HORIZONTE FRACTAL

La Última Frontera del Terror Cósmico

Martin Alonso


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HORIZONTE
FRACTAL
LA VERDAD SOBRE EL DIFUNTO ANDROIDE BYTE

Martin Alonso
 
En los confines helados del sistema solar, la U.N.S. Intrepid, una nave diseñada para llevar a la humanidad más allá de los límites conocidos, desaparece en su viaje inaugural, en la órbita de Plutón. Durante unos breves e inexplicables segundos, la nave se desvanece, dejando tras de sí solo un eco de silencio en el espacio. Pero una señal débil y persistente alcanza los receptores en la Tierra, un susurro que se niega a ser ignorado.
El capitán Sisko Burne, conocido por su audacia, recibe la misión de rescatar a la Intrepid y a su tripulación desaparecida. Junto a él, viajan un ingeniero y un cosmólogo, ambos diseñadores de la nave perdida, impulsados no solo por el deber, sino también por la necesidad de desentrañar el misterio de su creación.
Sin embargo, lo que encontrarán en las profundidades del cosmos es algo que desafía toda lógica, un enigma más allá de lo imaginable. Una presencia oscura y sigilosa, una amenaza que no solo amenaza a los exploradores sino a toda la humanidad. Desde un horizonte que escapa a las leyes de nuestro universo, algo acecha, esperando ser descubierto.


"El nivel actual de las ciencias ha admitido la insignificancia del ser humano, ampliando nuestros ínfimos conocimientos sobre el cosmos infinito e inexplorado. Solamente ahora podremos admitir que somos menos que hormigas en la compleja estructura del universo".

Profesor Cyril Addlefield
 
“El aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo".

Proverbio chino



1.   La Señal Perdida

 

Ingeniero Wilbur Walley — Anotación Personal:

Navegamos a potencia 3 para reunirnos con la astronave de la Asociación Astronáutica Mundial, U.N.S Intrepid, que en su viaje inaugural realizaba una prueba práctica del nuevo Motor Fractal. Se han recibido una serie de comunicaciones que indican que la nave ha sufrido un mal funcionamiento, quedando después incomunicada e inerte en la órbita del lejano planeta Plutón. Es necesario rescatar a sus 750 tripulantes antes de que sufran males mayores debido a tan desafortunado percance. 


2.   Ecos en la Oscuridad

 

La majestuosa Base Estelar Augunus - XVII flotaba en la órbita terrestre como un coloso, deslizándose con lentitud imperceptible hacia la penumbra de la zona nocturna del planeta. Su estructura, apenas iluminada en su cúspide, coronada por una monolítica esfera, repleta de sensores y equipos avanzados, parecía más una obra de arte titánica que una construcción funcional. En comparación, las babilónicas ciudades que se extendían sobre la superficie terrestre eran simples intrincados mortales frente a la imponente complejidad de la estación espacial.

En su interior, la Base Estelar era un vasto vació. Su diseño hueco permitía maniobras de amarre para numerosas naves, mientras que su equipamiento garantizaba tanto su mantenimiento como, si fuese necesario, su reparación.

En ese momento, mientras las tripulaciones descansaban en sus alojamientos personales o se distraían en las instalaciones de ocio y relax; nosotros - Chalmers, Colby, Devon, Granville y yo  - nos movíamos como sombras. con un nudo en la garganta y conteniendo la respiración, retiramos del sector de enfermería el ataúd que contenía el cuerpo inerte del Teniente Comandante Byte. La culminación de los esfuerzos de la Flota Estelar en robótica.

-   ¡Debemos llegar hasta la hangar VII! – dijo Granville en un susurro apremiante – ¡Y debemos hacerlo antes de ser detectados!

Completo silencio. El eco lejano de nuestros pasos apresurados. Envueltos por la fría noche del espacio y bajo las estrellas que resplandecían con un brillo tan terrible que resultaba insoportable. Condujimos el cuerpo del androide en una carrera frenética. Interminables corredores. Mi corazón golpeaba con tanta fuerza contra mi esternón que sentí que podría estallar.

Luces nocturnas. Sombras espectrales. Al fin… el vasto y solitario hangar VII. Silencio casi palpable.

El cadáver del androide Byte debía ser destruido. Extraños signos luminosos sobre su piel. Conocimiento directo del caso.

Se podían escuchar los siseos lejanos de puertas automáticas deslizándose, así que los oficiales de guardia estaban realizando sus rondas nocturnas por los corredores de la estación.

La ansiedad helaba mis manos. Cargamos el ataúd en una cápsula de lanzamiento. Acero frío mordiendo mis dedos. Me esforzaba por no no respirar. Mecanismo de lanzamiento: ACTIVADO. Información rutinaria a través de los sistemas de comunicación. Cuenta atrás: TERMINADA. La cápsula fue disparada desde las puertas abiertas del hangar VII dejando atrás un zumbido muy bajo, casi imperceptible, que se perdió en la inmensidad del espacio.

La luz de la parpadeante alarma de las puertas del hangar de lanzaderas se perdía en la oscuridad del espacio exterior, desde donde la cápsula se precipitó hacia la atmósfera del planeta Tierra como un meteoro envuelto en llamas, desapareciendo en una conflagración que marcó el fin definitivo del Teniente Comandante Byte.

Extendimos nuestras manos en un silencioso adiós, un gesto de respeto hacia aquel que, de alguna manera, había trascendido su propia naturaleza artificial.

Sin embargo, fue al regresar a la Base Estelar cuando comprendimos la magnitud de lo que había ocurrido. Habíamos actuado bajo la convincente nobleza hipnótica de Falux, un poder tan sutil y persuasivo que incluso ahora apenas logro recordar los detalles. De no ser así ¿cómo hubiéramos podido actuar tan alocadamente? A partir del instante en que se encendieron las luces del laboratorio de nuevo y vimos lo que, un momento antes, había sido el cuerpo del androide Byte, fuimos como vagas, irreales figuras deambulando por un sueño confuso. Lo olvidamos todo salvo las mudas órdenes que nos fueron impartidas mientras contemplábamos cómo viajaba por el vacío del espacio el féretro llameante, se calcinaba al entrar en contacto con la atmósfera hasta su completa destrucción y luego nos dirigíamos con paso incierto, cada cual, a su habitación. Y, como sea que apreciábamos nuestra liber­tad, no hablamos sobre lo que había sucedido con nadie más. Solo deseábamos olvidar.

Pienso que yo probablemente también habría olvidado toda memoria del incidente si no hubiese vuelto a echar una ojeada al texto “Creación De Curvas Sucesivas” de Albert Von Edison. Los demás, con interés creciente, han tendido a considerarlo como una ilusión, pero yo no puedo. Una cosa es leer libros como el volumen básico “Destino: Dimensión Fractal”, el libro “Sistemas De Funciones Iteradas” o “Teoría Geometría Fractal”, y otra muy distinta poner en práctica algunas de las aplicaciones que en ellos se proponen.

Encontré uno de tales métodos en el libro de consulta y referencia “Sistemas De Funciones Iteradas”, pero no pude seguir leyendo y cerré el libro abruptamente, incapaz de seguir leyendo por las contracciones nerviosas que sacudían mi cráneo. El volumen aún permanece en mi biblioteca, junto con los demás libros de Devon, pero sé que jamás volveré a abrirlo. Esos textos contienen verdades que no deberían ser reveladas, y secretos que, si son desenterrados, podrían consumirnos a todos.


3.   Los Secretos de la Intrepid

 

Navegábamos lentamente a bordo del explorador solar y navío de reconocimiento Hawking&Poe capitaneado por Sisko Burne, hombre de carácter hosco aunque muy experimentado, para reunirnos con la accidentada astronave de la nueva categoría de la flota, aquella que con orgullo habíamos bautizado como U.N.S Intrepid y cuya tripulación deberíamos rescatar. El primer oficial activó los controles de los propulsores de maniobra traseros de freno. La visión de la vasta oscuridad del espacio nos hacía temblar como una rama en el frío aire invernal.

-   Una nave de exploración impresionante, señores — aprobó positivamente el capitán del navío de inspección, al observar a través del monitor, y por vez primera, la esbelta y elegante silueta de la avanzada astronave que flotaba inerte en el espacio.

Según pudimos observar, las innumerables y pequeñas ventanas de observación que se encontraban situadas en varios niveles a lo largo de toda su estructura y que en otro momento debieran haber estado iluminadas, permitiendo observar a algunos de sus tripulantes desde el exterior, se mostraban ahora oscuras y sin vida.

Una potente descarga eléctrica cruzó el espacio ante nuestra nave, deteniendo el curso de nuestros pensamientos y cegándonos por unos instantes con su enfermizo resplandor pálido.

-   Gracias, se trata de la sustituta de la flota espacial para la venerable categoría Courtier - contestó el Físico Teórico y Cosmólogo Viiles Falux, con sus labios retorcidos en una orgullosa sonrisa de regocijo -. Se utilizará en un primer momento para misiones científicas y de exploración, aunque podrá desarrollar las más importantes tareas diplomáticas de forma igual válida. Por ello hemos nombrado a la nueva categoría con el nombre de Monarch.

Falux, frotándose las pálidas manos con expectación, se encontraba totalmente relajado a la vista de la inerte nave, mientras que a mí, agarrado con fuerza al sillón, todavía me resultaba imposible pensar con claridad después del inesperado accidente sucedido a la Intrepid.

Observando el espectacular diseño de la nueva categoría, el capitán Burne, con un claro tono de preocupación en su voz, ordenó una exploración previa de la nave.

-   Su principal valor, no obstante, reside en sus avanzadísimos sensores de largo alcance y a gran escala — continuó Falux con tono impasible, rascándose exageradamente la nariz y gesticulando con sus manos de largos dedos con burlona condolencia .

-   Capitán, querría preguntarle algo — se dirigió con respeto uno de los responsables de la Hawking&Poe a su superior.

-   Quizá el cosmólogo quiera responder a su cuestión.

-   Gracias capitán — Viiles Falux carraspeó orgulloso por el papel protagonista recién adquirido —. Ante todo quiero agradecerles la oportunidad de unirme a ustedes en esta misión...

-   Sí, sabemos que aprecia estar aquí — le interrumpió el capitán Burne apretando sus grandes puños en señal de clara animadversión —, pero entenderá que nosotros no. He visto como cancelaban nuestra actual misión en curso y nos han enviado a la órbita de Plutón — el cosmólogo exhibió una contenida sonrisa de labios apretados y dirigió hacia los cielos unos ojos negros como agujeros de espacio-tiempo, no aterradores, sino llenos de sabiduría antigua —. La última vez que la Hawking&Poe se embarcó en una misión semejante y en un lugar tan alejado de cualquier puesto orbital perdí dos tripulantes.

Continuos rayos desgarraban el espacio a nuestro alrededor como si quisieran amedrentarnos en nuestro viaje hasta la Intrepid.

-   Todo lo que voy a contarles está considerado alto secreto por los responsables del Centro Espacial Terrestre. La Intrepid – comenzó a explicar el cosmólogo  -, no experimentó una avería en el nuevo motor que la hizo estallar en el mayor desastre espacial hasta la fecha, tal y como se hizo saber a los medios de comunicación; sino que después de poner en funcionamiento el Motor Fractal, se perdieron todos los canales de comunicación, incluso los potentes telescopios científicos dejaron de captar toda señal visual, térmica o radiactiva de la astronave durante 12 segundos, como si ésta se hubiese simplemente desvanecido; después de los cuales, se recibió una señal de radio desde su última posición.

-   ¡Este hombre está loco! ¿Qué demonios nos está contando? — protestó el oficial Conrad, fuera de sí.

-   Oficial Conrad, déjele continuar

-   Como ya han podido comprobar, la información que se ha hecho pública, sobre que la Intrepid era una astronave diseñada para la exploración más allá del Sistema Solar y que resultó destruida en su primera misión, no concuerda por completo con la realidad — Falux continuaba altanero su explicación, cruzados los brazos detrás de su cuerpo, caminando paso a paso por el centro del puente —. La nave estelar Intrepid era un proyecto secreto para desarrollar una nave espacial capaz de desplazarse a velocidades muy próximas a la de la luz.

-   Pero eso es imposible — interrumpió la oficial Ro —. Según la Teoría de la Relatividad...

-   Es cierto, sí — aceptó el cosmólogo en un murmullo sepulcral, sentándose de nuevo en su puesto, —, pero sin violar esa teoría, podemos darle un rodeo. La nave no viaja a la velocidad de la luz, lo que hace es abrir una puerta hacia la Dimensión Fractal, que le permite viajar a tal velocidad a través del Universo.

-   ¿Cómo? — terció de nuevo la oficial Ro.

-   Bueno, es complicado de explicar... — respondió Falux dirigiendo una mirada como estrellas que sólo se ven en la oscuridad absoluta, hacia la oficial y ocultando al resto una sonrisa que rasgaba su cara hasta la desesperación, soberbio por ser el centro de atención.

-   Inténtelo, Falux, y en términos sencillos — respondió el capitán.

El cosmólogo se levantó y cogió con ademán burlón un balón de cuero de una de las mesas del perímetro del Puente.

-   Bien... imagínense que esta esfera representa nuestro universo con su miríada de estrellas y galaxias girando sobre su superficie, por tanto, representa el espacio-tiempo conocido, y que ustedes quieren viajar desde el punto de origen A hasta un lejano destino B – explicó manteniendo en alto la cabeza, marcando con un rotulador dos señales en posiciones opuestas sobre la superficie de la pelota de cuero -. Los motores V-espaciales usados hasta el día de hoy abrían un portal en nuestro espacio tridimensional, representado en este ejemplo por el espacio interior del balón, creando un camino entre ambos puntos — Viiles Falux, observándonos con unos ojos en los que se podía ver la serenidad de la noche más profunda, llena de secretos aún por desvelar, agujereó el cuero con una larga aguja haciéndola entrar por el agujero A y atravesando hábilmente el balón haciéndola salir por el otro punto B uniendo ambos puntos mediante un hilo de lana —, hasta alcanzar tiempos lo suficientemente cortos como para hacer posible la exploración más allá de nuestro Sistema Solar — el cosmólogo se comportaba como un elegante prestidigitador del mundo del espectáculo —. Pero observen, en los puntos en los que la aguja enhebrada ha atravesado la piel de este balón hay desgarros e imperfecciones, barreras de energía indeseables en los viajes espaciales. El Motor de Iteración Fractal abre un portal mediante iteraciones sucesivas en el espacio-tiempo no hacia el V-espacio, sino hacia lo que los desarrolladores de este motor hemos bautizado como la Dimensión Fractal, desconocida por la física hasta el día de hoy, creando un camino similar al anterior pero suavizando esas barreras de energía y haciendo posibles velocidades increíblemente mayores sin producir daños irreversibles en el tejido de nuestra realidad.

-   Ahora entiendo porque le han enviado — comentó Conrad con ironía.

-   ¿Y si la nave no fue destruida, sería posible comprobar que pasó con ella? — preguntó un joven tripulante.

-   Verán, la misión transcurría sin ningún fallo, alcanzaron esta órbita y todos los sistemas funcionaban a la perfección. Su misión era utilizar el Motor Fractal y realizar el primer viaje interestelar abriendo un portal hacia la estrella Próxima Centauro, atravesando la Dimensión Fractal y emergiendo en nuestro universo en las coordenadas calculadas. Pero después de entrar en funcionamiento con éxito, se produjo un apagón en las comunicaciones, evaporándose sin dejar rastro — Falux, anticipando la catástrofe, se asió ambos lados de la cabeza —. Lo siguiente que se supo de ella fue gracias un mensaje cifrado dirigido directamente a control de misión cinco atormentadores segundos después.

-             ¿Y de qué naturaleza fue ese último mensaje?

-             Cuando la computadora pudo descifrar el maldito mensaje, se trataba de una advertencia.

-             ¿Qué quiere decir?

-             La computadora no pudo abrir toda la transmisión porque el fichero estaba corrupto, solo se obtuvieron tres frases. Se las leeré palabra por palabra, pues considero que en este caso la exactitud es importante -. Falux, por primera vez con un rictus conmocionado, leyó las impactantes palabras de una de sus hojas de papel.

 

***

… PELIGRO… NO RESCATE… ¡¡¡AVISO!!! NO MÁS MOTOR FRACTAL

***

 

-    Estas simples palabras son todo lo que se pudo descifrar - admitió Viiles Falux, manteniendonos uno por uno una como el centro de una nebulosa lejana, oscura pero bella y enigmática.

-   ¿Y dónde estuvo la nave durante esos cinco segundos? — preguntó el capitán con seriedad.

-   Eso hemos venido a averiguar.

-   Hemos localizado el faro de navegación de popa de la Intrepid — informó Conrad —. Está en la pantalla frontal.

-   ¡Aquí la oficial Ro desde la astronave Hawking&Poe! ¿Me reciben U.N.S. Intrepid?

Uno de los oficiales de la astronave activó varios sensores que mostraban en su pantalla, mediante diversos símbolos, el estado de la nave, a la vez que varios potentes haces de luz iluminaban una amplia zona de fuselaje frente a nosotros. Un gran cambio se había producido en éste, pues su textura original de lustroso metal perlado se encontraba actualmente enmugrecida por un codicioso verde oscuro. Estas zonas seguían siendo sólidas, y mantenían la misma forma general que el metal con el que se habían construido, pero con un aspecto a primera vista poroso, algo rugoso, ajado y quebradizo.

-   Los escudos estándar están bajados, capitán — hizo saber una oficial desde su consola.

Moviéndose con gran delicadeza, el navío fue desplazándose lentamente a lo largo de la malograda nave de metal arrugado iluminándola a su paso. Ante nosotros se presentó en toda su grandeza aquella inmensa obra futurista de vastos ángulos y superficies inabarcables desde nuestra pequeña perspectiva.

-   Ese es el embarcadero principal — informó el oficial Conrad al llegar frente un gran portón de forma elíptica.

-   Bien, oficial. Use el brazo y fíjenos a ese grupo de antenas — ordenó el capitán.

Una potente tenaza mecánica se alargó hacia el lugar indicado, se cerró ruidosamente atrapando un grupo de delgadas varillas y apéndices metálicos.

-   Con cuidado. Esa estructura no soporta esfuerzos excesivos — replicó el cosmólogo profiriendo un rugido gutural y apretando las mandíbulas.

-   Maniobra de atraque efectuada.

-   Acoplados a la Intrepid.

-   Oficial Ro, informe — se dirigió el capitán a la oficial que había hablado anteriormente, sentada frente a su moderna consola repleta de informes sobre el estado de la astronave.

 

Astronave: U.N.S. Intrepid

Clase: Monarch.

Comisionada: 2293

Base de Producción: Fabrica Planetaria Antares & Utopía perteneciente a la Flota Estelar.

Longitud: 470,58 metros.

Anchura: 185 metros.

Altura: 78,86 metros.

Masa: 2.350.000 toneladas métricas.

Personal: 750

Velocidad de Crucero: Distorsión 6

Velocidad Máxima: Distorsión 9,7

Armamento: 16 bancos de faser tipo VIII, 70 lanzadores de torpedos de fotones 4 Mk.

 

El cosmólogo se movía por el puente observándonos a todos con arrogancia, incluido al capitán, con la cabeza irrespetuosamente elevada. Yo, por mi parte, seguía haciéndome, con la ansiedad cerrando una garra sobre mi pecho, la misma pregunta ¿Cómo pudo ocurrir este desastre apenas unos segundos después de poner en funcionamiento el nuevo motor?

-   Ambos motores de impulso de la sección de disco están dañados e inoperantes, los propulsores de maniobra de popa se encuentran completamente destrozados y ambas parrillas del campo del Motor Fractal están destruidas debido a una explosión en sus bobinas internas. Se captan fuentes de radiación, pero seguramente son fugas en los contenedores de almacenaje de antimateria, no parece importante. Daños estructurales de consideración media.

Las constantes descargas eléctricas de enfermizo color que asaltaban el puente con violencia hacían que mi pulso acelerado detuviese por un instante su latido.

-   La nave esta intacta pero la temperatura interior es muy baja y todo el personal habrá muerto.

-   Búsqueles, oficial. A bordo de esa nave viajaban 750 tripulantes.

-   Estoy en ello, capitán. El analizador biológico está en marcha — informó, a la vez que con determinación pulsaba diversas teclas en su consola — ¡Parece que el escáner tiene problemas!

Viiles Falux se inclinó, abriendo altanero unos ojos en los que ardía la frialdad de un asteroide perdido en el espacio, sobre la pantalla para observar así con mayor claridad diversos signos intermitentes y de distintos colores, sobre un diagrama de la astronave.

-   Quizás sea una interferencia por radiación — especuló nuestro capitán muy serio, cerrando los ojos con preocupación.

-   ¡No hay suficiente para asegurarlo! Ahora capto una señal, pero es difícil fijar su localización — contestó extrañada la oficial.

El cosmólogo caminaba con superioridad por el puente, leyendo los informes de las pantallas.

-   Investigaremos paso a paso — informó el capitán — oficial Ro prepare la lanzadera personal Schrödinger — 07, oficial Conrad prepare el equipo frente a la dársena de abordaje.

-   Muy bien, capitán Burne — contestaron ambos al unísono, mientras se ponían en marcha con decisión.

-   Señor Falux, he de pedirle que nos guíe hasta el puente de mando de la Intrepid. Y a usted, señor Walley, he de pedirle que nos acompañe durante la exploración.

No pude evitar una sonrisa forzada tan poco natural como toda aquella atmósfera, que estaba haciendo que mi corazón martillease duramente contra mi esternón.

-   Gracias, capitán Burne. No he hecho este viaje para quedarme aquí. ¡Necesito entrar en mi nave! — exclamó Falux sonriente, a la vez que con su dedo índice apuntaba hacia el navío hacia el que debíamos dirigirnos.

-   ¡Cuando la seguridad de la nave se confirme irá usted! — respondió el capitán obstinado con los brazos cruzados y los puños entrelazados.

Una vez puestos los gruesos y complejos trajes espaciales, y acompañados por una pequeña sonda de exploración, el capitán de la Hawking&Poe, el oficial Conrad y yo mismo nos dirigimos hacia la plataforma de carga y ocupamos nuestros asientos en la parte delantera de la pequeña lanzadera personal.

En este corto viaje, el oficial nos llevó desde su astronave hacia el hangar principal de la Intrepid, mientras violentos relámpagos de lúgubre color atravesaban el espacio que nos rodeaba haciendo que intermitentes escalofríos reptaran hacia abajo por mi columna vertebral.

-   ¡Tengan cuidado! — gritó uno de los pilotos por radio.

-   Estén todos atentos ahí por si hay sorpresas — nos ordenó el capitán.

-   El vídeo da una imagen clara del faro de navegación — nos informó la oficial Ro por el intercomunicador.

-   ¿Nos observa, señor Falux? — preguntó el capitán.

-   Sí, les guiaré desde aquí.

-   Equipo de exploración acercándose a la U.N.S. Intrepid.

-   Ahora mismo, están aproximándose a la compuerta exterior — observó Falux.

La gran puerta del hangar de lanzaderas de la Intrepid se erigió ante nosotros como un coloso metálico, imponente y poderoso. Su superficie estaba marcada por arañazos y maliciosas manchas de color rojo oscuro, cicatrices que intentaban contar la historia de una nave tal vez nunca debió regresar. Cuando nos aproximábamos, sentí un hormigueo en mmi cuero cabelludo; las luces parpadeantes que la rodeaban parecieron titilar en un intento de advertirnos sobre lo que se ocultaba más allá.

Pulsando las órdenes adecuadas en su consola, el oficial abrió las puertas del hangar de lanzaderas principal.

-   Control de la U.N.S. Intrepid — esta vez fue el oficial Conrad el encargado de comunicarse con algún tripulante de la astronave accidentada —. Aquí lanzadera personal Schrödinger — 07 de la Hawking&Poe. ¿Me escuchan?

Al abrirse, la puerta emitió un quejido profundo, un sonido cuya estática retumbó a través del intercomunicador como el lamento de un antiguo guardián. Las secciones de la puerta se desplegaron lentamente, revelando un oscuro abismo que parecía tragarse la luz. El resplandor azul de las luces internas de la nave se desvanecía ante la inmensidad del vacío espacial, como si el infinito más allá quisiera arrastrar todo a su oscuridad.

-   Capitán, no recibo confirmación —fue su decepcionante respuesta pasados algunos largos segundos —. No se recibe nada en ninguna de las frecuencias...

-   De acuerdo, Conrad. Entraremos a través del hangar 00.

-   Tenemos contacto — informó por radio el oficial Conrad, pulsando las ordenes necesarias para abrir la ingente puerta de verduzco metal aherrumbrado —. Nos acercamos a los restos de la Intrepid. Preparados para abordarlo.

A medida que la majestuosa puerta se abría completamente, resonó el sonido de un motor distante, un murmullo bajo que se intensificó hasta convertirse en un rugido sordo, como si las olvidadas lanzaderas esperaran, ansiosas, su momento para surcar los cielos.

Así, accedimos con un nudo en el estómago al interior del oscuro hangar de lanzaderas de la Intrepid.

-   Y... toma de contacto. Cierre del acelerador. Frenos apagados.

Cuando la puerta del hangar, en un proceso igualmente majestuoso, comienza a cerrarse a nuestras espaldas, la atmósfera se vuelve aún más pesada. Las secciones se deslizan con una lentitud aún más escalofriante, un crujido grave que resonaba en las paredes del hangar. Incontables golpes secos reverberan en el aire cuando se sellaron, como clavos contra un monumental ataúd, cerrando el umbral a un mundo de incertidumbre. El silencio que sigue es abrumador, envolviendo el hangar en una oscuridad opresiva, donde el eco de la puerta cerrándose parece ser un lamento, un recordatorio de que lo desconocido siempre acecha más allá de su umbral, ajeno al vasto vacío del espacio. La última barrera entre el negro espacio exterior y lo desconocido.

-   Oficial Conrad, observe todo este hangar. Esto no tiene ningún sentido. ¡Este lugar debería estar rebosante de actividad! ¡Permanezcan alerta! — ordenó el capitán nada más entrar en la nave llena de malos augurios.

 

 

 


4.   En el Umbral de lo Desconocido

 

Ingeniero Wilbur Walley — Anotación Personal:

El motor de distorsión espacial nació gracias al conocimiento de la física avanzada V-espacial. Gracias a esos primeros conocimientos y al descubrimiento de los campos de distorsión dimensional, fue posible generar una burbuja alrededor de una astronave produciendo una deformación continua del espacio—tiempo que propulsase la nave a velocidades próximas a la de la luz sin violar la teoría de la relatividad especial de Albert Einstein.

En un principio, los físicos creíamos que el V-espacio era continuo como lo es cualquier otra dimensión física, pero esta descripción teórica no era completamente exacta. Además de esto, las ecuaciones mostraban que a medida que se profundizaba en el dominio V-espacial, mayor era el efecto de distorsión y a su vez, mayor la velocidad alcanzada. Así se creo una escala de velocidad basada en la profundización en el dominio espacial, llamada “Escala de dimensiones internas”.

Para medir como se profundiza en el espacio, se utiliza el llamado "factor de distorsión", en el que Factor 1 expresaría estar en el límite entre el espacio normal y el V-espacio, siendo la distorsión provocada por el motor, la misma que la distorsión natural del espacio circundante; o dicho de otra forma, la velocidad de la luz. Velocidades por debajo de Factor 1 son velocidades menores al 10% de la velocidad de la luz. El problema que tiene este sistema de medida, es que las velocidades no son lineales respecto al factor. Tienen puntos de ruptura y barreras de energía.

Cuando se estableció esta escala no se conocían métodos para medir realmente cuanto se profundizaba en el dominio V-espacial y cómo variaban las propiedades del V-espacio. Se asumía que variaban de forma continua y por lo tanto, los consumos de energía debían de ir aumentando de forma continua. Así pues, la escala se creó a partir de la teoría y no de la práctica. Pero pronto empezaron a verse discrepancias... Cuando los motores de distorsión empezaron a alcanzar velocidades iguales o superiores a Factor 3, 21% de la velocidad de la luz, se detectaron unos "picos" en la energía requerida para mantener y crear los campos de distorsión a unas velocidades muy determinadas. Durante mucho tiempo se atribuyó a la falta de sincronización del campo de distorsión a lo largo de la nave y al hecho de variaciones muy sutiles de la velocidad entre varios puntos de las barquillas que se traducían en un mayor consumo de energía. Dichos picos se volvían cada vez más evidentes y técnicamente indeseables al aumentar la velocidad. Al final, después de los ajustes necesarios, en la segunda mitad del siglo 22, cuando las naves intentaron superar el factor 7, equivalente a un 56% de la velocidad de la luz, se topaban con un pico en el consumo de energía tan enorme que sus núcleos de distorsión y tecnología de barquillas no podían superarlo. Hasta finales del siglo 22 dicha velocidad constituyó una barrera infranqueable en la velocidad de las naves espaciales, y se la apodó "barrera espacio-temporal".

Finalmente, se empezó a sospechar que había algo erróneo en la teoría V-espacial, y así surgió la teoría del V-espacio discreto, en la que se explican las propiedades del V-espacio en "capas" o "dominios" donde las propiedades del V-espacio no varían continuamente, sino que tienen puntos de ruptura y barreras de energía. En un principio se siguió usando la “Escala de de dimensiones internas”, aunque se hizo más que evidente que dichas barreras de energía no se correspondían muy bien con los factores de distorsión y que sería necesario reflejarlas en una nueva escala de velocidades.

A partir de los trabajos del Físico Teórico y cosmólogo Viiles Falux, del mayor experto en el dominio V-espacial Thomas Devon y de mis amplios conocimientos en sistemas dinámicos trabajamos en una nueva escala de velocidades de distorsión crecientes, que superaban estas barreras de energía no como discontinuidades puntuales sino como curvas exponenciales crecientes basadas en iteraciones fractales de potencias sucesivas. Dicha escala muestra, incomprensiblemente, un nuevo límite de velocidad a factor 10, un 92% de la velocidad de la luz, pero quedó así demostrado que se puede profundizar totalmente en un nuevo y desconocido V-espacio, que bautizamos como Dimensión Fractal, sin requerir un uso de energía infinita.


5.   Un Horizonte Distorsionado

 

-   No hay signos de actividad humana — informó indeciso el capitán Sisko Burne a la vez que inspeccionaba el hangar de lanzaderas 00, profundísimo y negro como el petróleo con el haz de luz blanca de su potente linterna, aguardando unos segundos antes de traspasar, extremando las precauciones, la compuerta corroída por una sustancia parda y escamosa que daba acceso a la galería central  -. Este lugar parece una tumba.

En la lejanía, un sinnúmero de cadenas golpeaban rítmicamente contra las oxidadas paredes de la galería principal, rompiendo el silencio con ecos que helaban la sangre. Cada golpe resonaba en el acero oscuro, como el susurro de algo oscuro que despertaba en las sombras.

Desde unas claraboyas elevadas y estrechas entraba la lánguida luz de las lejanas estrellas que proporcionaban una escasa iluminación a la interminable galería de más de diez metros de altura. El techo y el suelo estaban fuertemente reforzados con unos titánicos y curvos contrafuertes, algunos de las cuales se unían y formaban columnas que recordaban a las fosilizadas espinas de alguna mítica bestia marina.

-   Aquí la oficial Ro. Los sensores no captan amenazas biológicas...

-   ¿Hay alguien en casa...?

Viiles Falux nos informó a través del intercomunicador de que estábamos en la galería central de la cubierta principal, añadiendo que dicha galería conectaba las zonas de servicio y gobierno de la nave, además de la sección de ingeniería.

El capitán decidió que deberíamos atravesar las zonas de servicio, y dirigirnos inmediatamente después al Puente de Mando. Recorrimos con lentitud los estrechos y sombríos corredores de la astronave; cuyas paredes mostraban las mismas señales rojizas de corrosión y desgaste que el fuselaje exterior, buscando con detenimiento cualquier indicio que pudiese explicar el mal funcionamiento en la astronave.

La nave debió de tener una maravillosa y mística belleza, y cuando la recuerdo el día de su vuelo inaugural casi puedo olvidar las dolorosas horas que pasé en el interior de aquel laberinto helado, sin vida e iluminado tan solo por el haz de luz de nuestras linternas.

Aparentemente todos los sistemas estaban en orden, los imprescindibles sistemas de energía, gravedad artificial y soporte vital operaban dentro de parámetros correctos.

Después de oír este informe, nos miramos unos a otros indecisos y abrimos nuestros cascos. Respiramos con cierta aprensión el flujo de aire helado suministrado por el suave zumbido de los sistemas de ventilación; y, una vez comprobado que no era tóxico aunque sí algo agrio, nos despojamos de nuestros incómodos y voluminosos trajes espaciales.

Llevábamos con nosotros un pequeño equipo que consistía en una brújula, una cámara fotográfica, algunos sacos para recoger muestras, rollos de cuerda, y unas potentes linternas de mano.

-   Por fortuna, no hemos encontrado cuerpos... un momento ¿qué es aquello? - preguntó sorprendido el capitán mientras dirigíamos los haces de nuestras linternas en la dirección que nos indicaba. Y en un solo instante, todas mis ideas se desvanecieron ante la fugaz e imprecisa aparición de una sombra oscura y alargada proyectada contra la fría y dura pared pardusca, que hizo que mi pulso ascendiera opresivo hasta la carótida aun sin haber tenido tiempo suficiente para verla con claridad.

Sería demasiado excesivo dar un relato detallado y com­pleto de nuestras indagaciones por el interior de aquellos angostos y oscuros corredores carentes de vida hasta llegar a la enfermería, siempre a punto para cualquier emergencia. Esta se encontraba iluminada de forma muy tenue por unas débiles luces amarillentas.

-   La enfermería también está desierta — informó el capitán Burne, a la vez que olfateaba con repulsa el hedor amargo que envolvía la estancia.

Caminamos lentamente entre varias camas de diagnóstico, apenas visibles en la oscuridad, cubiertas con sabanas, deshilachadas de una manera extraña, aún por estrenar y; delante de nosotros aparecían mesas de frío metal corroídas hasta agujerearse debido a algún proceso desconocido. En ellas se encontraba el más variado instrumental, desde analizadores médicos hasta agujas hipodérmicas.

-   Al parecer nunca ha sido utilizada.

-   ¿Aún no han visto a ningún miembro de la tripulación? — interrogó Falux desde la Neptuno, con un timbre acerado, como el roce de garras sobre piedra.

-   Si hubiéramos visto a alguien, usted ya lo sabría — contestó descortés el capitán — Seguimos buscando signos de vida.

Regresamos a la oscura galería principal y continuamos atentos a nuestros instrumentos analizadores personales analizando los campos electromagnéticos a nuestro alrededor en busca de posibles formas de vida.

-   ¿Dónde nos encontramos exactamente, señor Falux? — preguntó el capitán Burne buscando la guía del cosmólogo.

-   La compuerta que se encuentra a su izquierda da acceso a la sección principal de ingeniería.

Cuando al acercarnos, las robustas manos del capitán casi temblaban sobre la masiva agarradera de cobre oxidado, una luz tenue parpadeó, proyectando sombras alargadas que parecieron moverse con vida propia. Con un toque en el panel de control, un sonido grave y reverberante se activó, y la puerta comienzó a abrirse, cada bisagra chirriando con un eco estremecedor como si protestara ante el peso de secretos oscuros que guarda y a continuación el traqueteo metálico de una cadena.

A medida que las dos secciones metálicas se deslizaban hacia los lados y accedíamos a aquella tenebrosa sección donde nos esperaba el corazón aún palpitante de la astronave, un aire frío y cargado de una electricidad inquietante se escapó de la sala. El olor a metal oxidado y a combustible en descomposición llenaba el ambiente, y el interior se reveló como un laberinto de maquinaria pesada y luces intermitentes, donde las sombras parecían danzar entre los cables y los motores. Un susurro apenas audible se mezclaba con el sonido de las máquinas, como si la sala misma respirara y murmurara advertencias olvidadas.

 -  Estamos entrando en la sección del motor. Al parecer no ha resultado dañado con el accidente. No vemos supervivientes.

No fue hasta que escuché como la puerta se cerraba con un golpe seco detrás de mí y el mismo traqueteo metálico de la cadena aunque con un sonido más intenso y amenazador, un golpe seco resuena cuando se alinea con el marco, un sonido que retumba en los huesos, como si estuviera sellando no solo el acceso, sino también algo inconfesable que permanece atrapado en su interior, que explotó en mi cerebro, como desde la cavernosa boca de un cadáver, la idea de que aquella nave era una tumba ciega y helada.

La luz parpadeante del corredor se apagó abruptamente, dejándolo en una oscuridad casi palpable, mientras el silencio se cierne como una sombra ominosa, llenando el aire con una sensación de peligro inminente, como si la sala de motores estuviera lista para desatar horrores que mejor permanecieran ocultos.

A través de un hueco que existía en la barandilla de la plataforma elevada que soportaban varias columnas de altura vertiginosa descendimos, deslizándonos, por una escalera metálica. Se trataba de una cámara casi a oscuras cuyas paredes revestidas de cobre formaban unas curvas ángulos distintos de los conocidos en el espacio tridimensional; y que se hallaban cubiertas de largos tubos de bronce que conformaban anormales geometrías de ángulos desconcertantes. En su centro, una cegadora esfera de luz de tamaño colosal brillaba intermitentemente, con diversos colores pulsantes, creando a intervalos regulares de tiempo los más variados y anómalos patrones.

En esta fantástica sala de deformaciones prismáticas, la esfera se alzaba anormalmente en diagonal, despre­ciando todas las leyes de la física y de la perspectiva. La luz misma parecía deformarse cuando atravesaba las zonas cercanas a esta perversión mecánica.

-   Estoy obteniendo unas lecturas anómalas — reportó el oficial Conrad —. Aumentaré un poco la potencia.

En la pantalla de visualización de mi analizador comencé a obtener unas lecturas irregulares en el espectro luminoso.

-   La causa de sus lecturas está en el núcleo del Motor Fractal — nos advirtió Falux a través del intercomunicador.

Nos acercamos al panel de control de sistemas de ingeniería, y comprobamos de nuevo que todos los sistemas se encontraban funcionando dentro de los parámetros correctos. Las consolas de control emitían ocasionales pitidos leves.

-   ¡Pasen sin miedo! — indicó jocoso el cosmólogo, como la broma de un bufón que espía desde las sombras  — ¡Ahí no hay ningún peligro!

La refulgente esfera de luz pareció querer darnos la bienvenida iluminándonos con unas intensas ráfagas de intimidatorios colores, ante cuyo deslumbrante resplandor nos vimos en la necesidad de cubrirnos los ojos con las manos.

-   Señor Walley ¿Puede describirnos lo que estamos viendo? — preguntó el capitán, sacándome repentinamente de mí ensimismado estado de nervios.

-   Capitán Burne – comencé respetuosamente -, nos encontramos en la sala del Motor Fractal. Con este nuevo modelo de motor espacial y gracias al descubrimiento de los campos de iteración dimensional, tratábamos de propulsar la nave a velocidades muy próximas a la de la luz...

-   El escáner se ha pasado del límite — Nos alertó con preocupación la oficial Ro desde su puesto a bordo del navío, luego de lo que nos pareció una eternidad escuchando fuertes ruidos de estática resonando en el intercomunicador —. He perdido la comunicación durante unos segundos.

-   Capitán Burne – transmitió el cosmólogo, observando al capitan con una mirada que era un pozo de gravedad oscura, capaz de consumir la voluntad de cualquiera -, desearía subir inmediatamente a mi nave, e inspeccionarla con mis propios ojos.

-   Señor Falux – respondió el capitán frotándose los ojos -. Llegado el momento, yo mismo le haré saber cuándo puede acceder a la Intrepid.

Nos acercamos con lentitud, ofuscados y con las manos levantadas frente a nosotros; con un deseo inconsciente de acariciar aquella formidable esfera luminosa con las yemas de los dedos, llenos de un temor reverencial, como si se tratase del antiguo altar levantado a algún dios impío. Al poco, todos nos vimos asaltados por una sensación amenazadora que nos obligó a abandonar la Sección de Ingeniería.


6.   Un Universo Inexplorado

 

Ingeniero Wilbur Walley — Anotación Personal:

Activada en 2290, la astronave de tipo explorador U.N.S. Intrepid será inicialmente el primer navío adaptado con una unidad de iteración fractal experimental. “El Gran Viajero”, como ha sido apodada la nueva clase Monarch abrirá el camino para una nueva edad de la exploración espacial humana pudiendo viajar a una velocidad de crucero de iteración de 7 y una velocidad máxima de iteración 10. Representando la cúspide del diseño de astronaves de mediados del siglo XXIII, la Intrepid destaca por los amplios embarcaderos de carga y lanzaderas a proa y popa, torpedos fotónicos, cañones de fase y polarización del casco.

El Motor de Iteración Fractal, diseñado por el grupo de investigación y desarrollo a cargo del matemático Thomas Devon, permitirá que viajes que en el pasado requerirían cientos de años, puedan ser completados en cuestión de horas.


7.   Siluetas en el Silencio

 

Con un el corazón latiendo más acompasadamente por poder salir de aquella intimidante sección; que sugería esferas y dimensiones desconocidas para cualquier ser humano en su sano juicio; caminamos con lentitud debido a la total oscuridad, y todavía alterados, a través de diversos corredores con los más claros signos de decadencia; hasta llegar, finalmente, a la puerta del ascensor que nos permitiría alcanzar finalmente el puente de mando.

-   Señor Falux, como capitán de esta misión de rescate, le doy permiso para acceder a la astronave U.N.S. Intrepid. Una vez en el interior, diríjase sin dilación, al puente de mando principal.

-   Muy agradecido, capitán — contestó el cosmólogo con un desagradable croar sibilante entre orgulloso y descarado.

-   ¡Al puente! – el capitán accionó el veloz ascensor cilíndrico mediante ordenes vocales y después de un breve viaje, la puerta se abrió automáticamente con un zumbido como el de una mosca y, parpadeando ansioso, tuve que ser yo el encargado de atravesar la compuerta y acceder al puente en primer lugar.

-   No hay lecturas de vida — gotas gruesas de sudor resbalaban por la frente del nervioso capitán.

La puerta se cerró de nuevo a nuestras espaldas con otro zumbido bajo.

-   ¡Maldita nave fantasma! — exclamó asustado el oficial Conrad.

Para aumentar nuestro ya alterado estado de nervios el puente se encontraba en la más completa y heladora oscuridad.

-   Este lugar es un congelador...

La abertura mostraba una oscuridad casi material. Estas tinieblas tenían realmente una cualidad sólida, pues ocultaban algunas partes del interior del puente que de­bían ser visibles al ser iluminadas por nuestras potentes linternas.

Ninguno de nosotros podía evitar temblar debido al frío que reinaba en el oscuro puente. Gracias a nuestras linternas y a la gran pantalla de navegación panorámica que emitía una muy leve luminosidad; observamos, no sin grandes dificultades, pequeñas áreas de la estancia que se encontraba a nuestro alrededor.

-   Oficial Conrad ¿es posible restablecer la iluminación en el Puente? — preguntó el capitán Burne.

El oficial que nos acompañaba, se agachó sin tardanza frente a una pequeña abertura situada cerca de la puerta de acceso y al nivel del suelo. Con un pequeño destornillador la abrió con gran facilidad, observó su interior utilizando su linterna durante unos breves instantes y exclamó con contenida alegría:

-   No se preocupe capitán, se trata de una pequeña avería en los fusibles. Varios de ellos se han quemado debido a una sobre tensión. No tardaré en sustituirlos.

Con una rápida maniobra, sus ágiles dedos manipularon los complicados mecanismos eléctricos bajo la atenta mirada del capitán; y unos pocos segundos más tarde, todas las luminarias del Puente estaban en funcionamiento.

Para nuestra sorpresa, no tardaron en ponerse en funcionamiento las intermitentes luces de emergencia de las paredes y el techo, de un agresivo rojo carmesí, así como una ruidosa sirena que indicaba que algo no funcionaba correctamente bien en el cerebro de la formidable nave estelar.

Lo que encontramos dentro del puente de mando fueron los restos del horrible drama que desde ese momento íbamos a descifrar. Los cadáveres de la tripulación principal se encontraban retorcidos sobre el mobiliario de la sala. En el puesto central y rodeado de distintas consolas, el capitán John Luck Pickman se encontraba rígidamente sentado en su sillón de mando con una expresión de dolorosa agonía. Frente a la gran pantalla principal, en el puesto de navegación situado a la derecha se encontraba el Comandante Alan Wilson tirado junto a su butaca, con un horrible gesto de pavor en los ojos, como si un gran golpe lo hubiera arrojado de forma violenta contra el suelo. La Consejera científica, Helena Newcomen, reclinada en su puesto a la izquierda del capitán, mostraba su rostro contorsionado en una expresión de temor, a la vez que levantaba sus brazos protegiéndose de algún horror invisible; mientras que el cuerpo del ingeniero de sistemas Greyson Benz se hallaba aterradoramente colapsado bajo la gran pantalla, mientras presentaba un rictus de profunda aflicción y con el dedo índice de su mano derecha apuntaba hacia algún espanto ya ausente. Pero lo más horrible de aquellos cadáveres deformados y corrompidos era que sus ojos vidriosos se negaban a cerrarse; más bien, parecían mirar fijamen­te algún objeto situado detrás del observador. Aquellos cadáveres que habían perdido toda su sangre sin que presentaran la más ligera traza de una herida; aquellos cadáveres cuya carne estaba cubierta de insólitos símbolos luminosos, arabescos que se desplazaban y cambiaban de forma ante nuestros ojos.

-   ¡Jesús! ¿Qué diablos les ha ocurrido? ¿Capitán?

-   ¡No lo sé Conrad, pero tenemos que salir de este infierno lo antes posible!

-   He visto muchos cadáveres, pero todo esto es distinto — fueron las únicas palabras que acerté a decir.

-   Pero si en esta nave se habían empleado los mejores medios materiales y personales... — La mirada del capitán Burne reflejaba que todavía no podía creer aquella gran tragedia que teníamos ante nosotros.

-   Capitán — informó la oficial Ro, que nos acompañaba a través de nuestros intercomunicadores —, estoy recogiendo una débil lectura en el puente...

El capitán Burne, el oficial Conrad y yo caminábamos por el puente frente a las consolas, que no mostraban ninguna imagen correcta, mirando con atención la pantalla de nuestros respectivos decodificadores personales, reconociendo nuestra situación, y analizando el trágico misterio que se respiraba en el puente, cuando, en uno de los rincones de aquella sala mortuoria, el oficial que nos acompañaba, después de unos momentos vacilando entre el temor y la duda, abrió la puerta oxidada de un estrecho armario con un crujido ominoso, como si las bisagras fueran huesos desgastados por el tiempo. Al tirar del asa, un estremecedor chillido rasgó el silencio, y la puerta se deslizó lentamente hacia la derecha, revelando un interior sombrío donde las sombras parecen cobrar vida y dejándonos la sensación de que algo oscuro e inobservable, húmedo y descompuesto permanece al acecho. Un aire helado emana de la taquilla, envolviéndola en un aura de inquietante soledad.

No pude evitar un grito histérico al ver caer sobre los brazos del oficial el cuerpo aterido del Teniente Comandante Byte, el primer y único androide construido por el hombre portador de un cerebro positrónico. Su cuerpo también se encontraba cubierto de los mismos caracteres luminosos, de filigranas que mudaban de forman y transitaban con libertad por toda su piel sintética. Aparentemente, su vida artificial también se había extinguido.

En ese momento, después de recuperar el control después de varios segundos, volvimos a sufrir un espasmo nervioso debido al grave siseo de apertura de la compuerta de acceso al puente.

-   El cosmólogo Viiles Falux se presenta en el puente de mando principal, mi capitán — cacareó el cosmólogo, con la voz llena de desprecio hacia a nuestro superior.

-   Capitán, he logrado activar una de las consolas. Esto es lo último grabado en el diario de a bordo.

Primero el capitán Burne, visiblemente preocupado; a continuación Viiles Falux completamente indiferente y, finalmente, yo mismo detrás de ellos, dirigimos la atención a la pantalla, que era el último testigo vivo de lo sucedido a bordo de la Intrepid. El oficial Conrad sentado delante de la consola abrió el archivo correspondiente, apareciendo las imágenes esperadas en la pequeña pantalla.

-   Quiero expresar lo orgulloso que estoy de mi tripulación — expresó, mirando directamente al objetivo, el capitán Pickman —. En particular de mis jefes de sección: Alan Wilson, Byte, Greyson Benz y Helena Newcomen. Estamos preparados para activar el Motor de Iteración Fractal abriendo el camino hacia Proxima Centauri...

Pudimos ver como uno a uno, toda la experimentada tripulación al completo, miraba sonriente a su querido y respetado capitán.

-   Para poder destacar en la Flota Estelar puedes hacer dos cosas; ser el mejor, o meterte en líos. Bien, pues John Luck Pickman tenía estas dos cualidades, por lo que no era difícil imaginar que llegaría lejos — Al escuchar estas palabras de labios del capitán Burne, pudimos captar que él también guardaba un respetuoso recuerdo del capitán Pickman.

-   ... Potencia de impulso. ¡Desaceleración total! — oímos gritar al capitán Pickman, a la vez que el sonido grabado en el puente de mando se convertía en un insoportable rugido.

La imagen nítida que hasta hacía escasos segundos había aparecido en el monitor desapareció inesperadamente, convirtiéndose durante unos segundos en una insoportable espiral de luces negras y azules, acompañadas de unos gritos de dolor.

-   ¿Qué estamos viendo? — el capitán apuntó temblando con su dedo índice hacia la pantalla.

-   Lo pasaré por unos cuantos filtros de audio y video, quizás pueda limpiarlo y recuperar la información — nos informó Ro desde la Hawking&Poe.

A continuación, se restableció la imagen, y pudimos ver el puente de mando principal de la Intrepid con los cuerpos de la tripulación tal y como nosotros los habíamos encontrado.

-   Piense una hipótesis, Walley ¿locura, histeria colectiva, delirio?

-   Todas y ninguna, capitán Burne — contesté sin saber muy bien que decir.

Cabizbajo, me dirigí al rincón en el que se encontraba el oficial, sujetando entre sus brazos el cuerpo de nuestro querido Byte; comencé a analizar su cerebro con mi instrumento decodificador y en la pantalla de visualización aparecieron varios datos y gráficas que indicaban que algunos de los registros del cerebro positrónico del teniente todavía estaban en su memoria, aunque no podía precisar con seguridad con qué calidad, ni por cuanto tiempo.

-   Capitán – informé al superior de la misión -, es posible que aún existan datos recuperables en la memoria interna del Teniente Comandante Byte.


8.   Sombras en el Horizonte

 

Ingeniero Wilbur Walley — Anotación Personal:

Conocí famoso Físico Matemático experto en dominio V-espacial Thomas Devon en el año 2.266, en el departamento de Ciencias Físicas Experimentales de la Universidad de Dunwich, durante las primeras fases del desarrollo teórico del Motor Dinámico Fractal; trabajando junto al el Doctor Albert Held, Físico Teórico británico, conocido por sus estudios para aunar la relatividad especial con la teoría cuántica y por sus aportaciones íntegramente relacionadas con la cosmología, cuando el proyecto no era más que un estudio sobre las aplicaciones prácticas de la geometría simétrica y espiral.

Greyson demostraba un gran interés por el proyecto; había realizado más de una aplicación práctica en los sistemas caóticos; en especial, le fascinaban los escritos y documentos de un grupo secreto de científicos, conocidos bajo el nombre Apophys, cuyas teorías se remontaban a los oscuros días de la Edad Media. Ellos, los Apophis, tradujeron la Geometría Fractal de su lengua original a las tres grandes lenguas de las culturas mundiales, Inglés, Español y Chino.

Durante nuestras largas conversaciones, le expliqué a Thomas Devon en varias ocasiones que deploraba el ciego desdén con que el mundo consideraba a las ciencias avanzadas. A menudo le escuchaba y me contentaba con ser un espectador, dejando que mi imaginación vagara a voluntad por las principales corrientes de ese impetuoso río que es la física V-espacial; deslizarme por la superficie era suficiente para mí durante aquellas conversaciones... raras veces realizaba una in­mersión ocasional hacia las profundidades del tema. Como científico y soña­dor, ponía buen cuidado en no perderme entre las tinieblas de los fosos donde nos hundían sus avanzadas teorías... uno siempre deseaba poder emerger de nuevo a un cielo azul y calmo en un mundo que no creía en esas rea­lidades.

Pero pasado un tiempo, en el caso de Devon, fue ya todo diferente. Él comenzaba a tener dudas sobre el proyecto del Motor Fractal, según me comentó. Se trataba de un camino difícil de recorrer; había peligros ocultos a lo largo de todo el recorrido; a menudo eso era tan cierto que el viajero no los descubría hasta que ya era demasiado tarde. El ser humano común no había avanzado mucho por la vía de la evolución; muy inex­perto aún, su falta de conocimiento como raza, constituía una poderosa muralla contra los pocos de sus congéneres que buscaban adentrarse por desconocidos caminos. Devon, influenciado por las ideas de Greyson, hablaba de men­sajeros llegados de más allá de nuestras tres dimensiones y citaba oscuros pasajes del libro “Destino: Dimensión Fractal”. Se refería innumerables veces a la posible existencia de seres desconocidos, entidades terribles e inhumanas, imposibles de comprender de acuerdo con los cánones conocidos, de ser combatidos y mucho menos vencidos de manera efectiva por la humanidad.

 El Físico Teórico y cosmólogo Viiles Falux hizo su aparición en los laboratorios del proyecto en la época en que el motor dejó de ser una mera conjetura teórica sobre el papel y ya se había convertido en un modelo funcional en nuestro laboratorio. Por aquel entonces, nos encontrábamos realizando la primera fase de las simulaciones prácticas del Motor Fractal. Un buen día entró en el laboratorio durante el curso de una simulación, observándonos a todos con orgulloso desdén; más tarde, el Doctor Held nos lo presentó como un nuevo miembro del proyecto pro­cedente de un país extranjero. Había algo en Falux que despertó in­mediatamente mi interés. No logré determinar a qué raza o nacionalidad podía pertenecer... era lo que podría decirse un ser humano de una constitución excepcional, cada uno de sus movimientos poseía la gracia y el ritmo de un miembro de la elevada nobleza. Sin embar­go, bajo ningún aspecto podía considerarse un afeminado.

Según nos explicó su primer día en el laboratorio:

-          Cada uno de los experimentos que me propongo realizar pueden ser considerados por ustedes como extremos y muy arriesgados… pero tengo confianza en mi inteligencia y objetivos.

El hecho que la mayoría de los científicos le evitáramos, no parecía molestarle en absoluto. Ello se debía a la total frialdad de su carácter y a su carencia total de empatía. Hubo una vez; por ejemplo, en que estando en el laboratorio, nos encontrábamos realizando una serie final de iteraciones, cuando éstas comenzaron a desviarse de su límite final esperado, provocando un grave error en el experimento y haciendo estallar contra el rostro de Thomas Devon algunos componentes del motor. Varios fragmentos de metal se le clavaron profundamente en la piel; mas Falux no dio la más leve muestra de alarma, obligó a abstenerse de socorrerle al resto de miembros del equipo, y procedió a continuar con el experimento en cuanto el médico terminó de realizar una breve cura en el rostro de Devon del que aún manaba abundante sangre.

Algo que siempre nos resultó desconcertante de su fría actitud fue el hecho de que cuando alcanzábamos los sucesivos objetivos de cada una de las etapas del diseño y construcción del Motor Fractal; el extraño cosmólogo, sin dar ninguna explicación a los responsables del proyecto, tomaba su vehículo espacial privado rumbo a un destino del que según él no estaba obligado a dar información, y de donde regresaba varios días después aún más soberbio que en el momento anterior a su partida.

El acto final de esta tragedia comenzó la víspera del despegue, cuando conversábamos acer­ca de la composición de un portal estelar auto similar, generado por el conjunto de puntos estables de órbita acotada bajo cierta transformación iterativa no lineal, y discutíamos las posibilida­des prácticas de tal materia. Uno de nuestros científicos adjuntos llamado Colby, presentó un argumento ex­traordinariamente ingenioso en contra, consideró ridículo aso­ciar los experimentos en aplicación a las formas espaciales de los objetos y que se observan también en la propia dinámica evolutiva de los sistemas complejos, y llegó a la conclusión final que una apertura estable hacia la conocida por nosotros como Dimensión Fractal; al margen de los medios mecánicos de inducción, era posible pero de todo punto no deseable.

Fue al llegar a este punto, cuando Falux intervino. Lo que él dijo, no puedo recordarlo, pero todo concluyó con un desafío directo a Falux para que demostrara sus asertos. Devon per­maneció callado durante el curso de este debate; estaba más bien pálido y trataba, según pude notar, de hacerle una señal de advertencia a Colby.

El día del despegue, fuimos cinco los que nos reunimos ante uno de los grandes ventanales del Centro De Control Espacial situado en una de las salas de la cúpula de observación situada en la parte superior de la Base Estelar: Granville, Chalmers, Colby, Devon y yo. Devon fuma­ba un cigarrillo tras otro, se mordía las uñas y hablaba solo en voz baja. Sospeché que algo anormal estaba sucediendo, pero de qué se trataba, no tenía la menor idea. Luego llegó Falux, y la conversación interior, si así puede llamarse, cesó.

Colby repitió su advertencia, diciendo que las consecuencias de poner en marcha el nuevo Motor Fractal todavía no eran conocidas en su totalidad, añadiendo que debíamos haber realizado más simulaciones de las sucesivas potencias de iteración con el fin de asegurarnos de que no ocurrirían accidentes fatales. No se podían utilizar inhibidores topológicos, tractores cíclicos, ni cualquier otro medio mecánico para evitar la apertura de fracturas no esperadas en el tejido espacial. Todo el motor se basaba por completo en la dinámica de los ciclos, en los que partiendo de una realidad establecida simple acaban en la creación de una nueva realidad más compleja, y donde las evoluciones dinámicas de todos estos ciclos presentaban las similitudes propias de los sistemas caóticos. Falux asintió, ignorando con una rasgada sonrisa de superioridad todas las advertencias, encendió las pantallas de comunicación con la tripulación de la astronave; y luego, volviéndose, dirigió su mirada a Colby.

Nosotros le observábamos, esperando Colby que moviera los diales con sus manos y pronunciase alguna orden: él no hizo ni lo uno ni lo otro. El cosmólogo fijó su mirada llena de una oscuridad antigua, como la noche antes de la creación, en Colby, y éste se puso rígido como si hubiesen aferrado su corazón con una fuerte garra; acto seguido, con la mirada perdida en el vacío ante él, se puso lenta­mente en pie, caminando en silencio hacia la consola que se encontraba junto a la del cosmólogo.

La voz del mejor capitán de la Flota resonó con toda claridad por todo el Centro de Control a través de unos potentes altoparlantes:

-   Termino de dar un fructífero paseo desde la Sección de Ingeniería hasta el Puente de Mando Principal de mi nuevo destino, la nave estelar U.N.S. Intrepid — un claro tono de orgullo se captaba en su voz.

Todos los asistentes y auxiliares que prestaban su ayuda al despegue de la astronave en el Centro de Control se miraron entre sí con una amplia sonrisa de complicidad y respondieron al primer reporte del capitán con un largo y sonoro aplauso.


9.   Rumbo a Plutón

 

El capitán John Luck Pickman y Greison Benz, encargado de la sección de ingeniería, se encontraban en el lujoso nivel de oficiales 5 de la Base Estelar Augunus - XVII observando las magníficas vistas del espacio exterior desde la cúpula de observación, mientras pasaban las largas horas hasta la cuenta atrás definitiva, para dirigirse hacia el interior de una pequeña lanzadera de la Asociación Astronáutica Mundial. La diminuta nave cilíndrica se separó lentamente del puerto que la unía a la inmensa estructura de la base y comenzó su viaje hacia la gran nave estelar que la esperaba en la lejanía.

-   La tripulación no ha dispuesto de tiempo para su adaptación a los nuevos equipos — comentó preocupado el ingeniero, a la vez que el capitán le miraba divertido, con unos ojos llenos de picardía —. Y los motores no han sido probados a potencia máxima. Además… un capitán sin experiencia...

-   Dos años y medio como Jefe de Operaciones de la Flota Estelar pueden haberme desfasado un poco, pero no por ello me considero sin experiencia — en la respuesta del superior no había ningún mal ánimo, más bien, una alegría contenida.

-   Esta otra vez a mis órdenes, Greison — ahora la emoción ya era más que palpable.

-   ¿De nuevo a sus ordenes, señor? — contestó el ingeniero con un respetuoso cariño —. No le habrá sido sencillo convencer al director de la flota.

-   ¡Tiene razón! — ambos colegas estallaron en una gran carcajada.

-   A un hombre capaz de tal hazaña no me atrevería nunca a defraudarle.

El frente de la diminuta nave estaba dominado por un ventanal desde el que el capitán observó emocionado y con expresión arrobada la impresionante e inmaculada astronave que les esperaba en la vasta estructura de la bahía espacial. Ambos tripulantes no podían evitar mirarse con satisfacción; entre amplias sonrisas de orgullo, frente al espectacular triunfo de la ciencia humana que representaba la construcción de la espectacular nave espacial.

El torbellino de emociones en el interior de la pequeña lanzadera era ya incontenible cuando ésta llegó al puerto de atraque de estribor.

-   Gracias, señor Benz — expresó agradecido el capitán sin poder evitar una emocionada sonrisa.

-   Siempre a sus órdenes — contestó su compañero con un sentimiento mutuo.

Varias decenas de miembros del personal se ajetreaban sin descanso en sus tareas en el amplio y bien iluminado corredor central; a la vez que varias lanzaderas con suministros de material entraban y salían por la puerta del hangar I.

-   Permiso para subir a bordo — requirió el capitán antes de acceder al interior del vehículo a un joven oficial de seguridad.

-   Permiso concedido, Bienvenido a bordo.

-   Teniente Benz, le requieren urgentemente en navegación.

Una vez que el ingeniero se hubo separado de ellos, el capitán Pickman accedió al ascensor y dio la orden de voz para dirigirse al Puente de Mando.

La Consejera Helena Newcomen y el Primer oficial Alan Wilson ya se encontraban a bordo desde hacía varias horas realizando sus respectivos trabajos de inspección previos al inminente despegue de la nave. También en el puente se encontraban cuadrillas de personal haciendo preparativos y reparaciones de última hora.

-   Flota Estelar acaba de comunicar su llegada, señor — expresó Helena con gran alegría sujetando varios documentos frente en su pecho.

La Consejera, el Primer oficial y el androide Byte se acercaron emocionados para, finalmente, rodear al recién llegado:

-   Gracias por su recibimiento. Señor Wilson reúna a la tripulación en la sala de recreo. Quiero que todos conozcan la enorme importancia de esta misión.

El capitán Pickman abandonó el puente y se dispuso a realizar una inspección de la nave.

-   Navegación a los puentes — ordenaron potentes altavoces resonando por los numerosos corredores de la astronave —. Prueba de potencia auxiliar en tres minutos.

El capitán de la Intrepid se dirigió hacia la sección de ingeniería donde, con una pícara y melancólica sonrisa, observó la incansable actividad que allí se desarrollaba.

-   Termino de dar un fructífero paseo desde Ingeniería hasta el Puente de Mando Principal de mi nuevo destino, la nave estelar U.N.S. Intrepid — El capitán John Luck Pickman dirigía su primer informe a Control de Lanzamiento con la solemnidad requerida en tal importante ocasión —. Su tamaño y complejidad me han impresionado. En cuanto a la tripulación, aún nos faltan algunos cargos importantes, pero como ya he comprobado, el experimentado oficial Alan Wilson, ya se ha unido a nosotros.

 


10.                    La Muerte de la Intrepid

 

-           ¿Qué ocurrió aquí, señor Falux? — preguntó el capitán preocupado, a la vez que unas profundas arrugas surcaban su frente. Ambos se miraron a los ojos durante unos segundos y sin pronunciar palabra. El superior dubitativo, el cosmólogo desafiante.

La puerta de acceso al puente principal saltó violentamente arrancada de sus gruesos goznes hacia el interior de la sala. Una explosión surgió sin previo aviso desde detrás de la compuerta. El capitán Burne cayó contra el suelo. El puente de mando se convirtió en un infierno de fuego blanco—azulado. Cristales afilados y astillas metálicas disparadas en todas direcciones.

Una vez recuperado, el capitán se puso trabajosamente en pié.

-   Les habla el capitán Burne, ¿Están todos bien?

El oficial Conrad estaba esforzándose por apagar varios fuegos con uno de los extintores portátiles de la nave. Crepitaciones que resuenan en los circuitos de la nave. Los circuitos eléctricos estaban fallando uno a uno.

-   ¿Qué demonios ha pasado? — preguntó elevando la voz para hacerse oír por encima del rugido del fuego.

-   Se ha abierto una brecha en el casco — nos reportó a gritos la Alférez Ro.

-   ¡Cerraré las compuertas de los niveles 13 al 15!

-   ¡Estamos despresurizando! — informó Falux. Miles de ardientes chispas de material inflamable caían sobre todo su cuerpo pero no parecía sentirse amenazado por la situación.

-   Oficial Conrad, ¡Informe! — aulló el capitán evitando las llamas.

-   Se ha perdido el colector de hidrógeno de estribor y se ha abierto una brecha en el casco... Los circuitos de seguridad están fallando... Solo quedan 28 minutos de aire, señor... los tanques de oxigeno han fallado — el oficial gritaba con todas sus fuerzas, haciéndose oír entre las ensordecedoras explosiones —. Esta nave está herida de muerte.

-   Nos vamos de aquí — ordenó nuestro superior, dirigiéndose directamente a Falux.

-   No podemos irnos. Tenemos órdenes específicas — contestó Falux cruzado de brazos, en un tono rasposo que se deslizó como un reptil en las sombras.

-   Es nuestra única oportunidad — contesté huyendo de las peligrosas llamas que ya amenazaban con atraparme.

Ritmo regular y monótono. Los sistemas de la nave fallando. Estallidos de chispas y cortocircuitos.

-   ¡Rescatar a la tripulación y salvar lo que quede de la nave! ¡Esas son mis órdenes específicas! — replicó el capitán Burne, dirigiéndose directamente al cosmólogo.

-   ¡No podemos irnos así de mi nave! — gritó el cosmólogo, girándose hasta enfrentarse cara a cara al capitán — ¡Ni siquiera sabemos lo que ocurrió aquí!

-   ¿Quiere morir? — se enfrentó el oficial Conrad de cara, por la irrespetuosa actitud de Falux.

Golpes sordos. Objetos colisionando y deslizándose por las superficies. Caos interno.

-   Oficial, señores Walley y Falux carguen con el cuerpo de Byte, hasta la enfermería. Le conservaremos en una de las cámaras.

Las monstruosas llamaradas que cubrían el puente de mando y las impredecibles explosiones que amenazaban con acabar con nuestras vidas, terminaron por obligarnos a utilizar nuestros cascos e intercomunicadores personales.

Un sonido grave y resonante. Aumenta en intensidad, como un motor en sobrecarga. Vibraciones.

-   Al habla el capitán Burne. Les quiero a todos a bordo de la lanzadera. Regresaremos inmediatamente a la Hawking&Poe. No voy a exponer a un peligro de origen desconocido a los 40 tripulantes de mi nave. Llevaremos el cuerpo de este androide de vuelta a la Tierra para que los investigadores de la Asociación Astronáutica Mundial realicen un análisis completo de todos sus sistemas.

El interior del puente estaba calcinado. Huida de las ardientes llamaradas. Enfebrecidos. Los laberínticos corredores colapsaban. Decisiones apresuradas. Expuestos hasta la enfermería. Órdenes, gritos, decisiones precipitadas. Introdujimos el rígido cuerpo de Byte en una cápsula de sueño criogénico. Hacia la lanzadera.

Zumbido eléctrico decreciente. Los sistemas de energía se desvanecen. Inminente desolación.

Estruendos de explosiones resonantes en la distancia. Ecos que se disipan en el vacío del espacio.

-   Oficial Ro, prepare nuestro regreso para descontaminación de nivel máximo, e informe a la Doctora McFaden de que cuando lleguemos nos haga una exploración completa a los cuatro.

Explosiones en la distancia. Estallidos que aumentan en frecuencia y volumen.

Durante aquel recorrido a través de la Intrepid, permanecimos en el más completo silencio; tan solo mirándonos nerviosamente unos a otros en alguna ocasión, espantados y atemorizados por el perturbador misterio hallado en el puente de mando de la astronave U.N.S. Intrepid.

Alarmas sonoras. Peligro inminente.

-   Atención, lanzadera Schrödinger — 07 ha llegado.

-   Equipo médico y análisis de riesgo biológico preparado para su llegada -. Nos informó la oficial médico.

Nos pusimos de nuevo nuestros pesados trajes espaciales y nos dirigimos hacia la posición de la lanzadera. Chirridos y quejidos. Metal que se retuerce y estira como un lamento.

Susurros desesperados. Voces lejanas y distorsionadas a través el espacio.

Conrad encendió el motor, y ésta comenzó el vuelo de regreso sin dificultades. Atrás volvió a presentarse la majestuosa astronave, como había ocurrido al llegar, y comenzamos a alejarnos sin dificultades. Muy cerca de nosotros debía de haber grandes perturbacio­nes, pues el brillo cegador de los siniestros relámpagos no cesaba, aunque no suponían un serio peligro para la navegación.

Conrad, visiblemente nervioso, no podía estarse quieto. Observaba cómo se volvía, una y otra vez, mirando aquella pavorosa nave que dejábamos atrás. Justo en el momento en que nos acercábamos a la posición de la Hawking&Poe, lancé aquel grito enloquecido que casi nos lleva a la muerte. Durante un segundo el oficial perdió el gobierno de la máquina. Se recobró enseguida, pero temo que yo no vuelva a ser nunca el de antes.

Una vez alcanzada nuestra nave exploradora, el capitán Burne se atrevió a romper nuestro silencio ordenando a la oficial Ro, que hasta entonces había permanecido a bordo de la nave Hawking&Poe, que pulsara en su consola las ordenes necesarias para dirigirnos de regreso a la Tierra.

Ya nos alejábamos de aquella horrible pesadilla, cuando un último y horroroso resplandor atravesó las ventanas cegándonos a todos los que nos encontrábamos en el puente de mando de la Hawking&Poe.

Gigantescas explosiones destruyeron los motores de impulso de la Intrepid. Varios fuegos se extendieron desde el puente de mando hasta la sala de máquinas principal. Múltiples anillos de fuego rodearon la astronave. Un remolino indescifrable y ardiente de insano apetito. El eco de la materia, aplastada y distorsionada por la gravedad infinita, creando una sinfonía salvaje y descontrolada. Silencio absoluto. Los restos mortales de la astronave U.N.S. Intrepid colapsaron bajo una inconmensurable implosión purificadora dejando solo una sensación de vacío

Todos nosotros; con nuestros cuerpos tanto como nuestras mentes, agotadas y doloridas, observamos como en el espacio que ocupaba la astronave ya no quedaba absolutamente nada, salvo los siempre presentes relámpagos espectrales.


11.                    Más Allá del Sistema Solar

 

Las abejas obreras, como cariñosamente se llamaban a las pequeñas y versátiles naves de construcción diseñadas para apoyar en la construcción y mantenimiento de las astronaves, así como en las estaciones de trabajo, fueron retirándose de sus labores sobre la Intrepid y alejándose de la dársena espacial. Los potentes focos de trabajo que hasta entonces habían iluminado el perlado fuselaje de la astronave se fueron apagando secuencialmente.

-   Control de Plataforma da su aprobación — reportó Alan Wilson desde su puesto.

-   Timón dispuesto — esta vez fue el androide Byte el encargado de dar su informe.

-   Material de Transporte da su aprobación — informó la experimentada Consejera Newcomen, girándose desde su consola.

-   ¿Propulsores, señor Wilson?

-   Propulsores preparados, capitán — cumplió el primer oficial, a la vez que pulsaba las acciones correspondientes en su consola —. Propulsores en espera, señor.

Las últimas abejas se alejaron definitivamente de la astronave; a la vez que varios focos direccionales hacían que sobre el casco se iluminasen sus zonas principales.

-   Adelante... — el capitán Pickard dio aquella orden con un emotivo temblor en su voz.

Muy lentamente, la nave estelar U.N.S. Intrepid, la máxima hazaña de la ciencia humana, se puso en movimiento, alejándose de la compleja estructura del puerto espacial y dejando atrás la órbita del planeta Tierra.

-   Puente de Mando, todo dispuesto — informó Greyson Benz desde la sección de ingeniería —. Potencia impulsora a su discreción.

-   Aumente la intensidad, señor Byte. Potencia máxima cero coma cinco.

El capitán Pickman no podía evitar mirar hacia las lejanas estrellas con voz emocionada, mientras impartía sus concisas ordenes.

-   Angulo de lanzamiento.

-   Angulo de lanzamiento en pantalla. Visión frontal.

Como estaba previsto, una vez en el espacio la astronave alcanzó mayor velocidad. El capitán observaba las miles de estrellas que aparecían en la pantalla principal de navegación casi con lágrimas en los ojos.

Atravesaron a increíble velocidad la órbita del gigante gaseoso Júpiter y sus numerosos satélites.

-   Cuaderno de bitácora: Ocho horas desde el lanzamiento. A fin de completar la misión con la mayor eficacia posible, hemos decidido alcanzar la potencia máxima tras sobrepasar la órbita del misterioso y helado Plutón.

-   ¿Capitán? Suponiendo que podamos utilizar la máxima potencia acelerando a potencia 7 al abandonar el Sistema Solar, llegaremos a la estrella Próxima Centauri en menos de veinte horas —. Hizo saber Alan Wilson.

-   Cálculos del comandante... confirmados —. Contestó con una sonrisa hacia el Primer oficial la Consejera Helena Newcomen.

-   ¿Estarás de acuerdo, Byte, con que la primera misión de esta astronave es de gran importancia? — John Luck se apoyó en el respaldo del sillón del Teniente con evidente familiaridad.

-   ¿Importancia? Solo hay que comprobar el correcto funcionamiento de la nueva unidad fractal con la que se ha equipado a esta nave.

-   Así de sencillo — bromeó el capitán.

-   Motor Dimensional Fractal — opinó la Consejera Helena Newcomen —, incluso el nombre es misterioso.

-   Pregunta: la palabra... “misterioso”… — quiso saber el androide Byte mientras pulsaba varios controles en su consola

-   Byte, ¿cómo ha podido ser programado como una enciclopedia humana sin conocer una palabra tan simple como “misterioso”? — contestó el capitán divertido desde su sillón de mando situado en la parte central del puente.

-   Posibilidad. Un comportamiento humano para el que no estoy diseñado — respondió el tripulante androide poniéndose en pie.

-   Significa... — el capitán se llevó las manos a las sienes, ya cansado de aquella conversación con el androide.

-   Conozco el termino — comenzó a parlotear el androide —. A posteriori, alude a lo que es conocido por medio de la experiencia. A priori, en filosofía hace referencia al conocimiento adquirido sin contar con la experiencia, es decir, aquel que se adquiere mediante el razonamiento deductivo.

-   Byte, por favor, todos los que nos encontramos a bordo de esta nave sabemos de sus conocimientos enciclopédicos. Siéntese en su puesto y continúe con sus labores de pilotaje y comunicaciones — el capitán, con una amplia sonrisa, había pasado en cuestión de segundos del tedio a una actitud más divertida ante el parloteo imparable del androide —. Veamos de lo que es capaz de hacer esta nave de clase Monarch. Teniente comandante Byte, informe a la sala de reactores de que el ingeniero Greison Benz prepare a la Intrepid para aceleración máxima.

-   Sí, señor.

-   ¿Programa preparado?

-   Programa preparado para entrar a potencia normal — informó desde su puesto a la derecha del capitán el primer oficial Alan Wilson —. Pero recomiendo un estudio de simulación más amplio — añadió preocupado, girándose en su sillón para dirigirse directamente al capitán.

-   Señor Wilson, las simulaciones necesarias para el funcionamiento correcto de esta nave ya se han realizado en la Tierra por el equipo de desarrollo e ingeniería. Preparados para potencia máxima.

-   ¡Capitán! — en todo el puente de mando se escuchó la voz del jefe de la sección de ingeniería —. No disponemos todavía del flujo de energía necesario.

-   Señor Benz, necesitamos la capacidad de alcanzar la potencia máxima al llegar a la órbita de Plutón.

-   Eso es todo señor, no puedo hacer más — expresó uno de los tripulantes de ingeniería.

-   De acuerdo — fue la preocupada respuesta de Greyson Benz —. Tenemos el simulador al límite. No puedo garantizar que resista.

-   Preparados para acelerar.

-   El panel está verde capitán, todo a punto — hizo saber la Consejera Newcomen.

-   Quiero expresar lo orgulloso que estoy de mi tripulación. En particular de mis jefes de sección Alan Wilson, Byte, Greyson Benz y Helena Newcomen — uno a uno fueron girándose alegremente en sus asientos y saludando con una sonrisa a su capitán —. Estamos preparados para activar el Motor de Iteración Fractal abriendo el camino hacia Proxima Centauri.

-   Preparados para acelerar y... ¡en marcha! Iteración de potencia uno, señor Byte — ordenó el capitán con voz calmada. Desde su sillón apuntó hacia el frente con determinada decisión.

-   Acelerando hacia iteración de potencia uno, capitan — el robot hizo avanzar un pequeño dial situado en su consola — cero coma siete, coma ocho...

La nave estelar viajó a través del espacio más y más deprisa, ganando velocidad de distorsión.

-   Iteración de potencia uno, señor — reportó Byte, a la vez que se giraba hacia el capitán.

-   Iteración de potencia dos, a mi señal — avisó levantando la mano el capitán, percatándose de que un agitado brillo en su centro invadía el campo de visión de la pantalla con una distante mancha intimidatoria.

-   Iteración de potencia dos, todo dentro de los parámetros normales — informó Byte, a la vez que el capitán mostraba una amplia sonrisa de satisfacción.

El enigmático brillo que ocultaba las veloces estrellas en la pantalla, obligó a la tripulación del Puente a cerrar los ojos y ocultar el rostro con las manos; sustituyendo la porción de universo que aparecía en la pantalla por una ánimo negativo con violentos relámpagos.

-   Aceleremos hasta superar iteración de potencia siete — ordenó el capitán.

-   Iteración de potencia tres...

Esta vez, en los cuatro ángulos de la gran pantalla, el universo se convirtió en una forma deprimente y enfermiza, en un color pálido y agotador, que se retorcía.

-   Señor, sería necesario realizar una nueva tanda de simulaciones antes de superar la iteración de potencia cinco -. Informó ansioso, poniéndose en pie y acercándose al puesto del capitán, el primer oficial Alan Wilson.

John Luck se encontraba en pie delante de su asiento, como ensimismado, observando aquellas misteriosas formas que se reflejaban en sus ojos húmedos.

-           Iteración de potencia cuatro...

No existía ya nada más en el Puente de Mando principal salvo un frío y desorientador fulgor en cuyo centro giraba un distante y fúnebre triángulo.

-   Iteración de potencia cinco – informó Byte al punto.

-   Señor, escúcheme, se lo ruego – imploró Wilson -. Hacer superar al Motor Fractal la iteración de potencia cinco en nuestras condiciones actuales puede poner en grave riesgo la misión.

-   Por favor, capitán. Solo escuche sus razones… – comenzó la consejera Newcomen, al borde del llanto, pero su consejo se vio interrumpido por la mirada airada del capitán.

-   Iteración de potencia seis - toda la tripulación se miró espantada bajo aquella depresiva luz al observar como cualquiera de sus movimientos dejaba atrás una larga e intimatoria estela negra -... Iteración de potencia siete…

La mancha triangular se transformó raudamente en un objeto geométrico de forma fragmentada e irregular.

-        Iteración de potencia ocho - la voz de Byte llegó a los oídos del resto de la tripulación en el puente con la horrorosa reverberación del interior de una tumba -. Iteración de potencia nueve…

-        ¡Lo vamos a lograr! – exclamó el capitán Pickman adelantándose en su asiento.

-        Iteración de potencia diez – informó finalmente Byte.

Cuando las intermitentes luces rojas de la sirena de alarma del Puente comenzaron a girar con violenta agitación, el gesto de arrobada felicidad del capitán se convirtió bruscamente en sobresalto.

 

¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!!...

 

-   Potencia de impulso. ¡Desaceleración total! — gritó el capitán sobrecogido, tapándose la boca con las manos, a la vez que la mayoría de la tripulación en el Puente de Mando, conmocionada, no acertaba a abrocharse su cinturón de seguridad.

 


12.                    El Llamado de lo Imposible

 

El teniente comandante Byte yacía en una de las blancas y asépticas salas de observación de la sección de enfermería, su aspecto llamaba especialmente la atención por su aspecto casi cadavérico, un brusco cambio en su constitución corporal de gran extrañeza, tratándose en especial de un androide. Desde su ingreso en la enfermería, ya había conseguido dormirle en varias ocasiones mediante medios electrónicos sin mucha dificultad, pero me engañaba a mí mismo en cuanto a otros resultados de mis experiencias que su peculiar constitución robótica me habían hecho anticipar. Su voluntad no quedaba por completo sometida a las órdenes introducidas en el cerebro positrónico a través de la computadora, y por lo que respecta a la observación de registros en pantalla, no pude obtener de él nada digno de reseñar sobre lo sucedido a la Intrepid durante los cinco fatídicos segundos que permaneció desaparecida. Siempre atribuí mi fracaso en estos aspectos a ciertos desordenes producidos en su cerebro durante los anómalos hechos acontecidos a bordo de la Intrepid. En las últimas horas, había tomado la costumbre de hablar tranqui­lamente de su próximo fin, como de un hecho que no podía ser ni evitado ni lamentado.

Le hablé con franqueza del asunto; y, con sorpresa por mi parte, su interés pareció vivamente excitado. Digo con sor­presa por mi parte porque, nunca había dado señal alguna de simpatía hacia ellas, aunque siempre se había prestado amablemente a mis experien­cias en el campo de la inteligencia artificial.

Hace ahora más de siete minutos que recibí en mi oficina, remitido por el propio Byte, el siguiente mensaje:

 

“Querido Wilbur:

Puedes subir ahora. Los doctores están de acuerdo en que no viviré más allá de la media noche de mañana, y creo que han acertado la hora con bastante aproximación.

Byte”

 

Quince minutos después de recibir esta nota me hallaba en la sala en la que yacía el moribundo. Comprobé en mi reloj que ya eran las 15:13. Disponíamos de menos de nueve horas para restaurar y salvar todos los datos posibles de la memoria corrupta de Byte. No le había visto desde hacía algo más de una hora, y me asustó la terrible alteración que en tan breve intervalo se había operado en él. Su rostro tenía un color plomizo; sus ojos carecían totalmente de brillo y su delgadez era tan extrema que los pómulos le habían agrietado la piel. Sin embargo, conservaba de un modo muy notable tanto su memoria, como su capacidad de razonamiento y un cierto grado de fuerza física. Hablaba con claridad, y cuando entré en la habitación, se hallaba ocupado dictando notas en una pequeña grabadora. Estaba incorporado en su lecho ayudado por varias almohadas, mientras expertos doctores en biología robótica analizaban su estado fisiológico.

Después de estrechar con suavidad la mano de Byte; llevé aparte a estos doctores, que me explicaron minuciosamente el grave estado del androide. La opi­nión de ambos médicos era que el teniente comandante Byte moriría aproximadamente a la medianoche. Eran entonces las 17:10 de la tarde del sábado.

Al abandonar la cabecera del enfermo para hablar conmigo, los doctores le habían dado su último adiós a tan estimado paciente. No tenían intención de volver, pero, a petición mía, consintieron en ir a ver al paciente sobre las diez de esa misma noche.

Comprobé que los datos de la memoria del androide se encontraban, para nuestra mala suerte, corrompidos casi por completo; aunque después de una agradable charla y ante el inminente final que le esperaba, comenzó a recordar sin ningún esfuerzo su polémico ensamblaje en el laboratorio del sabio Doctor Sooth, describiéndose a sí mismo como la culminación de los laboriosos esfuerzos del eminente Doctor en el campo de la robótica. También recordó numerosas anécdotas de sus difíciles años de academia, ya que tuvo que enfrentarse a numerosos problemas para integrarse con el resto de cadetes, pero su determinación le permitió continuar adelante.

Con gran orgullo, mas con una apesadumbrada sonrisa, le vino a la memoria cómo después de muchos años al servicio de la flota y haber ido ascendiendo gracias a sus extraordinarias cualidades, fue asignado como oficial jefe de operaciones en la que se esperaba fuese la más grande nave de la Asociación Astronáutica Mundial, la astronave U.N.S. Intrepid.

Si bien en un principio el androide Byte no dejaba de ser poco más que un ordenador con forma humana, lo que todos los que realmente le conocimos terminamos teniendo muy claro es que su mayor ambición era crecer, mejorar como ente, y tratar de acercarse lo máximo posible a sus amados seres humanos.

Cuando los expertos en robótica e inteligencia artificial abandonaron la habitación de la enfermería donde se estaba recomponiendo el maltrecho cuerpo mecánico, y restaurando sin el menor éxito los recuerdos del accidente de la memoria del teniente comandante Byte, hablé con libertad con mi querido androide de su posible muerte, y él me pidió que  recuperase de su memoria utilizando cualquier medio necesario, para posteriormente guardar en algún medio electrónico, los sucesos que ocurrieron durante la misión frustrada de la Intrepid después de la pérdida total de las comunicaciones. Declaró que tenía la extraña sensación, que quizás fuese aquella que los humanos llamábamos presentimiento, de que era muy necesario llevar a cabo esta tarea; y me urgió para que, costase lo que costase, comenzase la experiencia de inmediato. Dos doctores en bioelectrónica, un hombre y una mujer, le atendían, pero yo no deseaba comenzar tan complicada labor sin otros testigos más dignos de confianza que aquellos dos desconocidos, llegada la segura muerte del androide. Fijé, pues, la operación para las seis de la tarde, y puntual la llegada de Thomas Devon y Viiles Falux me hizo desechar esta preocupación. En un principio, había sido mi propósito esperar por los médicos; pero me indujeron a comenzar, primero, los ruegos apremiantes de Byte, y, segundo, mi convicción de que no había tiempo que perder, ya que era evidente que agonizaba con rapidez.

Chalmers fue tan amable que accedió sin dudarlo a mi deseo y se encargó de tomar notas de cuanto ocurriese; así, pues, voy a reproducir ahora la mayor parte de sus anotaciones, copiadas al pie de la letra.

Eran las 17:59 cuando, tomando la fría mano del paciente, le rogué que confirmase a Chalmers, tan claro como pudiera, cómo él, el teniente Byte estaba enteramente dispuesto a que se realizara bajo tales condiciones una experiencia de restauración de contenidos de memoria.

Él replicó, débil, pero muy claramente:

-     Sí, deseo ser adormecido y que mi memoria sea restaurada — añadiendo inmediatamente —: aunque temo que hayas retrasado demasiado la operación.

Mientras hablaba, comencé las operaciones que consideraba más efectivas para adormecerle y hacer menos traumática la restauración de memoria. Accedí a los puertos de entrada/salida de su cerebro positrónico a través de la parte anterior de su craneo y comencé a conectar ciertos circuitos de su cerebro electrónico que ya había reconocido como las más efectivas para adormecer a un complejo cerebro Multiwork—3000. Evidentemente, sintió el influjo de la activación de la “tarjeta de grabación en memoria” a través de su frente; pero por más que desplegaba todos mis conocimientos para activarle los recuerdos perdidos, no se produjo ningún otro efecto más visible hasta unos minutos después de las seis, cuando llegaron los Físicos Granville y Colby, de acuerdo a nuestra cita. Les explique en pocas palabras lo que me proponía, y como ellos no pusieron ninguna objeción, diciendo que el androide estaba agonizando, continué sin vacilar trabajando en los complejos circuitos cerebrales del moribundo.

Este estado duró un cuarto de hora sin nin­gún cambio. Transcurrido este período, no obs­tante, un suspiro muy hondo, aunque natural, se escapó del pecho del androide, y cesaron los estertores, es decir, estos dejaron de ser percep­tibles. La piel artificial del androide tenía una frialdad de hielo.

A las 18:55, noté señales inequí­vocas de la influencia de mi manipulación en sus circuitos. El vidrioso girar del ojo, se había trocado en esa penosa expresión de la mirada hacia dentro que no se ve salvo en los casos de sonambulismo, y acerca de la cual es imposible equivocarse. Provoqué una pal­pitación en sus párpados, como cuando el sueño nos domina, y con unas cuantas ordenes más conseguí cerrarlos del todo. Sin embargo, no estaba sa­tisfecho con esto, y pulsé las complicadas órdenes en la computadora directamente conectada a su cerebro, hasta que conseguí la paralización com­pleta de los miembros del durmiente. Las piernas estaban exten­didas, así como los brazos, que reposaban en la cama a regular distancia del vientre. La cabeza estaba ligeramente ladeada.

Cuando llevé esto a cabo, eran ya las 19:59, y rogué a los señores presentes que examinaran el estado de Byte. Tras algunas experiencias, admitieron que se hallaba en un estado de catalepsia electrónica, insólitamente perfecta. La curiosidad de ambos físicos es­taba muy excitada. El Cosmólogo Viiles Falux decidió permanecer toda la noche junto al paciente, mientras Granville se despidió, prometiendo volver al rayar el alba. Colby y los expertos en electrónica y robótica se quedaron.

Dejamos a Byte completamente tranquilo hasta cerca de las diez de la noche; entonces me acerqué a él y le hallé en idéntico estado, es decir, que yacía en la misma posición... tenía los ojos cerrados naturalmente, y los miembros tan rígidos y tan fríos como el mármol. Sin embargo, su aspecto general no era el de la muerte.

Al aproximarme a Byte, hice una especie de ligero esfuerzo para obligar a su brazo a seguir el mío, que pasaba suavemente de un lado a otro sobre él. Tales experiencias con este paciente no me habían dado antes ningún resultado, y seguramente estaba lejos de creer que me lo diese ahora; pero, para mi sorpresa su brazo siguió débil y lentamente cada dirección que le señalaba con el mío. Sólo disponíamos de apenas dos horas para restaurar la memoria del androide y decidí comenzar una breve conversación.

-   Byte — dije —, ¿duermes?

No contestó, pero percibí un temblor en las comisuras de sus labios, y esto me indujo a repetir la pregunta una y otra vez. A la tercera, se produjo en su cuerpo un levísimo estremecimiento; los párpados se abrieron, hasta descubrir una línea blanca del globo ocular; los labios se movieron con lentitud, y a través de ellos, en un murmullo apenas perceptible, se escaparon es­tas palabras:

-   Sí..., ahora duermo. ¡No me despierten! ¡Déjenme morir así!

Toqué sus miembros, y los hallé tan rígidos como siempre. El brazo derecho, como antes, obedecía la dirección de mi mano. Volví a pre­guntar al moribundo:

-   ¿Sientes algún dolor, Byte? Ahora, la respuesta fue inmediata, pero aún menos audible que antes.

-   No hay dolor... ¡No siento el cuerpo! ¡Me estoy muriendo!

No creí conveniente atormentarle más por el momento, y no se pronunció una sola palabra hasta la llegada del Físico Chalmers, que se presentó poco antes del crepúsculo, y que expresó un ilimitado asombro al hallar todavía vivo al paciente. Me rogó que volviese a hablarle al durmiente. Así lo hice, preguntándole:

-   Byte, ¿duermes aún?

Como anteriormente pasaron unos minutos antes de que respondiese, y durante el intervalo el moribundo pareció hacer acopio de energías para hablar. Al repetirle la pregunta por tercera vez, dijo débilmente, casi de un modo inaudible:

-   Sí, duermo... Me estoy muriendo.

Entonces, los ingenieros electrónicos expresaron la opinión, o, mejor, el deseo de que se permitiese a Byte reposar sin ser molestado, en su actual estado de aparente tranquilidad, hasta que sobre­viniese la muerte; lo cual, añadieron, debía ocurrir al cabo de pocos minutos. Decidí, no obstante, cumplir la última petición de Byte, hablarle una vez más, y repetí simplemente mi anterior pregunta.

Mientras yo hablaba, se operó un cambio os­tensible en la fisonomía del moribundo. Los ojos giraron en sus órbitas y se abrieron len­tamente, y las pupilas desaparecieron hacia arriba; la piel tomó en general un tono cadavérico, asemejándose no tanto a la cera como al papel blanco. Imagino que ninguno de los presentes estaba acostumbrado a ver el horror de un androide moribundo; pero el aspecto de Byte era en este momento tan espan­toso, sobre toda concepción, que todos nos apartamos de la cama. Miré el reloj, eran exactamente las 00:13. Con el aliento contenido, me di cuenta de que ya era demasiado tarde.

Ya no había en Byte el menor signo de vitalidad y, convencidos de que estaba muerto, íbamos a dejarlo a cargo de los técnicos cuando se observó en la lengua un fuerte movimiento vibratorio, que continuó tal vez durante un minuto. Cuando hubo acabado, de las mandíbulas separadas e inmóviles salió una voz áspera, rota y cavernosa, una voz totalmente indescriptible, por la simple razón de que ningún so­nido semejante ha llegado jamás al oído huma­no. Había, sin embargo, dos particularidades que me hicieron concluir entonces, y aun ahora, que podían ser tomadas como características de la entonación y dar alguna idea de su peculiaridad ultraterrena. La voz nos parecía llegar a nuestros oídos, al menos a los míos, desde una gran distancia o desde algu­na profunda caverna subterránea.

He hablado al mismo tiempo de sonido y de voz. Quiero decir que en el sonido se distinguían las sílabas con una sorprendente y aterradora claridad. Byte hablaba, evidentemente, en respuesta a la pregunta que le había hecho pocos minutos antes. Yo le había preguntado, como se recordará, si aún dormía. Ahora dijo:

-   Sí... No... He estado dormido..., y ahora..., ahora... ya estoy muerto.

Ninguno de los presentes trató de negar o si­quiera reprimir el inexpresable, el estremecedor espanto que estas pocas palabras, así pronunciadas, nos produjo. Colby se desmayó. Los técnicos abandonaron de inmediato la estancia, y fue imposible hacerlos regresar. No pretendo siquiera hacer comprensibles al lector mis propias impresiones. Durante cerca de una hora nos ocupamos silenciosamente, sin que se pronunciase una sola palabra, en que Colby recobrara el conocimiento. Cuando volvió en sí, volvimos a investigar el estado de Byte.

Su estado continuaba siendo exactamente el mismo. Discutimos acerca de la oportunidad y la posibilidad real de reanimarlo. Era evidente que, hasta entonces, la muerte había sido deteni­da mediante la manipulación artificial de su cerebro electrónico. A todos nos pare­cía claro que despertar a Byte sería simplemente asegurar su instantáneo, o al menos rápido fallecimiento.

Viiles Falux fijó la mirada de sus ojos negros, en los que ardía la ausencia de toda luz, como el frío extremo del cosmos lejano, en Byte, que se deslizaba entre los pliegues del tiempo y la memoria, y éste arqueó su cuerpo como si hubiese sido fulminado por un rayo; acto seguido, abrió los ojos vidriosos, pero la mirada estaba perdida en algún vacío invisible para todos los presentes salvo para él. Una gran pantalla que se había colocado en la pared frente a él, con el objeto de visualizar y registrar la información contenida en los registros de memoria del androide comenzó lenta­mente a emitir una serie de incompresibles imágenes, permaneciendo fija una estrecha franja negra que corría en diagonal a través de la imagen.

Mi memoria regresó al día en que había sorprendido al Físico y Matemático Thomas Devon en el acto de destruir unos papeles y aparatos, éstos cons­truidos, con toda la ayuda que pude brindarle, en un lapso de varios meses. Sus ojos poseían una terrible expresión, y no pude vislumbrar la sombra de una duda en ellos. Poco tiempo después de este suceso, Falux había hecho su aparición: me pregunté si ambos hechos podían tener alguna relación.

Salí bruscamente de mi ensimismamiento al oír el sonido de la profunda voz de Falux, una voz que cavernosa como metal oxidado, con cada palabra goteando un veneno de desolación, al ordenarle a Byte que hablara, que nos describiera dónde se hallaba y qué veía a su alrededor. Cuando Byte obedeció, fue como si su voz nos llegase desde una gran distancia.


13.                    Atrapados en la Infinitud

 

La escena que apareció en el monitor, acompañada por el relato de Byte, era ya conocida por todos los que nos encontrábamos en aquella habitación. El capitán John Luck Pickman ocupaba su sillón de mando en el centro del puente de mando principal de la Intrepid con una expresión de increíble alegría, cuando ésta se demudó, en un solo instante, en una ansiosa congoja al comenzar a girar las intermitentes luces rojas y la sirena de alarma del Puente.

 

¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!!...

 

-   Potencia de impulso. ¡Desaceleración total! — oímos gritar al capitán, a la vez que Byte pulsaba las ordenes correspondientes en su consola.

Sería una locura inútil describir el furioso huracán en el que se vio inmersa la nave estelar; tal y como pudimos observarla desde el punto de vista de Byte, después de la orden del capitán. Los más experimentados Almirantes de la Flota Estelar jamás debieron conocer nada parecido.

-   Habíamos activado todas las medidas de seguridad — continuó narrando el androide —, antes de que el siguiente frente de ondas gravitacionales nos alcanzara; pero, a su primer embate, los propulsores de maniobra de popa dejaron de funcionar debido al esfuerzo excesivo soportado... y una de las bobinas de control exploto en pedazos provocando la muerte de casi un centenar de tripulantes.

Durante varios angustiosos minutos, quedamos completamente a merced de las fuerzas exteriores que hacían girar peligrosamente y sin ningún control a nuestra astronave, mientras yo trataba de calmar mis nervios y me aferraba a la butaca.

El puente de mando se estremeció con brusquedad y creímos que toda la sección del disco se iba a resquebrajar, cuando ambos motores de impulso, derecho e izquierdo, estallaron debido a la sobrecarga producida al tratar de mantener la nave en una posición correcta.

Cuando no pude resistir más, me enderecé sobre las rodillas, sosteniéndome siempre con las manos, y pude así asomar la cabeza por encima de mi consola.

La nave dio otra sacudida, y con eso se liberó, en cierta medida, de las ondas que la convulsionaban.

-   Control negativo — de nuevo se trataba de la ansiosa voz de Byte.

El capitán Pickman miraba en todas direcciones.  Escuchaba el bombardeo de informes aturdido. Yo trataba de recobrar los sentidos para decidir lo que tenía que hacer. Alguien me aferró del brazo. Era Helena Newcomen. Mi pecho dio un vuelco, pues estaba seguro de que los golpes deberían haberla lastimado. Mas esa alegría no tardó en transformarse en un horror que hizo que mi corazón artificial retumbara pesadamente más y más alto, cuando el capitán, mientras conseguía ponerse en pie con grandes esfuerzos gritaba:

-   ¡¡¡Agujero de Gusano!!!

Nadie puede imaginar mis pensamientos en aquellos instantes.

-   ...No funciona, hay derivaciones... — oímos la voz nerviosa de una de las tripulantes.

-           Se escapa a mi control — en esta ocasión era la voz de Byte la responsable del informe.

Ruidos de pánico y desesperación. Un coro desgarrador en medio del caos.

Sabía demasiado bien lo que el capitán Pickman estaba diciendo con esas simples palabras y lo que quería darnos a entender: con las tremendas fuerzas que nos arrastraban, nuestra proa apuntaba hacia el horizonte de sucesos de aquel mortal agujero negro... ¡y nada podía salvarnos!

-   ... ¡Agujero Sin Fin! ... ¡Hago todo lo que puedo! — escuchamos gritar a una voz anónima desde la pantalla.

Navegábamos directamente hacia el vórtice. Envueltos por un zumbido profundo y escalofriante, como si el universo mismo se desgarrara. Cada partícula parecía arrastrar una vibración brutal, creando un rugido enloquecedor que se perdía en las tinieblas. Todos los tripulantes del Puente tratábamos sin éxito de mantener el equilibrio, lanzados en todas direcciones. Estábamos condenados y lo estaríamos igual aunque nos halláramos en una astronave cien veces más avanzada.

Un extraño cambio se había producido en el Universo que nos rodeaba. Alrededor de nosotros, y en todas direcciones, todo seguía tan negro como la más oscura de las noches, pero al frente, se abrió repentinamente un círculo de luz, brillantemente azul, con un brillo como no lo había visto antes. Iluminaba con sus rayos todo lo que nos rodeaba, con la más cegadora claridad.

Ya había pasado el momento de calma y el remolino del abismo negro estaba en plena furia.

Empezamos a caer, si es que ese verbo se puede considerar correcto cuando se carece de cualquier sentido de dirección, con una velocidad infinita que me produjo náuseas y mareo.

-   Es imposible hacerse con los mandos — la temblorosa voz pertenecía a la consejera Newcomen.

Pero en el momento en que alcanzamos el horizonte de sucesos, pude lanzar una ojeada a la pantalla, y lo que vi fue más que suficiente. En un instante comprobé nuestra posición exacta. ¡El vórtice del Agujero! Un rugido en el vacío levantando ecos en el infinito. Mis párpados se apretaron como en un espasmo.

-   Pantalla indica negativo — Allan Wilson se dirigía directamente a su capitán con un claro tono de dolor y reproche.

Puede parecer peregrino, pero entonces, cuando estábamos sumidos en las fauces del abismo, estuve más tranquilo que cuando veníamos acercándonos a él. Decidido a no abrigar ya ninguna esperanza, me libré de una buena parte del terror que al principio me había privado de mis fuerzas. Creo que fue la desesperación lo que templó mis nervios.

No hay duda de que eran éstas la enloquecedoras fantasías en un cerebro colocado en semejante situación, y con frecuencia he llegado a la conclusión de que la continua rotación de la nave alrededor del vórtice pudo trastornar un tanto la razón.

Fue imposible contar cuántas veces dimos la vuelta al circuito. Giramos… Giramos, hacia el centro del agujero; lo que nos acercaba progresivamente a su borde interior. Un remolino de ruido indescifrable, un estruendo que todo lo envuelve, como un millar de tambores retumbando desde todas direcciones. Era el eco de la estructura de la nave, aplastada y distorsionada por la gravedad infinita, creando una sinfonía salvaje y descontrolada. El capitán estaba en su puesto. Sujeto a su sillón de mando. Atado con su cinturón de seguridad. Dictando complejas órdenes a los responsables de navegación. Cuando ya nos acercábamos al borde del pozo, se soltó de su sillón y se dirigió hacia la pantalla. Jamás me he apenado más que cuando le realizar esa acción, aunque comprendí que su proceder era el de un demente, a quien el terror ha vuelto loco. Apenas se había conseguido poner en pié en su nueva posición, cuando dimos un brusco bandazo a estribor y nos hundimos directamente en el abismo.

Cada vez estaba más mareado debido al vertiginoso descenso a través de aquel torbellino ensordecedor, un eco que se perpetúa por toda la eternidad, mientras la materia es consumida por la inmensidad. Crujidos y susurros caóticos, distorsionados por el propio tejido del espacio-tiempo. Instintivamente me aferré con más fuerza al sillón y cerré los ojos. Durante algunos segundos no me atreví a abrirlos, esperando mi aniquilación inmediata y me maravillé de no estar sufriendo ya las agonías de la lucha final contra las tremendas fuerzas reinantes en el abismo. Pero el tiempo seguía pasando. Y yo continuaba con vida.

Nunca olvidaré la sensación de pavor, espanto y admiración al contemplar aquella escena que se presentaba delante de mis ojos.

Lo que vimos en el monitor de imagen fue una escena tal vez creada por arte magia.

Desde el punto de vista del androide Byte, nos encontrábamos a mitad de camino en el interior de un embudo de inconmensurable circunferencia y profundidad, cuyas paredes, perfectamente lisas, giraban con gran velocidad, y el fúnebre resplandor, que reinaba en el centro de su abertura inferior, se perdía hasta las lejanas profundidades donde el Universo gritaba al desaparecer en el abismo.

Advertí que nuestra astronave no era el único objeto atrapado por la poderosa fuerza de atracción gravitatoria del remolino. Tanto por encima como por debajo de nosotros, si es que tal forma de orientarse era correcta en el interior de aquel abismo, se veían innumerables restos de otras naves cuya raza constructora o planeta de procedencia me eran completamente desconocidos. Llamaron mi atención grandes pedazos de estructuras hexagonales que pulsaban como si tuvieran vida propia, así como los restos de una nave brillante y fluida, una esfera de mercurio en constante movimiento, una espiral con forma de nautilo gigante con tentáculos de energía, un monumento negro y liso, y que flotaba en silencio absoluto o un conjunto de cubos metálicos que giraban alrededor de un núcleo invisible sin detalles visibles. He aludido ya a la curiosidad anormal que había reemplazado en mí el terror del comienzo. A medida que nos íbamos acercando a nuestro destino final, parecía como si esa curiosidad fuera en aumento. Comencé a observar con morboso interés los numerosos objetos que flotaban cerca de nosotros. Anillos de luz proyectando destellos brillantes, cápsulas – quizás de salvamento - pequeñas y ovoides, con líneas pulcras y metálicas, además de una extrañísima gema ciclópea que absorbía la oscuridad su alrededor.

No era el espanto el que me afectaba, sino el nacimiento de una nueva y emocionante esperanza. Surgía en parte de mis recuerdos almacenados y, en parte, de los restos que acabábamos de ver. Verifiqué una y otra vez la realidad de la gran cantidad de restos flotantes de otros seres extraterrestres que aparecían dentro del remolino y que habían sido absorbidos y destruidos luego por el Agujero Negro. La gran mayoría de estos restos aparecían destrozados por completo; estaban destrozados, al punto que daban la impresión de estar reducidos a un montón de astillas y polvo. Pero al mismo tiempo observé con toda claridad que algunos de esos objetos no estaban arruinados en absoluto. Me era imposible explicar la razón de esa diferencia, salvo que supusiera que los objetos destrozados eran los que habían pertenecido a razas con menos competencias en la construcción y navegación de naves estelares, mientras que los otros habían formado parte de la flota de otros seres que habrían alcanzado un mayor nivel de perfección. Me pareció posible, en ambos casos, que dichos restos hubieran sido devueltos otra vez al espacio circundante, sin correr el destino de los que habían penetrado antes en el remolino o habían sido absorbidos y destruidos por completo más rápidamente.

Observé además un detalle sorprendente, que contribuía en gran medida a aumentar mi ansiedad: a cada revolución de nuestra nave sobrepasábamos algún objeto, como podía ser un cubo flotante emisor de pulsos, una flor fractal simétrica o una burbuja cristalina con energía visible en su interior. Ahora bien, muchos de aquellos restos, que al verlos por primera vez, se encontraban a nuestro mismo nivel, estaban ahora mucho más arriba y daban la impresión de haberse movido muy poco de su posición inicial.

Al principio, el campo de visión del androide se movía sin pausa, pues estaba demasiado confuso para poder observar nada con precisión. Todo lo que alcanzaba a ver era ese estallido general de espantosa grandeza. Pero, al recobrar su serenidad, sus ojos miraron instintivamente hacía abajo.

La lúgubre y tenue iluminación reinante en aquel lugar desconocido parecía querer alcanzar el fondo mismo de un profundo abismo, pero aún así no podíamos ver nada con suficiente claridad a causa de la espesa niebla que lo envolvía todo. Aquella niebla, acompañada por un fortísimo viento, se producía sin duda por el choque de las enormes paredes del embudo cuando se encontraba en el fondo; un torbellino de vibraciones graves, tan profundas que parecen resonar en lo más hondo del ser. Era un ruido constante y aterrador, una mezcla de rugidos y susurros que no se pueden escapar ni comprender.

-   Gracias a Dios, hemos logrado salir... — se escuchó la voz de un Wilson fuera de nuestra visión.


14.                    Más Allá de la Comprensión

 

Más allá del horizonte de sucesos sólo quedaba un torbellino caótico que combinaba el colapso del espacio con el gemido distorsionado del tiempo. El sonido se sentía comprimido y dilatado a la vez.

A continuación, pudimos observar claramente en el receptor de imagen un paisaje cuyo tejido espacial poseía ciertas aberraciones geométricas jamás observadas en nuestras tres dimensiones conocidas y que en ninguna de sus particularidades recordaba a ninguna geografía terrestre. Se trataba de un planeta de tonos cobre y azul en el que reinaba una intensa tormenta acompañada de cegadores relámpagos y ensordecedores truenos.

-   Teniente Byte, ¿puede usted darnos las coordenadas estelares de este planeta? – preguntó el capitán con el rostro lleno de sudor.

-   Capitán... me temo que no me es posible – la temblorosa voz de nuestro querido Byte demostraba que el miedo se había apoderado de él -. Según los datos que he podido computar nos encontramos en una región de la galaxia sin catalogar, hemos arribado a un sector del Universo muy extraño, privado de estrellas. Según los datos de mi decodificador personal, el análisis cuántico es incapaz de registrar o clasificar ningún dato sobre las partículas atómicas que forman este dominio de existencia. Opino que al atravesar el portal creado por el Motor Fractal, hemos traspasado la dimensión última de nuestro Universo, para llegar más allá, a otro plano ontológico parecido al nuestro, pero a la vez muy distinto.

Desde el punto de vista en primera persona de Byte, vimos en la pantalla a la tripulación principal de la astronave Intrepid sobre un estrecho puente compuesto de un mineral formado por cristal de roca incolora; particularmente construido basándose en cristales octogonales independientes y sobre el que crecían en todas direcciones unas afiladas agujas de color lechoso que penetraban en el material cristalino incoloro, con forma de largas espinas de varios metros de altura. Tal puente pasaba sobre un pavoroso abismo, tan vasto y profundo que el androide, a punto de caer hacia sus profundidades, no podía distinguir el tenebroso fondo ni sus lóbregos límites.

-  Cada paso sobre el suelo cristalino produce un crujido afilado – describió el androide Byte, sin distinguir entre el pasado y el presente -, como si se rompiera vidrio bajo los pies, pero en lugar de desmoronarse, el material parece doblarse y reformarse. Los ecos se prolongan por el terreno vacío, multiplicándose como si el sonido fuera reflejado por superficies invisibles. A medida que avanzo, el suelo emite distintos tonos, casi como si el cristal respondiera de forma musical al contacto.

El olor a azufre tiene una densidad casi tangible. Al respirarlo, se siente opresivo y áspero, como si una nube de partículas filosas invadiera los pulmones. Es un aroma acre y ácido, una mezcla de huevos podridos y metal quemado, que parece impregnarlo todo, adhiriéndose tanto a los uniformes como a la piel, penetrando en las fosas nasales con una persistencia irritante.

Detrás de nuestra posición, el puente se extiende hasta perderse en una neblina oscura; al frente, continúa hasta lo que parece un conjunto monumental elevado sobre el terreno formado por varios templos tenebrosos, construidos por un material rocoso distinto del material cristalino y custodiado por miles de brutales bestias alienígenas de tamaño descomunal.

El viento es intenso y cortante a través de las vastas planicies cristalinas, generando un sonido tan agudo que parece estar hecho de pura luz.

En tan inquietante atmósfera, bajo la caótica bóveda celeste entrelazada por los tentáculos de un abominable astro oscuro... que no es ningún astro, sino una monstruosidad inconmensurable y sin confines, los sonidos se convierten en ecos de un terror indescriptible. Una entidad informe y de poder ilimitado, conformada por la más profunda confusión, que mora hambrienta en el centro del infinito más allá del tiempo y el espacio. Una titánica inteligencia creada en el abismal horizonte de sucesos del masivo agujero negro situado en el centro de aquella dimensión desconocida. Cada susurro de los tentáculos al moverse por la atmósfera cristalina resuena como un lamento lejano, un quejido que reverbera en la estructura del suelo, haciendo vibrar el planeta cristalino con una pulsante agonía.

Mis sensores auditivos, más sensibles que los humanos, analizan cada sonido del planeta, reflejados y amplificados por su superficie cristalina, donde el propio suelo parecía estar vivo y en constante conversación consigo mismo. Registro un eco de muy baja frecuencia, un sutil susurro, un canto lejano que invita y repele a un tiempo, y que interpreto como algún tipo de comunicación instantánea entre la atronadora abominación y otras entidades residentes en sus respectivos agujeros negros.

El olor a azufre tiene una densidad casi tangible. Al respirarlo, se siente opresivo y áspero, como si una nube de partículas filosas invadiera los pulmones. Es un aroma acre y ácido, una mezcla de huevos podridos y metal quemado, que parece impregnarlo todo, adhiriéndose tanto a los uniformes como a la piel, penetrando en las fosas nasales con una persistencia irritante.

Frenéticamente, giro mi visión en todas direcciones, pero no me atrevo a moverme de mi precaria posición debido a la angostura de la senda, pero comprendo por qué el capitán Pickman nos ordenaba, con costosos gestos, que debíamos tratar de llegar a la planicie antes de que el vértigo nos haga perder el equilibrio. Somos víctimas de una pesadez desconocida en nuestro planeta, y cualquier movimiento nos demanda un costoso esfuerzo.

A veces, el viento cambia de intensidad, produciendo una melodía fluctuante, a la vez hipnótica y alienígena.

Al enmudecer la voz de Byte, todos miramos fascinados la imagen que aparecía congelada en el monitor. Aquello, entonces, era un puente sobre un oscuro abismo... pero, ¿qué podía causar la ilusión perfecta de profundidad infinita? ¿Por qué su voz parecía venir de tan lejos? ¿Por qué se movían con aquella pesadez?

-   Comienzo a caminar lentamente – continuó Byte -. Ayudo a moverse a la Consejera Newcomen. La tomo con firmeza por la cintura. Tiro de ella con lentitud. Nos movemos con extremo cuidado. A cámara lenta. Nuestros miembros parecen, en extremo, pesados. Mis compañeros respiran de forma agitada.

Entonces Falux le ordenó que se detuviera y mirase al fondo del abismo con precaución, y que nos contara lo que allí viese. En aquel momento, nosotros examinamos de nuevo las imágenes alienígenas del monitor. Jamás habíamos visto nada parecido; pero ya sabíamos que no representaban paisaje terrestre alguno, pues la belleza de la cristalina estructura del planeta se enfrentaba a la monstruosidad del cielo, creando una atmósfera de pura inquietud. Cada nota de aquella sinfonía gutural parecía ser un recordatorio de que la vida, en todas sus formas, puede ser tanto asombrosa como aterradora.

-   En un principio, no veo nada en el profundo abismo bajo nuestros pies - escuchamos de boca de Byte -.  Pero asciende un murmullo inquietante que reverbera desde la oscuridad, como si miles de criaturas gelatinosas se deslizaran y susurraran secretos oscuros.

Se le cortó la respiración, se tambaleó y casi perdió el equilibrio. Vimos como el Primer oficial Wilson corría a rescatarle alargando el brazo con desesperación hacia nuestra dirección y como el sudor cubría su frente y su cuello, empapando el uniforme azul del oficial.

-   De repente, un crujido gutural se eleva desde lo alto, como si las estrellas mismas temieran la presencia de la entidad. Los tentáculos chocan entre sí, creando en la superficie un sonido similar al de cristales astillándose, mientras una melodía siniestra se despliega en el aire. En la distancia, se escucha el goteo de un líquido espeso, que cae desde las extremidades tentaculares de la abominación, salpicando el suelo y dejando un eco inquietante que corta la atmósfera.

Hay cosas en el abismo – explicó con un eco ronco -, grandes for­mas que son como repugnantes burbujas granuladas y gelatinosas de absoluta negrura, pero que est­oy seguro de que son una forma de vida. Se trata de monstruosidades blandas y frías que reptan en un líquido estancado y poco profundo en un ritual macabro, resonando con una vibrante malevolencia. Veo surgir de la masa central de su ser seudópodos fibrosos, increíblemente largos. Se desplazan extendiendo este pie falso hacia delante y hacia atrás... en sentido horizontal, pero, aparentemente, no pueden desplazarse en dirección vertical.

Pero las cosas no estan todas en el mismo plano. Sus movimientos se producen solo horizontalmente en rela­ción con su posición, pero algunas se encuentran en sentido paralelo a nosotros y algunas en diagonal. A lo lejos se pueden distinguir algunas de estas co­sas en posición perpendicular. Ahora parece haber muchas más de las que yo supuse. Las primeras que vi estaban muy lejos, en el fondo, ajenas a mi presencia. Otras nos perciben y están tratando de alcanzarnos. Ahora se mueven más rápida­mente, pero nosotros caminábamos con demasiada lentitud.

Miré de soslayo a Thomas Devon; él también sudaba profusamente. Entonces se levantó y, acercándose a Falux, le habló en voz baja para que ninguno de nosotros pudiera oírle. Comprendí que las breves palabras se referían al estado de Byte, y que Falux no quería acceder a lo que Devon le pedía. Luego me olvidé momentáneamente de Falux al escuchar de nuevo la voz de Byte, que temblaba de espanto.

-   Extienden sus seudópodos  hacia nosotros. Se elevan y caen por todas partes. Algunas muy alejadas. Otras horriblemente cercanas. Ninguna ha encontrado el plano en que yo pueda ser capturado. Los ávidos seudópodos  aún no me han tocado. Temía que tal vez pudiesen alterar sus planos a voluntad, aun­que parece que actuan a ciegas, pues aparentemente son se­res bidimensionales.

Mi cerebro electrónico analiza la formación de estos seudópodos. Se proyectan hacia mí fibras totalmente negras. Conclusión: Respuesta a los estímulos químicos generados por los seres vivos que se atreven a cruzar el puente y que constituyen su principal alimento.

Observamos en la pantalla al ingeniero Greyson Benz. Más tarde al capitán Pickman lanzándose a la carrera para alcanzar al Primer oficial Wilson que resbalaba hacia las profundidades. También Byte corrió hacia allí, llegando en último lugar.

-        Varios seudópodos apresan a Alan Wilson. Lo introducen en una cavidad anillada cubierta de afilados colmillos transparentes. Un sonido burbujeante al succionar, seguido de un desgarramiento rápido de la carne y el chasquido seco de huesos al romperse entre colmillos enormes. La baba espesa y verdosa rezuma en un gorgoteo escalofriante. Ecos que retumban en la penumbra.

Gotas de lluvia cristalina caen como diminutos diamantes, generando un tintineo suave, casi musical, casi...

Varias criaturas sin rostro se unen al cruento festín y comienzan a devorar al enloquecido oficial con mordiscos poderosos, crujidos viscosos y opresivos. Un sonido de saliva espesa rodeando a su presa, seguido de una serie de crujidos enérgicos mientras los colmillos arrancan ávidamente un gran jirón de carne de su hombro, otra desgarra su cuello haciéndole chorrear sangre profusamente. Por toda aquella cavidad se desliza una sustancia química que me recorda al ácido. Se derraman ristras de hueso y músculo en una espesa saliva. Su misión, con toda seguridad, descomponer el alimento en sustancias químicas solubles que serán difundidas desde la cavidad al resto del organismo.

Una terrible sospecha se despertó en mí, al recordar algunas de las primeras conversaciones con Thomas Devon, y rememoré ciertos pasajes del libro “Destino: Dimensión Fractal”. No pude levantarme pues mis miembros carecían de fuerza, solo podía permanecer irreme­diablemente sentado y mirar. Devon estaba hablando con Falux otra vez, y vi que estaba muy pálido. Pareció retirarse... luego se volvió y se dirigió a un armario, extrajo un objeto y se acercó a la camilla sobre la que Byte estaba tumbado. Devon hizo un movimiento de asentimiento a Falux, y entonces vi lo que tenía en la mano: era un poliedro de aspecto cristalino. Po­seía, sin embargo, un resplandor que me provocó un sobresalto involuntario. Desesperadamente traté de recordar el significado del objeto... pues yo ya creía saber... pero mis pensamientos eran interrumpidos, se­gún parecía, por alguna fuerza y, cuando Falux clavó sus pupilas negras, pequeñas galaxias de caos, girando en un silencio eterno, en mí, y hasta la misma habitación pareció desvanecerse.

-   Temo no poder llegar nunca a la planicie cristalina - una vez más se hizo audible la voz de Byte, esta vez preñada de desesperación -. Estas cosas están más cerca ahora: una masa de seudópodos rezumando un líquido espeso, acaba de rozarme el cuerpo.

Aún hoy se arrastra por todos mis nervios un febril escalofrío al recordar la aterrada voz del ingeniero Greison Benz, que también parecía prove­nir de muy lejos llamándome por mi nombre. Se trataba... pero entonces su voz se debi­litó, ahogando el sonido de sus pa­labras.

De cuando en cuando, lograba distinguir una frase o unas pocas palabras inconexas. Pero, de todo ello, pude colegir lo que estaba sucediendo.

-   ¡¡¡Wilbur, se trata, en realidad, de un viaje dimensional!!! — aulló Greison Benz, locuras dirigiéndose a mí, con la cara contorsionada por la más espantosa de las.

Aquella dimensión sin nombre en la que se encontraban era el hábitat de los seres de sombra. El Motor Fractal, y el viaje dimensional que había realizado la tripulación de la Intrepid, eran los negros medios que Falux había utilizado para cumplir en el planeta Tierra su desconocido objetivo para con los tripulantes de la Intrepid. Cuando el objetivo que Falux había planeado hubiera concluido al fin, nuestras mentes serían exploradas, y nuestros recuerdos condicionados de tal manera que solo rememoraríamos lo que Falux quisiera que recordáramos. Thomas Devon confesó haber recibido terribles amenazas por parte de Viiles Falux, por las que se vio obligado a escuchar los obscenos detalles de un acuer­do que él mismo debería respetar. Devon no especificó qué sucedería si no cumplía el acuerdo pactado, pero dio a entender que unos poderosos seres llamados cazadores dimensionales le perseguirían al igual que un depredador persigue a su presa. El poliedro contenía un elemento que repelía a los peligrosos y violentos seres de sombra.

-   Benz ha alcanzado el final del puente - Byte habló de nuevo - . Regresa de una inmensa estructura cristalina construida en el centro del conjunto monumental. Trae un artefacto con el que cree poder mantener a distancia a los monstruos.

A cada respiración, el aire deja un rastro de ardor en la garganta, y el azufre parece volverse más penetrante con el eco del crujido de cristales bajo los pies. Hay un trasfondo de frío mineral en el aroma, como si aquel olor proviniera de una atmósfera viva y antigua, una que guarda secretos sombríos en sus profundidades cristalinas.

Se trataba, según pudimos ver a través de los ojos de Byte de un poliedro de mineral cristalizado similar al que Thomas Devon sujetaba nerviosamente entre sus manos.

Entonces Greison Benz, dirigiéndose directamente a Byte y con el rostro desencajado; me llamó por mi nombre, pidiéndome que me hiciese cargo de sus pertenencias si no regresaba a la Tierra y que bus­cara lo que decía el volumen “Destino: Dimensión Fractal” sobre los Malditos Devotos de Ashtoraten.

-   Avanzamos hacia el final del puente. Yo caminaba pocos pasos detrás de Greison, junto al capitán Pickman. Tiran ambos de una exhausta Helena Newcomen. Cuando ésta sube a la meseta, con el rostro lleno de lágrimas, se da cuenta de que el capitán la ha soltado y se ha quedado atrás.

El pecho de Pickman explota como un surtidor de gotas de color carmesí que salen a chorros desde su esternón. Los seudópodos  negros, pulsando con la amenaza inminente de un corazón latiendo bajo el agua, tiran de él con furia, derramando sus sanguinolentas vísceras. Comienzan con un masticar firme y áspero, seguido de un desgarramiento brutal y un ruido viscoso mientras las partes trituradas se hunden en su gelatinoso interior.

Crujidos afilados, como si se rompieran fragmentos de cristal bajo cada paso. Ecos metálicos a lo lejos.

Greison Benz es masticado despacio. Lenta y despiadadamente. Trozos de carne arrancados a tirones. La boca de la monstruosidad negra se abre grotescamente. Sus mandíbulas crujen y chasquean con repugnante placer. Un sonido de succión densa que da paso al estruendo seco de huesos rompiendose, antes de sumergirse en un final pegajoso y humedo, como carne atrapada en una masa gelatinosa

Un zumbido eléctrico suave, interrumpido por chisporroteos, como si una corriente atravesara las grietas cristalinas.

Newcomen se ve frenada. Se pone rígida. La consejera se desprende de las manos de Byte. Cae hacia el abismo negro. Extiende sus manos hacia algún asidero imposible de alcanzar. Abre la boca para dejar escapar un grito de horror. Un pseudópodo abominable que se desliza ya la tiene asida por la cintura, chocando y reviviendo susurros de dolor y desesperación. Hambriento, la arrastra hacia atrás. Está­ perdida... su uniforme se oscurece. Una mancha de sangre vertiéndose como un inquietante jardín cubierto de capullos sangrientos.

Resuena un susurro agudo y brillante, como si cientos de campanillas de vidrio resonaran al unísono con cada ráfaga de viento.

Primero un sonido húmedo y largo de succión, seguido de un crujido profundo y un chapoteo mientras los colmillos destrozan la carne y hueso en un espeso barro de saliva.

Su grito final reverbera durante segundos, seguido de un silencio inquietante, roto tan sólo por los ecos que se repiten, rebotando entre las paredes cristalinas subterráneas. Incluso mucho después del abrazo mortal, la atmósfera todavía parece vibrar con los recuerdos de esa despedida, llenando el espacio de una tensión constante.

-   Lo siento mucho, Byte — ésta fue mi única excusa para el moribundo androide, al que no pude evitar abrazar —, por todas estas amargas experiencias por las que ha tenido que pasar.

-   El rugido ensordecedor de la abominación astral sacude el cielo – continuó un agónico Byte, con los ojos en blanco -  rompiendo el delicado equilibrio del planeta cristalino. Las ondas sonoras golpean las formaciones de cristal, que vibran al borde de la fractura, sus tintineos ahora descontrolados. El rugido es profundo y gutural, como si emergiera de lo más oscuro del universo, y resuena por todo el horizonte. Cada tentáculo de la criatura tiembla con la fuerza de su propia furia, generando un eco que se funde con el paisaje, transformando el aire en un caos de estruendos y chasquidos, como si la misma atmósfera estuviera a punto de romperse. Un estruendo resonante, parecido a un gigantesco vidrio agrietándose, seguido de ecos que se extienden por kilómetros.

-   ¿Tiene alguna teoría, por mínima que sea, sobre las causas del accidente de la astronave? — esta vez fue Chalmers el que realizó el interrogante que ninguno nos atrevíamos a exponer debido a la gravedad en las constantes de Byte.

-   Wilbur — contestó, con aquella voz profunda, cuyos ecos parecían llegar desde una gran distancia —, tras muchos ciclos meditando profundamente sobre estos sucesos, tengo el convencimiento firme de que el Motor Fractal produjo un desgarro imprevisto en el tejido espacio-tiempo, explicable mediante al Efecto Mariposa, concepto conocido dentro de la teoría del caos. La idea es que, dadas unas condiciones iniciales de un determinado sistema dinámico caótico cualquier pequeña discrepancia entre dos situaciones con una variación pequeña en los datos iniciales, acabará dando lugar a situaciones donde ambos sistemas evolucionan en ciertos aspectos de forma diferente.

Todos los allí presentes nos miramos con una mezcla de emociones: unos de incomprensión, otros de incredulidad. Ninguno parecíamos haber entendido correctamente la explicación que al agonizante androide le había parecido tan sencilla.

-   Por favor, Byte, no logramos comprenderte correctamente — me dirigí a mi querido androide con toda la delicadeza que me fue posible —. ¿Puedes aclararnos, en la medida en que te sea posible, tus ideas sobre este último punto?

-   No... sé si… podré — contestó con una voz repleta de ecos lejanos, era evidente que con cada palabra se agotaba más y más —. Un pequeño cambio puede generar grandes resultados o hipotéticamente: "el aleteo de las alas de una mariposa puede provocar un tornado al otro lado del mundo". Como ustedes saben, el funcionamiento del Motor Fractal se basaba en dicho objeto geométrico cuya estructura básica, fragmentada o irregular, se repite a diferentes escalas — los ojos, apagados y vidriosos, del androide se giraron hacia arriba, hasta que sus pupilas quedaron completamente ocultas.

-   ¡Siga usted, Teniente Comandante Byte! — era incomprensible, en tan dolorosas circunstancias, cómo podía expresarse Falux con tan evidente frialdad inhumana, con una voz como el crujido de huesos quebrantados.

-   Como usted lo desee — contestó el robot, entre varios estertores rotos y llenos de dolor —. Los modelos finitos que trataron de simular este sistema necesariamente descartaron información supuestamente despreciable acerca del sistema y los eventos asociados a él. Estos errores infinitesimales fueron magnificados exponencialmente en cada unidad de tiempo durante la apertura del portal hacia la Dimensión Fractal, hasta que el error resultante llegó a exceder el cien por cien. Esto provocó que algún tipo de información relacionada con tal pequeño evento en apariencia, llegara aumentada en grandes frentes de onda y a través de los oscuros abismos del Universo infinito hasta seres cuyas vastas, frías e indiferentes mentes observan a la primitiva humanidad con malévola y envidiosa curiosidad desde los confines del Universo. Y lentamente, pero con completa seguridad trazaron sus dañinos planes contra nosotros.

Fue casi a la medianoche cuando, finalmente, decidimos llevar a cabo el experimento de des­pertarlo; y es acaso el resultado fatal de esta última ex­periencia lo que ha promovido tantas discusiones en los círculos privados; tantas, que no pue­do atribuirlas sino a un injustificado escepticismo en los círculos científicos.

-   Byte, ¿puedes explicarme cuáles son ahora tus sensaciones o tus deseos?

Instantáneamente, las manchas de color ceniza volvieron a sus mejillas; la lengua se estremeció, o, mejor, giró violentamente en la boca donde las mandíbulas y los labios continuaban rígidos como antes, y por fin la misma horrible voz exclamó a voz en grito:

-   ¡Por el amor de Dios! ¡Pronto, pronto! ¡Duérmanme o..., pronto..., despiértenme! ¡Pronto! ¡Les digo que estoy muerto!

Yo estaba completamente paralizado, y por un momento no supe qué hacer. Primero realicé un esfuerzo para calmar al androide; pero, al obtener un completo fracaso, volví sobre mis pasos y traté por todos los medios de despertarlo. Pronto me di cuenta de que esta tentativa tendría éxito, al menos había ima­ginado que mi éxito seria completo, y estaba seguro de que todos los que me acompañaban en la habitación se hallaban preparados para ver despertar al androide.

Sin embargo, es imposible que ningún ser humano pudiese estar preparado para lo que realmente ocurrió.

Mientras tecleaba rápidamente ordenes en la computadora, entre exclamaciones de ¡Muerto, muerto! que explotaban de la lengua y no de los labios de Byte, su cuerpo, de pronto, en el espa­cio de un solo minuto, o incluso de menos, se contrajo, se desmenuzó, se pudrió completamente.

Oímos un solo grito de agónico dolor, y luego las luces de la habi­tación palidecieron y se apagaron. Sea cual fuere el poder que nos tenía dominados, en aquel instante perdió su fuerza; dimos vueltas por la estancia como enloquecidos buscando el pequeño interruptor de la luz. Luego, de pronto, las luces se encendieron de nuevo, y vimos a Colby sentado junto a la camilla de Byte, mareado, mientras que Devon yacía en el suelo. Chalmers se inclinó sobre su cuerpo, pero al constatar la falta de constantes vitales de Devon, se puso tan histérico que tuvimos que dejarle sin sentido de un golpe para que se callara.


15.                    El Límite de la Razón

 

Posteriormente, Chalmers, Granville y yo nos reunimos con el fin de buscar una explicación racional a cuanto habíamos vis­to y oído en las últimas horas. La primera explicación fue tan absurda como las que siguieron:

-   Maldita sea, ¿intoxicación por dióxido de carbono? — contesté, enfrentándome violentamente a hipótesis tan absurda —. Lo que hemos visto en la pantalla es real. No es algo que haya aparecido en nuestras cabezas.

Después de recobrar el conocimiento, Chalmers permaneció sereno y nos ayudó a llevar a cabo la espeluznante mi­sión de deshacernos del cadáver del querido Byte desde el hangar VII de la Base Estelar. Ninguno de los dos, según pude averiguar, había oído la voz de Devon después de que se unió al cosmólogo Viiles Falux, en su supuesto estado de conciencia alterado. Tampoco recordaban haber visto objeto alguno en la mano de Devon.

-   Con todos mis respetos, todo esto es debido a nuestro estado de shock — el escepticismo de Chalmers era más que evidente —. No apareció nada en la pantalla.

-   No, perdone, está usted completamente equivocado. — Granville se dirigió hacia mí con una airada protesta —. Toda esa historia suya se debió, con toda seguridad, a su estado de nervios. No se hizo visible ninguna imagen en ese monitor.

-   ¿No se ha grabado ninguna imagen?

-   Como puede comprobar en las grabaciones, sólo nieve. No se grabó nada en toda la noche que pasamos en la enfermería.

-   Yo les vi a todos ellos, durante tres espantosos cuartos de hora. Vi a John Luck, a Byte y a Greyson corriendo en busca de la salvación. También vi, y nadie, ni ninguno de ustedes me va a poder negar, que vi a Alan Wilson y a Helena caer en las fauces de aquellas espantosas bestias.

Pero, en menos de una semana, aun el menor eco de esos recuerdos también se había desvanecido de su memoria. Creían, sin lugar a dudas, que Devon había muerto en un accidente, luego de un experimento frustrado para restaurar la memoria de Byte por parte de Falux. Con anterioridad, su explicación había sido que, por razones que no conocían, Devon había a muerto a manos de Falux, y que nosotros fuimos, inconscientemente, sus cómplices. El experimento había servido de pretexto para reunirnos a todos y contar con un medio para deshacerse del Matemático. Ellos no dudaban entonces de que Falux había logrado elevar nuestra respuesta a la sugestión.

-   Sin embargo, no puedes negar que todos los hechos confirman que la nave solo perdió contacto con nuestros instrumentos durante cinco segundos — Chalmers se quitó las gafas de sus ojos cansados y se dirigió a mí tratando de convencerme —. ¿No es así Walley ?

-   Unos segundos de nuestro Universo, lo acepto — yo ya estaba completamente agotado de escuchar todas aquellas explicaciones absurdas.

-   ¿De nuestro... Universo?

-   Escuchad — les rogué casi claudicando ante sus escépticas miradas —. Creo que el Motor Fractal abrió un agujero o portal hacia algún destino desconocido. Un túnel a través del tejido espacio—tiempo, hacia una dimensión muy lejana y distinta de cualquier cosa de este Universo. Y según pude entender por la casi indescifrable y última explicación de Byte; la apertura de ese portal envió mediante una señal que se amplificó repetidamente hasta alcanzar una gran potencia, alguna clase de información hacia ciertas inteligencias alienígenas que habitarían en esa dimensión.

-   Dígame una cosa, señor Walley — en esta ocasión fue Granville el que se expresó con un claro tono de ironía —, ¿por qué cree que ningún ser alienígena se iba a tomar semejante esfuerzo... hacerles viajar miles de años luz para acabar con sus vidas? Todas esas teorías suyas son lo que en psiquiatría se conoce como delirio autoalimentado.

-   ¿Eso cree, que lo que todos pudimos ver en el monitor fue solo una fantasía? — contesté indignado. Me encontraba por completo desesperado ante la actitud de aquellos infelices, pues no se habían dado cuenta de la nociva influencia que Falux había ejercido sobre sus mentes.

-   Sí, eso creo. Creo que pudimos sufrir un fenómeno de enajenación mental transitorio.

Fue Colby, el que salió en mi ayuda, recordando un dato que debido a su ciego escepticismo, tanto Chalmers como Granville, habían obviado:

-   Me he informado sobre la parte relativa a la grabación de vídeo obtenida de la memoria del Teniente Comandante Byte. Se trata, ustedes tienen en ello toda la razón, de un archivo corrupto... — incluso Colby había olvidado que las espantosas imágenes grabadas en la memoria de Byte se habían borrado inexplicablemente durante el fallo en el suministro eléctrico después de su muerte.

-   Continúe — ordenó con inquietud Granville.

-   Pero llegados a este momento de la discusión, no me interesa el hecho de que solo se halla podido recuperar un caos de imágenes incomprensibles.

-   Continúe, por lo que más quiera — la respuesta de Granville fue ya bastante más tranquila.

-   Me parece todavía más interesante que grabó, aproximadamente, 48 minutos de un caos de imágenes incomprensibles.

 


16.                    Verdades No Humanas

 

El inicuo cosmólogo Viiles Falux había obviado todas las leyes de la Física y había sido cómplice necesario en la horrible muerte de toda la tripulación de la astronave U.N.S. Intrepid. Según parece, soy yo el único que recuerda cómo, en el mismo momento de la muerte definitiva del recordado Byte, se giró hacia nosotros y con una voz maliciosa, como el despertar de antiguos horrores, que hacía vibrar el aire con un eco inquietante, nos explicó:

-   Yo creé la Intrepid no para alcanzar las más lejanas estrellas, sino para llegar lejos, mucho más lejos. El Motor Fractal que yo construí, y del que ustedes solo fueron meros colaboradores, rasgó el mismísimo tejido con el que está construido el Universo, abriendo un portal hacia un reino de maldad inenarrable increíblemente lejano... ustedes querían saber donde estuvo la nave. Ahora, ya lo han averiguado de primera mano.

Al terminar este espeluznante discurso lleno de malos augurios, el maligno cosmólogo alargó su mano y me entregó con una aviesa sonrisa el elegante emblema de la flota estelar que el androide Byte había llevado sobre su pecho hasta el momento de su muerte.

Hubiera sido inútil contarles lo que descubrí unos pocos días más tarde, lo que llegué a extraer de las notas de Thomas Devon. En ellas que detallaba la inesperada llegada de un enviado, que más tarde conoceríamos como Viiles Falux, y que una vez cumplida su misión desaparecería sin importarle lo que pudiera sucederle a la humanidad. Tampoco hubiera servido de mucho leerles ciertos fragmentos del libro “Destino: Dimensión Fractal”, traducidos a un inglés comprensible para ellos.

 

«... El sabio Ja’oyo en su tomo “100.000 años de historia universal” relata como uno de estos dañinos inquisidores venció a cinco sacerdotes de la luz Jetenyi, al desafiarles a un duelo en las artes de la inducción de percepciones falsas. Más adelante nos cuenta cómo dos de ellos cayeron en sus trampas y finalmente, fueron entregados a los seres de sombra, una vez que se hubieron divertido con ellos los inquisidores...»

«... Lo más horrible de los restos del valiente Zhazonyu y del venerado Nyosithu fue el estado en que se encontra­ban los cadáveres: a pesar de no hallarse en su cuerpo ni una gota de sangre, no presentaban rastros de ninguna herida mortal. Pero lo más espantoso eran sus ojos, que no querían cerrarse, y parecían mirar fijamente, con desasosegada expresión, más allá del observador, y las extrañas y luminosas marcas en la pálida carne muerta, los curiosos arabescos que parecían moverse y cambiar de forma ante los aterrados ojos del testigo...»


17.                    El Precio de Explorar

 

    Es durante la noche, sobre todo, cuando la luna es pálida y menguante, cuando sueño con los Devotos Malditos de Ashtoraten, siempre corrompidos por su increíble deseo de poder, furia incontrolable, atracción por el conocimiento prohibido y malignidad, que moran fuera de los velos del espacio y el tiempo tal y como nosotros los conocemos. Con el fin de poder pasar con algo más de tranquilidad las largas noches sin sueños he probado fuertes dosis de morfina, pero esta droga ha resultado ser únicamente una solución temporal y me he vuelto un adicto en sus garras, como un esclavo sin esperanza de curación. Así que voy a acabar con todo, habiendo escrito para la protección de mis inocentes semejantes una descripción completa de sus horribles juegos y múltiples engaños.

Me digo con frecuencia que todo fueron fantasías, pero siempre regresan a mi memoria las espantosas y vívidas imágenes recuperadas del cerebro electrónico de Byte; cuyo diminuto chip de memoria aún conservo, y gracias al cual, mediante todos los medios que sean necesarios, devolveré la vida al difunto androide Byte. No puedo pensar en el espacio profundo sin estremecerme ante los indescriptibles y horrendos Inquisidores Reptantes que desconocidas y dañinas inteligencias en­vían a otros mundos y dimensiones, seres que los mismísimos Devotos Malditos han mancillado y convertido a la maldad, otorgándoles la apariencia de aquellos que residen en cualquier dimensión o en cualquiera de los mundos a donde se les envía. Seres que han permanecido apartados del resto del Universo; en templos en el Valle de los señores Oscuros en el lejano planeta Klatha, también llamado el de los osarios cavernosos, a veces iluminándose en intensidad, en otras ocasiones menguando y marchitándose, pero siempre manteniéndose fieles a las enseñazas de los supremos Devotos Malditos de Ashtoraten.

Puede que en este mismo instante estén reptando y removiéndose en tenebrosos barrancos, adorando arcaicas tumbas de piedra y tallando las horrendas imágenes de sus Oscuros Maestros en obeliscos de iridiscente mineral diseñados para concentrar y amplificar la energía oscura que impregna todo el planeta.

Escucho ruidos junto a la puerta. Un crujido sutil y perturbador, como si algo blando estuviera buscando su camino a través de la oscuridad acechante. Mi muerte está próxima.

Sonidos del procesador central. Notificaciones de la computadora de la nave que suenan ocasionalmente y de forma más suave durante la noche.

-   Wilbur, abra la puerta – escucho la voz de Falux, del que no habíamos vuelto a tener noticia desde la noche en que falleció Byte. Un susurro que resuena con la autoridad de antiguas y poderosas deidades, un timbre aspero atacando la cordura -. Un invitado que ha llegado desde muy lejos desea conocerle.

Un sonido viscoso, similar al deslizamiento de una presencia siniestra sobre un suelo húmedo, que evoca un recuerdo abrumador más allá de la comprensión humana.

Dios, ¡Ya están aquí! ¿Es que nadie puede oír mis gritos?


F I N


Publicado el 23 de marzo de 2022 por Federico Martin Vidal Alonso.
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