Continuaron subiendo; á sus piés quedaban ya las estrellas fulgurantes, y subían, subían,
viendo la ventura arriba
dejando el dolor ubajo,
que dijo el poeta, pero ya la mujer no cantaba ni reía, sino que
al anterior regocijo y contento había sucedido una aflicción tan íntima y
tan grande que el llanto se agolpaba á sus ojos.
—¿Lloras? le dijo esta vez el Angel reparando su tristeza y sus lágrimas.
—Tengo, Angel mío, una pena muy honda, respondió ella con voz entrecortada por los sollozos.
—¿No eras tan dichosa hace un instante? ¿Qué es lo que te aflige?
¿Qué deseas? Pídeme la gracia que quieras, en la seguridad de que el
Señor le la concederá en premio de tus méritos.
—Si así es, Angel mío, yo te bendigo desde lo más íntimo de mi corazón, y pues tu clemencia es tanta, voy á pedirte una gracia.
—Habla...
—Quiero volver á la tierra, quiísro volver á mi vida de antes.
—¡Pobre alma! ¡no sabes lo que pides! ¡Cómo! ¿Es posible que quieras
volver á sufrir y á ser pobre y á vivir en la obscuridad y en el trabajo
por muchos años todavía, cuando el Señor quiere llevarte á descansar en
su seno y á gozar de las supremas inefables delicias de la gloria?
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