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Edición física «La Crueldad Fraterna»
El señor de… apareció en la alameda seis minutos después que yo y en seguida que me vio se acercó a mí.
—¿Puedo preguntaros, señorita —me dijo—, si la aventura de ayer ha tenido alguna repercusión o si os ha ocasionado alguna molestia?
Le aseguré que no, añadí que había seguido su consejo, que le daba las gracias por él y que me alegraba de que nada fuera a estorbar el placer que sentía saliendo a tomar el aire por las mañanas como lo venía haciendo.
—Si eso tiene tantos alicientes para vos, señorita —prosiguió el señor de…, en el tono más comedido—, los que tienen la dicha de coincidir con vos encuentran sin duda otros muchos más poderosos y si ayer me tomé la libertad de aconsejaros que no hicierais ningún comentario que pudiera dar al traste con vuestros paseos, realmente no tenéis por qué estarme agradecida; me atrevo a aseguraros, señorita, que no lo hice tanto por vos como por mí mismo.
Y mientras decía esto, volvía sus ojos hacia los míos con tal expresividad…, ¡oh, señor! ¡Y que un día tuviera que atribuir mi infortunio a un hombre tan dulce! Yo contesté con sinceridad a sus palabras, empezamos a conversar, dimos un pequeño paseo juntos y el señor de… se despidió no sin suplicarme que le revelara a quién había sido tan afortunado como para prestar ayuda la víspera: no creí obligado ocultárselo, él me reveló asimismo quién era y nos despedimos. Durante cerca de un mes, señor, no dejamos de vernos de esa forma casi todos los días y ese mes, como fácilmente podéis imaginar, no transcurrió sin que nos confesáramos el uno al otro los sentimientos que nos embargaban y sin haber jurado que los profesaríamos para siempre.
27 págs. / 47 minutos.
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Publicado el 13 de febrero de 2017 por Edu Robsy.
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