La Vida del Cochorro

Miguel de Unamuno


Cuento



P.—¿Para quién hizo Dios el mundo?

R.—Para el hombre.


Catecismo del P. Astete

I

Una hermosa mañana de novillos fueron Dioni y Santi a la campa de Albia a coger cochorros. era el tiempo de ellos, de las hojas de los árboles y del aire tibio.radiaba el sol, que luce sobre todos, que calienta a los fríos, sofoca a los calientes, reseca a unos y liquida a otros, que hace lo mismo dulce su rayo que la sombra, en el invierno aquél y ésta en verano.

—Míate, míate..., allí, en aquel rasimo de flores blancas...

Señalaba a Santi dos cochorros que tomaban el sol en la flor de un castaño de Indias. Tiró éste una piedra que no erró, la rama crujió y los cuerpecillos de los cochorros sonaron en tierra. Los cogieron.

—El mío t'es macho; míale los cuernos anchos, abiertos... como abanico—dijo Dioni.

—Y el mío hembra. Tiene los cuernos apretaos...

Cerrados en la mano se los llevaron, los metieron luego en la gorra con un puñado de yerba.

—Tendrían nido y cochorritos—dijo Dioni.

—Cállate, lerdo; los cachorros no tienen nido...

—¡No...! ¡Sin tener...!

Pronto pelaron y cortaron su palito, prepararon su faja de papel, con su alfiler.

—A ver, a ver cuál es más volarín...

Les rompieron media patita trasera, envainaron con la otra media el alfiler sujeta a la faja de papel, vuelta como correa en el palillo, y les hicieron girar en torno a este hasta que emprendieron el vuelo cantándoles aquello de


¡Pavolea, chitolea,

vola, vola tú!


Era un divertido juego de Sísifo.

—Mía, mía, el mío es más trabajador; mía cómo te vola..., ¿no lo oyes?..., ¡hu, hu, huuuuuu!

—El mío es más volarín..., ¡aivá!

—Te credán que van volando por ay, cedrán que han llego al campo...

Y les tuvieron a los animalitos vuela que vuela en torno al palo.

Se cuenta que en los penales ingleses los presidiarios a quienes hacían manejar sin objeto útil un manubrio suelto morían de tristeza.

Rojos de placer, henchidos de sol de primavera, fueron Dioni y Santi a comer llevando en la gorra sus cochorros y puñado de yerba.

Dioni, en casa, por divertir a un hermanito, le dio su cochorro, le ató un hilo a un a pata y le dejó volar. Pero el chiguillo le dio tal trato, que se lo tuvo que quitar Dioni exclamando:

Ya le has chafao, ya... Tráile que le dé aliento pa que resusite.

Haciendo canuto con la mano y teniéndole en ella, le dio amorosamente el aliento de su pecho. El aliento hace milagros. Cuando se juega con santos o figuras al vuelo, antes de lanazarlos se les daba aliento para que volaran mejor. Dios le sopló a Adán por las narices para darle vida.

Pensaba comprar a su amigo Santi la hembra por dos ochavos de aquellos que se hacían con cartuchos y servían para comprar avellanas a la avellanera; les pondría juntos a que hicieran crías en una caja. Entonces había que dejarle descañar porque los cachorros se cansan; le metió en una caja a cuya tapa había hecho infinidad de agujeros con un alfiler para que respirara el pobrecito y le puso un manojo de yerba ya mustia.

II

«¿Y esto es la vida?»

¡Cuántos días pasé en lo oscuro, muchos, muchos; era yo entonces blando gusano de la tierra, me arrastraba solo entre raíces, y vivía para comer sin conocer al todopoderoso Sol!

¡Luego dormí mucho tiempo, mucho, y me desperté una mañana!

¡Oh, qué mañana! Por las mil caras de mis ojos entraba la luz. El santo Sol borró el rocío de mis alas duras, las abrí, saqué las otras, finas, las tendí y vencí mi peso. ¡Qué hermoso es el aire libre! Volaba cantando con mis alas un himno piadoso al Sol, que me las calentaba. Por ellas circulaba, aligerándolas, el aire tibio, lleno del espíritu del Sol.

Llegué al árbol que el dulce Sol me destinaba; El lo había alimentado con su fuego; Él le dio aquel verde tan puro como azul del campo en que Él pasea.

¡Qué hermoso ramo de flores blancas en que venía encerrado el calor divino! Su rayo me entraba hasta el corazón, encendía mi sangre fría. ¿Que haría yo de aquel calor que me acaba de mí?

Junto a mí puso el Sol a ella, a Melolonta, la de cuernecillos apretados. El Sol nos miraba, su rayo nos traspasaba la carne, el airecillo nos cosquilleaba. ¡Qué puro brillaba el rayo del Sol en el coselete de Melolonta! Ella me devolvía, recalentado, el calor del Sol, parecía otro sol. ¡Oh!, bajo mi dura cáscara se hinchaba mi carne, se me anublaban los ojos de mil caras, se me borro el árbol y solo vi a Melolonta hecha sol, en el campo azul, derramando sobre mí como rocío de vida su calor y su luz.

Sentí retemblar el árbol, perdí apoyo y, antes de poder abrir mis alas, sentí a la tierra dura, ¡la tierra!, otra vez la tierra oscura y fría donde viví gusano.

Entonces empezó mi muerte, ya conozco la vida; la vida es ésta: largos y oscuros días de gusano, y cuando empieza a darnos el Sol nueva vida, cumplir el destino cayendo en manos de los malos genios.

Me encontré en un sitio oscuro, caliente, pegajoso, que me oprimía; oí voces y ruidos de los malos genios que me arrebataban el Sol; luego, en otro oscuro, junto a unas pobres yerbas.

Dos garfios me sujetaron y sentí el dolor vivo de que me arrancaran media pata...¿Qué haría mi mansa Melolonta, de apretados cuernecillos? ¿Le habrían arrebatado del Sol, le habrian también arrancado media pata?

—¡Oh, media pata..! ¿Qué importa? Aún me quedan cinco enteras. ¡Media pata! Que me las arrancaran todas; tenía mis alas, mis alas plegaditas y guardadas, mis alas con que subir al campo azul en que el Sol pasea. También Melolonta tenía sus alas. Para subir al campo azul sobran las patas.

Por la media pata me metieron un hierro; oía vocear a los genios malos. Quedé suspendido, ¡cosa más rara!, suspendido en el aire; sin duda el rayo invisible del Sol me sostenía. Seguía con el hierro en la carne. Quise huir del dolor, llegar al Sol, bañarme en su luz, sorber su calor santo. Me sentí arrebatado en el aire; era el santo Sol, que con su rayo invisible me atraía, y eché a volar.

Volé libre mucho tiempo, pero mucho, ya no sé cuánto, y no llegaba al campo azul, ni veía a mi mansa Melolonta, la de apretados cuernecillos. Una fuerza me empujaba a la tierra oscura, donde viví gusano, pero otra fuerza santa me sostenía en el aire y volaba libre. Me detuve triste, suspendido en el aire; el hierro seguía en mi carne, y el rayo invisible del Sol empujaba. Volví a echar a volar, debí de cruzar todo el aire llegar cerca del campo azul en que pasea el Sol, y lejos, muy lejos, pero muy lejos, muy muy lejos de aquellos garfios.

¡Qué cosa más triste es la vida! Todo mentira: mentira la flor blanca, pues dura tan poco; mentira el rayo invisible del Sol, que me empujaba sin llevarme al campo azul; ¿será mentir, Sol mío, Melolonta? ¿Por qué no me siguió en mi martirio? ¿Para esto me calentaste tanto, Sol?

Se me ha olvidado todo lo que pasó después; fui de un sitio a otro, juguete de los malos genios; mil veces me sujetaron los garfios, volé cautivo; me habían atado a la tierra oscura donde viví gusano.

Luego, encerrado en lo oscuro y pegajoso, recibí un aire pesado, espeso, cálido, ¡un aire de muerte, usado! ¡Oh, el aire tibio y libre, el aire hermoso lleno del espíritu del Sol!

Y ahora aquí, en esto oscuro, negro, muy negro, con estas yerbas secas, aquí, sin ver el campo azul en que se pasea el Sol. ¿Estará Melolonta en otra negrura igual? ¡Oh, si viniera, esto estaría claro, entraría el Sol aquí! ¡Qué feliz era yo, gusano de la tierra, sin conocer al Sol y a Melolonta! ¡Qué feliz a muerte de antes de aquella mañana! ¡Oh Sol mío! ¿Por qué calentaste mi cuerpo? ¿Por qué no derrites a los malos genios que gozan en nuestro dolor? ¿Por qué me empujabas a ti para Sepultarme en esta negrura? Trae a Melolonta; ella es mi Sol, ella es el Sol. Me falta la fuerza y voy a morir; ¡qué corta es a vida! ¿Qué he hecho de ella? ¿Para qué me ha servido? Cuando tembló el árbol, ¿por qué, Melolonta, no te agarraste a mí? ¿Por qué, Sol, me empujaban sin llevarnos al campo azul? ¿Por qué no nos derretiste en tu rayo? Me muero y no he vivido... Yo creía que el Sol calienta todo para nosotros...¿Será mentira, Melolonta...? ¡Ea! ¿Quién sabe si vuelvo a gusano? ¡Oh!, la tierra fría y oscura, mi querida tierra..., ¡me muero...!¡Melolonta, ven!

III

Quedó el despojo. Algo más tarde, Dioni abrió la caja, hurgó al pobrecillo, le hizo cosquillas en el vientre blanco y negro y, al ver que no se movía, dijo tristemente:

¡Pobre cochorro! Le daré otra vez aliento para que resusite...

En vano le dio con amor aliento de su pecho; le dejó exclamando:

Voy a ponerle al sol, y, si no, le pediré a Santi su cochorra pa ponerlos juntos, a ver si así resusita.


En Madrid, marzo de 1890.


Publicado el 22 de mayo de 2021 por Edu Robsy.
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