaveras
El cuento del niño malo
Canibalismo en los vagones del tren
Una visita al Niágara
La leyenda de la «Venus Capitolina»
I
II
III
IV
V
VI
El periodismo en Tennessee
Un sueño extraño
Los hechos ocurridos en el caso del contrato de la carne de vaca
Cómo llegué a ser editor de un periódico agrícola
Un cuento medieval
I. La revelación del secreto
II. Festejo y lágrimas
III. La trama se enmaraña
IV. La atroz revelación
V. La horrible catástrofe
Mi reloj
Economía política
Ciencia contra suerte
El cuento del niño bueno
El funeral de Buck Fanshaw
La historia del viejo carnero
Tom Quartz
Un juicio
Las cavilaciones de Simon Erickson
Una historia verdadera
La experiencia de los McWilliams con el crup membranoso
Algunas doctas fábulas para adultos de ambos sexos
I. De cómo los animales del bosque organizaron una expedición científica
II. De cómo los animales del bosque completaron sus labores científicas
III
El cuento del representante
Los amores de Alonzo Fitz Clarence y Rosannah Ethelton
I
II
III
IV
Edward Mills y George Benton: un relato
El hombre que se alojó en el Gadsby
La señora McWilliams y el rayo
Lo que desconcertó a los arrendajos azules
Una aventura curiosa
Historia del inválido
Los McWilliams y el timbre de alarma contra ladrones
El robo del elefante blanco
I
II
III
La marca de fuego
La confesión de un moribundo
La historia del profesor
Un cuento de fantasmas
Suerte
Ejerciendo de guía
El cuento del californiano
El diario de Adán y Eva
Parte I. Extractos del Diario de Adán
Parte II. Diario de Eva
Extracto del Diario de Adán
Después de la Caída
Cuarenta años después
En la tumba de Eva
El romance de la doncella esquimal
¿Está vivo o muerto?
El billete de un millón de libras
Cecil Rhodes y el tiburón
La broma con la que Ed ganó una fortuna
Un cuento sin final
El hombre que corrompió Hadleyburg
I
II
III
IV
El disco de la muerte
I
II
Dos cuentos pequeños
I. El hombre que llevaba un mensaje para el director general
II. De cómo el deshollinador llamó la atención del emperador
El pasaporte ruso demorado
I
II
III
IV
Historia detectivesca de dos cañones
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
Las cinco bendiciones de la vida
I
II
III
IV
V
¿Era el cielo?¿O el infierno?
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
Historia de un perro
I
II
III
Un legado de treinta mil dólares
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
La historia de un caballo
Agradecimientos
Primera parte
Segunda parte, en España
Cazando la falsa gallipava
Extracto de la visita que el capitán Tormentas hizo a los cielos
I
II
Una fábula
El forastero misterioso
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI

La célebre rana saltadora del condado de Calaveras

Para complacer la petición de un amigo que me escribía desde el este, fui a visitar al viejo Simon Wheeler, hombre amable y charlatán, a fin de pedirle noticias de un amigo de mi amigo, Leonidas W. Smiley. Tal había sido su petición, y he aquí el resultado. Tengo la vaga sospecha de que el tal Leonidas W. Smiley es un mito; de que mi amigo jamás conoció a tal personaje; y de que lo único que le movió a solicitarme aquel favor fue la conjetura de que, si yo preguntaba por él al viejo Wheeler, este se acordaría de cierto infame Jim Smiley y emprendería el relato mortalmente aburrido de los exasperantes recuerdos que de este tenía, un relato tan largo y tedioso como desprovisto de ningún interés para mí. Si esa fue su intención, lo logró plenamente.

Encontré a Simon Wheeler descabezando un confortable sueñecito al lado de la estufa del bar, en la desvencijada taberna del decadente campo minero de Angel, y pude apreciar que era gordo y calvo, con una expresión de agradable benevolencia y simplicidad pintada en su tranquila fisonomía. Se levantó y me dio los buenos días. Le expliqué que un amigo mío me había encargado que hiciera ciertas pesquisas acerca de un querido compañero de su niñez llamado Leonidas W. Smiley: el reverendo Leonidas W. Smiley, joven ministro evangelista que, según le habían dicho, había residido durante una temporada en el campamento de Angel. Añadí que, si podía contarme algo acerca de este reverendo Leonidas W. Smiley, le quedaría sumamente agradecido.

Simon Wheeler me condujo hasta un rincón y, tras sentarse, impidiéndome el paso con su silla, emprendió la monótona narración que sigue a este párrafo. No sonrió una sola vez, ni frunció el ceño, ni varió el tono suave y fluido de voz que empleó desde la frase inicial, ni en ningún momento delató la más leve pizca de entusiasmo; pero su interminable na

Fin del extracto del texto

Publicado el 13 de marzo de 2018 por Edu Robsy.
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