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Edición física «El Guardia y la Antífona»
Resuelto, pues, a trasladarse a la Isla, Soapy puso manos a la obra para la realización de su deseo. Hay a este fin diversos y sencillos procedimientos. El más grato de todos consiste en almorzar opíparamente en un restaurante de lujo, y luego, previa declaración de insolvencia, ser puesto tranquilamente y sin alborotos en manos de un policía. Un juez complaciente suele hacer el resto.
Soapy abandonó su banco, salió tranquilamente de la plaza y cruzó el liso mar de asfalto donde confluyen Broadway y la Quinta Avenida. Torció para Broadway y se detuvo ante un café resplandeciente donde se daban cita cada noche los productos más selectos de la viña, el gusano de seda y el protoplasma.
Soapy confiaba en sí mismo desde el botón inferior del chaleco para arriba. Se había afeitado, su chaqueta estaba decente, y su corbata de nudo hecho, negra e impecable, era obsequio de una dama misionera en el Día de Acción de Gracias. Si conseguía llegar a una mesa del restaurante su éxito podía ser insospechado. La mitad de su persona visible por encima de la mesa no despertaría dudas en el ánimo del camarero. Todo se limitaría, pensaba Soapy, a un buen pato asado, una botella de Chablis, después Camembert, una tacita de café y un cigarro puro. Un cigarro de un dólar sería razonable. La cuenta al final no sería tan elevada como para inducir a una drástica acción vindicativa por parte de la administración del café; y en cambio, la comida le dejaría repleto y feliz para el viaje a su refugio invernal.
7 págs. / 13 minutos.
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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.
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