HORIZONTE FRACTAL

La Verdad sobre el Difunto Androide Byte

Martin Alonso


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La astronave de alta tecnología diseñada para la exploración más allá del Sistema Solar, U.N.S. Intrepid, se desvaneció durante unos instantes en su viaje inaugural, más allá de la órbita de Plutón. Pero una señal débil y persistente detectada desde la nave impulsa al valiente capitán Sisko Burne en una temeraria misión de salvamento. Le acompañan un ingeniero y un cosmólogo, diseñadores ambos de la nave accidentada. Su misión: localizar y salvar a la moderna astronave y su tripulación.


Pero lo que descubrirán en su interior es un misterio que va más allá de lo imaginable, una insidiosa amenaza que llegará hasta la inocente humanidad desde un horizonte más allá de nuestro propio Universo.



"El nivel actual de las ciencias ha admitido la insignificancia del ser humano, ampliando nuestros ínfimos conocimientos sobre el cosmos infinito e inexplorado. Solamente ahora podremos admitir que somos menos que hormigas en la compleja estructura del universo".

Profesor Cyril Addlefield
 
“El aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo".

Proverbio chino



1.   Anotación Personal.

 

Ingeniero Wilbur Walley — Anotación Personal:

Navegamos a potencia 3 para reunirnos con la astronave de la Asociación Astronáutica Mundial, U.N.S Intrepid, que en su viaje inaugural realizaba una prueba práctica del nuevo Motor Fractal. Hemos recibido una serie de comunicaciones que indican que la nave ha sufrido un mal funcionamiento, quedando después incomunicada e inerte en la órbita del lejano planeta Plutón. Esperamos que sus 750 tripulantes no hayan sufrido males mayores debido a tan desafortunado percance. 


2.   Destino: Dimensión Fractal.

 

La majestuosa Base Estelar que se encuentra en órbita alrededor del planeta Tierra, comenzó a emerger con un movimiento apenas perceptible de la oscuridad de la zona nocturna y solo se encontraba débilmente iluminada su parte superior, coronada por una monolítica esfera, en cuyo extremo se encuentran numerosos equipos y sensores.

Debido a sus grandes dimensiones, la Base estelar es de una enorme complejidad, mucho más que las babilónicas ciudades que se han desarrollado sobre la superficie del planeta.

En su interior, la Base Estelar es hueca, disponiendo así del espacio necesario para las maniobras de amarre de varias naves. Además, está equipada para el mantenimiento, y en su caso reparación de las mismas.

Mientras las tripulaciones de las naves se encontraban descansando en sus alojamientos personales; o en las instalaciones de ocio y relax, Chalmers, Colby, Devon, Granville y yo sacamos de la sección de enfermería la caja mortuoria de nuestro querido y respetado Teniente Comandante Byte, la culminación de los esfuerzos de la Flota Estelar en el campo de la robótica. En completo silencio; y envueltos por la fría noche del espacio, bajo las estrellas que resplandecían con un brillo tan terrible que resultaba insoportable, lo condujimos frenéticamente por los interminables corredores levemente iluminados que llegaban hasta un solitario y vasto hangar de carga y descarga. El cadáver desmenuzado y putrefacto; cubierto de extraños signos luminosos, del androide Byte debía ser destruido, según habíamos decidido por nuestro conocimiento directo del caso. Cargamos el oscuro ataúd en una cápsula gris de anónimo fuselaje, activamos sus mecanismos de lanzamiento, y fue disparada desde el borde del hangar hacia el vacío del espacio, desde donde se precipitó como un meteoro envuelto en llamas hacia la atmósfera del cercano planeta Tierra.

No fue hasta nuestro regreso a la Base Estelar que nos dimos cuenta del hecho de que todos habíamos estado bajo el convincente encanto hipnótico de Falux, has­ta yo mismo lo había olvidado. De no ser así ¿cómo hubiéramos podido actuar tan alocadamente? A partir del instante en que se encendieron las luces del laboratorio de nuevo y vimos lo que, un momento antes, había sido el cuerpo del androide Byte, fuimos como vagas, irreales figuras deambulando por un sueño. Lo olvidamos todo salvo las mudas órdenes que nos fueron impartidas, mientras contemplábamos cómo el féretro llameante viajaba por el vacío, se calcinaba al entrar en contacto con la atmósfera, mientras observábamos su completa destrucción, y luego nos dirigíamos con paso incierto cada cual a su habitación. Y, como sea que apreciábamos nuestra liber­tad, no hablamos con nadie más sobre lo que había sucedido. Solo deseábamos olvidar.

Pienso que yo probablemente también habría olvidado toda memoria del incidente si no hubiese vuelto a echar una ojeada al texto “Creación De Curvas Sucesivas” de Albert Von Edison. Los demás, con interés creciente, han tendido a considerarlo como una ilusión, pero yo no puedo. Una cosa es leer libros como el volumen básico “Destino: Dimensión Fractal”, el libro “Sistemas De Funciones Iteradas” o “Teoría Geometría Fractal”, y otra muy distinta cuan­do se pone en práctica algunas de las aplicaciones que en ellos se proponen. Encontré uno de tales métodos en el libro de consulta y referencia “Sistemas De Funciones Iteradas” y no seguí leyendo. El volumen, junto con los demás libros de Devon, aún está en mi biblioteca; no lo he quemado. Pero no creo que lo vuelva a leer jamás...


3.   Una astronave capaz de viajar a la velocidad de la luz.

 

Navegábamos lentamente a bordo del explorador solar y navío de reconocimiento Neptuno — 01; capitaneado por Sisko Burne, hombre de carácter hosco aunque muy experimentado, para reunirnos con nuestro objetivo, mientras el primer oficial activaba los controles de los propulsores de maniobra traseros de freno. La visión de la vasta oscuridad del espacio nos hacía temblar como una rama en el frío aire invernal. Ante nosotros, flotando inerte en el vacío, se encontraba la accidentada astronave de la nueva categoría de la flota, aquella a la que con orgullo bautizamos U.N.S Intrepid.

-   Una nave de exploración impresionante, señores — confesó sorprendido el capitán del navío de inspección, al observar a través del monitor, y por vez primera, la esbelta y elegante silueta de la avanzada astronave.

Según pudimos observar, las innumerables ventanas de observación que se encontraban situadas en toda su estructura y que en otro momento hubieran estado iluminadas, permitiendo observar a algunos de sus tripulantes desde el exterior, se mostraban frente a nosotros ahora oscuras y sin vida.

Una potente descarga eléctrica cruzó el espacio ante nuestra nave, deteniendo el curso de nuestros pensamientos y cegándonos por unos instantes con su enfermizo resplandor pálido.

-   Gracias, se trata de la sustituta de la flota espacial para la venerable categoría Excelsior. Se utilizará en un primer momento para misiones científicas y de exploración, aunque podrá desarrollar las más importantes tareas diplomáticas de forma igual válida. Por ello hemos nombrado a la nueva categoría con el nombre de Soberana — contestó, con una media sonrisa, el Físico Teórico y cosmólogo Viiles Falux.

Al parecer, Falux se encontraba totalmente relajado a la vista de la inerte nave, mientras que a mí todavía me resultaba imposible pensar con claridad después del inesperado accidente sucedido a la Intrepid.

Observando el espectacular diseño de la nueva categoría, el capitán Burne, con un claro tono de preocupación en el tono de su voz, ordenó una exploración previa de la misma desde el exterior.

-   Su principal valor, no obstante, reside en sus avanzadísimos sensores de largo alcance y a gran escala — continuó con tono impasible el Físico Teórico y cosmólogo Falux gesticulando orgulloso con sus manos.

-   Capitán, querría preguntarle algo — se dirigió con respeto uno de los responsables de la Neptuno a su superior.

-   Quizá el cosmólogo quiera responder a su cuestión.

-   Gracias capitán — Viiles Falux carraspeó, en una clara señal de orgullo por el papel protagonista recién adquirido —. Ante todo quiero agradecerles la oportunidad de unirme a ustedes en esta misión...

-   Sí, sabemos que aprecia estar aquí — le interrumpió con clara animadversión el capitán Burne —, pero entenderá que nosotros no. He visto como cancelaban nuestra actual misión en curso y nos han enviado a la órbita de Plutón — el cosmólogo miraba al suelo, pero su malévola sonrisa y su mirada elevada directamente a los ojos del capitán eran incomprensibles —. La última vez que la Neptuno se embarcó en una misión semejante y en un lugar tan alejado de cualquier puesto orbital perdí dos tripulantes.

Continuos rayos desgarraban el espacio a nuestro alrededor como si quisieran amedrentarnos en nuestro viaje hasta la Intrepid.

-   Todo lo que voy a contarles está considerado alto secreto por los responsables del Centro Espacial Terrestre. La Intrepid, no experimentó una avería en el nuevo motor que la hizo estallar en el mayor desastre espacial hasta la fecha, como se hizo saber a los medios de comunicación; sino que después de poner en funcionamiento el Motor Fractal, se perdieron todos los canales de comunicación, incluso los potentes telescopios científicos dejaron de captar toda señal visual, térmica o radiactiva de la astronave durante cinco segundos, como si ésta se hubiese simplemente desvanecido; después de los cuales, se recibió una señal de radio desde su última posición.

-   ¡Este hombre está loco! ¿Qué demonios nos está contando? — protestó el oficial Conrad, fuera de sí.

-   Oficial Conrad, déjele continuar

-   Como ya han podido comprobar, la información que se ha hecho pública, sobre que la Intrepid era una astronave diseñada para la exploración más allá del Sistema Solar y que resultó destruida en su primera misión, no concuerda por completo con la realidad — un sonriente y orgulloso Falux continuaba su explicación cruzado de brazos en el centro del puente —. La nave estelar Intrepid era un proyecto secreto para desarrollar una nave espacial capaz de desplazarse a velocidades muy próximas a la de la luz.

-   Pero eso es imposible — interrumpió la oficial Ro —. Según la Teoría de la Relatividad...

-   Es cierto, sí — continuó el cosmólogo, sentándose en su puesto —, pero sin violar esa teoría, podemos darle un rodeo. La nave no viaja a la velocidad de la luz, lo que hace es abrir una puerta hacia la Dimensión Fractal, que le permite viajar a tal velocidad a través del Universo.

-   ¿Cómo? — terció de nuevo la oficial Ro.

-   Bueno, es complicado de explicar... — respondió Falux cada vez más orgulloso y sonriente hasta la desesperación por sentirse el centro de atención.

-   Inténtelo, Falux, y en términos sencillos — respondió el capitán.

El cosmólogo se levantó y cogió de una de las mesas del perímetro del Puente una hoja de un registro de instrucciones.

-   Bien... imagínense que esta esfera representa nuestro universo con todas su miríada de estrellas y galaxias girando sobre su superficie, por tanto, representa nuestro habitual espacio-tiempo, y que ustedes quieren viajar desde el punto de origen A hasta un lejano destino B – explicó, marcando con un rotulador dos señales en posiciones opuestas sobre la superficie de la pelota de cuero -. Los motores V-espaciales usados hasta el día de hoy abrían un portal en nuestro espacio tridimensional, representado en este ejemplo por el espacio interior del balón, creando un camino entre ambos puntos — Viiles Falux agujereó el cuero con una larga aguja haciéndola entrar por el agujero A y atravesando hábilmente el balón haciéndola salir por el otro punto B uniendo ambos puntos mediante un hilo de lana —, hasta alcanzar tiempos lo suficientemente cortos como para hacer posible la exploración más allá de nuestro Sistema Solar — Falux se comportaba como un sorprendente prestidigitador del mundo del espectáculo —. Pero observen, en los puntos en los que la aguja enhebrada ha atravesado la piel de este balón hay desgarros e imperfecciones, barreras de energía indeseables en los viajes espaciales. El Motor de Iteración Fractal abre un portal mediante iteraciones sucesivas en el espacio-tiempo no hacia el V-espacio, sino hacia lo que los desarrolladores de este motor hemos bautizado como la Dimensión Fractal, desconocida por la física hasta el día de hoy, creando un camino similar al anterior pero suavizando esas barreras de energía y haciendo posibles velocidades increíblemente mayores sin producir daños irreversibles en el tejido de nuestra realidad.

-   Ahora entiendo porque le han enviado — fue el irónico comentario de Conrad.

-   ¿Y si la nave no fue destruida, sería posible comprobar que pasó con ella? — preguntó un joven tripulante.

-   Verán, la misión transcurría sin ningún fallo, alcanzaron esta órbita y todos los sistemas funcionaban a la perfección. Su misión era utilizar el Motor Fractal y realizar el primer viaje interestelar abriendo un portal hacia la estrella Próxima Centauro, atravesando la Dimensión Fractal y emergiendo en nuestro universo en las coordenadas calculadas. Pero después de entrar en funcionamiento con éxito, se produjo un apagón en las comunicaciones, evaporándose sin dejar rastro — Falux se mostraba ahora con un ceño más taciturno —. Lo siguiente que se supo de ella fue gracias un mensaje cifrado dirigido directamente a control de misión cinco angustiosos segundos después.

-             ¿Y de qué naturaleza fue ese último mensaje?

-             Cuando la computadora pudo descifrar el maldito mensaje, se trataba de una advertencia.

-             ¿Qué quiere decir?

-             La computadora no pudo abrir toda la transmisión porque el fichero estaba corrupto, solo se obtuvieron tres frases. Se las leeré palabra por palabra, pues considero que en este caso la exactitud es importante -. Falux leyó las alarmantes palabras de una de sus hojas de papel.

 

***

… PELIGRO… NO RESCATE… ¡¡¡AVISO!!! NO MÁS MOTOR FRACTAL

***

 

-    Estas simples palabras son todo lo que se pudo descifrar -. admitió Viiles Falux orgulloso, levantando los ojos y observándonos uno por uno.

-   ¿Y dónde estuvo la nave durante esos cinco segundos? — preguntó el capitán con seriedad.

-   Eso hemos venido a averiguar.

-   Hemos localizado el faro de navegación de popa de la Intrepid — Informó Conrad —. Está en la pantalla frontal.

-   ¡Aquí la oficial Ro desde la astronave Neptuno — 01! ¿Me reciben U.N.S. Intrepid?

Uno de los oficiales de la astronave activó varios sensores que mostraban en su pantalla, mediante diversos símbolos, el estado de la nave, a la vez que varios potentes haces de luz iluminaban una amplia zona de fuselaje frente a nosotros. Un gran cambio se había producido en éste, pues su textura original de metal perlado se encontraba actualmente enmugrecida por un sucio color parduzco y agrisado. Estas zonas seguían siendo sólidas, y mantenían la misma forma general que el metal con el que se habían construido, pero con un aspecto a primera vista poroso, algo rugoso, y relativamente débil y quebradizo.

-   Los escudos estándar están bajados, capitán — hizo saber una oficial desde su consola.

Moviéndose con gran delicadeza, el navío fue desplazándose a lo largo de la malograda nave iluminándola a su paso. Ante nosotros se presentó en toda su grandeza aquella inmensa obra futurista de vastos ángulos y superficies interminables desde nuestra pequeña perspectiva.

-   Ese es el embarcadero principal — informó el oficial Conrad al llegar frente un gran portón de forma elíptica.

-   Bien, oficial. Use el brazo y fíjenos a ese grupo de antenas — ordenó el capitán.

Una potente tenaza mecánica se alargó hacia el lugar indicado, atrapando un grupo de delgadas varillas y apéndices metálicos.

-   Con cuidado. Esa estructura no soporta esfuerzos excesivos — protestó el cosmólogo, que en aquel momento se encontraba junto a mí.

-   Maniobra de atraque efectuada.

-   Acoplados a la Intrepid.

-   Oficial Ro, informe — se dirigió el capitán a la oficial que había hablado anteriormente, sentada frente a su moderna consola repleta de informes sobre el estado de la astronave.

 

Astronave: U.N.S. Intrepid

Clase: Soberana.

Comisionada: 2293

Base de Producción: Fabrica Planetaria Antares & Utopía perteneciente a la Flota Estelar.

Longitud: 470,58 metros.

Anchura: 185 metros.

Altura: 78,86 metros.

Masa: 2.350.000 toneladas métricas.

Personal: 750

Velocidad de Crucero: Distorsión 6

Velocidad Máxima: Distorsión 9,7

Armamento: 16 bancos de faser tipo VIII, 70 lanzadores de torpedos de fotones 4 Mk.

 

El cosmólogo se movía por la cabina observándonos a todos con arrogancia, incluido al capitán, con la cabeza irrespetuosamente elevada. Yo, por mi parte, seguía haciéndome, con el ánimo angustiado, la misma pregunta ¿Cómo pudo ocurrir este desastre apenas unos segundos después de poner en funcionamiento el nuevo motor?

-   Ambos motores de impulso de la sección de disco están dañados e inoperantes, los propulsores de maniobra de popa se encuentran completamente destrozados y ambas parrillas del campo del motor fractal están destruidas debido a una explosión en sus bobinas internas. Se captan fuentes de radiación, pero seguramente son fugas en los contenedores de almacenaje de antimateria, no parece importante. Daños estructurales de consideración media.

Las constantes descargas eléctricas parecían querer introducirse en nuestra cabina para contagiarnos nuestro ánimo de su enfermizo color.

-   La nave esta intacta pero la temperatura interior es muy baja y todo el personal habrá muerto.

-   Búsqueles, oficial. A bordo de esa nave viajaban 750 tripulantes.

-   Estoy en ello, capitán. El analizador biológico está en marcha — informó, a la vez que con determinación pulsaba diversas teclas en su consola — ¡Parece que el escáner tiene problemas!

Viiles Falux se inclinó con arrogancia sobre la pantalla para observar así con mayor claridad diversos signos intermitentes y de distintos colores, sobre un diagrama de la astronave.

-   Quizás sea una interferencia por radiación — especuló nuestro capitán. Su rostro, muy serio, mostraba una honda preocupación.

-   ¡No hay suficiente para asegurarlo! Ahora capto una señal, pero es difícil fijar su localización — contestó con extrañeza la oficial.

El cosmólogo se frotaba las manos mientras caminaba expectante por la cabina leyendo los informes de las pantallas.

-   Investigaremos paso a paso — informó el capitán — oficial Ro prepare la lanzadera personal Galileo — 07, oficial Conrad prepare el equipo frente a la dársena de abordaje.

-   Muy bien, capitán Burne — contestaron ambos al unísono, mientras se ponían en marcha con decisión.

-   Señor Falux, he de pedirle que nos guíe hasta el puente de mando. Y a usted, señor Walley, he de pedirle que nos acompañe durante la exploración.

En mi estado de nerviosismo, no pude evitar una sonrisa tan poco natural como toda aquella situación, que estaba acabando con mis ya agotados mis nervios.

-   Gracias, capitán Burne. No he hecho este viaje para quedarme aquí. ¡Necesito entrar en mi nave! — apuntó Falux, a la vez que con su dedo índice apuntaba hacia el navío hacia el que debíamos dirigirnos.

-   ¡Cuando la seguridad de la nave se confirme ira usted! ¡Intente colaborar! — respondió el capitán con los brazos cruzados y los puños entrelazados.

Una vez puestos los gruesos y complejos trajes espaciales, y acompañados por una pequeña sonda de exploración, el capitán de la Neptuno, el oficial Conrad y yo mismo nos dirigimos hacia la plataforma de carga y ocupamos nuestros asientos en la parte delantera de la pequeña lanzadera personal.

En este corto viaje, el oficial nos llevó desde su astronave hacia el compartimiento de aterrizaje de la Intrepid, mientras violentos relámpagos de lúgubre color atravesaban el espacio que nos rodeaba.

-   ¡Tengan cuidado! — gritó uno de los pilotos por radio.

-   Estén todos atentos ahí por si hay sorpresas — nos ordenó el capitán.

-   El vídeo da una imagen clara del faro de navegación — nos informó la oficial Ro por el intercomunicador.

-   ¿Nos observa, señor Falux? — preguntó el capitán.

-   Sí, les guiaré desde aquí.

-   Equipo de exploración acercándose a la U.N.S. Intrepid.

-   Ahora mismo, están aproximándose a la compuerta exterior — observó Falux.

Pulsando las órdenes adecuadas en su consola, el oficial abrió las puertas de la bahía de aterrizaje.

-   Control de la U.N.S. Intrepid — esta vez fue el oficial Conrad el encargado de intentar comunicarse con algún tripulante de la astronave accidentada —. Aquí lanzadera personal Galileo — 07 de la Neptuno. ¿Me escuchan?

-   Capitán, no recibo confirmación —fue su decepcionante respuesta pasados algunos largos segundos —. No se recibe nada en ninguna de las frecuencias...

-   De acuerdo, Conrad. Entraremos a través de esa bahía.

Así, accedimos temerosos y con lentitud al interior de la húmeda cubierta principal de la Intrepid.

-   Y... toma de contacto. Cierre del acelerador. Frenos apagados.

-   Oficial Conrad, observe toda esta bahía de carga. Esto no tiene ningún sentido. ¡Este lugar debería estar rebosante de actividad! No me gusta esto, estén atentos — fue la única orden, llena de malos augurios, impartida por el capitán nada más entrar en la nave.

 

 

 


4.   El motor de distorsión espacial.

 

Ingeniero Wilbur Walley — Anotación Personal:

El motor de distorsión espacial nació gracias al conocimiento de la física avanzada V-espacial. Gracias a esos primeros conocimientos y al descubrimiento de los campos de distorsión dimensional, fue posible generar una burbuja alrededor de una astronave produciendo una deformación continua del espacio—tiempo que propulsase la nave a velocidades próximas a la de la luz sin violar la teoría de la relatividad especial de Albert Einstein.

En un principio, los físicos creíamos que el V-espacio era continuo como lo es cualquier otra dimensión física, pero esta descripción teórica no era completamente exacta. Además de esto, las ecuaciones mostraban que a medida que se profundizaba en el dominio V-espacial, mayor era el efecto de distorsión y a su vez, mayor la velocidad alcanzada. Así se creo una escala de velocidad basada en la profundización en el dominio espacial, llamada “Escala de dimensiones internas”.

Para medir como se profundiza en el espacio, se utiliza el llamado "factor de distorsión", en el que Factor 1 expresaría estar en el límite entre el espacio normal y el V-espacio, siendo la distorsión provocada por el motor, la misma que la distorsión natural del espacio circundante; o dicho de otra forma, la velocidad de la luz. Velocidades por debajo de Factor 1 son velocidades menores al 10% de la velocidad de la luz. El problema que tiene este sistema de medida, es que las velocidades no son lineales respecto al factor. Tienen puntos de ruptura y barreras de energía.

Cuando se estableció esta escala no se conocían métodos para medir realmente cuanto se profundizaba en el dominio V-espacial y cómo variaban las propiedades del V-espacio. Se asumía que variaban de forma continua y por lo tanto, los consumos de energía debían de ir aumentando de forma continua. Así pues, la escala se creó a partir de la teoría y no de la práctica. Pero pronto empezaron a verse discrepancias... Cuando los motores de distorsión empezaron a alcanzar velocidades iguales o superiores a Factor 3, 21% de la velocidad de la luz, se detectaron unos "picos" en la energía requerida para mantener y crear los campos de distorsión a unas velocidades muy determinadas. Durante mucho tiempo se atribuyó a la falta de sincronización del campo de distorsión a lo largo de la nave y al hecho de variaciones muy sutiles de la velocidad entre varios puntos de las barquillas que se traducían en un mayor consumo de energía. Dichos picos se volvían cada vez más evidentes y técnicamente indeseables al aumentar la velocidad. Al final, después de los ajustes necesarios, en la segunda mitad del siglo 22, cuando las naves intentaron superar el factor 7, equivalente a un 56% de la velocidad de la luz, se topaban con un pico en el consumo de energía tan enorme que sus núcleos de distorsión y tecnología de barquillas no podían superarlo. Hasta finales del siglo 22 dicha velocidad constituyó una barrera infranqueable en la velocidad de las naves espaciales, y se la apodó "barrera espacio-temporal".

Finalmente, se empezó a sospechar que había algo erróneo en la teoría V-espacial, y así surgió la teoría del V-espacio discreto, en la que se explican las propiedades del V-espacio en "capas" o "dominios" donde las propiedades del V-espacio no varían continuamente, sino que tienen puntos de ruptura y barreras de energía. En un principio se siguió usando la “Escala de de dimensiones internas”, aunque se hizo más que evidente que dichas barreras de energía no se correspondían muy bien con los factores de distorsión y que sería necesario reflejarlas en una nueva escala de velocidades.

A partir de los trabajos del Físico Teórico y cosmólogo Viiles Falux, del mayor experto en el dominio V-espacial Thomas Devon y de mis amplios conocimientos en sistemas dinámicos trabajamos en una nueva escala de velocidades de distorsión crecientes, que superaban estas barreras de energía no como discontinuidades puntuales sino como curvas exponenciales crecientes basadas en iteraciones fractales de potencias sucesivas. Dicha escala muestra, incomprensiblemente, un nuevo límite de velocidad a factor 10, un 92% de la velocidad de la luz, pero quedó así demostrado que se puede profundizar totalmente en un nuevo y desconocido V-espacio, que bautizamos como Dimensión Fractal, sin requerir un uso de energía infinita.


5.   Este lugar parece una tumba.

 

-   Tenemos contacto — informó por radio el oficial Conrad —. Nos acercamos a los restos de la Intrepid. Preparados para abordarlo.

-   Este lugar parece una tumba. No hay signos de actividad humana —. Informó el capitán Sisko Burne a la vez que inspeccionaba el amplio pasillo central, apenas visible gracias a la actuación de las pálidas luminarias de emergencia, con el haz de luz blanca de su potente linterna atravesando la compuerta y extremando las precauciones. La amplia bahía central en la que nos encontrábamos investigando estaba vacía por completo; llegaba a los diez metros de altura y se extendía indefinidamente en ambas direcciones. El techo y el suelo estaban fuertemente reforzados con unos titánicos y curvos contrafuertes, algunos de las cuales se unían y formaban columnas que recordaban a las espinas de alguna mítica bestia marina

-   Aquí la oficial Ro. Los sensores no captan amenazas biológicas...

-   ¿Hay alguien en casa...?

Viiles Falux nos informó a través del intercomunicador de que estábamos en el pasillo central de la cubierta principal, añadiendo que conectaba las zonas de servicio y gobierno de la nave, además de la sección de ingeniería.

El capitán decidió que deberíamos atravesar las zonas de servicio, y dirigirnos inmediatamente después al Puente de Mando principal. Recorrimos con lentitud los estrechos y sombríos corredores de la astronave; que mostraban las mismas señales grisáceas de corrosión y desgaste que el fuselaje exterior, buscando con detenimiento cualquier indicio que pudiese explicar el mal funcionamiento en la astronave. Aparentemente todos los sistemas estaban en orden, la necesaria energía, la útil gravedad artificial y el imprescindible soporte vital funcionaban todos correctamente.

La nave debió de tener una maravillosa y mística belleza, y cuando la recuerdo el día de su vuelo inaugural casi puedo olvidar la desagradable opresión que sentí durante las horas que pasé en el interior de aquel laberinto inmenso, sin vida e iluminado tan solo, por la luz gélida de nuestras linternas.

Después de oír este informe, nos miramos unos a otros nerviosos e indecisos y con prontitud abrimos los cascos de nuestros pesados trajes espaciales. Respiramos inquietos el aire de aquella nave abandonada; y, una vez comprobado que no era tóxico, nos despojamos de nuestros pesados trajes espaciales. Llevábamos con nosotros un pequeño equipo que consistía en una brújula, una cámara fotográfica, algunos sacos para recoger muestras, rollos de cuerda, y unas poderosas linternas de mano.

-   Por fortuna, no hemos encontrado cuerpos... un momento ¿qué es aquello? - preguntó sorprendido el capitán mientras dirigíamos los haces de nuestras linternas en la dirección que nos indicaba. Y en un solo instante, todas mis ideas y pensamientos se desvanecieron ante la fugaz e imprecisa aparición de una sombra oscura y alargada, que me hizo estremecer aun sin haber tenido tiempo suficiente para verla con claridad.

Sería demasiado excesivo dar un relato detallado y com­pleto de nuestras indagaciones por el interior de aquellos largos y aban­donados pasillos hasta llegar a la enfermería, siempre a punto para cualquier emergencia. Esta se encontraba iluminada de forma muy tenue por unas pequeñas luces amarillentas.

-   La enfermería también está desierta — informó el capitán Burne.

Caminamos lentamente y con mucho cuidado entre varias camas de diagnóstico cubiertas con sabanas aún por estrenar y desgastadas y deshilachadas de una manera extraña en sus bordes; delante de nosotros aparecían mesas metálicas corroídas por algún proceso desconocido y en las que en algunos lugares de la superficie del metal, éste ya había acabado por agujerearse. En ellas se encontraba el más variado instrumental, desde analizadores médicos hasta agujas hipodérmicas.

-   Al parecer nunca ha sido utilizada.

-   ¿Aún no han visto a ningún miembro de la tripulación? — interrogó Falux desde el Puente de Mando principal del Neptuno.

-   Si hubiéramos visto a alguien, usted ya lo sabría — contestó con un tono claramente airado el capitán — Seguimos buscando signos de vida.

Regresamos al oscuro y angosto pasillo central y continuamos atentos a nuestros instrumentos analizadores personales tratando de reconocer posibles formas de vida y analizando los campos electromagnéticos a nuestro alrededor.

-   ¿Dónde nos encontramos exactamente, señor Falux? — Preguntó el capitán Burne buscando la guía del cosmólogo.

-   La compuerta que se encuentra a su izquierda da acceso a la sección principal de ingeniería.

Accedimos a aquella tenebrosa sección donde nos esperaba el corazón aún palpitante de la astronave.

-   Estamos entrando en la sección del motor. Al parecer no ha resultado dañado con el accidente. No vemos supervivientes.

A través de un hueco que existía en la barandilla de la plataforma elevada que soportaban varias columnas de altura vertiginosa descendimos, deslizándonos, por una escalera metálica. Se trataba de una cámara casi a oscuras cuyas paredes revestidas de cobre formaban unas curvas ángulos distintos de los conocidos en el espacio tridimensional; y que se hallaban cubiertas de largos tubos de cobre que conformaban anormales geometrías de ángulos desconcertantes. En su centro, una impresionante esfera de tamaño colosal brillaba intermitentemente, con diversas luces pulsantes, creando a intervalos regulares de tiempo los más variados y anómalos patrones.

En esta fantástica sala de deformaciones prismáticas, la esfera se alzaba anormalmente en diagonal, despre­ciando todas las leyes de la física y de la perspectiva. La luz misma parecía deformarse cuando atravesaba las zonas cercanas a esta perversión mecánica.

-   Estoy obteniendo unas lecturas anómalas — reportó el oficial Conrad —. Intentaré aumentar un poco la potencia.

En la pantalla de visualización de mi analizador comencé a obtener unas lecturas irregulares en el espectro luminoso.

-   Es el núcleo, el Motor Fractal — nos advirtió Falux a través del intercomunicador.

Nos acercamos rápidamente al panel de control de sistemas de ingeniería, y para nuestro asombro, comprobamos que todos los sistemas se encontraban funcionando dentro de los parámetros correctos.

-   Pueden pasar — comentó divertido el cosmólogo —. Ahí no hay ningún peligro.

Aquella esfera amenazadora pareció querer darnos la bienvenida iluminándonos con unas intensas ráfagas de luz de lúgubres colores, ante cuyo brillo cegador, nos vimos en la necesidad de taparnos los ojos con las manos.

-   Señor Walley ¿Puede describirnos lo que estamos viendo? — Preguntó el capitán, sacándome repentinamente de mí ensimismado estado de nervios.

-   Capitán Burne – comencé respetuosamente -, nos encontramos en la sala del motor fractal. Con este nuevo modelo de motor espacial y gracias al descubrimiento de los campos de iteración dimensional, tratábamos de propulsar la nave a velocidades muy próximas a la de la luz...

-   El escáner se ha pasado del límite — Nos alertó con preocupación la oficial Ro desde su puesto a bordo del navío, luego de lo que nos pareció una eternidad escuchando fuertes ruidos de estática resonando en el intercomunicador —. He perdido la comunicación durante unos segundos.

-   Capitán Burne – transmitió el cosmólogo -, desearía subir inmediatamente a mi nave, e inspeccionarla con mis propios ojos.

-   Señor Falux – respondió el capitán frotándose los ojos -. Llegado el momento, yo mismo le haré saber cuándo puede acceder a la Intrepid.

Nos acercamos caminando con lentitud, ofuscados y con las manos levantadas frente a nosotros; con un deseo inconsciente de acariciar aquella esfera anormalmente grande con las yemas de los dedos, llenos de un temor reverencial, como si se tratase del antiguo altar levantado a algún dios impío. Al poco, todos nos vimos llenos de una perturbadora impresión que nos obligó a abandonar la Sección de Ingeniería.


6.   La nueva clase Soberana

 

Ingeniero Wilbur Walley — Anotación Personal:

Activada en 2290, la astronave de tipo explorador U.N.S. Intrepid será inicialmente el primer navío adaptado con una unidad de iteración fractal experimental. “El Gran Viajero”, como ha sido apodada la nueva clase Soberana abrirá el camino para una nueva edad de la exploración espacial humana pudiendo viajar a una velocidad de crucero de iteración de 7 y una velocidad máxima de iteración 10. Representando la cúspide del diseño de astronaves de mediados del siglo XXIII, la Intrepid destaca por los amplios embarcaderos de carga y lanzaderas a proa y popa, torpedos fotónicos, cañones de fase y polarización del casco.

El Motor de Iteración Fractal, diseñado por el grupo de investigación y desarrollo a cargo del matemático Thomas Devon, permitirá que viajes que en el pasado requerirían cientos de años, puedan ser completados en cuestión de horas.


7.   ¡Desaceleración total!

 

Aliviados todos por poder salir de aquella lúgubre sección; que sugería esferas y dimensiones desconocidas para cualquier ser humano en su sano juicio; nos encaminamos con paso lento, pero todavía alterados, a través de diversos corredores con los más claros signos de decadencia; hasta llegar, finalmente, a la puerta del ascensor que nos permitiría alcanzar finalmente el puente de mando.

-   Señor Falux, como capitán de esta misión de rescate, le doy permiso para acceder a la astronave U.N.S. Intrepid. Una vez en el interior, diríjase sin dilación, al puente de mando principal.

-   Muy agradecido, capitán — contestó el cosmólogo con un desagradable tono entre orgulloso y divertido en su voz.

Después de accionar el ascensor mediante ordenes vocales y de un breve viaje en el rápido ascensor cilíndrico, las puertas se abrieron automáticamente y visiblemente ansioso, tuve que ser yo el encargado de atravesar la compuerta y acceder al puente en primer lugar.

-   No hay lecturas de vida — gotas gruesas de sudor resbalaban por la frente del nervioso capitán.

-   ¡Maldita nave fantasma! — exclamó asustado el oficial Conrad.

Para aumentar nuestro ya alterado estado de nervios el puente se encontraba en la más completa oscuridad.

-   Este lugar es un congelador...

La abertura mostraba una oscuridad casi material. Es­tas tinieblas tenían realmente una cualidad sólida, pues ocultaban algunas partes del interior del puente que de­bían ser visibles al ser iluminadas por nuestras potentes linternas.

Ninguno de nosotros podía evitar temblar debido al frío que reinaba en el oscuro puente. Gracias a nuestras linternas y a la gran pantalla de navegación panorámica que emitía una muy leve luminosidad; observábamos no sin grandes dificultades, pequeñas áreas de la estancia que se encontraba a nuestro alrededor.

-   Oficial Conrad ¿es posible restablecer la iluminación en el Puente? — preguntó el capitán Burne.

El oficial que nos acompañaba, se agachó sin tardanza frente a una pequeña abertura situada cerca de la puerta de acceso y al nivel del suelo. Con un pequeño destornillador la abrió con gran facilidad, observó en su interior utilizando su linterna durante unos breves instantes y exclamó con alegría contenida:

-   No se preocupe capitán, se trata de una pequeña avería en los fusibles. Varios de ellos se han quemado debido a una sobre tensión. No tardaré en sustituirlos.

Con una rápida maniobra, sus ágiles dedos manipularon los complicados mecanismos eléctricos bajo la atenta mirada del capitán; y unos pocos segundos más tarde, todas las luminarias del Puente estaban en funcionamiento.

Para nuestra sorpresa, no tardaron en ponerse en funcionamiento las intermitentes luces de emergencia, de un agresivo rojo carmesí, de las paredes y el techo, así como una ruidosa sirena que indicaba que algo no iba bien en el cerebro de la formidable nave estelar.

Lo que encontramos dentro del puente de mando fueron los restos del horrible drama que a partir de entonces comenzaríamos a descifrar. Los cadáveres de la tripulación principal se encontraban retorcidos sobre el mobiliario de la sala. En el puesto central y rodeado de distintas consolas, el capitán John Luck Pickman se encontraba rígidamente sentado en su sillón de mando con una expresión de insoportable agonía. Frente a la gran pantalla principal, en el puesto de navegación situado a la derecha se encontraba el Comandante Alan Wilson tirado junto a su butaca, con un horrible gesto de pavor en los ojos, como si un gran golpe lo hubiera arrojado de forma violenta contra el suelo. La Consejera científica, Helena Newcomen, reclinada en su puesto de ciencia y ordenador—biblioteca a la izquierda del capitán, mostraba su rostro contorsionado en una expresión de temor, a la vez que levantaba sus brazos protegiéndose de algún horror invisible; mientras que el cuerpo del ingeniero de sistemas Greyson Benz se hallaba aterradoramente colapsado bajo la gran pantalla, mientras presentaba un rictus de profunda angustia y con el dedo índice de su mano derecha apuntaba hacia algún espanto ya ausente. Pero lo más horrible de aquellos cadáveres deformados y corrompidos era que sus ojos vidriosos se negaban a cerrarse; más bien, parecían mirar fijamen­te algún objeto situado detrás del observador. Aquellos cadáveres que habían perdido toda su sangre sin que presentaran la más ligera traza de una herida; aquellos cadáveres cuya carne estaba cubierta de insólitos símbolos luminosos, de arabescos que se desplazaban y cambiaban de forma ante nuestros ojos.

-   ¡Jesús! ¿Qué diablos les ha ocurrido? ¿Capitán?

-   ¡No lo sé Conrad, pero tenemos que salir de este infierno lo más pronto posible!

-   He visto muchos cadáveres, pero todo esto es distinto — fueron las únicas palabras que acerté a decir.

-   Pero si en esta nave se habían empleado los mejores medios materiales y personales... — La mirada del capitán Burne reflejaba que todavía no podía creer aquella gran tragedia que teníamos ante nosotros.

-   Capitán — informó la oficial Ro, que nos acompañaba a través de nuestros intercomunicadores —, estoy recogiendo una débil lectura de vida ahora...

El capitán Burne, el oficial Conrad y yo caminábamos por el puente frente a las consolas, que según parecía no mostraban apenas ninguna imagen correcta en sus pantallas, mirando con atención la pantalla de nuestros respectivos decodificadores personales, reconociendo nuestra situación, y analizando el trágico misterio que se respiraba en el Puente, cuando en uno de los rincones de aquella sala mortuoria el oficial que nos acompañaba abrió la puerta oxidada de un estrecho armario. No pude evitar un grito histérico y acobardado al ver caer al suelo el cuerpo aterido del Teniente Comandante Byte, el primer y único androide construido por el hombre, portador de un cerebro protónico. Su cuerpo también se encontraba cubierto de los mismos caracteres luminosos, de filigranas que mudaban de forman y transitaban con libertad por toda su piel sintética. Aparentemente, su vida artificial también se había extinguido.

En ese momento, todos volvimos nuestros cabezas, temerosos, debido al siseo de apertura de la compuerta de acceso al puente.

-   El cosmólogo Viiles Falux se presenta en el puente de mando principal, mi capitán — cacareó el odioso cosmólogo, mirando con desprecio a nuestro superior.

-   Capitán, he logrado activar una de las consolas. Esto es lo último grabado en el diario de a bordo.

Primero, visiblemente preocupado, el capitán Burne; a continuación Viiles Falux completamente indiferente y, finalmente, yo mismo detrás de ellos, fijamos la mirada con atención en la pantalla, que era el último testigo vivo de lo sucedido a bordo de la Intrepid. El oficial Conrad sentado delante de la consola abrió el archivo correspondiente, apareciendo las imágenes esperadas en su pequeña pantalla.

-   Quiero expresar lo orgulloso que me siento de mi tripulación — expresó, mirando directamente al objetivo, el capitán Pickman —. En particular de mis jefes de sección: Alan Wilson, Byte, Greyson Benz y Helena Newcomen. Estamos preparados para activar el Motor de Iteración Fractal abriendo el camino hacia Proxima Centauri...

Pudimos ver como uno a uno, toda la experimentada tripulación al completo, miraba sonriente a su querido y respetado capitán.

-   Para poder destacar en la Flota Estelar puedes hacer dos cosas; ser el mejor, o meterte en líos. Bien, pues John Luck Pickman tenía estas dos cualidades, con lo cual no era difícil imaginar que llegaría lejos — Al escuchar estas palabras de labios del capitán Burne, pudimos captar que él también guardaba un respetuoso recuerdo del capitán Pickman.

-   ... Potencia de impulso. ¡Desaceleración total! — oímos gritar al capitán Pickman, a la vez que el sonido grabado en el puente de mando se convertía en un insoportable rugido.

La imagen nítida que hasta hacía escasos segundos había aparecido en el monitor, desapareció inesperadamente, convirtiéndose durante unos segundos en una insoportable espiral de luces negras y azules, acompañadas de unos dolorosos y agónicos gritos.

-   ¿Qué estamos viendo? — el capitán apuntó temblando con su dedo índice hacia la pantalla.

-   Lo pasaré por unos cuantos filtros, quizás pueda limpiarlo y recuperar la información — nos informó Ro desde la Neptuno.

A continuación, se restableció la imagen indefinible, y pudimos ver el puente de mando principal de la Intrepid con los cuerpos de la tripulación tal y como nosotros los habíamos encontrado.

-   Piense una hipótesis, Walley ¿locura, histeria colectiva, delirio?

-   Todas y ninguna, capitán Burne — contesté sin saber muy bien que decir.

Cabizbajo, me dirigí al rincón en el que se encontraba el oficial, sujetando entre sus brazos el cuerpo de nuestro querido Byte; comencé a analizar su cerebro con mi instrumento decodificador y en la pantalla de visualización aparecieron varios datos y gráficas que indicaban que algunos de los registros del cerebro protónico del teniente todavía estaban en su memoria, aunque no podía precisar con seguridad con qué calidad, ni por cuanto tiempo.

-   Capitán, es posible que aún existan datos recuperables en la memoria interna del Teniente Comandante Byte.


8.   Primeras dudas.

 

Ingeniero Wilbur Walley — Anotación Personal:

Conocí famoso Físico Matemático experto en dominio V-espacial Thomas Devon en el año 2.266, en el departamento de Ciencias Físicas Experimentales de la Universidad de Dunwich, durante las primeras fases del desarrollo teórico del Motor Dinámico Fractal; trabajando junto al el Doctor Albert Held, Físico Teórico británico, conocido por sus intentos de aunar la relatividad especial con la teoría cuántica y por sus aportaciones íntegramente relacionadas con la cosmología, cuando el proyecto no era más que un estudio sobre las aplicaciones prácticas de la geometría simétrica y espiral.

Greyson demostraba un gran interés por el proyecto; había realizado más de una aplicación práctica en los sistemas caóticos; en especial, le fascinaban los escritos y documentos de un grupo secreto de científicos, conocidos bajo el nombre Apophys, cuyas teorías se remontaban a los oscuros días de la Edad Media. Ellos, los Apophis, tradujeron la Geometría Fractal de su lengua original a las tres grandes lenguas de las culturas mundiales, Inglés, Español y Chino.

Durante nuestras largas conversaciones, le expliqué a Thomas Devon en varias ocasiones que deploraba el ciego desdén con que el mundo consideraba a las ciencias avanzadas. A menudo le escuchaba y me contentaba con ser un espectador, dejando que mi imaginación vagara a voluntad por las principales corrientes de ese impetuoso río que es la física V-espacial; deslizarme por la superficie era suficiente para mí durante aquellas conversaciones... raras veces realizaba una in­mersión ocasional hacia las profundidades del tema. Como científico y soña­dor, ponía buen cuidado en no perderme entre las tinieblas de los fosos donde nos hundían sus avanzadas teorías... uno siempre deseaba poder emerger de nuevo a un cielo azul y calmo en un mundo que no creía en esas rea­lidades.

Pero pasado un tiempo, en el caso de Devon, fue ya todo diferente. Él comenzaba a tener dudas sobre el proyecto del motor fractal, según me comentó. Se trataba de un camino difícil de recorrer; había peligros espantosos, ocultos a lo largo de todo el recorrido; a menudo eso era tan cierto que el viajero no los descubría hasta que ya era demasiado tarde. El ser humano común no había avanzado mucho por la vía de la evolución; muy inex­perto aún, su falta de conocimiento, como raza, constituía una poderosa muralla contra los pocos de sus congéneres que buscaban adentrarse por desconocidos caminos. Devon, influenciado por las ideas de Greyson, hablaba de men­sajeros llegados de más allá de nuestras tres dimensiones y citaba oscuros pasajes del libro “Destino: Dimensión Fractal”. Se refería innumerables veces a la posible existencia de seres desconocidos, entidades terriblemente inhumanas, imposibles de comprender de acuerdo con los cánones conocidos; y de ser combatidos, y mucho menos vencidos de manera efectiva por la humanidad.

 El Físico Teórico y cosmólogo Viiles Falux hizo su aparición en los laboratorios del proyecto en la época en que el motor dejó de ser una mera conjetura teórica sobre el papel y ya se había convertido en un modelo funcional en nuestro laboratorio. Por aquel entonces, nos encontrábamos realizando la primera fase de las simulaciones prácticas del Motor Fractal. Un buen día entró en el laboratorio durante el curso de una simulación, observándonos a todos con orgulloso desdén; más tarde, el Doctor Held nos lo presentó como un nuevo miembro del proyecto pro­cedente de un país extranjero. Había algo en Falux que despertó in­mediatamente mi interés. No logré determinar a qué raza o nacionalidad podía pertenecer... era lo que podría decirse un ser humano de una constitución excepcional, cada uno de sus movimientos poseía la gracia y el ritmo de un miembro de la elevada nobleza. Sin embar­go, bajo ningún aspecto podía considerarse un afeminado.

Según nos explicó su primer día en el laboratorio:

-           Cada uno de los experimentos que me propongo realizar pueden ser considerados por ustedes como muy arriesgados y extremos… pero tengo confianza en mi inteligencia y objetivos.

El hecho que la mayoría de los científicos le evitáramos, no parecía molestarle en absoluto. Ello se debía a la total frialdad de su carácter y a su carencia total de empatía. Hubo una vez; por ejemplo, en que estando en el laboratorio, nos encontrábamos realizando una serie final de iteraciones, cuando éstas comenzaron a desviarse de su límite final esperado, provocando un grave error en el experimento y haciendo estallar contra el rostro de Thomas Devon algunos componentes del motor. Varios fragmentos de metal se le clavaron profundamente en la piel; mas Falux no dio la más leve muestra de alarma, obligó a abstenerse de socorrerle al resto de miembros del equipo, y procedió a continuar con el experimento en cuanto el médico terminó de realizar una breve cura en el rostro de Devon del que aún manaba abundante sangre.

Algo que siempre nos resultó desconcertante de su fría actitud fue el hecho de que cuando alcanzábamos los sucesivos objetivos de cada una de las etapas del diseño y construcción del Motor Fractal; el extraño cosmólogo, sin dar ninguna explicación a los responsables del proyecto, tomaba su vehículo espacial privado rumbo a un destino del que según él no estaba obligado a dar información, y de donde regresaba varios días después aún más soberbio e iracundo que en el momento anterior a su partida.

El acto final de esta tragedia comenzó la víspera del despegue, cuando conversábamos acer­ca de la composición de un portal estelar auto similar, generado por el conjunto de puntos estables de órbita acotada bajo cierta transformación iterativa no lineal, y discutíamos las posibilida­des prácticas de tal materia. Uno de nuestros científicos adjuntos llamado Colby, presentó un argumento ex­traordinariamente ingenioso en contra, consideró ridículo aso­ciar los experimentos en aplicación a las formas espaciales de los objetos y que se observan también en la propia dinámica evolutiva de los sistemas complejos, y llegó a la conclusión final que una apertura estable hacia la conocida por nosotros como Dimensión Fractal; al margen de los medios mecánicos de inducción, era posible pero de todo punto no deseable.

Fue al llegar a este punto, cuando Falux intervino. Lo que él dijo, no puedo recordarlo, pero todo concluyó con un desafío directo a Falux para que demostrara sus asertos. Devon per­maneció callado durante el curso de este debate; estaba más bien pálido y trataba, según pude notar, de hacerle una señal de advertencia a Colby.

El día del despegue, fuimos cinco los que nos reunimos ante uno de los grandes ventanales del Centro De Control Espacial situado en una de las salas de la cúpula de observación situada en la parte superior de la Base Estelar: Granville, Chalmers, Colby, Devon y yo. Devon fuma­ba un cigarrillo tras otro, se mordía las uñas y hablaba solo en voz baja. Sospeché que algo anormal estaba sucediendo, pero de qué se trataba, no tenía la menor idea. Luego llegó Falux, y la conversación interior, si así puede llamarse, cesó.

Colby repitió su advertencia, diciendo que las consecuencias de poner en marcha el nuevo Motor Fractal todavía no eran conocidas en su totalidad, añadiendo que debíamos haber realizado más simulaciones de las sucesivas potencias de iteración con el fin de asegurarnos de que no ocurrirían accidentes fatales. No se podían utilizar inhibidores topológicos, tractores cíclicos, ni cualquier otro medio mecánico para evitar la apertura de fracturas no esperadas en el tejido espacial. Todo el motor se basaba por completo en la dinámica de los ciclos, en los que partiendo de una realidad establecida simple acaban en la creación de una nueva realidad más compleja, y donde las evoluciones dinámicas de todos estos ciclos presentaban las similitudes propias de los sistemas caóticos. Falux asintió, ignorando con una rasgada sonrisa de superioridad todas las advertencias, encendió las pantallas de comunicación con la tripulación de la astronave; y luego, volviéndose, dirigió su mirada a Colby.

Nosotros le observábamos, esperando Colby que moviera los diales con sus manos y pronunciase alguna orden: él no hizo ni lo uno ni lo otro. El cosmólogo fijó su mirada en Colby, y éste se puso rígido como si hubiesen aferrado su corazón con una terrorífica garra; acto seguido, con la mirada perdida en el vacío ante él, se puso lenta­mente en pie, caminando en silencio hacia la consola que se encontraban justo al lado de la del demoníaco cosmólogo.

La voz del mejor capitán de la Flota resonó con toda claridad por todo el Centro de Control a través de unos potentes altoparlantes:

-   Termino de dar un fructífero paseo desde la Ingeniería hasta el Puente de Mando Principal de mi nuevo destino, la nave estelar U.N.S. Intrepid — un claro tono de orgullo se captaba en su voz.

Todos los asistentes y auxiliares que prestaban su ayuda al despegue de la astronave en el Centro de Control se miraron entre sí con complicidad y respondieron al primer reporte del capitán con un largo y sonoro aplauso.


9.   Permiso para subir a bordo.

 

Greison Benz, encargado de la sección de ingeniería, y el capitán John Luck Pickman se encontraban en el lujoso nivel de oficiales 5 de la Estación Orbital de la Tierra observando las magníficas vistas del espacio exterior desde la cúpula de observación, esperando a la hora del despegue para dirigirse hacia el interior de una pequeña lanzadera de la Asociación Astronáutica Mundial. La diminuta nave cilíndrica se separó lentamente del puerto que la unía a la inmensa estructura de la base y comenzó su viaje hacia la gran nave estelar que la esperaba en la lejanía.

-   La tripulación no ha dispuesto de tiempo para su adaptación a los nuevos equipos — comentó preocupado el ingeniero, a la vez que el capitán le miraba con expresión divertida —. Y los motores no han sido probados a potencia máxima. Además… un capitán sin experiencia...

-   Dos años y medio como Jefe de Operaciones de la Flota Estelar pueden haberme desfasado un poco, pero no por ello me considero sin experiencia — en la respuesta del superior no había ningún mal ánimo, más bien, una alegría contenida.

-   Esta otra vez a mis órdenes, Greison — ahora la emoción ya era más que palpable.

-   ¿De nuevo a sus ordenes, señor? — contestó el ingeniero con un respetuoso cariño —. No le habrá sido sencillo convencer al director de la flota.

-   ¡Tiene razón! — ambos colegas estallaron en una gran carcajada.

-   A un hombre capaz de tal hazaña no me atrevería nunca a defraudarle.

El frente de la diminuta nave estaba dominado por un gran ventanal desde el que el capitán observó emocionado y con expresión arrobada la impresionante e inmaculada astronave que les esperaba en la vasta estructura de la bahía espacial. Ambos tripulantes no podían evitar mirarse con satisfacción; entre amplias sonrisas de orgullo, frente al espectacular triunfo de la ciencia humana que representaba la construcción de la espectacular nave espacial.

El torbellino de emociones en el interior de la pequeña lanzadera era ya incontenible cuando ésta llegó al puerto de atraque de estribor.

-   Gracias, señor Benz — expresó agradecido el capitán sin poder evitar una emocionada sonrisa.

-   Siempre a sus órdenes — contestó su compañero con un sentimiento mutuo.

Varias decenas de miembros del personal se ajetreaban frenéticamente y sin descanso en sus tareas respectivas en el amplio y bien iluminado pasillo central; a la vez que varias lanzaderas con suministros de material entraban y salían por el portón de la bahía principal.

-   Permiso para subir a bordo — requirió el capitán antes de acceder al interior del vehículo a un joven oficial de seguridad.

-   Permiso concedido, Bienvenido a bordo.

-   Teniente Benz, le requieren urgentemente en navegación.

Una vez que el ingeniero se hubo separado de ellos, el capitán Pickman accedió al ascensor y dio la orden de voz para dirigirse al Puente de Mando.

La Consejera Helena Newcomen y el Primer oficial Alan Wilson ya se encontraban a bordo desde hacía varias horas realizando sus respectivos trabajos de inspección previos al inminente despegue de la nave. También en el puente se encontraban cuadrillas de personal haciendo preparativos y reparaciones de última hora.

-   Flota Estelar acaba de comunicar su llegada, señor — expresó Helena con gran alegría.

La Consejera, el Primer oficial y el androide Byte se acercaron emocionados rodeando al recién llegado:

-   Gracias por su recibimiento. Señor Wilson reúna a la tripulación en la sala de recreo. Quiero que todos conozcan la enorme importancia de esta misión.

El capitán Pickman abandonó el puente y se dispuso a realizar una inspección de la nave.

-   Navegación a los puentes — ordenaban potentes altavoces resonando por los numerosos corredores de la astronave —. Prueba de potencia auxiliar en tres minutos.

El capitán de la Intrepid se dirigió hacia la sección de ingeniería donde, con una pícara y melancólica sonrisa, observó la incansable actividad que allí se desarrollaba.

-   Termino de dar un fructífero paseo desde la Ingeniería hasta el Puente de Mando Principal de mi nuevo destino, la nave estelar U.N.S. Intrepid —. El capitán John Luck Pickman dirigía su primer informe a Control de Lanzamiento con la solemnidad requerida en tal importante ocasión —. Su tamaño y complejidad me han impresionado. En cuanto ha la tripulación, aún nos faltan algunos cargos importantes, pero como ya he comprobado, el experimentado oficial Alan Wilson, ya se ha unido a nosotros.

 


10.                     Esta nave está herida de muerte.

 

-           ¿Qué ocurrió aquí, señor Falux? — preguntó el capitán, a la vez que unas profundas arrugas surcaban su frente en un claro gesto de preocupación. Ambos se miraron a los ojos; el superior dubitativo, el cosmólogo desafiante, durante unos segundos y sin pronunciar palabra.

La puerta de acceso al puente principal saltó sorpresiva y violentamente arrancada de sus gruesos goznes hacia el interior de la sala, una gran explosión surgió sin previo aviso desde detrás de la compuerta, lanzando al capitán Burne al suelo. El puente de mando se convirtió a partir de ese momento, en un infierno de fuego blanco—azulado y cristales afilados volando en todas direcciones.

Una vez recuperado, el capitán se puso trabajosamente en pié.

-   Les habla el capitán Burne, ¿Están todos bien?

El oficial Conrad, estaba ya intentando apagar varios fuegos con uno de los extintores portátiles de la nave.

-   ¿Qué demonios ha pasado? — preguntó intentando hacerse oír entre el rugido del fuego.

-   Se ha abierto una brecha en el casco — nos reportó a gritos la Alférez Ro.

-   ¡Intentaré contener el aire!

-   ¡Estamos despresurizando! — informó Falux. Miles de ardientes chispas caían sobre todo su cuerpo pero no parecía sentirse amenazado por la situación.

-   Oficial Conrad, ¡Informe! — aulló el capitán preso entre las llamas.

-   Se ha perdido el colector de hidrógeno de estribor y se ha abierto una brecha en el casco... Los circuitos de seguridad están fallando... Solo quedan 28 minutos de gas, señor... los tanques de oxigeno han fallado — el oficial gritaba con todas sus fuerzas, intentando hacerse oír entre las ensordecedoras explosiones —. Esta nave está herida de muerte.

-   Nos vamos de aquí — ordenó nuestro superior, dirigiéndose directamente a Falux.

-   No podemos irnos. Tenemos órdenes específicas — contestó Falux cruzado de brazos, con voz tranquila.

-   Es nuestra única oportunidad — contesté huyendo de las peligrosas llamas que ya amenazaban con atraparme.

-   ¡Rescatar a la tripulación y salvar lo que quede de la nave! ¡Esas son mis órdenes específicas! — replicó el capitán Burne, dirigiéndose directamente al cosmólogo.

-   ¡No podemos irnos de mi querida nave! — Gritó el cosmólogo, que se giró hasta enfrentarse cara a cara al capitán — ¡Ni siquiera sabemos lo ocurrido aquí!

-   ¿Quiere morir? — se enfrentó el oficial Conrad de cara, por la irrespetuosa actitud de Falux.

-   Oficial, señores Walley y Falux carguen con el cuerpo de Byte, hasta la enfermería. Le conservaremos en una de las cámaras.

Las monstruosas llamaradas que cubrían el puente de mando y las impredecibles explosiones que amenazaban con acaban con nuestras vidas, terminaron por obligarnos a utilizar nuestros cascos e intercomunicadores personales.

-   Al habla el capitán Burne. Les quiero a todos a bordo de la lanzadera. Regresaremos inmediatamente a la Neptuno. No voy a exponer a un peligro de origen desconocido a los 40 tripulantes de mi nave. Llevaremos el cuerpo de este androide de vuelta a la Tierra para que los investigadores de la Asociación Astronáutica Mundial realicen un análisis completo de sus sistemas.

Huimos a la carrera de las ardientes llamaradas que estaban calcinando todo lo que se encontraba en el interior del puente de mando y nos dirigimos enfebrecidos, rápidamente y cabizbajos por los laberínticos y oscuros pasillos de la nave hasta la enfermería, donde introdujimos el rígido cuerpo de Byte en una cápsula de sueño criogénico, y cargamos con ésta hasta alcanzar nuestra lanzadera personal que nos llevaría de regreso a la seguridad de nuestra astronave.

-   Oficial Ro, prepare nuestro regreso para descontaminación de nivel máximo, e informe a la Doctora McFaden de que cuando lleguemos nos haga una exploración completa a los cuatro.

Durante todo aquel recorrido a través de la Intrepid, permanecimos en el más completo silencio; tan solo mirándonos nerviosamente unos a otros en alguna ocasión, espantados y atemorizados por el perturbador misterio hallado en el puente de mando principal de la astronave U.N.S. Intrepid.

-   Atención, lanzadera Galileo — 07 ha llegado.

-   Equipo médico y análisis de riesgo biológico preparado para su llegada -. Nos informó la oficial médico.

Nos pusimos de nuevo nuestros gruesos e incómodos trajes espaciales y nos dirigimos hacia la posición de la lanzadera. Conrad encendió el motor, y ésta comenzó el vuelo de regreso sin dificultades. Atrás volvió a exten­derse la gran astronave, como había ocurrido al llegar, y comenzamos a alejarnos sin dificultades. Muy cerca de nosotros debía de haber grandes perturbacio­nes, pues el brillo cegador de los siniestros relámpagos no cesaba, pero la navegación no ofrecía grandes peligros.

Conrad, visiblemente nervioso, no podía estarse quieto. Yo sentía cómo se volvía, una y otra vez, mirando aquella pavorosa nave que dejábamos atrás. Justo en el momento en que nos acercábamos a la Neptuno, lancé aquel grito enloquecido que casi nos lleva a la muerte. Durante un segundo el oficial perdió el gobierno de la máquina. Se recobró enseguida, pero temo que yo no vuelva a ser nunca el de antes.

Una vez alcanzada nuestra nave exploradora, el capitán Burne se atrevió a romper nuestro silencio ordenando a la oficial Ro, que hasta entonces había permanecido a bordo de la nave Neptuno, que pulsara en su consola las ordenes necesarias para dirigirnos de regreso a la Tierra.

Ya nos alejábamos de aquella horrible pesadilla, cuando un último y horroroso resplandor atravesó las ventanas cegándonos a todos los que nos encontrábamos en el puente de mando de la Neptuno.

Una serie de gigantescas y absolutamente ensordecedoras explosiones destruyó la sección delantera de la Intrepid, a la vez que varios fuegos se extendían rápidamente por sus numerosos corredores. La astronave se vio rodeada de múltiples anillos de fuego que aparentaban querer devorarla en un remolino de insano apetito; a los que siguió la aparición de una inconmensurable esfera acrisolada y purificadora cuya implosión colapsó los últimos restos de la maliciosa astronave U.N.S. Intrepid.

Todos nosotros; con nuestros cuerpos, tanto como nuestras mentes, agotadas y doloridas, observamos como en el espacio que ocupaba la astronave ya no quedaba absolutamente nada, salvo algunos espectrales relámpagos.


11.                     Incluso el nombre es misterioso.

 

Las abejas obreras, como cariñosamente se llamaban a las pequeñas y versátiles naves de construcción diseñadas para apoyar en la construcción y mantenimiento de las astronaves, así como en las estaciones de trabajo, fueron retirándose de sus trabajos sobre la Intrepid y alejándose de la dársena espacial. Los potentes focos de trabajo que hasta entonces habían iluminado el perlado fuselaje de la astronave se fueron apagando secuencialmente.

-   Control de Plataforma da su aprobación — reportó Alan Wilson desde su puesto.

-   Timón dispuesto — esta vez fue el androide Byte el encargado de dar su informe.

-   Material de Transporte da su aprobación — informó la experimentada Consejera Newcomen, girándose desde su consola.

-   ¿Propulsores, señor Wilson?

-   Propulsores preparados, capitán — cumplió el primer oficial, a la vez que pulsaba las acciones correspondientes en su consola —. Propulsores en espera, señor.

Las últimas abejas se alejaron definitivamente de la astronave; a la vez que varios focos direccionales hacían que sobre el casco se iluminasen sus zonas principales.

-   Adelante... — el capitán Pickard dio aquella orden con un emotivo temblor en su suave voz.

Muy lentamente, la nave estelar U.N.S. Intrepid, la máxima hazaña de la ciencia humana se puso en movimiento, alejándose de la compleja estructura del puerto espacial y dejando atrás la órbita del planeta Tierra.

-   Puente de Mando, todo dispuesto — informó Greyson Benz desde la sección de ingeniería —. Potencia impulsora a su discreción.

-   Aumente la intensidad, señor Byte. Potencia máxima cero coma cinco.

El capitán Pickman no podía evitar mirar hacia las lejanas estrellas con un claro temblor de emoción en su voz, mientras impartía sus concisas ordenes.

-   Angulo de lanzamiento.

-   Angulo de lanzamiento en pantalla. Visión frontal.

Como estaba previsto, una vez en el espacio la astronave alcanzó mayor velocidad. El capitán observaba las miles de estrellas que aparecían en la pantalla principal de navegación con lágrimas en los ojos.

Atravesaron a increíble velocidad la órbita del gigante gaseoso Júpiter y sus numerosos satélites.

-   Cuaderno de bitácora: Ocho horas desde el lanzamiento. A fin de completar la misión con el mayor éxito posible, hemos decidido alcanzar la potencia máxima tras sobrepasar la órbita del gélido y misterioso Plutón.

-   ¿Capitán? Suponiendo que podamos utilizar la máxima potencia acelerando a potencia 7 al abandonar el Sistema Solar, llegaremos a la estrella Próxima Centauri en menos de veinte horas —. Hizo saber Alan Wilson.

-   Cálculos del comandante... confirmados —. Contestó con una sonrisa hacia el Primer oficial la Consejera Helena Newcomen.

-   ¿Estarás de acuerdo Byte en que la primera misión de esta astronave es de gran importancia? — John Luck se apoyó en el respaldo del sillón del Teniente con evidente familiaridad.

-   ¿Importancia? Solo hay que comprobar el correcto funcionamiento de la nueva unidad fractal con la que se ha equipado a esta nave.

-   Así de sencillo — bromeó el capitán.

-   Motor Dimensional Fractal — opinó la Consejera Helena Newcomen —, incluso el nombre es misterioso.

-   Pregunta: la palabra... “misterioso”… — quiso saber el androide Byte mientras pulsaba varios controles en su consola

-   Byte, ¿cómo ha podido ser programado como una enciclopedia humana sin conocer una palabra tan simple como “misterioso”? — contestó el capitán divertido desde su sillón de mando situado en la parte central del puente.

-   Posibilidad. Un comportamiento humano para el que no estoy diseñado — respondió el tripulante androide poniéndose en pie.

-   Significa... — el capitán se llevó las manos al rostro en un claro gesto de que se encontraba ya cansado de aquella conversación con el androide.

-   Conozco el termino — comenzó a parlotear el androide —. A posteriori, alude a lo que es conocido por medio de la experiencia. A priori, en filosofía hace referencia al conocimiento adquirido sin contar con la experiencia, es decir, aquel que se adquiere mediante el razonamiento deductivo.

-   Byte, por favor, todos los que nos encontramos a bordo de esta nave sabemos de sus conocimientos enciclopédicos. Siéntese en su puesto y continúe con sus labores de pilotaje y comunicaciones — el capitán, con una amplia sonrisa, había pasado en cuestión de segundos del tedio a una actitud más divertida ante el parloteo imparable del robot —. Veamos de lo que es capaz de hacer esta nave de clase Soberana. Teniente comandante Byte, informe a la sala de reactores de que el ingeniero Greison Benz prepare a la Intrepid para aceleración máxima.

-   Sí, señor.

-   ¿Programa preparado?

-   Programa preparado para entrar a potencia normal — informó desde su puesto a la derecha del capitán el primer oficial Alan Wilson —. Pero recomiendo un estudio de simulación más amplio — añadió preocupado, girándose en su sillón para dirigirse directamente al capitán.

-   Señor Wilson, las simulaciones necesarias para el funcionamiento correcto de esta nave ya se han realizado en la Tierra por el equipo de desarrollo e ingeniería. Preparados para potencia máxima.

-   ¡Capitán! — en todo el puente de mando se escuchó la voz del jefe de la sección de ingeniería —. No disponemos todavía del flujo de energía necesario.

-   Señor Benz, necesitamos la capacidad de alcanzar la potencia máxima al llegar a la órbita de Plutón.

-   Eso es todo señor, no puedo hacer más — expresó uno de los tripulantes de ingeniería.

-   De acuerdo — fue la preocupada respuesta de Greyson Benz —. Tenemos el simulador al límite. No puedo garantizar que resista.

-   Preparados para acelerar.

-   El panel está verde capitán, todo a punto — hizo saber la Consejera Newcomen.

-   Quiero expresar lo orgulloso que me siento de mi tripulación. En particular de mis jefes de sección Alan Wilson, Byte, Greyson Benz y Helena Newcomen — uno a uno fueron girándose alegremente en sus asientos y saludando con una sonrisa a su capitán —. Estamos preparados para activar el Motor de Iteración Fractal abriendo el camino hacia Proxima Centauri.

-   Preparados para acelerar y... ¡en marcha! Iteración de potencia uno, señor Byte — ordenó el capitán con voz calmada. Desde su sillón apuntó hacia el frente con determinada decisión.

-   Acelerando hacia iteración de potencia uno, capitan — el robot hizo avanzar un pequeño dial situado en su consola — cero coma siete, coma ocho...

La nave estelar comenzó a ganar velocidad de distorsión, viajando a través del espacio más y más deprisa.

-   Iteración de potencia uno, señor — reportó Byte, a la vez que se giraba hacia el capitán.

-   Iteración de potencia dos, a mi señal — avisó levantando la mano el capitán, percatándose de que un agitado brillo con una distante mancha intimidatoria en su centro invadía el campo de visión de la pantalla.

-   Iteración de potencia dos, todo dentro de los parámetros normales — informó Byte, a la vez que el capitán mostraba una amplia sonrisa de satisfacción.

El enigmático brillo que ocultaba las veloces estrellas en la pantalla, sustituyó la porción de universo que aparecía en la pantalla por una ánimo negativo con violentos relámpagos ansiosos, que obligó a la tripulación del Puente a cerrar los ojos y ocultar el rostro con las manos.

-   Aceleremos hasta superar iteración de potencia siete — ordenó el capitán.

-   Iteración de potencia tres...

Esta vez, el universo se convirtió en un color pálido y agotador, con una forma deprimente y enfermiza que se retorcía por todos los ángulos gran pantalla.

-   Señor, sería necesario realizar una nueva tanda de simulaciones antes de superar la iteración de potencia cinco -. Informó, poniéndose en pie y acercándose al puesto del capitán, el primer oficial Alan Wilson.

John Luck se encontraba en pie delante de su asiento, como ensimismado, observando aquellas misteriosas formas que se reflejaban en sus ojos húmedos.

-           Iteración de potencia cuatro...

No existía ya nada más en el Puente de Mando principal salvo un frío y desorientador fulgor con un distante y fúnebre triángulo girando en su centro.

-   Iteración de potencia cinco – informó Byte al punto.

-   Señor, escúcheme, se lo ruego – imploró Wilson -. Hacer superar al motor fractal la iteración de potencia cinco en nuestras condiciones actuales puede poner en un grave riesgo la misión.

-   Por favor, capitán. Solo escuche sus razones… – comenzó la consejera Newcomen, al borde del llanto, pero su consejo se vio interrumpido por la mirada airada del capitán.

-   Iteración de potencia seis - toda la tripulación se miró espantada bajo aquella depresiva luz al observar como cualquiera de sus movimientos dejaba atrás una alargada e intimatoria estela negra -... Iteración de potencia siete…

La mancha triangular se transformó raudamente en un objeto geométrico de forma fragmentada e irregular.

-        Iteración de potencia ocho - la voz de Byte llegó a los oídos del resto de la tripulación en el puente con la horrorosa reverberación del interior de una tumba -. Iteración de potencia nueve…

-        ¡Lo vamos a lograr! – exclamó el capitán Pickman adelantándose en su asiento.

-        Iteración de potencia diez – informó finalmente Byte.

El gesto de arrobada felicidad del capitán se convirtió bruscamente en una ansiedad en aumento al comenzar a girar las intermitentes luces rojas de la sirena de alarma del Puente con violenta agitación.

 

¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!!...

 

-   Potencia de impulso. ¡Desaceleración total! — gritó el capitán con expresión muy preocupada, a la vez que todos en el Puente de Mando se abrochaban su cinturón de seguridad.

 


12.Me estoy muriendo.

 

El teniente comandante Byte yacía en una de las salas blancas y asépticas de observación de la sección de enfermería, su aspecto llamaba especialmente la atención por su extremada delgadez y también por el repentino encanecimiento de su cabello anteriormente negro, un brusco cambio en su constitución corporal de gran extrañeza, tratándose en especial de un androide. Desde su ingreso en la enfermería, ya había conseguido dormirle en varias ocasiones mediante medios electrónicos sin mucha dificultad, pero me engañaba a mí mismo en cuanto a otros resultados de mis experiencias que su peculiar constitución robótica me habían hecho anticipar. Su voluntad no quedaba por completo sometida a las órdenes introducidas en su cerebro a través de la computadora, y por lo que respecta a la observación de registros en pantalla, no pude obtener de él nada digno de reseñar. Siempre atribuí mi fracaso en estos aspectos a ciertos desordenes producidos en su cerebro durante los anómalos hechos acontecidos a bordo de la Intrepid. En las últimas horas, había tomado la costumbre de hablar tranqui­lamente de su próximo fin, como de un hecho que no podía ser ni evitado ni lamentado.

Le hablé con franqueza del asunto; y, con sorpresa por mi parte, su interés pareció vivamente excitado. Digo con sor­presa por mi parte porque, aunque siempre se había prestado amablemente a mis experien­cias en el campo de la inteligencia artificial, nunca había dado alguna señal de simpatía hacia ellas.

Hace ahora más de siete minutos que recibí del propio Byte el siguiente mensaje:

 

“Querido Wilbur:

Puedes subir ahora. Los Doctores están de acuerdo en que no puedo pasar de la media noche de mañana, y creo que han acertado la hora con bastante aproximación.

Byte”

 

Quince minutos después de recibir esta nota me hallaba en la sala en la que yacía el moribundo. No le había visto desde hacía diez horas, y me asustó la terrible alteración que en tan breve intervalo se había operado en él. Su rostro tenía un color plomizo; sus ojos carecían totalmente de brillo y su delgadez era tan extrema que los pómulos le habían agrietado la piel. Sin embargo, conservaba de un modo muy notable tanto su memoria, como su capacidad de razonamiento y un cierto grado de fuerza física. Hablaba con claridad, y cuando entré en la habitación, se hallaba ocupado dictando notas en una pequeña grabadora. Estaba incorporado en su lecho ayudado por varias almohadas, mientras expertos doctores en biología robótica analizaban su estado fisiológico.

Después de estrechar con suavidad la mano de Byte; llevé aparte a estos doctores, que me explicaron minuciosamente el grave estado del androide. La opi­nión de ambos médicos era que el teniente comandante Byte moriría aproximadamente a la medianoche del día siguiente, domingo. Eran entonces las siete de la tarde del sábado.

Al abandonar la cabecera del enfermo para hablar conmigo, los doctores le habían dado su último adiós a tan estimado paciente. No tenían intención de volver, pero, a petición mía, consintieron en ir a ver al paciente sobre las diez de esa misma noche.

Comprobé que la memoria del androide se encontraba, para nuestra gran suerte, en perfecto estado y sin error alguno porque después de una agradable charla y ante el inminente final que le esperaba, comenzó a recordar sin ningún esfuerzo su polémico ensamblaje en el laboratorio del sabio Doctor Sooth, describiéndose a sí mismo como la culminación de sus laboriosos esfuerzos en el campo de la robótica. También recordó numerosas anécdotas de sus difíciles años de academia, ya que tuvo que enfrentarse a numerosos problemas para integrarse con el resto de cadetes, pero su determinación le permitió continuar adelante.

Con gran orgullo, mas con una apesadumbrada sonrisa, le vino a la memoria como después de muchos años al servicio de la flota, y haber ido ascendiendo gracias a sus extraordinarias cualidades, fue asignado como oficial jefe de operaciones en la que se esperaba fuese la más grande nave de la Asociación Astronáutica Mundial, la astronave U.N.S. Intrepid.

Si bien en un principio el androide Byte no dejaba de ser poco más que un ordenador con forma humana, lo que todos los que realmente le conocimos terminamos teniendo muy claro es que su mayor ambición era crecer, mejorar como ente, y tratar de acercarse lo máximo posible a sus amados seres humanos.

Cuando los expertos en robótica e inteligencia artificial abandonaron la habitación de la enfermería donde se estaba intentando recomponer el maltrecho cuerpo mecánico, e intentando restaurar sin el menor éxito los recuerdos del accidente de la memoria del teniente comandante Byte, hablé con libertad con mi querido androide de su posible muerte, y él me pidió que intentase recuperar de su memoria, utilizando cualquier medio necesario, y posteriormente guardar en algún medio electrónico los sucesos que ocurrieron en la malograda Intrepid después de la pérdida total de las comunicaciones. Declaró que tenía la extraña sensación, que quizás fuese aquella que los humanos llamábamos presentimiento, de que era muy necesario llevar a cabo esta tarea; y me urgió para que, costase lo que costase, comenzase la experiencia de inmediato. Dos doctores en bioelectrónica, un hombre y una mujer le atendían, pero yo no me sentía con libertad para comenzar tan complicada labor sin otros testigos más dignos de confianza que aquellos dos desconocidos, en caso de una más que probable muerte del androide. Retrasé, pues, la operación hasta las ocho de la noche si­guiente, pero la llegada de Thomas Devon y Viiles Falux me hizo desechar esta preocupación. En un principio, había sido mi propósito esperar por los médicos; pero me indujeron a comenzar, primero, los ruegos apremiantes de Byte, y, segundo, mi convicción de que no había tiempo que perder, ya que era evidente que agonizaba con rapidez.

Chalmers fue tan amable que accedió sin dudarlo a mi deseo y se encargó de tomar notas de cuanto ocurriese; así, pues, voy a reproducir ahora la mayor parte de sus anotaciones, copiadas al pie de la letra.

Eran aproximadamente las ocho menos cinc­o cuando, tomando la fría mano del paciente, le rogué que confirmase a Chalmers, tan claro como pudiera, cómo él, el teniente Byte estaba enteramente dispuesto a que se realizara con él una experiencia de restauración de contenidos de memoria bajo tales condiciones.

Él replicó, débil, pero muy claramente:

-   Sí, deseo que mi memoria sea restaurada — añadiendo inmediatamente —: Temo que lo hayas retrasado demasiado.

Mientras hablaba, le levanté el parche de piel artificial que ocultaba el interior de su cráneo para acceder a los puertos de entrada/salida de su cerebro protónico y comencé a conectar ciertos circuitos de su cerebro electrónico que ya había reconocido como las más efectivas para adormecer a un complejo cerebro Multiwork—3000. Evidentemente, sintió el influjo de la activación de la “tarjeta de grabación en memoria” a través de su frente; pero por más que desplegaba todos mis conocimientos para activarle los recuerdos perdidos, no se produjo ningún otro efecto más visible hasta unos minutos después de las diez, cuando los Físicos Granville y Colby llegaron, de acuerdo con la cita. Les explique en pocas palabras lo que me proponía, y como ellos no pusieran ninguna objeción, diciendo que el androide estaba ya en la agonía, continué sin vacilar trabajando en los complejos circuitos cerebrales del moribundo.

Este estado duró un cuarto de hora sin nin­gún cambio. Transcurrido este período, no obs­tante, un suspiro muy hondo, aunque natural, se escapó del pecho del androide, y cesaron los estertores.

A las once menos cinco, noté señales inequí­vocas de la influencia de mi manipulación en sus circuitos. El vidrioso girar del ojo, se había trocado en esa penosa expresión de la mirada hacia dentro que no se ve salvo en los casos de sonambulismo, y acerca de la cual es imposible equivocarse. Provoqué una pal­pitación en sus párpados, como cuando el sueño nos domina, y con unas cuantas ordenes más conseguí cerrarlos del todo. Sin embargo, no estaba sa­tisfecho con esto, y pulsé vigorosamente complicadas órdenes en la computadora directamente conectada a su cerebro, hasta que conseguí la paralización com­pleta de los miembros del durmiente. Las piernas estaban exten­didas, así como los brazos, que reposaban en la cama a regular distancia del vientre. La cabeza estaba ligeramente ladeada.

Cuando llevé esto a cabo, era ya mediano­che, y rogué a los señores presentes que examinaran el estado de Byte. Tras algunas experiencias, admitieron que se hallaba en un estado de catalepsia electrónica, insólitamente perfecta. La curiosidad de ambos físicos es­taba muy excitada. El Físico cosmólogo Viiles Falux decidió permanecer toda la noche junto al paciente, mientras Granville se despidió, prometiendo volver al rayar el alba. Colby y los expertos en electrónica y robótica se quedaron.

Dejamos a Byte completamente tranquilo hasta cerca de las tres de la madrugada; entonces me acerqué a él y le hallé en idéntico estado, es decir, que yacía en la misma ­posición... tenía los ojos cerrados naturalmente, y los miembros tan rígidos y tan fríos como el mármol. Sin embar­go, su aspecto general no era el de la muerte.

Al aproximarme a Byte, hice una especie de ligero esfuerzo para obligar a su brazo a seguir el mío, que pasaba suavemente de un lado a otro sobre él. Tales experiencias con este paciente no me habían dado antes ningún resultado, y seguramente estaba lejos de pensar que me lo diese ahora; pero, para mi sorpresa su brazo siguió débil y lentamente cada dirección que le señalaba con el mío. Decidí entonces intentar una breve conversación.

-   Byte — dije —, ¿duermes?

No contestó, pero percibí un temblor en las comisuras de sus labios, y esto me indujo a repetir la pregunta una y otra vez. A la tercera, se produjo en su cuerpo un levísimo estremecimiento; los párpados se abrieron, hasta descubrir una línea blanca del globo ocular; los labios se movieron con lentitud, y a través de ellos, en un murmullo apenas perceptible, se escaparon es­tas palabras:

-   Sí..., ahora duermo. ¡No me despierten! ¡Déjenme morir así!

Toqué sus miembros, y los hallé tan rígidos como siempre. El brazo derecho, como antes, obedecía la dirección de mi mano. Volví a pre­guntar al sonámbulo:

-   ¿Sientes algún dolor, Byte? Ahora, la respuesta fue inmediata, pero aún menos audible que antes.

-   No hay dolor... ¡No siento el cuerpo! ¡Me estoy muriendo!

No creí conveniente atormentarle más por el momento, y no se pronunció una sola palabra hasta la llegada del Físico Chalmers, que se presentó poco antes de la salida del sol, y que expresó un ilimitado asombro al hallar todavía vivo al pa­ciente. Me rogó que volviese a hablarle al durmiente. Así lo hice, preguntándole:

-   Byte, ¿duermes aún?

Como anteriormente pasaron unos minutos antes de que respondiese, y durante el intervalo el moribundo pareció hacer acopio de energías para hablar. Al repetirle la pregunta por cuarta vez, dijo débilmente, casi de un modo inaudible:

-   Sí, duermo... Me estoy muriendo.

Entonces, los ingenieros electrónicos expresaron la opinión, o, mejor, el deseo de que se permitiese a Byte reposar sin ser molestado, en su actual estado de aparente tranquilidad, hasta que sobre­viniese la muerte, lo cual, añadieron, debía ocurrir al cabo de pocos minutos. Decidí, no obstante, cumplir la última petición de Byte, hablarle una vez más, y repetí simplemente mi anterior pregunta.

Mientras yo hablaba, se operó un cambio os­tensible en la fisonomía del sonámbulo. Los ojos giraron en sus órbitas y se abrieron len­tamente, y las pupilas desaparecieron hacia arri­ba; la piel tomó en general un tono cadavérico, asemejándose no tanto a la cera como al papel blanco. Imagino que ninguno de los presentes estaba acostumbrado a ver el horror de un androide moribundo; pero el aspecto de Byte era en este momento tan espan­toso, sobre toda concepción, que todos nos apartamos de la cama.

Ya no había en Byte el menor signo de vitalidad y, convencidos de que estaba muerto, íbamos a dejarlo a cargo de los técnicos cuando se observó en la lengua un fuerte movimiento vibratorio, que continuó tal vez durante un minuto. Cuando hubo acabado, de las mandíbulas separadas e inmóviles salió una voz áspera, rota y cavernosa, una voz totalmente indescriptible, por la simple razón de que ningún so­nido semejante ha llegado jamás al oído huma­no. Había, sin embargo, dos particularidades que me hicieron pensar entonces, y aun ahora, que podían ser tomadas como características de la entonación y dar alguna idea de su pecu­liaridad ultraterrena. La voz nos parecía llegar a nuestros oídos, al menos a los míos, desde una gran distancia o desde algu­na profunda caverna subterránea.

Byte hablaba, evidentemente, en respuesta a la pregunta que le había hecho pocos minutos antes. Yo le había preguntado, como se recordará, si aún dormía. Ahora dijo:

-   Sí... No... He estado dormido..., y ahora..., ahora... ya estoy muerto.

Ninguno de los presentes trató de negar o si­quiera reprimir el inexpresable, el estremecedor espanto que estas pocas palabras, así pronunciadas, nos produjo. Colby se desmayó. Los técnicos abandonaron de inmediato la estancia, y fue imposible hacerlos regresar. No pretendo siquiera hacer comprensibles al lector mis propias impresiones. Durante cerca de una hora nos ocupamos silenciosamente, sin que se pronunciase una sola palabra, en que Colby recobrara el conocimiento. Cuando volvió en sí, volvimos a investigar el estado de Byte.

Su estado continuaba siendo exactamente el mismo. Discutimos acerca de la oportunidad y la posibilidad real de despertarlo. Era evidente que, hasta entonces, la muerte había sido deteni­da mediante la artificial manipulación de su cerebro electrónico. A todos nos pare­cía claro que despertar a Byte sería simplemente asegurar su instantáneo, o al menos rápido fallecimiento.

Viiles Falux fijó su mirada en Byte, y éste arqueó su cuerpo como si hubiese sido fulminado por un rayo; acto seguido, abrió los ojos vidriosos, pero la mirada estaba perdida en algún vacío invisible para todos los presentes salvo para él. Una gran pantalla que se había colocado en la pared frente a él, con el objeto de visualizar y registrar la información contenida en los registros de memoria del androide comenzó lenta­mente a emitir una serie de incompresibles imágenes, permaneciendo fija una estrecha franja negra que corría en diagonal a través de la imagen.

Mi memoria regresó al día en que había sorprendido al Físico y Matemático Thomas Devon en el acto de destruir unos papeles y aparatos, éstos cons­truidos, con toda la ayuda que pude brindarle, en un lapso de varios meses. Sus ojos poseían una terrible expresión, y no pude vislumbrar la sombra de una duda en ellos. Poco tiempo después de este suceso, Falux había hecho su aparición: me pregunté si ambos hechos podían tener alguna relación.

Salí bruscamente de mi ensimismamiento al oír el sonido de la voz de Falux, al ordenarle con aspereza a Byte que hablara, que nos di­jese dónde se hallaba y qué veía a su alrededor. Cuando Byte obedeció, fue como si su voz nos llegase desde una gran distancia.


13.                     ¡Agujero Sin Fin!

 

La escena que apareció en el monitor, acompañada por el relato de Byte, era ya conocida por todos los que nos encontrábamos en aquella habitación. El capitán John Luck Pickman ocupaba su sillón de mando en el centro del puente de mando principal de la Intrepid con una expresión de increíble alegría, cuando ésta se demudó, en un solo instante, en una ansiedad angustiosa al comenzar a girar las intermitentes luces rojas y la sirena de alarma del Puente.

 

¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!! ¡¡¡ALARMA!!!...

 

-   Potencia de impulso. ¡Desaceleración total! — oímos gritar al capitán, a la vez que las manos de Byte pulsaban las ordenes correspondientes en su consola.

Sería una locura inútil intentar describir el furioso huracán en el que se vio inmersa la nave estelar; tal y como pudimos observarla desde el punto de vista de Byte, después de la agitada orden del capitán. Los más experimentados Almirantes de la Flota Estelar jamás debieron conocer nada parecido.

-   Habíamos activado todas las medidas de seguridad — continuó narrando el androide —, antes de que el siguiente frente de ondas gravitacionales nos alcanzara; pero, a su primer embate, los propulsores de maniobra de popa dejaron de funcionar debido al excesivo esfuerzo soportado... y una de las bobinas de control exploto en pedazos provocando la muerte a casi un centenar de tripulantes.

Durante varios angustiosos minutos, quedamos completamente a merced de las fuerzas exteriores que hacían girar peligrosamente y sin ningún control a nuestra astronave, mientras yo trataba de calmar mis nervios y me aferraba a la butaca.

Desde el puente de mando sentimos un brusco temblor y creímos que toda la sección del disco se iba a resquebrajar, cuando ambos motores de impulso, derecho e izquierdo, de nuestra sección estallaron debido a una sobrecarga producida al tratar de mantener la nave en una posición correcta.

Cuando no pude resistir más, me enderecé sobre las rodillas, sosteniéndome siempre con las manos, y pude así asomar la cabeza por encima de mi consola.

Pronto nuestra nave dio una sacudida, y con eso se liberó, en cierta medida, de las ondas que la convulsionaban.

-   Control negativo — de nuevo se trataba de la ansiosa voz de Byte.

El capitán Pickman miraba en todas direcciones escuchando el continuo bombardeo de informes, viéndose completamente aturdido. Por entonces estaba tratando yo de recobrar los sentidos para decidir lo que tenía que hacer, cuando sentí que alguien me aferraba del brazo. Era Helena Newcomen, y mi pecho dio un vuelco, pues estaba seguro de que los golpes deberían haberla lastimado. Mas esa alegría no tardó en transformarse en horror, cuando el capitán, mientras conseguía ponerse en pie con gran trabajo gritaba:

-   ¡¡¡Agujero de Gusano!!!

Nadie puede imaginar mis pensamientos en aquel instante.

-   ...No funciona, hay derivaciones... — oímos la voz nerviosa de una de las tripulantes.

-           Se escapa a mi control — en esta ocasión era la voz de Byte la responsable del informe.

Demasiado bien sabía lo que el capitán Pickman estaba diciendo con esas simples palabras y lo que quería darnos a entender: Con las tremendas fuerzas que nos arrastraban, nuestra proa apuntaba hacia el horizonte de sucesos de aquel mortal agujero negro... ¡y nada podía salvarnos!

-   ... ¡Agujero Sin Fin! ... ¡No paro de intentarlo! — escuchamos gritar a una voz anónima desde la pantalla.

Nos encontrábamos navegando directamente hacia el vórtice, envueltos en el más terrible de los huracanes. Todos los tripulantes del Puente tratábamos sin éxito de mantener el equilibrio, pues éramos lanzados en todas direcciones. Sabía muy bien que estábamos condenados y que lo estaríamos igual aunque nos halláramos en una astronave cien veces más avanzada.

Un extraño cambio se había producido en el Universo que nos rodeaba. Alrededor de nosotros, y en todas direcciones, seguía tan negro como la más oscura de las noches, pero al frente, se abrió repentinamente un círculo de luz, brillantemente azul, con un brillo como no lo había conocido antes. Iluminaba con sus rayos todo lo que nos rodeaba, con la más cegadora claridad.

Ya había pasado el momento de calma y el remolino del abismo negro estaba en plena furia.

Y entonces empezamos a caer, con una velocidad infinita que me produjo náuseas y mareo.

-   Es imposible hacerse con los mandos — la temblorosa voz pertenecía a la consejera Newcomen.

Pero en el momento en que alcanzamos el horizonte de sucesos, pude lanzar una ojeada a la pantalla, y lo que vi fue más que suficiente. En un instante comprobé nuestra exacta posición. ¡El vórtice del Agujero! Tal como lo vi, me obligó a cerrar involuntariamente los ojos de espanto. Mis párpados se apretaron como en un espasmo.

-   Pantalla indica negativo — Allan Wilson se dirigía directamente a su capitán con un claro gesto de dolor y reproche.

Puede parecer peregrino, pero entonces, cuando estábamos sumidos en las fauces del abismo, me sentí más tranquilo que cuando veníamos acercándonos a él. Decidido a no abrigar ya ninguna esperanza, me libré de una buena parte del terror que al principio me había privado de mis fuerzas. Creo que fue la desesperación lo que templó mis nervios.

No hay duda que eran éstas la enloquecedoras fantasías en un cerebro colocado en semejante situación, y con frecuencia he pensado que la continua rotación de la nave alrededor del vórtice pudo trastornarme un tanto la cabeza.

Fue imposible contar cuántas veces dimos la vuelta al circuito. Corrimos y corrimos, entrando cada vez más hacia el centro del agujero lo que nos acercaba progresivamente a su horrible borde interior. El capitán estaba en su puesto, sujetándose a su sillón de mando, atado con su cinturón de seguridad y dictando sin descanso complejas órdenes a los responsables de navegación. Cuando ya nos acercábamos al borde del pozo, se soltó de su sillón y se dirigió hacia la pantalla. Jamás he sentido pena más grande que cuando lo vi hacer eso, aunque comprendí que su proceder era el de un enfermo, a quien el terror ha vuelto loco. Apenas se había conseguido poner en pié en su nueva posición, cuando dimos un brusco bandazo a estribor y nos hundimos directamente en el abismo.

Cada vez me sentía más mareado debido al vertiginoso descenso, e instintivamente me aferré con más fuerza al sillón y cerré los ojos. Durante algunos segundos no me atreví a abrirlos, esperando mi aniquilación inmediata y me maravillé de no estar sufriendo ya las agonías de la lucha final contra las tremendas fuerzas reinantes en el abismo. Pero el tiempo seguía pasando. Y yo estaba vivo.

Nunca olvidaré la sensación de pavor, espanto y admiración que sentí al contemplar aquella escena que se presentaba delante de mis ojos.

Lo que vimos en el monitor de imagen fue una escena tal vez creada por arte magia.

Desde el punto de vista del androide Byte, nos encontrábamos a mitad de camino en el interior de un embudo de inconmensurable circunferencia y profundidad, cuyas paredes, perfectamente lisas, giraban con gran velocidad, y el fúnebre resplandor, que reinaba en el centro de su abertura inferior, se perdía hasta las lejanas profundidades del abismo.

Advertí que nuestra astronave no era el único objeto atrapado por la poderosa fuerza de atracción gravitatoria del remolino. Tanto por encima como por debajo de nosotros, si es que tal forma de orientarse era correcta en el interior del abismo, se veían innumerables restos de otras naves cuya raza constructora o planeta de procedencia me eran completamente desconocidos, grandes pedazos de cascos y objetos parecidos a cápsulas de salvamento, así como otras cosas más pequeñas, tales como sensores, depósitos rotos, luces de navegación y motores. He aludido ya a la curiosidad anormal que había reemplazado en mí el terror del comienzo. A medida que nos íbamos acercando a nuestro destino final, parecía como si esa curiosidad fuera en aumento. Comencé a observar con morboso interés los numerosos objetos que flotaban cerca de nosotros.

No era el espanto el que así me afectaba, sino el nacimiento de una nueva y emocionante esperanza. Surgía en parte de mis recuerdos almacenados y, en parte, de los restos que acabábamos de ver. Pensé en la gran cantidad de restos flotantes de otros seres extraterrestres que aparecían dentro del remolino y que habían sido tragados y destruidos luego por el Agujero Negro. La gran mayoría de estos restos aparecían destrozados por completo; estaban desgarrados, al punto que daban la impresión de estar reducidos a un montón de astillas y polvo. Pero al mismo tiempo observé con toda claridad que algunos de esos objetos no estaban desfigurados en absoluto. Me era imposible explicar la razón de esa diferencia, salvo que supusiera que los objetos destrozados eran los que habían pertenecido a razas con menos competencias en la construcción y navegación de naves estelares, mientras que los otros habían formado parte de la flota de seres que habrían alcanzado un mayor nivel de perfección. Me pareció posible, en ambos casos, que dichos restos hubieran sido devueltos otra vez al espacio circundante, sin correr el destino de los que habían penetrado antes en el remolino o habían sido tragados y destruidos por completo más rápidamente.

Observé además un detalle sorprendente, que contribuía en gran medida a aumentar mi ansiedad: a cada revolución de nuestra nave sobrepasábamos algún objeto, como podía ser una luz de navegación, un trasbordador o un sensor. Ahora bien, muchos de aquellos restos, que al verlos por primera vez, se encontraban a nuestro mismo nivel, estaban ahora mucho más arriba y daban la impresión de haberse movido muy poco de su posición inicial.

Al principio, el campo la visión del androide se movía sin pausa, se sentía demasiado confundido para poder observar nada con precisión. Todo lo que alcanzaba a ver era ese estallido general de espantosa grandeza. Pero, al recobrar su serenidad, sus ojos miraron instintivamente hacía abajo.

La lúgubre y tenue iluminación reinante en aquel lugar desconocido parecía querer alcanzar el fondo mismo de un profundo abismo, pero aún así no podíamos ver nada con suficiente claridad a causa de la espesa niebla que lo envolvía todo. Aquella niebla, acompañada por un fortísimo viento, se producía sin duda por el choque de las enormes paredes del embudo cuando se encontraba en el fondo; pero no trataré de describir el aullido que brotaba del abismo para subir hasta el cielo.

-   Gracias a Dios, hemos logrado salir... — se escuchó la voz alegre de un invisible Wilson.

    A continuación, pudimos observar claramente en el receptor de imagen un paisaje cuyo tejido espacial poseía ciertas aberraciones geométricas jamás observadas en nuestras tres dimensiones conocidas y que en ninguna de sus particularidades recordaba a ninguna geografía terrestre. Se trataba de un planeta de agudos tonos azules y grises en el que reinaba una intensa tormenta acompañada de cegadores relámpagos y ensordecedores truenos.

-   Teniente Byte, ¿puede usted darnos las coordenadas estelares de este planeta? – preguntó el capitán visiblemente ansioso.

-   Capitán... me temo que eso es imposible – la nerviosa voz de nuestro querido Byte demostraba que el miedo se había apoderado de él -. Según los datos que he podido computar nos encontramos en una región de la galaxia sin catalogar, hemos arribado a un sector del Universo muy extraño, privado de estrellas. Según los datos de mi decodificador personal, el análisis cuántico es incapaz de registrar o clasificar ningún dato sobre las partículas atómicas que forman este dominio de existencia. Opino que al atravesar el portal creado por el Motor Fractal, hemos traspasado el fin de nuestro Universo, de nuestro mundo para llegar más allá a otra dimensión ontológica parecida a la nuestra, pero a la vez muy distinta.

Desde el punto de vista en primera persona de Byte, vimos a la tripulación principal de la astronave Intrepid sobre un estrecho puente compuesto de un mineral formado por cristal de roca incolora; particularmente construido basándose en cristales octogonales independientes y sobre el que crecían en todas direcciones unas afiladas agujas de color lechoso que penetraban en el material cristalino incoloro, con forma de largas espinas de varios metros de altura. Tal puente pasaba sobre un pavoroso abismo, tan vasto y profundo que el androide, a punto de caer hacia sus profundidades, no podía distinguir el tenebroso fondo ni sus lóbregos límites.

Detrás de él, el puente se extendía hasta perderse en una neblina oscura; al frente, continuaba hasta lo que parecía un conjunto monumental elevado sobre el terreno formado por varios templos tenebrosos, construido por un material rocoso distinto del material cristalino y custodiado por miles de brutales bestias alienígenas de tamaño descomunal.

Y la caótica bóveda celeste sobre ellos estaba dominada por un astro oscuro... que no era ningún astro, sino una monstruosidad inconmensurable y sin confines, que rebullía y reventaba más allá de todo tiempo y espacio. Una entidad informe y de poder ilimitado, conformada por la más profunda confusión, que mora hambrienta en el centro del infinito. Una titánica inteligencia creada en el abismal horizonte de sucesos del masivo agujero negro situado en el centro de aquella dimensión desconocida.

Los sensores auditivos del comandante, más sensibles que los humanos, registraron un eco de altísima frecuencia que interpretamos como algún tipo de comunicación instantánea con otras entidades residentes en sus respectivos agujeros negros.

Byte, demolido, girando su cabeza frenéticamente en todas direcciones, no se atrevía a moverse de su más que precaria posición debido a la angostura de la senda, pero comprendía por qué el capitán Pickman les ordenaba, con costosos gestos, que debían tratar de llegar a la planicie antes de que el vértigo que les causaban las profundidades que se abrían bajo ellos les hicieran perder el equilibrio. Aquellos pobres infelices eran víctimas de una pesadez desconocida en nuestro planeta, y cualquier mínimo movimiento o intento de hablar les de­mandaba un costoso esfuerzo.

Al enmudecer la voz de Byte, todos miramos fascinados la imagen que aparecía congelada en el monitor. Aquello, entonces, era un puente sobre un oscuro abismo... pero, ¿qué podía causar la ilusión perfecta de profundidad infinita? ¿Por qué su voz parecía venir de tan lejos? ¿Por qué sentían aquella pesadez? Byte ahora comenzó a caminar lentamente, ayudando a moverse a la Consejera Newcomen, que se encontraba a su izquierda, tomándola con firmeza por la cintura y tirando de ella con lentitud por el puente, moviéndose con extremo cuidado, al igual que una figura proyectada en cámara lenta. Sus miembros parecían, en extremo, pesados; respiraban de forma agitada.

Entonces Falux le ordenó que se detuviera y mirase al fondo del abismo con precaución, y que nos contara lo que allí viese. En aquel momento, nosotros examinamos de nuevo las alienígenas imágenes del monitor, jamás habíamos visto nada parecido; pero ya sabíamos que no representaban paisaje terrestre alguno, ni siquiera aquel puente cristalino en el que ahora los cinco miembros de tripulación se encontraban de pie.

 Escuchamos de nuevo su voz. Dijo, al principio, que nada veía en el profundo abismo bajo sus pies. Luego se le cortó la respiración, se tambaleó y casi perdió el equilibrio. Vimos como el Primer oficial Wilson corría a rescatarle alargando el brazo con desesperación hacia nuestra dirección y como el sudor cubría su frente y su cuello, empapando el uniforme azul del oficial. Había cosas en el abismo, nos contó con roncos ecos en la voz, grandes for­mas que eran como repugnantes burbujas granuladas y gelatinosas de absoluta negrura, pero que esta­ba seguro de que eran una forma de vida. Se trataba de monstruosidades que se desplazaban reptando en un líquido estancado y poco profundo. Byte veía surgir de la masa central de su ser tentáculos o seudópodos fibrosos, increíblemente largos. Se desplazaban extendiendo el pie falso hacia delante y hacia atrás... en sentido horizontal, pero, aparentemente, no podían desplazarse en dirección vertical.

Pero las cosas no estaban todas en el mismo plano. Cierto era que sus movimientos se producían solo horizontalmente en rela­ción con su posición, pero algunas se encontraban en sentido pa­ralelo a él y algunas en diagonal. A lo lejos podía distinguir co­sas en posición perpendicular. Ahora parecía haber muchas más de las que él suponía. Las primeras que había visto estaban muy lejos, en el fondo, ajenas a su presencia. Pero éstas les percibían y estaban tratando de alcanzarles. Ahora se movían más rápida­mente, nos dijo, pero para nosotros aún caminábamos con demasiada lentitud.

Miré de soslayo a Thomas Devon; él también sudaba profusamente. Entonces se levantó y, acercándose a Falux, le habló en voz baja para que ninguno de nosotros pudiera oírle. Comprendí que las breves palabras se referían al estado de Byte, y que Falux no quería acceder a lo que Devon le pedía. Luego me olvidé momentáneamente de Falux al escuchar de nuevo la voz de Byte, que temblaba de espanto. Las cosas extendían sus tentáculos hacia ellos. Se elevaban y caían por todas partes; algunas muy alejadas; otras horriblemente cerca­nas. Ninguna había encontrado el plano exacto en que él pudiera ser capturado; los ávidos tentáculos no le habían tocado, pero aquellos seres ahora sentían su presencia, estaba seguro de ello. Y temía que tal vez pudiesen alterar sus planos a voluntad, aun­que parecía que actuaban a ciegas, pues aparentemente eran se­res bidimensionales. Los tentáculos que se proyectaban hacia él eran fibras totalmente negras.

El cerebro electrónico de Byte analizó espantado la formación de seudópodos, hasta llegar a la inmediata conclusión de que ésta se estaba produciendo como respuesta a los estímulos químicos generados por los seres vivos que se atrevían a cruzar el puente y que constituían su principal alimento; observamos en la pantalla como el ingeniero Greyson Benz y solo unos instantes más tarde el capitán Pickman se lanzaban a la carrera tratando de alcanzar al Primer oficial Wilson que resbalaba hacia las profundidades. También nuestro testigo, Byte, corrió hacia allí, llegando en último lugar, solo para ver atemorizado como varios seudópodos apresaban con brutal apetito al respetado Alan Wilson y lo introducían en una cavidad anillada cubierta de afilados dientes. Observamos como de aquella horrible cavidad rezumaba una sustancia química que nos recordó al ácido, cuya misión era, con toda seguridad descomponer el apetitoso alimento en sustancias químicas solubles que serían difundidas desde la cavidad al resto del organismo.

Una terrible sospecha se despertó en mí, al recordar algunas de las primeras conversaciones con Thomas Devon, y rememoré ciertos pasajes del libro “Destino: Dimensión Fractal”. Intenté levantarme, pero mis miembros carecían de fuerza, solo podía permanecer irreme­diablemente sentado y mirar. Devon Estaba hablando con Falux otra vez, y vi que estaba muy pálido. Pareció retirarse... luego se volvió y se dirigió a un armario, extrajo un objeto y se acercó a la camilla sobre la que Byte estaba tumbado. Devon hizo un movimiento de asentimiento a Falux, y entonces vi lo que tenía en la mano: era un poliedro de aspecto cristalino. Po­seía, sin embargo, un resplandor que me causó un sobresalto involuntario. Desesperadamente traté de recordar el significado del objeto... pues yo ya creía saber... pero mis pensamientos eran interrumpidos, se­gún parecía, por alguna fuerza y, cuando Falux posó su mirada en mí, hasta la misma habitación pareció oscilar.

Una vez más se hizo audible la voz de Byte, esta vez preñada de desesperación. Temía no poder llegar nunca a la planicie cristalina. Las cosas, decía el aterrorizado androide, estaban más cerca ahora: una masa de nauseabundos tentáculos entretejidos acababa de rozarle el cuerpo.

Aún hoy siento escalofríos al recordar la aterrada voz del ingeniero Greison Benz, que también parecía prove­nir de muy lejos llamándome por mi nombre. Se trataba... pero entonces su voz se debi­litó, ahogando el sonido de sus pa­labras.

De cuando en cuando, lograba distinguir una frase o unas pocas palabras inconexas. Pero, de todo ello, pude colegir lo que estaba sucediendo.

-   ¡¡¡Wilbur, se trata, en realidad, de un viaje dimensional!!! — aulló Greison Benz con una cara contorsionada por la más espantosa de las locuras dirigiéndose a mí.

Aquella dimensión sin nombre en la que se encontraban era el hábitat de los seres de sombra. El Motor Fractal, y el viaje dimensional que había realizado la tripulación de la Intrepid, eran los negros medios que Falux había utilizado para cumplir en el planeta Tierra su desconocido objetivo para con los tripulantes de la Intrepid. Cuando el plan que Falux había planeado hubiera concluido al fin, nuestras mentes serían exploradas, y nuestros recuerdos condicionados de tal manera que solo rememoraríamos lo que Falux quisiera que recordáramos. Thomas Devon confesó haber recibido terribles amenazas por parte de Viiles Falux, por las que se vio obligado a escuchar los obscenos detalles de un acuer­do que él mismo debería respetar. Devon no especificó qué sucedería si no cumplía el acuerdo pactado, pero dio a entender que unos poderosos seres llamados cazadores dimensionales le perseguirían al igual que un depredador persigue a su presa. El poliedro contenía un elemento que repelía a los peligrosos y violentos seres de sombra.

Byte habló de nuevo, diciéndonos que Benz había alcanzado el final del puente, y que desde una inmensa estructura cristalina; vagamente parecida a una catedral gótica; construida en el centro del conjunto monumental, había traído consigo una especie de arma con la cual po­día mantener a distancia a las hambrientas alimañas sombrías. Se trataba, según pudimos ver a través de los ojos de Byte de un poliedro de mineral cristalizado similar al que ahora Thomas Devon sujetaba nerviosamente entre sus manos.

Entonces Greison Benz, dirigiéndose directamente a Byte y con el rostro desencajado; me llamó por mi nombre, pidiéndome que me hiciese cargo de sus pertenencias si no regresaba y que bus­cara lo que decía el volumen “Destino: Dimensión Fractal” sobre los Malditos Devotos de Ashtoraten. Con lentitud, avanzaron hacia el final del puente. El androide caminaba pocos pasos detrás de Greison; Byte avanzaba trabajosamente junto al capitán Pickman, tirando ambos de una exhausta Helena Newcomen; pero, cuando ésta subía a la meseta entre nerviosas lágrimas, se dio cuenta de que el capitán la había soltado y se había quedado atrás, al mirar atrás observó aterrorizada como el ensangrentado pecho de Pickman había sido atravesado por uno de aquellos agudos tentáculos negros que tiraba de él con hambrienta furia; súbitamente se vio frenada en su pesado desplazamiento y se puso rígida, y la consejera se desprendió de las férreas manos de Byte cayendo hacia el abismo negro; abriendo la boca para dejar escapar un silenciado grito de horror e intentando encontrar la salvación a tan horrible caída extendiendo sus largas manos por completo hacia algún asidero imposible de alcanzar, pero una fuerte pseudópodo la tenía atrapada por la cintura y la atrajo hacia atrás, y yo supe que esta­ba perdida...

-   Lo siento mucho — ésta fue mi única excusas para el moribundo androide al que no pude evitar abrazar, en un gesto de despedida —, Byte, por todas estas amargas experiencias por las que ha tenido que pasar.

-   ¿Tiene alguna teoría, por mínima que sea, sobre las causas del accidente de la astronave? — esta vez fue Chalmers el que realizó el interrogante que ninguno nos atrevíamos a exponer debido a la gravedad en las constantes de Byte.

-   Wilbur — contestó, con aquella voz profunda, cuyos ecos parecían llegar desde una gran distancia —, tras muchos ciclos meditando profundamente sobre estos sucesos, tengo el convencimiento firme de que el Motor Fractal produjo al entrar en la Dimensión Fractal como ustedes gustaban de llamarla, un desgarro imprevisto en el tejido espacio—tiempo, explicable mediante al Efecto Mariposa, concepto conocido dentro de la teoría del caos. La idea es que, dadas unas condiciones iniciales de un determinado sistema dinámico caótico cualquier pequeña discrepancia entre dos situaciones con una variación pequeña en los datos iniciales, acabará dando lugar a situaciones donde ambos sistemas evolucionan en ciertos aspectos de forma diferente.

Todos los allí presentes nos miramos con una mezcla de emociones, unos de incomprensión y otros de incredulidad. Ninguno parecíamos haber entendido correctamente la explicación que al agonizante androide le había parecido tan sencilla.

-   Por favor, Byte, no logramos comprenderte correctamente — me dirigí a mi querido androide con toda la delicadeza que me fue posible —. ¿Puedes aclararnos, en la medida en que te sea posible, tus ideas sobre este último punto?

-   Lo... intentaré — contestó con una voz repleta de ecos lejanos, era evidente que con cada palabra se sentía más y más agotado —. Un pequeño cambio puede generar grandes resultados o hipotéticamente: "el aleteo de las alas de una mariposa puede provocar un tornado al otro lado del mundo". Como ustedes saben, el funcionamiento del Motor Fractal, se basaba en dicho objeto geométrico cuya estructura básica, fragmentada o irregular, se repite a diferentes escalas — los ojos, apagados y vidriosos, del androide se giraron hacia arriba, hasta que sus pupilas quedaron completamente ocultas.

-   Siga usted, Teniente Comandante Byte? — la evidente frialdad inhumana en el modo de expresarse de Falux era increíble en tan dolorosas circunstancias.

-   Como usted lo desee — contestó el robot, entre varios estertores rotos y llenos de dolor —. Los modelos finitos que trataron de simular este sistema necesariamente descartaron información supuestamente despreciable acerca del sistema y los eventos asociados a él. Estos errores infinitesimales fueron magnificados exponencialmente en cada unidad de tiempo durante la apertura del portal hacia la Dimensión Fractal, hasta que el error resultante llegó a exceder el cien por cien. Esto provocó que algún tipo de información relacionada con tal pequeño evento en apariencia, llegara aumentada en grandes frentes de onda y a través de los oscuros abismos del Universo infinito hasta seres cuyas vastas, frías e indiferentes mentes observan a la primitiva humanidad con malévola y envidiosa curiosidad desde los confines del Universo. Y lentamente, pero con completa seguridad trazaron sus dañinos planes contra nosotros.

 

Fue casi al amanecer cuando, finalmente, de­cidimos llevar a cabo el experimento de des­pertarlo o al menos de intentar hacerlo; y es acaso el triste resultado de esta última ex­periencia lo que ha promovido tantas discusiones en los círculos privados; tantas, que no pue­do atribuirlas sino a un injustificado escepticismo en los círculos científico.

-   Byte, ¿puedes explicarme cuáles son ahora tus sensaciones o tus deseos?

Instantáneamente, las manchas de tono gris apagado vol­vieron a sus mejillas; la lengua se estremeció, o, mejor, giró violentamente en la boca donde las mandíbulas y los labios continuaban rígidos como antes, y por fin la misma horrible voz exclamó a voz en grito:

-   ¡Por el amor de Dios! ¡Pronto, pronto! ¡Duérmanme o..., pronto..., despiértenme! ¡Pronto! ¡Les digo que estoy muerto!

Yo estaba completamente enervado, y por un momento no supe qué hacer. Primero realicé un esfuerzo para calmar al androide; pero, al obtener un completo fracaso, volví sobre mis pasos y traté por todos los medios de despertarlo. Pronto vi que esta tentativa tendría éxito, al menos había ima­ginado que mi éxito seria completo, y estaba seguro de que todos los que me acompañaban en la habitación se hallaban preparados para ver despertar al paciente.

Sin embargo, es imposible que ningún ser humano pudiese estar preparado para lo que realmente ocurrió.

Mientras tecleaba rápidamente ordenes en la computadora, entre exclamaciones de ¡Muerto, muerto! que explotaban de la lengua y no de los labios del paciente, su cuerpo, de pronto, en el espa­cio de un solo minuto, o incluso de menos, se contrajo, se desmenuzó, se pudrió completamente.

Oímos un solo grito de angustia, y luego las luces de la habi­tación palidecieron y se apagaron. Sea cual fuere el poder que nos tenía dominados, en aquel instante perdió su fuerza; dimos vueltas por la estancia como enloquecidos buscando el pequeño interruptor de la luz. Luego, de pronto, las luces se encendieron de nuevo, y vimos a Colby sentado junto a la camilla de Byte, como mareado, mientras que Devon yacía en el suelo. Chalmers se inclinó sobre su cuerpo, pero al constatar la falta de constantes vitales de Devon, se puso tan histérico que tuvimos que dejarle desvanecido de un golpe para que se callara.


14.                     Miradas escépticas.

 

Posteriormente, Chalmers, Granville y yo nos reunimos con el fin de buscar una explicación racional a cuanto habíamos vis­to y oído. La primera explicación fue tan absurda como las que siguieron:

-   Maldita sea, ¿intoxicación por dióxido de carbono? — contesté, enfrentándome violentamente a hipótesis tan absurda —. Lo que hemos visto en la pantalla es real. No es algo que haya aparecido en nuestras cabezas.

Después de recobrar el conocimiento, Chalmers permaneció sereno y nos ayudó a llevar a cabo la espeluznante mi­sión de deshacernos del cadáver del querido Byte en la bahía de la Base Estelar. Ninguno de los dos, según pude averiguar, había oído la voz de Devon después de que se unió al cosmólogo Viiles Falux en el supuesto estado de conciencia alterado. Tampoco recordaban haber visto objeto alguno en la mano de Devon.

-   Con todos mis respetos, todo esto es debido a nuestro estado de shock — el escepticismo de Chalmers era más que evidente —. No apareció nada en la pantalla.

-   No, perdone, está usted completamente equivocado. — Granville se dirigió hacia mí con una airada protesta —. Toda esa historia suya se debió, con toda seguridad, a su estado de nervios. No se hizo visible ninguna imagen en ese monitor.

-   ¿No se ha grabado ninguna imagen?

-   Solo esto, nieve. No se grabó nada en toda la noche que pasamos en la enfermería.

-   Yo les vi a todos ellos, durante tres espantosos cuartos de hora. Vi a John Luck, a Byte y a Greyson corriendo en busca de la salvación. También vi, y nadie, ni ninguno de vosotros me va a poder negar que vi a Alan Wilson y a Helena caer hacia las profundidades de aquel espantoso abismo.

Pero, en menos de una semana, aun el menor eco de esos recuerdos también se había desvanecido de su memoria. Creían, sin lugar a dudas, que Devon había muerto en un accidente, luego de un intento frustrado de parte de Falux de restaurar la memoria de Byte. Con anterioridad, su ex­plicación había sido que Falux mató a Devon, por razones que no conocían, y que nosotros fuimos, inconscientemente, sus cómplices. El experimento había servido de pretexto para reunirnos a todos y contar con un medio para deshacerse del Matemático. Que Falux había logrado elevar nuestra respuesta a la sugestión, ellos no lo dudaban entonces.

-   Sin embargo, no puedes negar que todos los hechos confirman que la nave solo perdió contacto con nuestros instrumentos durante cinco segundos — Chalmers se quitó las gafas de sus ojos cansados y se dirigió a mí tratando de convencerme —. ¿No es así Walley ?

-   Unos segundos de nuestro Universo, lo acepto — yo ya estaba completamente agotado de escuchar las más absurdas explicaciones.

-   ¿De nuestro... Universo?

-   Escuchad — les rogué casi claudicando ante sus escépticas miradas —. Creo que el Motor Fractal abrió un agujero o portal hacia algún destino desconocido. Un túnel a través del tejido espacio—tiempo, hacia una dimensión muy lejana y distinta de cualquier cosa de este Universo. Y según pude entender por la casi indescifrable y última explicación de Byte; la apertura de ese portal envió mediante una señal que se amplificó repetidamente hasta alcanzar una gran potencia, alguna clase información hacia ciertas inteligencias alienígenas que habitarían en esa dimensión.

-   Dígame una cosa, señor Walley — en esta ocasión fue Granville el que se expresó con un claro tono de ironía —, ¿por qué cree que ningún ser alienígena se iba a tomar semejante esfuerzo... hacerles viajar miles de años luz para acabar con sus vidas? Todas esas teorías suyas son lo que en psiquiatría se conoce como delirio autoalimentado.

-   ¿Eso cree, que lo que todos pudimos ver en el monitor fue solo una fantasía? — contesté indignado. Me encontraba por completo desesperado ante la actitud de aquellos infelices, pues no se habían dado cuenta de la nociva influencia que Falux había ejercido sobre sus mentes.

-   Sí, eso creo. Creo que pudimos sufrir un fenómeno de enajenación mental transitorio.

Fue Colby, el que salió en mi ayuda, recordando un dato que debido a su ciego escepticismo, tanto Chalmers como Granville, habían obviado:

-   Me he informado sobre la parte relativa a la grabación de vídeo obtenida de la memoria del Teniente Comandante Byte. Se trata, ustedes tienen en ello toda la razón, de un archivo corrupto... — incluso Colby había olvidado que las espantosas imágenes grabadas en la memoria de Byte se habían borrado inexplicablemente durante el fallo en el suministro eléctrico después de su muerte.

-   Continúe — ordenó con inquietud Granville.

-   Pero llegados a este momento de la discusión, no me interesa el hecho de que solo se halla podido recuperar un caos de imágenes incomprensibles.

-   Continúe, por lo que más quiera — la respuesta de Granville fue ya bastante más tranquila.

-   Me parece todavía más interesante que grabó, aproximadamente, 48 minutos de un caos de imágenes incomprensibles.

 


15.                     Alcanzar las más lejanas estrellas.

 

El inicuo cosmólogo Viiles Falux había obviado todas las leyes de la Física y había sido cómplice necesario en la horrible muerte de toda la tripulación de la astronave U.N.S. Intrepid. Al parecer soy yo el único que recuerda cómo, en el mismo momento de la muerte definitiva del recordado Byte, se giró hacia nosotros y con una maliciosa sonrisa de satisfacción nos explicó:

-   Yo creé la Intrepid no para alcanzar las más lejanas estrellas, sino para llegar lejos, mucho más lejos. El Motor Fractal que yo construí, y del que ustedes solo fueron meros colaboradores, rasgó el mismísimo tejido con el que está construido el Universo, abriendo un portal hacia un reino de maldad inenarrable increíblemente lejano... ustedes querían saber donde estuvo la nave. Ahora, ya lo han averiguado de primera mano.

Al terminar este espeluznante discurso lleno de malos augurios, el maligno cosmólogo alargó su mano y me entregó con una aviesa sonrisa el elegante emblema de la flota estelar que el capitán Pickman había llevado sobre su pecho hasta el momento de su muerte.

Hubiera sido inútil contarles lo que descubrí unos pocos días más tarde, lo que llegué a extraer de las notas de Thomas Devon, en las que detallaba la inesperada llegada de un enviado, que más tarde conoceríamos como Viiles Falux, y que una vez cumplida su misión desaparecería sin importarle lo que pudiera sucederle a la humanidad. Tampoco hubiera servido de mucho leerles ciertos fragmentos del libro “Destino: Dimensión Fractal”, traducidos a un inglés comprensible para ellos.

 

«... El sabio Ja’oyo en su tomo “100.000 años de historia universal” relata como uno de estos dañinos inquisidores venció a cinco sacerdotes de la luz Jetenyi, al desafiarles a un duelo en las artes de la inducción de percepciones falsas. Más adelante nos cuenta cómo dos de ellos cayeron en sus trampas y finalmente, fueron entregados a los seres de sombra, una vez que los inquisidores se hubieron divertido con ellos...»

«... Lo más horrible de los restos del valiente Zhazonyu y del venerado Nyosithu fue el estado en que se encontra­ban los cadáveres: a pesar de no hallarse en su cuerpo ni una gota de sangre, no presentaban rastros de ninguna herida mortal. Pero lo más espantoso eran sus ojos, que no querían cerrarse, y parecían mirar fijamente, con desasosegada expresión, más allá del observador, y las extrañas y luminosas marcas en la pálida carne muerta, los curiosos arabescos que parecían moverse y cambiar de forma ante los aterrados ojos del testigo...»


16.                     Mi muerte está próxima.

 

    Es durante la noche, sobre todo, cuando la luna es pálida y menguante, cuando sueño con los Devotos Malditos de Ashtoraten, siempre corrompidos por su increíble deseo de poder, furia incontrolable, atracción por el conocimiento prohibido y malignidad, que moran fuera de los velos del espacio y el tiempo tal y como nosotros los conocemos. Probé fuertes dosis de morfina con el fin de poder pasar con algo más de tranquilidad las largas noches sin sueños, pero esta droga ha resultado ser únicamente una solución temporal y me he vuelto un adicto entre sus garras, como un esclavo sin esperanza de curación. Así que voy a acabar con todo, habiendo escrito una descripción completa de sus horribles juegos y múltiples engaños para la protección de mis inocentes semejantes.

Me digo con frecuencia que todo fueron fantasías, pero siempre regresan a mi memoria las espantosas y vívidas imágenes recuperadas del cerebro electrónico de Byte; cuyo diminuto chip de memoria aún conservo, y con el que intentaré, por todos los medios, devolver la vida al difunto androide Byte. No puedo pensar en el espacio profundo sin estremecerme ante los indescriptibles y horrendos Inquisidores Reptantes que desconocidas y dañinas inteligencias en­vían a otros mundos y dimensiones, seres que los mismísimos Devotos Malditos han mancillado y convertido a la maldad, otorgándoles la apariencia de aquellos que residen en cualquier dimensión o en cualquiera de los mundos a donde se les envía. Seres que han permanecido apartados del resto del Universo; en templos en el Valle de los señores Oscuros en el lejano planeta Klatha, también llamado el de los osarios cavernosos, a veces iluminándose en intensidad, en otras ocasiones menguando y marchitándose, pero siempre manteniéndose fieles a las enseñazas de los supremos Devotos Malditos de Ashtoraten.

Puede que en este mismo instante estén reptando y removiéndose en tenebrosos barrancos, adorando arcaicas tumbas de piedra y tallando las horrendas imágenes de sus Oscuros Maestros en obeliscos de iridiscente mineral diseñadas para concentrar y amplificar la energía oscura que impregna todo el planeta.

Mi muerte está próxima. Escucho ruidos junto a la puerta, como si una viscosa monstruosidad abismal se deslizase junto a ella.

-           Wilbur, abra la puerta – escucho la odiosa voz de Falux, del que no habíamos vuelto a tener noticia desde la noche en que falleció Byte -. Mi mascota está hambrienta y se está poniendo nerviosa.

Dios, ¡Ya están aquí! ¿Es que nadie puede oír mis gritos?


F I N


Publicado el 23 de marzo de 2022 por Federico Martin Vidal Alonso.
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