Al año de haber llegado Federico al pueblo de su nueva residencia escribía así a su amigo:
«Querido Antonio: Tú sabes que huí, aunque con pesar, de nuestra
común ciudad natal, de nuestro adorado Bache, por no poder resistir,
entre otras cosas, a la Mazorca. Me asqueaba e indignaba el espectáculo
de aquel nefando contubernio y concubinato de todas las más ferozmente
egoístas concupiscencias. Aquel apiñamiento de intereses y de grandes
negocios bajo una razón o firma política me ponía fuera de mí. El
espectáculo del servilismo y la cuquería ambientes me sacaba de quicio.
»Pero aquí... Aquí, amigo, no hay ni cuquería. Esto ni hiede. Esto es peor que la corrupción; esto es el vacío. Allí era la Mazorca; aquí es el redondismo. ¿Y qué es esto?, me dirás. Vas a verlo.
»Don Fabián Redondo dicen aquí que es un excelente sujeto, natural de esta villa, que salió de ella siendo muy mozo y se fue a la América, donde ha hecho una excelente fortuna. De vuelta de América se estableció en la corte, según dicen, y allí añaden que vive y recibe las cartas de sus electores y les atiende cuando lo hace. Porque don Fabián es desde hace varias legislaturas el diputado indiscutible e indiscutido por esta villa y su distrito, adonde nunca viene. Yo que llevo aquí cosa de un año no le he visto, y otros que llevan cerca de veinte tampoco le han visto aquí. Los que van a Madrid dicen que le han visto y le conocen. Pero somos no pocos los que dudamos de que el tal don Fabián Redondo exista. Yo, por mi parte, estoy perfectamente convencido de que no existe, de que el don Fabián no es más que un ente de ficción. No existe más que para justificar un puesto en el Parlamento, para simular un voto allí y para que aquí haya redondismo. Porque aunque Redondo no existe, existe el re dondismo. Verás.
»El redondismo, al que pertenecen aquí casi todos, pues son redondistas desde los radicales hasta los ultramontanos, el redondismo es... el redondismo. Algo así como el nihilismo, pero sin dinamita. El redondismo es la política de la no existencia. Su principal principio teórico es ahorcar, si se puede, al seis doble después de tomar el café en el Casino. Imposible parangonar al redondismo con la Mazorca. Porque hay que ser justo; en el redondismo no hay negocios sucios, ni grandes matutes, ni defensa de monstruosos privilegios; en el redondismo todo es puro, purísimo, la pureza misma. Como que el redondismo es... pura tontería.
»El redondismo es la natural alianza de la mediocridad con la inercia. Su dogma es no hacer nada y que nos dejen sestear; es no pensar. No exige sacrificio alguno mental de los que en él ingresan. Su única manifestación pública es de vez en cuando algún banquete en que se lee algún telegrama del misterioso y supuesto don Fabián y se brinda a la salud de este glorioso hijo de esta heroica villa, que tantos días de gloria le ha dado y tantos más le dará. Y aquí hay un diario que todos los meses, invariablemente, hace constar que gracias a las gestiones de don Fabián han cobrado puntualmente los funcionarios públicos de esta región. Esto es, claro está, para mantener viva la creencia en el mito y el culto a él.
»Hace unos cuatro años, según he oído, algunos descontentos del redondismo levantaron bandera frente a él, proclamando caudillo y epónimo a un don Rufo Cuadrado, a quien tampoco nadie conoce y de quien se ha sabido luego, por confesión de los mismos cuadradistas, que fue una pura invención. Como cuando al fin tengan que inventar que ha muerto don Fabián se sabrá que éste nunca ha existido. Pero el caso fue que cuadradistas y redondistas se entendieron, mediante no sé qué arreglos y algún banquete, y volvieron a unirse bajo la ya tan acreditada denominación de redondistas. Y ocurrió entonces una cosa altamente significativa.
»Fue ello que al tratar del arreglo lo que más resistían los cuadradistas es aceptar el viejo mote de redondistas. Cuando no existen cosas ni ideas, los hombres, es decir, los entes de ficción que se creen y se llaman a sí mismos hombres sin serlo, se aferran a los nombres como a sustancias. A alguien, para dirimir las diferencias, se le ocurrió, teniendo en cuenta que todos admitían el mito del gran don Fabián Redondo, que el remozado partido se llamase fabianista. Pero un agudísimo guasón que anda por aquí, casi el único hombre de realidad y sustancia que aquí conozco, y que vive merced a su humorismo, les hizo notar que hay en Inglaterra una sociedad política con tendencias socialistas moderadas y de evolución que se llama fabiana, y que no fuera les confundiesen con ella. Y al enterarse de que ese nuevo mote de fabianismo podía conducir a error y confundirles con algo que en el orden de las ideas algo significa, renunciaron a él. Porque lo esencial es eso: no significar nada ni real ni ideal, ni comprometerse a nada. Y después de haber respirado fuerte al salir del peligro de caer bajo una denominación que pudiese inducir al error de atribuirles algún contenido doctrinal, se fue cada uno de ellos a ver si ahorcaba el seis doble o le daba codillo al otro.
»Y así, con su redondismo, hacen elecciones votando a don Fabián y haciendo creer que éste existe. Se dice que el cadáver del Cid ganó una batalla, pero era un cadáver, es decir, algo que había vivido y que por haber vivido murió, y era del Cid; pero lo que no había yo visto ni esperado ver es que ganase batallas algo que no es el cadáver, ni el feto, no ya del Cid, pero siquiera del señor Redondo, algo que no es nada más que un nombre, porque no ha existido. Pues te repito que don Fabián no existe. Y el más genuino representante suyo aquí, el que pasa por su lugarteniente y cabeza visible, el jefe local del redondismo, un día que le cogí desprevenido, esto es, con seis o siete copas más de aguardiente que las que acostumbra llevar dentro —y no son pocas—, me confesó que, en efecto, nunca había visto a don Fabián.
»Ahora dime, ¿qué es mejor, la Mazorca o el redondismo?
»¿Y cómo —me preguntarás—, siendo así, puedes vivir ahí y resistir eso? En parte porque todo esto me divierte, pero además porque la memez redondista tiene otra cara que hasta cierto punto la absuelve y la redime. En el fondo, estos redondistas no tienen buenas pasiones, y eso les hace ser, aunque traten de reprimirlo y contenerlo, rústicos y mal educados. Y ya sabes aquella mi vieja debilidad que tantas veces me has recriminado: me gusta la mala educación.
»No te habrás olvidado de aquel nuestro amigo Fidel que fue cónsul en un pueblo del Extremo Oriente. Sus aficiones de artista y hombre observador y curioso le llevaron una vez a un fumadero de opio, se aficionó al espectáculo y sin llegar a dar nunca una chupada se habituó a frecuentar el fumadero. Aquella atmósfera acre y pesada llegó a serle familiar y no resistía la del aire puro y libre. Conozco otro que no puede probar las guindillas, pero le gusta olerías cuando las comen los demás. Y sé que hay la voluptuosidad del pringue y quien por nada del mundo quiere desprenderse de un traje viejo grasiento con el que se ha encariñado. Pues a mí, aunque vuelvas a reprenderme por ello, me gusta lo acre en costumbre. Perdónamelo, pero la buena educación, y sobre todo la cortesía, me sabe a memez; por mucha que sea la inteligencia que al hombre cortés se le suponga. Cortés equivale a cortesano, hombre de corte, y los hombres de corte —que suelen serlo de corte con minúscula— me aburren. Me aburren como a aquel borracho le apestaba el agua clara.
»Sí, sí, ya lo sé, no me digas nada. Sé de sobra cuanto me puedes decir. No te canses, pues, en decírmelo. Como tú mismo me has dicho cien veces, yo no he nacido para político, sino para teólogo. Y un robusto argumento teológico, contundente, de los anathema sit, nada pierde, antes bien gana con venir envuelto en regüeldo de refectorio. Me gusta ver discutir a coces un cierre al dominó. La muerte más horrible para mí sería morirme de una indigestión de caramelos del Congreso o ahogado en agua de azahar.
»Hete, pues, que si el redondismo no me apesta como según lo que de él te digo debía apestarme, es por su rusticidad. Por una parte, me divierte lo de que don Fabián sea la categoría metafísica de la inexistencia y por otra parte, ya sabes que yo tengo más de teólogo, esto es, de artista trágico, que no de político, o sea de artista cómico. En el orden estético un auto de fe o una excomunión mayor me parecen muy superiores a una crisis ministerial o unas elecciones generales. Y si en la acritud no demasiado encubierta por la simplicidad del redondismo veo promesas de una cierta resurrección teológica o antiteológica, me es igual.
»Treitschke dice al principio de sus prelecciones de Política que la nobleza de una nación se conoce en que el arte precedió en ella al confort. Ahora bien, la cortesía es confort, y no arte, en las maneras y los modales. Hay más arte, mucho más arte y más intenso, en una refriega aristofanesca de dos rabaleras despeluzadas que no en un cambio de finas obsequiosidades entre dos corteses caballeros. La contención me carga y me apesta.
» Espero que un día la rusticidad latente dentro de la actual memez del redondismo se dé cuenta de sí misma, se haga conciente y, por lo tanto, cínica. Aquel día el redondismo, gracias al cinismo, se habrá salvado y, adquiriendo contenido doctrinal, podrá pasarse sin el mito de don Fabián, por haberlo superado.»
Ahora nos falta saber lo que Antonio contestó a esta carta, bien extraña, de su amigo Federico.
Publicado en El Heraldo de Cuba, La Habana, 11 de julio de 1914.