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Después que llevaron al muerto estaba sola Justina, resintiendo el frío del cuerpo del hombre, cuando entró su madre que volvía de la calle, y le dijo:
—Vas a ir a servir a tu tío, ¡sé buena!
La metieron en casa de su tío. Como éste trabajaba casi todo el día fuera de casa, Justina vivía con la tía, que la puso de niñera de un pequeñuelo. La tía se pasaba el día gruñendo y ponderando lo caro de la vida; hallaba en todo motivo de disgusto, y daba contra la niña.
¡Cuánto recordó Justina la penuria del covacho paterno en la parsimoniosa mezquindad de su tía! Por su poco apetito solía dejar algunos platos.
—¿Por qué lo dejas? —le gritaba su tía-. Mientras no comas eso no comes otra cosa... Lo que quieres son postres, golosinas..., ¡habrase visto la chiquilla! ¡Cualquiera diría que te han criado con colinetas y huevo mol! ¿Qué comías en tu casa? Hambre porretera. ¡Vaya la chiquilla!
Justina tenía que mascullar, quieras o no, las sobras del puchero.
5 págs. / 9 minutos.
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Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.
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