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—¿Cómo empezó la lírica? —preguntó mi amigo—; ¿cuál fue el primer canto?
—Vamos a la leyenda —le dije— y oye lo que dice el Génesis en su segundo capítulo, cuando dice «Formó, pues, Dios de la tierra toda bestia del campo y toda ave de los cielos, y trájolas a Adán para que viese cómo las había de llamar, y todo lo que Adán llamó a los animales vivientes, ése es su nombre. Y puso Adán nombre a toda bestia y ave de los cielos, y a todo animal del campo; mas para Adán no halló ayuda que estuviese delante de él». Este fue el primer canto, el canto de poner nombre a las bestias, extasiándose ante ellas Adán, en el Alba de la humanidad.
¡Poner nombre! Poner nombre a una cosa es, en cierto modo, adueñarse espiritualmente de ella. Este mismo Walt Whitman, cuyas Hojas de yerba aquí tenemos, al decir en su «Canto a la puesta del sol» estas palabras: «Respirar el aire, ¡qué delicioso! ¡Hablar!, ¡pasear! ¡Coger algo con la mano!», pudo añadir: «Dar nombre a las cosas, ¡qué milagro portentoso!»
4 págs. / 7 minutos.
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Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.
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