PERSONAS
El rey don Sebastian.
Don Lope de Almeida.
Don Juan de Silva.
Don Luis de Benavides.
Don Bernardino, viejo.
El duque de Berganza.
Doña Leonor, dama.
Sirena, criada.
Manrique, criado.
Cecilio, criado.
Un barquero.
Acompañamiento.
Soldados.
La escena es en Lisboa, en las cercanías de Aldea Gallega y en otros puntos.
JORNADA PRIMERA
Vista exterior de una quinta del Rey.
ESCENA PRIMERA
EL REY DON SEBASTIAN, DON LOPE DE ALMEIDA, MANRIQUE, acompañamiento.
D. Lope.
Otra vez, gran señor, os he pedido
Esta licencia, y otra habeis tenido
Por bien mi casamiento;
Mas yo que siempre, á tanta luz atento,
Vivo en vuestro semblante, vengo á daros
Cuenta de mi eleccion, y á suplicaros
Que en vuestra gracia pueda
Colgar las armas, y que Marte ceda
A Amor la gloria, cuando en paz reciba,
En vez de alto laurel, sagrada oliva.
Yo os he servido, y solamente espero
Esta merced por galardon postrero,
Pues con esta licencia venturosa
Hoy saldré á recibir mi amada esposa.
Rey.
Yo estimo vuestro gusto y vuestro aumento,
Y me alegro de vuestro casamiento;
Y á no estar ocupado
En la guerra que en Africa he intentado,
Fuera vuestro padrino.
D. Lope.
Eterno dure ese laurel divino
Que tus sienes corona.
Rey.
Estimo en mucho yo vuestra persona.
(Vase el Rey y acompañamiento.)
ESCENA II
DON LOPE, MANRIQUE.
Manriq.
Contento estás.
D. Lope.
Mal supiera
La dicha y la gloria mia
Disimular su alegría.
¡Felice yo, si pudiera
Volar hoy!
Manriq.
Al viento igualas.
D. Lope.
Poco aprovecha; que el viento
Es perezoso elemento.
Diérame el amor sus alas,
Volara abrasado y ciego;
Pues quien al viento se entrega,
Olas de viento navega,
Y las de amor son de fuego.
Manriq.
Para que desengañarme
Pueda, creyendo que tienes
Causa, dime á lo que vienes
Con tanta prisa.
D. Lope.
A casarme.
Manriq.
¿Y no miras que es error,
Digno de que al mundo asombre,
Que vaya á casarse un hombre
Con tanta prisa, señor?
Si hoy, que te vas á casar,
Del mismo viento te quejas,
¿Qué dejas que hacer, qué dejas,
Cuando vayas á enviudar?
ESCENA III
DON JUAN DE SILVA, en traje pobre.—DON LOPE, MANRIQUE.
D. Juan.
(Para sí.) ¡Cuán diferente pensé
Volver á tí, patria mia,
Aquel infelice dia
Que tus umbrales dejé!
¡Quién no te hubiera pisado!
Pues siempre mejor ha sido,
Adonde no es conocido,
Vivir el que es desdichado.
Gente hay aquí; no es razon
Verme en el mal que me veo.
D. Lope.
Aguárdate. No lo creo.
¿Si es verdad? ¿Si es ilusion?
¡Don Juan!
D. Juan.
¡Don Lope!
D. Lope.
Dudoso
De tanta dicha, mis brazos
Han suspendido sus lazos.
D. Juan.
Deteneos, que es forzoso
Que me defienda de quien
Tanto honor y valor tiene;
Que hombre que tan pobre viene,
Don Lope amigo, no es bien
Que toque (¡oh suerte importuna!)
Pecho de riquezas lleno.
D. Lope.
Vuestra razones condeno,
Porque si da la fortuna
Humanos bienes del suelo,
El cielo un amigo da
Como vos: ¡ved lo que va
Desde la fortuna al cielo!
D. Juan.
Aunque haceis que aliento cobre,
En mí mayor mal está:
¡Mirad cuán grande será
Mal que es mayor que ser pobre!
Y porque mi sentimiento
Algun alivio prevenga,
Si es posible que le tenga,
Escuchad, Don Lope, atento.
A la conquista famosa
De la India, que eligió
Para su tumba la noche
Y para su cuna el sol,
Amigos, y tan amigos,
Pasamos juntos los dos,
Que asistieron en dos cuerpos
Un alma y un corazon.
No codicia de riqueza,
Sino codicia de honor
Obligó nuestros deseos
A tan atrevida accion,
Como tocar con bajeles
La provincia que ignoró
Por tantos años la ciencia,
Nunca creida hasta hoy.
La nobleza lusitana
De su fortuna fió
Naves, que ciertas exceden
Las fingidas de Jason.
Dejo esta alabanza á quien
Pueda con más dulce voz
Contar los famosos hechos
Desta invencible nacion;
Porque el gran Luis de Camoens,
Escribiendo lo que obró,
Con pluma y espada muestra
Ya el ingenio y ya el valor
En esta parte. Despues,
Don Lope invicto, que vos,
Por muerte de vuestro padre,
Volvisteis, me quedé yo,
Bien sabeis con cuánta fama
De amigos y de opinion,
Que ahora perdidos hacen
El sentimiento mayor.
Pero en efecto es consuelo:
¡Ved si desgraciado soy,
Que nunca le di, malquisto,
A la fortuna ocasion!
Habia en Goa una señora,
Hija de un hombre á quien dió
Grande cantidad de hacienda
Codicia y contratacion.
Era hermosa, era discreta;
Que, aunque enemigas las dos,
En ella hicieron las paces
Hermosura y discrecion.
Servíla tan venturoso,
Que merecí algun favor;
Pero ¿quién ganó al principio,
Que á la postre no perdió?
¿Quién fué ántes tan felice,
Que despues no declinó?
Porque son muy parecidos
Juego, fortuna y amor.
Don Manuel de Sosa, un hombre
(Hijo del gobernador
Manuel de Sosa) por sí
De mucha resolucion,
Muy valiente, muy cortés,
Bizarro y cuerdo (que yo,
Aunque le quité la vida,
No he de quitarle el honor),
De Violante enamorado
(Que este es el nombre que dió
Ocasion á mi ventura
Y á mi desdicha ocasion),
En Goa públicamente
Era mi competidor.
Poco cuidado me daba
Su amorosa pretension;
Porque siendo, como era,
El favorecido yo,
La pena del despreciado
Hizo mi dicha mayor.
Un dia, que el sol hermoso
Saliera (¡pluguiera á Dios,
Sepultara eterna noche
Su contínuo resplandor!),
Salió con el sol Violante:
Bastaba pedirle yo
Que áun el uno no saliera,
Para que salieran dos.
De criados rodeada
A la marina llegó,
Donde estaba mucha gente,
Porque en aquella ocasion
Habia llegado una nave
Al puerto, y su admiracion
Dió causa á aqueste concurso,
Y á mi desdicha la dió.
Estábamos en un corro
De mucha gente los dos,
Todos soldados y amigos,
Cuando á la vista paso
Violante. Iba tan airosa,
Que allí ninguno dejó
De poner el alma en ella,
Porque su planta veloz
Era el móvil que llevaba
Tras sí la imaginacion.
Dijo un capitan:—¡Qué bella
Mujer!—A quien respondió
Don Manuel:—Y como tal
Ha sido la condicion.
—Será cruel.—No por eso
Lo digo (le replicó),
Sino por ver que ha escogido,
Como hermosa, lo peor.—
Yo entónces dije: Ninguno
Sus favores mereció,
Porque no hay quien los merezca;
Y si hay alguno, soy yo.
—Mentís, dijo. Aquí no puedo
Proseguir, porque la voz
Muda, la lengua turbada,
Frio el cuerpo, el corazon
Palpitante, los sentidos
Muertos y vivo el dolor,
Quedan repitiendo aquella
Afrenta. ¡Oh tirano error
De los hombres! ¡Oh vil ley
Del mundo! ¡Que una razon,
O que una sinrazon pueda
Manchar el altivo honor
Tantos años adquirido,
Y que la antigua opinion
De honrado quede postrada
A lo fácil de una voz!
¡Que el honor, siendo un diamante,
Pueda un frágil soplo (¡ay Dios!)
Abrasarle y consumirle,
Y que siendo su esplendor
Más que el sol puro, un aliento
Sirva de nube á este sol!
Mucho del caso me aparto,
Llevado de la pasion.
Perdonad, vuelvo al suceso.
Apénas él pronunció
Tales razones, Don Lope,
Cuando mi espada veloz
Pasó de la vaina al pecho,
Tal que á todos pareció
Que imitaron trueno y rayo
Juntas mi espada y su voz.
Bañado en su misma sangre,
Muerto en la arena cayó,
Cuando para mi defensa
Tomé una iglesia, á quien dió
En aquel sitio lugar
La sagrada religion
De Francisco; que por ser
Su padre el gobernador,
Me fué forzoso esconderme
Con tanto asombro y temor,
Que tres dias un sepulcro
Habité vivo. ¿Quién vió
Que siendo el contrario el muerto,
Fuese el sepultado yo?
Al cabo de los tres dias,
Por amistad y favor,
El capitan de la nave
Que á nuestro puerto llegó,
Y que á Lisboa venía,
En ella me recibió
Una noche, cuyo manto
Fué de mi vida ocasion.
En esta nave escondido
Estuve, hasta que el veloz
Monstruo del viento y del agua
Los piélagos dividió
De Neptuno. ¡Injusto engaño
De la vida! O su pasion
No dé por infame al hombre
Que sufre su deshonor,
O le dé por disculpado
Si se venga; que es error
Dar á la afrenta castigo,
Y no al castigo perdon.
Hoy he llegado á Lisboa,
Adonde tan pobre estoy,
Que no osaba entrar en ella.
Estas mis fortunas son,
Ya no tristes, sino alegres,
Pues me dieron ocasion
De llegar á vuestros brazos.
Estos mil veces os doy,
Si un hombre tan infelice
Puede merecer de vos,
Oh gran Don Lope de Almeida,
Tal merced, honra y favor.
D. Lope.
Atentamente escuché,
Don Juan de Silva, las quejas,
Que en lágrimas anegadas
Dais desde el pecho á la lengua,
Y atentamente he pensado
Que no hay opinion que pueda,
Por más sutil que discurra,
Tener dudosa la vuestra.
¿Quién, en naciendo, no vive
Sujeto á las inclemencias
Del tiempo y de la fortuna?
¿Quién se libra, quién se excepta
De una intencion mal segura,
De un pecho doble, que alienta
La ponzoña de una mano
Y el veneno de una lengua?
Ninguno. Solo dichoso
Puede llamarse el que deja,
Como vos, limpio su honor
Y castigada su ofensa.
Honrado estais: negras sombras
No deslustren, no oscurezcan
Vuestro honor antiguo, y hoy
En nuestra amistad se vea
La virtud de aquellas plantas
Tan conformemente opuestas,
Que una con calor consume,
Y otra con frialdad penetra,
Siendo veneno las dos,
Y estando juntas, se templan
De suerte, que son entónces
Salud más segura y cierta.
Vos estais triste, yo alegre:
Partamos la diferencia
Entre los dos, y templando
El contento y la tristeza,
Queden en igual balanza
Mi alegría y vuestra pena,
Mi gusto y vuestro dolor,
Mi ventura y vuestra queja,
Porque el pesar ó el placer
Matar á ninguno pueda.
Yo me he casado en Castilla,
Por poder, con la más bella
Mujer... (Mas para ser propia
Es lo ménos la belleza.)
Con la más noble, más rica,
Más virtuosa y más cuerda
Que pudo en el pensamiento
Hacer dibujos la idea.
Doña Leonor de Mendoza
Es su nombre, y hoy con ella
Don Bernardino mi tio
Llegará á Aldea Gallega,
Donde salgo á recibirla
Con tan venturosas muestras
Como veis; y un bello barco
Tan venturoso la espera,
Que juzga por perezosas
Hoy del tiempo las ligeras
Alas; porque el bien que tarda,
No llega bien cuando llega.
Esta es mi dicha, mayor
Por ver cuánto la acrecienta
Vuestra venida, Don Juan.
No os dé temor, no os dé pena
Venir pobre; rico soy:
Mi casa, amigo, mi mesa,
Mis caballos, mis criados,
Mi honor, mi vida, mi hacienda,
Todo es vuestro. Consolaos
De que la fortuna os deja
Un amigo verdadero,
Y que no ha tenido fuerza
Contra vos quien no os quitó
Ese valor que os alienta,
Esa alma que os anima,
Y este brazo que os defienda.
No me respondais, dejad
Las cortesanas finezas,
Entre amigos excusadas,
Y venid adonde sea
Testigo vuestra persona
De la dicha que me espera;
Que hoy en Lisboa ha de entrar
Mi esposa, y estas tres leguas
De mar (para mí de fuego)
Hemos de venir con ella;
Que de esotra parte está
Sin duda.
D. Juan.
Pues no pretenda
Con mi humildad deslucirse,
Don Lope, vuestra nobleza,
Porque el mundo, no la sangre,
Sino el vestido, respeta.
D. Lope.
Ese es engaño del mundo,
Que no ve ni considera
Que al cuerpo le viste el oro,
Pero al alma la nobleza.
Venid conmigo. (Ap. Suspiros,
Ofreced viento á las velas,
Si es que en los mares del fuego
Bajeles de amor navegan.)
(Vanse los dos.)
Manriq.
Yo me quiero adelantar
En alguna barca destas,
Que llaman muletes, y hoy
Siendo cojo con muletas,
Pediré á mi buena ama
Las albricias de que llega
Su esposo; que el primer dia
Da las albricias cualquiera,
Porque sale de forzada,
Si es lo mismo que doncella. (Vase.)
Campo cercano á Aldea Gallega.
ESCENA IV
DON BERNARDINO, DOÑA LEONOR, SIRENA.
D. Ber.
En la falda lisonjera
Deste monte coronado
De flores, donde ha llamado
A cortes la primavera,
Puedes descansar, en tanto,
Bella Leonor, que dichoso
Llega Don Lope tu esposo.
Y perdona al dulce llanto,
Aunque no es gran maravilla
Que con sentimiento igual,
A vista de Portugal
Te despidas de Castilla.
D.ª Leon.
Ilustre D. Bernardino
De Almeida, mi tierno llanto
No es ingratitud á tanto
Honor como me previno
La suerte y la dicha mia.
Viendo tan cercano el bien,
Gusto ha sido; que tambien
Hay lágrimas de alegría.
D. Ber.
Cuerdamente te disculpa
La discrecion lisonjera;
Y aunque por disculpa fuera,
Te agradeciera la culpa.
Yo quiero dar más lugar
A divertir la porfía
De aquesta melancolía.
Aquí puedes descansar,
Venciendo el rigor aquí
Del sol, que en sus rayos arde,
El cielo tu vida guarde. (Vase.)
ESCENA V
DOÑA LEONOR, SIRENA.
D.ª Leon.
¿Fuése ya, Sirena?
Sirena.
Sí.
D.ª Leon.
¿Oyenos álguien?
Sirena.
Sospecho
Que estamos solas las dos.
D.ª Leon.
Pues salga mi pena (¡ay Dios!)
De mi vida y de mi pecho.
Salga en lágrimas deshecho
El dolor que me provoca,
El fuego que al alma toca,
Remitiendo sus enojos
En lágrimas á los ojos,
Y en suspiros á la boca.
Y sin paz y sin sosiego
Todo lo abrasen veloces,
Pues son de fuego mis voces
Y mis lágrimas de fuego.
Abrasen, cuando navego
Tanto mar y viento tanto,
Mi vida y mi fuego cuanto
Consume el fuego violento,
Pues mi voz es fuego y viento,
Mis lágrimas fuego y llanto.
Sirena.
¿Qué dices, señora? Advierte
En tu peligro y tu honor.
D.ª Leon.
¿Tú que sabes mi dolor,
Tú que conoces mi muerte,
Me reportas desta suerte?
¿Tú de mi llanto me alejas?
¿Tú que calle me aconsejas?
Sirena.
Tu inútil queja escuchando
Estoy.
D.ª Leon.
¡Ay Sirena! ¿cuándo
Son inútiles las quejas?
Quéjase una flor constante
Si el aura sus hojas hiere,
Cuando el sol caduco muere
En túmulos de diamante;
Quéjase un monte arrogante
De las injurias del viento,
Cuando le ofende violento;
Y el eco, ninfa vocal,
Quejándose de su mal,
Responde el último acento.
Quéjase, porque amar sabe,
Una hiedra, si perdió
El duro escollo que amó;
Y con acento süave
Se queja una simple ave
Del que la cogió á traicion,
Y en la dorada prision
Así aliviarse pretende,
Que al fin la queja se entiende,
Si se ignora la cancion.
Quéjase el mar á la tierra,
Cuando en lenguas de agua toca
Los labios de opuesta roca.
Quéjase el fuego, si encierra
Rayos, que al mundo hacen guerra:
¿Qué mucho, pues, que mi aliento
Se rinda al dolor violento,
Si se quejan monte, piedra,
Ave, flor, eco, sol, hiedra,
Tronco, rayo, mar y viento?
Sirena.
Sí, mas ¿qué remedio así
Consigues desesperada?
Don Luis muerto y tú casada,
¿Qué pretendes?
D.ª Leon.
¡Ay de mí!
Dí, Sirena amiga, dí,
Don Luis muerto y muerta yo.
Pues si el cielo me forzó,
Me verás en esta calma,
Sin gusto, sin sér, sin alma,
Muerta sí, casada no.
Lo que yo una vez amé,
Lo que una vez aprendí,
Podré perderlo, ¡ay de mí!
Olvidarlo no podré.
¿Olvido donde hubo fe?
Miente amor. ¿Cómo se hallara
Burlada verdad tan clara?
Pues la que constante fuera,
No olvidara, si quisiera,
No quisiera, si olvidara.
¡Mira tú lo que sentí
Cuando su muerte escuché,
Pues forzada me casé
Sólo por vengarme en mí!
Ya la vez última aquí
Se despida mi dolor.
Hasta las aras, amor,
Te acompañé; aquí te quedas,
Porque atreverte no puedas
A las aras del honor.
ESCENA VI
MANRIQUE.—DOÑA LEONOR, SIRENA.
Manriq.
¡Dichoso yo que he llegado,
Venturoso yo que he sido,
Felice yo que he venido,
Refelice yo que he dado
El primero labio mio
A la estampa dese pié,
Que, lleno de flores, fué
Primavera del estío!
Y pues he llegado á vos,
Beso y vuelvo á rebesar
Cuanto se puede besar,
Sin ofender á mi Dios.
D.ª Leon.
¿Quién sois?
Manriq.
El menor criado
De Don Lope, mi señor
(Mas no el hablador menor),
Que veloz me he adelantado
Por albricias de que viene.
D.ª Leon.
Descuido fué, bien decís;
Tomad. Y ¿de qué servís
A Don Lope?
Manriq.
Hombre que tiene
Este humor, ¿ya no os avisa
Que es gentil-hombre su nombre?
D.ª Leon.
¿Y de qué sois gentil-hombre?
Manriq.
De la boca de la risa.
Criado, á quien le prefieren
A los mayores cuidados,
Y es pendanga de criados,
Hecha del palo que quieren:
Cuando guardo, mayordomo;
Cuando algun vestido espero
De mi amo, camarero;
Maestresala, cuando tomo
Para mí el mejor bocado;
Secretario, poco amigo,
Cuando sus secretos digo;
Caballerizo extremado,
Cuando por no andar á pié,
Con achaque de pasealle,
Salgo á caballo á la calle;
Cuando alguna cosa fué
Tal que se guarda de mí,
Soy entónces su vêdor,
Y despues su contador,
Pues á todos desde allí
Lo cuento, á todos lo aviso;
Cuando hurto lo que quiero
De la plaza, repostero;
Despensero, cuando siso;
Soy valiente cuando huyo;
Y soy su cochero el dia
Que sus amores me fia;
Y así claramente arguyo
Que soy por tan varios modos,
Sirviéndole siempre así,
Cada oficio de por sí,
Y murmurándole, todos.
(Hablan aparte Doña Leonor y Sirena.)
ESCENA VII
DON BERNARDINO, DON LUIS y CELIO, que se quedan léjos de—DOÑA LEONOR, SIRENA, MANRIQUE.
D. Luis.
Soy mercader, y trato en los diamantes,
Que hoy son piedras, y rayos fueron ántes
Del sol, que perficiona y ilumina
Rústico grano en la abrasada mina.
Paso desde Lisboa hasta Castilla,
Y en esta aldea ví la maravilla
Del cielo, reducida en una dama,
Que acompañais; y luégo de la fama
Supe que va casada ó á casarse.
Y como suele en todas emplearse
Este caudal más bien, porque las bodas
En la gala y la joya empiezan todas,
Enseñaros quisiera algunas dellas,
Que no son más lucientes las estrellas,
Por ver si la ocasion con el deseo
Hacen en el camino algun empleo.
D. Ber.
La prevencion y la advertencia ha sido
Acertada. A buen tiempo habeis venido,
Pues yo, por divertirla y alegrarla
(Que está triste) una joya he de feriarla.
Aquí esperad, y llegaré primero
A prevenirla.
D. Luis.
Pues ahora quiero
Que la lleveis, señor, para bastante
Prueba de mi verdad, este diamante;
(Dásele.)
Que visto su valor y su excelencia,
No dudo yo, señor, que os dé licencia
De llegar á sus piés.
D. Ber.
¡Es piedra rara!
¡Qué fondo! ¡qué caudal! ¡qué limpia y clara!
Aquí, divina Leonor, (Llégase á ella.)
Ha llegado un mercader,
En cuya mano has de ver
Joyas de grande valor,
Ricas, costosas y bellas.
Divierte un poco el pesar;
Que yo te quiero feriar
Lo que te agradare dellas.
Este diamante, farol
Que con luz hermosa y nueva,
Para su limpieza prueba
Ser luciente hijo del sol,
Viene por testigo aquí.
Toma el diamante. (Dásele.)
D.ª Leon.
(Ap.)¿Qué veo?
¡Cielos!
D. Ber.
Díme...
D.ª Leon.
(Ap.)Aun no lo creo.
D. Ber.
Si ha de llegar.
D.ª Leon.
(Ap.¡Ay de mí!
Este diamante es el mismo...)
Díle que llegue.—¡Sirena!
(Apártase Don Bernardino.)
(Ap. Sáqueme amor desta pena,
Deste encanto, deste abismo.)
Este diamante que ves,
Luz que con el sol la mides,
Di á Don Luis de Benavides,
Prenda mia y suya es.
O mis lágrimas me ciegan,
O es el mismo. Hoy sabré yo
Cómo á mis manos volvió.
Sirena.
Disimula, que ya llegan.
(Llega Don Luis.)
D. Luis.
Yo soy, hermosa señora...
D. Leon.
(Ap.) Alma de la pena mia,
Cuerpo de mi fantasía.
Sirena.
(Ap. á ella.) Disimula y calla ahora;
Que ya veo la razon
Que tienes para admirarte.
D. Luis.
Yo soy quien en esta parte
Piensa lograr la ocasion,
Habiendo á tiempo llegado
En que pueda mi deseo
Hacer el feliz empleo
Tantos años esperado.
Traigo joyas que vender
De innumerable riqueza;
Y entre otras, una firmeza
Sé que os ha de parecer
Bien; porque della sospecho
Que adorne esa bizarría,
Si es que la firmeza mia
Llega á verse en vuestro pecho.
Un Cupido de diamantes
Traigo de grande valor;
Que quise hacer al amor
Yo de piedras semejantes,
Porque labrándole así,
Cuando alguno le culpase
De vário y fácil, le hallase
Firme solamente en mí.
Un corazon traigo, en quien
No hay piedra falsa ninguna:
Sortijas bellas, y en una
Unas memorias se ven.
Una esmeralda que habia,
Me hurtaron en el camino
Por el color, imagino,
Que perfecto le tenía.
Estaba con un zafiro;
Mas la esmeralda llevaron
Solamente, y me dejaron
Esta azul piedra que miro;
Y así dije en mis desvelos:
«¿Cómo con tanta venganza
Me llevasteis la esperanza
Para dejarme los celos?»
Si gusta vuestra belleza,
Descubriré, por más glorias,
El corazon, las memorias,
El amor y la firmeza.
D. Ber.
El mercader es discreto.
¡Qué bien á las joyas bellas,
Para dar gusto de vellas,
Las fué aplicando su efeto!
D.ª Leon.
Aunque vuestras joyas son
Tales como encareceis,
Para mostrarlas habeis
Llegado á mala ocasion.
Y yo, en ver su hermoso alarde,
Contento hubiera tenido,
Si ántes hubierais venido;
Pero habeis venido tarde.
¿Qué se dijera de mí,
Si cuando casada soy,
Si cuando esperando estoy
A mi noble esposo, aquí
Pusiera, no mi tristeza,
Sino mi imaginacion
En ver ese corazon,
Ese amor y esa firmeza?
No los mostreis; que no es bien
Que, tan sin tiempo miradas
Agora, desestimadas
Memorias vuestras estén.
Y tomad vuestro diamante;
Que ya sé que pierdo en él
Una luz hermosa y fiel,
Al mismo sol semejante.
No culpeis la condicion
Que en mí tan esquiva hallasteis;
Culpaos á vos, que llegasteis
Sin tiempo y sin ocasion. (Ruido dentro.)
Manriq.
(Mirando dentro.)
Ya Don Lope mi señor
Llega.
D. Luis.
(Ap.)¿Habrá en desdicha igual
Mal que compita á mi mal,
Ni dolor á mi dolor?
D.ª Leon.
(Ap.) ¡Qué veneno!
D. Luis.
(Ap.)¡Qué crueldad!
D. Ber.
A recibirle lleguemos. (Vase.)
Manriq.
Callen todos, y escuchemos
La primera necedad;
Porque un novio á quien le place
La dama y á verla llega,
Como necedades juega,
Es tahur que dice y hace. (Vase.)
ESCENA VIII
DOÑA LEONOR, DON LUIS, SIRENA, CELIO.
D. Luis.
¿Qué me podrás responder,
Mujer tan fácil, liviana,
Mudable, inconstante y vana,
Y mujer, en fin, mujer,
Que pueda satisfacer
A tu mudanza y tu olvido?
D.ª Leon.
Haber tu muerte creido,
Haber tu vida llorado
Causa á mi mudanza ha dado,
Que á mi olvido no ha podido;
Pues cuando te llego á ver,
A no estar ya desposada,
Vieras hoy determinada
Si soy mudable ó mujer.
Desposéme por poder.
D. Luis.
Y bien por poder se advierte:
Por poder borrar mi suerte,
Por poder dejarme en calma,
Por poder quitarme el alma,
Por poder darme la muerte.
Esta dices que creiste,
Y no fué vana apariencia;
Que si creiste mi ausencia,
Es lo mismo: bien dijiste.
D.ª Leon.
No puedo, no puedo ¡ay triste!
Responder; que está conmigo,
No mi esposo, mi enemigo.
Mas porque me culpas fiel,
Lo que le dijere á él,
Tambien hablaré contigo.
(Retírase Don Luis á un lado.)
ESCENA IX
DON LOPE, DON BERNARDINO, MANRIQUE.—DOÑA LEONOR, SIRENA; DON LUIS y CELIO, retirados.
D. Lope.
Cuando la fama en lenguas dilatada
Vuestra rara hermosura encarecia,
Por fe os amaba yo, por fe os tenía,
Leonor, dentro del alma idolatrada.
Cuando os mira, suspensa y elevada
El alma que os amaba y os queria,
Culpa la imágen de su fantasía,
Que sois vista mayor que imaginada.
Vos sola á vos podeis acreditaros:
¡Dichoso aquel que llega á mereceros,
Y más dichoso si acertó á estimaros!
Mas ¿cómo ha de olvidaros ni ofenderos?
Que quien ántes de veros pudo amaros,
Mal os podrá olvidar despues de veros.
D.ª Leon.
Yo me firmé rendida ántes que os viese,
Y vivo y muerto sólo en vos estaba,
Porque sola una sombra vuestra amaba;
Pero bastó que sombra vuestra fuese.
¡Dichosa yo mil veces, si pudiese
Amaros como el alma imaginaba!
Que la deuda comun así pagaba
La vida, cuando humilde me rindiese.
Disculpa tengo, cuando temeroso
Y cobarde mi amor, llego á miraros,
Si no pago un amor tan generoso.
De vos, y no de mí, podeis quejaros,
Pues, aunque yo os estime como á esposo,
Es imposible, como sois, amaros.
D. Lope.
Ahora, tio y señor,
Me dad los invictos brazos.
D. Ber.
Y serán eternos lazos
De deudo, amistad y amor.
Y porque no culpe ahora
La dilacion, á embarcar
Nos lleguemos.
D. Lope.
Hoy el mar
Segunda Vénus adora.
Manriq.
Y pues que con tanta gloria
Dama y galan se han casado,
Perdonad, noble Senado,
Que aquí se acaba la historia.
(Vanse Don Lope, Doña Leonor, Don Bernardino, Manrique y Sirena.)
ESCENA X
DON LUIS, CELIO.
Celio.
Señor, pues que desta suerte
Hallaste tu desengaño,
Vuelve en tí, repara el daño
De tu vida y de tu muerte.
Ya no hay estilo ni medio
Que tú debas elegir.
D. Luis.
Sí hay, Celio.
Celio.
¿Cuál es?
D. Luis.
Morir,
Que es el último remedio.
Muera yo, pues vi casada
A Leonor, pues que Leonor
Dejó burlado mi amor
Y mi esperanza burlada.
Mas ¿qué me podrá matar,
Si los celos me han dejado
Con vida? Aunque mi cuidado
Me pretende consolar
Dándome alguna esperanza;
Pues cuando á su esposo habló,
Conmigo se disculpó
De su olvido y su mudanza.
Celio.
¿Cómo disculpar contigo?
A mil locuras te pones.
D. Luis.
Estas fueron sus razones,
Mira si hablaban conmigo:
«Yo me firmé rendida ántes que os viese,
Y vivo y muerto sólo en vos estaba,
Porque sola una sombra vuestra amaba;
Pero bastó que sombra vuestra fuese.
»¡Dichosa yo mil veces, si pudiese
Amaros como el alma imaginaba!
Que la deuda comun así pagaba
La vida, cuando humilde me rindiese.
»Disculpa tengo, cuando temeroso
Y cobarde mi amor, llego á miraros,
Si no pago un amor tan generoso.
»De vos, y no de mí, podeis quejaros,
Pues, aunque yo os estime como á esposo,
Es imposible, como sois, amaros.»
Y puesto que así me ha dado
Disculpa de su mudanza,
Sea mi loca esperanza
Veneno y puñal dorado.
Si ha de matarme el dolor,
Mejor es el gusto ¡cielos!
Y si he de morir de celos,
Mejor es morir de amor.
Siga mi suerte atrevida
Su fin contra tanto honor,
Porque he de amar á Leonor,
Aunque me cueste la vida.
JORNADA SEGUNDA
Sala en casa de Don Lope en Lisboa.
ESCENA PRIMERA
SIRENA, MANRIQUE.
Manriq.
Sirena de mis entrañas,
Que para aumentar mi pena
Eres la misma Sirena,
Pues enamoras y engañas:
Duélate ver el rigor
Con que tratas mis cuidados;
Que tambien á los criados
Hiere de barato amor.
Dame un favor de tu mano.
Sirena.
Pues ¿qué puedo darte yo?
Manriq.
Mucho puedes; pero no
Quiero bien más soberano
Que aquese verde liston,
Con que yaces declarada
Por dama de la lazada
O fregona del tuson.
Sirena.
¿Una cinta quieres?
Manriq.
Sí.
Sirena.
Ya aquese tiempo pasó,
Que un galan se contentó
Con una cinta.
Manriq.
Es así;
Pero si yo la tuviera,
Desparramando concetos,
Mil y ciento y un sonetos
Hoy en tu alabanza hiciera.
Sirena.
Por verme tan soneteada
Te la doy; y véte ahora,
Porque viene mi señora. (Vase Manrique.)
ESCENA II
DOÑA LEONOR.—SIRENA.
D.ª Leon.
Ya vuelvo determinada.
Esto, Sirena, es forzoso:
Declárese mi rigor,
Porque mi vida y mi honor
Ya no es mio, es de mi esposo.
Díle á Don Luis, que pues es
Principal, noble y honrado,
Por español y soldado
Obligado á ser cortés,
Que una mujer (no Leonor,
Porque le basta saber
A un noble que una mujer)
Le suplica que su amor
Olvide; que maravilla
Cuidado en la calle tal,
Y no sufre Portugal
Galanteos de Castilla:
Que con lágrimas bañada
Vuelvo á pedirle se vuelva
A Castilla, y se resuelva
A no hacerme mal casada;
Porque fiera y ofendida,
Si no lo hace, vive Dios,
Que podrá ser que á los dos
Nos venga á costar la vida.
Sirena.
Desa suerte lo diré,
Si puedo verle y hablalle.
D.ª Leon.
¿Cuándo falta de la calle?
Mas no hables en ella, ve
A buscarle á la posada.
Sirena.
Mucho, señora, te atreves. (Vase.)
ESCENA III
DON LOPE, DON JUAN, MANRIQUE.—DOÑA LEONOR.
D. Lope.
(Ap.) ¡Ay honor, mucho me debes!
D. Juan.
Ya se acerca la jornada.
D. Lope.
No queda en toda Lisboa
Fidalgo ni caballero,
Que ser no piense el primero
Que merezca eterna loa
Con su muerte.
Manriq.
Justo es;
Mas no pienso de esa suerte
Tener yo loa en mi muerte,
Ni comedia ni entremes.
D. Lope.
¿Luego tú no piensas ir
Al Africa?
Manriq.
Podrá ser
Que vaya; mas será á ver,
Por tener más que decir;
No á matar, quebrando en vano
La ley en que vivo y creo;
Pues allí explicar no veo
Que sea moro ni cristiano.
No matar, dice. Y los dos
Esto me vereis guardar;
Que yo no he de interpretar
Los mandamientos de Dios.
D. Lope.
¡Mi Leonor!
D.ª Leon.
¡Esposo mio!
¿Vos tanto tiempo sin verme?
Quejoso vive el amor
De los instantes que pierde.
D. Lope.
¡Qué castellana que estais!
Cesen las lisonjas, cesen
Las repetidas finezas.
Mirad que los portugueses
Al sentimiento dejamos
La razon, porque el que quiere,
Todo lo que dice quita
De valor á lo que siente.
Si en vos es ciego el amor,
En mí es mudo.
Manriq.
Y desa suerte
En mí endemoniado ha sido.
D. Lope.
Siempre, Manrique, parece,
Que al paso que yo estoy triste,
Tú estás contento y alegre.
Manriq.
Y díme, ¿cuál es mejor,
En pasiones diferentes,
La alegría ó la tristeza?
D. Lope.
La alegría.
Manriq.
Pues ¿qué quieres?
¿Que deje yo lo mejor
Por lo peor? Tú, que tienes
La tristeza, que es la mala,
Eres quien mudarte debes,
Y pasarte á la alegría;
Pues será más conveniente,
Que el ir yo de alegre á triste,
Venir tú de triste á alegre. (Vase.)
ESCENA IV
DON LOPE, DOÑA LEONOR, DON JUAN.
D.ª Leon.
¿Vos estais triste, señor?
Muy poco mi pecho os debe
O yo le debo muy poco,
Pues vuestro dolor no siente.
D. Lope.
Forzosas obligaciones,
Heredadas dignamente
Con la sangre, á quien obligan
Divinas y humanas leyes,
Me dan voces y recuerdan
Desta blanda paz y deste
Olvido, en que yacen hoy
Mis heredados laureles.
El famoso Sebastian,
Nuestro rey, que viva siempre,
Heredero de los siglos
A la imitacion del fénix,
Hoy al Africa hace guerra.
No hay caballero que quede
En Portugal; que á las voces
De la fama nadie duerme.
Quisiérale acompañar
A la jornada; y por verme
Casado, no me he ofrecido
Hasta que licencia lleve
De tu boca, Leonor mia.
Esta merced has de hacerme,
En este caso has de honrarme,
Y este gusto he de deberte.
D.ª Leon.
Bien con esas prevenciones
Fué menester que me hicieseis
Oraciones que me animen,
Y discursos que me alienten.
Vos ausente, dueño mio,
Y por mi consejo ausente,
Fuera pronunciar yo misma
La sentencia de mi muerte.
Idos vos sin que lo diga
Mi lengua; pues que no puede
Negaros la voluntad
Lo que la vida os concede.
Mas porque veais que estimo
Vuestra inclinacion valiente,
Ya no quiero que el amor
Sino el valor me aconseje.
Servid hoy á Sebastian,
Cuya vida el cielo aumente;
Que es la sangre de los nobles
Patrimonio de los reyes;
Que no quiero que se diga
Que las cobardes mujeres
Quitan el valor á un hombre,
Cuando es razon que le aumenten.
Esto el alma os aconseja,
Aunque como el alma os quiere;
Mas como ajena lo dice,
Si como propia lo siente. (Vase.)
ESCENA V
DON LOPE, DON JUAN.
D. Lope.
¿Habeis visto en vuestra vida
Igual valor?
D. Juan.
Dignamente
Es bien que lenguas y plumas
De la fama la celebren.
D. Lope.
Y vos ¿qué me aconsejais?
D. Juan.
Yo, Don Lope, de otra suerte
Os respondiera.
D. Lope.
Decid.
D. Juan.
Quien ya colgó los laureles
De Marte, y en blanda paz
Ciñe de palma las sienes,
¿Para qué otra vez, decidme,
Ha de limpiar los paveses
Tomados de orin y polvo
En que hora yacen y duermen?
Yo fuera justo que fuera,
A no estar por esta muerte
Retirado y escondido;
Y no es razon ofrecerme,
Porque á los ojos del Rey
Llega mal un delincuente.
Si esto me disculpa á mí,
Bastante disculpa tiene
Quien soldado fué soldado.
No os vais, amigo (y creedme),
Aunque un hombre os acobarde,
Y una mujer os aliente. (Vase.)
ESCENA VI
DON LOPE.
¡Válgame Dios! ¡quién pudiera
Aconsejarse prudente,
Si en la ocasion hay alguno
Que á sí mismo se aconseje!
¿Quién hiciera de sí otra
Mitad, con quien él pudiese
Descansar? Pero mal digo:
¿Quién hiciera cuerdamente
De sí mismo otra mitad,
Porque en partes diferentes,
Pudiera la voz quejarse
Sin que el pecho lo supiese?
¡Pudiera sentir el pecho
Sin que la voz lo dijese!
¡Pudiera yo, sin que yo
Llegara á oirme ni á verme,
Conmigo mismo culparme,
Y conmigo defenderme!
Porque unas veces cobarde,
Como atrevido otras veces,
Tengo vergüenza de mí.
¡Que tal diga! ¡que tal piense!
¡Que tenga el honor mil ojos
Para ver lo que le pese,
Mil oidos para oirlo,
Y una lengua solamente
Para quejarse de todo!
Fuera todo lenguas, fuese
Nada oidos, nada ojos,
Porque oprimido de verse
Guardado, no rompa el pecho,
Y como mina reviente.
Ahora bien, fuerza es quejarme;
Mas no sé por dónde empiece;
Que, como en guerra y en paz
Viví tan honrado siempre,
Para quejarme ofendido
No es mucho que no aprendiese
Razones; porque ninguno
Previno lo que no teme.
¿Osará decir la lengua
Qué tengo?... Lengua, detente,
No pronuncies, no articules
Mi afrenta; que si me ofendes,
Podrá ser que castigada,
Con mi vida ó con mi muerte,
Siendo ofensor y ofendido,
Yo me agravie y yo me vengue.
No digas que tengo celos...
—Ya lo dije, ya no puede
Volverse al pecho la voz.
¿Posible es que tal dijese
Sin que, desde el corazon
Al labio, consuma y queme
El pecho este aliento, esta
Respiracion fácil, este
Veneno infame, de todos
Tan distinto y diferente,
Que otros desde el labio al pecho
Hacer sus efectos suelen,
Y este desde el pecho al labio?
¿A qué áspid, á qué serpiente
Mató su propio veneno?
A mí ¡cielos! solamente,
Porque quiere mi dolor
Que él me mate y yo le engendre.
Celos tengo, ya lo dije.
¡Válgame Dios! ¿Quién es este
Caballero castellano,
Que á mis puertas, á mis redes
Y á mis umbrales clavado,
Estatua viva parece?
En la calle, en la visita,
En la iglesia atentamente
Es girasol de mi honor,
Bebiendo sus rayos siempre.
¡Válgame Dios! ¿Qué será
Darme Leonor fácilmente
Licencia para ausentarme,
Y con un semblante alegre,
No sólo darme licencia,
Sino decirme y hacerme
Discursos tales, que áun ellos
Me obligaran á que fuese,
Cuando yo no lo intentara?
Y ¿qué será, finalmente,
Decirme Don Juan de Silva
Que ni me vaya ni ausente?
¿En más razon no estuviera
Que aquí mudados viniesen
De mi amigo y de mi esposa
Consejos y pareceres?
¿No fuera mejor, si fuera
Que se mudaran las suertes,
Y que Don Juan me animase
Y Leonor me detuviese?
Sí, mejor fuera, mejor.
Pero ya que el cargo es este,
Hablemos en el descargo:
Vaya, que el honor no quiere
Por tan sutiles discursos
Condenar injustamente.
¿No puede ser que Leonor
Tales consejos me diese,
Por ser noble como es,
Varonil, sagaz, prudente,
Porque quedándome yo,
Mi opinion no padeciese?
Bien puede ser, pues que dice
Que da el consejo, y lo siente.
¿No puede ser que Don Juan,
Que me quedase dijese
Por parecerle que estaba
Excusado, y parecerle
Que es dar disgusto á Leonor?
Sí, puede ser. Y ¿no puede
Ser tambien que este galan
Mire á parte diferente?
Y apretando más el caso,
Cuando sirva, cuando espere,
Cuando mire, cuando quiera,
¿En qué me agravia ni ofende?
Leonor es quien es y yo
Soy quien soy, y nadie puede
Borrar fama tan segura
Ni opinion tan excelente.
Pero sí puede (¡ay de mí!);
Que al sol claro y limpio siempre,
Si una nube no le eclipsa,
Por lo ménos se le atreve;
Si no le mancha, le turba,
Y al fin, al fin le oscurece.
¿Hay, honor, más sutilezas
Que decirme y proponerme?
¿Más tormentos que me aflijan,
Más penas que me atormenten,
Más sospechas que me maten,
Más temores que me cerquen,
Más agravios que me ahoguen
Y más celos que me afrenten?
No. Pues no podrás matarme,
Si mayor poder no tienes;
Que yo sabré proceder
Callado, cuerdo, prudente,
Advertido, cuidadoso,
Solícito y asistente,
Hasta tocar la ocasion
De mi vida y de mi muerte:
Y en tanto que esta se llega,
¡Valedme, cielos, valedme! (Vase.)
Calle con puerta de casa de Don Lope.
ESCENA VII
SIRENA, con manto; MANRIQUE, tras ella.
Sirena.
(Ap.) Escaparme no he podido
De Manrique, para entrar
En casa; todo el lugar
Hoy siguiéndome ha venido.
¿Qué haré?
Manriq.
Tapada de azar,
Que mira, camina y calla,
Con el arte de batalla
Y el tallazo de picar;
La de entrecano picote,
Que con viento en popa vuelas,
Con el manto de tres suelas
Y chinelas de anascote,
Habla ó descúbrete, y sea
Desengaño tu fachada;
Porque callando y tapada,
Dice boba sobre fea.
Aunque en tu brío, confieso
Que indicio de todo das.
Sirena.
¿No dice más?
Manriq.
No sé más.
Sirena.
¿Y á cuántas ha dicho eso?
Manriq.
Antes soy muy recatado.
No he hablado, á fe de quien soy,
Sino cinco en todo hoy;
Que ya estoy muy reformado.
Sirena.
¡Gracias al cielo, que veo
Un hombre firme y constante!
Yo tampoco soy amante
De más que nueve.
Manriq.
Sí creo;
Y porque me creas á mí,
De todas mostrarte quiero
Un favor. Sea el primero (Sácalos.)
El moño que sale aquí.
Este moño pecador
Su papel un tiempo hizo,
Y de rizado y postizo
Fué mártir y confesor.
No es de aljófar lo ensartado;
Liendres son con que me alegro,
Que desde léjos mirado,
Parece un penacho negro
De blancas moscas nevado.
Aquesta sutil varilla
Es barba de la ballena,
Sacada de una cotilla,
Que fué entregar á mi pena
Lo mismo que una costilla.
Vara es de virtudes llena,
Que hace bueno el pecho y buena
La espalda más eminente;
Que ya todo talle miente
Por la barba de ballena.
La zapatilla que estás
Mirando ahora en mis manos,
Casa fué, donde sabrás
Que vivieron dos enanos
Sin encontrarse jamás.
Este es un guante, y no hay duda
De que, como ruiseñor,
Mucho tiempo estuvo en muda:
Pregúntaselo al olor:
Sebo de cabrito suda.
Esta cinta es de una dama
De gran porte; pero yo
No la quiero.
Sirena.
¿Por qué no?
Manriq.
Porque sé que ella me ama.
¿No es causa bastante?
Sirena.
Sí.
Manriq.
La que yo tengo de amar,
Me ha de mentir, engañar,
Y se ha de burlar de mí,
Dar celos cada momento,
Maltratarme, despedirme,
Y en efecto ha de pedirme,
Que es la cosa que más siento;
Porque si al fin es costumbre
En ellas, tengo por justo
Hacer desde luego gusto
Lo que ha de ser pesadumbre.
Sirena.
¿Y es hermosa esa señora?
Manriq.
No, pero es puerca.
Sirena.
En verdad
Que es muy buena calidad.
Manriq.
Arrope un ojo la llora,
Y otro aceite.
Sirena.
¿Es entendida?
Manriq.
Cuanto dice entiendo yo;
Mas cuanto la dicen, no,
Que es entendida, entendida.
Sirena.
Por muestra de que es verdad,
Que amarle á su gusto espero,
Este liston solo quiero.
Manriq.
De muy buena voluntad.
Sirena.
¡Ay triste de mí!
Manriq.
¿Qué ha sido?
Sirena.
Mi marido viene allí;
Váyase presto de aquí,
Que es un diablo mi marido.
Dé vuelta á la calle presto,
Que en tanto, señor, que él pasa,
Le esperaré en esta casa.
Manriq.
En buen sagrado te has puesto;
Que aquí vivo yo, y vendré
En estando asegurada. (Vase.)
Sirena.
A un bellaco, una taimada. (Vase.)
Sala en casa de Don Lope.
ESCENA VIII
SIRENA.
Bien dentro de casa entré
Sin que fuese conocida.
Lindamente le he engañado,
Aunque él más, pues me ha dejado
Tan afrentada y corrida.
¡Que dijera que era fea!
No importaba, aunque lo fuese,
Ni importaba que dijese
Que necia y que sucia sea;
Pero ¡aceite un ojo á mí,
Y otro arrope! No, por Dios.
Y áun si lloraran los dos
Una cosa, entónces sí
Que callara; ¿mas que tope
Un picarón, un taimado,
Que mis ojos han llorado
Uno aceite y otro arrope?
ESCENA IX
DOÑA LEONOR.—SIRENA.
D.ª Leon.
Sirena.
Sirena.
Señora mia.
D.ª Leon.
¡Cuánto tu ausencia me cuesta!
¿Hablástele?
Sirena.
Y la respuesta
En este papel te envía;
Y de palabra me dijo,
Que si él una vez te hablara,
Él se fuera y te dejara.
D.ª Leon.
Con mayor causa me aflijo.
¿Para qué el papel tomaste?
Sirena.
Para traerte el papel.
D.ª Leon.
(Ap.) ¡Ay, pensamiento cruel,
Qué fácil entrada hallaste
En mi pecho!
Sirena.
Pues ¿qué importa
Que le tomes y le leas?
D.ª Leon.
¿Eso es bien que de mí creas?
La voz, Sirena, reporta,
Con abrasarle y romperle.
(Ap. Entiéndeme, necia, y sea
Rogándome que le vea;
Que estoy muerta por leerle.)
Sirena.
¿Qué culpa tiene el papel
Que viene mandado aquí,
Señora, para que así
Vengues tu cólera en él?
D.ª Leon.
Pues si le tomo, verás
Que es sólo para rompelle.
Sirena.
Rómpele despues de lêlle.
D.ª Leon.
(Ap. Eso sí, ruégame más.)
Pesada estás, y por tí
Rompo la nema y le leo,
Por tí sola.
Sirena.
Ya lo veo.
Abrele pues.
D.ª Leon.
Dice así:
(Abre el papel Doña Leonor, y lee.)
«Leonor, si yo pudiera obedecerte,
Y pudiera olvidar, vivir pudiera:
Fuera contigo liberal, si fuera
Bastante yo conmigo á no quererte.
»Mi muerte injusta tu rigor me advierte,
Si mi vida en amarte persevera,
¡Pluguiera á Dios! y de una vez muriera
Quien de tantas no acierta con su muerte.
»¿Que te olvide pretendes? ¿Cómo puedo
Despreciado olvidar y aborrecido?
¿No ha de quejarse de dolor el labio?
»Quiéreme tú; que si obligado quedo,
Yo olvidaré despues, favorecido;
Que el bien puede olvidarse, no el agravio.»
Sirena.
¿Lloras, leyendo el papel?
Son, en fin, pasadas glorias.
D.ª Leon.
Lloro unas tristes memorias
Que vienen vivas en él.
Sirena.
Quien bien quiere tarde olvida.
D.ª Leon.
Como el que muerte me dió
Está presente, brotó
Reciente sangre la herida.
Este hombre ha de obligarme,
Con seguirme y ofenderme,
A matarme y á perderme
(Que áun fuera ménos matarme),
Si no se ausenta de aquí.
Sirena.
Pues tú lo puedes hacer.
D.ª Leon.
¿Cómo?
Sirena.
Oyéndole; que él dice
Que en oyéndole una vez,
Se ausentará de Lisboa.
D.ª Leon.
¿Cómo, Sirena, podré?
Que á trueco de que se vaya,
Imposibles sabré hacer.
¿Cómo vendrá?
Sirena.
Escucha atenta:
Ahora es al anochecer,
Que es la hora más segura,
Porque ni temprano es
Para que á un hombre conozcan,
Ni tarde para temer
Que la vecindad lo note.
De mi señor, ya tú ves
Que nunca viene á esta hora.
Don Luis, no dudo que esté
En la calle: podrá entrar
A esta sala, donde hableis
Los dos, y entónces podrás
Decirle tu parecer.
Óyele lo que dijere,
Y obre fortuna despues.
D.ª Leon.
Tan fácilmente lo dices,
Que no le dejas que hacer
Al temor, ni áun al honor
Que dudar ni que temer.
Vé ya por Don Luis. (Vase Sirena.)
ESCENA X
DOÑA LEONOR.
Amor,
Aunque en la ocasion esté,
Soy quien soy, vencerme puedo.
No es liviandad, honra es
La que á esta ocasion me puso:
Ella me ha de defender;
Que cuando ella me faltara,
Quedara yo, que tambien
Supiera darme la muerte,
Si no supiera vencer.—
Temblando estoy; cada paso
Que siento, pienso que es
Don Lope, y el viento mismo
Se me figura que es él.
¿Si me escucha? ¿si me oye?
¡Qué propio del miedo fué!
¡Que á tales riesgos se ponga
Una principal mujer!
ESCENA XI
SIRENA y DON LUIS.—DOÑA LEONOR.
Sirena.
Esta es Leonor.
D. Luis.
¡Ay de mí!
¡Cuantas veces esperé
Esta ocasion! Ya quisiera
No haberla llegado á ver.
D.ª Leon.
Ya, señor Don Luis, estais
En mi casa, ya teneis
La ocasion que habeis deseado.
Hablad aprisa, porqué
Os volvais; que temerosa
De mí misma, tengo al pié
Grillos de hielo, y el alma
De mi aliento puede hacer
Al corazon un cuchillo
Y á la garganta un cordel.
D. Luis.
Ya sabeis, Leonor hermosa,
(Si es que olvidado no habeis
pasados gustos, y ya
Ignorais lo que sabeis),
Que en Toledo, nuestra patria
(Perdonadme), os quise bien,
Desde que en la Vega os ví
Un dia al amanecer,
Que aumentado nuevas flores
Al campo hermoso, tal vez
Lo que las manos robaron,
Restituyeron los piés.
Ya sabeis...
D.ª Leon.
Esperad, yo
Seré más breve. Ya sé
Que muchos dias rondasteis
Mi calle, y á mi desden
Constante siempre, tuvisteis
Amor firme, y firme fe.
Hasta que os favorecí.
¿Qué no han llegado á vencer
Lágrimas de amor, que lloran
Los hombres que quieren bien?
Y favorecido ya,
Siendo tercera fïel
La noche (¿qué no consiguen
Una reja y un papel?),
Tratábamos de casarnos,
Cuando os hicieron merced
De una jineta, y fué fuerza
Iros á servir al Rey.
Fuisteis á Flándes...
D. Luis.
Si fuí
(Que aqueso yo lo diré),
Donde dimos un asalto,
Y murió valiente en él
Un Don Juan de Benavides,
Caballero aragones.
La equivocacion del nombre
Dió causa para entender
Que fuese yo el muerto: ¡cuánto
Una mentira se crê!
Llegó la nueva á Toledo...
D.ª Leon.
Eso diré yo más bien,
Que sin vida la sentí,
Y con la vida lloré;
Pero callo aquí, aunque aquí
Os pudiera encarecer
Los sentimientos que hice,
Las tristezas que pasé.
En efecto, persuasiones
De muchos pudieron ser
Bastantes á que en Toledo
Me casase por poder.
D. Luis.
Yo lo supe en el camino,
Y pensando deshacer
El casamiento, corrí
Hasta que os ví y os hablé,
Con equívocas razones,
En traje de mercader.
D.ª Leon.
Estaba casada ya;
Y pues os desengañé,
¿A qué habeis venido aquí?
D. Luis.
Solo he venido por ver
Si hay ocasion de quejarme;
Que si culpando tu fe
Descanso, iré luego á Flándes,
Donde una bala me dé,
Porque la pólvora cumpla
Lo que me ofreció otra vez.
Sirena.
Gente sube la escalera.
D.ª Leon.
¡Ay cielos! ¿qué puedo hacer?
Oscura está aquesta sala:
Que aquí te quedes es bien,
Porque á tí solo te hallen;
Y habiendo entrado quien es,
Podrás irte, no á Castilla;
Que ocasion habrá despues
Para acabar de quejarte.
Sirena.
Yo voy contigo tambien. (Vanse las dos.)
ESCENA XII
DON LUIS.
¿Qué confusion es esta,
Que á mi desdicha iguala?
Oscura está la sala,
Y la noche funesta
Ya de sombra cubierta
Baja. No sé la casa ni la puerta;
Que otra vez no he llegado
Aquí. ¡Forzosa pena!
Temerosa Sirena
Y Leonor, me han dejado
Confuso y sin sentido.
ESCENA XIII
DON JUAN, que andando á oscuras, encuentra con DON LUIS.
D. Juan.
¿A estas horas, no hubieran encendido
Una luz?—Mas ¿qué es esto?
¿Quién es? ¿No me responde?
D. Luis.
(Ap.) ¡Hallé puerta por donde
Salir!
D. Juan.
Responda presto.
O ya desenvainada,
Lengua de acero, lo dirá mi espada.
(Al entrarse Don Luis por la puerta que va al cuarto de Doña Leonor, alcanzado por Don Juan, saca la espada y la cruza con él, retirándose luégo.)
ESCENA XIV
DON LOPE y MANRIQUE.—DON JUAN.
D. Lope.
¡Ruido de cuchilladas,
Y oscuro el aposento!
D. Juan.
Aquí los pasos siento.
Manriq.
Voy por luz. (Vase.)
D. Lope.
¡Aquí espadas!
Ya es fuerza que me asombre.
D. Juan.
Ya le he dicho otra vez que diga el nombre.
D. Lope.
¿Quién mi nombre pregunta?
D. Juan.
Quien, porque hableis, sospecho
Que abrirá en vuestro pecho
Mil bocas con la punta
Deste acero.
ESCENA XV
DOÑA LEONOR, SIRENA y MANRIQUE.—DON LOPE, DON JUAN.
D.ª Leon.
(Dentro.)¡Luz, presto!
(Salen Doña Leonor y Sirena, y Manrique con luz.)
D. Lope.
¡Don Juan!
D. Juan.
¡Don Lope!
D.ª Leon.
¡Ay cielos!
D. Lope.
¿Pues qué es esto?
D. Juan.
En esta cuadra entraba,
Cuando un hombre salía.
D.ª Leon.
Algun hombre sería,
Que robarla intentaba.
D. Lope.
¡Hombre!
D. Juan.
Sí, y preguntando
Quién era, la respuesta dió callando.
D. Lope.
(Ap. Disimular conviene,
No crea que yo puedo
Tener tan bajo miedo,
Que mi valor condene.)
¡Bueno fuera, á fe mia,
Mataros! Yo era el mismo que salia;
Que (tan desconocida
La voz) viendo que un hombre
Me preguntaba el nombre
En mi casa, ofendida
La paciencia y turbada,
Callando doy respuesta con la espada.
Sirena.
¡Por cuánto aquí se viera
Un infeliz suceso!
D. Juan.
¿Cómo puede ser eso,
Si el que yo digo que era
Dentro está, cosa es cierta,
Pues no pudo salir por esta puerta,
Que vos entrasteis?
D. Lope.
Digo
Que era yo.
D. Juan.
Es cosa extraña.
D. Lope.
(Ap. ¡Oh cuánto á un hombre daña
Un ignorante amigo!
¡Que no puedan los cuerdos, los más sabios
Celar de un necio amigo los agravios!)
Pues si por cosa cierta
Teneis que dentro ha entrado,
Fuerte y determinado
Guardadme aquella puerta,
En tanto, si eso pasa,
Que yo examino toda aquesta casa.
D. Juan.
Pues no saldrá por ella.
Mirar seguro puedes.
D. Lope.
Mira que en ella quedes,
Y no te apartes della.—
(Vase Don Juan.)
(Ap. Hoy seré cuerdamente,
Si es que ofendido soy, el más prudente,
Y en la venganza mia
Tendrá ejemplos el mundo,
Porque en callar la fundo.)
Ea, Manrique, guia
Con esa luz.
Manriq.
No oso,
Que yo de duendes soy poco goloso.
(Quiere Don Lope entrar en un aposento, y detiénele Doña Leonor.)
D.ª Leon.
No entreis, señor, aquí: yo soy testigo
Que aseguraros este cuarto puedo.
D. Lope.
(A Manrique.) Pues ¿de qué tienes miedo?
Manriq.
De todo.
D. Lope.
(A D.ª Leonor.) Suelta, digo.—(A Manrique.)
Y tú véte de aquí... (Ap. Que ántes es dicha
Que falte otro testigo á mi desdicha.)
(Toma la luz y éntrase, y Manrique se va por otra puerta.)
ESCENA XVI
DOÑA LEONOR, SIRENA.
D.ª Leon.
¡Ay Sirena! ¿qué suerte
Es esta tan airada?
Estoy, desesperada,
Por darme aquí la muerte;
Pues ya es fuerza que tope
A Don Luis escondido ¡ay Dios! Don Lope.
El pensó que salia
Por la puerta que entraba
A mi cuarto; allí estaba.
¿Mas por qué mi porfia
Duda lo que ha pasado?
Ya le ha visto Don Lope, ya le ha hablado.
¿Qué haré? Irme no puedo;
Porque en desdichas tantas,
Oprimidas las plantas,
Cadenas pone el miedo
De cobardes prisiones.
Toda soy confusion de confusiones.
ESCENA XVII
DON LUIS, que sale con la espada desnuda y embozado, y tras él DON LOPE, con la espada desnuda y luz.—DOÑA LEONOR, SIRENA.
D. Lope.
No os encubrais, caballero.
D. Luis.
Detened, señor, la espada;
Que en la sangre de un rendido
Más que se ilustra se mancha.
Yo soy de Castilla, donde
Por los celos de una dama,
Di á un caballero la muerte
Cuerpo á cuerpo en la campaña.
Vine á ampararme á Lisboa,
Donde estoy por esta causa
De Castilla desterrado.
He sabido esta mañana
Que aquí un hermano del muerto
Cautelosamente anda
Encubierto, por vengarse
Con traicion y con ventaja.
Con este cuidado, pues,
Por esta calle pasaba,
Cuando tres hombres me embisten
A las puertas desta casa.
Viendo que (aunque el corazon
Algunas veces engaña)
Era imposible defensa
Contra tres de mano armada,
Subíme por la escalera;
Y ellos, ó por ver que estaba
En sagrado, ó por no hacer
Tan dudosa la venganza,
No me siguieron, y estuve
En esa primera sala
Esperando á que se fuesen,
Y sintiendo sosegada
La calle, bajarme quise;
Pero al salir de la cuadra,
Hallé un hombre que me dijo:
«¿Quién va?» Yo, que imaginaba
Que eran mis propios contrarios,
No le respondo palabra.
De una sala en otra, entré
Hasta aquí. Esta es la causa
De haberme hallado, señor,
Escondido en vuestra casa.
Ahora dadme la muerte;
Que como yo dicho haya
La verdad, y no padezca
Alguna virtud sin causa,
Moriré alegre, rindiendo
El sér, la vida y el alma
A un honrado sentimiento,
Y no á una infame venganza.
D. Lope.
(Ap. ¿Pueden juntarse en un hombre
Confusiones más extrañas?
¿Tantos asombros y miedos,
Penas y desdichas tantas?
Si en la calle este hombre ¡cielos!
Tantos pesares me daba,
¿Qué vendrá á darme escondido
Dentro de mi misma casa?
Basta, basta, pensamiento;
Sufrimiento, basta, basta,
Que verdad puede ser todo;
Y cuando no, aquí no hay causa
Para mayores extremos:
Sufre, disimula y calla.)
Caballero castellano,
Yo me alegro de que haya
Sido contra una traicion
Sagrado vuestro mi casa.
En ella, á ser hoy soltero,
Os sirviera y hospedara;
Porque un caballero debe
Amparar nobles desgracias.
Lo que podré hacer por vos,
Será acudiros en cuantas
Ocasiones se os ofrezcan,
Porque á ese lado mi espada,
Contra tres mil, no os suceda
Otra vez volver la espalda.
Y ahora, porque salgais
Más secreto de mi casa,
Podreis salir del jardin
Por aquella puerta falsa...
Yo la abriré... y tambien hago
Prevencion tan recatada,
Porque criados, que al fin
Son enemigos de casa,
No cuenten que os hallé en ella,
Y sea fuerza que vaya
A todos satisfaciendo
De cuál ha sido la causa.
Porque aunque es cierto que nadie
Dude una verdad tan clara,
Y yo de mí mismo tengo
La satisfaccion que basta,
¿Quién de una malicia huye?
¿Quién de una sospecha escapa?
¿Quién de una lengua se libra?
¿Quién de una intencion se guarda?
Y si llegara á creer...
¿Qué es á creer? si llegara
A imaginar, á pensar
Que álguien pudo poner mancha
En mi honor... ¿qué es mi honor?
En mi opinion y en mi fama,
Y en la voz tan solamente
De una criada, una esclava,
No tuviera, ¡vive Dios!
Vida que no le quitara,
Sangre que no le vertiera,
Almas que no le sacara;
Y éstas rompiera despues,
A ser visibles las almas.
Venid, iréos alumbrando
Hasta que salgais.
D. Luis.
(Ap.)Helada
Tengo la voz en el pecho.
¡Qué portuguesa arrogancia! (Vanse los dos.)
ESCENA XVIII
DOÑA LEONOR, SIRENA; despues DON LOPE.
D.ª Leon.
Aun mejor ha sucedido,
Sirena, que yo pensaba.
Sola una vez vino el mal
Menor que el que se esperaba.
Ya puedo hablar, y ya puedo
Mover las heladas plantas.
¡Ay, Sirena, en qué me ví!
Vuelva á respirar el alma.
(Vuelve Don Lope.)
D. Lope.
Leonor.
D.ª Leon.
Señor, ¿pues qué intentas?
¿Ya no supiste la causa
Con que él entró? Ya supiste
Que yo no he sido culpada.
D. Lope.
¿Tal pudiera imaginar
Quien te estima y quien te ama?
No, Leonor; sólo te digo
Que ya que aquí se declara
Con nosotros...
D.ª Leon.
¿Ya él no dijo
Que aquí de Castilla estaba
Ausente por una muerte?
Pues yo, señor, no sé nada.
D. Lope.
No te disculpes, Leonor.
Mira... mira que me matas.
Tú, Leonor, ¿pues de qué habias
De saberlo? Pero basta
Que él se fie de nosotros,
Para que de aquí no salga.
Y tú, Sirena, no digas
Lo que entre los tres nos pasa
A ninguno, ni á Don Juan.
ESCENA XIX
DON JUAN.—Dichos.
D. Juan.
(Ap.) Tanto Don Lope se tarda,
Que me ha dado algun cuidado.
D. Lope.
¡Por Dios, Don Juan, linda gracia
Es hacerme andar así
Mirando toda la casa,
Siendo cierto que fuí yo!
Tomad otro poco el hacha,
Y andadla vos.
D. Juan.
¿Para qué,
Si ya aquí me desengaña
El saber que fuisteis vos?
Ya conozco mi ignorancia.
D. Lope.
Con todo habemos los dos
Segunda vez de mirarla.
D.ª Leon.
(Ap.) ¡Qué prudencia tan notable!
D. Juan.
(Ap.) ¡Qué valor y qué arrogancia!
Sirena.
(Ap.) ¡Qué temor!
D. Lope.
(Ap.)Desta manera,
El que de vengarse trata,
Hasta mejor ocasion,
Sufre, disimula y calla.
JORNADA TERCERA
Atrio de un palacio del Rey en Lisboa.
ESCENA PRIMERA
DON JUAN, MANRIQUE.
D. Juan.
¿Dónde está Don Lope?
Manriq.
Cuando
Entró en palacio, yo aquí
Me quedé.
D. Juan.
Búscale, y dí
Que yo le estoy esperando.
(Vase Manrique.)
ESCENA II
DON JUAN.
Quedaréme imaginando
A solas, sin mí y conmigo,
El dudoso fin que sigo,
Y la obligacion que tiene
Quien á hacer discursos viene
En la opinion de un amigo.
Yo de Don Lope lo soy
Tanto, que no ha celebrado
Amigo más obligado
La antigüedad hasta hoy.
Huésped en su casa estoy,
Su hacienda gasto, y es mia,
Su vida y alma me fia:
¿Pues cómo ¡cielos! podré
Ser ingrato á tanta fe,
Amistad y cortesía?
¿Podré yo ver y callar
Que su limpio honor padezca,
Sin que mi vida le ofrezca
Para ayudarle á vengar?
¿Podré yo ver murmurar
Que este castellano adore
A Leonor, que la enamore,
Y le dé lugar Leonor,
Y padeciendo su honor,
Yo lo sepa y él lo ignore?
No podré; pues si él quedara
Satisfecho, siendo mia
La venganza, en este dia
Al castellano matara.
A él sin él yo le vengara,
Prudente, advertido y sabio;
Mas de la intencion del labio
Satisfaccion no se alcanza,
Si el brazo de la venganza
No es del cuerpo del agravio.
Yo á Don Lope le diré
Clara y descubiertamente
Que no hable al Rey ni se ausente.
Mas si me dice por qué,
¿Cómo le responderé
La causa? Duda mayor
Es esta; que al que el valor
Eterno honor le previene,
Quien dice que no le tiene
Es quien le quita el honor.
¿Qué debe hacer un amigo
En tal caso, pues entiendo
Que si le callo, le ofendo
Y le ofendo si lo digo,
Oféndole si castigo
Su agravio? Yo fuí su espejo:
¿Por qué bien no le aconsejo?—
Mas él mismo viene allí.
No ha de quejarse de mí.
Él me ha de dar el consejo.
ESCENA III
DON LOPE, MANRIQUE.—DON JUAN.
D. Lope.
Vuélvete, Manrique, y dí
Que luégo á la quinta voy;
Que esperando á hablar estoy
Al Rey.
Manriq.
Don Juan está allí,
Y viene á hablarte. (Vase.)
D. Lope.
(Ap.¡Ay de mí!
¿Qué puede haber sucedido?
¿A qué puede haber venido?)
Don Juan, ¿pues qué hay por acá?—
(Ap. ¡Oh, cómo un cobarde está
Siempre á su temor rendido!)
D. Juan.
Don Lope, amigo, yo vengo
(Si estamos solos los dos)
A aconsejarme con vos
En una duda que tengo.
D. Lope.
(Ap. Ya para oir me prevengo
Alguna desdicha mia.)
Decid.
D. Juan.
Un caso me envía
Un amigo á preguntar,
Y quiérole consultar
Con vos.
D. Lope.
¿Y es?
D. Juan.
Jugando un dia
Dos hidalgos, se ofreció
Una duda, en caso tal
Forzosa, sobre la cual
Uno á otro desmintió.
Con las voces, no lo oyó
Entónces el desmentido;
Un amigo lo ha sabido,
Y que se murmura dél;
Y por serlo tan fiel,
Esta duda se ha ofrecido.
¿Si éste tendrá obligacion
De decirlo claramente
Al otro, que está inocente;
O si dejar es razon
Que padezca su opinion,
Pues él no basta á vengalle?
Si lo calla es agravialle,
Y si lo dice es error
De amigo. ¿Cuál es mejor,
Que lo diga, ó que lo calle?
D. Lope.
Dejadme pensar un poco.
(Ap. Honor, mucho te adelantas;
Que una duda sobre tantas
Bastará á volverme loco.
En otro sujeto toco
Lo que ha pasado por mí.
Don Juan pregunta por sí:
Luego alguna cosa vió.
¿Haré que la diga? no;
Pero que la calle, sí.)
Don Juan, yo he considerado,
Si es que mi voto he de dar,
Que no puede un hombre estar
Ignorante y agraviado.
Aquel que ha disimulado
Su ofensa por no vengalla,
Es quien culpado se halla;
Porque en un caso tan grave,
No yerra el que no lo sabe,
Sino el que lo sabe y calla.
Y yo de mí sé decir
Que si un amigo cual vos
(Siendo quien somos los dos)
Tal me llegara á decir,
Tal pudiera presumir
De mí, tal imaginara,
El primero en quien vengara
Mi desdicha, fuera en él;
Porque es cosa muy cruel
Para dicha cara á cara.
Y no sé que en tal rigor
Haya razon que no asombre,
Y que se le pueda á un hombre
Decir: «No teneis honor.»
¡Darme el amigo mayor
El mayor pesar!—Testigo
En Dios (otra vez lo digo),
Que si yo me lo dijera,
A mí la muerte me diera,
Y soy mi mayor amigo.
D. Juan.
Ya quedo ahora de vos
Enseñado. Eso diré,
Y á este amigo avisaré
Que calle. Quedad con Dios. (Vase.)
ESCENA IV
DON LOPE.
¿Quién duda que entre los dos
Pasa el caso que ponia
En tercero, y que sabía
Que Leonor matarme intenta?
—Pues el que supo mi afrenta,
Sabrá la venganza mia.
Y el mundo la ha de saber.
Basta, honor: no hay que esperar;
Que quien llega á sospechar,
No ha de llegar á creer,
Ni esperar á suceder
El mal; y pues su mudanza
Logra tan baja esperanza,
Volveré donde contemplo
Que dé su traicion ejemplo,
Y escarmiento mi venganza.
ESCENA V
EL REY, ACOMPAÑAMIENTO.—DON LOPE.
Rey.
Aunque en la quinta, que del Rey la llama
El vulgo, aquesta noche duerma, digo
Que no me he de quedar hoy en Lisboa.
Esté la gente toda prevenida,
Que desde allí saldrá la más lucida
A competir con plumas y colores
Del sol los rayos, del Abril las flores.
D. Lope.
(Ap. Cobarde al Rey me llego;
Que esta pena, esta rabia y este fuego
Tan cobarde me tiene, que sospecho,
Con vergüenza, dolor y cobardía,
Que todos saben la desdicha mia.)
Dáme tus piés; será feliz mi boca,
Si con su aliento esas esferas toca.
Rey.
¡Ah Don Lope de Almeida! Si tuviera
En Africa esa espada, yo venciera
La morisca arrogante bizarría.
D. Lope.
¿Pues pudiera quedar la espada mia
En la paz, en la vaina que se os muestra,
Cuando vos, gran señor, sacais la vuestra?
Con vos voy á morir. ¿Qué causa hubiera
Que en Portugal, señor, me detuviera
En aquesta ocasion?
Rey.
¿No estais casado?
D. Lope.
Sí, señor; mas no el serlo me ha estorbado
El ser quien soy; porque ántes hoy me llama
Tener mayor honor á mayor fama.
Rey.
¿Cómo, recien casada,
Quedará vuestra esposa?
D. Lope.
Muy honrada
En ver que os ha ofrecido
A esta empresa un soldado en su marido;
Que es noble, es varonil, y más sintiera
Que á vuestro lado, gran señor, no fuera;
Pues si ántes por mi fama os acudia,
Ahora por la suya y por la mia.
Y no es inconveniente á mi deseo
El ausentarme della.
Rey.
Así lo creo;
Que yo lo dije porque no era justo
Descasaros tan presto, y desto gusto;
Que en vuestra casa, aunque la empresa es alta,
Podreis hacer, Don Lope, mayor falta.
(Vase el Rey y acompañamiento.)
ESCENA VI
DON LOPE.
¡Válgame el cielo! ¿qué es esto
Por que pasan mis sentidos?
Alma, ¿qué habeis escuchado?
Ojos, ¿qué es lo que habeis visto?
¿Tan pública es ya mi afrenta,
Que ha llegado á los oidos
Del Rey? ¿Qué mucho, si es fuerza
Ser los postreros los mios?
¿Hay hombre más infelice?
¿No fuera mejor castigo
¡Cielos! desatar un rayo,
Que con mortal precipicio
Me abrasara, viendo ántes
El incendio que el aviso,
Que la palabra del Rey,
Que grave y severo dijo
Que yo haré falta en mi casa?
¿Pero qué rayo más vivo,
Si fénix de las desdichas,
Fuí ceniza de mí mismo?
Cayeran sobre mis hombros
Esos montes y obeliscos
De hiedra, fueran sepulcros
Que me sepultaran vivo.
Ménos peso fueran, ménos,
Que esta afrenta en que he caido,
A cuya gran pesadumbre
Ya desmayado me rindo.
¡Ay honor, mucho me debes!
Júntate á cuentas conmigo.
¿Qué quejas tienes de mí?
¿En qué, dime, te he ofendido?
Al heredado valor,
¿No he juntado el adquirido,
Haciendo la vida en mí
Desprecio al mayor peligro?
¿Yo, por no ponerte á riesgo,
Toda mi vida no he sido
Con el humilde, cortés,
Con el caballero, amigo,
Con el pobre, liberal,
Con el soldado, bienquisto?
Casado (¡ay de mí!), casado,
¿En qué he faltado? ¿en qué he sido
Culpado? ¿No hice eleccion
De noble sangre, de antiguo
Valor? Y ahora á mi esposa,
¿No la quiero? ¿no la estimo?
Pues si yo en nada he faltado,
Si en mis costumbres no ha habido
Acciones que te ocasionen,
Con ignorancia ó con vicio,
¿Por qué me afrentas? ¿por qué?
¿En qué tribunal se ha visto
Condenar al inocente?
¿Sentencias hay sin delito?
¿Informaciones sin cargo?
Y sin culpas ¿hay castigo?
¡Oh locas leyes del mundo!
¡Que un hombre, que por sí hizo
Cuanto pudo para honrado,
No sepa si está ofendido!
¡Que de ajena causa ahora
Venga el efecto á ser mio
Para el mal, no para el bien,
Pues nunca el mundo ha tenido
Por las virtudes de aquél
A éste en más! ¿Pues por qué (digo
Otra vez) han de tener
A éste en ménos, por los vicios
De aquélla que fácilmente
Rindió alcázar tan altivo
A las fáciles lisonjas
De su liviano apetito?
¿Quién puso el honor en vaso
Que es tan frágil? ¿Y quién hizo
Experiencias en redoma,
No habiendo experiencia en vidrio?
Pero acortemos discursos;
Porque será un ofendido
Culpar las costumbres necias,
Proceder en infinito.
Yo no basto á reducirlas,
(Con tal condicion nacimos)
Yo vivo para vengarlas
No para enmendarlas vivo,
Iré con el Rey, y luégo
Volviéndome del camino
(Que ocasion habrá), tambien
La tendré para el castigo.
La más pública venganza
Será, que el mundo haya visto.
Sabrá el Rey, sabrá D. Juan,
Sabrá el mundo, y áun los siglos
Futuros ¡cielos! quién es
Un portugués ofendido. (Vase.)
Orillas del mar.
ESCENA VII
Óyese ruido de cuchilladas, y sale DON JUAN riñendo con unos SOLDADOS; despues DON LOPE.
D. Juan.
Cobardes, el satisfecho
Soy yo, que no el desmentido.
Un sold.
Huye, que es rayo su espada.
(Entranse Don Juan y sus contrarios.)
D. Lope.
(Dentro.) ¿No es Don Juan aquel que miro?
A vuestro lado me hallais. (Sale.)
Otro.
(Dentro.) ¡Muerto soy!
D. Juan
(Volviendo.)Si estais conmigo,
Poco fuera el mundo.
D. Lope.
Ya
Huyeron. Decid qué ha sido,
Si la ocasion que teneis
No nos obliga á seguirlos.
D. Juan.
¡Ay Don Lope, muerto estoy!
Hoy nuevamente recibo
La afrenta, que en la venganza
Pensé que estaba en su olvido.
Mas ¡ay de mí! ha sido engaño,
Porque bastante no ha sido
La venganza á sepultar
Un agravio recibido.
Cuando me aparté de vos,
Llegué hasta este propio sitio
Que bate el mar, con el fin
Que vos propio habeis venido,
Que es de volver á la quinta
Adonde habeis reducido
Vuestra casa, previniendo
Vuestra ausencia. Divertido
Llegué pues, y en esta parte
Estaban en un corrillo
Unos hombres, y al pasar
El uno á los otros dijo:
«Aqueste es Don Juan de Silva.»
Yo, oyendo mi nombre mismo,
Que es lo que se oye más fácil,
Apliqué entrambos oidos.
Otro preguntó: «¿Y quién es
Este Don Juan?—¿No has oido
(Le respondió) su suceso?
Pues este fué desmentido
De Manuel de Sosa.»—Yo,
Que ya no pude sufrirlo,
Saco la espada, y á un tiempo
Tales razones le digo:
«Yo soy aquel que maté
A Don Manuel, mi enemigo,
Tan presto, que de mi agravio
La última razon no dijo.
Yo soy el desagraviado,
Que no soy el desmentido;
Pues con su sangre quedó
Lavado mi honor y limpio.»
Dije, y cerrando con todos,
Siguiéndolos he venido
Hasta aquí, porque me huyeron
Luego; que es usado estilo
Ser cobarde el maldiciente;
Y así ninguno se ha visto
Valiente, que todos hacen
A las espaldas su oficio.
Esta es mi pena, Don Lope,
Y ¡vive Dios! que atrevido,
Que loco y desesperado,
De aquí no me precipito
Al mar, ó con esta espada
Mi propia vida me quito,
Porque me mate el dolor.
«¡Este es aquel desmentido,»
Dijo, no «aquel satisfecho!»
¿Quién en el mundo previno
Su desdicha? ¿No hizo harto
Aquel que la satisfizo?
¿Aquel que puso su vida
Desesperado al peligro,
Por quedar muerto y honrado
Antes que afrentado y vivo?
Mas no es así; que mil veces,
Por vengarse uno atrevido,
Por satisfacerse honrado
Publicó su agravio mismo,
Porque dijo la venganza
Lo que la ofensa no dijo. (Vase.)
ESCENA VIII
DON LOPE.
«Porque dijo la venganza
Lo que la ofensa no dijo.»
Luego si me vengo yo
De aquella que me ofendió,
La publico: claro está
Que la venganza dirá
Lo que la desdicha no.
Y despues de haber vengado
Mis ofensas atrevido,
El vulgo dirá engañado:
«Este es aquel ofendido,»
Y no «aquel desagraviado.»
Y cuando la mano mia
Se bañe en sangre este dia,
Ella mi agravio dirá,
Pues la venganza sabrá
Quien la ofensa no sabía.
Pues ya no quiero buscalla
(¡Ay cielos!) públicamente,
Sino encubrilla y celalla;
Que un ofendido prudente
Sufre, disimula y calla.
Que del secreto colijo
Más honra, más alabanza.
Callando mi intento rijo,
Porque dijo la venganza
Lo que el agravio no dijo.
Pues de Don Juan, que atrevido
Su honor ha restituido,
No dijo el otro soldado:
«Este es el desagraviado,»
Sino: «este es el desmentido.»
Pues tal mi venganza sea,
Obrando discreto y sabio,
Que apénas el sol la vea,
Porque el que creyó mi agravio,
Me bastará que la crea.
Y hasta que pueda logralla
Con más secreta ocasion,
Ofendido corazon,
Sufre, disimula y calla.—
¡Barquero!
ESCENA IX
Un BARQUERO.—DON LOPE.
Barq.
Señor.
D. Lope.
¿No tienes
Un barco aprestado?
Barq.
Sí,
No faltará para tí,
Aunque en una ocasion vienes,
Que siguiendo á Sebastian,
Nuestro rey, que el cielo guarde,
Hasta su quinta esta tarde
Los barcos vienen y van.
D. Lope.
Pues prevenle, porque tengo
De ir hasta mi quinta yo.
Barq.
¿Ha de ser luégo?
D. Lope.
¿Pues no?
Barq.
Al momento le prevengo. (Vase.)
ESCENA X
DON LUIS, que sale leyendo un papel.—DON LOPE.
D. Luis.
(Para sí.) Otra vez quiero leer
Letras de mi vida jueces;
Porque ya es placer dos veces
El repetido placer.
(Lee.) «Esta noche va el Rey á la quinta: entre la gente podeis venir disimulado,[p. 194] donde habrá ocasion para que acabemos, vos de quejaros, y yo de disculparme.—Dios os guarde.—Leonor.»
¡Que no haya un barco en que pueda
Pasar! ¡Oh suerte importuna!
¡Plegue á Dios que la fortuna
Nunca un gusto me conceda!
D. Lope.
(Ap.) Leyendo viene un papel
Quien mi venganza previene,
¿Y quién dudará que viene
Leyendo mi afrenta en él?
¡Qué cobarde es el honor!
Nada escucho, nada veo
Que ser mi pena no creo.
D. Luis.
(Ap.) Don Lope es este.
D. Lope.
(Ap.Rigor,
Disimulemos, y dando
Rienda á toda la pasion,
Esperemos ocasion
Sufriendo y disimulando;
Y pues la serpiente halaga
Con pecho de ofensas lleno,
Yo, hasta verter mi veneno,
Es bien que lo mismo haga.)
En muy poco, caballero,
Mi ofrecimiento estimais,
Pues que nada me mandais,
Cuando serviros espero.
Yo quedé tan obligado
De vuestra gran cortesía,
Discrecion y valentía,
Que en Lisboa os he buscado
Para que á vuestro valor
Servir mi espada pudiera,
Cuando otra vez pretendiera
Vengarse el competidor,
Que aquí os busca aventajado,
Y tanto, que desta suerte
Pretende daros la muerte
Cuando esteis más descuidado.
D. Luis.
Yo, señor Don Lope, estimo
Merced que pagar espero;
Mas hoy, como forastero,
A pediros no me animo
Que en esta ocasion me honreis,
Por no empeñaros, señor,
Con ese competidor
De quien vos me defendeis:
Fuera de que ya los dos
Que estamos amigos creo;
Pues ya le hablo y le veo
Del modo que estoy con vos.
D. Lope.
Créolo; pero mirad
Vuestro riesgo con cuidado;
Que amistad de hombre agraviado
No es muy segura amistad.
D. Luis.
Yo, al contrario, siento y digo
Cuando su amistad procuro,
¿De quién no estaré seguro,
Si lo estoy de mi enemigo?
D. Lope.
Aunque argüiros podia
Con razon ó sin razon,
Seguid vos vuestra opinion,
Que yo seguiré la mia.
Y decidme, ¿qué buscais
Por aquí?
D. Luis.
Un barco quisiera;
En que hasta la quinta fuera
Del Rey.
D. Lope.
A tiempo llegais:
Que os podré servir creed,
Que ya le tengo fletado.
D. Luis.
Ocasion la gente ha dado
A recibir tal merced,
Que siendo tanta, no ha habido
En qué pasar; y yo quiero
Ver faccion que considero
Que otra vez no ha sucedido.
D. Lope.
Pues conmigo ireis. (Ap. Llegó
La ocasion de mi venganza.)
D. Luis.
(Ap.) ¿Cuál hombre en el mundo alcanza
Mayor ventura que yo?
D. Lope.
(Ap.) A mis manos ha venido,
Y en ellas ha de morir.
D. Luis.
(Ap.) ¡Que me viniese á servir
De tercero su marido!
ESCENA XI
EL BARQUERO.—DON LOPE, DON LUIS.
Barq.
Ya el barco ha llegado.
D. Lope.
(Al Barquero.)Entrad
Vos en el barco primero,
Porque yo á un criado espero.
Pero no, vos le esperad,
Pues conoceis al criado;
Que al barco nos vamos ya.
Barq.
No entreis en él, porque está
Solo y á una cuerda atado,
Que no estará muy segura.
D. Lope.
Buscad al criado vos,
Que allí esperamos los dos.
D. Luis
(Ap.) ¿Quién ha visto igual ventura?
Él me lleva desta suerte
Adonde á su honor me atrevo.
D. Lope.
(Ap.) Yo desta suerte le llevo
Donde le daré la muerte. (Vanse los dos.)
Barq.
El criado no vendrá
En mil horas, segun creo.
Mas ¿qué es aquello que veo?
¡Desasido el barco está,
Rompida la cuerda! Dios
Solo los puede librar;
Que sin duda que en el mar
Tendrán sepulcro los dos. (Vase.)
Otro punto de la playa á vista de la quinta de Don Lope.
ESCENA XII
MANRIQUE, SIRENA.
Manriq.
Sirena, cuyo mirar
Suspende, enamora, encanta,
¿Vienes acaso á escuchar
A su orilla cómo canta
La sirena de la mar?
Oye un soneto oportuno,
Heroico, grave y discreto:
No te parezca importuno,
Porque este es el un soneto
De los mil y ciento y uno.
(Saca Manrique un papel y lee.)
«Cinta verde, que en término sucinta,
Su cinta pudo hacerte aquel Dios tinto
En sangre, que gobierna el globo quinto,
Para que Vénus estuviese en cinta:
»La primavera tus colores pinta,
Por quien yo traigo en este laberinto,
Tamaño como pasa de Corinto,
El corazon, más negro que la tinta.
»Hoy tu esperanza á mi temor se junte,
Porque en su verde y amarillo tinte
Amor flemas y cóleras barrunte;
»Que como á mí de su color me pinte,
No podrá hacer, aunque en arpon me apunte,
Que mi esperanza no se encaraminte.»
Sirena.
¡Qué lindo soneto has hecho!
Pero enseña á ver si es verde
La cinta.
Manriq.
(Ap.En bien se me acuerde
Lo que la cinta se ha hecho.
¡Ah! sí.) Estaba cierto dia
Junto al Tajo, en su frescura
Contemplando tu hermosura,
Sirena, y la dicha mia.
Saqué aquella cinta bella
Para aliviar mi esperanza,
Y culpando tu mudanza,
Empecé á llorar con ella.
Besábala con placer,
Y un águila que me vió
Llegarla al labio, pensó
Que era cosa de comer.
Bajó de una piedra viva,
Y con gran resolucion
Arrebatóme el liston,
Y volvió á subir arriba.
Yo, aunque con gran ligereza
Subir á su nido quiero,
No pude hallar un caldero
Que ponerme en la cabeza.
Con esta ocasion se pierde
De tu liston la memoria.
Esta es, Sirena, la historia
Llamada la cinta verde.
Sirena.
Pues óyeme lo que á mí
Despues acá me pasó.
Estando en el campo yo,
Volar un águila ví,
Que era la misma; pues viendo
No ser cosa de comer,
La cinta dejó caer
Junto á mí; y yo, acudiendo
A ver lo que habia caido,
Hallé entre las flores puesta
La cinta: mira si es esta.
Manriq.
¡Notable suceso ha sido!
Sirena.
Más notable será ahora
La venganza.
Manriq.
Mejor es
Dejarlo para despues,
Que sale al campo señora. (Vase.)
ESCENA XIII
DOÑA LEONOR.—SIRENA.
D.ª Leon.
Sirena.
Sirena.
Señora.
D.ª Leon.
Mucha
Es mi tristeza.
Sirena.
¿Pues no
Sabré qué es la causa yo?
D.ª Leon.
Ya la sabes; pero escucha.
Desde la noche triste
Que en tantas confusiones, abrasada
Troya á mi casa viste,
Quedando yo de todos disculpada,
Don Juan más engañado,
Libre Don Luis, Don Lope asegurado;
Despues que por la ausencia
Que quiere hacer, en esta hermosa quinta
Adonde la excelencia
De la naturaleza borda y pinta
Campaña y monte altivo,
Más estimada de Don Lope vivo;
Perdí, Sirena, el miedo
Que á mi propio respeto le tenía;
Pues si escaparme puedo
De lance tan forzoso, la osadía
Ya sin freno me alienta;
Que peligro pasado no escarmienta.
A aquesto se ha llegado
Ver á Don Lope más amante ahora;
Porque desengañado,
Si algo temió, su desengaño adora,
Y en amor le convierte.
¡Oh cuántos han amado desta suerte!
¡Oh cuántos han querido,
Recibiendo por gracia los agravios!
Deste error no han podido
Librarse los más doctos, los más sabios;
Que la mujer más cuerda,
De haber amado, amada no se acuerda.
Cuando Don Luis me amaba,
Pareció que á Don Luis aborrecia;
Cuando sin culpa estaba,
Pareció que temia;
Y ya (¡qué loco extremo!)
Ni amo querida, ni culpada temo;
Antes amo olvidada y ofendida,
Antes me atrevo, cuando estoy culpada,
Y pues para mi vida
Hoy sigue al Rey Don Lope en la jornada,
Escribo que Don Luis á verme venga,
Y tenga fin mi amor, porque él le tenga.
ESCENA XIV
DON JUAN.—Dichas.
D. Juan.
(Ap.) ¡No sé cómo el corazon
Tan grandes rigores sufre,
Sin que se rinda á los golpes
De una y otra pesadumbre!
D.ª Leon.
Señor Don Juan, ¿pues no viene
Con vos Don Lope?
D. Juan.
No pude
Esperarle, aunque él me dijo
Que ántes que en el mar sepulte
El sol sus rayos, vendrá.
D.ª Leon.
¿Cómo puede, si ya cubren
Al mundo pálidas sombras,
Y al cielo lóbregas nubes?
D. Juan.
A mí me tuvo violento
Un gran disgusto que tuve,
Y esperar no puede á nadie
El que de sí mismo huye.
D. Luis.
(Dentro.) ¡Válgame el cielo!
D.ª Leon.
¿Qué voz
Tan lastimosa discurre
El viento?
D. Juan.
En tierra no hay nadie.
D.ª Leon.
En las ondas se descubre
Del mar un bulto, que ya
Siendo trémulas las luces
Del dia, no se determina
Quién es.
D. Juan.
Osado presume
Escaparse; pues parece
Que hácia nosotros le induce
Piedad del cielo. Lleguemos
Donde valientes le ayuden
Nuestros brazos. (Vase.)
ESCENA XV
DON LOPE.—Dichos.
D. Lope.
(Dentro.)¡Ay de mí!
D. Juan.
(Dentro.) ¡Llega!
D. Lope.
(Dentro.)¡Oh tierra, patria dulce
Del hombre!
(Vuelve Don Juan y con él sale Don Lope, mojado y con una daga en la mano.)
D. Juan.
¡Qué es lo que veo!
¡Don Lope!
D.ª Leon.
¡Esposo!
D. Lope.
No pude
Hallar puerto más piadoso,
Que el que en tal favor acude
A mi fatiga. ¡Oh Leonor!
¡Oh mi bien! no es bien que dude
Que el cielo me ha prevenido
Con sus favores comunes
Tan grande dicha, en descuento
De tan grande pesadumbre.
¡Amigo!
D. Juan.
¿Qué ha sido esto?
D. Lope.
La mayor lástima incluye
Aquesta ventura mia,
Que vió el mundo.
D.ª Leon.
Como ayude
El cielo mis esperanzas,
Y vivo esteis, no hay quien culpe
A la fortuna, aunque usase
De su trágica costumbre.
D. Lope.
Hablé al Rey, busquéos á vos.
Y como hallaros no pude,
Fleté un barco. Estando ya
Para hacer que el agua sulque,
A mí un galan caballero,
Cuyo nombre apénas supe
(Que pienso que era un Don Luis
De Benavides), acude
Diciéndome que por ser
Forastero, á quien se suple
Un cortés atrevimiento,
Me ruega que no le culpe
El pedirme que en el barco
Le traiga; que es bien procure
Ver en la quinta del Rey
La gente cuando se junte.
Obligóme á que le diese
Un lugar; y apénas hube
Entrado con él, y el barco
De los dos el peso sufre
(Que el barquero áun no habia entrado),
Cuando el cabo, á quien le pudren
Las mismas aguas del mar,
Falta, porque le recude
Una onda reciamente,
A cuyo golpe no pude
Resistir, aunque tomé
Los remos. Al fin no tuve
Fuerza, y los dos en el barco
Entrando por las azules
Ondas del mar, padecimos
Mil saladas inquietudes.
Ya de los montes de agua
Ocupé las altas cumbres,
Ya en bóveda de zafir
Sepulcro en sus arcos tuve;
Al fin guiado á esta parte,
A vista ya de las luces
De tierra, chocando el barco,
De arena y agua se cubre.
El gallardo caballero,
A quien yo librar no pude,
Por apartarnos la fuerza
Del golpe, sin que se ayude
A sí mismo, se rindió
Al mar, donde le sepulte
Su olvido.
D.ª Leon.
¡Ay de mí! (Cae desmayada.)
D. Lope.
¡Leonor,
Mi bien, mi esposa, no turbes
Tu hermosura! ¡Ay cielo mio!
Un hielo manso discurre
Por el cristal de sus manos.
¡Ay, Don Juan! la pesadumbre
De verme así, no fué mucho
Que la rindiese: no sufren
Corazones de mujer
Que estas lástimas escuchen.—
Llevadla al lecho los dos.
(Llévanla entre Don Juan y Sirena.)
ESCENA XVI
DON LOPE.
¡Qué bien en un hombre luce
Que callando sus agravios,
Aun las venganzas sepulte!
Desta suerte ha de vengarse
Quien espera, calla y sufre.
Bien habemos aplicado,
Honor, con cuerda esperanza,
Disimulada venganza
A agravio disimulado.
¡Bien la ocasion advertí
Cuando la cuerda corté,
Cuando los remos tomé
Para apartarme de allí,
Haciendo que pretendia
Acercarme! Y ¡bien logré
Mi intento, pues que maté
Al que ofenderme queria
(Testigo es este puñal),
Al agresor de mi afrenta,
A quien dí en urna violenta
Monumento de cristal!
¡Bien en la tierra rompí
El barco, dando á entender
Que esto pudo suceder
Sin sospecharse de mí!
Pues ya que conforme á ley
De honrado, maté primero
Al galan, matar espero
A Leonor: no diga el Rey,
Viendo que su sangre esmalta
El lecho que áun no violó,
Que no vaya, porque yo
En mi casa no haga falta.
Pues esta noche ha de ver
El fin de mi desagravio,
Medio más prudente y sabio
Para acabarlo de hacer.
Leonor (¡ay de mí!), Leonor,
Bella como licenciosa,
Tan infeliz como hermosa,
Ruina fatal de mi honor;
Leonor, que al dolor rendida,
Y al sentimiento postrada,
Dejó la muerte burlada
En las manos de la vida,
Ha de morir. Mis intentos
Solo los he de fiar,
Porque los sabrán callar,
De todos cuatro elementos.
Allí al agua y viento entrego
La media venganza mia;
Y aquí la otra mitad fia
Mi dolor de tierra y fuego;
Pues esta noche mi casa
Pienso intrépido abrasar.
Fuego al cuarto he de pegar,
Y yo, en tanto que se abrasa,
Osado, atrevido y ciego
La muerte á Leonor daré,
Porque presuman que fué
Sangriento verdugo el fuego.
Sacaré acendrado dél
El honor que me ilustró,
Ya que la liga ensució
Una mancha tan cruel;
Y en una experiencia tal,
Por los crisoles no ignoro
Que salga acendrado el oro
Sin aquel bajo metal
De la liga que tenía
Y su valor deslustraba.
Así el mar las manchas lava
De la gran desdicha mia:
El viento la lleve luego,
Donde no se sepa della;
La tierra ande por no vella,
Y cenizas la haga el fuego;
Porque así el mortal aliento,
Que á turbar el sol se atreve,
Consuma, lave, arda y lleve
Tierra, agua, fuego y viento. (Vase.)
ESCENA XVII
EL REY, EL DUQUE DE BERGANZA, acompañamiento.
Duque.
Pensando el mar que dormia
Segundo sol en su esfera,
Mansamente retrató
A sus ondas las estrellas.
Rey.
Vine, Duque, por el mar;
Que aunque pude por la tierra,
Me pareció que tardaba,
Cuanto por aquí es más cerca.
Y habiendo estado las aguas
Tan dulces y lisonjeras,
Que el cielo, Narciso azul,
Se vió contemplando en ellas,
Ha sido justo venir
Donde tantos barcos vea,
Cuyos fanales parecen
Mil abrasados cometas,
Mil alados cisnes, pues
Formando esta competencia,
Unos con las alas corren,
Y otros con los remos vuelan.
Duque.
A todo ofrece ocasion
La noche apacible y fresca.
Rey.
Entre la tierra y el mar
Deleitosa vista es esta;
Porque mirar tantas quintas,
Cuyas plantas lisonjean
Ninfas del mar, que obedientes
Con tanta quietud las cercan,
Es ver un monte portátil,
Es ver una errante selva;
Pues vistas dentro del mar,
Parece que se menean.
Adios, dulce patria mia,
Que en él espero que vuelva
(Puesto que es la causa suya),
Donde ceñido me veas
De laurel entrar triunfante
De mil victorias sangrientas,
Dando á mi honor nueva fama,
Nuevos triunfos á la Iglesia,
Que espero ver.
Voces.
(Dentro.)¡Fuego, fuego!
Rey.
¿Qué voces, Duque, son esas?
Duque.
Fuego, dicen; y hácia allí
La quinta, que está más cerca,
Y si no me engaño, es
La de Don Lope de Almeida,
Se está abrasando.
Rey.
Ya veo
En ímpetu salir della,
Hecha un volcan de humo y fuego,
Las nubes y las centellas.
Grande incendio, al parecer,
De todas partes la cerca:
Parece imposible cosa
Que nadie escaparse pueda.
Acerquémonos á ver
Si hay contra el fuego defensa.
Duque.
¡Señor! ¿Tal temeridad?
Rey.
Duque, accion piadosa es esta,
No temeridad.
ESCENA XVIII
DON JUAN, medio desnudo.—Dichos.
D. Juan.
Aunque
Cenizas mi vida sea,
He de sacar á Don Lope,
Que es su cuarto el que se quema.
Rey.
Detened aquese hombre.
Duque.
Desesperado, ¿qué intentas?
D. Juan.
Dejar en el mundo fama
De una amistad verdadera.
Y pues que presente estás,
Es bien que la causa sepas.
Apénas, oh gran señor,
Nos recogimos, apénas,
Cuando en un punto, un instante,
Creció el fuego de manera,
Que parece que tomaba
Venganza de su violencia.
Don Lope de Almeida está
Con su esposa, y yo quisiera
Librarlos.
ESCENA XIX
MANRIQUE.—Dichos.
Manriq.
Echando chispas,
Como diablo de comedia,
Salgo huyendo de mi casa,
Que soy desta Troya Eneas.
Al mar me voy á arrojar,
Aunque menor daño fuera
Quemarme, que beber agua.
ESCENA XX
DON LOPE, medio desnudo, que saca á DOÑA LEONOR, muerta.—Dichos.
D. Lope.
¡Piadosos cielos, clemencia,
Porque, aunque arriesgue mi vida,
Escapar la suya pueda!—
¡Leonor!
Rey.
¿Es Don Lope?
D. Lope.
Yo
Soy, señor, si es que me deja
El sentimiento, no el fuego,
Alma y vida, con que pueda
Conoceros, para hablaros,
Cuando vida y alma atentas
A esta desdicha, á este asombro,
A este horror, á esta tragedia,
Yacen postradas y mudas.
Esta muerta beldad, esta
Flor en tanto fuego helada,
Que solo el fuego pudiera
Abrasarla, que de envidia
Quiso que no resplandezca,
Esta, señor, fué mi esposa,
Noble, altiva, honrada, honesta,
Que en los labios de la fama
Deja esta alabanza eterna.
Esta es mi esposa, á quien yo
Quise con tanta terneza
De amor, porque sienta más
El no verla y el perderla
Con una tan gran desdicha,
Como en vivo fuego envuelta,
En humo denso anegada;
Pues cuando librarla intenta
Mi valor, rindió la vida
En mis brazos. ¡Dura pena!
¡Triste horror! ¡fuerte suceso!
Aunque un consuelo me deja,
Y es, que ya podré serviros;
Pues libre desta manera,
En mi casa no haré falta.
Con vos iré, donde pueda
Tener mi vida su fin,
Si hay desdicha que fin tenga.—
Y vos, valiente Don Juan, (Ap. á él.)
Decid á quien se aconseja
Con vos, cómo ha de vengarse
Sin que ninguno lo sepa;
Y no dirá la venganza
Lo que no dijo la afrenta.
Rey.
¡Notable desdicha ha sido!
D. Juan.
Pues óigame vuestra Alteza
A parte; porque es razon
Que solo este caso sepa.
Don Lope sospechas tuvo,
Que pasaron de sospechas
Y llegaron á verdades;
Y en resolucion tan cuerda,
Por dar á secreto agravio
Tambien venganza secreta,
Al galan mató en el mar,
Porque en un barco se entra
Con él solo: así el secreto
Al agua y fuego le entrega,
Porque el que supo el agravio
Sólo la venganza sepa.
Rey.
Es el caso más notable
Que la antigüedad celebra;
Porque secreta venganza
Requiere secreta ofensa.
D. Juan.
Esta es verdadera historia
Del gran Don Lope de Almeida,
Dando con su admiracion
Fin á la tragicomedia.