Diario Íntimo

Miguel de Unamuno


Diario, Autobiografía



Cuaderno 1

Pospón toda sabiduría terrena, y toda humana y propia complacencia.

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El misterio de la libertad es el misterio mismo de la conciencia refleja y de la razón. El hombre es la conciencia de la naturaleza, y en su aspiración a la gracia consiste su verdadera libertad. Libre es quien puede recibir la divina gracia, y por ella salvarse.

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Hay que buscar la verdad y no la razón de las cosas, y la verdad se busca con la humildad.

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Estando en Munitibar cuando el apuro del parto de Ceferina, me salí a la carretera, y sólo se me ocurrió rezar. En aquel trance de nada me servían mis vanas doctrinas, y del fondo del corazón me brotó la plegaria, como testimonio de la verdad del Dios Padre que oye nuestras súplicas. Y yo no entendí mi propio testimonio, cerrados mis oídos a la voz que hablaba en mí mismo. Resabios de antes, resurrección automática de fondo antiguo... mil explicaciones de razón buscaba en las sutilezas de la psicología, y no quería ver la verdad, que al impulso de la piedad se descubrió en mí. Porque entonces pedía por el prójimo, a solas, delante de Ti, sin sombra de vanagloria ni de propia complacencia, sin eso que se llama altruismo y es comedia y mentira.

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Leopardi, Amiel, Obermann...

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Confusión.

Rotura de costras y versión de contenidos. No entendía yo entonces que esa costra era la del pecado, y la de la soberbia sobre todo, y que es la humildad lo que desnuda el alma. Ni entendía que esa confusión es la caridad cristiana. Vuelto cada hombre a sí, ruegue por todos, y todos unidos en una oración común harán un solo espíritu. Morir en Cristo es confundirse con los demás y llegar al toque de alma a alma. Y todo aquello del sobre—.ombre en la sobre—.aturaleza, ¿qué es más que una visión de la gloria, del bienaventurado en el reino de la gracia eterna? Naturalizarse el hombre es hacerse sencillo y cristiano, y humanizar la naturaleza es descubrir al Criador en ella y hacerla canto vivo de Él. Y aquella voz de las cosas, aquel canto silencioso no es más que el himno con que los cielos y la tierra narran la gloria de Dios.

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Con la razón buscaba un Dios racional, que iba desvaneciéndose por ser pura idea, y así paraba en el Dios Nada a que el panteísmo conduce, y en un puro fenomenismo, raíz de todo sentimiento de vacío. Y no sentía al Dios vivo, que habita en nosotros, y que se nos revela por actos de caridad y no por vanos conceptos de soberbia. Hasta que llamó a mi corazón, y me metió en angustias de muerte.

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Conócete a ti mismo.

«... Pero si os oyeran hablar de ellos mismos, no pudieran decir nunca: El Señor nos engaña, o esto es mentira. Porque oír ellos lo que decís de ellos mismos ¿qué otra cosa es sino conocerse a sí propios?».

S. Agustín, Confesiones, X, 3.

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Me había fijado en aquella proposición de Spinoza que dice que el hombre libre en todo piensa menos en la muerte, siendo su vida una meditación de la vida misma, no de la muerte.

Y no comprendí que para llegar a ser hombre libre en espíritu y en verdad era preciso hacerse esclavo, y haciéndose esclavo esperar del Señor la libertad que nos permita vivir meditando en la Vida misma, en Cristo Jesús.

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El que quiere todo lo que sucede consigue que suceda cuanto quiera. Omnipotencia humana por resignación. Mas no comprendía que a tal resignación sólo por la gracia se llega, por la fe y la caridad.

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Tuve por mucho tiempo en mi cuarto de estudio dos cartones, un retrato de Spencer y otro de Homero, hecho por mí, a cuyo pie había copiado aquellos versos de su Odisea que dicen que "«los dioses traman y cumplen la destrucción de los hombres, para que los venideros tengan qué cantar»". Quintaesencia del vano espíritu pagano, del estéril esteticismo, que mata toda sustancia espiritual y toda belleza.

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Muchas veces he escrito de la diferencia entre la razón y la verdad sin entenderlo bien. Aquí abajo, en las disputas a que Dios nos dejó entregados logramos tener razón, pero verdad es el asiento y la paz.

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Así como puso Dios deleite en la procreación y la nutrición para que hagamos de grado lo que por deber no haríamos, puso deleite de vanagloria en los trabajos de arte y ciencia para que los llevemos a cabo. Mas así como aquel deleite carnal, aquella concupiscencia, es causa de la muerte de muchos, así es causa de muerte este deleite espiritual, cuando se nutre de soberbia del espíritu. ¡Feliz quien cría hijos puesta su mira en la gloria y servicio de Dios, y feliz quien esparce sus pensamientos para gloria del Señor y bien del prójimo!

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Por la humildad se alcanza la sabiduría de los sencillos, que es saber vivir en paz consigo mismos y con el mundo, en la paz del Señor, descansando en la verdad y no en la razón.

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Entro en la fe con la soberbia de los años de mi sueño, y todo se me vuelve maquinar vanaglorias en ella, haciendo que Dios me sirva y no que sirva yo a Él. Pensaba en los conversos célebres y en las vanidades de un catolicismo de relumbrón. Pido a Dios que me despoje de mí mismo.

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Quisiera no hacer de la verdad razón, de la inefable verdad razón sujeta a figuras lógicas, y no discutir, sino pedir, Señor, que sea santificado vuestro nombre, no con vanas palabras, sino con actos y con palabras que sean actos, palabras de caridad.

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Triste cosa es dejarse adormecer por voces que enmudecerán a nuestros oídos cuando se nos ensordezcan éstos para siempre.

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«Sueño». Buscar en el sueño refugio, en la muerte mala.

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Cuando Jiménez me escribió que anduviese con cuidado en no acabar repasando cuentas de rosario, le contesté que no corría ese riesgo porque había echado la cabeza de la solitaria.

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Nunca he podido ser un sectario, siempre he combatido todo dogmatismo, alegando libertad, pero en realidad por soberbia, por no formar en fila ni reconocer superior ni disciplinarme. Quiero oír, vivir y morir en el ejército de los humildes, uniendo mis oraciones a las suyas, con la santa libertad del obediente.

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He tentado al Señor pidiéndole un prodigio, un milagro patente, cerrados los ojos al milagro vivo del universo y al milagro de mi mudanza.

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Padre nuestro. Padre; he aquí la idea viva del cristianismo. Dios es Padre, es amor. Y es Padre nuestro, no mío. «¡Ay, Dios mío!».

Santificado sea el tu nombre. No se oigan alabanzas más que de Ti, y a Ti se refiera todo, que así habrá paz y morirá la soberbia.

Venga a nos el tu reino, venga a nos, y no vayamos a él. Sin Tu gracia no podemos llegar al reino de la vida eterna y ¿qué es la gracia más que un llevarnos Tú a él? El Verbo bajó, encarnó en María, y se hizo hombre, para traernos el reino de la vida eterna. No fue la humanidad al Verbo, no ascendió el hombre a Dios, sino que por su aspiración a Él, Él bajó. Venga a nos, no a mí.

Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Suprema fórmula de la resignación y de la paz. Así en la tierra, así en el reino de la realidad, como en el cielo, en el reino del ideal.

El pan nuestro de cada día dánosle hoy. Hoy, sólo hoy, ¿quién es dueño del mañana? «No os inquietéis por el mañana, ni qué comeréis o beberéis, etc.».

Vivamos como si hubiésemos de morir dentro de un instante.

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El socialismo.

Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. ¿Nuestros deudores? ¿Qué nos deben? Esto o aquello, que proviene del Señor. ¿Es mío lo que me deben? Y yo debo todo lo que soy, me debo a mí mismo.

Y no nos dejes caer en la tentación. No confiemos en nuestras propias fuerzas, que quien ama el peligro en él perece.

Mas líbranos del mal. Es de lo único que debemos desear ser libres, de lo que el Señor sabe que es nuestro mal, no de lo que creemos nosotros que lo es. Y así no pidamos que nos libre de esto o aquello, sino que en estas breves palabras, dichas desde el corazón, está toda súplica libre de deseo impuro y de vana complacencia.

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La comedia de la vida. Obstinación en hundirse en el sueño, y representar el papel sin ver la realidad. Y llega al punto de representar a solas, y seguir la comedia en la soledad, y ser cómico para sí mismo, queriendo fingir delante de Ti, que lees en nuestro corazón. ¡Ni para nosotros mismos somos sinceros y sencillos! ¡Hasta tal punto estamos cegados, y ocultos a nuestros propios ojos!

El conocerse a sí mismo en el Señor es el principio de la salud.

Debo tener cuidado con no caer en la comedia de la conversión, y que mis lágrimas no sean lágrimas teatrales. A Ti, Señor, nadie puede engañarte.

«Muchas veces sucede también que de haber el hombre despreciado la vanagloria, viene a caer en otra gloria más vana; en tal caso tampoco puede decirse que se gloría de haber menospreciado la vanagloria; porque no puede ser verdad que ella esté menospreciada, en un hombre que tan vana e íntimamente se gloria».

S. Agustín, Confesiones, X, 63.

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Socialismo y comunismo. El santo comunismo de la comunión, el participar todos de un mismo Dios; el comulgar en espíritu.

¿Qué hace la comunidad del pueblo sino la religión? ¿Qué les une por debajo de la historia, en el curso oscuro de sus humildes labores cotidianas? Los intereses no son más que la liga aparente de la aglomeración, el espíritu común lo da la religión. La religión hace la patria y es la patria del espíritu.

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La niñez. Se me ha ocurrido muchas veces que son los justos de Sodoma, por los que Dios no nos destruye.

«Dejad que los niños se acerquen a mí».

«El que no se hiciere como uno de estos pequeñuelos no entrará en el reino de los cielos».

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La letra mata, el espíritu vivifica. Y el espíritu no es el sentido, porque el sentido no es más que la razón y el espíritu es la verdad.

La verdad es objetiva y subjetiva. Objetivamente es la verdad la relación de las cosas con la gloria de Dios, así como la razón su correspondencia con la mente divina, y subjetivamente es su relación con nuestra salvación. Es verdadero cuanto glorifica a Dios (todo) y cuanto nos conduce a nuestra salvación en cuanto a ella nos conduce. Todo es pues verdadero, y la mentira nada positivo.

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Padezco una descomposición espiritual, una verdadera pulverización bajo la cual palpita la voluntad de mi mente, su fuerte deseo de creer, de creer en sí, en que no se aniquila.

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De D. J. J.

Yo no quiero ser nada, ni que nadie se acuerde de mí. Trabajar, ¿para qué? Me encierro aquí, entre cuatro viejos, y a vivir. Mis aspiraciones están ya satisfechas. Un nihilista.

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En un principio pedía paz, sosiego, no acordándome más que de mí. Y un día, en Alcalá, al abrir la Imitación y leer aquello de: "«No tengo boca para hablar sino sola esta palabra: Pequé, Señor, pequé; ten misericordia de mí; perdóname»", comprendí al punto que había de pedir perdón y no paz. ¡Perdón, y no otra cosa! No se me había ocurrido hasta entonces, claro, que había pecado mucho contra el Señor.

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Al rezar reconocía con el corazón a mi Dios, que con mi razón negaba.

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Si llego a creer ¿para qué más prueba de la verdad de la fe? Será un milagro, un verdadero milagro, testimonio de la verdad de la fe.

Lo que lloré al romper la crisis fueron lágrimas de angustia, no de arrepentimiento. Y éstas son las que lavan; aquéllas irritan y excitan.

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¡Cuántas veces he escrito, sin sentirlo de verdad, lo de vivir en la eternidad y no en el tiempo, en lo permanente y no en los fugaces sucesos!

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Esta noche, cavilando aquí, en el balcón, en esta calma de Alcalá, al observar mi sequedad y pensando en la muerte se me ha ocurrido esta idea: yo no tengo alma, sustancia espiritual, no tengo más que estados de conciencia que se disiparán con el cuerpo que los sustenta. Y es que he perdido el alma, que la tengo, pero muerta por el pecado. Es alma carnal, no alma espiritual. Devuélveme el alma, Señor.

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Un acto, un solo acto de ardiente caridad, de húmedo afecto, de amor verdadero, y estoy salvo. Pero ¿qué me llevará a ese acto si ya no hay más que conceptos en mi espíritu? No puedo llorar.

¡Actos, actos, actos!

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"«El verdadero siervo de Dios no conoce más patria que el cielo»". S. Felipe Neri.

«... las fechas reales de la vida de un hombre son los días y las horas en que le ha sido dado adquirir una nueva idea de Dios. Para todos los hombres quizá, pero seguramente por lo menos para los hombres reflexivos y virtuosos, toda la vida es una sensación creciente y continua de Dios. Puede suceder que no sepamos este año más teología que en el anterior, pero indudablemente hemos adquirido conocimientos nuevos con relación a Dios. El tiempo mismo nos descubre el misterio de sus perfecciones: las operaciones de la gracia nos le hacen conocer mejor».

P. Faber, La preciosa sangre, I.

(Sigue). "«Las verdades antiguas se fortalecen, las verdades oscuras se aclaran, y otras verdades nuevas aparecen sin cesar en el horizonte de nuestra inteligencia. Pero una nueva idea de Dios es como un nuevo nacimiento»".

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¿Qué mayor milagro que el que haya millones de hombres, en largas generaciones, que crean cosas incomprensibles, misterios que repugnan a la razón? Es un milagro de humildad colectiva. ¿Por qué creen tantos hombres? ¿Cómo la razón no es más fuerte?

La verdad de la fe se prueba por su existencia, y sólo por ella.

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Ocurre con frecuencia en las conversaciones que se llega a tratar de lo que las gentes llaman filosofía, de la brevedad de la vida, de la vanidad de todo. Y entonces casi siempre se dice: lo mejor es no pensar en eso, porque no se podría vivir.

Y, sin embargo, lo mejor es pensar en ello, porque sólo así se puede llegar a vivir despierto, no en el sueño de la vida.

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Vive en nosotros el recuerdo de las personas queridas que se nos han muerto; pero al morir nosotros, ¿morirá ese recuerdo? Moriremos nosotros, y quedará nuestro recuerdo en la tierra. ¿Qué es ese recuerdo? Y al morir las personas que guarden piadosa memoria de nosotros, morirá en la tierra nuestro recuerdo.

Dejo un nombre, ¿qué es más que un nombre? ¿Qué seré más que los personajes ficticios que he creado en mis invenciones? ¿Qué es hoy, en la tierra, Cervantes más que Don Quijote?

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El sentimiento del paisaje es un sentimiento moderno, se dice. Lo que es el sentimiento del paisaje es un sentimiento cristiano. Una puesta serena de sol en medio del campo, entre las montañas buriladas en el cielo blanco, es un reflejo del cielo, una vislumbre de su calma. ¿Cuántas veces no deseamos prolongar aquel estado? ¿Y si en su prolongación creciera en dulce deleite, y cada momento de aquella serena quietud fuera excitante para desear sucesivos momentos? Entonces nos perdemos, y se nos ocurre rezar, no para pedir nada, sino para verter el alma. Algo así debe ser la gloria: una inmersión en eterna calma, y un verter en eterna oración el espíritu.

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Quiero consuelo en la vida y poder pensar serenamente en la muerte.

Dame fe, Dios mío, que si logro fe en otra vida, es que la hay.

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¿La muerte es un misterio? También el nacimiento lo es. ¿Cómo de los hombres salen hombres?

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Saber llorar, ¡qué gran sabiduría! Sabiduría de sencillez, de sustancia y de vida.

Gratias agimus tibi, propter magnam gloriam tuam. Te damos gracias por tu gran gloria; gracias porque nos permites ser espectadores de ella. ¿Hemos penetrado bien en esas palabras que canta el pueblo fiel? Dar a Dios gracias, como de un beneficio que nos ha hecho, de su gloria; no de su bondad para con nosotros, no de habernos sacado de la nada, no de habernos hecho hijos suyos, sino de su gloria, de esa gloria que era toda vida antes de la creación del mundo.

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En medio de esta sequedad y este no poder romper a llorar y a aliviarme ¿qué es esa continua tendencia a rezar, aunque sea fría y maquinalmente, ese buscar el templo, esa suave inclinación a lo que me dio vida espiritual, de niño?

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Puesto que la muerte es el término natural de la vida, el camino natural de ésta es ir a aquélla, y su natural luz la luz de su fin. Sólo se comprende la vida a la luz de la muerte. Prepararse a morir es vivir naturalmente.

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¡Sencillez, sencillez! Dame, Señor, sencillez. Que no represente la comedia de la conversión, ni la haga para espectáculo, sino para mí.

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Con la fuerza del Sol, común a todas las criaturas, se evaporan las aguas y los jugos de ellas y suben a formar nubes que flotan en el espacio, iluminadas por el Sol común y llevadas por los vientos, que el mismo calor solar produce y rige. De esas nubes bajan las lluvias que riegan los campos, los refrescan y fecundan y alimentan la vida de los vivientes.

Así es en la región del espíritu con la oración, sobre todo con la oración común. Suben nuestras oraciones, sacadas de nuestros corazones por el Cristo común, forman nubes espirituales que recogen el calor celestial y se bañan en su luz, y descienden luego en lluvia refrescante y vivificante a nuestras almas.

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La devoción a la Iglesia nos traería desde luego, entre otras gracias, la de la sencillez, dice el P. Faber.

Hay que buscar la libertad dentro de la Iglesia, en su seno.

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Los filósofos forman serie y uno desaparece mientras aparece otro, destruyendo éste lo que aquél edificó. Y se suceden solos.

La Iglesia es desarrollo permanente, en ella viven todos los santos y todos los doctores, y cada nuevo miembro va a añadirse a los precedentes. Y a sus pensadores, y sus poetas y sus santos se une la muchedumbre que ora y ama en silencio. Las especulaciones que el amor arranca a aquellos de sus hijos que hacen gloria de la fe, se elevan sobre la nube de la oración común de los humildes.

Por debajo de las palabras inflamadas de cada uno de sus doctores palpitan lágrimas de humildes, abnegaciones de sencillos, afectos del pueblo.

En la religión se unifican la ciencia, la poesía y la acción.

Es un hecho, un gran hecho, un hecho asombroso el de la vida de la Iglesia. Desafiando a la mera razón discursiva atraviesa las edades, y el absurdo vive, y sobrenada, y lo que es más, vivifica las vidas de los humildes.

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Vivir, vivir de veras, vivir espontáneamente, sin segunda intención, vivir para morir y seguir viviendo; he aquí lo que se consigue con la santa sencillez que da Dios al que se le humilla.

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He llegado hasta el ateísmo intelectual, hasta imaginar un mundo sin Dios, pero ahora veo que siempre conservé una oculta fe en la Virgen María. En momentos de apuro se me escapaba maquinalmente del pecho esta exclamación: Madre de Misericordia, favoréceme. Llegué a imaginar un poemita de un hijo pródigo, que abandona la religión materna. Al dejar este hogar del espíritu sale hasta el umbral la Virgen y allí le despide llorosa, dándole instrucciones para el camino. De cuando en cuando vuelve el pródigo su vista y allá, en el fondo del largo y polvoriento camino que por un lado se pierde en el horizonte ve a la Virgen, de pie en el umbral, viendo marchar al hijo. Y cuando al cabo vuelve cansado y deshecho encuéntrala que le está esperando en el umbral del viejo hogar y le abre los brazos, para entrarle en él y presentarle al Padre.

María es de los misterios el más dulce. La mujer es la base de la tradición en las sociedades, es la calma en la agitación, el reposo en las luchas. La Virgen es la sencillez, la madre la ternura.

De mujer nació el Hombre Dios, de la calma de la humanidad, de su sencillez.

Se oye blasfemar de Dios y de Cristo y mezclarlos a sucias expresiones; de la Virgen no se oye blasfemar. Dijo Cristo que los pecados contra Él se perdonarían, pero no los pecados contra el Espíritu Santo, y pecado de los mayores contra el Espíritu Santo es insultar a su Esposa y blasfemar de ella.

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«Todas las acciones de la vida son reparables, excepto la última (la muerte), que ningún procedimiento, ni aun sobrenatural, puede reparar. Ese último acto determina todos los demás y les da su significación definitiva».

P. Faber.

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Ya puedo pensar con calma en la muerte; gracias, Dios mío.

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Sedes sapientiae. Así, sapientiae, y no scientiae; así, asiento de sabiduría. María, misterio de humildad y de amor, es el asiento de toda sabiduría. Pasan imperios, teorías, doctrinas, glorias, mundos enteros, y quedan en eterna calma la eterna Virginidad y la eterna Maternidad, el misterio de la pureza y el misterio de la fecundidad.

Sedes sapientiae; ora pro nobis.

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A nadie le aterra ni sobrecoge el meditar en la vida de Dios antes de la creación del mundo, el imaginar una eternidad antes del tiempo, ¿por qué ha de sobrecogernos la idea de la vida de Dios después de la creación, si ésta se disuelve un día?

Salimos de la nada, acostumbrémonos a considerarnos dignos no más que de la nada y la esperanza dará sus frutos en nosotros.

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«Bienaventurados los sencillos, porque tendrán mucha paz».

Imitación, XI, 1.

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"Summum nec optes nec metuas diem". Este verso de Marcial me ha parecido mucho tiempo la crema de la sabiduría. Y lo es; de la sabiduría del demonio, pagana.

"«No temer a la muerte es tratar con ligereza al que hizo de ella un castigo. No desearla es una indiferencia para con aquel a quien no podemos llegar, sino por esa puerta»", escribe el P. Faber.

Teme y desea tu último día.

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«El temor de la muerte que es apetecible, el que es casi indispensable a la santidad, es más bien el temor de Dios que el temor de la muerte; es el temor de Dios, como enclavado en una circunstancia particular, y adherido a una especie de rito en que el Señor se manifiesta a la vez en su temor y en su misericordia».

P. Faber.

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«Neque tu times Deum, quod in eadem damnatione es. Et nos quidem juste, nam digna factis recipimus; hic vero nihil mali gessit. Et dicebat ad Jesum: Domine, memento mei, cum veneris in regnum tuum. Et dixit illi Jesus: Amen dico tibi: Hodie mecum eris in paradiso».

S. Lucas.

Sólo de un hombre nos enseña el Evangelio que fuera salvo, sólo a un hombre canoniza el Evangelio, sólo a uno dice Jesús: mecum eris in paradiso, y es éste un ladrón, un pecador, de cuya vida sólo esto se sabe: que era un ladrón. Con vida mala tuvo muerte de santo, así como Judas, siendo un apóstol, murió desesperado. Conviene meditar mucho en la contraposición entre la vida de Judas y la de Dimas.

¿Por qué se salvó el ladrón? "Neque tu times Deum, quod in eadem damnatione es. Et nos quidem juste, nam digna factis recipimus; hic vero nihil mali gessit". Reconoce humildemente su pecado y la inocencia de Jesús, se cree digno del castigo que sufre. Y luego se vuelve al Señor y dice: Domine, memento mei, cum veneris in regnum tuum. He aquí su acto de fe: cuando llegues a tu reino.

«Nos, quidem, juste in damnatione mortis sumus, nam digna factis nostris recipimus, Jesus vero nihil mali gessit. Domine, memento nobis, in regno tuo». (a)

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«La costumbre de creer debe llegar a ser más fuerte que la de apoyarse en el conocimiento».

P. Faber.

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Aquí, en la huertecilla del Oratorio están gorjeando los pajaritos mientras se bañan en la luz del sol común. Gorjean de pura sencillez, es su canto el rebosamiento de su sencilla alegría de vivir. No les entristece la muerte, que no se imaginan, porque no es para ellos un castigo. Jamás han deseado la inmortalidad y gozan de su breve vida, que es un paraíso pasajero. Su gorjeo es una oración y de las más puras, una oración en acción de gracias al Señor que les permite bañarse en la luz del sol durante una breve vida y volver luego a la tierra de que salieron.

¿Para qué esos pájaros? Para cantar con sus gorjeos la gloria de Dios, para darle gracias por su gran gloria, y sobre todo para enseñarnos a santificar su nombre y a alabarle con gorjeos sencillos.

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Entre los dones que debemos a la Bondad de Dios es uno de los mayores el de la música. No hay música mala. Hay obras literarias malsanas, impías, desoladoras; hay cuadros que excitan a la concupiscencia. La música es según se la recibe. En un alma pura toda música produce sentimientos de pureza.

La música ahonda nuestros sentimientos, los nuestros; hace que seamos más nosotros mismos. Una misma tocata sume al voluptuoso en el fango de su voluptuosidad, mientras al puro le hace recrearse en su pureza.

Es la música como un sacramento natural, una revelación natural del canto con que la naturaleza narra la gloria de Dios.

En el templo la música guía y empuja las meditaciones de los fieles y les da unidad, haciendo que comulguen en la meditación.

No hay música más grande ni más sublime que el silencio, pero somos muy débiles para entenderla y sentirla. Los que no podemos sumirnos en el silencio y recibir su gracia, tenemos a la música, que es como la palabra del silencio, porque la música revela la grandeza del silencio y no nos da charla vana.

¿Por qué he sido siempre tan frío para la música, y tan charlatán, viniera o no al caso?

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Miércoles Santo.

Una calma de muerte, una enorme sequedad. No veo mi asunto más que intelectualmente; se me ha secado todo afecto. Pienso abandonarme al Señor, pero ¿no es culpable el no excitarse a sentir?

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Tunc videns Judas, qui eum tradidit, quod damnatus esset, poenitentia ductus, retulit triginta argenteos principibus sacerdotum et senioribus, dicens: Peccavi, tradens sanguinem justum. At illi dixerunt: Quid ad nos? tu videris. Et projectis argenteis in templo, recessit: et abiens, laqueo se suspendit.

Confesó su pecado Judas, pero a quienes no debía hacerlo, no a su Dios. ¡Cuántas confesiones así! Poenitentia ductus, llevado de pesar, no de amor ni de contrición, de pesar, no de amor a Jesús.

No basta arrepentirse, porque el arrepentimiento, como del tiempo que es, no borra lo pasado; es precisa contrición y acto de amor a Dios, que siendo de la eternidad, abarca todo hecho.

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Jueves Santo.

Deus, a quo et Judas reatus sui poenam, et confessionis suae latro praemium sumpsit: concede nobis tuae propitiationis effectum; ut sicut in passione sua Jesus Christus Dominus noster diversa utrisque intulit stipendia meritorum; ita nobis, ablato vetustatis errore, resurrectionis suae gratiam largiatur.

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Aprende a vivir en Dios y no temerás la muerte, porque Dios es inmortal.

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¿Qué han sido durante años las más de mis conversaciones? Murmuraciones. Me he pasado los días en juzgar a los demás y en acusar de fatuidad a casi todo el mundo. Yo era el centro del universo, y es claro, de aquí ese terror a la muerte. Llegué a persuadirme de que muerto yo se acababa el mundo.

Muchas veces he observado ese triste carácter de todas las conversaciones mundanas; el de que sean más que diálogos, monólogos entreverados. Los que conversan permanecen extraños entre sí, siguiendo cada cual su línea de pensamiento. No se escucha con atención benévola, impaciente por decir lo propio, que se cree siempre más importante que lo ajeno. Casi nunca se llega a la confusión de afectos, a la unión de intención, a la comunión de espíritu en lo que se conversa. Merece seria meditación eso de que sean tan frecuentes las interrupciones en las conversaciones mundanas; es un síntoma de una enfermedad dolorosísima.

No sucedería así si se conversara en Dios, sencilla y humildemente, haciendo de la conversación un acto de amor al prójimo, y procurando no hablar de sí mismo ni constituirse en centro del universo.

Esa santa confusión de afectos en que he soñado alguna vez sólo en Dios se cumple.

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No discutas nunca; Cristo nunca discutió; predicaba y rehuía toda discusión. No rebatas nunca las opiniones ajenas porque eso es querer aparecer más fuerte que tu prójimo y domeñarlo. Expón con sinceridad y sencillez tu sentir y deja que la verdad obre por sí sobre la mente de tu hermano; que le gane ella, y no que le sojuzgues tú. La verdad que profieras no es tuya; está sobre ti, y se basta a sí misma.

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Cuestión social.

El peor mal de la pobreza es que distrae energías, embota el espíritu y le impide ocuparse de su salud y de la gloria de Dios. El cuidado del mañana impide pensar en la eternidad. Raro es hoy el pobre que vive como los lirios del campo y los pájaros del aire, sin cuidarse de qué comerá y qué beberá y dejando que cada día traiga su cuidado. A la vez la pobreza, o mejor la miseria incita a sentimientos de descontento y de rencor, al hurto y el perjurio, como dice el Eclesiástico.

Por todo esto se dice bienaventurados a los pobres de espíritu, que pueden serlo ricos de fortuna. El desahogo económico puede ser una bendición y un favor de Dios, en cuanto libertándole al hombre del desasosiego por el pan nuestro de cada día le permita volver a sí, pensar en su salud eterna y en los demás. El que tiene asegurada la subsistencia material de su vida corporal puede más libremente cuidarse de su vida espiritual.

Pero he aquí que la riqueza, que debía ser una bendición, la trocamos en maldición, y lo que se nos dio para que mejor nos despegáramos de la tierra hace que nos apeguemos más a ella.

¡Felices los que tienen riquezas como si no las tuvieran!

La pobreza, entendiendo por ella lo estricto necesario, es una bendición, pero tal pobreza es positiva riqueza. La miseria es una desgracia tan grande como las riquezas.

Y como con los individuos sucede con los pueblos. El progreso y la cultura y la riqueza de medios materiales debe considerarse para los pueblos como la riqueza para un hombre; les permite dedicar sus energías a la gloria de Dios. Pero usan mal de ello, como de su libertad Adán.

El progreso, don de Dios, sirve para la perdición de muchos pueblos, que no lo toman como instrumento para salvar las almas, libertadas merced a él de los lazos de la animalidad. De aquí las decadencias en los pueblos y las civilizaciones.

La cultura es un don de Dios cuando se la toma como instrumento para la gloria de Él.

Iustitia elevat gentes, miseros autem facit populus peccatum.

No hay otra filosofía de la historia.

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Cor mundum crea in me, Deus, et spiritum rectum innova in visceribus meis.

[...]

Domine, labia mea aperies, et os meum annuntiabit laudem tuam.

Salmo 50.

* * *

Ego palam locutus sum mundo; ego semper docui in synagoga, et in templo, quo omnes Judaeis conveniunt; et in occulto locutus sum nihil. Quid me interrogas? interroga eos, qui audierunt quid locutus sim ipsis: ecce hi sciunt quae dixerim ego.

S. Juan.

No debemos pedir revelación directa, ni esperar una señal especial para nosotros ni que en secreto nos hable nuestro Señor. Alguna vez se pide con ansia al Señor que nos hable, que nos revele su verdad, que nos dé directamente su doctrina, en vez de pedirle fe. La fe es la prueba de la verdad de lo creído. Sólo la verdad puede imponerse con tal evidencia.

No hay doctrina esotérica ni secreta, ni misterios que se nos revelen interiormente. Debemos interrogar al Evangelio y aceptar con sencillez sus enseñanzas, buscando con la frecuente oración su espíritu, el que vivifica, y no el mero sentido de la letra, su verdad, y no su razón.

Quid est veritas?, preguntó Pilato a Jesús, y sin esperar respuesta salió a los judíos a declarar que no hallaba culpa en el Señor. ¿Qué es la verdad? He aquí la pregunta de todos los que ven la justicia y no se sienten con fuerzas para cumplirla; he aquí la pregunta de todo racionalismo, que busca la verdad en la razón y no en la fe.

«Bienaventurado aquel a quien la verdad por sí misma enseña, no por figuras y voces que pasan, sino así como es».

Im. I, III, 1.

Adveniat regnum tuum; el reino de la Verdad, no el de la razón.

* * *

Por el infierno empecé a rebelarme contra la fe; lo primero que deseché de mí fue la fe en el infierno, como un absurdo inmoral.

Mi terror ha sido el aniquilamiento, la anulación, la nada más allá de la tumba. ¿Para qué más infierno?, me decía. Y esa idea me atormentaba. En el infierno —me decía— se sufre, pero se vive, y el caso es vivir, ser, aunque sea sufriendo.

Ese temor a la nada es un temor pagano. Dame, Dios mío, fe en el infierno. ¿Lo hay? Si llego a creer en él, es que le hay.

¡Inmenso misterio el del infierno! ¡Un dolor eterno! Pero es un dolor que fuera del doliente no es nada positivo; un dolor que glorifica al Señor. Es un misterio terrible, y acaso la piedra de toque de la verdadera fe.

Debemos creer en el infierno; he aquí todo. ¿Le hay? Debemos creer en él, y cuando en él creamos le habrá. Y si creyendo en él le hay, y debemos creer en él, es que debe haberlo.

Las impenetrables tinieblas de ultratumba para nuestra luz natural, para nuestra razón, deben ser la luz sobrenatural, la verdad de nuestra vida.

Una vida que es pura tiniebla, y muerte continua y disolución de siempre, siempre, siempre, siempre, siglos de siglos y más siglos.

* * *

Cada uno de nosotros es la confluencia de una eternidad y de una inmensidad. Todas las cosas están encadenadas y obran unas sobre otras, con acción directa o indirecta, primaria, secundaria, terciaria... miliaria. El movimiento de la última estrella es parte en la acción de nuestra tierra. Sobre nosotros obran todos los concomitantes de nuestros actos y los antecedentes todos de estos concomitantes y los concomitantes de esos antecedentes. Cada fenómeno es resultado de la vida toda del universo, efecto de la Causa única.

Y del mismo modo cada acto nuestro obra sobre otros y éstos sobre otros y va así extendiéndose hacia la inmensidad y la perdurabilidad. La caída de una china bastaría para derribar un inmenso sistema planetario en equilibrio inestable, y aun cuando no lo derribe ni se vea su efecto ¿dejará de modificarlo a todo él?

¿Y nos extraña que se hable del efecto infinito de nuestra culpa, de la infinitud de nuestro pecado?

Hay un mar de amargura que baña a todos los seres; cada nuevo pecado hace más amargo ese mar y esa mayor amargura se extiende a todos. ¿Que en el inmenso mar es infinitamente pequeño el aumento de amargura que tu pecado puede producir? ¿Que tu gota no hará rebasar al océano? Tal vez pierdas a un alma que está al borde del abismo, a la que sólo una partícula de gota basta para perder.

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¡Tremendo misterio el del libre albedrío! El libre albedrío no es una razón, es una verdad; querer razonarlo es destruirlo. ¿Cómo ha podido ocurrir a mente humana la idea de una intención creada por nuestra voluntad? Es que somos de Dios; a semejanza suya, y semejanza de su poder creador es el de nuestro libre albedrío. El curso de los fenómenos, tanto exteriores como interiores, materiales tanto como anímicos, es un curso determinado; cada suceso del mundo exterior así como cada estado de conciencia se sigue por ley a los que le preceden y acompañan. Y por debajo hay el libre albedrío, que nos hace sentirnos culpables y nos levanta sobre el tiempo. Por él vivimos en la eternidad. Es la virtud que con los motivos crea los actos. Es un tremendo misterio, que como el del infierno, debe confundirnos y sumirnos en Dios, santificando el santo nombre de nuestro Padre que está en los cielos. Así podremos pedir la venida de su reino, el reino de la gracia, y así confundido nuestro libre albedrío con la gracia querremos lo que Dios quiere, y diremos: hágase tu voluntad así en el cielo como en la tierra, en el reino del ideal y de nuestras almas lo mismo que en el de la realidad y de nuestros cuerpos.

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La razón humana, abandonada a sí misma, lleva al absoluto fenomenismo, al nihilismo. Toda aceptación de algo sustancial y trascendente es cosa de imaginación o remedo de fe. La Idea, el Absoluto, la Voluntad, el Inconocible, ¿qué es todo eso más que una idea nuestra, un fenómeno de nuestra mente? Y nuestra mente, ¿qué es más que un fenómeno, una apariencia? Para la razón no hay más realidad que la apariencia. Pero pide a voces, como necesidad mental, algo sólido y permanente, algún sujeto de las apariencias, porque se siente a sí misma, se es, no meramente se conoce. Y llega a aquella desoladora

infinita vanità del tutto,

a la vanidad de vanidades y todo vanidad, último punto de la sabiduría humana.

Y en esta desolación dejada a sí misma, se sobrecoge pensando en la nada que se ha creado y en que se prevé sumergida, y ni aun esto, porque reducida a nada ni se sumerge. El vértigo la sobrecoge, el terrible vértigo de intentar concebirse como no siendo, de tener un estado de conciencia en que no haya estado de conciencia. La nada es inconcebible.

Y así se cae en Dios, y se revela su gloria brotando de la desolación de la nada. ¡Nueva creación, sublime creación! Es la creación de la fe. Porque así como la razón combina y analiza, la fe crea.

Por la fe recibimos la sustancia de la verdad, por la razón su forma.

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Perversi difficile corriguntur, et stultorum infinitus est numerus.

Eclesiastés I, 15.

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Qui autem dixerit fratri suo, raca: reus erit concilio. Qui autem dixerit, fatue: reus erit gehennae ignis.

S. Mt. V, 22.

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El Eclesiastés es el punto máximo a que puede llegar la razón. Es, por lo tanto, una de las mejores preparaciones para recibir la fe.

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¡Cuánta actividad hay en el mundo que no es más que pereza! ¡Cuánto trabajo que no pasa de ser curiosidad! Nos dormimos en ciertas actividades, en el ardor de ciertos estudios, y no queremos despertar de nuestro sueño a la realidad. ¡Cuánto daño hace el dejarse envolver de una afición, por elevada que parezca!

Hay quien dedicado a la investigación científica desprecia al que se pasa gran parte del día jugando al dominó, y no ve que no lleva él otro espíritu a su actividad.

Muchos grandes santos aparecen al mundo como holgazanes, y holgazanería se llama a la oración.

Agítanse los hombres mundanos en la vanidad de sus esfuerzos y trabajos, para no oír a Dios que nos habla en el reposo de nuestra alma, en la quietud y el silencio.

Cuanto más corras de la muerte más te acercas a ella. Lo mismo pasan los días de absorbente ocupación que los días de reposada contemplación.

Aturdirse en el trabajo; he aquí la última máxima del mundo. "Et deprehendi nihil esse melius quam laetari hominem in opere suo, et hanc esse partem illius. Quis enim eum adducet, ut post se futura cognoscat?" (Eclesiastés III, 22). Ésta es la sabiduría del que dice que es una la muerte del hombre y de los jumentos, e igual la condición de ambos; que como aquél muere, mueren estos; que todos expiran lo mismo, que nada tiene el hombre de más que el jumento y que todos están sometidos a vanidad; que todo va a un solo lugar, hecho todo de tierra para volver a ella, y que ¿quién conoce si el espíritu de los hijos de Adán sube arriba y el de los jumentos desciende abajo? Para la tal sabiduría nada hay mejor que alegrarse el hombre en su obra, y fatigar a su albedrío. Pero si se abandona a la gracia, y alegra su corazón en el Señor, llega a otra sabiduría, la de la fe, que le levanta sobre los jumentos.

¡Laboriosidad! Cuánta labor que no es más que la del jumento en la noria.

Hay que mirar despacio eso que se llama religión del trabajo, con la que he tratado de aturdirme tanto tiempo.

¡Trabajar! ¿Y para qué? ¿Trabajar para más trabajar? Producir para consumir y consumir para producir, en el vicioso círculo de los jumentos? He aquí el fondo de la cuestión social. Si el género humano es una mera serie de hombres sin sustancia común permanente, si no hay comunión entre los vivos y los muertos y éstos no viven sino en la memoria de aquéllos ¿para qué el progreso?

Es un tremendo misterio el de la sed del infinito, el de la aspiración del hombre hacia Dios. Del "eritis sicut dii scientes bonum et malum" arranca el progreso todo, y de este progreso, originado de la culpa que trajo el trabajo, se sirve Dios para nuestra salud. "Oh felix culpa!"

Al encontrarme vuelto al hogar cristiano heme hallado con una fe que más que en creer ha consistido en querer y creer y con que volvía en bloque toda la antigua doctrina, sin detalles ni dogmas, sin pensar en ninguno de ellos en particular, con una fe inconciente. Es más, cada vez que me he fijado en una enseñanza en especial se me ha rebelado, viéndola como la veía desde mi sueño. Mas ahora de esa oscura nebulosa, de esa fe compacta y sin líneas ni letra empieza a brotar la armoniosa fábrica de la divina doctrina, y voy percibiendo en ella líneas y formas. Es como un írseme acercando poco a poco y a medida que se me acerca un ir apareciendo sus lineamientos. Poco a poco se rasga el sueño y aparece la realidad.

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Es una cosa en que se piensa poco, en lo frecuente que es el que un hombre viva huyendo de sí mismo. ¿Adónde irá que no se encuentre consigo? Corre y más corre, huye desesperado y trata siempre de no sentirse. Se echa al mundo y al sueño del engaño para libertarse de sí y sin conciencia propia soñar su vida. ¡Cuántos de los que se suicidan lo harán por libertarse de sí mismos y no de una vida gravosa! El suicida quiere despojarse de sí, no de su vida; de su alma y su conciencia, no del miserable cuerpo de muerte de que pedía verse libre el Apóstol. Y hay muchos suicidas morales, que se esfuerzan por ahogar su alma en el bullicio y la disipación como esos desgraciados que beben y se emborrachan para entorpecer su conocimiento y abotargarse.

¡Infelices almas que viven huyéndose! ¿Dónde encontrarán reposo?

Búscate en el Señor y allí hallarás paz verdadera y podrás mirarte frente a frente y abrazado a ti mismo en santa caridad sentirás la permanente sustancialidad de tu alma, llamada por Cristo a la vida eterna. Es mucho más difícil de lo que se cree amarse a sí mismo; es el principio de la verdadera caridad. ¡Cuán pocos saben amarse en Cristo! Magna labor es la de sustanciarse y hacerse uno en el Señor, y vivir consigo mismo, abrazado a la propia miseria, conociéndose y amándose de verdad. Pensamos en nosotros de ordinario como en un extraño. Y llegan momentos en que nos vemos fuera de nosotros mismos, como sujetos extraños, visión que entristece porque nos aparecemos en toda nuestra vanidad, como sombras pasajeras.

Yo recuerdo haberme quedado alguna vez mirándome al espejo hasta desdoblarme y ver mi propia imagen como un sujeto extraño, y una vez en que estando así pronuncié quedo mi propio nombre, lo oí como voz extraña que me llamaba, y me sobrecogí todo como si sintiera el abismo de la nada y me sintiera una vana sombra pasajera.

¡Qué tristeza entonces! Parece que se sumerge uno en aguas insondables que le cortan toda respiración, y que disipándose todo, avanza la nada, la muerte eterna.

Non me demergat tempestas aquae, neque absorbeat me profundum: neque urgeat me puteus os suum. Exaudi me Domine, quoniam benigna est misericordia tua: secundum multitudinem miserationum tuarum respice in me.

Psal LXVIII, 16—.7.

¡Conócete a ti mismo! Repítese esto mucho y como a principio de filosofía lo tiene la sabiduría mundana. Pero entiende por ello estudiarse como a ser extraño, como a mero ejemplar de la humanidad, como a asunto científico, psicológicamente. El conócete a ti mismo lo reducen a fría fórmula de conocimiento puramente intelectual, a ciencia de anatomía y nada más. Pero no a conocerse como a tal individuo concreto y vivo, como al yo individual y concreto, vaso de miserias y de pecados, de grandezas y de pequeñeces.

Algunos caen en un psicologismo estéril y nocivo, escarbando en sí mismo y tomándose como de anima vili para ociosos experimentos. ¿Qué diríamos de un cirujano que se magullase un brazo para estudiarse, o de un médico que se inoculase tuberculosis para estudiar en sí mismo la enfermedad? Pues así se conducen muchos con su alma.

Una inmensa tristeza se corre por el mundo de los letrados, anegando sus almas; es la tristeza del vanidad de vanidades y todo vanidad. La borrachera del progreso cede alguna vez, y los espíritus barruntan el abismo. Entonces se ve sobrenadar sobre las aguas del diluvio el arca que se decía averiada y sumergiéndose. Y todos nadan a asirse de ella.

Et dixit eis: Euntes in mundum universum praedicate Evangelium omni creatura.

S. Marc. XVI, 15.

Respondit eis: Dixi vobis iam, et audisti: quid iterum vultis audire? nunquid et vos vultis discipuli eius fieri?

S. Juan IX, 27.

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Anoche, Sábado Santo, a la hora de los ejercicios lucha interior. Luego no he podido pegar ojo apenas. Una sequedad enorme. Hoy Domingo de Resurrección y yo no he resucitado todavía a la comunión de los fieles.

Hodie si vocem eius audieritis, nolite obdurare corda vestra, sicut in exacerbatione secundum diem tentationis in deserto.

Psal 94.

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Mulieres in Ecclesis taceant, non enim permittitur eis loqui, sed subditas esse, sicut et lex dicit.

I Cor XIV, 34.

A las mujeres se debe acaso la conservación de la fe, ellas mantienen con su silencio la tradición de la piedad.

La humanidad ascendiendo a Dios la simboliza María, ascendiendo a Dios ayudada de su gracia; Cristo es Dios descendiendo a la humanidad, a María.

El canto de la humanidad es el Magnificat, así como su oración el Pater noster.

A una mujer, a una pecadora regenerada, a la Magdalena, es a la primera persona humana a que aparece Cristo crucificado llamándola por su nombre: María. Mujeres venidas de Galilea para servirle, le siguieron hasta el Calvario, mientras los hombres, sus discípulos, huían. Resucitado Cristo y anunciada a sus apóstoles la resurrección por las santas mujeres "visa sunt ante illos, sicut deliramentum, verba ista et non crediderunt illis". Lc XXIV, 11.

* * *

Cristo ha resucitado en mí, para darme fe en su resurrección, principio de su doctrina de salud. "Beati qui non viderunt et crediderunt". Hace un niño hubiera dicho que tan milagroso habría de ser el que volviese yo a creer en el Hombre Dios como el que hubiese resucitado. Dame, Señor, absoluta fe y ella será la prueba de sí misma y de su verdad.

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No ha descendido del cielo con señales evidentes un texto divino, una escritura sagrada, unas tablas de la ley dadas en un Sinaí. El Evangelio es en esencia tradición oral, tradición oral fijada humanamente en un texto, cuyos primitivos códices son discutibles. Es el Verbo, la palabra, y no la Ley, la escritura, quien encarnó entre los hombres.

Toda la vida cristiana de las generaciones se basa en una revelación divina oral fijada humanamente en escrituras, en tradición y no en permanencia material. El espíritu vivifica, la letra mata.

La Iglesia es el cuerpo en que la tradición vive, es el cuerpo en que se encarna el Verbo. ¿De dónde tienen sus escrituras los protestantes?

El protestantismo oscila entre la esclavitud de la letra y el racionalismo, que evapora la vida de la fe. Si la Iglesia católica desapareciese se desvanecerían las confesiones protestantes, y, desvanecidas éstas, aquélla no desaparecería.

El protestantismo tiene que cumplir su ciclo todo, ir a perderse en el racionalismo que mata toda vida espiritual, para que vuelva a caer en la fe de que salió.

¡Libertad, libertad! ¿Cuándo un protestante ha llegado a la libertad de los místicos católicos? O caen en la esclavitud de la letra, o en el nihilismo de la razón.

Han querido sujetar la fe al progreso, cuando la fe vive por debajo del progreso, dentro de él, permanente y quieta, como la verdad dentro de la razón.

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El sobre—.ombre, Uebermensch. Es el cristiano. «Sed perfectos como vuestro Padre celestial». El pobre inventor de eso del sobrehombre está idiota, nuevo Nabucodonosor.

El naturalismo acaba por el endiosamiento, por el único de Max Stirner; el sobrehombre de Nietzsche acaba en el nihilismo. Yoísmo y nihilismo son cosas que acaban por identificarse.

Y hay, sin embargo, una natural aspiración en el anarquismo, la de libertarse de la ley exterior, de la letra que mata, y vivir según el espíritu y la justicia.

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Padre nuestro.

¡Padre! Ésta es la revelación de Cristo, pues en toda la ley antigua no aparece Dios como Padre. Lo más característico del cristianismo es la paternidad divina, el hacer a los hombres hijos del Creador, no criaturas meramente, sino hijos.

¡Padre! Nuestros hijos buscan nuestro arrimo. El hijo dirige a su padre una mirada sonriente y le pide no un favor positivo, no un acto que fomente su vida, sino una mera caricia. ¡Papá!, me llama mi hijo, y si le respondo: ¿qué?, lo siente, quiere que le diga: ¡querido! Y se arrima a mí, se aprieta contra mí y allí se queda, gozándose en sentir mi arrimo y mi contacto, en tenerme junto a él y volviendo de cuando en cuando sus ojos a los míos para ver que le miro con cariño. Así con nuestro Padre no le pedimos favores de material progreso, ni riquezas, ni salud, ni placeres, ni honores, sino su arrimo y su calor, que nos mire espiritualmente, que nos sintamos bajo su santa providencia.

¡Augusto misterio el del amor! La existencia del amor es lo que prueba la existencia del Dios Padre. ¡El amor! No un lazo interesado ni fundado en provecho, sino el amor, el puro deleite de sentirse juntos, de sentirnos hermanos, de sentirnos unos a otros.

Padre nuestro que estás en los cielos. En los cielos, sobre todos nosotros, en el cielo común, común a todos, un Padre para todos, Padre común.

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Ave Maria, gratia plena.

Toda la gracia que Dios había de derramar en los hombres la concentró en María, símbolo de la humanidad santificada. María es el depósito de la gracia, llena de ella, vas spirituale y mater divinae gratiae. Cuanta gracia en la serie de los siglos va prestando Dios en diversas gracias a las generaciones humanas, toda esa la depositó en María, que la recibió humildemente con el: ecce ancilla Domini, fiat mihi secundum verbum tuum, expresión de la más sublime obediencia, raíz de toda libertad. Con esa obediencia conquistamos nuestra libertad de cristianos. Ecce servus Domini, fiat mihi secundum verbum tuum tal es la traducción individual, para cada uno de nosotros, del fiat voluntas tuas que en común elevamos al Señor.

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(a) En la confesión del buen ladrón hay la confesión implícita de la divinidad de Cristo, cuando dice: "Jesus vero nihil mali gessit". Nada de malo; un hombre que no hace nada de malo es Dios, porque sólo Dios es bueno, sólo Dios no tiene mezcla de nada.

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Non nobis, Domine, non nobis, sed nomini tuo da gloriam.

Psal 113.

Da a Dios lo que es de Dios, y atribuye a ti lo que es tuyo: esto es, da gracias a Dios por la gracia, y sólo a ti atribuye la culpa, y conoce serte debida por la culpa dignamente la pena.

Imitación II, X, 3.

Hay que perderse en esa nada que nos aterra para llegar a la vida eterna y serlo todo. Sólo haciéndonos nada, llegaremos a serlo todo; sólo reconociendo la nada de nuestra razón, cobraremos por la fe el todo de la verdad.

En el más vigoroso vuelo de la filosofía humana racionalista, en el idealismo hegeliano, se parte de la fórmula de que el Ser puro se identifica con la Nada pura, es el nihilismo racionalista.

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Del P. Antonio.

Del Sacratísimo Sacramento no se sabe qué decir, ni qué dejar de decir; por dónde empezar, ni por dónde acabar; porque todo en él es grande.

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Lunes de Pascua.

Et dixerunt ad invicem: Nonne cor nostrum erat in nobis, dum loqueretur in via, et aperiret nobis Scripturas?

S. Lc. XXIV.

Fue preciso que partiera el pan para que le conocieran y creyeran en él.

Tal vez sólo la comunión dé fe perfecta, siendo lo demás aspiración a la fe, un querer creer que sólo mediante la comunión recibe la gracia del creer.

Va abriéndome las escrituras en mi camino y mi corazón ansía.

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Racionalizar la fe. Quise hacerme dueño y no esclavo de ella, y así llegué a la esclavitud en vez de llegar a la libertad en Cristo.

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María es como el nodo de la vida cristiana, en ella se concentran las oraciones de los fieles para llegar al Señor y en ella las gracias del Señor para derramarse sobre los hombres. Es como poderoso lente espiritual, a través del cual y por cuya virtud se relacionan Dios y la humanidad.

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Una constante tensión me lleva a la rumia espiritual, a vivir escarbándome, a la continua labor de topo en mi alma. En la vida contemplativa me habría esto llevado a excesos y daños tal vez. Tendré que cultivar la vida activa del escritor, hacer de la pluma un arma de combate por Cristo.

Tuve un tiempo en que soñé con el claustro, pero Dios me ha apartado de él, ¡bendito sea! Hágase tu voluntad.

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Cristo padeció y pagó por los pecados futuros. El pecado tiene acción retroactiva, en cuanto se comete en la eternidad. Pasión temporal y pasión eterna. ¿Dónde están sustanciados aquellos dolores? La eucaristía.

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Quinto misterio gozoso: El niño perdido y hallado en el templo.

En el templo y enseñando a los doctores halló María a su hijo perdido, a Cristo niño. En el templo y no en vanas disputas hemos de buscar a Cristo, si por nuestra desgracia lo perdimos. Y le hemos de buscar niño, sencillo, humilde.

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Recibo carta de Leopoldo en que me dice que se han desatado contra mí. Atribuyen mi renacimiento a que quiero una cátedra en Madrid, a que busco notoriedad y estar en candelero siempre, a que quiero más público, a fracasos.

Ha muerto Erquiza casi de repente. ¿Cómo habrá muerto? †

Lo más triste es que Navarro y Torres lamentan mi paso, atribuyéndolo a un exceso de sentimientos. ¿Cabe en el sentimiento exceso? Donde el exceso es dañino es en la razón.

Gracias a Dios no oigo todo lo que puedan decir de mí. Y junto a los insultos de los unos está la alegría de otros, sobre todo de los que me quieren de verdad.

Ahora más que nunca debo evitar la comedia.

Me dice que el día de Jueves Santo fue el día en que más hablaron mal de mí, en la mesa donde yo iba a barbarizar en un tiempo. En tanto yo estaba tranquilo en Alcalá, sin enterarme de nada. ¿Qué diferencia hay de los insultos oídos a los que no llegan a nosotros? ¿Por qué hemos de inquietarnos y dolernos de ofensas que en no oyéndolas, es como si no hubiesen sido? Lo triste es que daban salida a sus malas pasiones.

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Amhn amhn legw soi, ean mh tij gennhJῃ anwden, ou dunatai idein thn basileian tou Jeou.

Amhn amhn legw soi, ean mh tij gennhJῃ ecudatoj kai pnenmatoz, ou dunatai eiselJenn eij thn basileian tou Jeou.

Iwan. g / 3 y 5.

Hay que renacer. En tantos años no he sentido realmente, en ser bueno, no he hecho más que pensarlo. Hay que ser bueno "eiz estin agaJoz o( Jeoz" Mat. iJ´ 17). Sólo Dios es bueno. Pero Cristo nos dice también que seamos perfectos como nuestro Padre celestial. Querer ser bueno, y quererlo constante y ardientemente, esforzarnos por serlo; he aquí nuestra obra. Todo lo demás es obra de la gracia de Dios, que por Cristo nos ha hecho hijos suyos.

* * *

Estoy sumido en una gran sequedad. No logro provocar en mí ni aquel terrible temor de la muerte que me metió en tantas angustias; ni aquellas lágrimas de cuando me dijo D. J. J. en el coro: acaso sea ese el camino; ni la lucha del Sábado Santo por la noche; ni la congoja del coche al volver de Chamartín. No me vienen esas visitas cuando yo las busco, sino cuando Tú quieres visitarme y probarme.

Escribo esto mismo con una tranquilidad que no quisiera tener. Pero ante todo sencillez y pureza, las dos alas con que hemos de elevarnos. Nada de comedia ni de ilusión, ni de hostigarme a provocar estados falsos y de engañosa sugestión. Lo mejor es abandonarse.

Pedimos señales, como si no fuese la señal más evidente el que las pidamos.

En aquella congoja primera el Señor hizo que manifestara a los demás el principio de mi renacimiento, y que esta noticia se haya corrido entre los que me conocen. Así me liga a mi deber. Y ahora el enemigo me quiere sugerir el que deje todo ello y lo tenga por pasajero desvanecimiento de la cabeza, y que soporte lo que digan por ello, no dándoseme de todo nada. La vanagloria se viste de humildad. Con razón dirían que sólo busco notoriedad, y que es vanidad dar a conocer mis crisis.

En esta tranquilidad no estoy tranquilo; estando en calma, deseo agitación, aunque la deseo calmosamente. Ésta es la prueba mayor de la Bondad de Dios.

Cuaderno 2

Quid dicam reus, et omni confusione plenus?

Non habeo os loquendi, nisi hoc tantum verbum: Peccavi, Domine, peccavi: miserere mei, ignosce mihi.

Sine me paululum, ut plangam dolorem meum, antequam vadam ad terram tenebrosam, et opertam mortis caligine.

Im., lib. III, LII, 3.

* * *

Tengo que vivir en el mundo y en él ¿no puede alcanzarse la perfección ascética? La de la intención y el deseo sí.

La vida de los estilitas era para perpetua advertencia y ejemplo. La virginidad del monje enseña al hombre de mundo la virginidad del deseo. La virginidad es la virtud específicamente cristiana (Harnack, II, 10, 5). Hay que tener la mujer como si no se tuviese, y las riquezas lo mismo.

El ejercicio de la virtud de la castidad y de la pobreza entre los monjes, los escogidos, es lo que va enseñando a la cristiandad a apreciarlas y ejercerlas en espíritu, no en letra. Si no hubiera quienes viviesen según la letra de la virtud para conservar su espíritu, se perdería éste al cabo.

Cristo nos dijo que le imitáramos, y ¿quién osará creerse un Cristo, Dios de Dios y luz de luz?

Se dirá que el caballo de carrera sólo para las carreras sirve, pero es que con sus cruces da excelentes caballos de caza y mantiene la pureza de la raza. Los hombres espirituales con su cruce espiritual mantienen la pureza de la cristiandad. El monacato impidió que cayera ésta en la superstición gentílica en el siglo III y IV (Harnack, II, 9).

Considerando que hay hombres que viven castamente según la letra y el espíritu debemos dolernos de no saber guardar el espíritu los que estamos desligados de la letra.

* * *

Amhn legw )u(min, o(j an mh Jecetai thn basileian tou Jeon wc, paicion, ou mh eiselensetai, eij auten.

Mar. i' 15.

Como lo recibe ella, con sencillez, como un niño, sin psicologiquerías. Como se presentó Jesús al templo, a la circuncisión, por humildad, sometiéndose a la ley, pienso deber yo acercarme a la comunión. Pero el ir así, sin fe en el sacramento, no más que en holocausto a la ley, aceptándolo cual santo símbolo ¿no sería un sacrilegio, y fruto de la más exquisita soberbia? La humildad de la obediencia no se satisface con la obediencia de acto ni de voluntad, necesita la de mente. No debo obedecer la Ley hasta creer en ella como el pueblo, es una comunión de mentira. Más que creer, quiero creer.

Pero ¿no tendré tal vez una fe en el sacramento, velada aún para mí, y que al recibirlo se me revele?

Cum humilitate et patientia expecta caelestem visitationem: quoniam potens est Deus ampliarem tibi redonare consolationem.

La soberbia peor, la velada, la recogida, la encerrada, es la que me lleva a aceptar todo lo exterior, a cumplir todo lo que el pueblo fiel cumple, a acatar su credo, a rezarlo con él, pero reservándome el entenderlo de un modo que creo más elevado, tomándolo como símbolo, buscándole en la alta mística más profunda significación. Aún no tengo la ley, y quiero el espíritu.

Me resisto a recibir como niño el reino de Dios.

* * *

De la muerte.

Tristeza al despertar de noche y encontrarme con una mano dormida. Me apresuro a moverla y tocarla, preocupado de si la tengo muerta y seca y es la muerte que por ella viene.

Terror de la noche en que me incorporé con palpitaciones.

Locura que hace tiempo se me ocurría de la inmortalidad por intensidad. Unos viven en un tiempo dado más que otros; éste vive en cuatro años más que aquél en veinte, vida más variada; y así puede llegar a vivirse una eternidad de intensidad en un tiempo limitado, porque toda extensión es infinita en cuanto contiene infinitas partes. Sí, pero; siguiendo la metáfora, es infinita en nadas, contiene infinitos ceros. Vanidad de vanidades. No en ese cambio y variedad, sino en la inmovilidad de la fe y la gracia está la eternidad de la vida.

Y, ¿qué el despertar de noche y decirse: estaré vivo?, ¿habré muerto ya y consistirá en adelante mi existencia en estarme eternamente como ahora, aquí y de este modo, así acostado, solo conmigo mismo y con mis pensamientos, para siempre, siempre, siempre? ¿Para qué más infierno? Porque cójanle a un hombre en un momento cualquiera de su vida, el que crea más feliz, y háganle creer que ese momento se le eternizará y hará perdurable, y a poco que se pare verá en ello un infierno.

Gran consuelo sería a las veces poder detener al tiempo y solidificar un momento pasajero del flujo del tiempo, pero si ese consuelo se prolongase por siempre llegaría a ser nuestro mayor tormento.

Hablando del trance de la muerte dice el maestro Granada: "«Volver atrás es imposible; pasar adelante es intolerable, estarte así no se concede; pues, ¿qué harás?»". ¡Terrible misterio el del tiempo! ¿Cuándo estaremos libres del tiempo, del tiempo irrevertible e irreparable?

Si de pronto, estando sanos, viéramos que íbamos cegando, que los objetos se nos borraban, que las tinieblas avanzaban ¿no nos sobrecogería el terror? Y el morirse ¿qué tiene que ver con quedarse ciego?

Y la mente misma que concibe su desvanecimiento se irá desvaneciendo y concibiéndolo más oscuramente, y aterrados por ese gradual embotamiento de percepción, señal cierta de su fin, querremos resistirlo, como quien vencido por el sueño trata de dominarlo y abre los ojos.

Quien haya experimentado lo que sea luchar con el sueño vislumbrará lo que ha de ser luchar con la muerte. Querer hablar y no poder, querer levantarse y que las piernas no nos obedezcan. Querer hacernos fuertes y dominar al mal, y sentir que nos falta fuerza.

Ves a un moribundo aletargado, que ni habla, ni mueve miembro, ni da señal de vida más que respirar. ¿Sabes acaso si allí dentro se riñen tremendas batallas, y sufre con no poder expresarlo, o no tiene fuerza para ello? Porque cabe que sus sentimientos e ideas no tengan el vigor bastante para expresarse, pero como únicos y en un cuerpo acabado lo llenen todo, como las estrellas llenan el cielo cuando el sol se apaga. Los espectadores no saben lo que pasa en el último trance, y como éste es único y nadie ha vuelto a contarlo, nada sabemos. Es de lo único de que no hay experiencia; sólo una vez se muere. ¿Y no vale acaso vivir para ese acto único?, ¿vivir para morir?

No se debe pensar en eso —se dice—, si nos pusiéramos a cavilar en la muerte se haría imposible la vida.

Hay que pensar en ello, porque siendo el principio del remedio conocer la enfermedad, y la muerte la enfermedad del hombre, conocerla es el principio de remediarla. Cuando esa idea de la muerte, que hoy paraliza mis trabajos y me sume en tristeza e impotencia, sea la misma que me impulse a trabajar por la eternidad de mi alma, no por inmortalizar mi nombre entre los mortales, entonces estaré curado.

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Pwj dunasJe umeij pisteusai, docan para allahlon lambanontej, kai thn Jocan thn para tou monou Jeou ou zeti=te.

Iwan. e/ 44.

En el sueño del mundo todo es una feria de mutuas alabanzas, un dar gloria para recibir gloria, y declarar inmortal a tal o cual hombre.

Al saber mi cambio me han dicho algunos: Eso pasará, no es más que efecto de fatiga mental, es exceso de trabajo. Yo mismo llegué a creerlo.

Así Festo dijo a san Pablo (Hechos, XXVI, 24). "«Estás loco, Pablo; las muchas letras te vuelven loco»". Mas él dijo: "«No estoy loco, excelente Festo, sino que hablo palabras de verdad y de templanza»". Y si estuviera loco sería la santa locura de Cristo. ¡Ojalá la padeciese!

* * *

De la muerte.

Si se anunciara el fin del mundo para un día cualquiera de aquí a cincuenta años, ¿en qué estado no caerían los espíritus? Pues para cada uno de nosotros la muerte es el fin del mundo, entonces el sol se nos oscurecerá, los sonidos todos enmudecerán, las cosas todas se nos licuarán en la nada.

* * *

Es un mal síntoma cierta afición a las obras místicas y la especulación mística, y desvío de las ascéticas. Es el poso del maldito intelectualismo. No se puede llegar a la mística sin pasar por la ascesis y sólo mediante ésta, y si no salimos de ella en ella debemos quedarnos. Ésta es la humildad. Otra cosa es tomar la mística como curiosidad.

* * *

El hombre ideal del racionalismo es el hombre autómata, perfectamente adaptado al ambiente. Todos sus actos son reflejos, y como no hay roce alguno entre el proceso interior suyo, psíquico, y el proceso exterior o cósmico, no hay conciencia.

El sentimiento, el amor, la voluntad, es un estado de conciencia, un momento representativo, una idea.

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La religión natural, el deísmo, el panteísmo, llevarían a la superstición o al fetichismo esteticista. Rota la unión entre lo divino y lo humano, intelectualizado Dios, la necesidad de comunión viva con él se haría sentir.

V. Harnack II, 18. Las épocas de deísmo son las épocas de superstición.

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El racionalismo histórico (Renán) propende a no ver más que la humanidad de Jesús, un hombre bueno, perfecto, un genio, el mayor de todos, sin observar que un hombre bueno y perfecto es un Dios. Y el racionalismo idealista reduce al Cristo a un Verbo platónico o más bien alejandrino, a un puro concepto.

Sólo la fe sencilla une los dos extremos y ve en el Jesús histórico el Cristo divino, el Redentor y el Verbo. Hay que imaginarse vivamente la sagrada Pasión. Allá en la gloria sometido todo al Hijo el Hijo mismo se someterá al Padre y a Él someterá todo, y todo será en Dios. El panteísmo señala una vigorosa aspiración a Dios, es el deseo de la gloria corrompido.

Eritis sicut dii, así tentó el demonio a nuestros primeros padres. Ser Dios, tal es la aspiración del hombre. Y Dios se hizo hombre para enseñarnos cómo nos hemos de hacer hijos suyos, como lo fue su Hijo, que nos enseñó que fuésemos perfectos como su Padre.

Sólo por Cristo y a través de él podemos pensar y amar al Dios Padre, pensarle y quererle como a Padre.

Hay que pensar de Cristo "w(z en Kristῳ" (Atanasio).

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Es dudoso que haya alguien ido de la fe en Dios al cristianismo, y más de uno de la fe en Cristo a Dios, por Cristo a Dios (Juan XII, 44). Creo que más de un ateo habrá ido por Cristo a Dios (v. Juan VIII, 19; XIV 6, 7). La lectura del Evangelio, sobre todo en momentos de aflicción, habrá hecho más que todas las pruebas cosmológicas, teológicas y morales.

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2. Beata simplicitas, quae dificiles quaestionum relinquit vias, et plana ac firma pergit semita mandatorum Dei.

Multi devotionem perdiderunt, dum altiora scrutari voluerunt.

Fides a te exigitur et sincera vita; non altitudo intellectus, neque profunditas mysteriorum Dei.

Si non intelligis nec capis quae infra te sunt, quomodo comprehendes quae supra te sunt?

Subde te Deo, et humilia sensum tuum fidei, et dabitur tibi scientiae lumen, prout tibi fuerit utile ac necessarium.

Imit. IV, XVIII.

Es doctrina corriente en psicología la de que la idea es la incoación del acto, un acto abortado o reducido. Así si se produce un estado de vacío en la conciencia, el sueño hipnótico, una simple idea sugerida llega hasta el acto, al no encontrar contradictora. La idea es fuerza, la idea es motriz, la idea es un reflejo reducido e interiorizado.

Pensar una cosa es el principio de consentirla y cometerla. Pero viene la inhibición, la reacción del espíritu total a un pensamiento sugerido de fuera.

Así se ve cuán sabio es el condenar como pecados los malos pensamientos. El que se recrea en la idea de cometer una mala acción pronto hace que esa idea sea carne de su espíritu, se extienda por él como un tumor gangrenoso, corroa lo que se le oponga y de idea fija, corroborada con otras, llegue a la acción después de haberse creado un sistema, tiñendo a las demás ideas de su tinte, envenenándolas y agrupándolas en torno suyo.

De aquí se ve también que la raíz de la humildad de la vida, de la humildad en actos y afectos, es la humildad interior, la humildad del espíritu y de la mente, la humilde sumisión de ésta, la fe. Sólo es humilde de verdad el que humilla su razón.

Domingo de Quasimodo. 25 abril.

Misa conventual en la parroquia. Plática del párroco, que muchos creen al ir a la iglesia hacer un favor a Dios, cuando Él no necesita de nosotros, sino nosotros de Él.

¿Qué es eso de imaginarme un personaje, uno destinado a hacer ruido en la iglesia, y mi conversión a servir de modelo? ¡De cuántas maneras vive la soberbia!

* * *

El reinado social de Jesucristo.

Suele ser bandera de partido, con cosas como el proteccionismo, etc.

Ihsouj oun gnouj o(ti mellousin erxesJai kai arpazew auton basileia, anexwrhsen palin eij to oroj autoj monoj.

Iwan. j` (6), 15.

«Mi reino no es de este mundo».

V. III, 2, 8.

* * *

Padezco abulia; sin excitante externo no sé resolverme a obrar, y todo mi recurso es procurar provocar ese excitante. Alguna vez se me ocurre la locura de desear una grave enfermedad, un accidente o aprieto que poniéndome cerca de la muerte me mueva a pedir confesión y rompa este estado.

* * *

Mh tij ek twn arxontwn epistensen eij auton h ek twn farisaiwn. Alla o( oxloj outoj o( mh ginw(skwn ton nomwn eparatoi eisw.

Iwan. z / 48—.9.

¿Qué persona ilustrada y nutrida de ciencia tiene fe?

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Infierno.

Ese horror a la nada, ¿no es un aviso acaso? ¿No sería más horrible que la nada una eternidad de soledad, a solas con la propia nada? Puesto que sólo en ti has pensado y a ti sólo te has buscado y te has creído centro del universo contigo y sólo contigo estarás eternamente, con tu mundo interior, borrado a tus sentidos el de fuera, y así te penetrarás pronto de tu nada y tendrás tu propia nada por eterna compañía.

* * *

Es una enfermedad terrible el intelectualismo, y tanto más terrible cuanto que se vive en ella tranquilamente, sin conocerla; es tan terrible como la locura o el idiotismo, en que se dice que ni el loco ni el idiota sufren, pues no conocen su mal, y aún pueden vivir contentos. No hace más que reírse Raimundín.

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Recibido hoy el libro de Denifle. Al poco rato sacando notas del registro bibliográfico, ¡el libro por el libro! La condenada curiosidad. Esta sequedad es incurable; a todo se sobrepone la curiosidad, sólo pienso en la mística como en un nuevo campo de curiosidades.

Non quaeras quis hoc dixerit, sed quid dicatur attende. Yo creía encontrarme con un libro de erudición y me hallo con un libro de devoción. ¿De qué me servirá saber definir la compunción si no la siento?

Me ha estado halagando el que me llamaran místico, creyendo que es un grado más potente de espíritu, más que filósofo, así como esto es más que científico. Y lo que hay que ser es bueno.

¡Cuánto daño hace ese neo—.isticismo, ese falso misticismo de soberbios, ociosos, sensuales y borrachos! Hay que ser bueno.

El más insignificante suceso, el encuentro de cualquier frase, la palabra más inocente que oiga, lo que dice mi hijo, todo se me antoja aviso y símbolo y cosa de sentido oculto, todo lo traduzco a mi estado. Si sigo así voy a caer en superstición. No suenan una vez las campanas que no crea que me llaman; se me antoja que se me ha de dirigir a preguntarme qué me pasa cada religioso que veo.

Un deseo grande de declarar mi estado a todos, una gran facilidad en hacer confesiones a cualquiera, y una enorme sequedad e indiferencia si pienso en hacerla como la Iglesia manda.

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Empecé una crítica de las pruebas de la existencia de Dios.

Propendía a un absoluto fenomenismo, y en cuanto a la materia y el movimiento a no admitir más que éste, suponiendo que el móvil es conjunto de movimientos. Toda sustancia se desvanecía.

El gran misterio es la conciencia y el mundo en ella.

El principio de causalidad sin la conciencia sería la mera consecución de dos fenómenos.

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Padezco un gran desfallecimiento de la voluntad, no sé decidirme a nada. Hace días que tengo pensado ir a ver al párroco y todos los días lo difiero, esperando ocasión de encontrarle solo en la calle y pedirle hora; hasta soñando que venga a verme, puesto que me vio en misa. ¡Qué simpleza! No sé decidirme, no tengo voluntad. Nuestra voluntad sin la gracia no es nada.

«Soy nada, soy nada, soy nada», así iba pensando hoy al salir de misa. Y al llegar a casa me ha tocado leer el cap. III del lib. III de la Imitación y aquella hermosa oración implorando la gracia de devoción.

Memento, tamen, Domine, quia nihil sum, nihil habeo, nihilque valeo.

Tu solus bonus, justus et sanctus; tu omnia potes, omnia praestas, omnia imples, solum peccatorem inanem relinquens.

Reminiscere miserationum tuarum, et imple cor meum gratia tua, qui non vis esse vacua opera tua.

Domine, doce me facere voluntatem tuam.

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Jesus, vero, nihil mali gessit.

Aquí se le confiesa a Jesús Dios, al confesarle perfecto, pero no menos hombre.

El pecar no es humano, sino diabólico, quienes viven a sabiendas en pecado no son hombres sino demonios. Humanos son hambre, sed, calor, hielo, pena, desgracia, persecuciones, sueño y fatiga. Todas estas son cosas que también Cristo padeció en sí, el cual era un verdadero hombre para nosotros y con nosotros. Si fuera el pecado humano, habría pecado también, porque era un verdadero hombre en carne, y un hombre justo en la sabiduría, y un hombre firme en la virtud, y un hombre perfecto en el Espíritu Santo. Pero por esto era un Dios eterno en la eterna verdad y no un pecador. (Denifle, Das geistleche Leben, págs. 20—.1).

El mandato de: sed perfectos como vuestro Padre, siendo este Padre el único bueno, es una enseñanza de que el pecado no es humano, sino demoniaco.

Peca el hombre porque cayó, y cayó en la muerte por haber pecado. "Digna factis meis recipio".

Y sigue el místico alemán: "«Que los pecadores amen el pecado no es por naturaleza, sino por demoniaca maldad, y son peores que el demonio, pues si pudiera convertirse el demonio no permacenería en pecado. ¡Mas ellos pueden convertirse y no lo hacen! Cierto que es humano tener inclinación al pecado, pues esto tiene el hombre desde la caída de Adán; pero el que peque lo hace con libre albedrío, y no es de naturaleza, sino más bien contra ella, pues por ello se ve desposeído de su nobleza»".

Más de una vez había escrito yo que el hombre se sobre—.umaniza naturalizándose. Sí, entrando en la naturaleza primitiva, la anterior al pecado, por el bautismo y la confesión, se sobre—.umaniza. Y a la vez se sobre naturaliza a la naturaleza aquella humanizándola en Cristo. El estado de gracia, después de la caída, por la redención, ¿no es más humano que el de primitiva inocencia?

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Muerte.

El temor a la muerte es el principio de toda sabiduría (Sirach, I, 16). "Initium sapientiae timor Domini". El temor a la muerte es temor de Dios o principio de él.

Piensa en tu fin y no cometerás pecados (Sirach, VII, 40).

«Si se supiese que hay una yerba cuyo efecto fuese que el que la lleva no se hará nunca viejo ni enfermizo, compraríasela cara. Esta yerba es la muerte. Quien la lleve siempre en la mente jamás envejecerá en los pecados».

(Denifle, Das geist. Leben, pág. 32).

Llega un momento en que sin que se tenga ocupada siempre la imaginación con la imagen de la muerte, ni la mente con su concepto, sin que esté ni aun como fondo de nuestras imaginaciones, su recuerdo se ha sustanciado en nosotros y lo llevamos presente siempre, está, aunque inconciente, vivificando nuestras operaciones anímicas todas. Y entonces podemos decir que tenemos plena y verdadera conciencia de la vida, dado que es ésta un continuo irse muriendo.

¿Qué es todo tu pasado? ¿Dónde está fuera de tu memoria? Y si tu memoria se desvanece ¿qué será de él?

¿Cabe hablar de recuerdo de la muerte? Al acordarnos de la muerte, nos recordamos de ella.

Vivimos muriendo, a cada momento morimos y renacemos, el fugitivo presente fluye entre la muerte del pasado y el nacimiento del porvenir. Y este nacimiento es, como el nuestro, peligro de muerte.

* * *

Si quieres ser dueño siempre de ti mismo, está siempre en la presencia de Dios. No hagas como los niños, que cierran los ojos para que no se les vea. Adán se escondió después de cometido el pecado de su desobediencia.

* * *

Cuando se te ocurriere dudar de las verdades de la fe, y te dijeres: ¿y qué es la verdad?, acuérdate de que esto es lo que dijo Pilato al decidirse a entregar a Cristo.

* * *

Miércoles, 28 abril.

Leído cap. IX del Evangelio de S. Juan.

Yo soy un ciego, en quien han de manifestarse las obras de Dios.

Úngeme, Jesús mío, de lodo los ojos y mándame ir al lavadero de tu enviado, a la confesión, para que vuelva viendo. Dame fuerzas que no tengo voluntad.

Yo diré luego para glorificarte: Sí, yo soy, yo soy el que mendigaba gloria humana. Jesús hizo lodo y me ungió los ojos y me dijo: Vete al lavadero del enviado y lávate, y fui y una vez que me hube lavado vi.

Del polvo a que con el análisis reduje todo durante mi paso por el desierto del intelectualismo, ha hecho el Señor barro y me lo ha puesto ante los ojos, para que desee ver y vaya y me lave y vea.

* * *

Yo por mí soy nada, verdadera nada; cuanto hay en mí de ser es divino, de Dios cuanto de ser tengo. Y abandonado de Dios sentiré mi propia nada, y esta eterna visión de mi nada sería eterno tormento, muerte eterna.

Es preciso intentar de vez en cuando concebirse y sentirse no siendo. De este horror se saca temor de Dios y esperanza.

* * *

Cada vez que vuelvo a mi sueño, cada vez que siento un retroceso y me pongo en mi modo de pensar y sentir de los años pasados se me ocurre esta idea: ¿estaré loco? Esto es horrible. Y si volviera a ese sueño me perseguiría esa idea de la locura y me volvería realmente loco, estaría loco, como lo he estado ya tal vez.

* * *

Integristas, carlistas, mestizos, neos, etc. Dios entregó el mundo a las disputas de los hombres.

¡Qué poca caridad! ¡Cuánto daño hace todo eso a las almas! Otra cosa sería si nos cuidáramos de la reforma del hombre interior, de nuestra renovación en Cristo. Si en vez de consumir nuestras energías en pensar cómo hemos de tratar con los demás y cómo son los demás y cómo piensan y cómo hemos de relacionarnos con la sociedad volviéramos los ojos a nosotros mismos y nos escudriñáramos y cultiváramos sin descanso, brotarían espontáneamente justas y caritativas relaciones entre nosotros.

Santificándonos se santificará la sociedad. La Iglesia es la congregación de los fieles, fuera de éstos no es nada sustantivo. No caigamos en el error de dar sustantividad panteística a la sociedad cristiana y pretender llevar algo a ella.

Todos esos que disputan en la calle y en la prensa y en las sociedades se unen para rezar y se unen en una oración común y en común sacrificio. Recen más y disputen menos y hallándose más tiempo unidos y menos disputando vendrán mejor a un acuerdo.

Hay que hacer de la sociedad un vasto cenobio, un verdadero cenobio, xoinobioj, de vida común en espíritu, y del cristiano un cenobita. Y a la vez un solitario, un monje, en medio de la sociedad, convertida en monasterio. Practiquemos la obediencia de espíritu, la pobreza de espíritu y la castidad de espíritu y la unión surgirá, la verdadera unión de los católicos, que debe ser la comunión de los fieles.

Hay que gastar más las rodillas que los codos.

* * *

Nam digna factis meis recipio.

He tendido a la nada, a la destrucción ideal de todo, a reducirlo a mero fenómeno; he querido hacer de mi nada el centro del universo, lo merecido es la nada de todo verdadero ser, la muerte eterna.

* * *

Abro la Imitación (cap. VIII, lib. III): "Loquar ad Dominum meum, quum sim pulvis et cinis".

Soy polvo, y de este polvo ha formado el Señor con su misericordia el fango que ha puesto ante mis ojos para que ansíe lavármelos y vea.

Si autem me vilificavero, et ad nihilum regedero, et ab omni propria reputatione defecero, atque, sicut sum, pulverizavero, erit mihi propitia gratia tua, et vicina cordi meo lux tua: et omnis aestimatio, quantulacumque minima, in valle nihileitatis meae submergetur, et peribit in aeternum.

Anonadándome ante ti, Ser pleno y perfecto, es como aniquilaré mi nada, y llegaré, con tu gracia, al ser de tu gloria. V. el resto del cap.

* * *

De la muerte. / Cristianismo vago. Religiosismo.

De nuestra nada. / Moral, arte y religión.

De la gracia. / La costra. / Esclavitud.

* * *

Jueves, 29 de abril.

Cap. X del Evangelio de S. Juan.

Todo lo que no sea ir a confesarme y comulgar con el pueblo fiel, es entrar en la Iglesia de Dios por otra parte que no es la puerta, es de ladrón y salteador.

¿Qué es eso de vivir exteriormente como ellos, asistiendo a sus sacrificios y oraciones, y formar interiormente un reino aparte, y no entrar por la puerta?

Dame, Señor, fuerzas para que vaya a lavarme al lavadero de tu enviado.

* * *

¿Por qué se extrañan los que predican contra la religión de que el pueblo fiel no les oiga? No conoce la voz de los extraños (S. Juan X, 5).

* * *

¿Por qué he de matar mi alma, por qué he de ahogarla en sus aspiraciones para aparecer lógico y consecuente ante los demás?

Es terrible esclavitud la de vivir esclavo del concepto que de nosotros han formado los demás. Es terrible esclavitud la esclavitud de la vanagloria.

Un cambio, dirán los demás. No, un progreso.

No de ellos, de mí tengo que responder.

Libertad, libertad, libertad.

Dios me ha llamado, debo oírle. Que los demás no comprenderán esa llamada, ¿he de vivir esclavo de ellos?

Hay que vivir en la realidad de sí mismo y no en la apariencia que de nosotros se hacen los demás; en nuestro propio espíritu y no en el concepto ajeno.

* * *

Juan, XI, 4 (viernes, 30, abril).

Esto es un rayo de esperanza, de verdadera esperanza.

No es para muerte sino para que sea glorificado el Hijo de Dios.

Hay que releer muchas veces ese capítulo onceno.

* * *

Los que más persiguieron a Jesús y aquellos contra quienes más dirigió sus invectivas fueron los fariseos, que creían en la resurrección de la carne, los idealistas de entonces, y no contra los saduceos.

El idealismo enerva y es más soberbio que el positivismo.

Hay que guardarse mucho del sentimentalismo, que se da por fe racional.

* * *

Fusión.

«Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío, o caliente! Mas porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca».

Apoc III, 15—.6.

Aquellos cuya costra es tan espesa que aparece fría, tienen comprimido dentro el natural calor del alma, y algún día buscando su natural salida se eleva y resquebraja la costra y la calienta y aun caldea. Pero aquellos en que el calor va muy poco a poco extendiéndose y mantiene la costra tibia, sin liquidarla, así viven años y años, sin que les caldee más que la muerte.

* * *

Si la nada me aterra he de aprender a conocer mi propia nada para aterrarme de mí mismo, y ponerme a labrar en mí el hombre nuevo, el de la gracia, el del ser. V. Denifle, 64—.in.

* * *

¿Por qué me han de inquietar las habladurías de los demás, sus miradas de indiscreta curiosidad, y los juicios que puedan hacer acerca de mi resurrección, ya anunciada? Cristo mismo es blanco de indiscretas investigaciones y de ociosa curiosidad; su vida, su persona, su doctrina han provocado la curiosidad de muchos ociosos, que sólo buscan leña que echar al insaciable fuego de su vana curiosidad. ¡Qué poco se ocupan los hombres de sí mismos, y cómo inventan para perder el breve tiempo que se nos ha concedido!

* * *

No es lo peor el tener que romper con el hombre viejo; lo que me aflige es el temor de llevar a la nueva vida el espíritu de la vieja, es el ser católico como he sido anarquista y por las mismas razones; es catolizar pensando en mí y en dejar un nombre en la Iglesia. La comedia de la conversión impide la conversión verdadera. Esto es terrible.

¡Sencillez, Jesús mío, sencillez!

* * *

Anoche, en casa de Pepe, leí gran parte de la vida del P. Faber. ¡Qué alma!, y ¡qué conversión! En pura religión se fue al catolicismo.

Decía antes de convertirse: antes de un año seré católico o estaré loco. ¿No puedo decir lo mismo?

* * *

Si de pronto tuviese certeza de que no voy a vivir más que dos días de seguro que iba a confesar; ¿por qué no lo hago ahora?

* * *

Es terrible esto. Leo libros de devoción y piedad y no voy más que tras de las citas, a atesorar erudición bibliográfica acerca de la materia, a satisfacer la curiosidad.

Necesito purificarme de eso, de esa atroz bibliomanía, de ese rastrojo del mortal intelectualismo. Considerar a la mística y ascética como un ramo de literatura, ¿no es principio de perdición?

El literatismo y el esteticismo mismo son flor venenosa del espíritu pagano.

¡Cuánto tiempo he tenido aquí, en mi estudio, presidiendo a mis trabajos, la imagen de Homero con aquellos versos de exquisito veneno, aquella blasfemia de que los dioses traman y cumplen la destrucción de los hombres para que los venideros tengan algo que cantar! Los dioses sí, esto es los demonios; pero Dios no. Sí, los demonios traman y cumplen la destrucción de los hombres para que los venideros canten las hazañas de los perdidos.

¡Cuánto héroe de perdición hecho héroe de leyenda y argumento de canto!

¡El arte por el arte! Tanto vale decir la vida por la vida. No, la vida por la muerte, la vida por la vida eterna; y el arte por el arte eterno, por la religión.

* * *

Fili, qui se subtrahere nititur ab obedientia, ipse se subtrahit a gratia; et qui quaerit habere privata, amittit communia.

(Imit., lib. III, cap. XIII, 1)

¿Qué es eso de querer tener un catolicismo tuyo, para ti, más exquisito y hondo que el del pueblo de Dios? ¿Qué es eso de querer refugiarte en la más recóndita mística dejando la que crees rutinaria devoción y los ejercicios ordinarios para los demás? Mira no te lleve una pecaminosa curiosidad, una lujuria espiritual de nuevas emociones.

¡Sencillez, Dios mío, sencillez! Y para lograrla sentir como los sencillos, orar como ellos y con ellos, creer con ellos. Todo lo recibirás en ti y según eres.

* * *

El religiosismo puede conducir por la religiosidad a la religión, pero puede ser un narcótico sentimental que endormezca al hombre en la propia voluptuosidad y en la lujuria espiritual.

* * *

Hay que vivir, se dice, y se dice esto en el peor sentido. Sí, hay que vivir, pero hay que morir también. Y sobre todo hay que vivir muriendo para poder morir viviendo.

Morir habemos. ¡Qué hermosa frase! Es a la vez «moriremos», esto es = morir—.emos, y «tenemos muerte» habemus mori o mortem.

Cuanto más se piensa en la muerte más serena calma se saca para la vida.

Vivir en muerte, he aquí el único modo de morir en vida y en vida eterna.

* * *

Tiempo.

Lo pasado, pasado; al hecho, pecho. ¡Frases terribles!

Lo pasado, pasado. Sí, para los que viven en el tiempo fugitivo, para los que pasan por su carrera como un móvil por su trayectoria, como la tierra por su órbita, perdiendo la pasada posición en cada posición nueva.

Hay que vivir recogiendo el pasado, guardando la serie del tiempo, recibiendo el presente sobre el atesorado pasado, en verdadero progreso, no en mero proceso.

Y ¿cómo? Atesorando méritos para la eternidad, sabiendo que hoy somos mejores que ayer, radicalmente mejores, que hoy somos más que ayer, más seres, más divinos.

No es lo mismo obrar el bien que ser bueno. No basta hacer el bien, hay que ser bueno. No basta tener hoy en tu activo más buenas obras que ayer, es preciso que seas hoy mejor que ayer eras. En rigor ¿qué obras buenas son esas que al acumularse y añadirse unas a otras no te han mejorado? Buenas obras que al atesorarse en ti no te mejoran son vanas buenas obras, buenas obras de vanidad, aparentes.

«Hágase el milagro y hágalo el diablo», dice un infame proverbio. La moral del mundo sólo se preocupa del acto, no del agente; la cuestión es quitar a todo acto lo dañino. Poco importa que los hombres vivan con sentimientos de odio si el progreso social impide el que se dañen positivamente.

No importa que los hombres sean mejores, lo que importa es que no puedan hacerse mal.

Vale más ser bueno aunque se haga mal alguna vez, que ser malo y hacer bien, bien aparente.

Tal vez haya hombre a quien la comisión de un crimen le liberte del veneno de su obsesión, tal vez un rencoroso vengado de su enemigo vuelve en sí y se arrepiente de veras y purifica su rencor. Si es así le vale más que no haber vivido consumiéndose en el rencor.

Con la civilización el mal se difunde, se esparce, se derrama en pequeñas dosis por cada acto menudo. Habrá menos crímenes, menos violentos pecados, pero cada acto menudo va teñido de pecado. Hay menos asesinatos, pero más miradas de desprecio y de rencor, más frases de desdén, más gestos de altanería. Tal vez cuanto más difícil es hacer el mal, más importante es ser bueno.

¡Ser bueno! ¡Qué inmenso campo de meditación aquí! ¡Ser bueno! Ser bueno es hacerse divino, porque sólo Dios es bueno.

La muerte revela al bueno. Tal que siempre hizo al parecer el bien, o que por lo menos no hizo gran mal, tal que fue honrado muere desesperado y blasfemo y lleno de terror y de soberbia porque no fue bueno. Y tal otro que cometió maldades y crímenes tal vez, que no hizo el bien que quiso sino el mal que no quiso, como dice el apóstol, éste muere confiado, arrepentido y sereno porque fue bueno.

¿Por qué nos escandalizamos de que un último arrepentimiento sincero borre una vida de pecados? El que obtiene esa gracia es que fue bueno, es que hizo el mal que no quiso. Y en cambio el que se pierda uno de los que el mundo llama bienhechores de la humanidad, un austero varón, un hombre honrado, un Catón, es porque acaso fue malo, fue un malo que hizo el bien, por maldad tal vez (v. Faber. Progr., 55 final), pensando en sí mismo tan sólo. Hacer el bien por deleitarse en hacerlo sin referirlo a Dios, llevar a cabo una buena obra por lujuria espiritual, hacer limosna para recrearse en haberla hecho, ¿no es ya acaso algo radicalmente malo muchas veces?

No basta ser moral, hay que ser religioso; no basta hacer el bien, hay que ser bueno. Y ser bueno es anonadarse ante Dios, hacerse uno con Cristo, y decir con él: ¡no mi voluntad, sino la tuya, Padre!

Hay que purificar las intenciones, que los actos ellos saldrán puros.

Buscad el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura.

Es mucho más profundo de lo que se cree lo de que la fe justifica las obras, y si la fe sin obras es fe muerta, las obras sin fe son obras vanas.

Sólo la bondad interior santifica las obras buenas. Y la bondad interior es la humildad, cuya forma es la fe.

* * *

«Anégase toda vanagloria en la profundidad de tus juicios sobre mí».

(Imit., lib. III, cap. XIV—.)

¡Cuán diferente el concepto que nosotros de nosotros mismos nos formamos, constituidos en centro del universo y éste en nuestra representación, y el concepto que de nosotros habrá en la divina Mente, nuestro verdadero arquetipo!

¡Poderse ver desde fuera! ¡Poderse ver desde fuera! Esto he deseado muchas veces. Pero es más de ansiar poderse ver desde Dios y ver así la propia nada, la íntima ruedecilla que somos en la imponente máquina. ¿Creemos ser por nuestro ingenio o esfuerzo más que lo que por nuestro volumen y duración somos en la inmensidad de lo creado y en su duración?

«Todo el mundo no ensoberbecerá a aquel a quien sujeta la Verdad, ni se moverá por mucho que le alaben el que tiene firme toda su esperanza en Dios.

Porque todos los que hablan son nada, y con el sonido de las palabras fallecerán; pero la Verdad del Señor permanece para siempre».

¡Dejar un nombre! Efectivamente, dejarlo, y no llevárselo consigo. ¡Dejar un nombre en la historia! ¡Qué locura junto a llevarse un alma a la eternidad! Parece imposible que se ame más al nombre que a sí propio. He aquí otra forma de esa mortal esclavitud que hace que sacrifiquemos nuestra realidad a la apariencia que de nosotros hay en las mentes ajenas, que sacrifiquemos nuestro propio ser al concepto que de nosotros se ha formado el mundo.

* * *

Esclavitud.

Con nuestra conducta, con nuestros actos, hechos y dichos vamos tejiéndonos nuestro pobre remedo, que acaba por esclavizarnos. En vez de ser jueces ante Dios de nuestros actos y palabras, en vez de juzgarlos en el tribunal de nuestra propia conciencia, donde más especialmente reside nuestro Señor, estamos sólo atentos al efecto que producen en los prójimos. Cuando nos alaban y aplauden persistimos en ellos, abandonando aquellos otros que se nos imputan a pobreza de espíritu o poquedad de mente. Y así, guiados por el ajeno juicio y en la criba del mundo, vamos tejiendo la serie de nuestros actos, que acumulándose y concretándose producen nuestro carácter ante el mundo, carácter que oprime y ahoga al ingénito y propio que ante nuestro Señor habría brotado de nuestra alma regenerada por el bautismo.

Y nos encontramos con un yo que el mundo nos ha hecho, o que nos hemos hecho esclavizándonos a él, y es todo nuestro empeño ser fieles al papel que en el miserable escenario nos hemos arrogado y representarlo del modo que más aplausos nos gane. Y cuando parecemos despreciar los aplausos y buscar sólo la propia satisfacción estamos acaso peor, porque es que de tal modo nos hemos endurecido que identificados con el papel lo representamos para propia complacencia, con soberbia de masturbación.

Es cosa terrible vivir esclavo del yo que el mundo nos ha dado, ser fieles al papel sin ver fuera del teatro la inmensa esplendidez del cielo y la terrible realidad de la muerte, tener que ser lógicos dentro de él. El pobre actor siente un dolor agudo, pero no puede quejarse ni llorar, porque le silbaría el público, y aunque hombre sincero, sería mal actor.

Cuando se dice que el mundo es comedia no se medita bien en lo horrible de esto.

De pronto se acuerda el pobre comediante de que acabará la comedia y no tendrá cómo salir de sus apuros, y si tal vez entonces llora fuera de su papel dirá el público: está loco el pobre.

¡Libertad, Señor, libertad! Que viva en ti y no en cabezas que se reducirán a polvo.

Ese yo que el mundo me ha dado perecerá al consumirse las mentes en que vive, apenas quedaría de él más que un nombre. ¿Cómo, viviendo con ese yo, no iba a temblar ante la nada? Pero el yo mío, el que Tú sacaste de la nada, vivirá en Ti.

Se extrañarán del cambio, sin observar que no hay tal cambio ni de frente, ni de costado. Lo que hay es que el Miguel que ellos conocían, el del escenario, ha muerto y al morir ha dado libertad al Miguel real y eterno, al que ahogaba y oprimía, y eso que era la fuente de todo lo bueno del muerto.

La costra está seca e irá desescamándose. Quiero vivir en mí, donde tengo a mi Dios, y no en ellos, quiero libertad.

" «Mi yo, que me arrancan mi yo»", exclamaba Michelet. No vio acaso él mismo toda la horrible profundidad de ese grito. ¡Cuántos santos propósitos, cuántas divinas inspiraciones, cuántas celestes corazonadas, ahogadas y muertas por el peso de ese mono nuestro, de ese falso yo que nuestra conducta para el mundo ha formado en torno nuestro! ¡Libertad, libertad! "«El Señor es el Espíritu, y donde el Espíritu del Señor, allí la libertad»" (II Cor III, 17). ¡Quién me librará de este cuerpo de muerte!, exclamaba el apóstol. ¡Quién me librará —puedo decir— de ese fantasma de muerte, de ese yo con que me ha cargado el mundo!

La Verdad nos libertará, nos dice Cristo (S. Juan VIII, 32). ¿Qué es, en efecto, ser libre si no querer lo que la ley quiere? Mejor aún, cabe libertarse de la ley por la ley misma, queriendo lo que el eterno Amor quiere. Fiat voluntas tua! ¡Hágase tu voluntad! Por aquí se va a la omnipotencia humana, a poder todo lo que se quiere porque sólo se podrá querer lo que se pueda conseguir, a fiar en la gracia.

* * *

S. Juan XIV, 12. Si él resucitó a Lázaro ¿por qué no ha de resucitarme quien en él cree?

* * *

Cada día hago nuevos descubrimientos en la vieja fe. Parece como se extiende la luz de un alba y a su creciente lumbre el campo oscuro, que formaba una pastosa mancha, va cobrando contornos y contenido y figuras y vida. ¡Cuándo saldrá el Sol!

"«Mas el Consolador, el Espíritu Santo, el cual el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todas las que os he dicho»" (S. Juan XIV, 26). Hay que leer y releer este capítulo decimocuarto de san Juan.

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Cuidarse ante todo de la propia salvación, de nuestro personal destino de ultratumba, se dice que es el más refinado egoísmo; y egoísmo se llama a lo que lleva a uno a la Trapa. ¡Bendito egoísmo, que produce obras de caridad!

Lo noble, lo elevado, lo grande, es no pensar en sí ni en la propia salud eterna y trabajar por la Humanidad. Y esta humanidad qué es, ¿un conjunto de hombres que se aniquilarán al morir, y todo hombre se reducirá a nada y a nada sus descendientes? ¿Es más noble trabajar por el pasajero bienestar de hombres que han de aniquilarse o despertar en ellos el sentido del más allá? ¡La Humanidad! Si la humanidad es una serie de generaciones de hombres perecederos, si no tiene nada de permanente, si no hay comunión de los vivos con los muertos ¡triste altruismo el altruismo ese!

Hay mayor caridad que hacer volver a los hombres en sí.

¡Altruismo! ¡Altruismo! El altruismo lógico es el de Schopenhauer; predicar el suicidio cósmico o colectivo.

Si cada cual pensara seriamente en su salvación ¡qué inundación de caridad no habría en el mundo!

Salvar a los demás salvándose es lo mismo que salvarse salvando a los demás.

¡Triste cosa el que cada hombre se sacrifique a la humanidad, que nos sacrifiquemos a ella todos! Nos sacrificamos todos a la humanidad, y hecha abstracción de todos nosotros, los sacrificados, ¿qué es esa Humanidad? Esto sí que es pura idolatría y de la peor especie.

La Humanidad a que debemos sacrificarnos es Cristo, recapitulación del viejo Adán (según fórmula de un santo padre) que se sacrificó por todos y cada uno de nosotros. Somos los cristianos miembros místicos de Él, que es una realidad fuera de nosotros, sarmientos de Cristo, que es la vid (S. Juan XV, 1—.).

¡Altruismo, generosidad, abnegación! Vanas palabras para apartar a los hombres de su propia salud.

Es inútil darle vueltas, si creemos que volvemos a la nada y que los demás también vuelven a ella, ese pelear por la redención de los demás es una triste tarea, es una obra de muerte. ¡Hacer a los demás más felices, para que esa mayor felicidad ante la perspectiva del anonadamiento les haga más infelices! La cosa es clara; si la humanidad progresa en cultura, en facilidad y agradabilidad de vida, si se hacen los hombres más accesibles a los encantos del arte y de la ciencia, y con ello refinada la cultura y sensibilizada la conciencia se hace más sensible y clara la percepción de la nada, los hombres se harán más infelices con su propia infelicidad. Cuanto más grata y dulce y encantadora la vida más horrible la idea de perderla. Y así se pudren las culturas y llegan las decadencias; cada día se hace más evidente el vanidad de vanidades.

Del fondo del dolor, de la miseria, de la desgracia, brota la santa esperanza en una vida eterna, esperanza que dulcifica y santifica al dolor. Del seno de la vida fácil y grata brota la desesperación de hundirse en la nada. Hay, aunque parezca paradoja, la infelicidad de la felicidad. Los que viven en el bienestar y el goce gustan el amargo fruto del spleen, del aburrimiento, de la desesperación.

El fin del hombre es hacerse feliz, verdaderamente feliz, no culto ni exquisito. Y si la felicidad mundana conduce a la desesperación, es que no es la felicidad verdadera.

Todo el punto estriba en si hay o no vida de ultratumba. Si no hay tal vida o si llegamos a creer que no la hay (caso en el cual no la hay, sino muerte eterna) la civilización y el progreso no harán más que hacer al hombre más sensible a esa idea y hacer de su felicidad infelicidad, de la mayor facilidad de su vida fuente de sus pesares.

¡Esperanza, esperanza! La esperanza es la fuente de felicidad, y la fe la madre de la esperanza. De ellas brota la caridad, y ésta las mantiene.

Pocos periodos históricos más instructivos que el de la decadencia latina, al llegar el cristianismo a Roma. Reinaba en soberana la infelicidad de la felicidad; el suicidio era normal; el estoicismo cristalizaba las almas, el epicureísmo las licuaba.

No pensar en la muerte. ¡Imposible! Cuanto más se goza más se piensa en ella. ¡Feliz quien en ella piensa desde el seno del dolor!

Se busca huir de esto y una sombra de eternidad hundiéndose y sumergiéndose en el cultivo de la ciencia, del arte o de la vida pública. Es un modo de engañarse, de no oírse. El cultivo de la ciencia lleva al intelectualismo, a una triste sequedad del espíritu; el del arte al esteticismo, al literatismo y a otras terribles enfermedades. Las últimas desviaciones de estos males son horrendas, se cae en eso que se llama mística de la sensualidad.

¿Y la filosofía? Nada más horrible que estudiar nuestro origen, esencia, fin y destino como mera curiosidad, para satisfacer la mente.

Hay que vivir con toda el alma, y vivir con toda el alma es vivir con la fe que brota del conocer, con la esperanza que brota del sentir, con la caridad que brota del querer.

Por mucho tiempo me ha preocupado la redención del pobre, del obrero, del miserable, aunque siempre he creído que no era menos miserable el rico. Pero al despertar y pensar seriamente en mi propia salvación eterna he comprendido que, de no pensar en la de ellos, trabajar en hacerlos felices era trabajar en hacerlos infelices. Más de una vez he escrito que no necesita menos redimirse el rico de su riqueza que de su pobreza el pobre. Hoy entiendo bien esto. Hace falta redimir a cada cual de la fuente de sus pecados.

Caridad en los ricos y resignación en los pobres, se suele decir para salir del paso. Caridad y resignación en unos y en otros, caridad resignada, resignación caritativa. Y mejor que resignación, abnegación. Caridad y abnegación en ricos y pobres. ¡Qué falta hace que sienta el pobre caridad hacia el rico, y que el rico se resigne al pobre! El rico que se resigna a la riqueza es que renuncia a ella, el pobre que siente caridad hacia el rico es que se eleva de su pobreza y la aprovecha.

* * *

Día 4 de mayo. Cap. XV. San Juan.

¡Libertad, libertad! Quiero ser libre.

Se me dirá que salgo de una esclavitud para caer en otra, en la humillación a un dogma estrecho, como me dice S. en la carta.

«Yo no os diré siervos, porque el siervo no sabe qué hace su señor; os he llamado amigos, porque os he dado a conocer cuanto oí de mi padre».

(S. Juan XV, 15)

¡Libertad, libertad en Cristo!

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Muerte.

Pasando por una estrecha tabla sobre un abismo insondable el vértigo nos da vahídos y vemos que nos van a faltar fuerzas, y hacemos desesperados esfuerzos por ver claro y despejarnos y por cobrar fuerzas y estos esfuerzos nos agotan más. Debe de ser terrible hacer esfuerzos por cobrar esfuerzo.

* * *

Para justificar mi excesiva locuacidad, mi constante charlatanería, tenía costumbre de decir que pensaba en voz alta y que el día en que recogía más ideas y más notas atesoraba para mis trabajos era el día en que había hablado más. He tomado al prójimo de ¡oh, amado Teótimo! para ejercitarme, de paciente oyente. Y es claro, todas las ideas que de esta charla brotaban eran ideas de charla, ideas de mundo, fuegos fatuos, juegos de conceptos. De aquí ese condenado conceptismo que ha borrado toda la sencillez de mis trabajos. Tal vez lo que haya en ellos de puro, de limpio, de bueno, es lo poco que ha brotado del silencio, algo como aquel pasaje de mi novela en que la madre ruega a la Virgen por su hijo muerto en campaña, pasaje que lo maduré visitando la basílica de Santiago en silencio y solo.

"«Las más de las veces hablamos en la conversación más de lo que los demás quisieran que hablásemos»", dice el P. Faber. "«Dios quiere —decía Fenelón a una persona— que seas sabia no a fuerza de hacer muchas reflexiones, sino al contrario, destruyendo todas las inquietas reflexiones de tu falsa sabiduría. Cuando ya no obres por efecto de tu natural vivacidad, entonces serás sabia sin tu propia sabiduría. Los movimientos de la gracia son simples, ingenuos, infantiles. La naturaleza impetuosa piensa mucho y habla mucho. La gracia discurre poco, porque es sensible, pacífica e interiormente recogida»".

¡Silencio, silencio, para oír al Señor!

* * *

Es una cosa que me extraña cómo puede haber personas a quienes no conmueva y agite y desazone la idea del aniquilamiento, que crean fríamente en él y vivan, o que vivan sin pensar que han de morir. ¿Serán de otra madera que yo? Yo mismo ¿habré sido de otra madera durante años? Y ni aún esto, porque si bien no he vuelto hasta ahora desde hace años a la emoción de la muerte en idea me ha acompañado siempre.

Voy a llevar una vida de interno pesar. Me atormenta la idea de que todo este rejuvenecimiento de fe no sea más que un cebo ilusorio que la naturaleza me pone para que viva. Se me ocurre la idea de que debo creer para vivir tranquilo en la esperanza, sea cual fuere luego la realidad y aunque tenga que hundirme en la nada. Otras veces me ocurre la satánica idea de que por este camino voy a acabar por desear perderme en Dios, aniquilarme con aniquilamiento panteístico, y que el Señor me lleva a ello. En todas estas ideas palpita la creencia en una providencia, sea que me ofrece cebo de ilusión para que no desespere y viva, sea que me lleve a conformarme con lo que temo. Y si hay una Providencia ¿por qué no ha de haber vida eterna? ¡Cuánto voy a tener que purgar esta blasfemia que he repetido tantas veces! Poseeré la verdad y no me dará su consuelo.

Esto es insufrible. Pido una señal, una sola señal evidente, y preveo que si la obtuviera me metería a analizarla y aquilatarla. Y el pedir una señal ¿no es ya señal de aquello mismo que se pide?

Así no se puede vivir, me digo. Pero así debo vivir, luchando con estas tentaciones, haciéndome a la muerte.

¿Quién sino Dios mismo me ha movido a que le busque?

Me he burlado mucho de la duda, hoy vivo en dudas.

Sis ergo benedictus, Domine, qui fecisti hanc bonitatem cum servo tuo secundum multitudinem misericordiae tuae. Tu enim prior excitasti me, ut quaererem te.

(Del cap. XXI, lib. III, que me ha tocado hoy)

* * *

Miércoles 5 mayo. S. Juan, XVI.

«Es necesario que yo vaya, porque si yo no fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si yo fuese os lo enviaré».

Cristo no quedó; se fue. Y como no le vemos, le vemos por la fe, creyendo en él a quien no vemos, gracias al Espíritu que nos ha enviado.

¿Pides señal? Si tuvieras señal, no tendrías al Consolador.

¡Felices los que no vieron y creyeron!

La ausencia de Cristo visible es la condición de la asistencia del Espíritu Santo, porque se fue aquél ha venido éste. El pedir señal ¿no es señal? ¿Quién te mueve a pedir señal?

Y aún así volveré a caer en el mismo mar y en su resaca.

«Y cuando él viniere acusará al mundo de pecado, y de justicia y de juicio. De pecado, porque no creyó en mí».

El querer creer ¿no es principio de creer? El que desea fe y la pide ¿no es que la tiene ya aunque no lo sepa?

Estuvo un poco en el mundo y ya no le vemos, pero otra vez otro poquito, el breve soplo de la vida, y le veremos, porque se fue al Padre, y está en Él, adonde iremos a verle.

«Y conoció Jesús que le querían preguntar, y díjoles: ¿Preguntáis entre vosotros de esto que dije: un poquito y no me veréis, y otra vez un poquito y me veréis? De cierto os digo que vosotros lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará; empero aunque vosotros estaréis alegres, vuestra tristeza se tornará en gozo. La mujer cuando pare, tiene dolor, porque es venida su hora; mas después que ha parido un niño ya no se acuerda de la apretura, por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo. También, pues, vosotros ahora, a la verdad, tenéis tristeza; mas otra vez os veré y se gozará vuestro corazón y nadie quitará de vosotros vuestro gozo».

Sí, mientras el mundo se alegra yo me entristezco con dudas y cavilaciones y pesares. ¿Son dolores de parto espiritual? Ha venido mi hora; la emoción de la muerte, aquellas noches de angustia, me han revelado el fruto que llevaba en las entrañas de mi espíritu. Dame, Jesús mío, que te vea nacer en mí, y me olvidaré de tanta angustia.

No bajó Cristo como aparición, no tomó carne mortal de modo milagroso y apareciendo ya hombre maduro cumplió su obra. Habría sido un fantasma y no una realidad. Nació, nació niño y vivió niño, vivió treinta años en la oscuridad, oculto, vida humana, sin hacer más que vivirla. La niñez de Cristo es uno de los más instructivos misterios.

Dentro de la obra de la redención, ¿qué significa esa niñez?

Para salvarnos en Cristo tenemos que hacernos uno con Él. Y para ello empezar por hacernos niños y vivir vida humana y oscura, de humilde paciencia. No ha de ser tu redención una maravilla, un repentino resucitar y subir en gloria, sino lenta vida, vida oscura, vida que empiece en ignorada niñez. Ese súbito romper el capullo y aparecer mariposa que te bañes en luz y vueles por el aire libre sería fantasía, pura apariencia, no realidad. Sufre tus dolores y espera de ellos el parto espiritual.

Hay que nacer en Belén y vivir en humildad, oscuridad y obediencia, para pasar luego por el Calvario, y crucificarse en Cristo, y ser con él sepultado. Así se resucita y sube a su gloria.

¡Lógica, lógica! La lógica nos hace sacar consecuencias de los principios establecidos, de los datos, de las premisas, pero no nos da nuevas premisas ni nuevos primeros principios. Pedir lógica es pedir que no nos salgamos de esos principios que la razón da. Y ¿por qué he de vivir esclavo de ellos?

No, no quiero ser lógico, porque se me han abierto otros principios, y no por la lógica.

En nombre de la lógica condenaría un pueblo de sordos al único que oyera, sin que hubiese medio de que éste les convenciese.

¡Que sea lógico con mis antecedentes! Y ¿por qué no he de ser lógico con mi corazón? ¿Es que mis antecedentes valen más que mi corazón?

La lógica suele ser otra forma de la esclavitud para con el mundo, suele ser esa esclavitud idealizada.

No se trata de lógica, se trata de primeros principios. Y los primeros principios no vienen por la lógica. No es la lógica la que nos da las intuiciones sobre que opera.

El único papel de la lógica en un ciego de nacimiento que cobra vista es concordar sus nuevas impresiones con el sistema de las antiguas, rectificando la interpretación de éstas. Tal es el papel de la lógica en la fe.

Y he aquí cómo yo que huía de todo intelectualismo volveré a caer en él. Maté mi fe por querer racionalizarla, justo es que ahora vivifique con ella mis adquisiciones racionales, y emplee en esta labor mi tiempo.

Todo esto es para volverme loco.

Cuaderno 3

«Si eres locuaz, y te gusta hablar de cosas que no te conciernen, aprende a callar, pues no cabe duda de que si reduces tu boca al silencio, reducirá Dios al silencio el corazón».

Denifle, Das gt. Leben, pág. 97.

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Dice un místico alemán del siglo XIV (v. Denifle, 99) que el pecador debe hacer como la serpiente, que cuando se hace vieja, se desliza entre dos estrechas piedras, dejando entre ellas su vieja piel, para que le crezca una nueva, y que así el hombre debe apretarse entre las dos estrechas piedras del juicio que Dios pronunciará en el día final sobre nuestros pecados y la del amoroso cuidado que ha tenido de todos los pecadores.

Cuando la serpiente se desprende de su vieja piel es que tiene ya formada la nueva por debajo; es ésta la que cosquillea a aquélla y la expulsa. Nunca queda desnuda.

* * *

Venga a nos el tu reino.

«El reino de Dios no es comida ni bebida; sino justicia y paz y gozo por el Espíritu Santo».

(Rom XIV, 17)

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Racionalismo católico.

Respecto a esas miserables disputas y a ese dar y quitar patentes de catolicismo y juzgar al prójimo y decir lo que ha de hacer y creer (v. Rom., cap. XIV).

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¡Felices aquéllos cuyos días son todos iguales! Lo mismo les es un día que otro, lo mismo un mes que un día y un año lo mismo que un mes. Han vencido al tiempo; viven sobre él y no sujetos a él. No hay para ellos más que las diferencias del alba, la mañana, el mediodía, la tarde y la noche; la primavera, el estío, el otoño y el invierno. Se acuestan tranquilos esperando al nuevo día y se levantan alegres a vivirlo. Vuelven todos los días a vivir el mismo día. Rara vez se forman idea de su Señor porque viven en él, y no lo piensan, sino que lo viven. Viven a Dios, que es más que pensarlo, sentirlo o quererlo. Su oración no es algo que se destaca y separa de sus demás actos, ni necesitan recogerse para hacerla, porque su vida toda es oración. Oran viviendo. Y por fin mueren como muere la claridad del día al venir la noche, yendo a brillar en otra región.

¡Santa sencillez! Una vez perdida no se recobra.

* * *

«¡Qué pensamiento para nosotros el de que en este instante Dios sabe lo que ha de ser de nosotros por toda la eternidad! La pena que hemos de sufrir, o la bienaventuranza que hemos de gozar, están patentes a sus divinos ojos. Capaz es de quitarnos la respiración saber que todo esto lo sabe Dios, sin perjuicio de nuestra libertad moral. Ciertamente no puede darse cosa más terrible que tener que tratar con Dios».

P. Faber, Progreso de la vida espiritual, cap. IV.

* * *

Esto no puede seguir así. Anoche con motivo del viaje de mamá, estuve dudando si ir o no a Medina. Calculaba, de un lado, su placer al verme allí, y de otro me retraía el sueño, la molestia, el gasto, y sobre todo el tener horas de venir acaso solos, lo que convida a una explicación que rehúyo. Sobre este tan débil cimiento, sobre estas indecisiones en cosa de tan poca monta, armé todo un castillo y me estuve atormentando. Me parecía el no ir faltar a un deber, ceder a la carne. Se me ocurrió consultar a la Imitación, y, ¡es claro!, lo que me salió era incongruente. Por fin insté a Concha a que ella lo decidiera, supliendo a mi falta de voluntad, y me dijo que quedara. Ya en la cama tuve impulsos, ahogados, de levantarme, vestirme e ir; pero sabiendo bien que en tales luchas y propósitos se pasaría la hora. Es terrible esto de la comedia.

No quiero querer; quiero obedecer. Que me manden.

Hacer la voluntad de Dios. ¿Y cuál es la voluntad de Dios? ¿Cómo se nos manifiesta? Un impulso, ¿es divino o humano o diabólico? ¿Es de la naturaleza o de la gracia? Me temo ir a parar por este camino a un verdadero quietismo. Esto no puede seguir así.

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Viernes, 7 de mayo.

S. Juan XVIII.

21. «¿Qué me preguntas a mí? Pregunta a los que han oído, qué les haya yo hablado: he aquí que ésos saben lo que he dicho».

¿Por qué he de pedir revelación interior ni palabras para mí? ¿Quién yo para querer que me hable?

Tenemos que recibir de otros su doctrina, de los que le han oído; de sus santos, de sus doctores, de sus amigos y discípulos. Éstos saben lo que ha dicho.

36. «Mi reino no es de este mundo. Si de este mundo fuera mi reino, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos: ahora, pues, mi reino no es de aquí».

¿Qué servidores suyos son esos que pelean para que no sea entregado a los que le crucifican y se pasan la vida batallando a nombre de Él, y no creyendo más que en la guerra? Son los que en vez de rezar discuten; son los que hacen de la religión, partido; son los que juzgan y condenan y definen y excomulgan y no tienen caridad; son los que reciben a los flacos en la fe para contiendas de disputas, disputando si se ha de comer esto o aquello (Rom XIV). Y ¿quién soy para juzgarles porque juzgan?

* * *

Ayer, domingo, en Canillas. ¡Qué paz allí! ¡Quién pudiera vivir y morir como ellos! Fuimos a Calzada a un entierro de un pobre que ha muerto de parálisis. Yo pensaba en la parálisis espiritual. Me dijeron que murió diciendo: ¡qué dulce sueño! Parecía dormido, allí, a la puerta de la iglesia.

Después la bendición de los campos. Mantones, pañuelos, todos sus regalos sacaron en la procesión, colgados del pendón, las mozas.

A la vuelta ayer, en aquella calmosa vega, sin ver ni una casa en todo el horizonte, bajo el cielo limpio del crepúsculo se sentía mejor el despego de todo. Allí parece colocado uno entre cielo y tierra, sobre ésta y bajo aquél.

* * *

Pacem omnes desiderant; sed quae ad veram pacem pertinent, non omnes curant.

Imit. III, XXV, 1.

Plures reperiuntur contemplationem desiderare; sed quae ad eam requiruntur, non student exercere.

Imit. III, XXXI, 3.

La paz está en la contemplación; en la acción la guerra. Pero cabe hallar una contemplación activa o una acción contemplativa.

* * *

Tomás Dídimo necesitó meter su dedo en las heridas de los clavos y su mano en el costado de Cristo para creer que había resucitado y le tenía presente. Entonces dijo Jesús: bienaventurados los que no han visto y han creído. Y María Magdalena apenas le oyó que le nombraba: ¡María! Respondió: ¡Maestro mío!

¿Por qué cuando Dios nos nombra en nuestro corazón y oímos nuestro nombre no contestamos: ¿Maestro mío? Puesto que me ha llamado ha resucitado en mí, y si en mí ha resucitado es que resucitó de entre los muertos. Porque yo le había enterrado como le enterraron José de Arimatea y Nicodemo.

* * *

Pompeyo Gener me envía su libro Amigos y maestros, estudio de varios escritores. Concluye con los filósofos de la vida ascendente, cantando la lucha por la vida, Darwin, Spencer, Taine, Renán. Se pronuncia contra todo neo—.isticismo, decadentismo, etc. Hace bien. Pero es que todo eso está en el mismo campo que el más sano positivismo; todo ello es objetivarse y pensar en la humanidad.

Hay que volver a sí y proponerse el verdadero problema: ¿qué será de mí? ¿Vuelvo a la nada al morir? Todo lo demás es sacrificar el alma al nombre, nuestra realidad a nuestra apariencia.

* * *

Es cosa de inquietar la naturaleza, la juventud, la primavera, la salud, el sol, que emborrachándonos con la vida nos impiden pensar debidamente en la muerte y despertar.

Cuántos, al encontrarse moribundos, se dirán ¡cuatro días más, ocho días más, un poco de tiempo, Señor, que esto viene impensado! Es cosa terrible eso de que la muerte llegue impensadamente.

¡La Vida! Todo se vuelve himnos a la vida, exaltaciones de la vida. Esto es una borrachera. Esa condenada literatura produce la fatal ilusión de que la vida no se acaba, que continúa después de nuestra muerte.

No, muerto tú para ti no vive ya nada de aquí abajo.

* * *

Muerte.

Si alguna vez se te ofrece ocasión de contemplar un cadáver pregúntate: ¿qué hay aquí de menos que en un dormido?, ¿qué género de sueño es éste? Si a un dormido le pinchas o hieres despierta, se agita y se queja. Al muerto le abren las entrañas, le cortan las carnes, le ponen al descubierto las vísceras y queda inmóvil.

* * *

Muerte.

Nada se destruye, todo se trasforma —dicen a modo de consuelo—. La materia está en perpetuo cambio. Y del mismo modo —se añade—, no se pierde la materia del espíritu. Nuestras ideas no se pierden, van a fructificar; dejamos los efectos de nuestra labor. Cuanto hacemos queda de una manera o de otra. Todos contribuimos al progreso.

¡Triste consuelo! Y mi yo, mi conciencia propia ¿qué es de ella? ¿Qué es de mí, no de mi materia? Si yo desaparezco del todo, si desaparece mi conciencia personal, con ella desaparece para mí el mundo. Si mi yo no es más que un fenómeno pasajero, un fenómeno pasajero es el mundo en que vivo.

Imposible parece que haya gentes que vivan tranquilamente creyendo que vuelve su personal conciencia a la nada.

Después de todo es poco pura esta constante preocupación mía por mi propio fin y destino. Es tal vez una forma aguda de egotismo. En vez de buscarme en Dios busco a Dios en mí.

Ya no volveré a gozar de alegría, lo preveo. Me queda la tristeza por lote mientras viva.

He vivido soñando en dejar un nombre, viviré en adelante obsesionado en salvar mi alma.

* * *

La moral filosófica, puramente racional, no puede dar más que en epicureísmo o estoicismo, utilitarismo o kantismo. O se basa en el placer mismo de hacer el bien, en el deleite íntimo que en ello se halla, o en una doctrina intelectual y abstracta, en un concepto seco y austero del deber.

Las dos son moralidades sin apoyo. Conduce la una al esteticismo y la otra a la sequedad.

Ayer se me ocurrieron yendo por la calle una porción de cosas acerca del epicureísmo y del estoicismo; todas ellas se me han olvidado ya y no me acuden a la pluma más que triviales ramplonadas.

* * *

Esto es insufrible. Ahora me persigue la idea del suicidio. Hace un rato pensaba en si me inyectara una fuerte cantidad de morfina para dormirme para siempre. Y me veía, recién inyectado, aterrado ante la muerte, anunciando mi hecho para que acudieran a curarme, echando a correr desesperado y a sudar y agitarme para vencer al sueño y a la morfina.

Esta constante preocupación de mi destino de ultratumba, del más allá de la muerte, esta obsesión de la nada mía ¿no es puro egoísmo? No logro pensar en la gloria de Dios y borrarme; no logro llegar a contrición alguna, sólo fríamente siento la atrición. Estoy lleno de mí mismo y mi anulación me espanta. Me cuesta mucho penetrar en la intuición de mi propia nada.

El «no me mueve, mi Dios, para quererte... aunque no hubiera cielo te quisiera y aunque no hubiera infierno te temiera» me parece de puro inasequible, inhumano.

Se me ocurre exclamar interiormente: si es para tu gloria, aniquílame, Señor, y al punto me ocurre: ¡si es para tu gloria, condéname! Y al ver la blasfemia de esto concibo la blasfemia de lo otro.

A todo esto me vendrá Pepe con que somos átomos, nadas, y con que debemos hacerlo todo sólo para gloria de Dios. Y ¿por qué hemos de hacerlo todo para gloria de Dios?

Que Dios nos ha creado, y ¿por qué hemos de darle gracias por habernos creado si hemos de volver a la nada de que nos sacó?

Que debemos alabarle en sus obras, ¿por qué y para qué?

¿Añade nuestra alabanza algo a su gloria y su grandeza?

Es un deber. ¿Qué es eso de deber?

La serena contemplación del mundo, la visión de la historia, el trabajar para el progreso, la piedad hacia los demás... vanidad todo si acabamos del todo al morir.

No se puede vivir así, y no bastan precauciones, ni convicciones filosóficas, ni engaños y fraudes del corazón, ni sentimentalismos, hace falta fe, fe robusta, fe inconmovible. Y ésta sólo se saca del pueblo que nos rodea; tiene que ser la suya, la de los demás, la de los sencillos.

En mí mismo no puedo apoyarme; es inútil que intente engañarme y que me obstine en vivir en ilusiones y alimentarme de ellas. Necesito realidades. ¿Qué es todo esto? ¿No es ya una señal?

Cuando creía haber andado algo y haberme acercado a mi salud me encuentro como al principio, en la misma terrible situación. ¿Estaré condenado a perpetua duda? ¿Caeré en una vida estúpida y vegetativa?

Tengo que humillarme aún más, rezar y rezar sin descanso, hasta arrancar de nuevo a Dios mi fe o abotargarme y perder conciencia. O imbécil o creyente, no quiero que sea mi mente mi tormento y que envenene mi vida la certeza de su fin y la obsesión de la nada.

Vivía dormido, sin pensar en tales cosas, perdido en mis proyectos y mis estudios, confiado en la razón, como viven otros. Vivía alegre y animoso, sin pensar en la muerte más que como se piensa en una proposición científica y sin que su pensamiento me diera más frío ni calor que el que me da el de que el sol se apagará un día. He vivido como viven los más de mis amigos, dejándome vivir y soñando en dejar algo y en aportar mi partecilla a la obra del progreso. He vivido discutiendo de filosofía, arte y letras, y como si todo esto fuera eterno. He vivido como viven los que se llaman sanos de espíritu, fuertes de él, equilibrados y normales, considerando a la muerte como a una ley natural y necesaria condición de la vida. Y he aquí que ahora no puedo vivir así y veo esos años de ánimo, de bríos de lucha, de proyectos y de alegría como unos años de muerte espiritual y de sueño. Pero no puedo impedir cierta tristeza por ellos. He creído vivir feliz y me veo arrancado a esa felicidad. No logro arrepentirme de ellos. Suspiro por las ollas de Egipto.

Pero la realidad ahora es otra. Ya no volveré a esa vida, ya no sanaré, tal como mis amigos entienden esto de sanarse, ya no podré vivir como he vivido. ¿Quién me ha arrancado de ese sueño? ¿Qué ha sido esto?

La crisis venía incubándose lentamente y no he comprendido su incubación hasta que ha estallado. Me encuentro en otro país, con otros horizontes, con otra vida. Parece que ha variado en todo la perspectiva. Y así como entonces usaba del criterio del creyente como de cosa extraña, digna de ser conocida y estudiada, y que servía para rectificar las medidas tomadas con mi criterio, hoy me encuentro con que todo lo adquirido en esos años me resulta algo extraño, un aparato externo a mí, algo que no ha tomado carne en mi espíritu.

¡Con qué razón escribía Martínez Ruiz que yo no sabía a dónde iba! ¡Con qué razón me presentó Navarro Ledesma como la primera víctima del intelectualismo! Y fue contra estos dos, contra los que vieron claro en mí, contra los que me revolví en mi interior.

Me dediqué a estudiar la religión como curiosa materia de estudio, como producto natural, como pábulo a mi curiosidad. Preparaba una «Filosofía de la Religión» y me engolfé en la «Historia de los dogmas» de Harnack. Y hoy me parecen mis viejas teorías puro asunto de curiosidad.

Conozco algunos que han llegado a una crisis análoga y que me han dicho que quisieran creer. No, no quieren creer, no lo quieren verdaderamente; creen que quieren creer, o tienen muy enferma la voluntad. Porque si de veras quisieran creer era que allá en lo hondo creían ya y buscarían la fe en la humillación y en la oración continua.

¿De dónde viene el querer creer? Si viene de Dios y de su gracia abandonándonos a ese santo deseo hallaremos gracia para orar y pedirle que nos conceda fe, y Él nos hará la gracia de dárnosla.

Es ya gracia el deseo de creer, que nos hace merecer la gracia de orar y con la oración logramos la gracia de creer. Me complazco en creerlo así, y al creerlo así ¿no es, Señor, que creo ya en Ti?

Y no sé lo que me pasa. No sé si mi pobre cabeza va a poder resistir estos embates.

Que me cuide, que me serene, que me tranquilice, que hago falta a los demás, que no abandone mis tareas literarias. A mí mismo me hago falta, y si Dios me cura, ¡que mi curación sea principio de otras!

Ya no podré trabajar nada para los demás hasta haberme borrado yo, hasta haber matado mi vanidad.

* * *

Muerte.

Gentes hay que sienten el horror de la sepultura, y que al ver en un cementerio un hoyo o un nicho se dicen: ¿y estaré ahí, a oscuras, sin aire, sin movimiento, comido de gusanos, con las heladas del invierno y calado por las humedades? ¿Y se me irán descomponiendo el cuerpo y pudriéndoseme todo?

Estas gentes no piensan en que verán la oscuridad, ni oirán el silencio del nicho, ni se darán cuenta de la falta de aire, ni sentirán el frío, ni sentirán nada, ni estarán en la sepultura, ni en parte alguna del modo que piensan. Su imaginación les tortura con un absurdo, forjándose una conciencia como la de vivos en un cuerpo muerto. Pero es mucha mayor tortura la de la imaginación al esforzarse por imaginarse como no existiendo. Ponte a pensar que no existes y verás lo que es el horror de la sepultura espiritual. El terrible estado de conciencia en que pensamos que no hay tal estado, el pensar que no pensamos, da un vértigo de que ya la razón no cura.

* * *

M.

«Y oí una voz del cielo, que me decía: Escribe; bienaventurados los muertos que de aquí adelante mueren en el Señor. También dice el Espíritu que descansan de sus trabajos, y sus obras los siguen».

Apoc XIV, 13.

A los que mueren en el Señor les siguen sus obras.

«Tampoco, hermanos, queremos que ignoréis acerca de los que duermen, que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con él a los que durmieron en Jesús».

I Tesal IV, 13—.4.

¡Dame, Señor, la gracia de dormir en Jesús!

«Empero Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho».

I Cor XV, 20.

Hay que morir en Adán para ser vivificado en Cristo durmiendo en Jesús.

«Porque si los muertos no resucitan tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana, aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo son perdidos. Y si en esta vida solamente esperamos en Cristo, los más miserables somos de todos los hombres».

I Cor XV, 16—.9.

Si no hay otra vida es vana la fe cristiana y vana su labor toda y no hay razón para que fructificara y se extendiera; si no hay otra vida y sólo para ésta es el espíritu cristiano somos los cristianos los más miserables de los hombres. No, no es posible; aun cuando el hombre fuese por esencia y naturaleza mortal tantos anhelos y esfuerzos le habrían creado ya otra vida. ¿De dónde me viene esta envolvente obsesión por la otra vida, por el más allá?

¿Que no somos más que un fenómeno transitorio en el mundo? Y ¿por qué no ha de ser acaso el mundo nada más que un fenómeno transitorio en nosotros?

* * *

M.

Dios que prometió perdón al pecador si hiciese penitencia, nunca le prometió el día de mañana, dice san Gregorio en la Homilia XII in Evangelium.

* * *

Dedicaos a una vida virtuosa, a hacer obras de verdadera caridad, a ser buenos, realmente buenos, a ser buenos y no meramente a hacer el bien; dedicaos a acallar vuestras pasiones, a ahogar hasta los gérmenes de ellas, las malas ideas, las meras intenciones; dedicaos a la virtud o pensad que habéis de dedicaros y decidme con la mano puesta sobre el corazón ¿no creéis que acabaríais creyendo? Si os entregaseis al ideal de perfección cristiana ¿no terminaríais por confesar la fe cristiana?, ¿no brotaría de la caridad la fe?

¿Cómo es que un incrédulo no se eleva de hombre honrado a santo? Ya sé que hay santidad en algunos incrédulos, pero ¿lo son? (Littré).

¿Han de tener razón los sabios sobre los santos? ¿Ha de ser mejor voz de la verdad la razón de Spinoza o de Spencer que el corazón de san Francisco de Asís o de otro santo?

En un tiempo escribí yo que si se observa fe en los buenos no es que sean buenos porque creen, sino que creen porque son buenos; que no hace su fe en la gloria su bondad, sino que su bondad les crea la gloria. Y la bondad ¿no es criterio de verdad?

Pasemos porque no haya sido la fe cristiana la que ha producido las maravillas de la santidad y caridad, sino que éstas, vengan de donde vinieren, han parido la esperanza, y la esperanza la fe. Es lo mismo.

* * *

La fe es un hecho en los que la poseen y disertar sobre ella los que no la tienen es como si una sociedad de ciegos discutiera acerca de lo que oyeran hablar de la luz a los videntes.

La fe es un hecho, y como un hecho hay que estudiarla.

No se discute de las impresiones primeras de los sentidos, son datos, son primeros principios.

Que veo aquí delante un tintero es un hecho. El problema es qué realidad objetiva responde a ese tintero, pero todo lo que discurramos sobre el tal problema será con elementos tomados de la percepción sensitiva. Operamos sobre una materia con la materia misma.

Es el problema del conocimiento, de la correspondencia entre lo objetivo y lo subjetivo, entre lo representado y la representación.

El mismo problema del conocimiento cabe trasportarlo al mundo de la fe. ¿Qué realidades corresponden a los principios en que por fe creemos?

Pero no se pierda de vista que en el primer caso, en el de las intuiciones sensibles, sea la que fuere la realidad objetiva fuera de nuestra representación, guiándonos por ellas vivimos, y obrando conforme a esas impresiones conservamos nuestro organismo que nos es tan extraño a la conciencia como el mundo mismo objetivo. Una serie de seculares adaptaciones entre la realidad objetiva de nuestro organismo y la del mundo ha creado esas asociaciones de intuiciones sensibles.

Y así también merced a las intuiciones de la fe conservamos la vida del alma, su bondad, su paz, su actividad, su caridad. La larga historia del cristianismo es una serie de adaptaciones de nuestra conciencia moral al mundo de la fe.

* * *

Hay muchos que dicen que quieren creer, que quisieran creer. Y alguno añade: ¡oh! si yo pudiese creer y creyera haría la vida más austera y penitente, imitaría la vida de los santos. ¿Sí?, ¿quieres creer? Pues imita desde luego esa vida y llegarás a creer. Condúcete como si creyeras y acabarás creyendo. ¿Que no puedes conducirte así porque no crees? Entonces es que no quieres creer, aunque otra cosa te parezca. Tu deseo de fe es una ilusión.

El modo más seguro acaso de llegar a creer el credo es rezarlo con el mayor fervor posible todos los días.

¿Que esto es una auto—.ugestión? ¿Y qué es eso de la auto—.ugestión? ¿Que soy como sugestionador y como sugestionado? ¿Puede ser el mismo sugestionado sugestionador? ¿De dónde me ha venido la sugestión?

* * *

Cuestión social.

¿Cuál es el ideal de una sociedad cristiana? El presentado en los versillos 44 a 47 del cap. II de los Hechos de los apóstoles:

«Todos los que creían estaban juntos, teniendo las cosas comunes. Y vendían sus posesiones y las haciendas, y repartíanlas a todos, como cada uno había menester. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan, comían juntos con alegría y con sencillez, de corazón, alabando a Dios y teniendo gracia con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la Iglesia los que habían de ser salvos.

Y de la multitud de los que habían creído era un corazón y un alma, y ninguno decía ser suyo algo de lo que poseía, mas todas las cosas les eran comunes».

Cap. IV, 32.

Un corazón y un alma, no dice un solo rey ni una sola patria. Eran unánimes según Jesucristo como pedía san Pablo al Dios de la paciencia y de la consolación que se lo concediera (Rom XV, 5). Y así concordes, a una boca, glorificaban al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo (Rom XV, 6). Era el gozo del Apóstol, que sintieran lo mismo, i/(na to ato) fronhte, teniendo el mismo amor, unánimes, su(myuxoi, sintiendo una misma cosa (Fil II, 2). Repíteles que sientan una misma cosa, II Cor XIII, II Rom XII, 16, Fil IV, 2.

«Que ningún necesitado había entre ellos; porque todos los que poseían heredades o casas, vendiéndolas, traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles y era repartido a cada uno según lo que había menester».

Hechos, IV, 34—.5.

Comunidad de bienes con un corazón y un alma, he aquí el ideal. Buscar la comunidad sin la unidad de espíritu es buscar disensión y muerte.

* * *

Del prólogo a lo de Arzadun.

¡La niñez! El recuerdo, más o menos claro, de nuestra niñez es el bálsamo que impide la tal momificación de nuestro espíritu. En las horas de sequedad y de abandono, cuando se toca el tremendo vanidad de vanidades, cuando fatigado el espíritu de la peregrinación a través del desierto penetra en el terrible misterio del tiempo y ve abrírsele el abismo sin fondo de la nada, entonces se oyen en el silencio los ecos dulces de la niñez lejana como rumor de aguas vivas y frescas de humilde arroyo que seguía fluyendo bajo las secas y ardientes arenas. Y entonces, secas las fauces y resquebrajadas las entrañas espirituales, sedienta el alma hasta la agonía, se escarba con afán el suelo hasta descarnarse las manos para descubrir aquellas aguas y caer postrado de bruces y beber y recobrar vida con el manantial que corriendo en oscuro subterráneo preservó su pureza y su frescura.

* * *

Estos dedos que están sirviendo para contar las salutaciones de tu rosario no pueden emplearse ya, bendita Virgen, más que para narrar la gloria de tu Hijo.

* * *

"«Padre, perdónalos, porque no saben lo que se hacen»". Lc XXIII, 34. Y en el capítulo III de los Hechos de los apóstoles, cuando Pedro cura al cojo al hablar delante de la turba asombrada de la resurrección y muerte de Jesús dice (v. 17): "«Mas ahora hermanos, sé que por ignorancia lo habéis hecho, como también vuestros príncipes»". "«Y estas cosas os harán, porque no conocen al Padre ni a mí»". 3, Juan XVI, 3. Y san Pablo, hablando de la sabiduría de Dios, oculta en misterio. Dice I Cor II, 8: "«La que ninguno de los príncipes de este siglo conoció, porque si la hubieran conocido nunca hubieran crucificado al Señor de gloria»".

¿Por qué es tan raro el recordar la ignorancia de los que pecan y ofenden a Dios? ¿Por qué se les insulta más que se les compadece? Todos acusan y nadie busca disculpas.

Dios odia el pecado, y ama al pecador; el hombre ama el pecado y odia al pecador, se aprovecha del delito y condena al delincuente. El odio al criminal es uno de los más tristes sentimientos humanos.

El mismo que nos dijo que no juzgáramos para no ser juzgados, nos enseñó a ser misericordiosos.

* * *

La idea de la muerte y del más allá y de la nada me despertó de mi sueño; fue una llamada al egoísmo eterno. Pero así me he puesto a pensar que no ya con referencia a mí solo, sino que teniendo por caridad presentes a los demás, el que estemos o no destinados a una vida eterna es el eje de la vida y de la conducta. Un egoísmo que se universaliza no es ya tal egoísmo.

* * *

¿Qué es esto de querer que todo se cumpla entre Dios y yo, y esperar señales, o que haga porque sí toda su obra? ¿Qué es esto de no querer entregarme a hombre alguno? Estoy pensando de continuo en la humildad y resisto humillarme a otro hombre y rehúyo todo intermediario.

No será tiempo de creer cuando baje Jesús en toda su gloria, a juzgarnos, hay que creer en él mientras es hombre. Muchos creen en la divinidad de Cristo, pero es mientras no tienen presente su humanidad, y así no creen en el Dios—.ombre; muchos creen en el Cristo ideal, el que flota en cierta vaguedad mística, el que se forjan en las regiones del pensamiento puro, pero no en el Cristo humano que se nos presenta en su Iglesia, revestido de todo lo humano del ritual, de la liturgia, del sacerdocio. La Eucaristía es la forma de este Cristo humanado, es el gran escándalo de los idealistas, la gran contradicción de los soberbios, la piedra de toque de la humildad.

Estoy queriendo autosugestionarme. Parece imposible que escriba yo estas cosas y que luego me rebele contra ellas.

¿No soy acaso sincero al escribirlas? O ¿no lo soy al revolverme contra ellas? O ¿es que hay en mí dos yos y uno traza estas líneas y otro las desaprueba como delirios? ¿Es la lucha de que hablaba san Pablo y que le hacía prorrumpir en aquel ¡miserable hombre de mí!? O ¿es que Dios mueve mi mano y esto que escribo no lo escribo yo sino un Espíritu que en mí mora? Es, de todos modos, tema de honda meditación esto de que me esté aleccionando y predicando a mí mismo y convirtiéndome, y que escriba hoy cosas que me parecerán mañana escritas por otro que no soy. ¡Qué lento y enojoso es el despojarse del hombre viejo!

Y veo que subsiste en mí el hombre del sueño, y todo lo que he atesorado en estos años de ciencia humana lo tengo presente y me parece que no contradice a lo nuevo. Es como si la nueva fe la recibiera sobre la convicción antigua, para coronarla y vivificarla. Mi idealismo, mi socialismo, mi anarquismo, mi fenomenismo teórico, todo me parece trasfigurado a una nueva luz. ¿Me esperará la más terrible de las pruebas? ¿Será que después de haber fundido mis convicciones racionales en una fe sobrenatural mate ésta a aquéllas y se me reserva la más dura prueba, la de despojarme de esas convicciones? ¿Tendré que sacrificar mi razón al cabo? Esto sería horrible, pero hágase, Señor, tu voluntad y no la mía. Si la razón me daña, quítame la razón y dame paz y salud aunque sea en la imbecilidad.

Y a todo esto resistiendo entregarme a hombres, obstinado en no creer en la humanidad de Cristo. No logro ver más que la ignorancia y los defectos todos de sus ministros. Eso de que el confesor sea Cristo se me resiste cada vez más, y cada vez más me siento empujado a él. Me empeño en que vengan a mí y no yo a ellos. Y se me pasará el tiempo en pensar a quién confiarme, como si no fueran iguales todos, todos meros representantes, meras figuras. Si conociera a un santo me entregaría a él. Y ¿en qué conoceré a un santo?

Es extraño esto de sentirse impulsado a todo lo que más se ha despreciado, y sentirse impulsado a ello mientras se sigue viendo en ello lo que se veía. Cuanto puedan decir de la confesión auricular los que más la combatan y más hondamente la repugnen y vean mejor todo lo humano de ella, todo eso me lo he dicho yo y me lo digo y diciéndomelo me siento a acudir a ella impulsado, y parece que cuanto mayor superstición me parece más me atrae. Porque sí, cuanto mayor superstición te parezca y más grosera y fetichista, más humillación hallarás en acatarla y someterte a ella, y más grande será tu humildad en aceptarla. ¿Iré a caer en la superstición?

¡Superstición, superstición! ¿Qué es superstición? Pilato el supersticioso preguntaba a Jesús: ¿qué es la verdad? Y sin esperar su respuesta iba a lavarse las manos. Los hijos de la verdad debemos preguntar al Demonio: ¿qué es la superstición? Y sin esperar respuesta ir a lavarnos en la penitencia y en su tribunal. ¡Sin esperar respuesta, quedándonos con la terrible duda! Esto es insufrible.

¡Cuán diferente estado de aquel de tranquila indiferencia con que fui a comulgar sin haberme confesado, sacrílegamente, cuando me casé! Y ahora me viene a la memoria aquello de que el que comulga sacrílegamente come su propia condenación. Y esto se me ocurre con toda naturalidad, sin darme frío ni calor. ¿Qué es esto? ¿Cómo fui tan tranquilo y quedé tan tranquilo? Y cuando de niño iba a comulgar con fe ¿sentí acaso alguna vez todo eso que dicen se siente? No, nunca.

Más de una vez me pongo a pensar racionalmente en mi estado; y acudo a todo lo de la herencia y el hábito de la niñez y el inconciente y mil otras razones, pero llega la hora y me siento impulsado a la iglesia, y voy y oigo misa. Y sé que si esta razón vence volveré a las angustias y congojas, y que ya no tendré paz en la vida. No, no quiero morir del todo.

Me he burlado de la duda y he aquí que caigo en ella. ¡La duda! ¡Qué ridículas me han parecido todas las elucubraciones sobre la duda! Y ahora tendré que pasar por lo ridículo de ayer.

* * *

¿Es que acaso no me estoy sugestionando y creando en mí un estado ficticio e insincero? Con esta constante lectura de libros de devoción, con estas misas y estos rosarios y estas oraciones ¿no estoy creando una ficción en mí? ¿No busco acaso una ilusión para engañarme creyendo gozar de paz en ella? Estas ideas ¿no son tentaciones demoníacas?

Se han percatado de mi cambio, hasta algunos periódicos han hablado de él, me he creado una nueva posición. Y ¿no es esta una nueva esclavitud? Si persisto y esto es de gracia divina y vuelvo a la fe de mi niñez ¿no será algo ficticio? Si vuelvo a lo que he sido estos años y dejo pasar esto como nube de verano y pasajera perturbación ni unos ni otros me recibirán como antes, para unos y otros seré un loco o un hipócrita. He mostrado a toda luz mis flaquezas, no he sabido ser cauto. He puesto al descubierto mis debilidades; no he sabido recatarme.

¿Por qué me inquieto tanto de los demás?

* * *

Son incontables las formas que reviste la soberbia. Alguien me ha escrito diciéndome que también él pasó por donde yo estoy pasando y al leerlo me he dicho: ¿tú por donde yo?, ¡pobrecillo! ¿Por qué he de creerme superior a los demás hasta en mi capacidad para la tribulación y la lucha? Estoy muy enfermo, y enfermo de yoísmo.

He vivido en la necia vanidad de darme en espectáculo, de presentar al mundo mi espíritu como un ejemplar digno de ser conocido. Como esos pobres que a la orilla del camino muestran sus llagas hay personas, literatos, que ostentan las llagas de sus almas y se presentan como seres interesantes. Son como los niños que se engríen del trapo que llevan en la herida del dedo y se deleitan en las convalecencias haciéndose los interesantes y fingiéndose más enfermos de lo que están.

Pero ha habido un pudor que me ha salvado. Esa oculta delectación en mí mismo, ese enmimismarme no lo he mostrado al exterior. Tenía la conciencia de su maldad, de que es un vicio feo y una fuente de pecados y lo he guardado. Esta merced que Dios me ha hecho de que guardara para mí mi oculto ensoberbecimiento es lo que me permite que lo combata ahora.

Y me ha salvado el afecto real que he profesado a mis amigos, el cariño sincero que he sentido por los buenos.

Mi labor anónima en La Lucha de Clases, esa constante propaganda por el socialismo elevado, noble, caritativo; esa campaña sin pensar en mí, ocultándome, esa campaña ha sido una bendición para mi alma. En medio de la miseria de mi espíritu he conservado, por divina gracia, un fondo de nobleza y abnegación. ¡Bendito sea Dios!

Pero ahora debo desarraigar hasta lo más oculto del vicio, hasta la secreta delectación, hasta esa masturbación espiritual para entregarme a la cual me ocultaba de todos. No basta no dejar exteriorizar la soberbia; acaso fuera mejor. Hay que evitar el interiorizarla, porque así se la cultiva con mayor delectación.

Y ¡qué de formas no ha revertido esa pueril yoización! ¿Acaso mientras he escrito ciertas cartas no ha pasado por mi mente la idea de que el destinatario las guardara? ¿No he soñado acaso en momentos de abandono en que muerto yo se coleccionaran aquéllas y se publicara mi correspondencia? ¡Triste vicio de los literatos! ¡Funesta vanidad que sacrifica el alma al nombre! En ninguna parte como entre literatos son fatales las consecuencias del amor propio enfermizo, con su cortejo de envidias, soberbias, orgullos e hipocondrias. ¡Escribir cartas para la posteridad!

¡Vivir para la historia! ¡Cuanto más sencillo y más sano vivir para la eternidad!

Y hay un grado tristísimo de amor propio y es aquel en que se renuncia a agradar a los demás pero es para agradarse a sí mismo, y se produce para recrearse en la propia obra. Ésta es la masturbación espiritual, el onanismo del alma, la adoración de sí mismo. ¡Todo menos reconocer nuestra propia miseria, nuestra nada, y anonadarnos ante Dios para que nos libre del anonadamiento!

¡Humillación, mucha humillación! ¡Humillación para llegar a la humildad! ¡Corona de espinas, irrisión, caña por cetro, burlas sangrientas, y gracia, Señor, para soportarlas!

Estos mismos cuadernillos ¿no son una vanidad? ¿Para qué los escribo? ¿He sabido acaso tenerlos ocultos como fue mi primer propósito? Aunque, bien mirado ¿debo guardar y dejar morir en mí lo que me inspira la gracia? El temor de exhibirme ¿de impedir que publique, Señor, tus mercedes, y que describa una miseria del espíritu moderno para enseñanza y consuelo acaso de otros? Porque sí, mi enfermedad es común, es trivial, es ordinaria; es la de casi todos los literatos. Y cuando ha permitido Dios que me haya creado cierto nombre literario en un círculo dado y al empezar mi carrera ascendente me ha llamado será para algo.

¡Sinceridad, santa sinceridad! Que no piense en mí ni en mi gloria, sino en la tuya, Señor, y que no busque ni rehúya el escándalo.

Cuando me dijeron que mi Eugenio Rodero era indiscreto publicarlo, que me atraería suspicacias y me concitaría animosidades hostiles me regocijé y aspiraba a afrontar el escándalo para gozarme en él y elevarme sobre él. ¿Por qué ahora he de temer otro escándalo? Entonces me halagaba el escándalo de que se me llamase demoledor, anarquista, etc., hoy temo el que se me trate de fanatizado, de esclavizado por la superstición, de vencido, de imbecilizado acaso. Me halagaba alzarme sobre el escándalo; me duele sucumbir bajo él.

Porque la cosa es clara. Al librepensador osado, al demoledor, al que rechaza toda ley y toda tradición, le maldicen unos y otros le aplauden, pero le admiran todos. No admiran menos a Proudhon los creyentes que los incrédulos, el satanismo les atrae. Pero al que vuelve a su fe de niño y se humilla y se somete y mostrando sus flaquezas repite una vez más la eterna canción de los predicadores todos de la verdad los incrédulos le compadecen y tratan de enfermo y supersticioso y los creyentes no le aprecian, atribuyéndolo todo no a Dios siquiera, sino a sí mismos, y haciendo de la conversión arma de combate y motivo de mortificación.

Y dicen: ¡claro está!, ¡al fin ha caído! Si no podía ser por menos... ¡bah! al fin y al cabo tienen que venir, aunque sea en el lecho de muerte. Y así queda abandonado de los hombres, que es el modo de que tú, Señor, no le abandones.

¡Qué pozo de miserias y flaquezas nuestra alma!

¡Qué terribles horas debieron de ser las de la oración de Jesús en el huerto del olivar, cuando luchaba con su humanidad! ¡Qué hermoso y grande es esto de un Dios luchando con su humanidad, conociendo directa y personalmente su miseria toda, encerrado voluntariamente en la miseria humana y sufriendo sus angustias! ¿Cómo ha podido ocurrírsele esto a los hombres? ¡Qué pasaje ese de la pasión! "«¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?»". Y sudaba sangre. Y rendido, destrozado, terminó exclamando: Que se haga tu voluntad y no la mía. Así terminó después de haber pedido al Padre que apartara de él el cáliz de la amargura. Sufrió luego pacientemente todo, la flagelación, la coronación, la burla, la crucifixión. La lucha, la terrible lucha fue para vencer la humanidad.

Tenemos que vencer lo humano nuestro para que resucite y viva lo que de divino tenemos, y para poder encomendar nuestro espíritu en manos de nuestro Padre.

Tengo que vencer ese oculto orgullo, esa constante rebusca de mí mismo, ese íntimo y callado endiosamiento, ese querer labrar mi propia estatua y deleitarme en mi idea de mí mismo, ese empeñarme en trabajar para la posteridad, esa necia vanidad de creerme de otra especie. Tengo que cultivar los gérmenes de amor al prójimo, mis cariños amistosos, los impulsos que me han llevado a las labores anónimas. Y cuando me haya despojado de mí mismo podré trabajando para los demás trabajar para mi salud, no para masturbación espiritual.

¡Aquella noche, aquella noche en que salí en Munitibar solo, al medio de la carretera, donde nadie me veía, a rezar por la pobre Ceferina, en peligro grave! Y las cartas a Leopoldo y mi amistad a él. ¡Qué lágrimas las que me asomaron a los ojos cuando me escribió que yo le he hecho mejor de lo que era! "«No deje usted de escribir —me escribía otro— que en lo que usted escribe tenemos mucho que aprender»". ¡Que aprender!

¡Pobre Leopoldo! Nunca olvidaré el día en que fui con él a ver allá, en su huertecilla de Deusto, a su pobre hermana moribunda. Parecía ya un cadáver, allí, bajo aquel peral, a la luz de la tarde filtrada por el follaje, de luto, demacrada, triste, con mirada que parecía venir de otro mundo o errar despegada de éste. Debieron decirla sus directores que rogara allá en el cielo porque Dios apartara a su hermano, a mi Leopoldo, de malas compañías, y tuvieron que decirla que no hay infierno para aquietarla. ¡Pobrecilla! ¡Cómo se apagó como una vela! Cuando la vi no se sabía si venía del sepulcro o iba a él, si era una recién resucitada o una moribunda.

¿Cómo es que al mismo tiempo y sin comunicarnos hemos sentido Leopoldo y yo lo mismo? ¿No es acaso providencial nuestra amistad?

* * *

Muerte.

Cuando uno está tísico evita su familia el decírselo y trata por todos los medios de engañarle para no decirle que le queda un año, meses de vida. ¿Contamos con ellos? ¿Es más cuatro, cinco, diez años, que uno? ¿No somos tísicos?

Pocos piensan en la tabla de mortalidad y en la vida probable que les queda; pocos en que todos somos condenados a muerte. Sí, condenados a muerte todos.

Si todos los hombres fueran inmortales menos unos pocos ¿cuál no sería la desesperación de éstos? Pues hagámonos cuenta que los demás son inmortales y nosotros no, porque ellos morirán para ellos y si mueren después que nosotros no morirán para nosotros. Cuantos hayan de morir después que tú son para ti como si fuesen inmortales en caso de que no haya otra vida, porque muerto tú ¿qué diferencia hay de que los demás hayan de seguirte o no? Por lo mismo que morimos todos no penetramos el sentido todo del morir. El «todos hemos de morir» embota y borra el terrible «tengo que morir»; parece que al extenderse la proposición y hacerse de individual universal se hace más abstracta, más fría, más matemática, menos tangible y viva y real. Se dice «todos moriremos» como se dice que los tres ángulos de un triángulo valen dos rectos, como si aquello no trajera una tremenda realidad a nuestra vida.

La imaginación acude a engañarnos y como nos representamos el mundo continuando existiendo después de nuestra muerte no pensamos que ese mundo que nos representamos sobreviviéndonos no pasa de ser una representación que morirá con nosotros y que así el mundo, nuestro mundo, acabará al acabar nosotros, y que si no hay otra vida nuestro fin es el fin del mundo. ¡Triste consuelo el de que seguirá el mundo y vivirán nuestros hijos y nuestras obras muertos nosotros! ¡Triste consuelo si al morir morimos del todo volviendo a la nada! No consuelo, sino desconsuelo y desesperación. Y en cambio ¡hermosa idea si esperamos otra vida!

No hay más que un supremo problema moral y práctico, el de la ultratumba. Si es la nada el mundo que te imaginas sobreviviéndote no pasa de ser una imaginación tuya que contigo morirá.

¡Quién tuviera no palabras sino sensaciones calientes y vivas trasmisibles para trasladar a otros la emoción de la muerte!

Tenemos la experiencia de la muerte si es que no hay otra vida, y esta experiencia es la del sueño profundo. Morir sería entonces dormirse para siempre. Y ¿por qué nos dormimos con tanta ansia? Porque esperamos despertar. Pero intenta una noche imaginarte fuertemente que no has de despertar ya, y verás lo que se hace de tu sueño y lo que es el horror a poca imaginación que tengas.

Debe de ser tremendo sentir el invasor sueño de la vida y luchar para resistirlo, que los ojos se nos cierran y nos obstinamos en tenerlos abiertos, que la cabeza se nos va y hacemos esfuerzos desesperados por fijarnos en las cosas y en estos esfuerzos la agotamos más y más la rendimos al desvanecimiento.

Imagínate lo más vivamente que puedas que de pronto te quedas ciego y que luego, cuando vas ya consolándote de tu ceguera con las impresiones de los demás sentidos, te quedas sordo; y que luego pierdes el tacto y el olfato y el gusto y hasta la sensación de tus propios movimientos, quedando como cosa inerte a la que ni el suicidio le es posible por no poder servirse de sí misma. Aún te quedan tus pensamientos solitarios, tu memoria, aún puedes vivir en tu pasado. Pero he aquí que hasta tus pensamientos empiezan a abandonarte, y privado de sentidos no puedes sustituirlos ni renovarlos, y se te van liquidando y se te evaporan y te quedas con la mera conciencia de existir y hasta ésta pierdes al cabo, y te quedas solo, enteramente solo... no, no te quedas, que ya eres nada. Y ni aún te queda la conciencia de tu nada.

* * *

"«Duermo, pero mi corazón vela»", dice la Esposa del Cantar de los Cantares. Así ha pasado a mi alma en estos años, dormía, pero su corazón velaba y me la ha despertado.

* * *

Sí, he procurado siempre obrar bien, y el bien que haya podido hacer a los demás me ha merecido la gracia de volver en mí y despertar. Lo bueno, lo divino que hay en mí, como en todos, me ha llevado a poner mi pluma y mi palabra al servicio de causas nobles; pero lo humano, lo diabólico más bien, me tenía sumido en una refinadísima forma de orgullo, en un orgullo interiorísimo y secreto, guardado celosamente para mí solo, en una íntima delectación en mí mismo y en mis obras, en una verdadera masturbación espiritual. He aquí el origen de ciertas durezas y sequedades.

Tengo que curarme de ese orgullo y entonces mis obras se vivificarán; tengo que hacerme bueno, religioso, para justificar las obras buenas de cuando era moral tan sólo.

Dios me ha concedido el que esa enfermedad de mi alma quedara oculta, el que no trascendiera esa yoización, el que el pudor me la retuviera dentro.

Pero ¡qué formas reviste el orgullo! Propendo a creer que ese orgullo íntimo, recogido, oculto a los extraños, es una forma elevada y exquisita de mal que sólo a algunos nos es dado sufrir. Y es la enfermedad de todos o casi todos los hombres, es la raíz del alma, es, sobre todo, la miseria de todos los hombres de letras. ¿Dónde está, pues, la diferencia? No en mí, en Dios; en Dios que me ha hecho ver toda la podredumbre de esa miseria, en Dios que me ha hecho volver a mí y apreciar el mal en todo su horror. ¡Alabado sea!

Y ¿por qué me ha concedido a mí esta gracia? Sin mérito alguno, graciosamente.

Y vuelve el condenado orgullo a insinuarme el que he sido un escogido de la gracia, y que por algo lo habré sido. ¡No, no, no y no! Dios escoge al último para manifestar su gloria. ¡Dame, Señor, fuerzas y luz y gracia para creer esto! ¡Concédeme el que me crea indigno de esa merced, y el que borre de mí toda propia complacencia!

* * *

Esto es para volver loco a cualquiera. A ratos se me presenta una idea diabólica y es la de dar toda esta crisis, toda esta llamada de la gracia, como una experiencia psicológica, como una auto—.xperimentación, y trazar el relato de una conversión. ¿No equivale esto a cometer un crimen para describir luego los estados de conciencia del criminal, o a alcoholizarse para describir el alcoholismo?

Esa condenada literatura es diabólica cuando produce el literatismo, y ese infame esteticismo de los Oscar Wilde y los D’Annunzio ¡infelices! Es tomar el mundo en espectáculo. Es la doctrina de aquel diabólico pasaje de la Odisea que he tenido tanto tiempo fijado en la pared, presidiendo a mis trabajos: "«los dioses traman y cumplen la destrucción de los hombres para que los venideros tengan algo que cantar»".

Es horrible el esteticismo; es una muerte. ¡El arte por el arte! Cuantos supuestos creyentes defienden esta blasfemia creo resulten incrédulos prácticos, pecadores habituales.

La imagen mejor es la que más excita la piedad, no la más bella artísticamente. Es una profanación la de convertir los templos en museos y que vayan los curiosos a escudriñar joyas de arte y perturbar el recogimiento de los que oran.

¡Belleza, sí belleza! Pero la belleza no es eso, no es la del arte por el arte, no es la de los esteticistas. Belleza cuya contemplación no nos hace mejores no es tal belleza.

Hay belleza luciferina, como la hay divina; pero la belleza luciferina es para todo corazón puro abismo de fealdad.

El literatismo nos tiene perdidos, esa enfermedad horrible que ha producido el Madame Gervaisais de los Goncourt, y el En route de Huysmans, esos dos relatos de conversiones, en que algo se aprende y siente pero que nos vuelve a sumir en la desesperación.

El literatismo, en su forma de diletantismo, ha producido los libros infames de Renán, esa venenosa Vida de Jesús, llena de sentimentalismo adormecedor y enervante, todas sus infames divagaciones de escéptico que lo toma todo en espectáculo creyéndose de una casta superior al vulgo de los mortales. Strauss era serio siquiera, religioso a su modo. Renán ha cultivado ese religiosismo que es lo que más aparta a los hombres de la religión.

Por algo repugnaba este savant aimable al puro y noble Amiel, alma religiosa a la que Dios habrá dado el premio de su anhelante busca de la verdad.

Renán es uno de los fautores de ese indecente neo—.isticismo que acaba por llevar a los hombres a la más refinada y asquerosa sensualidad y que hace que se atavíen desgraciadas rameras como las sencillas doncellas de los siglos de fe. Misticismo de cabeza, sin austeridad y sin nervio, asqueroso remedo y nada más.

Parece a las veces que asoma de nuevo aquella triste y siniestra figura de Chateaubriand, aquel lúgubre René, corroído de orgullo íntimo, y que vuelve a soplar su pseudo—.atolicismo declamador y literario, con su huero Genio del cristianismo. Y tras él viene la cohorte de los oradores ultramontanos, insultadores de la razón, de la pobre razón.

Todo nadando en vaguedad idealista, todo romántico y sin precisión de formas, todo sin credo, todo ello para que no se escandalicen los mundanos.

La religión, la piedad, el misticismo, el catolicismo de ¡moda! ¡De moda! Éste es el abismo de la blasfemia.

Después de la catástrofe del Bazar ya se sabe, lo de etiqueta, unos funerales. Es imprescindible, como el duelo con padrinos y todo su argumento, como el frac, como el Te Deum, es una ceremonia. Y allá van a cumplir chinescamente con un deber social y de buen tono sportsmen y gentlemen y damas, y damiselas, y mundanas y semimundanas. Y sube al púlpito el P. Ollivier, uno de los oradores de moda, y el hombre de Dios toma en serio su ministerio y prescinde del buen tono y de las chinescas conveniencias y hace oír la verdad austera y serena, la que molesta a los mundanos, ¡y escandaliza! Y el presidente de la República, cuya religión oficial es católica, protesta. ¡Qué triste abismo de decadencia y de miseria!

Le llaman al orador indiscreto. ¡Indiscreto! Siempre es indiscreta la palabra de verdad. Si hubiera halagado sus oídos es que era uno de los suyos.

¡Quién nos diera creer como el labriego que con el sol sale a arar sus campos y con él entra a descansar de su labor! Sus días son serenos y muere como ha vivido. Será glorioso espectáculo el de la otra vida al ver invertidos los papeles y la gradación de la gloria en sentido opuesto a la de este mundo, abajo los grandes de aquí, los que viven en la historia, sustentando a los aquí ignorados, y alabando todos al Señor.

Literatismo, neo—.isticismo, religiosismo romántico, piedad de moda, catolicismo de sensatez humana, fe aparente de buen tono, luchas callejeras y periodísticas, disensiones de partidos, dogmatismos formalistas, mezquindades ruines de almas estrechas, ¡cuánta miseria!

¡Concédeme, Señor, el que pueda recogerme en mí y sea para mí mi fe!

Cuaderno 4

M.

"Media vita morte sumus"; en medio de la vida estamos en la muerte. Principio de una antífona de las Completas de tiempo de Cuaresma del breviario dominicano.

* * *

Adveniat regnum tuum.

«El reino de Dios no consiste en palabras, sino en virtud».

I Cor IV, 20.

«El reino de Dios no es comida, ni bebida, sino justicia y paz, y gozo por el Espíritu Santo».

Rom XIV, 17.

«Yo enseño sin estrépito de palabras, sin confusión de opiniones, sin fausto de honores, sin impugnación de argumentos».

Imit. III, XLIII, 3.

* * *

Domingo, 16 mayo. Hechos, V.

Historia de Ananías y Safira.

«¿Por qué ha llevado Satanás tu corazón a que mintieses al Espíritu Santo y defraudases del precio de la heredad? Reteniéndola ¿no se te quedaba a ti? Y vendida ¿no estaba en tu potestad? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios».

3, 4.

¿Por qué he de reservar algo de mi heredad espiritual, y he de dar a la Iglesia una parte quedándome con otra? ¿Por qué he de hacer la entrega de mí mismo a medias, reservándome una parte secreta en que volver a caer en mi secreto orgullo? ¿Qué es eso de aceptar lo externo y someterme al rito, guardándome la intención? Así murieron Ananías y Safira, por haber mentido a Dios.

* * *

Sobre el milagro histórico de la difusión del cristianismo, véase el discurso sapientísimo del fariseo Gamaliel maestro del fariseo S. Pablo (Hechos, XXII, 3, XXIII, 6) en los versillos 35 a 39 del cap. V de los Hechos.

* * *

¡Qué fantasías no se nos ocurren!

He dado en imaginar que la gloria y la felicidad de los bienaventurados es creciente, que su vida consiste en un continuo aumento de felicidad y de divinización, que van divinizándose cada vez más, acercándose cada día más a Dios por eternidad de eternidades, siendo Dios su límite inasequible. Ese deseo de Dios, a quien se acercan sin cesar, es el acicate de su vida eterna.

Y guardan diferencias de bienaventuranza. Porque si suponemos diversos ángulos, de diversos grados, que van prolongándose, ábrense cada vez más y cada vez se hace mayor el arco en cada uno de ellos, pero guardando siempre su relativa gradación. Los ángulos más obtusos crecen en mayor proporción, menos los más agudos, pero todos tienden al arco de la circunferencia infinita. Prolongándose las líneas de los ángulos BAC, BAD, BAE crecen sus arcos respectivos, en mayor proporción el del ángulo más abierto, pero acercándose cada vez más todos al infinito.

Ángulos

Así crece la bienaventuranza de todos los bienaventurados tendiendo a Dios, a su divinización, pero crece más la de los más elevados en goce. Y es la misma la gloria final de todos.

* * *

Hay que ir por la práctica a la teoría; éste es el camino derecho. Queriendo arrancar de la teoría se queda en la impotencia.

Hay que ir por las obras a la fe para que la fe vivifique y justifique a las obras.

Obra como si creyeras y acabarás creyendo para obrar.

* * *

«Epicúreos y estoicos se confunden, después de todo, en el culto de sí mismos. El yo: he aquí la última palabra de unos y de otros; la satisfacción del yo: he aquí el fin de todo. Pero el yo en la tierra —colóquesele con Epicuro en el sentir o con Zenón en el querer — es presa del dolor. ¿Cómo vencer a éste, ya que no cabe suprimirlo? No tienen más que un recurso: la indiferencia, la voluptuosa indiferencia; en ésta es donde hallan, los unos por la tensión to(noj, los otros por el relajamiento, ane...ij, su refugio supremo. Hay una inmensa tristeza en el fondo de todas las almas que buscan sabiduría filosófica; siéntesela inexorable bajo la indiferencia de que se cubren; sucumben bajo sus ataduras quedando solas con su yo, que acaba por escapárseles».

P. Didon, Jesucristo, lib. I, cap. I.

* * *

Contemplando en una noche serena el ejército de las estrellas, muchas de las cuales son soles y aun soles de soles, con sus planetas acaso, y considerando lo que es nuestra miserable Tierra en esto, un grano de arena en la playa, nos decimos ¿y a esta Tierra bajó Dios hecho hombre?

Considera que las mujeres en las largas generaciones de los pueblos, en tantos países, han sido acaso como las estrellas de los cielos, incontables, y que de una de ellas, de una humilde doncella hebrea, de María, se sirvió Dios para la obra de la redención.

Cuando el mayor anhelo de toda joven judía, su gloria y su honra, era poder ser madre del Mesías, María ofreció su virginidad, renunciando así al destino de toda doncella hebrea, al destino de gloria. Y por haber renunciado a ese destino, se lo concedió el Señor. Es el caso más hondo de hallarlo todo por renunciarlo todo. Y así al anunciarle Gabriel su destino se humilla y canta al Señor al saludarle Isabel.

María es la humanidad ascendiendo por la humildad y la obediencia a Dios. Por esto Dios descendió a ella, y en ella, en la humanidad que sube a lo divino, encarnó Jesús, la Divinidad que desciende a lo humano.

* * *

M.

«Acuéstate a la noche como si fuesen a enterrarte a la mañana, y levántate por la mañana como si hubieran de enterrarte a la noche».

Das geist. Leben, 150.

Cuando vayas a tomar una resolución o a llevar a cabo algo imagínate que has de morirte una vez cumplido lo que propones y haz todo lo que hagas como si hubieras de morirte al punto.

* * *

M.

He oído contar que murió en el hospital uno que al ir a ungirle el sacerdote no quería abrir la mano derecha, que la tenía fuertemente cerrada. Una vez muerto vieron que tenía en ella una moneda.

Así hacen muchos, sólo que en vez de la mano cierran el espíritu y quieren guardar el mundo en él.

No veía el pobre que una vez muerto su mano no sería ya suya, sino de la tierra.

* * *

Fuera de la Iglesia no hay salvación. ¿Qué significa esto? ¿Qué quiere decir aquí Iglesia? ¿Es que los sencillos aldeanos protestantes no se salvan?

En país católico lo humilde, lo perfecto es ser católico. Lo perfecto es, en principio, atenerse a la religión heredada.

Para quien crea que no hay salvación fuera de su Iglesia tal vez no la haya.

Son humanas las sectas en cuanto niegan, en cuanto se oponen a otras. La más divina es la que más trate de absorber y abarcar a las demás, aquella en que mejor quepan las demás. ¿Cuál es la peste del protestantismo? Su anti—.atolicismo. V. pág. 173.

* * *

V. la oración de Das geistl. Leben, cap. 27, parte I, pág. 150.

«Madre de todas las gracias, me es como si ni mi alma ni otra cualquiera alma pecadora necesitara permiso ni mediador para contigo. Eres la inmediata mediadora de todos los pecadores».

Es lo humano que llega a lo divino; por ella alcanzaremos que lo divino baje a nuestra humanidad.

«Acuérdate, acuérdate, dulce, escogida Reina, que tienes de nosotros, los hombres pecadores, toda tu dignidad. ¿Qué te ha hecho Madre de Dios, asiento en que ha reposado dulcemente la eterna Sabiduría? ¡Te lo han hecho los pecados de nosotros, pobres hombres! ¿Cómo te llamarías Madre de la gracia y de misericordia a no ser por nuestra miseria que necesita de gracia y de misericordia? Nuestra pobreza te ha hecho rica, nuestros pecados te han ennoblecido sobre todas las criaturas».

Cristo está aún muy alto; aparece a los débiles casi inasequible. A él se va por María, la humilde y obediente.

La eterna Sabiduría, el Verbo, el Verbo que era en el principio de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas, la Razón divina que presidió a la Creación, encarnó en una mujer, en una simple mujer, en María. Su mérito fue la humildad, la perfecta humildad, la obediencia, ecce ancilla Domini, el espíritu de absoluta conformidad con que se anonadó ante Dios. No tenía el pecado original, la soberbia de querer ser dioses conocedores de la ciencia del bien y del mal, la raíz de la desobediencia. Y porque se humilló encarnó en ella el Verbo, la Sabiduría eterna.

Sedes sapientiae! Ora pro nobis!

Y Cristo la obedeció, y estuvo sujeto a ella mientras crecía en sabiduría y en edad y en gracia para con Dios y los hombres. (Lc II, 51—.2).

Humillémonos diciendo como María: "«he aquí tu siervo, Señor, haz de mí lo que fuere tu voluntad»"; humillémonos y la Sabiduría eterna bajará a habitar en nuestro corazón. Si no tenemos fuerzas para sufrir la pasión de Cristo compadezcámosla y suframos la compasión de su santa Madre.

Cristo sufrió para que no sufriésemos así, murió para que no muriésemos.

María es Eva antes del pecado, la humanidad tal como salió de manos del Creador, antes de que el mundo la hubiese corrompido, la humanidad ideal.

El hombre aspirando a Dios merece que Dios descienda al hombre.

¡Qué poéticas enseñanzas!

Y ¿es posible que tan alta y sublime poesía no sea verdad? Sí, verdad es pero de un modo más elevado que como lo comprendemos. Hay que tener en cuenta que lo que nos repugna en los misterios es el que tienen que acomodarse a nuestra imaginación, y no tenemos en cuenta que son verdad pero de una manera más alta que como los imaginamos en grosera representación. Una fórmula química ¿es adecuada representación del fenómeno vivo? Pues mucho menos lo es la fórmula de un misterio del misterio mismo.

Nos resistimos al misterio por figurarnos que no sea más que lo que bajo su fórmula nos imaginamos. La fórmula química es verdadera, más bien es racional, pero no es la verdad.

Los misterios son símbolos, sí, pero símbolos de lo inconocible en esta vida. Hay que saber distinguir entre el misterio en sí y el misterio con relación a nosotros. Nos resistimos a él por creer que ha de ser en sí como se nos aparece.

Perdí la fe pensando mucho en el credo y tratando de racionalizar los misterios, de entenderlos de modo racional y más sutil. Por eso he escrito muchas veces que la teología mata al dogma. Y hoy, a medida que más pienso, más claros se me aparecen los dogmas y su armonía y su hondo sentido. ¿Cabe mayor mostración del dedo de Dios? Me hace recobrar lo que perdí por camino inverso a aquel por que lo perdí; pensando en el dogma lo deshice, pensando en él lo rehago. Sólo que donde hay que pensarlo y vivirlo es en la oración. La oración es la única fuente de la posible comprensión del misterio. ¡El rosario! ¡Admirable creación! ¡Rezar meditando los misterios! No sutilizarlos y escudriñarlos sobre los libros, sino meditarlos de rodillas y rezando; éste es el camino. V. 48, 42.

* * *

Miércoles, 19 mayo. Hechos, VIII.

Sencillez. Conversión del eunuco etíope de Candace por Felipe el apóstol. 26—.0.

He aquí un admirable ejemplo de sencillez.

—.Entiendes lo que lees?

—.Cómo podré entenderlo, si alguno no me enseñare?

Iba en su carro, en el carro de la vida, hizo subir a él a Felipe, le oyó con sencillez, y "«yendo por el camino llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: "He aquí agua, ¿qué impide que yo sea bautizado". Y Felipe dijo: "Si crees de todo corazón bien puedes". Y respondiendo: "Creo que Jesucristo es el hijo de Dios" mandó parar el carro, y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y bautizole. Y como subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe, y no le vio más el eunuco, y se fue por su camino gozoso»", siguió alegre el camino de su vida. Los eunucos sencillos.

* * *

Jueves, 20 mayo. Hechos, IX.

3. Yendo en busca de gloria súbitamente el terror a la muerte.

5. Triste empeño el de estudiar la religión y querer deshacerla con el análisis.

6. Señor ¿qué quieres que haga?». Levántate y entra en la iglesia y se te dirá lo que te conviene hacer.

8. En efecto, no veo nada.

10. ¿Cuándo vendrá Ananías? ¿O habré de ir a buscarle?

15. ¿Cuál será mi destino?

18. Esto sólo con la confesión se consigue.

19. El manjar eucarístico.

20—.1. «Id y predicad el evangelio por todas las naciones».

23—.4. Consejo de matarme espiritualmente.

29. Con los griegos, es decir, con los intelectuales, con aquellos entre quienes he vivido y que me han levantado.

* * *

De los tormentos a que sujetaron a Jesús en su pasión ninguno fue mortal. No fueron heridas graves, sino dolorosas, porque no son las más graves las más dolorosas. Fueron todos tratamientos de dolor. Un golpe de leves consecuencias duele más que una herida mortal. Azotes, coronación de espinas, malos tratos, golpes, y por fin clavarlo, y allí, en la cruz, tal vez descoyuntado, morir de dolores, del exceso de padecimiento físico más bien que de suspensión orgánica de funciones vitales. Hay quien supone que moriría de tétanos; lo cierto es que murió de dolor.

Haz, Jesús mío, que muera yo espiritualmente de dolor de mis pecados.

Tiene que pasar en nosotros una nueva pasión y crucifixión Cristo para que resucite en nuestra alma y la redima de la muerte eterna.

* * *

«Desformarse de las criaturas, formarse con Cristo, y trasformarse en la Divinidad».

Beato Enrique Suso.

«Sed perfectos como nuestro Padre que está en los cielos».

¿Y cómo ser perfectos, si la perfección es sólo de Dios? ¿Por qué camino llegar a Dios? Por Cristo, que es el camino, la verdad y la vida, pues sólo por él se llega al Padre (Juan XIV, 6), haciéndonos conformes a la imagen del Hijo de Dios, primogénito entre nosotros, sus hermanos (Rom VIII, 29), hermanos así de Dios.

Es la puerta para que entremos en la Divinidad (Juan X, 1, 9) V. I Pedro II, 21. ¿Cuál ha de ser nuestra vida eterna, ya que vida vale progreso, sino una continua ascensión a Dios, un divinizarnos sin cesar? Sed perfectos como nuestro Padre, nos dijo nuestro primogénito, y él mismo dijo que sólo Dios es bueno. Tendamos a la perfección. Así tenderemos a ser una cosa en Jesús y en su Padre, que son una cosa (Juan XVII, 21).

Formemos todos un cuerpo en Cristo (I Cor XII, 13) para que luego que todas las cosas le fueren sujetas entonces también el mismo Hijo se sujete al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todas las cosas en todos (I Cor XV, 28) y perfectos entonces, seamos, vivamos y nos movamos en Él (Hechos XVII, 28).

«Cada hombre debía ser en sí un Cristo, viviendo a Dios y no a sí mismo».

(Das geist. Leben, pág. 162).

V. pág. 27, seq. 85.

* * *

Viernes, 21 mayo. Hechos, X.

Conversión del centurión Cornelio. Hay justos fuera de la Iglesia católica (v. pág. 166).

4. Las oraciones y limosnas del hereje y el racionalista suben en memoria a la presencia de Dios.

28. ¡Cuidado, no hay que juntarse con liberales!

34. Dios no hace acepción de personas. Acude a todo el que de corazón y con recta intención le busca.

* * *

El Ueber—.ensch. El sobre—.ombre es el cristiano, el nuevo Adán. Toda la doctrina del sobre—.ombre se encuentra en san Pablo.

«Con Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo, no ya yo, mas Cristo en mí».

(Gal II, 20). V. pág. 41.

«Cambia íntimamente y no seas eruptivo ni en palabras, ni en el cambio».

Das geist. Leben, pág. 167.

La conversión es lenta, es un proceso. Cuando parece eruptiva es como la mariposa que rompe el capullo o el pollo el cascarón; había precedido íntimo proceso.

Hay dos labores, una interior y es el adaptar a nuestro eterno yo, al yo cristiano, al hombre renovado, nuestro ambiente interior, nuestros recogidos hábitos, nuestros pensamientos, nuestros sentimientos. La otra labor es la de adaptar a nuestro yo social el ambiente exterior, el de nuestras relaciones con los demás.

Si en el primer periodo, el del cambio interior, queremos lanzarnos al cambio del exterior peligra la obra acaso.

¿Por dónde debe empezarse, por cambiar el hombre que vive hacia dentro o el que vive hacia fuera?

Porque hay en todos dos elementos, el centrífugo y el centrípeto, el fondo heredado y hecho carne nuestra que labora por adaptarse el mundo, y el elemento adquirido y aún no apropiado que nos mueve a adaptarnos al mundo. Hay el hombre que crece como el árbol, por capas sucesivas brotadas de íntima savia, siendo cada capa nueva más interior que las anteriores, la última subida de savia solidificada entre corteza y leño; y hay el hombre exterior que se forma por aluviones de fuera, más exteriores los más recientes. Entre uno y otro las acciones y reacciones son vivas y mutuas. Se hacen mutuamente.

Hay el hombre que nos brota de nuestra tradición, el regenerado por el bautismo, y el que nos viene de fuera. La vida espiritual resulta de la reciprocidad entre estos dos hombres, cuya unidad es Cristo. El hombre interior se vivifica en el miembro de la Iglesia.

Hace falta elemento exterior, culto común, todo lo que da vida al hombre exterior para que preserve y guarde al interior, y hace falta que éste dé calor y vida al exterior.

El hombre es núcleo de sociedad, germen de ella, y a la vez miembro de ella; es el hombre sociedad condensada y es la sociedad hombre expansionado. Así toda la obra de Cristo se refiere a la Iglesia y a nosotros como miembros de ella, y a la vez a cada uno de nosotros. Cristo se desposó con su Iglesia y con el alma de cada uno de nosotros, que debe ser una condensación de la Iglesia. Hubiera muerto aunque fuera sólo para salvar tu alma o la mía.

—.Vive como si no hubiese en la tierra otra criatura más que tú, y cuida de que el hombre exterior conforme con el interior».

Das geist. Leben, pág. 167.

"«Guarda al hombre exterior en tranquilidad, y al interior en sinceridad»", dice el abad Moisés.

La sinceridad es la conformidad entre los dos hombres.

Sé unánime contigo, que esto es ser sincero. Sé siempre tú en todo tiempo, lugar y circunstancia.

"«Dios está más cerca del alma y es más interior a ella que ella misma»" Das geist. Leben, pág. 168. Cuanto más vivas en Dios más en ti mismo vivirás, más dentro de ti mismo, y serás más tú. Perdiéndote en Dios es como lograrás tu mayor personalidad. Durante mucho tiempo he estado predicando el que buscáramos lo humano en nosotros, al hombre debajo del individuo. No, debemos buscar lo divino, a Dios en nuestro seno, en el fondo de nosotros mismos. Así es como tendremos inspiración directa del Espíritu Santo.

Ricardo de San Víctor y otros enseñan que se le da al hombre el Espíritu Santo tantas veces cuantas recibe la gracia santificante. "«El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos en él morada»", dice Jesús (Juan XIV, 23).

"«Mas buscad primero el reino de Dios y su justicia»", nos dice Jesús (Mateo VI, 33); y que el reino de Dios está entre nosotros (Lc XVI, 21). Y es justicia y paz y gozo por el Espíritu Santo (Rom XIV, 17).

Son muchos los que buscan a Dios, pero pocos los que le hallan —dice san Agustín— porque le buscan fuera, donde no está. (V. pág. 179).

Utere igitur te ipso velut Dei templo propter illud quod in te est simile Deo.

San Bernardo (Das geist. Leben, pág. 170).

Ahora se me muestra mi labor de gran parte de estos doce años como una busca de Dios, a quien había perdido. Me llamaba desde mi interior. El Semejante, La dignidad humana, etc.

* * *

Como en el individuo sucede en los pueblos, hallan a Dios si le buscan dentro, en su propia historia. Es un hecho el que el mayor peligro de caer en el ateísmo y la irreligión está en el cultivo de las ciencias llamadas naturales, así como el estudio de las históricas y sociales vuelve a Él.

* * *

Hágase tu voluntad, etc.

¿Cuál es la voluntad del Padre?

«Ésta es la voluntad del que me envió, del Padre: que todo lo que me diere no pierda de ello, sino que lo resucite en el día postrero. Y ésta es la voluntad del que me ha enviado: que todo aquel que ve al Hijo y cree en él, tenga vida eterna, y yo le resucite en el día postrero».

(Juan VI, 39—.0)

V. Juan IV, 34, 38, VIII, 18, seq. 51, 92.

El pan nuestro de cada día, etc.

«De cierto, de cierto os digo que no os dio Moisés pan del cielo; mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo, y da vida al mundo... Yo soy el pan de vida...».

(Juan VI, 32—.3, 35).

epiousion, cuotidiano, significa etimológicamente sobresustancial.

... dánosle hoy. Danos hoy a Jesús, tu hijo.

Perdónanos nuestras deudas, etc.

Al decir, "«así como nosotros perdonamos a nuestros deudores»" pedimos que si no perdonamos no nos perdone, pide el duro de corazón su propia condena. Exige, pues, el padrenuestro para rezarlo que perdonemos antes.

* * *

Cristo creó una religión. Es menester fijarse en esto, en que la creó. Crear es ya divino, y ¡crear una religión! No reformó, ni compuso, ni sincretizó; la creó. La doctrina de la redención es toda una creación religiosa. Cristo, un genio religioso; V. P. Didon, Jesuchrist, liv. I, chap. VI.

* * *

Cuestión social.

Hay los burgueses, los aristócratas del rango y del dinero, los hombres de mundo, los gentlemen, los caballeros, los justos, en fin (צהיקיס, tsaddiquim) los saduceos; y hay los intelectuales, los aristos, los estetas, los hombres de la vanidad mental, los distinguidos, en fin (בּרישיס, ferishim) los fariseos.

Contra los fariseos, no contra los saduceos, se dirigió principalmente la labor de Jesús; contra los distinguidos de la ciencia, no contra los magnates.

* * *

... que estás en los cielos...

¿No está acaso en todas partes? ¿Cómo, pues, se hace esta mención de que está en los cielos?

Es que para hallarle hay que apartar los ojos y los afectos de la tierra, elevándolos, y es que está sobre todos nosotros, en el cielo común a todos.

La tierra forma parte del cielo. Está en nosotros mismos, en nuestro cielo interior.

* * *

M.

Pocas cosas más hondamente religiosas que la muerte de Don Quijote, y el despertar en él, a la proximidad de ella, Alonso Quijano el Bueno. V. En torno al casticismo.

«La vida es sueño».

* * *

Domingo, 23 de mayo.

La ausencia de Pepe durante tantos días, el no verle, el que ayer no estuviera en casa al ir yo a verle y manifestado a qué iba no haya venido a traerme el libro, el no haberle hallado hoy, todo ello me ha vuelto a aquellas cavilaciones de si estará resentido y dolido conmigo, de si me juzgará como no soy y me apareceré a él como suele fantasear a los demás. Y al volver a casa me encuentro con que me toca leer el capítulo LIII del libro III de la Imitación.

* * *

Uebermensch.

«Pero porque pocos trabajan en morir perfectamente a sí mismos, y no salen enteramente de su propio amor, por eso se quedan envueltos en sus afectos, y no se pueden levantar sobre sí en espíritu».

Imit. III, LIII, 3.

No el sobrehombre, el intra—.ombre hay que buscar, porque no sobre nosotros, sino dentro de nosotros habita Dios.

* * *

Se me resiste la oración mental. Es tal mi hábito libresco que sólo concibo pensamientos y propósitos piadosos leyendo, como comentario de lo que leo, y me veo forzado a cristalizarlos escribiéndolos. ¡Estudiar para escribir!, éste es el fin del intelectualismo, ¡pensar para producir pensamientos! El terrible círculo vicioso de nuestra economía trasladado al mundo espiritual. No se piensa para sí, para la propia salvación, no se medita, se piensa. Se piensa para producir pensamientos. Se medita rezando, se piensa leyendo. Meditar es considerar con amor fija y recogidamente un misterio, un mismo misterio, procurando llegar a su esencia amorosa, a su centro vivífico; pensar es establecer relaciones entre ideas diversas. El más alto grado de la meditación es el éxtasis, el del pensamiento la construcción de un sistema filosófico. Meditando se hace uno mejor, más santo, pensando más sabio.

En nuestra triste economía se produce para consumir y se consume para producir, en terrible círculo vicioso, como si no hubiéramos de morir. Y en nuestra vida mental todo se vuelve producir ideas o imágenes nuevas para poder, consumiéndolas estéticamente, producir otras nuevas. De aquí el terrible literatismo.

Cuando se ha meditado mucho en un misterio sacando de tal meditación propósitos que nos hacen ser más virtuosos, nuestra virtud llega a ser un hábito cuyo eje y fundamento es el misterio meditado.

He sido muy hablador porque necesita hablar mi pensamiento y la palabra material me lo excitaba. Pensaba en voz alta. Haciendo esfuerzos por trasmitir a otros mis ideas me las formulaba y descubría a mí mismo y las desarrollaba. De aquí resultaba mi impertinencia de llevar siempre la palabra, de interrumpir y no soportar interrupciones, de querer dar el tema de conversación y hacer de ésta monólogo. Pensaba, pero no meditaba. Por esto buscaba la compañía y huía de la soledad. Ahora empiezo a meditar lo que he pensado, y a verle el fondo y el alma, y por eso ahora amo más la soledad, pero aún poco. V. 48.

* * *

Crisis.

Como vino de pronto, cuando menos lo esperaba, sin preparación ni anuncio. V. la conversión de san Cipriano, Granada, Guía, II, pág. 122 sigs.

* * *

Si fuese cierta la hora de la hora... V. Geramb, pág. 37, nota última.

* * *

De nuestra nada.

«Has de saber, hija mía, lo que tú eres y lo que soy yo: Si aprendes estas dos cosas serás feliz. Tú eres lo que no es, y yo soy el que soy. Si tu alma se penetra de esta verdad, jamás te engañará el enemigo, triunfarás de todos sus ardides, nada harás contra mis mandamientos y adquirirás fácilmente la gracia, la verdad y la paz».

Gal VI, 3; Juan XV, 5, VIII, 54. Jesús a santa Catalina de Sena. Seq. 90.

* * *

Humildad.

La mayor humildad de Jesús se muestra en su sumisión a su Padre y en que sólo la gloria de éste, no la suya propia, busca. Jesús rechazaba toda esa gloria humana que quieren darle los que le exaltan como a genio, como a hombre superior; Jesús rechazaba toda la exaltación de que le hacen objeto los que le llaman el gran revolucionario.

"«Gloria de los hombres no recibo»" (Juan V, 41). "«Si yo me glorifico a mí mismo mi gloria es nada»" (Juan VIII, 54).

* * *

Perdí mi fe pensando en los dogmas, en los misterios en cuanto dogmas; la recobro meditando en los misterios, en los dogmas en cuanto misterios.

* * *

Venga a nos el tu reino.

Es pedir la muerte, ya que sólo por la muerte lo conseguiremos.

* * *

Mas líbranos de mal.

En realidad es líbranos del malo, del demonio.

La carne nos excita a que la sirvamos con la concupiscencia; el mundo a que le sirvamos, ofreciéndonos vanagloria; el demonio a que nos sirvamos a nosotros mismos en propia complacencia de orgullo.

* * *

Disensiones intestinas.

Véase desde el cap. X en adelante de los Hechos de los apóstoles las disensiones entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos, que recuerdan las de íntegros, mestizos, católicos, liberales, etc.

Cap. XIV, 4. Unos estaban con los íntegros y otros con los obispos. V. 56.

* * *

Mundo.

El mismo pueblo de Licaonia que tomó a S. Bernabé por Zeus y a S. Pablo por Hermes, sacrificándoles toros (Hechos, XIV, 11 a 18), este mismo pueblo, persuadido por unos judíos de Antioquía y de Icon apedreó a S. Pablo (I Cor, ver. 19). ¿Por qué, pues, hemos de acongojarnos de que nos insulte quien nos aduló? Una injusticia trae otra; el péndulo oscila de extremo a extremo para tomar el fiel. El vulgo, decía Platón, sin razón mata a uno y sin más razón quisiera resucitarlo después de haberle dado muerte.

* * *

Hay que quererse por Dios y para Dios, por el prójimo y para el prójimo, y no querer a Dios por sí y para sí.

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Misterio.

Decía Sta. Catalina de Sena que las acciones del Salvador son de tal modo fecundas en enseñanzas que, meditándolas con fijeza, cada uno encuentra en ellas el alimento que a la salud de su alma más conviene, y que es provechoso presentar varios sentidos a fin de que cada uno tome el que más le convenga.

* * *

Hágase tu voluntad. Seq. 36.

V. Lucas XXII, 42: "«No se haga mi voluntad sino la tuya»".

Sobre esta divergencia entre la voluntad del Hijo y la del Padre han escrito mucho los doctores, sosteniendo que pronunció estas palabras en cuanto hombre. ¿Cómo, si sólo tenía una voluntad, la divina?

Santa Catalina de Sena dijo que lo que había causado la tristeza y el sudor de sangre del Salvador en el Olivar era ver cuántas almas malograrían los frutos de su Pasión, mas, porque amaba la justicia, añadió no se haga mi voluntad, sino la tuya. Sin esto, decía Sta. Catalina, todos los hombres hubieran sido salvos, porque era imposible que la voluntad del Hijo de Dios quedase sin efecto.

En el huerto luchó con su humanidad, para vencerla del todo y purificarla. Y la humanidad le pedía que se salvaran todos, pecadores y justos, porque lo humano no comprende el castigo eterno y tiende al final perdón de todos; lo humano es el temeroso sentimentalismo. Lo humano no concibe la perdición eterna ni la absoluta justicia. Seq. 92.

* * *

Mundo.

V. Juan I, 10; XV, 18; XVI, 33; XVII, 16; XIV, 30.

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Humildad.

«Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón».

Mt XI, 20. V. Zac IX, 9.

"«Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, que escondiste estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a los pequeños; así Padre, porque así te agradó» "

Lc X, 21

. Y S. Mateo (XI, 25) dice: "«Y las hayas revelado a los niños»". "«Lo necio del mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios; y lo flaco del mundo escogió Dios para avergonzar lo fuerte. Y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios; y lo que no es, para deshacer lo que es»" I Cor 1, 27—.8.

«De la boca de los chiquitos y de los que maman fundaste la fortaleza, a causa de tus enemigos, para hacer cesar al enemigo, y al que se venga».

Salmo VIII, 3.

Y Jesús les dice:

«¿Nunca leísteis: de la boca de los niños y de los que maman perfeccionaste la alabanza?».

Mt XXI, 16.

«El que se humilla será ensalzado». «Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes».

(Sant IV, 6).

«Lo propio nuestro, lo exclusivamente propio es el no ser, esto es lo que por derecho propio tenemos, y lo que de ser tenemos lo tenemos por merced divina. El que se humilla anonada su nada y anonadando la nada, exalta y purifica su ser; el que se humilla y abate ante Dios, abate su no ser ante el Ser y así consigue elevarse en el Ser. El que se gloríe, gloríese en el Señor».

I Cor I, 31.

El más humilde de la tierra es el más santo, dice san Agustín.

El más humilde es el material que mejor se pliega a la mano del Señor.

«Es propio de todas las cosas que fluyen —dice un místico alemán del siglo XIV— el que por su naturaleza huyan de las alturas y busquen las profundidades. Es lo que hace la gracia de nuestro Señor, huye de la montaña del orgullo y corre al valle de la humildad. Por esto afluyó a la bendita Virgen, de la que toda gracia fluye, un mar de gracias, porque era una corona de humildad».

(Das geist. Leben, pág. 188, seq.: 70, 90.)

* * *

Disensiones.

«Mas algunos de la secta de los fariseos, que habían creído, se levantaron diciendo que es menester circuncidarlos (a los gentiles convertidos) y mandarles que guarden la ley de Moisés».

Hechos, XV, 5.

Así obran los fariseos cristianos, los que se llaman íntegros a sí mismos, y exigen la circuncisión de los que llaman liberales.

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Bodas de Caná. Juan II.

«Y faltando vino la madre de Jesús le dijo: Vino no tienen. Y dícele Jesús: ¿Qué tengo yo contigo, mujer? Aún no ha venido mi hora»1.

María se desazona por un contratiempo temporal, que altera la alegría de la fiesta, como todo hombre se desazona por tribulaciones temporales y acude en oración a Dios. Y el Salvador nos dice: ¿por qué me molestáis con esas peticiones? Es decir, ¿por qué me pedís bienes y consuelos temporales? "«Aún no ha venido mi hora»"; esto es, aún no ha venido la hora de vuestra muerte, cuando comparezcáis ante mí. Entretanto nos deja vivir aquí, en lucha y tribulación. Nuestra perfección es que no pidamos más que la salvación eterna, la gloria de Dios y que se haga su voluntad siempre.

Pero María dice a los que servían: "«Haced todo lo que os dijere»". Y Jesús, atendiendo a sus ruegos, les da consuelo temporal y alegría en el festín.

Después de haber pedido a nuestro Señor bienes temporales hagamos todo lo que nos diga, cumplamos sus preceptos todos y nos llenará de bienes temporales, del vino de la santa alegría en el banquete de bodas de la vida.

Y Jesús les mandó que hinchieran las tinajuelas de agua hasta arriba y que sacaran luego de ellas. Y el agua se convirtió en vino.

Debemos henchir nuestras almas de agua pura y limpia, de sencilla y simple agua, de pureza y sencillez, y nuestro Señor la convertirá en vino reconfortante y letificante, convertirá nuestra sencillez en alegría de nuestra vida.

«El reino de Dios que acaba de fundar Jesús es un festín nupcial entre Dios y la Humanidad; Cristo es el esposo eterno que invita a toda alma humana a sus esponsales divinos; el agua convertida en vino es la imagen de esta transformación de nuestra naturaleza por la virtud y fuerza embriagadora del Espíritu. Esa mujer, esa madre que clama "¡el vino falta!" y se entrega con confianza a Jesús, es la voz de todos aquellos que han sentido la insuficiencia de la vida, el agotamiento de la humanidad y de la universal creación, de aquellos que han gemido ante Dios, y de quienes Dios, en la hora escogida, pero a menudo muy lenta a la voluntad de sus deseos, siempre ha escuchado la oración».

P. Didon, Jesuchrist, lib. II, cap. IV.

"«¡No tienen vino!»", clama sin cesar María a su Hijo, y a nosotros nos dice: "«Haced todo lo que os dijere»".

* * *

Historia. Juan III.

En nuestra época de íntimo desasosiego y despertar del sentido religioso como Nicodemo el fariseo vamos a Jesús de noche, a ocultas, cuando nadie nos ve, recatándonos y le decimos: "«Maestro, sabemos que has venido de Dios por Maestro, porque nadie puede hacer estas señales que tú haces si no fuera Dios con él»" (vers. 2). Nadie, en efecto, puede movernos así el corazón, nadie puede darnos esta sed de otra vida y este anhelo de fe si Dios no está con él.

Respondió Jesús y díjole: "«De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere otra vez, no puede ver el reino de Dios»" (vers. 3).

¡Nacer otra vez! Hacerse un nuevo hombre, regenerándose en la penitencia, volviéndose niño y sencillo.

Y como Nicodemo se extrañara de la observación Jesús le aleccionó y nos aleccionó haciéndole saber que el que no naciere de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios, porque lo que es nacido de carne carne es y lo que nacido de Espíritu es espíritu. Y acaba haciéndole saber que todo aquel que en él creyere no se perderá.

Hay que renacer, renacer hijo de Dios, engendrados de Dios (Juan I, 12, 13).

Muertos en nuestros delitos y pecados recibimos vida de Aquel que hinche todas las cosas (Efes I, 23; II, 1), renaciendo, no de simiente corruptible, sino incorruptible, por la palabra de Dios (I Pedr I, 23) haciendo justicia, que es como se nace de Cristo (I Juan II, 29).

Hay que renacer, y renacer de agua y de Espíritu. El bautismo de agua, el que daba Juan el precursor, prepara la regeneración, purificando el alma, pero hace falta el bautismo de Espíritu. Las lágrimas de penitencia preparan la regeneración, hace además falta firme propósito de servir en adelante a Jesús.

Nicodemo, el de la secreta conversación con Jesús, el fariseo convertido, su secreto discípulo, exclamó más tarde en su defensa: "«¿Juzga nuestro a un hombre sin oírle primero y entender de lo que ha hecho?»" (Juan, VII, 51). Y este mismo Nicodemo, cuando enterraron a Jesús, fue llevando un compuesto de mirra y de aloes (Juan XIX, 39).

¡Cuántos Nicodemos hay!

Nicodemo, el judío fariseo, le adoró en secreto, y la samaritana, la pobre pecadora de la raza despreciada, le anunció públicamente en la despreciada Siquem. Los samaritanos, los semi—.aganos, los sencillos, no necesitaron señales ni milagros, creyeron en Jesús con sólo oírle. "«Si no veis señales y prodigios no creéis»", dijo Jesús con amargura a los judíos (Juan IV, 45). ¡Qué hermosa la fe de la samaritana! Como ella nuestra alma va a sacar agua al pozo tradicional, al tesoro de la ciencia y del consuelo humanos, al estudio. Y un día nos encontramos al borde del pozo al dulce Jesús, reposando cansado del camino, a la hora de sexta (Juan IV, 6), al mediodía, en la mitad de los afanes de nuestra vida. Entonces se nos aparece esa figura tradicional solicitando nuestra atención y nuestro estudio. ¿Cómo es que tantos pueblos durante tantos siglos han adorado y adoran a ese galileo? El problema religioso tienta nuestro natural deseo de verdad, nuestra sed. Y Jesús, el que en la cruz exclamó: ¡tengo sed!, sed de amor y de adoración y de justicia, nos pide de beber diciéndonos: dame de beber. Quiere que le demos nuestro amor, que le estudiemos, pero con amor, no como a vana curiosidad, sino como a principio de vida de sencillos y humildes. Y entonces le decimos: ¿cómo tú, el de los simples, pides que te dé mi amor yo? Y entonces él, como a la samaritana, nos dice: "«si conocieses el don de Dios y quién es el que te dice "dame de beber", tú pedirías de él, y él te daría agua viva»" (Juan IV, 10). Por un momento nos pasa la idea de pedir fe para vivir tranquilos como los sencillos; es Jesús que nos dice esas palabras y nos ofrece el agua viva de la fe en él. Y aún resistimos diciendo que no tiene de dónde sacarla, porque el pozo de nuestra razón es hondo, y no cabe ya que creamos después de haber pasado por el análisis. ¡Ah! si pudiese creer —nos decimos—, pero no, no es posible; huyó para siempre la sencillez primitiva, el pozo está seco; no hay aguas vivas en nuestra alma ni las hay en la ciencia. Y Jesús nos dice que cualquiera que bebiese del agua de la sabiduría terrena volverá a tener sed, porque es agua que cuanta más se bebe más sed da, mas que el que bebiere del agua de la fe no tendrá ya sed, porque esa es agua que salta para vida eterna. Y como la samaritana le decimos: Señor, dame esa agua, para que no tenga sed, ni venga acá a sacarla (vers. 15). Y entonces nos pide que vayamos a buscar nuestros afectos, nuestros ídolos, los genios ante quienes nos hemos rendido, las doctrinas a que vivíamos adheridos, como dijo a la samaritana que fuese a llamar a su marido. Respondió la mujer y dijo: «no tengo marido».

Así tenemos que decirle, «no tenemos ídolo, ni sueño». Y como a ella nos dice Jesús que hemos tenido varios, que hemos andado de uno en otro, de amo en amo, de una doctrina en otra, entregándonos ya a ésta, ya a aquélla, y sin habernos desposado con ninguna; en mera fornicación buscando en ellas deleite mental, satisfacción de lujuria espiritual. Así he andado, de una en otra doctrina, tras el deleite de la mente.

Y Jesús nos descubre nuestros pecados a nosotros mismos, y al resistirnos al templo nos dice como a la samaritana: "«Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque también el Padre busca tales adoradores que le adoren»". Y cuando manifestamos nuestra fe en el Mesías se nos revela diciéndonos: Yo soy, el que habló contigo.

Él es, el que habla con nosotros, en nuestra alma, al borde del pozo de la sabiduría terrena.

Seq. 77.

* * *

Seq. 53. «Yo soy el que... traigo a mi divinidad a los que conocen su flaqueza».

Imit., lib. III, cap. LVII, 3.

Lleva a su Ser a los que reconocen su no ser.

El proceso del cristianismo se debió a las enseñanzas de Cristo ayudadas providencialmente por la filosofía helénica. Si los profetas de Israel fueron los anunciadores del Mesías, la filosofía helénica fue preparación humana a la recepción de los sagrados misterios. El culmen de la filosofía helénica es el gnwJi seanton del templo de Delfos.

"«¡Conócete a ti mismo!»", decía la inscripción, y Carlyle dice: no, eres inconocible, ¡conoce tu obra y llévala a cabo! ¿Y cuál es mi obra? Hay algo más que conocerse, que obrarse (o llevar a cabo su obra) y que amarse, y es serse. Sete a ti mismo, sé tú mismo, y como eres nada, sé nada y déjate perder en manos del Señor.

Seq. 90.

* * *

28 mayo. Hechos, XVII.

Por todas partes por donde iba san Pablo los judíos le promovían disturbios persiguiéndole. Mas al llegar a Atenas picó la curiosidad de los epicúreos y estoicos (vers. 18) que llevándole al Areópago le decían: ¿podremos saber qué sea esta nueva doctrina que dices? (vers. 19) porque haces llegar a nuestros oídos novedades, cosas extrañas, queremos saber qué quiere ser eso (vers. 20). El instinto de la novedad, tan vivaz en la raza griega, les picó la curiosidad. Era una raza preparada por larga cultura estética. Véase, pues, para qué puede servir el esteticismo y cómo puede llevar a oír la palabra de Dios. "«Los atenienses todos y los extranjeros residentes no pasaban el tiempo en otra cosa más que en hablar u oír algo más nuevo»", alguna mayor novedad (vers. 21). El mundo era para hablar de él, para espectáculo y tema de conversación. Los literatos, los diletanti, los esteticistas de hoy son los atenienses.

"«Estando, pues, Pablo en medio del Areópago dijo: Atenienses, en todo os considero como los más temerosos de los genios (deisidaimonesterouj)»" (vers. 22). Quiere decir los más supersticiosos o religiosos del religiosismo.

23. "«Pasando y examinando vuestros santuarios hallé un altar y en él escrito: Al dios desconocido; al cual, que desconociéndolo, honráis, os anuncio»".

Es el Inconocible de Spencer, la Voluntad de Schopenhauer, el vago Ideal de nuestros atenienses.

A los atenienses fue a los que dijo S. Pablo que vivimos y nos movemos y somos en Dios (vers. 28) "«como también algunos de vuestros poetas han dicho: somos linaje de él»". Fue a los atenienses san Pablo a declararles ese misterio panteísta.

32. "«Y así que oyeron la resurrección de los muertos, unos se burlaban y otros decían: te oiremos acerca de esto otra vez»".

La doctrina de la resurrección de los muertos fue la piedra de escándalo de su predicación.

Entonces se convirtió Dionisio Areopagita, verdadero padre de la mística cristiana.

* * *

Venga a nos el tu reino.

«Era un axioma en las escuelas judías que toda la oración en que no se encontrase el recuerdo del reino de Dios no era tal oración (Babyl. Beracoyh, fol. 40. 2)».

P. Didon, Jesuchrist.

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Cuestión social.

En tiempo de Cristo dos grandes corrientes mesiánicas, la una política y la otra religiosa. Soñaban unos, bajo el nombre de Reino de Dios, el restablecimiento del reinado de Israel y el sacudimiento del yugo romano, y por Mesías esperaban a un guerrero. Así los que hoy esperan una Arcadia terrestre, el reinado de la igualdad, el fin del dominio burgués (la burguesía y el romanismo), la tierra de promisión aquí abajo y aquí abajo la justicia. Éstos son los que sueñan en el triunfo de la ley, en parlamentos y en luchas terrenas. Los doctores del socialismo terreno son los nuevos doctores talmudistas. El reino de Dios es para ellos su propio reino. "«Ponen sus ideas en vez del pensamiento de Dios»" (P. Didon). Jesús adoptó la palabra corriente al Reino de Dios, como hoy adoptaría el reinado de la justicia y la igualdad y la fraternidad. Pero su reino no es de este mundo.

Los espíritus religiosos saben que el reino es espiritual e interior.

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Seq. 61. Encontramos, como la samaritana, a Jesús junto al pozo de Jacob, y se nos revela si prendados de su bondad y hermosura nos acercamos a él con confianza y amor, si decimos: ¡no puede menos que ser verdad tanta hermosura y bondad tanta! No concede señales a los que se las piden con espíritu de incredulidad, no a los que discuten con acritud y soberbia. Resiste como su Padre a los soberbios.

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Costra.

El hombre exterior, el de la costra, es social. ¡Ah, si un medio común se difundiese, medio en que se derritieran las costras, quedando sólo nadando en él los hombres interiores! Un ambiente de unción, un mar común en que flotaran nivelados todos, que al despojarlos de sus costras los uniera en verdadera comunión. Un calor que derritiendo y fundiendo esas costras, costras de pecado, formara de ellas el mar común, el mar de la verdadera igualdad niveladora, de la fraternidad real. Es la caridad cristiana producida por el fuego de la fe, que nos hiciera a todos nuevos y unánimes.

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Humildad.

Apartando tu mirada de la venidera muerte y de la nada que mereces y temes vuélvela hacia atrás y considera tu pasada nada, antes de que nacieras. ¿Qué eras antes de nacer? Una mera idea divina. ¿Por qué eres tú y no otro? Es decir ¿por qué eres? En ti mismo, en tu conciencia verás el misterio de la creación. Si miras con calma tu nacimiento ¿por qué no miras también con calma tu desnacimiento? Y si te aterra la muerte ¿por qué no consideras con temor tu des—.uerte, tu nacimiento? ¡Cuán poco pensamos en nuestro nacimiento, en nuestro personal original! Yo soy yo y no otro, es decir, yo soy.

* * *

Podría establecerse un útil paralelo entre el sentimiento, la sentimentalidad y el sentimentalismo de un lado, y la religión, la religiosidad y el religiosismo de otro, a que se podría añadir la moral, la moralidad y el moralismo2.

Ser moral no es ser moralista ni ser moralista es ser moral, como ser religioso no es ser religiosista. Seq. 85, 88.

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Padre nuestro...

«Para mí la idea de Dios, entraña la idea de Padre también. El hecho mismo de la creación es seguramente un acto estupendo de ternura paternal. Así Dios no sólo es nuestro Creador, sino que es también nuestro Padre. Una criatura racional por el hecho de ser criatura, es también hijo. De nuestra nada original nosotros salimos extraídos por un hilo filial. La creación más bien pertenece a la Bondad que a la Sabiduría o a la Omnipotencia de Dios. De manera que aunque yo no supiese de Dios sino que es mi Criador, por eso mismo debo sentir que es mi Padre también.

"Qui plasmasti me, miserere mei", decía una Santa penitente, que no se atrevía a decir otra cosa a Dios. "Tú que me criaste, ten misericordia de mí", fue el clamor de toda su vida en el desierto. Había una especie de derecho, o sonaba como un derecho en aquella alma, a pesar de su timidez y humildad, el haber sido creada para esperar que sería perdonada».

P. Faber, Progreso espiritual, cap. V.

Y dijo Dios: "«Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza... Y crio Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo crio»". Génesis I, 26—.7.

Esta semejanza es el fundamento de la paternidad. Los deberes del padre para con el hijo más que el haberle dado el ser se fundan en haberle dado tal ser, en que por ser uno hijo de su padre y no de otro es como es y no es de otro modo, se fundan en la herencia, en la herencia sobre todo el pecado original. Y la gracia divina nos la da Dios por ser nuestro Padre, es lo que corresponde en Él al deber paterno en nosotros. Como Padre nos ha redimido y como Padre nos ha hecho herederos de su gloria.

La idea de la paternidad de Dios "«nos une dulcemente a los hombres, una vez que esta paternidad divina nos es común con ellos. Esta idea entra en todas nuestras acciones espirituales hasta llegar a ser el primero y más poderoso de nuestros pensamientos»" (P. Faber).

No dice la oración Dios nuestro, sino Padre nuestro.

* * *

Con respecto a los que resisten la gracia de Dios y el aumento de su gloria y servicio temerosos de que sus negocios amengüen; con respecto a los mercaderes e industriales que subordinan la religión al negocio, véase los versillos 23 a 40 del capítulo XIX de los Hechos de los apóstoles.

Cuando temen que la verdad les invalide el negocio reúnense los negociantes todos y gritan: ¡Grande es Diana la de los Efesios!

* * *

Seq. 80. Los sentimientos sin conceptos que los sustenten, sin hueso, son pulposos y flácidos y dan el sentimentalismo. Sin fe el sentimiento religioso se convierte en sentimentalismo, que acaba por convertirnos el alma en masa indefinida.

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«Yo dije: vosotros sois dioses, e hijos todos vosotros del Altísimo» (*).

Salmo LXXXII, 6.

«Respondioles Jesús: ¿No está escrito en vuestra Ley: Yo dije: Dioses sois?».

S. Juan X, 34.

«Mas sabe Dios que el día que comiereis de él serán abiertos vuestros ojos y seréis como dios sabiendo el bien y el mal».

Génesis, III, 5.

La serpiente prometió a los hombres hacerlos como dioses, por su desobediencia; Dios nos promete hacernos dioses por la obediencia.

«Él se hizo hombre para que nos deificáramos, y se mostró por el cuerpo para que recibiéramos inteligencia del padre invisible, y sufrió la insolencia del hombre para que heredáramos la inmortalidad».

S. Atanasio, De incarn. 54. ( Harnack II, 45).

«Cree en el hijo de Dios... tan hombre por ti, cuanto tú te haces por él dios».

S. Gregorio Nacianceno, Orat., 40, c. 45 (Harnack II, 45).

«Si se ha hecho inmortal el hombre será dios».

Macario, Hom. 39. Pseudohippolytus, Teophan (Harnack II, 45).

¿Qué es la historia toda cristiana del hombre sino un lento desprenderse de la naturaleza para dejar al descubierto el fondo divino, oprimido y velado por el pecado? ¿Qué es más que una continua sobrenaturalización del hombre?

"«Nos haremos divinos por él, ya que él por nosotros se hizo humano»". De la fe en la humanización del Verbo sacamos la esperanza en nuestra divinización.

* * *

La vida religiosa del alma es como el desarrollo del embrión, que empieza en masa indiferenciada pero viva, masa protegida por el cuerpo de la madre, que le da calor y le aísla del ambiente. Empieza nuestra vida religiosa por puro sentimiento, por masa religiosa indeterminada, blanda. En esta época conviene preservarla como en recogido útero materno en el seno de la Iglesia, nuestra madre, en la soledad y el recogimiento, en prácticas piadosas.

Según el embrión crece van dibujándose los huesos, tiernecitos en un principio y apenas distinguibles de la carne, y al cabo esos huesos sustentan al organismo todo. La fe es la osamenta de la vida religiosa, y como la osamenta puede convertirse, cuando es fe muerta, en mero esqueleto, en huesos petrificados.

El hueso no precede a la carne ni en rigor la carne al hueso, se diferencian de sarcoda primitivo.

En el periodo de formación el cuerpo materno protege y fomenta al embrión. Así en los comienzos de nuestra vida religiosa nos protege y fomenta nuestra Madre, la Madre de Dios. La devoción a la Virgen María es el mejor medio de preservar la tierna religiosidad naciente, cuando sin fuerte osamenta, corre riesgo de caer en religiosismo de pura lujuria espiritual y de obras muertas, sin fe que las vivifique.

* * *

De nuestra nada.

Haciéndonos nada, es decir, haciéndonos a nuestra nada, es como llegaremos a serlo todo, a ser nuestro todo, a ser en cierto sentido dioses (V. 85).

«Cuanto más se sale el hombre de sí mismo y de su apego a las cosas tanto más, ni más ni menos, entra en él Dios con toda su riqueza; pues en tanto vive Dios en ti en cuanto mueres tú para ti mismo».

(Das geist. Leben, pág. 221)

Despójate de lo humano para quedar con lo divino que en ti hay, para desnudar lo divino, y lo humano en ti es lo que crees y llamas tu yo. Por debajo y por dentro de tu conciencia de ti mismo está tu conciencia de Dios, de Dios en ti.

* * *

M. San Cirilo empieza su catequesis decimoctava con estas palabras: "«La raíz de toda buena acción es la esperanza en la resurrección»".

* * *

Historia.

«Hélas! Chère Philotée, vous dormiez et Dieu veillait sur vous, et pensait sur votre coeur des pensées de paix, il méditait pour vous des méditations d’amour».

S. Fr. de Sales, Vie devote, V, II.

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Humildad.

Sumisión al ambiente, a las prácticas tradicionales. Véase los versillos 18 y siguientes del capítulo XXI de los Hechos de los apóstoles.

* * *

Hágase tu voluntad. Seq. 36, 51.

Aquellos que toman como lo mejor lo que el Señor les envía permanecen donde quiera y en todas las cosas en perfecta paz, pues en ellos se ha hecho propia voluntad la Voluntad de Dios. Esto es lo más perfecto y hasta enormemente mejor que si nuestra voluntad llegara a ser voluntad de Dios. Pues si tu voluntad fuese la voluntad divina, en estando enfermo no querrías, contra la divina voluntad, estar sano, pero sí que fuese voluntad de Dios el que sanases. Y así en otras cosas. Pero si es tu voluntad la de Dios, si estás enfermo: ¡en nombre de Dios! Y si muere tu amigo: en nombre de Dios.

«Quien sacrifica su voluntad diciendo: "Señor, haz de mí lo que quieras" expresa la suma oración; está más alto que el cielo sobre la tierra. Pues si bien es delicioso ser oído por Dios cuando le pedimos en oración gracia y ayuda, es más delicioso aún sacrificarse a la voluntad de Dios y desearla ante todo, en todo y por todo. Por esto fue la suma oración que rezó Cristo, nuestro fiel y amoroso amigo, aquélla de después de la última cena: "Padre, hágase tu voluntad, y no la mía" (Lc XXII, 42). Ésta fue la más grata palabra para el Padre, y la que más le honró; fuenos la más útil, y la más fatal y terrible para el demonio. Pues en la renuncia de la voluntad de Dios según su humanidad es en lo que nos salvamos todos».

P. Denifle, Das geist. Leben, 226—.27.

"«Pedid y recibiréis»". ¿Qué nos enseñó a pedir y como nos dijo que pidiésemos? "«Hágase tu voluntad»". Y ¿qué recibiremos? La voluntad de Dios, y resignación a ella.

«Quien fuese sometido a la voluntad de Dios tan sólo, tendría sometidas a él todas las criaturas y todas le servirían. ¿Qué digo? Dios mismo llenaría sus deseos todos...».

P. Denifle, pág. 228.

* * *

Sufrimientos.

«Es posible al hombre merecer en cada padecimiento participar de la pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Mas a consecuencia del fruto de su pasión debemos ser más animosos que si la hubiéramos padecido nosotros mismos, pues sin el fruto de su pasión no podría sernos fructuoso ningún padecimiento».

P. Denifle, Das geist. Leben, 235.

La sabiduría humana llegó hasta el estoicismo (en cuanto se confunde con el epicureísmo) a sufrir indiferente los males terrenos. El abrazarlos y gozarse en ellos y amarlos es ya sobre—.umano.

"«Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados»". Los que lloran, no los que sufren. Lloran los que sufren con humildad. El Consolador es el Espíritu Santo.

Cuaderno 5

Fiat voluntas tua.

En esta petición se envuelve el valor todo de la oración. Se pide a Dios lo que de todos modos ha de ser, que se haga su voluntad.

«Y ésta es la confianza que tenemos en él, que si demandamos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye».

I Juan V, 14.

* * *

Esa sombra pura que atraviesa los siglos, sobre las aguas del mundo y sin sumergirse en ellas crees sea un fantasma, mas aun así le pides poder caminar también tú sobre las aguas del mundo sin hundirte en ellas. Pero te falta fe y te sientes sumergirte y le pides que te salve. Y entonces te dice: Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?

¿Por qué dudamos? ¿Por qué no reconocemos a Jesús verdadero hijo de Dios? Entonces pasaríamos sobre el tiempo, sin hundirnos en él, entonces atravesaríamos nuestros años como fantasma que sobre ellos flota, y siguiendo nuestra marcha al cielo discurriría bajo nuestros pies la corriente del mundo y fluirían las aguas del tiempo, llevándose cada día su malicia.

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Cuanto más fría esté el alma más al despertar de sus noches espirituales se encuentra empapada en el rocío de la gracia.

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¿Qué es eso de que de pronto, como hoy 9 de mayo de 1899, estando estudiando se sienta un apetito de rezar? He tenido que dejar el libro e ir al cuarto a recogerme en breve oración, y a leer en la Imitación la oración pidiendo luz para el espíritu.

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Hoy, 15 de enero de 1902, leyendo la Leben Jesu de Holtzmann, pág. 102, reanudo esto.

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Padre nuestro. 15 enero 1902.

Padre siempre, siempre engendrándonos el Ideal. Yo proyectado al infinito y tú que al infinito te proyectas nos encontramos; nuestras vidas paralelas en el infinito se encuentran y mi yo infinito es tu yo, es el Yo colectivo, el Yo Universo, el Universo personalizado, es Dios. Y yo, ¿no soy padre mío? ¿No soy mi hijo?

Hágase tu voluntad.

V. Mt XXI, 28—.2, y Holtzmann.


Publicado el 12 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.
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