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Edición física «El Alegre Mes de Mayo»
A través del parque, a las fosas nasales del señor Coulson llegaron esos olores inconfundibles, característicos y patentados de la primavera que le pertenecen en exclusividad a la gran ciudad que está sobre el subterráneo: los olores del asfalto caliente, de las cavernas subterráneas, de la gasolina, del pachulí, de las cáscaras de naranja, de las alcantarillas, de los cigarrillos egipcios, de la mezcla de las construcciones y de la tinta seca de los periódicos. El aire que penetraba era suave y fragante. Los gorriones reñían gozosos dondequiera. No se fíen jamás de mayo.
El señor Coulson retorció las guías de su blanco bigote, maldijo su pie y agitó una campanilla que tenía en la mesa, a su lado.
Entró la señora Widdup. Era de aspecto agradable, rubia, sonrosada, cuarentona y taimada.
—Higgins ha salido, señor —dijo, con una sonrisa que parecía un masaje vibratorio—. Ha salido a echar una carta al correo. ¿Puedo servirle en algo, señor?
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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.
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