Arte de las Putas

Poema

Nicolás Fernández de Moratín


Poesía



I

Hermosa Venus que el amor presides,
y sus deleites y contentos mides,
dando a tus hijos con abiertas manos
en este mundo bienes soberanos:
pues ves lo justo de mi noble intento
déle a mi canto tu favor aliento,
para que sepa el orbe con cuál arte
las gentes deberán solicitarte,
cuando entiendan que enseña la voz mía
tan gran ciencia como es la putería.

Y tú, Dorisa, que mi amor constante
te dignaste escuchar, tal vez amante,
atiende ahora en versos atrevidos
cómo instruyo a los jóvenes perdidos,
y escucha las lecciones muy galanas
que doy a las famosas cortesanas.

Mas ya advertido mi temor predice
que al escuchar propuestas semejantes
tu modesto candor se escandalice;
pues no, Dorisa bella, no te espantes
que no es como en el título parece,
en la sustancia esta obra abominable.

Por mí la serie de los tiempos hable;
pues siguieron las mismas opiniones
todos los siglos, todas las naciones,
y hallarán en el mundo practicados
mis dogmas por las gentes más ilustres
de entrambos sexos; no permita el hado
que la obscena maldad ninguno aprenda
siendo yo su maestro; el que aún no entienda
del rígido apetito, no me lea
a no ser que advertencias pretendiese
del mal para evitarlo, pues cogido
puede un incauto ser muy fácilmente,
del contrario que no es bien conocido.

Así como se informan los pedantes
de Galego y de Lárraga, estudiantes
del homicidio, estupro y adulterio,
de plétora, aneurisma y esquinencia
para ahuyentarlo, como dicen ellos,
con rosario y con pócimas amargas,
yo no pretendo con arengas largas
disuadir el amor puro y constante
de solo a solo, ni romper deseo
la coyunda que enlaza el Himeneo.

Sufra el cuello magnánimo y robusto
su yugo tan pesado como justo,
y evitará el horror de mis lecciones;
mas ¡qué de estorbos, oh Fortuna, pones
para lograrlo! El áspero dinero
le falta al uno, al otro la licencia
del superior o el padre muy severo.

¿Quién bastará a adornar de resistencia
para que el otro sufra eternamente
a una mujer fantástica, insolente,
que fiada en el lazo indisoluble
tiranamente usurpa el despotismo
del hombre, su prudencia despreciando?

¡De cuántos infortunios libertada
fuera la humanidad si este contrato
lo anularan violadas condiciones!

Aunque no permitido, practicado
vicio que aun hoy ya no es disimulado;
¡cuántos suspiros, cuántas aflicciones
ocultas se acallaran si el recelo
turbara las seguras posesiones!

Diera yo entonces inútiles lecciones;
mas pues el mundo sigue este sistema,
no hay alguna razón para que tema
el mío establecer. Sin duda alguna
fuera mejor que el mundo me creyese
y su amor cada cual diese a la amada
para siempre en coyunda muy sagrada,
o en castidad purísima viviese.

¡Castidad!, gran virtud que el cielo adora,
virtud de toda especie destructora,
y si los brutos y aves la observaran
comiéramos de viernes todo el año:
pero, ¿por qué abrazar el Himeneo?

Muchos en los demás escarmentados
le aborrecen tenaces, pues templados
no son los hombres, ni templarse pueden
si no quebrantan la naturaleza
con muy duro y con áspero castigo,
que es inhumanidad si no es fiereza,
de la ley natural dogma enemigo
y no puede haber hombre si es humano
que lo deje de ser. Con modos feos
y horrendos, sacia el uno con vil mano
el brutal apetito a sus deseos;
no es falso por no público este crimen,
ningunos aunque callan de él se eximen.

Otro incauto en nocturna complacencia
sin que al sueño hacer pueda resistencia
despierta humedecido, la blancura
de la ropa interior contaminada,
sin propio vaso, en fin, desperdiciada
la sustancia vital capaz de vida:
y no siendo posible que se impida
lo que la naturaleza a voces clama
ya justa o injustamente, inevitable
es de amor apagar la ardiente llama.

Tanto cristiano Demóstenes hablaba
fulminando del púlpito amenazas
al lascivo; mas ¿qué han adelantado?

El mundo aún hoy se está como se estaba;
prueba es que sus razones no han bastado.

Pues, ¿qué delito mi inocente Musa
comete, cuando a un mal inevitable
no pudiendo extinguirle, le modera
la malicia fatal? Ya que haya mal,
el modo por lo menos bueno sea
y hágase bien el mal. Si yo evitara
tanto dispendio en jóvenes perdidos,
¡qué felices mis versos contemplara!

¡Cuántos enajenados, mal vendidos,
cuantiosos patrimonios mendigando
se miran por las putas insaciables!

Si fuera la dulzura de mi canto
capaz de impresionar el horroroso
gálico inmundo y su extinción lograse,

ésta sí fuera de mi canto hazaña.

La primer flota que nos trajo a España

Colón desde las Indias, a quien dieron
en Nápoles su nombre los franceses,
si a lo menos ¡oh Musa!, consiguieses
evitar los escándalos!… Si acaso
facilitando hacia el burdel el paso
cerraras las alcobas conyugales
y las castas purezas virginales
aseguraras, ¡qué feliz serías!

Hubiera quien mis dulces poesías
notara de impiedad viendo que en ellas
se asegura el honor de las doncellas.

Si moderan los gastos excesivos
que pierden a los jóvenes lascivos,
y el contagio venéreo se destierra
de las ardientes ingles y, seguros
los tálamos nupciales, los futuros
frutos de bendición esperan ciertos;
y el infame adulterio aniquilado
llega en España a ser desconocido,
y el escándalo siempre aborrecido
del cielo, no da ya en los ojos castos
pésimo ejemplo, el daño menor debe
sufrirse por obviar mayores daños.

Así el profano Coliseo, el fuerte
circo para lidiar los bravos toros
por sólo entretener tantos ociosos,
con mil casas de juego se consienten.

Las leyes, la política indulgente
a los concubinarios dio licencia
por salvar al consorte el nupcial lecho.

Ciudades cultas dan con alto techo
al público burdel magnificencia
y las vírgenes castas y matronas
con no invadido honor cruzan las calles,
y así ¡oh!, cualquiera que el perderte abona,
la sacra inmensidad de la nobleza
no profanes sacrílego, atrevido,
vuelve a mi verso el lujurioso oído,
que en él se encuentra el lupanar inmundo
que por escrito a tu lascivia fundo.

Y no pienses que invento estas maldades:
de ti son aprendidas; no que lo hagas
te mando, sino escribo lo que haces
y acaso encontrará la incontinencia
de ambos sexos remedio al informarse
de la astucia, del dolo y la impudencia
que recíprocamente en engañarse
practican unos y otros, y es posible
que así fuese la enmienda conseguible,
y todos conociéndose se teman
y se aborrezcan y se enmiende el mundo:
mas ya tocado de un pesar profundo
mi crédito en balanzas considero;
me juzgas un perdido putañero
pues del arte y las putas doy noticia.

La consideración ni la justicia
no engendra tal concepto, es hijo espúreo
del satírico humor de tu malicia;
ni el escrito indicio de la mente,
con modesta conducta y recta vida,
mí Musa es juguetona y divertida;

Virgilio, así, y Homero el excelente
hubieran sido atroces y guerreros
las armas y las cóleras cantando;
ni el nombrar son indicios verdaderos
del tratar la persona. De Alejandro,

Curcio, su historiador no vio el semblante;
no es maravilla que mi Musa cante
un arte al parecer de los peores:
maldades se han escrito bien mayores
de todos aplaudidas. Uno escribe
en el arte espantoso de la guerra
preceptos de asolar toda la tierra,
pernicioso y horrible a los humanos,
otro pretende habilitar las manos
en fundir el metal de los cañones
para derribar hombres a millones
y alcázares que el tiempo no lo haría
al trueno de la horrenda artillería.

El arte de verter la sangre humana
con la espada fatal es aprendido
de Príncipes y grandes, y es leído
el libro de políticas aleves
para oprimir la libertad del pueblo
sin que él lo advierta. Son mucho más leves
mis delitos: no incito asolamientos,
destrucciones ni muertes horrorosas:
sólo facilitar las deleitosas
complacencias de amor inexcusables
por modos a ninguno imaginables
solicito, y del arte meretricio
pretendo por mi astucia y mi desvelo
ser nuevo Tiphis y otro Maquiavelo.

Y no defenderé que bueno sea,
mas sólo sé que los insignes hombres
que fueron inclinados lo siguieron
y los que fueron fríos no lo hicieron;
y no es virtud dejar lo que no gusta.

Unos van al Peñón, otros se dejan
llevar hasta Manila desterrados:
los brutos quieren ser despedazados
primero que ceder este derecho.

La malicia y la envidia sólo han hecho
este vicio el mayor de las maldades,
mas ¡cuánto son peor las falsedades,
hurtos, ingratitud y tiranía!;
y esto se pasa y aun se aplaude hoy día.

Por ceremonia sólo no nombrarnos
lo que hacemos: verás una casada
que primero dirá mil impiedades
que aquello que hace más y más le agrada;
y piensa injusta una mujer honrada
que con ser fría, lícito le es todo;
y no piensan los hombres de otro modo;
pues muchos hallarás que sin empacho
se alaban de matar (acción horrible)
y no osarán decir que han engendrado.

Una sola manera se ha encontrado
de hacer los hombres; mas de deshacerlos
¡cuántas industrias inventó la muerte!

Y el instrumento que los mata fuerte
va por gala y blasón pendiente al lado
y el que los hace, oculto y deshonrado;
y los hombres inicuos dan laureles
al que mata a un millón de sus hermanos
y deshonran al que ama a las mujeres.

¡Cuánto es mejor, o cuánto menos malo,
que el grande Motezuma a tres mil de ellas,
en hamacas gozó sus miembros bellos
que no el fiero Escanderbek matase
con su alfanje espantoso tres mil de ellos!

¡Ojalá que los hombres no forniquen,
si esto es posible, mas si no hay remedio,
ojalá que los vicios se limiten
a éste sólo; perezcan los traidores
alevosos, sin ley, y usurpadores
y se verá si pierde o gana el mundo!

Mas el principio en que mi arte fundo
¿quién dirá que destruye lo que enseña?

Oíd. A la mujer más pedigüeña
enseño a no pagar el vil trabajo.

Si esta lección tomara todo majo,
obra de caridad sin duda fuera,
pues cada cual con tanto chasco viera
que no da utilidad el putaísmo,
si no el hambre, lacerias y el abismo.

Si hay algún medio de extinguir las putas
es sólo no pagarlas: mil oficios
y fábricas insignes se perdieron
luego que su labor sin premio vieron.

Pero si ven que con abrir las piernas
se abren las duras bolsas y hacen tiernas,
¿qué han de hacer sino alzar los guardapieses
para coger el oro que no caiga
al suelo, y vergonzosas o corteses
procurarse tapar con la camisa
la cara como algunos santos frailes?

Las hazañas del fiero Masinisa,
¿qué son más que delitos execrables?

César, Mario y Eneas endiosado,
¿qué fueron sino ilustres malhechores?

Y esto les mereció versos y loores
que los dioses (si es dable) han envidiado.

¿A quién mayores daños ha causado
el Macedón terrible? ¿A la Roxana
cuando en el lecho oriental la acariciaba
y a la Reina Talistres que buscando
le vino para holgarse trece noches,
o a Darío, a quien del reino despojado
causó la muerte, y de otros mil millones,
y al corpulento Poro, que, arrogante,
cayó desde su altísimo elefante,
sin fuerzas y sin reino y sin blasones
y sin ver más la luz de las estrellas?

Respondan ellos y respondan ellas.

La inconsideración llama borrones
de su historia el querer a las mujeres,
y grandeza matar millares de hombres,
y el furioso Don Pedro de Castilla,
fue cruel por matar a Don Fadrique,
mas no por empreñar a la Padilla.

Pero si alguno hubiese que replique
que más valiera ser mi lengua muda,
que para darla azotes muy crueles
no es bien que muestre a Venus tan desnuda,
sepa no escribo yo contra las leyes.

Si esto se mira con intención buena,
en las Cortes de Soria nuestros reyes
con mantillas de grana distinguieron
a las putas, y así las permitieron.

Todas las cosas las perversas almas
corrompen siempre: quítense las fiestas
de toros, las devotas romerías
y los teatros; ¿qué hay en las comedias
sino disolución? Artes que avisan
con blandas y alevosas discreciones
el modo de engañar los corazones.

¡Oh!, ¡cuántas honras destruyó la Puerta
del Sol!, ¡cuántos escándalos se lloran
en la profanación de la iglesias!

¿Quién quitar puede todas estas cosas?

Ni es maravilla que mi verso advierta
los riesgos cual los marca el navegante
porque los huya quien está ignorante,
ni el vuelo extrañará de fantasía
licenciosa tal vez, el que no ignore
lo que es la burla, invención y poesía.

Y el que por mal camino mi arte tome
culpa es suya: panales y ponzoña
salen del jugo de unas mismas flores.

El cauto caminante y el que roba
ciñen el lado de la amiga espada
con intenciones bien diversas todas.

¿Qué hay más útil que el fuego? Mas si trata
alguno quemar templos y ciudades,
¿qué cosa hay que produzca más maldades?

¿Temes acaso que las tiernas almas
pervierta de los niños inocentes
con mi verso? ¡Ah piedades imprudentes!

¡Oh padre de familia vigilante!

¡Oh ayo, quizás sopista e ignorante!

¿No alejas de su mano delicada
las tijeras y puntas de cuchillos,
pistolas y los filos de Toledo,
no por malas en sí, sino por miedo
de que les dañe lo que luego sirve?

Pues estas artes enseñar te vedo,
del mismo modo al pequeñuelo infante
hasta que en la virtud esté ya firme.

Sábele educar bien y no reduzcas
a ciertas vanas fórmulas externas
el nombre de virtud adulterado.

Al joven, cual se debe, ya educado
nada le ofenderá, ni ignorar puede
el uso a cada miembro destinado.

Si a las artes se inclina, la pintura
le mostrará los feminales miembros
haciendo fuerza Andrómeda desnuda.

El arte del divino Policteto
le enseñará a copiar en la Academia,
sin velo ni pudor, la hermosa Venus;
y así formó el cincel hecho una uva
al Baco de Aranjuez sobre la cuba.

Os parecerá horrible ver pintado
por mis versos un fraile y una monja
que se están a placer regodeando;
pues ¿cuánto más terrible es ver pintada
la horrorosa y cruel carnicería
que en inocentes víctimas se hacía
por Herodes; las castas compañeras
con Ursula morir; o derribada
del Salvador la estatua, sacrilegios
atroces del feroz Iconoclasta?

Y a estas pinturas das honor y precio.

Si no es el joven ignorante o necio
¿cómo le enseñarás filosofía,
y la experimental anatomía,
y aun la religión misma, sin que sepa
cuanto puede saber sin ver mis artes?

Las noticias que ¡oh Historia!, nos repartes,
¿son todas para ejemplo? Aquel que lea
cuántos hombres mataba en la pelea

Aquiles, el del yelmo empenachado,
¿por ventura a lo mismo está obligado?

Y el que estudia la infiel Mitología,
¿no aprende la falsa religión impía?

¿Quién cerrará los inocentes ojos
del niño cuando mire por las calles
los perros que se ligan? Verá siempre
mullir un mismo tálamo a sus padres
y siempre obrará en él naturaleza.

Mas ¿qué?, ¿llegó a tanto la vileza
que propagar la especie fue afrentoso
comercio? Y es preciso y es gustoso.

¡Cuánto mejor que el pernicioso naipe
no se haga oculto y no dará vergüenza!

No hay bien alguno que en el mundo venza
el bien de gozar uno su querida;
por eso cosa no hay más perseguida
de la envidia de esotros: y el recelo
de ser de los demás interrumpido
fue el origen de hacerlo en lo escondido,
que no porque ello fuese vergonzoso.

Así el niño se oculta receloso
de la importunación de esotros niños
a comer solo el dulce que le diste,
sin ser el comer dulce, en sí, acción mala;
y, creedme, que es sólo el escondite
quien causa la malicia; y así vemos
cuánto al ver una teta, nos movemos,
de una honesta doncella que la tapa;
mas las amas de leche nada incitan
pues la costumbre y aprensión lo salvan;
y esto sucede en las desnudas indias.

No piense alguno que mi verso enseña
los vicios; soy espejo, no oficina;
mi canto avisa, pero no aconseja
como el teatro; así los sibaritas
la borrachera hicieron detestable
embriagando primero a los esclavos,
viendo sus hijos vicio tan infame.

Tu lujuria estos versos ha inspirado;
otros serios canté, no me escuchaste;
pues oye, que pensando deleitarte
doctrina beberás disimulada,
o viciosa, pues pura no te agrada;
y así la rectitud de los jueces
severos no interrumpa mis acentos,
ni me condene hasta cantar seis veces,
y el mundo me dará agradecimiento,
porque tantos que el tiempo mal emplean
putean sin saber lo que putean,
por falta de maestro y de un buen libro
que enseñe el arte que, por piedad sólo,
para común utilidad escribo
por evitar absurdos mayormente.

Cuando hoy abundan tantos metodistas
de estudiar de curar los sabañones
y otras mil cosas, ¿ha de estar sin reglas,
sólo fiada en apurar las tradiciones,
tan gran ciencia como es la putería?

No consintiera tal la Musa mía.

Bien haya el inventor tan excelente
de un arte en todas formas eminente,
tan útil y gustoso. ¿Quién sería?

¡Qué elogios al saberlo yo le haría!

Mas, ¿cómo no percibe mi rudeza
que el autor sólo fue naturaleza?

En la ley natural no fue delito
ser los hombres más justos putañeros,
ni tuvo entonces tasa el apetito.

Del padre Abraham las venerables canas
con la mulata Agar reverdecieron,
y Jacob satisfizo a ambas hermanas,
y el justo Loth, después de bien bebido,
de Segor en los senos más secretos
hizo a sus hijas madres de sus nietos.

Del santo rey David violó el serrallo
el miembro de Absalón. Tampoco callo
del Salomón científico, la ciencia
en elegir muchachas empleada.

De la profana historia no se añada
ejemplar, que sobre esto nada prueba.

Apenas héroe en letras y armas grande
se halla a las meretrices no inclinado,
ni es maravilla. ¿Dónde se ha inventado
conveniencia mayor que el putaísmo?

Cada cual lo contemple por sí mismo.

Enciéndese la sangre recaliente
en un joven robusto y muy ardiente,
en un viejo, en un clérigo o en un fraile,
y exprimiendo la pringue a los riñones,
baja por sutilísimas canales
a esponjar los pendientes compañones,
los músculos flexibles extendiendo,
y el instrumento humano entumeciendo,
hasta el ombligo se levanta hinchado,
del semen abundante retestado,
que, reventando por salir, comprueba
ser venenoso estando detenido,
según el docto Hipócrates decía.

Un hombre en tal afán constituido,
más que otra cosa a la piedad conmueve;
predicarle templanza no se debe,
por ser inútil. ¿Dónde, pues iría?

Aun cuando fuese justo que invadiese
las mujeres honradas, ¿hallaría
quien su gula carnal satisfaciese?

¿Y habrá caritativa providencia
mejor que el encontrar una muchacha
que a su gusto le dé pronta licencia,
sin costarle millares de pisadas,
postes, suspiros, lágrimas, ternezas,
escrúpulos, regalos y paseos,
estar al tocador todos los días
y la noche pasarla en galanteos,
y rematar por fin de estas porfías
con que su honor les pone impedimento,
o en que no hay ocasión, después que el otro
su gusto ya logró mil veces ciento,
y todo a costa nada más que un poco
de dinero, vil precio a tanto gusto?

No sé por cierto cómo hay quien no deje
de galantear al modo quijotesco,
ni cómo hay españoles que cortejen
contra el carácter impaciente suyo,
haciendo noviciado el cabronaje.

Que no es muy malo el putear arguyo,
por más que griten mil Matusalenes
con arrugada frente y blancas sienes,
porque ellos ya no puedan; sus razones
no dan más fuerza, imposible es darla;
dignas de risa son sus opiniones;
ya el tiempo se acabó en que se creía
a un viejo cualquier cosa que decía
sin más examen; ya se ha desterrado
de las aulas la hipótesis; se niega
lo que se ve, si no está demostrado.

Juzga el mundo en común que el ansia ciega
de murmurar, de amontonar tesoros,
de ser un corazón inexorable,
no es maldad, o que es más abominable
el fornicar el hombre una mozuela.

¡Oh, autores viles de perversa escuela,
que fundáis la virtud en abstenerse
de una cosa precisa y no dañosa!

Mas, ¿cómo el daño dejará de verse
del infame político arbitrista
y de otros dignos de injuriosa lista?

No son los majos, no, tan perniciosos,
ni tienen que afrentarse de su vicio:
el derramar la orina, el mismo oficio
viene a ser casi y con la propia cosa,
y a nadie afrenta acción que es tan forzosa;
y esotro, ser en público debiera,
si el mundo, como yo, inocente fuera,
y la modestia, al fin, no lo extrañara.

El Diógenes, filósofo de rara
penetración, así pensó prudente.

Mil veces la linterna reluciente
arrimó a un lado conque de día un hombre
buscaba y no le halló entre tanta gente;
y a la primer muchacha que encontraba,
con franca y muy marcial filosofía
en medio de una plaza la tendía,
y soltando los anchos zaraguillos
se alzó las respetables sopalandas
y sin gastar respuestas ni demandas,
con experimental filosofía,
si activa o si pasiva concurría
a la generación la hembra, quiso
indagar; mas turbóse de improviso,
viniéndole temblores y esperezos;
y al darla ansioso desdentados besos,
las blancas barbas de babazas llenas
ni aun la dejaban respirar apenas,
y el bellaco filósofo apretaba.

Toda Atenas atenta le miraba,
y el vil pueblo ignorante y religioso
y el Areópago se escandalizaba
y el sabio, así amolando como estaba,
sin sacarlo, alzó el rostro y dijo: ¡oh necios!

No os admiréis con risas y desprecios,
que cosa natural es la que hago
y es lícito lo que es naturaleza.

Del hombre solamente la simpleza
dijo que esto era malo, y otro día
dirá, si se le antoja, que es pecado
el dormir y el beber; y a fe que habría
quien escrúpulo hará de haber cenado.

No estoy yo a los preceptos obligado
de otro hombre; esto no puede remediarse,
como el que al vino da en aficionarse;
y así ¡oh, belitres!, no os admiréis de eso,
pues sólo es malo siendo con exceso:
¡que ha de ser la mujer, como la espada,
sólo por precisión ejercitada!

Si esto es pecar tan dulce y tan preciso,
vaya el legislador que así lo quiso,
y al hombre enmienda la naturaleza
o modere a la ley tanta aspereza,
que no hemos de ser menos que los brutos.

Así el del Basto en Nápoles metía
en cama de cristales trasparentes
sus pajes con muchachas diferentes,
y él, viéndoles obrar, se entretenía.

No por ejemplos tales los Catones
me miren mesurados y ceñudos.

Las doncellas más castas y severas
por esas calles van, medio desnudos
los cuerpos, sin pudor, de las rameras,
y no lo imitan; antes detestando
blasfeman de su vil libertinaje.

Tú, pues, ¡oh malo!, a quien a tal paraje
condujo ya mi verso, si movido
en ti se halla el espíritu encendido,
si estás bien enterado, que mandarle
a un joven bueno y sano continencia
es lo mismo que darle la sentencia
de que no coma o de que no descoma,
dos cosas necesarias igualmente;
si ya esperezos tu cintura siente,
volviendo en torno los lascivos ojos
bufando al respirar como un caballo,
si el tuyo ya no puedes sujetallo
y empinándose pierde la obediencia,
que no hay remedio, y de tu edad florida
deja que goce, vaya ese nublado
donde haya menos mal. Ya que es preciso,
descargue en monte inculto o alta sierra;
y pues los dogmas que mi canto encierra
señalan el paraje donde ir debe
la tempestad que viene amenazando,
desatácate y vamos empezando.

II

Pero si en tu bolsillo los doblones
revientan de apretados y la plata
con peso preciosísimo le rompe,
si cuando los calzones desatacas
se te quedan por grillos con tal peso,
se alzarán para ti todas las faldas
de cualquier hembra; inútil es con eso
para ti mi lección, pues sólo trato
con quien por pobre dice que pleitea
y pretende comer bueno y barato;
pues las armas del rey (es cosa extraña),
más venden en la bolsa que en campaña.

Si la simple y feliz naturaleza
durara en la inocencia primitiva
fuera inútil entonces la riqueza.

Cada cual dio de balde antiguamente
lo que dio para ser comunicable
naturaleza, y yendo lentamente
el interés y la maldad creciendo,
a trueque de castañas y bellotas
el amor en las selvas resonantes
los cuerpos juntó allí de los amantes.

Mas la codicia femenil a horrendo
punto llegó: muy mal las ha enseñado
el hispano Alejandro de las putas;
llenólas de oro, ya que no de leche,
y mala obra a los pobres ha causado.

Tú sigue el ejemplar muy ajustado
del hijo que no excede de la tasa
pues dice, «mi alto honor; mi ilustre casa».

¿Qué conexión tendrá con su trabajo
ya la mujer, que ni aun la propia quiere
sin dádiva especial estar debajo?

La boca de un enemigo, a quien quisiere
más informe, responda: el pobre viejo
si a su esposa el catalán pellejo
henchir de algún abate le antojaba
tanto más cuanto el precio ella ajustaba
como libra de peras, y no quiso
por un cuarto tal vez de diferencia,
yo que te procuré la conveniencia
desde el principio, abaratarlo quiero;
pero es bien sepas la cuestión primero
aún no resuelta y tanto ventilada.

Si voluntario al uno más le agrada
y andar a la que salta, otro quería
encabronarse en amancebamiento;
pero esto ya es amor, y yo no intento
de amor cantar la dulce tiranía:
muy ronca y débil es la musa mía
para este empeño; en el amor soy Fénix
mas no cisne en cantarlo; ya el delito
el músico del Ponto desterrado
pagó de acometer a lo vedado.

Yo a las que hartazgo dan al apetito
me atrevo solamente, y no merezco
pena, pues no hago más que el Magistrado
que, pues no las extingue, las tolera:
y así es bien conocerlas como quiera;
pero el grande arte de la putería
reprueba todo amor: sé conmisero,
tendrás tu corazón y tu dinero
por tuyo siempre, y el supremo gusto
de andar catando caldos diferentes
y probar cuantas mozas van al Prado
sin peligro de verte empalagado,
pues siempre salsa fue la diferencia.

Con lo que una mantener te cuesta
puedes diferenciar todos los días
entre las que mantienen otros tontos,
juzgando ser los únicos actores;
un desatino es de los mayores
pensar tapar buracos de pobretas
golosas de intestinos de braguetas;
antes por el contrario pensar debes
cómo puedes hacer que te mantenga
y que con maña a ser tu esclava venga,
fingiéndote primero el generoso.

Al lozano rufián la garbancera
le ofrece así el bolsillo, y la grillera
que chupó una abundante canonjía
y ahora consume un duro cada día
sin el fausto y pagado el disimulo.

Seis reales gana para un dormilón espía
por fingir que la estorba dar de culo
con cuantos machacar en el mortero
quieren, y el centinela es el primero.

Ni te engañe tampoco la que diga
que es mayor el amor que el apetito,
y la continuación a aquel obliga.

Falsas sirenas son, amar no saben
sino sólo a tu bolsa; está vaciada,
su amor infame se resuelve en nada.

Arriba de dos veces no permite
nuestro arte a una gozar aunque ella fuera
la salerosa y chusca Saturnina,
a no ser que lo dé por sólo gana,
que entonces no hay peligro si no hay gasto.

En la primera vez persuadir debes
que arrastrado al imán de su belleza
entre la multitud que se tropieza
de putas en la corte, ha muchos días
que la sigues con ansias y porfías,
y ella a tales requiebros no enseñada
riesgo corre de ser pronto embaucada;
y cuanto amor al cabo de mil veces
te ha de dar, te dará la vez primera,
y ofreciendo la gran paga mi arte funda
que hará el último extremo en la segunda.

Demás que, si tú sacias tu apetito,
¿qué cuidado te da que ella desfogue
y que guarde la leche para el majo?

Tú con mayor astucia que trabajo
se la puedes sacar si te importara.

Muchas ponderan la excelencia rara
del encabronamiento, que preserva
de la infección venérea; son errores
del vulgo; estar tal pueden tus humores
que aunque estés con mujer no galicada
se corrompa tu linfa de escaldada,
pues la disposición está en nosotros
y hay a millones experiencias de otros
que a las gorronas van de las tabernas
llenas de lancetazos y botanas
con todo Antón Martín entre las piernas,
y lo sacan más limpio que una espada.

La sarna, así, la peste y las viruelas
no se pegan a muchos asistentes,
y ningún otro lo pegó al primero.

Debe, pues, el experto putañero
no dormirse en colchón no conocido;
por no vivir en esto uno advertido
le arrimó unas perennes purgaciones
la Catalana de la calle de Hita.

Huya el diestro costumbre tan maldita;
dé siempre el hurgonazo de pasada,
a Cándido imitando, el gran torero,
que, por lo pronta, es limpia su estocada.

Tú así del soto a casa ve a atacarte:
mas yo quiero del todo asegurarte,
facilitando del condón el uso;
feliz principio a esta artimaña puso
de un fraile la inventiva, que de un fraile
sólo, o del diablo, ser invención pudo.

Iba el reverendísimo cornudo
ardiente, como siempre están los Padres,
por el arroyo Abroñigal al campo
una tarde de sol del mes de enero,
y en un barranco se encontró hecha un cuero
una de estas grandísimas bribonas
que piden el dinero arremangadas.

Del Espíritu Santo a la gran venta
con las Guardias Valonas hubo ido
y bebiéndose azumbres más de treinta
el camino la pobre hubo perdido.

Hallóla el Religioso y enfaldóla
a precio de dos reales que lo fueron
de una misa aquel día en la mañana.

Alzó él sus habitazos cazcarriosos
presentando un mangual como una torre,
y en vez de una belleza soberana
se encontró un miembro femenil podrido,
lleno de incordios, unos reventados,
otros por madurar, otros maduros,
sobresaliendo el clítoris llagado
sin un labio y pelado a repelones;
colirios de las séptimas unciones
con cicatrices, churre y talpapismos;
de hediondo aliento y corrompido podre;
sucio de parches, gomas y verrugas,
cuantiosas y abundantes purgaciones,
que inundaban de peste la entrepierna,
pringando de materia las arrugas
de la muy puerca tripa renegrida.

Quedóse el fraile como si escondida
víbora hubiera hallado en su alpargata;
haciendo cruces de volverse trata,
porque el convento no se escandalice,
aunque no hay cirujano que no dice
que las bubas están en los conventos;
mas tal era la indómita lujuria
del sumamente Reverendo Padre,
desvirgador mayor de su colegio,
que discurrió enebrarlo sin injuria
de su miembro, y quitando prontamente
de la cabeza, astuto, la capilla:

«Si son las bubas multitud viviente
de insectos minutísimos y tiernos
como sienten los físicos modernos,
porque el mercurio a todo bicho mata,
la comunicación evitar quiero,
haciendo escudo de la ropa santa»,
dijo, y calando a modo de sombrero
en su bendito miembro la capilla,
así lo mete. La pobreta chilla,
no enseñada a tan rígida aspereza.

Acabó el fraile y ve que se endereza
la comunidad toda hacia aquel puesto,
y por no dar ejemplo de inmodesto
se pone la capilla que chorrea,
jabonando el cerquillo y la corona,
blando engrudo, simiente de persona.

Así el gran D. Quijote en ocasiones
contra el casco exprimió los requesones
que el buen Sancho en su yelmo hubo guardado.

El condón de este modo fue inventado;
después los sutilísimos ingleses,
filósofos del siglo, le han pulido,
y a membrana sutil le han reducido,
que las almendras lo conservan fresco
con el aceite que destilan dulce;
y las putas de Londres son multadas
si no ofrecen bandejas de condones,
que les hacen venir desde la China,
y en Montpellier se venden a paquetes,
y en las tiendas de Pérez y Geniani,
si los pagares bien y con secreto,
y por los Secretarios de Embajada,
que a la nuestra remiten las naciones.

Mas si acaso pequeñas purgaciones
destila por desgracia tu ciruelo,
dura abstinencia observa y ten consuelo
de que arraigarse el mal es imposible
de una vez, tal que llegue a ser temible,
aunque toda ella fuera de veneno,
pues lo que de ella a estar llegan postrados
es porque estando malos repitieron
la fiesta, y más y más se estropearon.

Los diestros practicantes ya observaron
del gálico infernal la decadencia;
no es tanto cual pensó la inadvertencia
de muchos que se privan de su gusto
porque imaginan que a cualquiera daifa
que lleguen a embutirle la azofaifa
les plagará de ingleses sabañones;
con la curiosidad y mis lecciones
seguro puedes ir a cualquier tronga:
ni extrañes que una astucia te proponga
muy importante: es un taller preciso
a cualquier oficial. No en alcahuetas
el crédito aventures y el dinero,
ni experimentes sus infames tretas:
que tú alquiles un cuarto es lo que quiero,
que, por caro que esté, será barato;
allí con gran silencio y gran recato
llevarás lo que caces, y seguro
sin susto gozarás de tus placeres
si hombre de fama, o fraile, o cura eres,
y logras sin escándalo tu gusto.

Pero que yo desimpresione es justo
de un error: juzgan muchos desatino
ir a las infelices potajeras
porque no gastan seda en las basquiñas
y aljófar ensartado en las pulseras:
¿tú buscas los adornos, o las niñas?

Sabe elegir, verás que estas ajadas,
en vil plomo son perlas engastadas
y que las de gran rumbo todas fueron
potajeras pobrísimas primero,
que dejaron el virgo en Zaragoza
en la bragueta de un aprendicillo
o de un hijo del amo, y desechadas
deben ser, pues están ya más zurradas.

Pero advierte, discípulo, que todas
atribuyen a un duque o a un arcediano
la obra de caridad de desvirgarlas,
y luego añaden que llenó su mano
de pesos gordos un gran caballero
por tocarles las tetas o besarlas.

Esto es pedir oculto; mas yo quiero
verte incrédulo ser y miserable;
pero es preciso que en ademán hable
tu lengua de creer; de diestro a diestro
debes juzgarla, y dila que es principio
de un encabronamiento dilatado,
y que a ella por sólo eso la has buscado.

Llévala al cuarto y si la ropa ofende
la vista, ropa fuera y en pelota
como la borra métela en la cama
dispuesta para el fin, y muchas veces
bajo un vestido rústico y villano
te encontrarás la Venus del Ticiano
como buen bebedor en mala capa.

Este gran golpe a un necio se le escapa
y es el mejor bocado y más seguro.

Si no ven muselina en la mantilla,
las alas de la cofia por de fuera,
y ambos ganchos brillando en la cotilla
lo escupen: hacen mal, que esta simpleza
sólo agrada, mas no hace la belleza.

Así (Dios dé salud a quien lo ha hecho)
sale un diestro decente por el día,
y nota los parajes y muchachas
mejores, y al cerrar la noche fría,
entre la amiga capa rebujado,
incógnita la lleva a su telonio
y hay allí unos batanes del demonio,
sin peligro de rondas ni patrullas
obviando el ser seguido hasta la entrada.

A mi Musa también decir le agrada
dónde hay la provisión más abundante.

La famosa bodega del Chocante
y otras muchas, están despatarrando
mil mozas con el néctar dulce y blando
que da el manchego Baco a sus gaznates.

La gran casa también es bien que trates
a quien Jácome Roque dio su nombre,
y entrando en ella no saldrás para hambre.

Los barrios del Barquillo y Leganitos,

Lavapiés bajo y altas Maravillas
remiten a millares las chiquillas,
con achaque de limas y avellanas;
salado pasto a lujuriosas ganas.

También alrededor de los cuarteles
rondan los putañeros más noveles
las putas mal pagadas de soldados,
pues en Madrid hay más de cien burdeles
por no haber uno sólo permitido
como en otras ciudades, que no pierden
por eso; y tú, Madrid, nada perdieras,
antes menos escándalo así dieras.

Pero, ¿de qué me admiro que en serrallos
no se gaste el dinero, cuando ha habido
sujeto tan sabiondo que decía
que para nada a la nación servía
la Academia Española? Yo a mi cuento
vuelvo, y no siento el haberme distraído.

Ni le pesará al chusco haber venido
debajo de la Real Panadería,
donde chupando sin cesar cigarros
los soldados están de infantería:
verá allí a la Morilla, a la Mellada,
y ¡oh Juanita!, serás también cantada
de mis versos; ¡qué chusca estabas antes
de haber tantos virotes ablandado,
que te encajaron de asquerosas bubas
y en un portal baldada te han dejado!

A las chicas también que venden uvas
por las calles, embiste y logra caza
de la Cebada en la espaciosa plaza,
al tiempo que ya vaya anocheciendo,
y allí como dos líos de colchones
dará sus grandes tetas la Ramona.

Tú también, Puerta y Puente Toledana,
franquear soléis el paso a la Jitana,
y ella a los concurrentes su persona.

¿Quién niega de burdel la gran corona
a la barranca fiel de Recoletos,
las Arcas y la Fuente Castellana?

En el hoyo vi yo a la Perpiñana,
a vista del camino de Hortaleza
plantar nabos con tanta ligereza
que una tarde arrancó y plantó hasta ciento.

No dejarán tu miembro descontento
las camaristas chicas del famoso

Paseo Verdegay de las Delicias

la Rosuela, Caturria y Medio Coño

(llaman así una moza del trabajo,
y en verdad que aunque chico, él es entero),
te harán venir el golpe a cuatro vientos.

Y si de andar te hallares con alientos,
el soto de Luzón a la Pelada
te ofrece junto a un árbol recostada.

No callaré tampoco los nocturnos
pasatiempos que da también el Prado,
vi clérigos y frailes embozados
amolar la Vicenta y la Aguedilla
y por los granaderos maltratados.

Mas sólo con andar toda la Villa
encontrarás remedio en los portales
desarrugando un poco tu resmilla.

Supongo que continuo armado sales
del condón, tu perenne compañero,
y así no ensuciarás los hospitales.

La calle Angosta que frecuentes quiero,
con la Ancha a quien su nombre dio Bernardo,
ni en la de Fuencarral has de ser tardo,
o en la que al forastero hace notoria
de Jacome de Trezzo la memoria.

Los vecinos que habitan la alta calle
que acuerda el lugarcillo de Hortaleza,
están hechos a hallar en sus zaguanes
cuatro patas a oscuras. Se tropieza
y se pasa tragando, callandito,
envidia y miedo, de ambos un poquito.

De Jerónimo el Magno en la Carrera,
en la Puerta del Sol todas las noches,
y en la calle también de la Montera
al son de los chasquidos de los coches
se enfalda la salada Calesera,
la basquiñuela, que al revés se pone
de miedo de emporcarla tantas veces,
y la Rita, arrugando en mil dobleces
la mantilla y las sayas que hace almohadas,
aquella a la cabeza, éstas al culo,
con la una mano y grande disimulo
te toma los testículos en peso
y al verte absorto, con el rabo tieso,
dirige a su bolsillo esotra mano
y de raíz te arranca si no aprietas
con tus manos las suyas, y sus tetas.

Y en fin, todo Madrid al ser de noche
le da a un hombre de bien mil portaleras,
y aunque pobres, no gálicos infieras
que albergan en sus ingles: más seguras
que las de rumbo son: éstas no tienen
de Holanda y de Cambray las blandas mudas;
con todos sus males a los ojos vienen
sin que oculte el engaño la limpieza,
pues nada disimula su pobreza;
mas si ésta le fastidia a tus intentos,
oye a mi Musa nuevos documentos.

III

Porque, según el género de caza,
dispone el cazador las prevenciones;
no echa a los fieros lobos los hurones,
ni dispara a las tímidas alondras
con balas de cañón de artillería,
que aquello poco y mucho esto sería,
y así son menester astucias nuevas,
si a la Marcela o chusca Sinforosa
de tu amor quieres dar líquidas pruebas,
o a la Isidra que ostenta vanidosa
por su cotilla aquel gran mar de tetas
donde la vista en su extensión se pierde
y mueve tempestad en las braguetas;
o si echar a perder un trigo verde
quieres con la Torre, santificada
con el miembro del clérigo que espera
fruto de bendición, encarcelado
por esto y por hallarse lo guardado;
o si a la Coca o Paca la Cochera
con tu virilidad atragantarlas
la garganta de abajo boca arriba;
o bien si de la Cándida muy seria
te quieres arrastrar por la barriga.

Vosotras, madre e hija, las Hueveras,
en mi canto también seréis loadas,
y no menos vosotras, las Canteras,
y la Roma, con morros abultados,
y el esponjoso empeine muy peludo
almohadón a los miembros ya cansados.

Ni dejarán mis versos en silencio

la Antonia de ojos negros, que reciente
de mi amorosa herida aún se resiente;
ni a la Marina, ni callar yo quiero

la Alquiladora que estafó a Talongo,
ni a ti, la escandalosa Policarpa,
que te hacen más lugar que a un aceitero.

No puedo menos de aplaudir, Carrasca,
el acorde vaivén de tu galope;
ningún miembro por grande se te atasca,

¡Oh Carrasca, blasón de las pobretas,
de grandes muslos y pequeñas tetas!

Ni serán de mis Musas, no, cantadas

la Teresa Mané que ha cuatro días
salió de Antón Martín de carenarse,

la Felipa y majísima Nevera,

Luisa, Giralda, y tú, Caracolera,
y la Narcisa, célebre gitana,
y la Carreterota, catalana.

También la Vinagrera que de gusto
tanto tiempo sirvió a su señoría;
pero aunque el arte de la putería
no tuviera más bien que haberme dado

la Alejandra una noche en matrimonio,
que luego a la mañana fue anulado,
eternamente yo lo celebrara.

¡Qué empeine vi, qué pechos y qué cara!

Pero dejemos esto, que escribiendo
solamente, me estoy humedeciendo,
y ¡oh Pepita Guzmán!, a ti me vuelvo.

A cualquier fraile la flaqueza absuelvo
de ahorcar por ti los hábitos; disculpa
tienen los que por ti se estoquearon,
mas no de que los dos no se mataron.

Primero el astro que a la luz preside
faltara al cielo, que mi verso olvide
¡oh Belica!, tu gracia y tu belleza;
miente la fama que a decir empieza
que es tu amor sabrosísimo homicida;
no es sino capaz de infundir vida.

Las putas mienten con decir que matas,

Dios guarde al que bien sabe que es mentira.

Por desacreditarte y comer ellas
tal voz esparcen; mas tus carnes bellas,
el alto empeine y su penacho bello
de negro pelo y tu mimado halago
embelesa al que logra merecello.

No lo logró el presbítero taimado
por más que hizo; rabió de envidia y celos,
te acusó de un delito impune en otras
y por tu gran presencia, a la Galera
el baldón le mudó de horrible en fiera,
donde, aunque allí mil fueron sentenciados,
fueran muchos, mas pocos los forzados.

Bien sé yo, aunque eres puta, tus virtudes;
que bien cabe virtud en una puta;
y así no querrás tú que haga injusticia
con mi silencio a la Poneta-y-Pona
que por treinta dineros a un viejo
le entretiene con blanda y dulce risa,
con genio juguetón, chiste y gracejo,
que en esto se parece a mi Dorisa.

Mas ¿dónde, arrebatado, haciendo alarde
del batallón de Venus, me transporto?

¿Cuál ingenio será que a tanto baste?

Más fácil fuera al estrellado globo
contarle los luceros, las arenas
al mar que baña desde el Indo al Moro,
primero que yo cuente las muchachas
que hay en Madrid; diré de cierto cuántos

átomos pueblan la región vacía;
diré primero a cuántos la Relata,
antes de ser la reina de las Moras,
alquiló su persona a real de plata.

¡Oh, cuántas brazas de hondo tiene el coño
de la Pepa la larga, a quien circunda
tosco cañaveral de ásperas cerdas!;
y así no es mucho que en silencio pase
aunque no digna de él, a la Casilda
ni a la Tola, que tiene entre las piernas
un famoso rincón de apagar hachas;
a la una y otra hermana Aragonesas,
la Paquita Sangüesa y la Cañota,
que lo daba por uvas de su viña;
a la Tecla y Liarta que aún es niña,
a la Rafaelilla y Micaela,
y a la lujuriosísima Fermina,
que no repara mucho en el dinero,
cual otra castellana Mesalina:
y la Chiquita, a quien el Padre Angulo
le pegó purgaciones en el culo.

No me olvido de ti, pulida Fausta,
que apenas a Madrid recién venida
te pegaron espesas purgaciones
y, escarmentada, evitas los varones,
siendo, cual vieja o fea, puñetera;
y así saliste, a fuerza de ejercicio,
la más diestra de todos los humanos:
y la Frasca, la Ignacia y la Teresa,
la hermana de la Zurda y la Tadea,
discípula que fue de la Relata,
y su testamentaria, la Belona,

la Tribalda y la célebre Matea,

la Benita, de tetas desiguales,

la Cevallos, baldón de su apellido,
y otras, que si los suyos les preguntas,
tendrás a dicha emparentar con ellas.

Y Beatriz la de las ingles bellas
y ojos vivos, el pecho alto y carnoso,
y en él dos tinajillas del Toboso;
y la resaladísima Antonieta
de hambrienta vulva y la Catalineta:

la Matilde y famosa Sacristana
con el lunar que el muslo la hermosea
cuando la echan al vuelo cual campana;

la Poderosa, del joder apriesa,
con boca de carmín bañada en risa;
y la Jacinta, del redondo culo,

la Clara, que, al nombrarla, en mi bragueta
y en mi miembro infundió tanta lujuria
cuanto de Clara el sucio nombre encierra:

la Margarita de abultado chocho,
que hace creer al majadero Indiano
que únicamente guarda para él solo.

Fantástica ha sacado la Felipa
chupetín de alamares y solapa,
que a la heroica le cuelga hacia la tripa
y así pretende aquí ser celebrada
y a la oreja me ruega por su hija
porque la den mis versos parroquianos
a quien vender su imaginario virgo,
tantas veces vendido; de quien dicen
que hubo alguna memoria antiguamente.

La Ursulita y la Bárbara caliente,
y la Isabel de Ceuta y Anastasia,
que el placer la trasporta en el coito,
no merecen aquí ser olvidadas;
y la hermosa Gertrudis, carpintera
muy diestra en toda suerte de meneo,
de cuyo bien nos priva hoy la Galera.

Ninguna las pasiones de Asmodeo
supo apagar tan bien como esta dama,
más graciosa que Venus en la cama
si al deleite suavísimo convida;
diga si miento quien la vio dormida.

Primero faltará de las braguetas
de los ardientes frailes la lujuria,

Gertruditas, que te haga tal injuria,
que te pase en silencio tu poeta.

Mas no es mi Musa tal que no respeta
otras mil putas de elevado timbre
con altos y excelentes tratamientos
que en altas casas, que en dorados techos,
en canapés y en turcas otomanas
satisfacen el lánguido apetito
con pajes, con abates y cortejos,
o con el peluquero o mayordomo,
y luego van en sillas sobre el lomo
de robustos gallegos y asturianos
tal vez solicitados de sus amas.

Y aunque digas que llaman a éstas, damas,
y las mulas de Almagro o los caballos
andaluces arrastren sus carrozas,
lo dan también, como las otras mozas,
al capellán, lacayo o a un volante.

Mas si pretendes que mi Musa cante
dónde hallarás la célebre cosecha,

óyeme atento y tú las redes echa.

En los corvos teatros, cuando oculto
estés entre la chusma mosquetera,
de espaldas al magnífico proscenio
no escuches los delirios recitados
y podrás registrar la delantera
que ocupan las que brindan con la suya,
cuando en los intermedios la sonora
música rompe y se levantan todas
y presentan las armas femeniles
con quiebros y lascivos esperezos.

Ni evitarás las fiestas varoniles
de los muy bravos toros de Jarama,
ardiendo la Canícula en estío,
cuando al redondo coso el gran gentío
corre en caballos y en pequeñas jacas,
y ellas en disparados calesines
y en coches de candongas simoniacas,
y en la gran calle de Alcalá no cabe
el pueblo inmenso de la corte hispana:
y luego que la plaza muy galana,
puesto a lo majo, hubieres paseado
después que hayan las mozas ya pagado,
acomódate cerca: cuesta poco
celebrar lo que aplaudan, o bien sea
del fiero Pascual Brey el valor loco,
o bien cuando el Marchante rejonea,
o cuando el toro al célebre Gamero
fulminado y horrendo se dispara,
y encuentra un monte al tropezar su vara;
o si ves que al Mulato o a Romero,
de España valerosos gladiadores,
dignos del circo de la antigua Roma,
celebrar tremolando su pañuelo,
cuando aguardan a pie con el estoque
al bravo toro que a sus pies le tienden,
tocan clarines, suena la ancha plaza
y mil aplausos las esferas hienden,
tú sigue el voto de la más cercana,
y las naranjas son allí un regalo
y cuesta poco un búcaro con agua.

Síguela a casa, y siempre evitaría
el triste encuentro de botillería.

Así ¡oh memoria!, deja de agraviarme,
me aficioné de aquella fementida
de cuyo nombre no quiero acordarme.

Pero ya Venus, de mi oreja asida,
a acompañarte ¡oh joven!, me molesta
que acudas al hermoso anfiteatro,
donde el nocturno pasatiempo y fiesta
nos da el gran baile en máscara, y reluce
el soberbio salón iluminado
y el ostentoso fasto y la opulencia
de ropajes costosos y disfraces
de cuantas gentes con su imperio abarca
de Oriente a Ocaso el español monarca;
y ambos coros de música alternando
incitan a pisar con libre planta
al son acorde de entablado suelo.

Allí Venus amiga con anhelo
inflama los ardientes corazones
o al movimiento trémulo del baile
o por los espaciosos corredores,
y al oculto favor de la careta,

Venus infunde persuasivas voces;

Venus cualquiera máscara suspira
y Venus todo el ámbito respira.

Mas sólo en este lance han de valerte
los pasos de Sintet, no los dineros
que aquí en guardarlos has de ser muy fuerte;
y así deja que esotros majaderos
lleven pareja y háganla vestidos,
y huye tú de las mesas abundantes
con espléndidas cenas de Lúculo,
y los refrescos que congela el nitro
en las garapiñeras de Penaso.

Al diestro putañero un solo vaso
de agua fría, a lo más, le es permitido
para poder fingirse el generoso,
convidando con él por la mañana
cuando ya se apodera la galbana
de los cansados miembros, y la sombra
desciende a nuestros Indios despeñada.

Entonces, los cerebros calentados
con el licor de Baco, en cien botellas
diferentes bebido, ya no cuidan
de sus parejas muchos ricos viejos,
agobiados del sueño y el catarro.

Muestre entonces el diestro su desgarro
y embracílese al punto con la moza
y no la deje hasta saber su casa;
y esto lo observe en todas ocasiones
pues de no hacerlo, a chascos mil te expones
no sabiendo las casas y guaridas
y se da el golpe en vago, indigna afrenta
del putañero que leyó mis versos.

Y también que concurras me contenta
a ver a Clemesón por un alambre,
como por la calle Ancha o el Camino
de Aranjuez, pasear (¡cosa admirable!)
y a ver los brincos por los aires vanos
que dan los volatines valencianos.

Pero, ¿cuál verso habrá que cantar pueda
todas las fiestas y concursos todos
de la corte feliz de las Españas?

San Antón, Sebastián y Blas son días
que llaman en la corte de trapillo,
el del Ángel y al sol todo el invierno
y en el verano hay otros de Sotillo.

Hierve la corte el Carnaval en bailes
y abunda la Cuaresma de sermones,
ni por qué callaré las procesiones
que todo el año la devota Mantua
hace supersticiosa en quien se mira
profanación del culto y al desuello
y hace la religión prostituida
en desdoro y al vil libertinaje
nuevo aliento te da la hipocresía.

¡Oh, noche alegre de San Juan! ¡Oh, día!

¡Oh, día y noche de San Pedro! ¡Oh, cruces

Mayas del Avapiés! Bailes festivos:
estaréis siempre por mis versos vivos.

Ni callaré los deliciosos baños
del río, a los que van en calesines,
y en la calle también de los Jardines:
también las noches del agosto ardiente
a Atocha y Santa Bárbara convida
la devoción, supersticiosa gente,
por quien Madrid a Roma ya no envidia
de su gran Vona la nocturna fiesta,
cuando, al fingirse cantarina honesta,

Clodio con maña le introdujo el miembro,
más grande que los dos anticatones.

¡Oh, ferias peligrosas! ¡Qué ocasiones
que dais al astutísimo putero
de mostrarse filósofo, gastando
promesas, y guardando su dinero!

Por este tiempo, es solamente cuando
es útil el romper las amistades,
y aunque prometas liberalidades
sin ganas de cumplirlas, no te asombres
que hallándote una puta te dé el nombre
de traidor y alevoso; una corona
te pone cuando ves que te baldona;
teme obrar mal con las ilustres almas,
pero de aquestas bajas y vendibles
ser reprendido da laurel y palmas.

Mas porque putas hay tan imposibles
al parecer (que en realidad ninguna
hallarás imposible ni aun difícil)
porque al hacer valer la mercancía
pretenden ser rogadas, y el putero
no ha de gastar ni tiempo ni dinero,
más que comer, entonces son precisas
las alcahuetas de rosario en mano
que hacen novenas y oyen muchas misas.

Estas te ponen el camino llano
si no quieres cansarte en ir con ruegos
a Mariquita Cárdenas, o acaso
a la Pepa Guzmán, escatimosa;
o si meter pretendes el cilindro
en el coño candeal de la Pitona,
o la que vive enfrente de la puerta
del que mató al dragón llamado Araña,
de la mujer del médico, o si quieres
fecundar el ovario a doña Joria,
o la sobrina del prior Gutiérrez,
o las mujeres de los empleados
en rentas, oficinas y otras plazas,
de mucha vanidad y pocos cuartos,
o a la hija hermosa del hidalgo pobre,
que rabia por ser rico; o bien si intentas
que de teatral Venus te atiborren
cómicas, bailarinas y cantoras,
pues aunque los estímulos socorren
del árbol braguetal, todas presumen
de vírgenes Dianas cazadoras.

Ni por qué callaré de altas señoras
la flaqueza tan mal disimulada
que a la puerta de un templo, abandonada
a pajes y cocheros la carroza,
sale por la otra puerta bien tapada
a hacer por dónde adquiera una coroza
la tía Estefanía que en su casa
tiene ya el tierno Adonis prevenido,
que quizás es un lego, que es tenido
en opinión de santo, porque trata
las Ducas tú por tú, las manosea,
las despide y recibe sus criadas,
las da a besar el hábito y las tienta
las tetas con sus manos mamilares.

A los frailes también, si les pagares
en tabaco, en pañuelos o dinero,
alcahuetes harás con advertencia
que obligarán a dártelo en conciencia.

Facilitan los pobres del Hospicio
los virgos de las mozas de servicio
y las horcajaduras de las amas.

¡Oh! ¡Cuánto siento de soberbias damas
dadivosas, callar el alto nombre!

Mas, ¿qué cristiano habrá que no se asombre
de su influjo indignado, y que no tema,
por decir la verdad, la verdad pura,
ver las murallas de la antigua Ceuta?

Y es fuerte cosa que libertad haya
en unos para obrar lo que les place,
malo o bueno, y en otros es delito
simplemente decir lo que ellos hacen.

Mas ya lo anuncia la parlera fama
impunemente y ella ha publicado
cómo para atrapar a la Bobona,
mujer del Alejandro de las putas,
se valió un campeón de la Pepona,
para dar al maestro cuchillada
y que pague con unos tantos cuernos,
pues nadie puso más en este mundo.

¡Oh, gran Pepona, de saber profundo,
grande en tu oficio! Deja que repita
para instrucción y norma de alcahuetas
la alta respuesta que a mi cargo diste,
dignas palabras de grabarse en bronce.

«Hijo», me dice un día, que a las once
quedó citada en la espaciosa lonja
de Trinitarios: «hijo, está perdida
la putería; apenas lo creyera.

¿Quién en mi mocedad me lo dijera?

En consecuencia del encargo tuyo
hice, cual suelo, vivas diligencias
que, o no admitir la comisión honrada,
o debemos hacerlas en conciencia,
y donde no, restituir la paga,
mas pocas hay de proceder tan justo.

Yo, como sabes ya, sé bien tu gusto
que por larga experiencia sé servirte;
y a fe de honrada no sabré decirte
cuánto afané por una buena moza.

El parador del Sol, de Zaragoza,
y Barcelona, y parador de Ocaña,
todo lo anduve; que es donde se goza
del género a Madrid recién venido,
porque lo antiguo todo está podrido;
y allí tengo yo espías sobornadas
que me avisan del género que viene;
pero ni en cuantos conventillos tiene
todo Madrid, hallé un solo bocado
tal que pueda llamarse delicado;
pues no le hay en el día. ¡Oh, tiempo infame!

Que no pueden ser putas ni alcahuetas
las mujeres de bien, y yo no quiero
engañar a quien gasta su dinero
como doña Leonor, que la galera
quebrantó, y veinte vainas sufrir hizo
a la Juanita la Chocolatera;
las mismas veces la remendó el virgo
con cal, clara de huevo y otras drogas
tu barbero Santiago, y la ganancia
entre los tres partieron: tal está ella,
que el crédito perdió, nadie la llama,
y con su habilidad se muere de hambre,
que tanto importa el crédito y la fama
en los otros empleos como en éste:
empleo de experiencia y confianza,
de que el gusto y salud del común pende.

Yo, en fin, como mujer que bien lo entiende,

(me está mal el decirlo, pero es cierto)
en buen hora lo diga, ha cuarenta años
sirvo a grandes de España y religiosos,
a señoras y a monjas, y ninguna
por mí ha perdido, aunque sufrí seis veces
mitras, encierros, troncho, burro y plumas.

Pero a mi oficio venga quien quisiere:
venga la tía Taya, la Rosana,

la Madre Anica, o doña Mari-Pérez,
o venga la beata santurrona
alcahueta de clérigos y frailes.

Pasan de seis mil virgos en la Villa
por mi autoridad deshechos y hechos.

Niña de teta fue la Celestina
pues sé yo más embrollos e ingredientes
para cien ministerios diferentes;
pero porque envilece la alabanza
en boca propia, callo, y sólo digo
que puesto que eres tú mi parroquiano
y no te pagas de apariencias vanas,
que quieres un buen chocho y no un buen culo,
tetas y carnes duras, pero sanas,
para esta tarde espero darte gusto;
que en San Antonio tengo la esperanza,
que, aunque mala cristiana, a la hora de ésta
llevo en el cuerpo (no hay que echarlo a risas)
once rosarios y catorce misas».

Esto me dijo componiendo grave
las venerables tocas y las canas
y con gesticulación que infundiría
al viejo Néstor lujuriosas ganas.

IV

¡Oh, putañero, a quien la musa mía
condujo a tal altura peregrina
por muchos rumbos que otros no surcaron,
no mis buenos propósitos cesaron!

Aun resta qué saber; y si tuviera
lengua de hierro y voz de cañonazo,
a tan difícil arte ambas cedieran;
mas si Apolo a los míseros mortales
quiso enseñar algo útil por mi labio;
si mis preceptos y experiencias valen,
pues lo que son rufianas ya has notado,
¡con cuáles versos y con qué alabanzas
te levantara al cielo tu Poeta
si engañas a la puta y alcahueta!

En esto has de estudiar de noche y día,
que es malo porque quieren que lo sea;
mas sin ganas no amueles en tu vida
ni a mujer que esté bien con su marido
pero tendrás un puesto conocido,
que es el de los cabrones en la Puerta
del Sol, de los cabrones consentidos;
porque debes tener por cosa cierta
que ninguna mujer puta sería
si el cabrón del marido no quisiera.

La vanidad y la holgazanería
hacen cabrones, todos estos quieren
que vayan las mujeres petimetras,
la pompa y el fantástico aparato
más de lo que a su clase corresponde,
ellos no cuidan cómo ni de dónde
vinieron a su mesa las vajillas,
los vinos y manjares no comprados.

Y aunque oigas que blasonan muy de honrados
y que ellos hablan mal de otros cabrones,
haciendo el ladrón fiel, tú no lo creas;
dignos son de silbidos, de rejones,
porque dicen, y acaso en ello aciertan,
que no son los cabrones los casados
que gozan sus mujeres tributarias
sin más pena que ser disimulados:
que los cabrones son los que las pagan
después de bien sobadas del marido;
que aun siendo un menestral oscurecido
le hace antesala un grande a su vasallo,
le tributa y se esmera en agradallo,
para lograr con susto y a gran precio
las heces que a su vicio le han sobrado.

Hay varias clases de estos picarones;
unos del pueblo y otros que se juzgan
del solar de los godos descendientes,
porque los cuernos son como los dientes:
que duelen al salir, pero en llegando
con ellos a comer, los quieren todos;
mas la madera que se cría andando
la peinan muchos por diversos modos,
y es tan cabrón el que es cabrón de cuernos
como el magnate con sus cuernos de oro.

Por eso hombres verás como camellos
que apreciarás tratar con sus mujeres
a todas horas, mas que no con ellos,
y si por dar lugar a los quehaceres
de la consorte, salen a la Puerta
del Sol, para hacer tiempo, y a su casa
vuelven tosiendo a la hora que conciertan,
dignos de que las iras se conviertan
de la justicia, no contra las pobres
mujeres, pues la culpa suya ha sido;
tú, pues tienes ya el puesto conocido,
nótalos, y a su casa ve a porfía,
sin olvidar jamás la economía.

Suelen los Racioneros andaluces
comprar esclavas moras a quien hurgan
entre los borcellares desbarbados;
las hijas y mujeres de criados
te harán el mismo efecto, y saber debes
que es bueno, y salir suele más barato;
y no te olvidarás de las criadas
tuyas o ajenas, si lograrlas puedes
para todo lo que hay dentro de casa;
y agrádete también echar las redes
a las fuertes y sanas lugareñas
que a vender cosas a la corte vienen.

Aunque por lo común son pedigüeñas
se contentan con poco; ánimo corto
tienen, pues temen mucho que se sepa.

Estas lo dan por interés movidas,
de la confusa multitud validas,
y van luego a los payos sus maridos
blasonando de honradas, ponderando
los vicios de la corte y publicando
que consiste el ser putas las mujeres
en llevar más o menos alfileres,
en gastar escofieta y no montera
como si el ser honesta consistiera
en vestir bata y seda o saya y lana,
o si la castidad fuera patana;
y añaden que los males temporales
y el pan caro consiste en los pecados
de las usías de Madrid fatales
porque a todas el diablo se las lleva
y no quieren las ánimas que llueva.

Ya sabe el mundo la perversa gente
que son los alguaciles y escribanos:

éstos persiguen a las pobres putas,
no con deseos de extinguir lo malo,
pues comen con delitos, y su vida
penden de hombres sin ley, facinerosos,
y la santa virtud es su homicida;
y aunque saben que no es el estafarlas
medio de corregirlas, pues quedando
pobres, prosiguen siempre puteando,
las roban con achaque de enmendarlas.

Al diestro putañero le permito
fingirse amigo de esta gran canalla,
pues valen sus noticias un tesoro.

Ahorrarás tiempo, males, plata y oro,
si buscar sabes las recién venidas,
pues no piden ni baldan, que aún no tienen
ni salud ni costumbres corrompidas.

Así la inimitable Lavenana
se dio a un servidor vuestro en dos pesetas
siendo niña, aún casi doncella y sana.

Mas ya que la lujuria cortesana
se desenfrenó ansiosa y a porfía,
cada cual por dichoso se tenía
con llamarse algo padre de sus hijos,
después de aquellos lances tan prolijos
que a contarlos el genio me provoca,
mas la Musa me pone dedo en boca.

Después de esto se tuvo por un héroe
el que logró coger en su entrepierna
cinco meses de verdes purgaciones,
a costa de un gran traje y cien doblones.

Ni ¿por qué callaré las conveniencias
que trae la noche al diestro putañero?

Es la aprensión un enemigo fiero,
y no más que aprensión es la hermosura;
y no digo que a mujer de ruin figura
escudriñes las tubas falopianas;
mas trueca las hermosas por las sanas,
y de la amiga noche apadrinado,
mayormente si son algo garbosas,
en tu aprensión, figúralas hermosas
y serán, si lo piensas, hermosuras,
que hace milagros el amor a oscuras.

También he visto yo con muy bonita
carántula tapar la fea cara
a alguna potajera, y de esta suerte
se echa a la misma Venus una vaina;
y quisiera también últimamente
que conocieras a la Cafetera,
utilísima, a Sor Vicenta Puti:

ésta hace emplastos, aguas y jaropes,
toca dianas y es buena estafeta,
y lava trapos de las purgaciones;
pero huye de ella y de sus dos hermanas,
y su cuñada, que es un podridero,
y a cualquiera que ven, el miembro agarran
y están muy diestras en ponerlo tieso,
y a quien se lo metió luego le plagan.

Pero si acaso tu salud estragan
las puercas que lo tienen con gusanos
y les huele a chotuno en los veranos,

Urbina, Juan de Dios y Talavera,
muy experimentados cirujanos
en ingles de mancebos disolutos,
te sajarán con delicadas manos;
y los humazos del bermellón rojo
las tenaces ladillas desagarran.

Un cierto aficionado yo conozco,
muchacho muy modesto y bien criado,
a maestras de niñas muy devoto,
así que oyó entonar el alabado
espera a las chicuelas, y en callejas,
portales y escaleras conocidas,
a trueque de alfileres y de ochavos,
muñecas y confites, él las quita
virguitos sin quejar. La industria alabo,
pero al putero a quien la Musa mía
hizo tan diestro, no le agrade nunca
fruta sin madurar. Todas las cosas
tienen su tiempo, y hasta el tercer lustro,
en perfecta sazón no están las mozas.

Entonces sí que el pecho ya robusto,
la alta teta apretada y bien redonda,
palpitando a compás, la mano atrae
con magnética fuerza, y del mancebo
lujurioso apetece ser tocada,
y el empeine carnoso de rizada
cerda se puebla, y ya los gruesos labios
de la vulva se mueven y humedecen
apeteciendo el miembro masculino
nunca probado, con extremo y ansia
cual las botellas de licor, elixir
que sin tapón su espíritu se exhala
como el hambriento estómago apetece
los platos exquisitos de viandas.

¿Quién discurriera que el putero debe
distinguir las naciones y sus genios
como el gran general que guerras mueve?

Pues esta industria enseñará mi verso.

Las mujeres de todo el Universo
son siempre a mi apetito lisonjeras,
pero aún los extranjeros anteponen
las españolas a las extranjeras.

Una de éstas estaba (y yo no quiero
decir de qué nación, porque no pierdan
las naciones por mí), digo que estaba
con un amigo haciendo aquel negocio
más digno de atención que hay en el mundo,
y al tiempo que él con miembro furibundo
las puntas de los pies y las rodillas
apretaba, y empeine, y jadeante
las uñas le clavaba en las costillas,
la sosa malditísima, tirando
estaba al techo huesos de cereza
sin sentir las cosquillas de la pieza.

Pero aun en las provincias españolas
hay sus más y sus menos. Las Castillas
dan muy buena pasta a las chiquillas,
y alguna hay tal que a Venus se parece.

La soberbia Aragón, que resplandece
en armas y varones señalados,
la corte inunda de robustas mozas
de lujuria feroz no delicada.

A mi amigo diestrísimo, no agrada
el rústico aunque sano mujerío
de lo septentrional de las Españas.

Las catalanas son putas de oficio
y manejan el arte sin melindre;

éstas, sólo en su figa confiadas,
dejan en la muzada Barcelona
la calle de San Pedro y la del Vidrio,
y en carromatos sus canales cargan.

Es fama que un proyecto han ofrecido
al Ministerio, por el cual se obligan
a abastecer la Corte de pescados
y carne fresca y sana; y más han dicho:
que servirán al público barato,
y con tanto cariño y abundancia
que no hará falta ni podrá quejarse
la insaciable lujuria cortesana,
pero ha de ser a Cataluña sola
con exclusión de las demás provincias
a quien tal privilegio se conceda,
y cualquiera puta que encontrarse pueda
sin ser del Principado, sea entregada
a sus uñas y lengua chapurrada,
y con tal pacto a tributar se obligan
mayor farda que un tiempo los judíos.

Pero las hijas de Madrid, que oyeron
en descrédito suyo y de sus gracias
tal propuesta, chillaron y dijeron
que con ojos enjutos tal infamia
no se puede sufrir donde estén ellas,
que su fama ha subido a las estrellas;
y sabe todo el mundo lujurioso
que ellas son muy mujeres, más o tanto
que Friné, o Venus, Lamia, Thais y Flora;
que nadie descontento fue hasta ahora
de entre sus piernas. ¡Ay, que se dijera
de ellas que necesitan del socorro
de otras putas para una friolera!

Y el Gobierno, justísimo, a su lloro
mostró blandas orejas, no dejando
que se estanque esta rama del comercio
cuando todos negocian libremente.

¡Oh, tierra que el Betis transparente
de olivas coronada el puerto envía
de San Lúcar! ¡Oh, noble Andalucía,
en caballos y putas las mejores
que Síbaris y Chipre jamás vieron!

Las niñas que en tus límites nacieron,
¿qué espíritus, qué sales infundiste
que tal fuego en el clítoris las diste?

No creeré que eran putas de otra tierra
las que hicieron los dioses animales,
ni que otros coños gusto tal encierran.

Del Tartesiano Betis los cristales
doraron el cabello a aquella ingrata
de cuyo nombre no quiero acordarme.

Mas si mi Musa de dar preceptos trata,
no olvide el putañero que, con Baco,
de Venus los espíritus se inflaman;
la mezcla de los vinos las aturda;
¿qué cosa Venus cuidará borracha?

Y a estas mujeres es pequeña burla
la violencia, pues no son de colegio
ningunas doncellitas: broma y bulla
y botaraterías hacen mil veces
más que los suspiros y que el ruego;
tú píllalas, y embóscaselo luego,
y de pagar te excusa tu trabajo,
que nunca paga quien jodió a lo majo.

Ni ¿por qué ha de costar dinero alguno
cuando los dos trabajan igualmente
y entrambos hacen una misma cosa?

No extrañes que te encargue el ir decente,
mas no el prolijo adorno te afemine
ni el ungüento tu rostro contamine:

¡Vayan lejos de mí los hombrezuelos
que gastan tocador como mujeres,
y no errarás si putos los dijeres!

Al hombre le conviene la limpieza
y no pase de allí; cierto desgaire,
desaliño marcial y no afectado
es lo que a una mujer más ha prendado.

Pizarro así, extremeño morenote,
que llevó nuestras armas y banderas
de la otra parte allá del Océano,
agradó a la Yupangui, aunque tenía
desfigurado el rostro con flechazos.

No cause a mi discípulo embarazos
la configuración de las facciones,
no siendo las mujeres mascarones:
con tal que para ostentación no sea,
la que no se ha probado nunca es fea;
y un carajo de espíritu no debe
reparar en aquesas frioleras,
pues son la primer vez todas hermosas.

Pero aunque tienen almas indomables,
juventud española, te aconsejo
que aprendas buenas artes; al dinero
muchas veces las gracias equivalen.

De Castro las estatuas sobresalen
con recomendación para el sujeto;
el famoso pincel de Inza, en secreto
lo pide a las muchachas que lo miran.

Los brincos que los pies ligeros tiran
de Paco el Boticario, son valuados
tal vez por pesos duros, bien gastados,
y predicando va por esas calles
incontinencia a todas las mujeres,
mas que algunos con todos sus haberes,

Dionisio, cuando altivo le pasea
el caballo galán que se pompea,
y él parece, al regirlo, tan astuto,
que vuelve racional al noble bruto.

Ni ¿por qué callaré al atleta hispano,
que al desplantarse intrépido en el llano,
el tiro velocísimo tendiendo,
ejecuta y no es vista ni aun pensada
su rápida y prontísima estocada?,
¿o a Carreras, que al son del instrumento
esmero del famoso Granadino,
las mozas para con oído atento?

¡Oh, Cala, el de Navarra, no te olvido,
que indio, otomano, o gimnasista griego
nunca agitaron la veloz pelota
cual tú las mueves al tocar el suelo
y las mozas se paran al mirarte!

Aguarda, que ya voy a celebrarte,
retórico y dulcísimo poeta:
o bien cantes de amor, o bien de Marte,
mientras mi pluma a esta alma esté sujeta,
no dejarán mis versos de alabarte
a ti y a tu divina poesía.

¡Oh! ¡Cuántos triunfos la lujuria mía
debió a esta ciencia! Yo me acuerdo cuando
con mis sonetos, sin pagar la blanca,
los ojos encendí de la Belica;
y según yo los iba recitando,
la incontinente y disoluta hembra
se iba en pura lujuria electrizando;
y hasta la madre Luisa, honrada vieja,
sintió el antiguo comezón, y el cano
pendejo asió con tabacales yemas,
metiendo hasta el nudillo el dedo largo
por el conducto que salió tal hija
veinte años antes; a los hombres todos
viera desenroscándose la pija,
revolviéndose a guisa de serpiente
causando terremoto en los calzones
que revientan saltando los botones,
y no por mano de aprendiz cosidos,
sino de costurera muy prolija,
y un furor uterino los sentidos
privó a la honesta y venerable anciana,
tanto que, asiendo con lasciva gana
la vela que arrancó del candelero,
la derritió al calor de su mechero,
y madre e hija, ya sin luz, se agarran
de nosotros frenéticas, impuras;
lo que pasó después, estando a oscuras,
decidlo vos, Piérides, que tanto
no puedo yo, ni oso,
pues siento enflaquecer mi débil canto.

Esto consigue el verso numeroso,
la elocuencia y divina poesía,
en cualquier lugar, de noche o día;
privilegio a ningunas artes concedido,
pues Moya, el tirador, que cual no ha habido
otro más diestro en derribar las aves
más chicas que en el aire están volando,
no siempre tocar puede la arrojada
moneda, de un certero escopetazo.

El insigne Fernando, a quien el toro
le da triunfos, aplausos y apellidos,
romper varas no puede en un estrado
como acostumbra en el clamoso circo,
sereno, sin mover casi el caballo;
y él, aplaudido con gritar sonoro,
lejos mira la muerte y cerca al toro.

Y el membrudo y fortísimo Bragazas
puesto sobre las patas, que tirando
con Hércules y Céspedes ganara,
si en gabinete chico muy pintado
la grande barra de sesenta libras
con ronco aliento y furia despidiera
dando la vuelta al musculoso cuerpo,
aún más que enamorar, estremeciera.

Pero de Apolo la arte lisonjera
halló en cualquier parte proporciones,
en todos los lugares y ocasiones;
con ella engañarás a las que engañan,
con ella harás creer que dar intentas
aun lo que de no dar intención tienes;
huye frases extrañas y violentas;
pues ¿quién si no el que está falto de mente
declamará delante de la amiga?

Ni tampoco tu boca obscena diga,
si no es en muy precisa coyuntura,

joraca, derjo, nesjoco, ni ñoco,

(trasposición se llama esta figura)
en las dos lenguas madres, ni tampoco
ignorar sus tres hijas se consiente;
y aunque a Narciso venzas en lo hermoso,
la hermosura del alma es permanente.

No fue hermoso, mas fue muy elocuente

Ulises, el sufrido en los trabajos,
y la diosa Calipso arder se siente
cuantas veces de Troya los asaltos
le obligó a repetir Palas robada,

Dolón preso y el bárbaro Caballo.

El cirujano y el médico las pagan
con sangrías, visitas, y con purgas
el boticario, y aun las artes bajas
a trueque de puntadas y zapatos;
pero el gran necio que no sabe nada,
a poder de dinero lo hace todo.

¡Oh, ricos! No os jactéis con torpe modo,
de conseguir bellezas que, vendidas
son a vuestro dinero solamente;
y ellas luego a la industria aficionadas
de mis doctos discípulos os venden,
y es el más tonto aquel que más estafan.

Y porque conocer al enemigo
en todo trance es cosa de importancia,
estudia el tono con que el canto quinto
instruye a las resueltas cortesanas.

Así el gran Pedro el Czar, aunque vencido
en Narva, aprendió el arte de la guerra
que enseñó su contrario Carlos doce,
luego en Pultova su victoria horrenda.

Huye tú, pues, de putas que conocen
las artes Moratínicas aleves
como de toro ya corrido en plaza.

Mas ya mi Musa rematar pretende
reduciéndolo todo a una palabra.

Ser pérfidos importa solamente:
y aunque engañes hoy diez, mañana veinte,
tantas putas llovieron a porfía
que nunca la mitad hubo que hoy día,
y hay donde remudar a todas horas;
y en pago de mis cláusulas sonoras,
después de descargados los riñones
y de haberte atacado los calzones,
dirígete a la puerta francamente,
cortesías haciendo y chanceando,
prometiendo volver fingidamente
con presentes grandísimos, y cuando
en la calle ya estés, marcha a otra parte
y haz lo propio; y dirás: de tan gran arte
el gran corsario, el práctico y el diestro
el dulce Moratín, fue mi maestro.


Publicado el 16 de febrero de 2017 por Edu Robsy.
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