Descargar ePub «La Taza de Leche», de Nilo Fabra

Cuento


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  Cuento.
7 págs. / 13 minutos / 212 KB.
19 de febrero de 2023.


Fragmento de La Taza de Leche

«—¡Madre!... ¡Me ahogo!... ¡Siento las ansias de la muerte... pero todavía puedo sanar!... ¡Partamos, partamos en seguida!... ¡Tú puedes devolverme la vida!... ¡Tú puedes renovar la llama de esta existencia que se extingue!... ¿Te acuerdas de Covadonga?... ¿Recuerdas las placenteras horas que pasaba en tu regazo a la sombra de aquella cueva altísima?... ¿Se han borrado de tu memoria los besos que te prodigaba cuando tú, al verme jugar al borde de la oscura poza, cuna del Deva, me llamabas sobresaltada y yo corría a arrojarme a tus brazos?... ¿Has olvidado aquel día en que mi padre compró cerca del santuario la vaca blanca, y tú quisiste que yo fuera el primero en gustar del sabroso licor de sus henchidas ubres?... ¡Ah! ¡Me parece que lo estoy viendo con los ojos del alma! Allí, en el fondo del anfiteatro que forman los montes al cerrar estrecha cañada, destácase la gigantesca cueva en las entrañas de elevado peñasco que le sirve de cúpula colosal, y suspendida en mitad de aquella, como el nido de la mística paloma, la capilla de la Virgen milagrosa. De la inmensa cavidad, en cuyas grietas crecen innumerables arbustos y hierbas que con su diversa verdura y varias formas contrastan con los tonos de las rocas ya peladas y escuetas, ya cubiertas de húmedo musgo, salta el agua pura y transparente, que, formando bullidoras cascadas y escalonados remansos, se precipita al hondo valle, llevando la vida, la fertilidad y la abundancia a la tierra, y la admiración y el asombro a los sentidos... Yo estaba allí sentado en duro banco, blando y mullido para el cansado peregrino que va a apagar la sed en el santo manantial que brota copioso; bañaba el Sol los agrestes contornos del sagrado recinto; el sordo y cavernoso ruido del agua despeñada juntábase con el pausado son de la campana de la iglesia, y a lo lejos y a intervalos oíase el lastimero balido de descarriada ovejuela; por la ladera del monte frontero trepaba una robusta aldeana con paso pausado, arqueados los brazos, la cabeza erguida, y sobre ella, sosteniendo en equilibrio la cónica ferrada; en un sotillo de la revuelta del río, el toro y el caballo partían fraternalmente, sin recelo alguno, la abundante hierba que liberal les ofrecía el suelo; conducía una rapaza por un verde sendero un hato de tiernos novillos, que triscaban alegres y juguetones; un anciano, encorvado bajo el peso de los años, vestido de groseras pieles, subía, apoyándose en tosco cayado, el áspero camino del vecino puerto; un romero, con el bordón en la mano y el sombrero y la esclavina cuajados de conchas, dirigíase con grave y mesurado andar a la venerada mansión que la piedad de los fieles ha consagrado a Nuestra Señora: todo era paz, todo ventura, todo apacible bienestar y dulce recogimiento.


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