Libro gratis: Por el Mundo
de Máximo Gorki

—La mujer es una gran fuerza, engañó al mismo Dios, ¡fíjate! —decía con silbante susurro, dando palmadas en la mesa—. Por culpa de Eva, va todo el mundo al infierno, ¡ahí tienes!

Podía estar hablando, sin fin, acerca de la fuerza de la mujer, y a mí me parecía siempre que con aquellas pláticas trataba de meter miedo a alguien. Yo recordaba especialmente lo de que «Eva engañó al mismo Dios».

En nuestro patio se alzaba un hotelito tan grande como la casa; de los ocho apartamentos que tenían sus dos pabellones, en cuatro vivían oficiales: el quinto lo ocupaba el capellán del regimiento. Todo el patio estaba lleno de asistentes y ordenanzas, a verles acudían lavanderas, doncellas y cocineras; en todas las cocinas desarrollábanse de continuo amoríos y dramas, acompañados de lágrimas, palabrotas y riñas. Los soldados se peleaban unos con otros, con los cavadores, con los obreros del propietario de la casa; pegaban a las mujeres. En el patio reinaba sin cesar lo que suele llamarse disolución y libertinaje: los bestiales e irrefrenables apetitos de mozos sanos. Aquella vida, saturada de cruel sensualidad, de absurdos tormentos, de obscena jactancia de los vencedores, se examinaba con detalle, cínicamente, por mis amos, durante la comida, el té de la tarde y la cena. La vieja siempre estaba enterada de todas las historias del patio, y las contaba con ardor y malicia.