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La mañana que digo, un bizarro mancebo y una hermosísima joven, vestidos con sencillez y buen gusto, como gentes acomodadas de la clase media, salían de la iglesia de Santo Domingo, de Tarragona, donde acababan de velarse.
El mismo sacerdote que los casara la semana anterior los acompañaba ahora amigablemente, yendo tan contento y ufano entre los dos enamorados esposos como si éstos le debiesen toda su ventura.
Mucho le debían. Clara y Manuel, que así se llamaban los jóvenes, habían perdido sus respectivas familias el día 28 de junio de 1811, cuando el general Suchet tomó por asalto a Tarragona. Posteriormente, al fin de la campaña de 1813, Suchet, perseguido, pasó por la misma ciudad y voló sus fortalezas y algunas casas, siendo una de éstas la del escribano que guardaba todos los títulos de las propiedades de Manuel, fugitivo a la sazón con Clara y con su madre. En uno y otro tremendo día habían perecido más de la mitad de los habitantes de Tarragona; de modo que cuando el pobre huérfano volvió en busca de su casa y de sus bienes, para ofrecérselos a aquellas dos mujeres desvalidas, encontróse con que no era posible identificar su persona, ni menos acreditar su derecho a la hacienda de sus padres. Entonces apareció en la arruinada ciudad aquel virtuoso sacerdote con quien ahora lo encontramos, el cual lo conocía desde que nació (puesto que fue siempre cura de su parroquia, y lo había bautizado y enseñado a leer); y, a consecuencia de las autorizadas declaraciones del anciano ministro del Señor, Manuel, ¡que ya pedía limosna!, fue rico desde el día siguiente.
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Publicado el 3 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.
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