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Los días siguientes se repitió la misma rutina: iba a la escuela por la mañana, impartía mis clases, volvía a mi habitación y allí recibía la visita del casero que venía a invitarme a mi propio té. Después de una semana, ya tenía muy claro el funcionamiento de la escuela y también qué clase de personas eran el casero y su mujer. Otros profesores me habían contado que las primeras semanas de trabajo se las habían pasado muy preocupados por la impresión que estarían causando, pero eso no me ocurrió a mí. Yo cometía errores en clase, pero media hora después los había olvidado. No soy del tipo de personas que se obsesionan con las cosas. El efecto que mis errores pudieran tener en los estudiantes, el director o el jefe de estudios me traía al fresco. Como ya dije, a veces me traicionan los nervios, pero una vez que decido algo, me mantengo firme en mi decisión, para bien o para mal. Había decidido que si las cosas no iban bien en la escuela, me volvería a Tokio, así que Camisarroja y el Mapache no me daban ningún miedo. Y en cuanto a los estudiantes, me preocupaban menos incluso que mis colegas, por lo que no pensaba hacer nada en especial para intentar ganármelos.
161 págs. / 4 horas, 43 minutos.
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Publicado el 29 de abril de 2017 por Edu Robsy.
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