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Cuando uno vive encerrado en una prisión, hasta la vida del moho que crece en los muros le parece interesante; se comprenderá, pues, la atención con la que seguía aquel pequeño drama que se desarrollaba bajo mi ventana, centrado en los celos que aquel hombre tenía del gatito, y se comprenderá también la impaciencia con la que aguardaba su desenlace. Y ese desenlace no tardó en llegar.
Cierto día, claro y soleado, en el momento en que los presos salían de sus celdas y se repartían por el patio, Zazúbrina vio en un rincón un cubo de pintura verde que se habían dejado olvidado los pintores que estaban adecentando los tejados del penal. Se acercó a echar un vistazo y, tras pensárselo un momento, metió el dedo en el cubo y se pintó unos bigotes de color verde. Aquellos bigotazos verdes en medio de su carota rubicunda despertaron la hilaridad general. Un adolescente quiso imitar aquella idea y empezó también él a cubrirse de pintura el labio superior, pero Zazúbrina se untó la mano entera de pintura y rápidamente le embadurnó toda la cara. El adolescente bufaba y agitaba la cabeza, Zazúbrina bailoteaba a su alrededor y el público se tronchaba de risa, jaleando al cómico con exclamaciones entusiastas.
8 págs. / 15 minutos.
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Publicado el 10 de abril de 2018 por Edu Robsy.
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