En el Planeta Marte

Nilo Fabra


Cuento


Periódicos parlantes. — Supresión por inútil de la enseñanza del arte de leer y escribir. — Medios de locomoción. — Unidad política, lingüistica y religiosa. — Artículo de un periódico. — Noticias de la Tierra. — Parangón entre esta y Marte. — Prodigios de las ciencias. — Oración de los martícolas.


Resonancia Universal es el nombre del periódico más oído del planeta Marte.

Para los suscriptores hay fonógrafos a casa hita, que, sin más trabajo que oprimir un botoncito, repiten los telefonemas impresos o grabados en el peregrino confidente.

Al público en general, para enterarse de las diarias noticias, le basta depositar una moneda en aparatos que abundan en calles, plazas y caminos. Apenas cae la moneda dentro del ingenioso fonógrafo, habla este en voz baja, a través de reducida abertura, de modo que solo pueda valerse de él una persona, y no resulten defraudados los intereses de la empresa.

Los decretos, órdenes, reglamentos y bandos de las autoridades son pregonados en todas partes por megáfonos, que sustituyen las campanas en las torres de los templos, y los relojes dan la hora imitando la voz humana.

Tanta perfección han alcanzado allí el fonógrafo y el teléfono, que el arte de leer y escribir está en desuso. El Supremo Consejo de Instrucción Pública acaba de suprimirlo de las escuelas, limitando su enseñanza a la Diplomática.

Compónense las calles, las carreteras, y aun los caminos vecinales, de dos series de plataformas que se deslizan en opuesto sentido; cada una de las últimas tiene velocidad diferente; de modo que cuando los martícolas quieren trasladarse de un punto a otro, se colocan sobre la más lenta, y si desean acelerar la marcha, pueden pasar sucesivamente a la más rápida, que tiene un movimiento de 250 kilómetros por hora.

Centenares de canales, cuyo principal objeto es evitar los estragos de las inundaciones periódicas producidas por la fusión de los hielos aglomerados en los polos, cruzan los continentes en todos sentidos, facilitando al mismo tiempo la navegación de buques eléctricos, que surcan las aguas con rapidez vertiginosa.

Esta facilidad de comunicaciones ha producido con el transcurso del tiempo, como no podía menos de acontecer, no solo la unidad política, sino también la lingüística y hasta la religiosa. Allí no hay más que un Estado, un idioma y una creencia. De tal suerte se arraigó esta en el corazón de los marcianos con el cultivo de las ciencias, que la palabra ateísmo y las de ella derivadas no existen en los diccionarios fonográficos de aquel feliz y venturoso mundo.

Y cuenta que su idioma es tan rico por la variedad y abundancia de sus voces, que las personas instruidas hablan con claridad y concisión admirables. No tienen que perder el tiempo en el estudio de otras lenguas muertas o vivas, y ni siquiera de la ortografía del propio idioma, por la razón que antes he indicado.


* * *


Y sin más preámbulos digo que Resonancia Universal, diario parlante del planeta Marte, sorprendió ha pocos días a sus oyentes con este estupendo artículo:

«Sabido es por todo el mundo (allí también hay un mundo tan grande como un planeta y un planeta de los de menor cuantía del sistema solar), que los observatorios astronómicos costeados liberalmente por el Estado en interés de la noble causa de la ciencia, descubrieron, a principios del siglo, que estaba habitado nuestro vecino y colega el astro opaco número tres, conocido vulgarmente con el nombre de Azul. Desde entonces se organizó, merced a la generosidad de los poderes públicos, un sistema de señales luminosas, por medio de inmensos focos eléctricos situados a grandes distancias, a fin de ver si aquellos telescópicos seres querían ponerse en relación con nuestros sabios. Pues bien; al cabo de muchos años de tentativas infructuosas, según un telefonema que acabamos de recibir, los astrónomos de aquí han logrado tener un diálogo con sus colegas del otro mundo, los cuales, advirtiendo nuestras señales, adoptaron un sistema análogo para contestarnos. Al efecto establecieron un telégrafo óptico compuesto de tres inmensos focos de luz eléctrica formando un triángulo equilátero, de un décimo de meridiano cada lado, de manera que aquellos proyectaran destellos a intervalos y constituyesen una especie de alfabeto. La interpretación fue al principio dificultosa; pero algunos arqueólogos versados en el conocimiento de las escrituras antiguas cayeron en la cuenta de que los signos de los habitantes del Azul para representar las letras tenían muchos puntos de semejanza con los que emplearon ha bastantes siglos nuestros antepasados, cuando el telégrafo estaba en la infancia. Más ardua fue la empresa de adoptar un lenguaje convencional; pero cuando tanto se ha progresado en los procedimientos inductivos, ¿puede sorprender a nadie que los sabios de ambos cuerpos celestes llegaran a entenderse hasta el punto de sostener conversaciones interplanetarias?

»Gracias a ellas se ha descorrido el velo del astro misterioso, objeto durante tantos siglos de las cavilaciones de los astrónomos. Ya sabemos que al planeta que nosotros designamos con el nombre de Azul le llaman sus naturales Tierra, y que el habitado por nosotros es conocido por ellos con la denominación de Marte.

»Pueblan aquel globo 1.400 millones de seres humanos, según la opinión de varios geógrafos, aunque otros reducen esta cifra, de lo cual se infiere lo atrasada que anda allí la estadística.

»La inmensa mayoría de sus habitantes vive sumida en la más vergonzosa barbarie, y el resto, que blasona de civilizado, se encuentra, a lo sumo, en el grado de perfección y adelantamiento que teníamos hace diez siglos, en aquella era histórica que calificamos de semiculta.

»Aunque de pocos años a esta parte se han realizado algunos progresos, los medios de comunicación son toscos e imperfectos. Los terrícolas emplean todavía el vapor de agua, lo cual exige máquinas complicadas, y, sobre todo, pesadísimas y costosas. La ciencia eléctrica está en la infancia. No han encontrado el procedimiento práctico y económico de utilizar la electricidad como única fuerza motriz. Desconocen en absoluto el fluido vital y el que llamamos innominado, cuyo descubrimiento tan gran revolución produjo en la mecánica.

»Las dificultades de la locomoción, inherentes al atraso de la Física, unidas a la extraña organización de sociedades que no reconocen en el individuo el derecho de viajar gratuitamente, como sucede aquí, en transportes que constituyen un servicio público, obligan a la generalidad de dichos seres a vivir adheridos a la tierra que los vio nacer, y de aquí que el medio ambiente ejerza tanta influencia sobre ellos, hasta el punto de que para muchos el concepto de la patria se limita a la reunión de unos cuantos edificios, y, a lo sumo, a un accidente geográfico o histórico.

»Esta forzada vida sedentaria da lugar a que subsistan aún en la Tierra numerosas nacionalidades con sendas lenguas, variedad de costumbres y diversos Estados.

»¡Cuán imperfecta la organización de estos!

»Los más bárbaros están regidos por el capricho de un individuo, y los más adelantados por las pasiones de unos cuantos; pero en todos los países siempre son los gobiernos los que viven a costa de los pueblos: les falta descubrir el sistema de que sea el pueblo el que viva a costa de su gobierno.

»Las rivalidades de los Estados, hijas casi siempre de la codicia del bien ajeno, engendran frecuentes y desastrosas guerras, que acaban con la ruina del vencido; pero aún hay una cosa peor que la guerra: el miedo de ella, que aniquila a todos a fuerza de aprestos militares.

»Nada más primitivo que la indumentaria. Se visten de telas, toscamente tejidas, producto de filamentos de tallos de plantas, de los gérmenes de estas, de los capullos de un gusano o de la tonsura de cuadrúpedos, a los cuales se despoja del abrigo que les dio la Naturaleza para su propio y no ajeno uso.

»Viven en tal atraso, que no han inventado, como nosotros, el sistema de caldear la atmósfera en la estación del frío, y de aquí que el vestido, acaso más caprichoso que racional, responda a la necesidad de defenderse de las inclemencias del cielo, cuando en nosotros no obedece más que a las leyes del decoro. Inútil es añadir que los terrícolas no han descubierto las finísimas telas que fabricamos, producto de microscópicos y flexibles hilos de diversos metales.

»Tan escasos son los progresos realizados por la síntesis química en la Tierra, que sus habitantes, para sustentarse, no tienen más remedio que destruir millones de millones de semillas de plantas, y sacrificar inmenso número de animales. No han encontrado, como nosotros, la manera de formar los compuestos necesarios a la nutrición, y reducir su principio activo a cantidades que, en pequeñas dosis, basten no solo para el sostén, sino hasta para el regalo del individuo.

»La organización social es, si cabe, más deficiente que la del Estado. La forzosa ley de la desigualdad que la Naturaleza impone a los individuos, lejos de atenuarse con sabias y previsoras medidas, y, sobre todo, con los nobles y levantados fines de la sublime caridad, adquiere cada vez mayor incremento, y de aquí que los odios, rencores y rivalidades, engendrados por la envidia y la miseria, amenacen la paz interior de las naciones. Existe además una causa que agrava de día en día estos males, llamada a producir la más tremenda de las crisis, y es que el aumento de la producción de los artículos necesarios a la existencia de los habitantes de la Tierra, no está en relación con el progresivo desarrollo de la población. Añádase a esto que los notables adelantos de la Medicina y de la Higiene, que tienden a aumentar el término medio de la vida humana, no están tampoco en relación con los de las demás ciencias, encaminados a que los alimentos y el bienestar material resulten fáciles y económicos.

»Para tener una idea de la constitución de la familia en la mayor parte de aquel mundo, preciso nos sería remontarnos a la época de nuestros aborígenes, cuando imperaba solo el derecho brutal de la fuerza. En los países bárbaros, que son la inmensa mayoría, la mujer, víctima del despotismo, de la violencia y de la esclavitud, no tiene más armas para su defensa que la hipocresía, mientras que en los demás suele vivir resignada, pero no satisfecha, con los mermados derechos que le conceden la legislación y las costumbres.

»La enseñanza se encuentra aún en estado rudimentario. La lozana inteligencia o inquieta atención de la juventud, entregadas a constante tortura, necesitan años y años para el estudio y provechoso cultivo de asignaturas a veces de utilidad discutible, o acaso de lenguas muertas, ajenas a los fines profesionales; cuando nosotros sometemos a los escolares al sueño hipnótico para sugerirles en deleitoso y plácido arrobamiento cuanto requiere la ciencia o arte a que muestran particular predilección desde su tierna infancia.

»Nos dicen que en la Tierra hay a veces justicia, pero que resulta lenta y costosa; como si el más primordial de los deberes de un Estado no consistiera en administrarla pronta y cumplida, y como si no fuese el colmo de la iniquidad, por parte del fisco, explotar la razón en tela de juicio. ¿Cuándo alcanzarán los terrícolas nuestra perfección forense? ¿Cuándo renunciarán a enojosas o interminables escrituras, y confiando las partes la simple exposición de hechos al teléfono, esperarán tranquilamente el fallo de los jueces, entregados durante las horas de audiencia al sueño hipnótico? Si bien parece un tribunal grave, circunspecto, solemne, estamos más seguros de su acierto al verle en el estado de reposo que constituye la genuina representación de la Justicia.

»Allí hasta los hombres más civilizados viven en jaulas, que no otro nombre merecen para nosotros sus hacinadas, incómodas y pequeñas casas, toscamente labradas con pesados materiales de hierro, madera, piedra o tierra cocida. La arquitectura, a la cual le falta el auxilio eficaz de los adelantos científicos, no puede construir los edificios de aluminio, ligeros, suntuosos, esbeltos y elegantes, que son el encanto y ornamento, no solo de nuestras ciudades, sino también de nuestras aldeas, ni los palacios ambulantes, levantados sobre las plataformas movedizas de los caminos, que brindan gratuita hospitalidad al viajero durante sus excursiones a través de los continentes.

»El terrícola ignora en qué consiste la verdadera libertad individual. Acontece que, cuanto más culto, mayor suele ser la tiranía que sobre él ejercen los deberes sociales. Víctima del reloj en los actos más vulgares de la vida, y casi siempre de la impertinencia ajena, solo hacen soportable el tormento de la comunidad la tolerancia recíproca, la benevolencia aparente y el convencionalismo perpetuo. En cambio, ¿necesitamos nosotros la asociación, ni siquiera en las horas del ordinario sustento, cuando una cajita de píldoras puede proporcionarlo durante veinte días? ¡A qué coches, tranvías, trenes, ni la eterna esclavitud de la campana, cuando aquí sirven de vehículo las mismas calles y caminos, cuyo pavimento se mueve sin cesar!

»Disfrutamos de las diversiones públicas sin encerrarnos en estrechos locales, donde tal vez la incomodidad del cuerpo no compensaría los placeres del espíritu, pues ¿quién no dispone a su sabor de un megáfono y de un telefoteidoscopio para recrear el oído y la vista con los maravillosos espectáculos que costea pródiga y liberalmente la munificencia del Gobierno?

»Los amantes a quienes separa la distancia apelan al telefoteidoscopio y al teléfono, para verse con el uno y para transmitirse con el otro las jamás enojosas y nunca inútilmente reiteradas protestas de amor, cambiando entre sí las corrientes del fluido vital (que apenas presienten los terrícolas), el cual sumerge a ambos en deleitoso éxtasis, produciendo en los sujetos el maravilloso fenómeno de la unidad y simultaneidad de ideas y sensaciones.

»La poesía, amenazada, al parecer, de muerte a medida que lo útil y lo práctico prevalecía en nuestras costumbres, renace pujante y vigorosa, hallando inagotable manantial de inspiraciones en los secretos arrancados a la Naturaleza, en la contemplación de las admirables leyes que rigen al Universo, en la armonía asombrosa de los espacios siderales y en el esplendor y magnificencia de las obras del Altísimo.

»¡Y en tanto que la poesía filosófica remonta el vuelo a lo infinito, existe aquella que vivirá eternamente, mientras la perpetuación de nuestra especie dependa de la dulce y misteriosa atracción de dos seres racionales, y mientras el amor maternal subsista sobre la faz de los mundos!

»¡Benditos vosotros, nobles campeones de la ciencia, que tanto contribuisteis a nuestro bienestar material, a la independencia y autonomía del individuo y, sobre todo, a la paz indestructible cimentada en el derecho y en la unidad política del planeta! ¡Siglo dichoso este, que ve surgir la edad a la cual los antiguos, en su sencilla y grosera ignorancia, llamaron dorada, y no porque volvamos al idilio de los tiempos primitivos soñado por los poetas, sino porque los adelantos físicos han traído consigo el mejoramiento moral o intelectual de la familia humana!...»


* * *


Los megáfonos de todos los templos de la capital de Marte anunciaron la hora de la oración, y descubriéndose la gente con religioso respeto, alzando los ojos al cielo, repetía esta plegaria, que aquellas máquinas pronunciaban desde lo alto de las torres con voz grave, reposada y solemne:

«Padre común de los mortales, Creador y Señor de cuanto existe en el espacio y del mismo espacio, bendito y alabado sea tu nombre eternamente.

«Consérvanos, Señor, ante todo la inteligencia, destello solo de la tuya, a fin de que dominemos la materia y las fuerzas naturales que para el perfeccionamiento del espíritu en la lucha con ellas pusiste en torno nuestro.

»Que al perdonar a nuestros deudores encontremos el premio de tu bondad sin límites, y apártanos de la soberbia, porque nuestras pobres obras nada son, nada valen, ni nada significan comparadas con la grandeza inconmensurable de las tuyas.

«Líbranos del mal y concede el bien a nuestros enemigos, y cuando llegue el término de la vida planetaria, otórganos la eterna con el goce de tu amor infinito.»

Y las voces de los megáfonos resonaban en plazas y calles, y en medio de la soledad de los campos y de los mares, infundiendo en todos los corazones religioso recogimiento, purísimo amor al Omnipotente y la dulce esperanza del bien futuro e imperecedero.


Publicado el 20 de febrero de 2023 por Edu Robsy.
Leído 7 veces.