La Devoción de la Cruz

Pedro Calderón de la Barca


Teatro, Drama



PERSONAS

Eusebio.
Curcio, viejo.
Lisardo.
Octavio.
Alberto, sacerdote.

Celio.
Ricardo.
Chilindrina, bandoleros.

Gil, villano gracioso.

Bras.
Tirso.
Toribio, villanos.

Julia, dama.
Arminda, criada.
Menga, villana graciosa.
Bandoleros.
Villanos.
Soldados.

La accion es en Sena y en sus contornos.

JORNADA PRIMERA

Arboleda inmediata á un camino que se dirige á Sena.

ESCENA PRIMERA

MENGA, GIL.

Menga.
(Dentro.) ¡Verá por dó va la burra!

Gil.
(Dentro.) Jo, dimuño; jo mohina.

Menga.
Ya verá por dó camina:
Arre acá.

Gil.
¡El diabro te aburra!
¿No hay quien una cola tenga,
Pudiendo tenella mil? (Salen.)

Menga.
¡Buena hacienda has hecho, Gil!

Gil.
¡Buena hacienda has hecho, Menga,
Pues tú la culpa tuviste!
Que como ibas caballera,
Que en el hoyo se metiera
Al oido la dijiste,
Por hacerme regañar.

Menga.
Por verme caer á mí,
Se lo dijiste, eso sí.

Gil.
¿Cómo la hemos de sacar?

Menga.
¿Pues en el lodo la dejas?

Gil.
No puede mi fuerza sola.

Menga.
Yo tiraré de la cola,
Tira tú de las orejas.

Gil.
Mejor remedio sería
Hacer el que aprovechó
A un coche, que se atascó
En la corte esotro dia.
Este coche, Dios delante,
Que arrastrado de dos potros,
Parecia entre los otros
Pobre coche vergonzante;
Y por maldicion muy cierta
De sus padres (¡hado esquivo!)
Iba de estribo en estribo,
Ya que no de puerta en puerta;
En un arroyo atascado,
Con ruegos el caballero,
Con azotes el cochero,
Ya por fuerza, ya por grado,
Ya por gusto, ya por miedo,
Que saliesen procuraban:
Por recio que lo mandaban,
Mi coche quedo que quedo.
Viendo que no importan nada
Cuantos remedios hicieron,
Delante el coche pusieron
Un harnero de cebada.
Los caballos, por comer,
De tal manera tiraron,
Que tosieron y arrancaron;
Y esto podemos hacer.

Menga.
¡Que nunca valen dos cuartos
Tus cuentos!

Gil.
Menga, yo siento
Ver un animal hambriento,
Donde hay animales hartos.

Menga.
Voy al camino á mirar
Si pasa de nuestra aldea
Gente, cualquiera que sea,
Porque te venga á ayudar,
Pues te das tan pocas mañas.

Gil.
¿Vuelves, Menga, á tu porfía?

Menga.
¡Ay burra del alma mia! (Vase.)

ESCENA II

GIL.

¡Ay burra de mis entrañas!
Tú fuiste la más honrada
Burra de toda la aldea;
Que no ha habido quien te vea
Nunca mal acompañada.
No eres nada callejera:
De mijor gana te estabas
En tu pesebre, que andabas
Cuando te llevaban fuera.
Pues ¿altanera y liviana?
Bien me atrevo á jurar yo
Que ningun burro la vió
Asomada á la ventana.
Yo sé que no merecia
Su lengua desdicha tal;
Pues jamás por habrar mal
Dijo: Aquesta boca es mia.
Pues como á ella la sobre
De lo que comiendo está,
Luego al punto se lo da
A alguna borrica pobre. (Ruido dentro.)
Mas ¿qué ruido es este? Allí
De dos caballos se apean
Dos hombres, y hácia mí vienen,
Despues que atados los dejan.
¡Descoloridos, y al campo
De mañana! Cosa es cierta
Que comen barro, ó están
Opilados. Mas ¿si fueran
Bandoleros? ¡Aquí es ello!
Pero lo que fuere sea,
Aquí me escondo: que andan,
Que corren, que salen, que entran.

(Escóndese.)

ESCENA III

EUSEBIO, LISARDO.—GIL, escondido.

Lisardo.
No pasemos adelante,
Porque esta estancia encubierta
Y apartada del camino,
Es para mi intento buena.
Sacad, Eusebio, la espada;
Que yo de aquesta manera,
A los hombres como vos
Saco á reñir.

Eusebio.
Aunque tenga
Bastante causa en haber
Llegado al campo, quisiera
Saber lo que á vos os mueve.
Decid, Lisardo, la queja
Que de mí teneis.

Lisardo.
Son tantas,
Que falta voz á la lengua,
Razones á la razon,
Y al sufrimiento paciencia.
Quisiera, Eusebio, callarlas,
Y áun olvidarlas quisiera;
Porque cuando se repiten,
Hacen de nuevo la ofensa.
¿Conoceis estos papeles?

Eusebio.
Arrojadlos en la tierra,
Y los alzaré.

Lisardo.
Tomad.
¿Qué os suspendeis? ¿Qué os altera?

Eusebio.
¡Mal haya el hombre, mal haya
Mil veces aquel que entrega
Sus secretos á un papel!
Porque es disparada piedra
Que se sabe quién la tira,
Y no se sabe á quién llega.

Lisardo.
¿Habeislos ya conocido?

Eusebio.
Todos están de mi letra,
Que no la puedo negar.

Lisardo.
Pues yo soy Lisardo, en Sena,
Hijo de Lisardo Curcio.
Bien excusadas grandezas
De mi padre consumieron
En breve tiempo la hacienda
Que los suyos le dejaron;
Que no sabe cuánto yerra
Quien, por excesivos gastos,
Pobres á sus hijos deja.
Pero la necesidad,
Aunque ultraje la nobleza,
No excusa de obligaciones
A los que nacen con ellas.
Julia, pues (¡saben los cielos
Cuánto el nombrarla me pesa!
),
Ó no supo conservarlas,
Ó no llegó á conocerlas.
Pero al fin, Julia es mi hermana;
¡Pluguiera á Dios no lo fuera!
Y advertid que no se sirven
Las mujeres de sus prendas
Con amorosos papeles,
Con razones lisonjeras,
Con ilícitos recados,
Ni con infames terceras.
No os culpo en el todo á vos;
Que yo confieso que hiciera
Lo mismo, á darme una dama
Para servirla licencia.
Pero cúlpôs en la parte
De ser mi amigo, y en esta
Con más culpa os comprehende
La culpa que tuvo ella.
Si mi hermana os agradó
Para mujer (que no era
Posible, ni yo lo creo
Que os atrevierais á verla
Con otro fin, ni áun con este;
Pues ¡vive Dios! que quisiera,
Ántes que con vos casada,
Mirarla á mis manos muerta
):
En fin, si vos la elegisteis
Para mujer, justo fuera
Descubrir vuestros deseos
Á mi padre, ántes que á ella.
Este era término justo,
Y entónces mi padre viera
Si le estaba bien el darla,
Que pienso que no os la diera;
Porque un caballero pobre,
Cuando en cosas como estas
No puede medir iguales
La calidad y la hacienda,
Por no deslucir su sangre
Con una hija doncella,
Hace sagrado un convento;
Que es delito la pobreza.
Aqueste á Julia mi hermana
Con tanta prisa la espera,
Que mañana ha de ser monja,
Por voluntad ó por fuerza.
Y porque no será bien
Que una religiosa tenga
Prendas de tan loco amor
Y de voluntad tan necia,
Á vuestras manos las vuelvo,
Con resolucion tan ciega,
Que no sólo he de quitarlas,
Mas tambien la causa dellas.
Sacad la espada, y aquí
El uno de los dos muera,
Vos, porque no la sirvais,
Ó yo, porque no lo vea.

Eusebio.
Tened, Lisardo, la espada,
Y pues yo he tenido flema
Para oir desprecios mios,
Escuchadme la respuesta.
Y aunque el discurso sea largo
De mi suceso, y parezca
Que, estando solos los dos,
Es demasiada paciencia;
Pues que ya es fuerza reñir,
Y morir el uno es fuerza;
Por si los cielos permiten
Que yo el infelice sea,
Oid prodigios que admiran
Y maravillas que elevan;
Que no es bien que con mi muerte
Eterno silencio tengan.
Yo no sé quién fué mi padre;
Pero sé que la primera
Cuna fué el pié de una Cruz,
Y el primer lecho una piedra.
Raro fué mi nacimiento,
Segun los pastores cuentan,
Que desta suerte me hallaron
En la falda de esas sierras.
Tres dias dicen que oyeron
Mi llanto, y que á la aspereza
Donde estaba, no llegaron
Por el temor de las fieras,
Sin que alguna me ofendiese;
Pero ¿quién duda que era
Por respeto de la Cruz,
Que tenía en mi defensa?
Hallóme un pastor, que acaso
Buscó una perdida oveja
En la aspereza del monte,
Y trayéndome á la aldea
De Eusebio, que no sin causa
Estaba entónces en ella,
Le contó mi prodigioso
Nacimiento, y la clemencia
Del cielo asistió á la suya.
Mandó en fin que me trajeran
A su casa, y como á hijo
Me dió la crianza en ella.
Eusebio soy de la Cruz,
Por su nombre, y por aquella
Que fué mi primera guía,
Y fué mi guarda primera.
Tomé por gusto las armas,
Por pasatiempo las letras;
Murió Eusebio, y yo quedé
Heredero de su hacienda.
Si fué prodigioso el parto,
No lo fué ménos la estrella
Que enemiga me amenaza,
Y piadosa me reserva.
Tierno infante era en los brazos
Del ama, cuando mi fiera
Condicion, bárbara en todo,
Dió de sus rigores muestra;
Pues con solas las encías,
No sin diabólica fuerza,
Partí el pecho de quien tuve
El dulce alimento; y ella,
Del dolor desesperada,
Y de la cólera ciega,
En un pozo me arrojó,
Sin que ninguno supiera
De mí. Oyéndome reir,
Bajaron á él, y cuentan
Que estaba sobre las aguas,
Y que con las manos tiernas
Tenía una Cruz formada
Y sobre los labios puesta.
Un dia que se abrasaba
La casa, y la llama fiera
Cerraba el paso á la huida,
Y á la salida la puerta,
Entre las llamas estuve
Libre, sin que me ofendieran:
Y advertí despues, dudando
Que haya en el fuego clemencia,
Que era dia de la Cruz.
Tres lustros contaba apénas,
Cuando por el mar fuí á Roma,
Y en una brava tormenta,
Desesperada mi nave
Chocó en una oculta peña:
En pedazos dividida,
Por los costados abierta;
Abrazado de un madero
Salí venturoso á tierra,
Y este madero tenía
Forma de Cruz. Por las sierras
De esos montes caminaba
Con otro hombre, y en la senda
Que dos caminos partia,
Una Cruz estaba puesta.
En tanto que me quedé
Haciendo oracion en ella,
Se adelantó el compañero;
Y despues dándome priesa
Para alcanzarle, le hallé
Muerto á las manos sangrientas
De bandoleros. Un dia,
Riñendo en una pendencia,
De una estocada caí,
Sin que hiciese resistencia,
En la tierra; y cuando todos
Pensaron hallarla ajena
De remedio, sólo hallaron
Señal de la punta fiera
En una Cruz que traia
Al cuello, que en mi defensa
Recibió el golpe. Cazando
Una vez por la aspereza
Deste monte, se cubrió
El cielo de nubes negras,
Y publicando con truenos
Al mundo espantosa guerra,
Lanzas arrojaba en agua,
Balas disparaba en piedras.
Todos hicieron las hojas
Contra las nubes defensa,
Siendo ya tiendas de campo
Las más ocultas malezas;
Y un rayo, que fué en el viento
Caliginoso cometa,
Volvió en ceniza á los dos
Que de mí estaban más cerca.
Ciego, turbado y confuso
Vuelvo á mirar lo que era,
Y hallé á mi lado una Cruz,
Que yo pienso que es la mesma
Que asistió á mi nacimiento,
Y la que yo tengo impresa
En los pechos; pues los cielos
Me han señalado con ella,
Para públicos efectos
De alguna causa secreta.
Pero aunque no sé quién soy,
Tal espíritu me alienta,
Tal inclinacion me anima,
Y tal ánimo me fuerza,
Que por mí me da valor
Para que á Julia merezca;
Porque no es más la heredada,
Que la adquirida nobleza.
Este soy, y aunque conozco
La razon, y aunque pudiera
Dar satisfaccion bastante
A vuestro agravio, me ciega
Tanto la pasion de veros
Hablando de esa manera,
Que ni os quiero dar disculpa,
Ni os quiero admitir la queja;
Y pues quereis estorbar
Que yo su marido sea;
Aunque su casa la guarde,
Aunque un convento la tenga,
De mí no ha de estar segura;
Y la que no ha sido buena
Para mujer, lo será
Para dama: así desea,
Desesperado mi amor
Y ofendida mi paciencia,
Castigar vuestro desprecio,
Y satisfacer mi afrenta.

Lisardo.
Eusebio, donde el acero
Ha de hablar, calle la lengua.

(Sacan las espadas, y riñen; Lisardo cae en el suelo, y procurando levantarse, torna á caer.)

¡Herido estoy!

Eusebio.
¿Y no muerto?

Lisardo.
No, que en los brazos me queda
Aliento para... ¡Ay de mí!
Faltó á mis plantas la tierra.

Eusebio.
Y falte á tu voz la vida.

Lisardo.
No me permitas que muera
Sin confesion.

Eusebio.
¡Muere, infame!

Lisardo.
No me mates, por aquella
Cruz en que Cristo murió.

Eusebio.
Aquesa voz te defienda
De la muerte. Alza del suelo;
Que cuando por ella ruegas,
Falta rigor á la ira,
Y falta á los brazos fuerza.
Alza del suelo.

Lisardo.
No puedo;
Porque ya en mi sangre envuelta
Voy despreciando la vida,
Y el alma pienso que espera
Á salir, porque entre tantas
No sabe cuál es la puerta.

Eusebio.
Pues fíate de mis brazos,
Y anímate; que aquí cerca
De unos penitentes monjes
Hay una ermita pequeña,
Donde podrás confesarte
Si vivo á sus puertas llegas.

Lisardo.
Pues yo te doy mi palabra,
Por esa piedad que muestras,
Que si yo merezco verme
En la divina presencia
De Dios, pediré que tú
Sin confesarte no mueras.

(Llévale Eusebio en brazos.)

Gil.
¡Han visto lo que le debe!
La caridad está buena;

Pero yo se la perdono.
¡Matarle y llevarle á cuestas!

ESCENA IV

BRAS, TIRSO, MENGA, TORIBIO.—GIL.

Toribio.
¿Aquí dices que quedaba?

Menga.
Aquí se quedó con ella.

Tirso.
Mírale allí embelesado.

Menga.
Gil, ¿qué mirabas?

Gil.
¡Ay Menga!

Tirso.
¿Qué te ha sucedido?

Gil.
¡Ay Tirso!

Toribio.
¿Qué viste? Dános respuesta.

Gil.
¡Ay Toribio!

Bras.
Dí, ¿qué tienes,
Gil, ó de qué te lamentas?

Gil.
¡Ay Bras, ay amigos mios!
No lo sé más que una bestia.
Matóle y cargó con él,
Sin duda á salar le lleva.

Menga.
¿Quién le mató?

Gil.
¿Qué sé yo?

Tirso.
¿Quién murió?

Gil.
No sé quién era.

Toribio.
¿Quién cargó?

Gil.
¿Qué sé yo quién?

Bras.
¿Y quién le llevó?

Gil.
Quienquiera.
Pero porque lo sepais,
Venid todos.

Tirso.
¿Dó nos llevas?

Gil.
No lo sé, pero venid,
Que los dos van aquí cerca. (Vanse.)

Sala en casa de Curcio, en Sena.

ESCENA V

JULIA, ARMINDA.

Julia.
Déjame, Arminda, llorar
Una libertad perdida,
Pues donde acaba la vida,
Tambien acaba el pesar.
¿Nunca has visto de una fuente
Bajar un arroyo manso,
Siendo apacible descanso
El valle de su corriente;
Y cuando le juzgan falto
De fuerza las flores bellas,
Pasa por encima dellas
Rompiendo por lo más alto?
Pues mis penas, mis enojos
La misma experiencia han hecho;
Detuviéronse en el pecho,
Y salieron por los ojos.
Deja que llore el rigor
De un padre.

Arminda.
Señora, advierte...

Julia.
¿Qué más venturosa suerte
Hay, que morir de dolor?
Pena que deja vencida
La vida, ser gloria ordena;
Que no es muy grande la pena
Que no acaba con la vida.

Arminda.
¿Que novedad obligó
Tu llanto?

Julia.
¡Ay, Arminda mia!
Cuantos papeles tenía
De Eusebio, Lisardo halló
En mi escritorio.

Arminda.
¿Pues él
Supo que estaban allí?

Julia.
Como aqueso contra mí
Hará mi estrella cruel.
Yo (¡ay de mí!) cuando le vía
El cuidado con que andaba,
Pensó que lo sospechaba,
Pero no que lo sabía.
Llegó á mí descolorido,
Y entre apacible y airado,
Me dijo que habia jugado,
Arminda, y que habia perdido:
Que una joya le prestase
Para volver á jugar.
Por presto que la iba á dar,
No aguardó á que la sacase:
Tomó él la llave y abrió
Con una cólera inquieta,
Y en la primera naveta
Los papeles encontró.
Miróme y volvió á cerrar.
Y sin decir nada (¡ay Dios!)
Buscó á mi padre, y los dos
(¿Quién duda es para tratar
Mi muerte?
) gran rato hablaron
Cerrados en su aposento;
Salieron, y hácia el convento
Los dos sus pasos guiaron,
Segun Octavio me dijo.
Y si lo que está tratado
Ya mi padre ha efectuado,
Con justa causa me aflijo;
Porque si de aquesta suerte
Que olvide á Eusebio desea,
Ántes que monja me vea,
Yo misma me daré muerte.

ESCENA VI

EUSEBIO.—Dichas.

Eusebio.
(Ap. Ninguno tan atrevido,
Si no tan desesperado,
Viene á tomar por sagrado
La casa del ofendido.
Ántes que sepa la muerte
De Lisardo Julia bella,
Hablar quisiera con ella,
Porque á mi tirana suerte
Algun remedio consigo
Si, ignorado mi rigor,
Puede obligarla el amor
Á que se vaya conmigo;
Y cuando llegue á saber
De Lisardo el hado injusto,
Hará de la fuerza gusto
Mirándose en mi poder.
)
Hermosa Julia.

Julia.
¿Qué es esto?
¿Tú en esta casa?

Eusebio.
El rigor
De mi desdicha y tu amor
En tal peligro me ha puesto.

Julia.
Pues ¿cómo has entrado aquí
Y emprendes tan loco extremo?

Eusebio.
Como la muerte no temo.

Julia.
¿Qué es lo que intentas así?

Eusebio.
Hoy obligarte deseo,
Julia, porque agradecida
Des á mi amor nueva vida,
Nueva gloria á mi deseo.
Yo he sabido cuánto ofende
Á tu padre mi cuidado:
Que á su noticia ha llegado
Nuestro amor, y que pretende
Que tú recibas mañana
El estado que desea,
Para que mi dicha sea,
Como mi esperanza, vana.
Si ha sido gusto, si ha sido
Amor el que me has mostrado,
Si es verdad que me has amado,
Si es cierto que me has querido,
Vente conmigo; pues ves
Que no tiene resistencia
De tu padre la obediencia,
Deja tu casa; y despues
Que habrá mil remedios piensa;
Pues ya en mi poder, es justo
Que haga de la fuerza gusto,
Y obligacion de la ofensa.
Villas tengo en que guardarte,
Gente con que defenderte,
Hacienda para ofrecerte
Y un alma para adorarte.
Si darme vida deseas,
Si es verdadero tu amor,
Atrévete, ó el dolor
Hará que mi muerte veas.

Julia.
Oye, Eusebio.

Arminda.
Mi señor
Viene, señora.

Julia.
¡Ay de mí!

Eusebio.
¿Pudiera hallar contra mí
La fortuna más rigor?

Julia.
¿Podrá salir?

Arminda.
No es posible
Que se vaya; porque ya
Llamando á la puerta está.

Julia.
¡Grave mal!

Eusebio.
¡Pena terrible!
¿Qué haré?

Julia.
Esconderte es forzoso.

Eusebio.
¿Dónde?

Julia.
En aquese aposento.

Arminda.
Presto, que sus pasos siento.

(Escóndese Eusebio.)

ESCENA VII

CURCIO.—JULIA, ARMINDA; EUSEBIO, escondido.

Curcio.
Hija, si por el dichoso
Estado que tú codicias,
Y que ya seguro tienes,
No das á mis parabienes
La vida y alma en albricias,
Del deseo que he tenido
No agradeces el cuidado.
Todo queda efectuado,
Y todo tan prevenido,
Que sólo falta ponerte
La más bizarra y hermosa,
Para ser de Cristo esposa:
Mira ¡qué dichosa suerte!
Hoy aventajas á todas
Cuantas se ven envidiar,
Pues te verán celebrar
Aquestas divinas bodas.
¿Qué dices?

Julia.
(Ap.)¿Qué puedo hacer?

Eusebio.
(Ap.) Yo me doy la muerte aquí,
Si ella le dice que sí.

Julia.
(Ap. No sé cómo responder.)
Bien, señor, la autoridad
De padre, que es preferida,
Imperio tiene en la vida;
Pero no en la libertad.
¿Pues que supiera ántes yo
Tu intento, no fuera bien?
¿Y que tú, señor, tambien
Supieras mi gusto?

Curcio.
No,
Que sola mi voluntad
En lo justo, ó en lo injusto,
Has de tener tú por gusto.

Julia.
Sólo tiene libertad
Un hijo para escoger
Estado; que el hado impío
No fuerza el libre albedrío.
Déjame pensar y ver
Despacio eso; y no te espante
Ver que término te pida;
Que el estado de una vida
No se toma en un instante.

Curcio.
Basta que yo lo he mirado,
Y yo por tí he dado el sí.

Julia.
Pues si tú vives por mí,
Toma tambien por mí estado.

Curcio.
¡Calla, infame! ¡calla, loca!
Que haré de aquese cabello
Un lazo para tu cuello,
Ó sacaré de tu boca
Con mis manos la atrevida
Lengua, que de oir me ofendo.

Julia.
La libertad te defiendo,
Señor, pero no la vida.
Acaba su curso triste,
Y acabará tu pesar;
Que mal te puedo negar
La vida que tú me diste:
La libertad que me dió
El cielo, es la que te niego.

Curcio.
En este punto á crêr llego
Lo que el alma sospechó,
Que no fué buena tu madre,
Y manchó mi honor alguno;
Pues hoy tu error importuno
Ofende el honor de un padre,
A quien el sol no igualó,
En resplandor y belleza,
Sangre, honor, lustre y nobleza.

Julia.
Eso no he entendido yo,
Por eso no he respondido.

Curcio.
Arminda, salte allá fuera. (Vase.)

ESCENA VIII

CURCIO, JULIA.

Curcio.
Y ya que mi pena fiera
Tantos años he tenido
Secreta, de mis enojos
La ciega pasion obliga
A que la lengua te diga
Lo que te han dicho los ojos.
La señoría de Sena,
Por dar á mi sangre fama,
En su nombre me envió
A dar la obediencia al papa
Urbano Tercio. Tu madre,
Que con opinion de santa
Fué en Sena comun ejemplo
De las matronas romanas,
Y áun de las nuestras (no sé
Cómo mi lengua la agravia;
Mas ¡ay infelice! tanto
La satisfaccion engaña
),
En Sena quedó, y yo estuve
En Roma con la embajada
Ocho meses; porque entónces
Por concierto se trataba
Que esta señoría fuese
Del pontífice: Dios haga
Lo que á su estado convenga,
Que aquí importa poco ó nada.
Volví á Sena, y hallé en ella...
Aquí el aliento me falta,
Aquí la lengua enmudece,
Y aquí el ánimo desmaya.
Hallé (¡ay injusto temor!)
A tu madre tan preñada,
Que para el infeliz parto
Cumplia las nueve faltas.
Ya me habia prevenido
Por sus mentirosas cartas
Esta desdicha, diciendo
Que, cuando me fuí, quedaba
Con sospecha; y yo la tuve
De mi deshonra tan clara,
Que discurriendo mi agravio,
Imaginé mi desgracia.
No digo que verdad sea;
Mas quien tiene sangre hidalga,
No ha de aguardar á creer,
Quel imaginar le basta.
¿Qué importa que un noble sea
Desdichado (¡oh ley tirana
De honor! ¡oh bárbaro fuero
Del mundo!
) si la ignorancia
Le disculpa? Mienten, mienten
Las leyes; porque no alcanza
Los misterios al efecto
Quien no previene la causa.
¿Qué ley culpa á un inocente?
¿Qué opinion á un libre agravia?
Miente otra vez; que no es
Deshonra, sino desgracia.
¡Bueno es que en leyes de honor
Le comprenda tanta infamia
Al Mercurio que le roba,
Como al Argos que le guarda!
¿Qué deja el mundo, qué deja,
Si así al inocente infama,
De deshonra, para aquel
Que lo sabe y que lo calla?
Yo entre tantos pensamientos,
Yo entre confusiones tantas,
Ni ví regalo en la mesa,
Ni hice descanso en la cama.
Tan desabrido conmigo
Estuve, que me trataba
Como ajeno el corazon,
Y como á tirano el alma.
Y aunque á veces discurria
En su abono, y aunque hallaba
Verisímil la disculpa,
Pudo en mí tanto la instancia
Del temer que me ofendia,
Que con saber que fué casta,
Tomé de mis pensamientos,
No de sus culpas, venganza.
Y porque con más secreto
Fuese, previne una caza
Fingida, porque á un celoso
Ficciones sólo le agradan.
Al monte fuí, y cuando todos
Entretenidos estaban
En su alegre regocijo,
Con amorosas palabras
(¡Qué bien las dice quien miente!
¡Qué bien las cree quien ama!
)
Llevé á Rosmira, tu madre,
Por una senda apartada
Del camino, y divertida
Llegó á una secreta estancia
Deste monte, á cuyo albergue
El sol ignoró la entrada,
Porque se la defendian
Rústicamente enlazadas,
Por no decir que amorosas,
Árboles, hojas y ramas.
Aquí, pues, adonde apénas
Huella imprimió mortal planta,
Solos los dos...

ESCENA IX

ARMINDA.—Dichos.

Arminda.
Si el valor,
Que el noble pecho acompaña,
Señor, y si la experiencia
Que te han dado honrosas canas,
En la desdicha presente
No te niega ó no te falta,
Exámen será el valor
De tu ánimo.

Curcio.
¿Qué causa
Te obliga á que así interrumpas
Mi razon?

Arminda.
Señor...

Curcio.
Acaba;
Que más la duda me ofende.

Julia.
¿Por qué te suspendes? Habla.

Arminda.
No quisiera ser la voz
De mi pena y tu desgracia.

Curcio.
No temas decirla tú,
Pues yo no temo escucharla.

Arminda.
A Lisardo, mi señor...

Eusebio.
Esto sólo me faltaba.

Arminda.
Bañado en su sangre traen,
En una silla por andas,
Cuatro rústicos pastores,
Muerto (¡ay Dios!) á puñaladas;
Mas ya á tu presencia llega:
No le veas.

Curcio.
¡Cielos! ¿Tantas
Penas para un desdichado?
¡Ay de mí!

ESCENA X

GIL, MENGA, TIRSO, BRAS y TORIBIO, que traen á LISARDO muerto en una silla.—Dichos.

Julia.
Pues ¿qué inhumana
Fuerza ensangrentó la ira
En su pecho? ¿Qué tirana
Mano se bañó en mi sangre,
Contra su inocencia airada?
¡Ay de mí!

Arminda.
Mira, señora...

Bras.
No llegues á verle.

Curcio.
Aparta.

Tirso.
Detente, señor.

Curcio.
Amigos,
No puede sufrirlo el alma.
Dejadme ver ese cadáver frio,
Depósito infeliz de heladas venas,
Ruina del tiempo, estrago del impío
Hado, teatro funesto de mis penas.
¿Qué tirano rigor (¡ay hijo mio!)
Trágico monumento en las arenas
Construyó, porque hiciese en quejas vanas
Mortaja triste de mis blancas canas?
¡Ay amigos! decid: ¿quién fué homicida
De un hijo, en cuya vida yo animaba?

Menga.
Gil lo dirá, que, al verle dar la herida,
Oculto entre unos árboles estaba.

Curcio.
Dí, amigo, dí, ¿quién me quitó esta vida?

Gil.
Yo solo sé que Eusebio se llamaba
Cuando con él reñia.

Curcio.
¿Hay más deshonra?
Eusebio me ha quitado vida y honra.

(A Julia.)

Disculpa agora tú de sus crueles
Deseos la ambicion; dí que concibe
Casto amor, pues, á falta de papeles,
Lascivos gustos con tu sangre escribe.

Julia.
Señor...

Curcio.
No me respondas como sueles:
A tomar hoy estado te apercibe,
O apercibe tambien á tu hermosura,
Con Lisardo temprana sepultura.
Los dos á un tiempo el sentimiento esquivo,
En este dia sepultar concierta,
El muerto al mundo, en mi memoria vivo,
Tú, viva al mundo, en mi memoria muerta.
Y en tanto que el entierro os apercibo,
Porque no huyas cerraré esta puerta.
Queda con él, porque de aquesta suerte,
Lecciones al morir te dé su muerte. (Vanse.)

ESCENA XI

JULIA; LISARDO, muerto; EUSEBIO.

Julia.
Mil veces procuro hablarte,
Tirano Eusebio, y mil veces
El alma duda, el aliento
Falta, y la lengua enmudece.
No sé, no sé cómo pueda
Hablar; porque á un tiempo vienen
Envueltas iras piadosas
Entre piedades crueles.
Quisiera cerrar los ojos
A aquesta sangre inocente,
Que está pidiendo venganza,
Desperdiciando claveles:
Y quisiera hallar disculpa
En las lágrimas que viertes;
Que al fin heridas y ojos
Son bocas que nunca mienten.
Y en una mano el amor,
Y en otra el rigor presente,
A un mismo tiempo quisiera
Castigarte y defenderte;
Y entre ciegas confusiones
De pensamientos tan fuertes,
La clemencia me combate,
Y el sentimiento me vence.
¿Desta suerte solicitas
Obligarme? ¿Desta suerte,
Eusebio, en vez de finezas,
Con crueldades me pretendes?
Cuando de mi boda el dia
Resuelta esperaba, ¡quieres
Que en vez de apacibles bodas,
Tristes obsequias celebre!
Cuando por tu gusto era
Á mi padre inobediente,
¡Lutos funestos me das
En vez de galas alegres!
Cuando, arriesgando mi vida,
Hice posible el quererte,
¡En vez de tálamo (¡ay cielos!)
Un sepulcro me previenes!
Y cuando mi mano ofrezco,
Despreciando inconvenientes
De honor, ¡la tuya bañada
En mi sangre me la ofreces!
¿Qué gusto tendré en tus brazos,
Si para llegar á verme
Dando vida á nuestro amor,
Voy tropezando en la muerte?
¿Qué dirá el mundo de mí,
Sabiendo que tengo siempre,
Si no presente el agravio,
Quien le cometió presente?
Pues cuando quiera el olvido
Sepultarle, sólo el verte
Entre mis brazos, será
Memoria con que me acuerde.
Yo entónces, yo, aunque te adore,
Los amorosos placeres
Trocaré en iras, pidiendo
Venganzas; pues ¿cómo quieres
Que viva sujeta un alma
A efectos tan diferentes,
Que esté esperando el castigo
Y deseando que no llegue?
Basta, por lo que te quise,
Perdonarte, sin que esperes
Verme en tu vida, ni hablarme.
Esa ventana, que tiene
Salida al jardin, podrá
Darte paso; por ahí puedes
Escaparte; huye el peligro,
Porque, si mi padre viene,
No te halle aquí. Véte, Eusebio,
Y mira que no te acuerdes
De mí; que hoy me pierdes tú
Porque quisiste perderme.
Véte, y vive tan dichoso,
Que tengas felicemente
Bienes, sin que á los pesares
Pagues pension de los bienes.
Que yo haré para mi vida
Una celda prision breve,
Si no sepulcro, pues ya
Mi padre enterrarme quiere.
Allí lloraré desdichas
De un hado tan inclemente,
De una fortuna tan fiera,
De una inclinacion tan fuerte,
De un planeta tan opuesto,
De una estrella tan rebelde,
De un amor tan desdichado,
De una mano tan aleve,
Que me ha quitado la vida
Y no me ha dado la muerte,
Porque entre tantos pesares
Siempre viva y muera siempre.

Eusebio.
Si acaso más que tus voces
Son ya tus manos crueles
Para tomar la venganza,
Rendido á tus piés me tienes.
Preso me trae mi delito,
Tu amor es la cárcel fuerte,
Las cadenas son mis yerros,
Prisiones que el alma teme,
Verdugo es mi pensamiento;
Si son tus ojos los jueces,
Y ellos me dan la sentencia,
Por fuerza será de muerte.
Mas dirá entónces la fama
En su pregon: «Este muere
Porque quiso,» pues que solo
Es mi delito quererte.
No pienso darte disculpa;
No parezca que la tiene
Tan grande error; sólo quiero
Que me mates y te vengues.
Toma esta daga, y con ella
Rompe un pecho que te ofende,
Saca un alma que te adora,
Y tu misma sangre vierte.
Y si no quieres matarme,
Para que á vengarse llegue
Tu padre, diré que estoy
En tu aposento.

Julia.
¡Detente!
Y por última razon,
Que he de hablarte eternamente,
Has de hacer lo que te digo.

Eusebio.
Yo lo concedo.

Julia.
Pues véte
Adonde guardes tu vida.
Hacienda tienes, y gente
Que te podrá defender.

Eusebio.
Mejor será que yo quede
Sin ella; porque si vivo,
Será imposible que deje
De adorarte, y no has de estar,
Aunque un convento te encierre,
Segura.

Julia.
Guárdate tú,
Que yo sabré defenderme.

Eusebio.
¿Volveré yo á verte?

Julia.
No.

Eusebio.
¿No hay remedio?

Julia.
No le esperes.

Eusebio.
¿Que al fin me aborreces ya?

Julia.
Haré por aborrecerte.

Eusebio.
¿Olvidarásme?

Julia.
No sé.

Eusebio.
¿Veréte yo?

Julia.
Eternamente.

Eusebio.
Pues ¿aquel pasado amor...?

Julia.
Pues ¿esta sangre presente...?—
La puerta abren: véte Eusebio.

Eusebio.
Iré por obedecerte.
¡Que no he de volverte á ver!

Julia.
¡Que no has de volver á verme!

(Suena ruido, vanse cada uno por una parte, y entran el cuerpo algunos criados.)

JORNADA SEGUNDA

Monte.

ESCENA PRIMERA

RICARDO, CELIO, EUSEBIO, en traje de bandoleros, con arcabuces.

(Suena un tiro dentro.)

Ricardo.
Pasó el plomo violento
Su pecho.

Celio.
Y hace el golpe más sangriento,
Que con su sangre la tragedia imprima
En tierna flor.

Eusebio.
Ponle una cruz encima,
Y perdónele Dios.

Ricardo.
Las devociones
Nunca faltan del todo á los ladrones.

(Vanse Ricardo y Celio)

Eusebio.
Y pues mis hados fieros
Me traen á capitan de bandoleros,
Llegarán mis delitos
A ser, como mis penas, infinitos.
Como si diera muerte
A Lisardo á traicion, de aquesta suerte
Mi patria me persigue,
Porque su furia y mi despecho obligue
A que guarde una vida,
Siendo de tantas bárbaro homicida.
Mi hacienda me han quitado,
Mis villas confiscado,
Y á tanto rigor llegan,
Que el sustento me niegan.
No toque pasajero
El término del monte, si primero
No rinde hacienda y vida.

ESCENA II

RICARDO, bandoleros; ALBERTO, preso.—EUSEBIO.

Ricardo.
Llegando á ver la boca de la herida,
Escucha, capitan, el más extraño
Suceso.

Eusebio.
Ya deseo el desengaño.

Ricardo.
Hallé el plomo deshecho
En este libro que tenía en el pecho,
Sin haber penetrado,
Y al caminante solo desmayado:
Vesle aquí sano y bueno.

Eusebio.
De espanto estoy y admiraciones lleno.
¿Quién eres, venerable
Caduco, á quien los cielos, admirable
Han hecho con prodigio milagroso?

Alberto.
Yo soy, oh capitan, el más dichoso
De cuantos hombres hay; que he merecido
Ser sacerdote indigno, y he leido
En Bolonia sagrada teología
Cuarenta y cuatro años con desvelo.
Dióme Su Santidad, por este celo,
De Trento el obispado
Premiando mis estudios; y admirado
Yo de ver que tenía
Cuenta de tantas almas,
Y que apénas la daba de la mia,
Los laureles dejé, dejé las palmas,
Y huyendo sus engaños,
Vengo á buscar seguros desengaños
En estas soledades,
Donde viven desnudas las verdades.
Paso á Roma á que el Papa me conceda
Licencia, capitan, para que pueda
Fundar un órden santo de eremitas;
Mas tu saña atrevida
Quita el hilo á mi suerte y á la vida.

Eusebio.
¿Qué libro es este, dí?

Alberto.
Este es el fruto,
Que rinde á mis estudios el tributo
De tantos años.

Eusebio.
¿Qué es lo que contiene?

Alberto.
Él trata del orígen verdadero
De aquel divino y celestial madero
En que animoso y fuerte,
Muriendo, triunfó Cristo de la muerte.
El libro, en fin, se llama
«Milagros de la Cruz.»

Eusebio.
¡Qué bien la llama
De aquel plomo inclemente,
Más que la cera, se mostró obediente!
¡Pluguiera á Dios, mi mano,
Ántes que blanco su papel hiciera
De aquel golpe tirano,
Entre su fuego ardiera!
Lleva ropa y dinero
Y la vida; sólo este libro quiero.
Y vosotros salidle acompañando
Hasta dejarle libre.

Alberto.
Iré rogando
Al Señor te dé luz para que veas
El error en que vives.

Eusebio.
Si deseas
Mi bien, pídele á Dios que no permita
Muera sin confesion.

Alberto.
Yo te prometo
Seré ministro en tan piadoso efeto,
Y te doy mi palabra
(Tanto en mi pecho tu clemencia labra)
Que si me llamas en cualquiera parte,
Dejaré mi desierto
Por ir á confesarte:
Un sacerdote soy; mi nombre Alberto.

Eusebio.
¿Tal palabra me das?

Alberto.
Y la confieso
Con la mano.

Eusebio.
Otra vez tus plantas beso.

(Vase Alberto con Ricardo y los bandoleros.)

ESCENA III

CHILINDRINA.—EUSEBIO.

Chilind.
Hasta venir á hablarte,
El monte atravesé de parte á parte.

Eusebio.
¿Qué hay, amigo?

Chilind.
Dos nuevas harto malas.

Eusebio.
Á mi temor el sentimiento igualas.
¿Qué son?

Chilind.
Es la primera
(Decirla no quisiera),
Que al padre de Lisardo
Han dado...

Eusebio.
Acaba, que el efecto aguardo.

Chilind.
Comision de prenderte ó de matarte.

Eusebio.
Esotra nueva temo
Mas, porque en un confuso extremo,
Al corazon parece que camina
Toda el alma, adivina
De algun futuro daño.
¿Qué ha sucedido?

Chilind.
Á Julia...

Eusebio.
No me engaño
En prevenir tristezas,
Si para ver mi mal, por Julia empiezas.
¿Julia no me dijiste?
Pues eso basta para verme triste.
¡Mal haya amén la rigurosa estrella
Que me obligó á querella!
En fin, Julia... prosigue.

Chilind.
En un convento,
Seglar está.

Eusebio.
¡Ya falta el sufrimiento!
¡Que el cielo me castigue
Con tan grandes venganzas,
De perdidos deseos,
De muertas esperanzas.
Que de los mismos cielos,
Por quien me deja, vengo á tener celos!
Mas ya tan atrevido,
Que viviendo matando.
Me sustento robando,
No puedo ser peor de lo que he sido.
Despéñese el intento,
Pues ya se ha despeñado el pensamiento.
Llama á Celio y Ricardo. (Ap. ¡Amando muero!)

Chilind.
Voy por ellos. (Vase.)

Eusebio.
Vé, y diles que aquí espero.—
Asaltaré el convento que la guarda.
Ningun grave castigo me acobarda;
Que por verme señor de su hermosura,
Tirano amor me fuerza
Á acometer la fuerza,
Á romper la clausura,
Y á violar el sagrado;
Que ya del todo estoy desesperado.
Pues si no me pusiera
Amor en tales puntos,
Solamente lo hiciera
Por cometer tantos delitos juntos.

ESCENA IV

GIL, MENGA.—EUSEBIO.

Menga.
¿Mas que encontramos con él,
Segun mezquina nací?

Gil.
Menga, yo ¿no voy aquí?
No temas ese cruel
Capitan de buñuleros,
Ni el hallarlo te alborote;
Que honda llevo yo y garrote.

Menga.
Temo, Gil, sus hechos fieros;
Si no, á Silvia á mirar ponte,
Cuando aquí la acometió;
Que doncella al monte entró,
Y dueña salió del monte,
Que no es peligro pequeño.

Gil.
Conmigo fuera cruel,
Que tambien entro doncel,
Y pudiera salir dueño. (Reparan en Eusebio.)

Menga.
(A Eusebio.) ¡Ah señor! que va perdido,
Que anda Eusebio por aquí.

Gil.
No eche, señor, por ahí.

Eusebio.
(Ap.) Estos no me han conocido,
Y quiero disimular.

Gil.
¿Quiere que aquese ladron
Le mate?

Eusebio.
(Ap.Villanos son.)
¿Con qué podré yo pagar
Este aviso?

Gil.
Con huir
De ese bellaco.

Menga.
Si os coge,
Señor, aunque no le enoje
Ni vuestro hacer ni decir,
Luego os matará; y creed
Que con poner tras la ofensa
Una cruz encima, piensa
Que os hace mucha merced.

ESCENA V

RICARDO, CELIO.—Dichos.

Ricardo.
¿Dónde le dejaste?

Celio.
Aquí.

Gil.
(A Eusebio.) Es un ladron, no le esperes.

Ricardo.
Eusebio, ¿qué es lo que quieres?

Gil.
¿Eusebio le llamó?

Menga.
Sí.

Eusebio.
Yo soy Eusebio; ¿que os mueve
Contra mí? ¿No hay quien responda?

Menga.
Gil, ¿tienes garrote y honda?

Gil.
Tengo el diablo que te lleve.

Celio.
Por los apacibles llanos
Que hace del monte la falda,
A quien guarda el mar la espalda,
Ví un escuadron de villanos
Que armado contra tí viene,
Y pienso que se avecina;
Que así Curcio determina
La venganza que previene.
Mira qué piensas hacer:
Junta tu gente, y partamos.

Eusebio.
Mejor es que agora huyamos,
Que esta noche hay más que hacer.
Venid conmigo los dos,
De quien justamente fío
La opinion y el honor mio.

Ricardo.
Muy bien puedes, que por Dios
Que he de morir á tu lado.

Eusebio.
Villanos, vida teneis,
Sólo porque le lleveis
A mi enemigo un recado.
Decid á Curcio que yo
Con tanta gente atrevida
Solo defiendo la vida,
Pero que le busco no.
Y que no tiene ocasion
De buscarme de esta suerte,
Pues no dí á Lisardo muerte
Con engaño ó con traicion.
Cuerpo á cuerpo le maté,
Sin ventaja conocida,
Y ántes de acabar la vida,
En mis brazos le llevé
Adonde se confesó,
Digna accion para estimarse;
Mas que si quiere vengarse,
Que he de defenderme yo.—
Y agora porque no vean

(A los bandoleros.)

Aquestos por dónde vamos,
Atadlos entre estos ramos:
Vendados sus ojos sean,
Porque no avisen.

Ricardo.
Aquí
Hay cordel.

Celio.
Pues llega presto.

Gil.
De San Sebastian me han puesto.

Menga.
De San Sebastian á mí.
Mas ate cuando quisiere,
Señor, como no me mate.

Gil.
Oye, señor, no me ate,
Y puto sea yo si huyere.
Jura tú, Menga, tambien
Este mismo juramento.

Celio.
Ya están atados.

Eusebio.
Mi intento
Se va ejecutando bien.
La noche amenaza oscura
Tendiendo su negro velo.
Julia, aunque te guarde el cielo,
He de gozar tu hermosura. (Vanse.)

ESCENA VI

GIL, MENGA, atados.

Gil.
¿Quién habrá que ahora nos vea,
Menga, aunque caro nos cueste,
Que no diga que es aqueste
Peralvillo de la aldea?

Menga.
Véte llegando hácia aquí,
Gil, que yo no puedo andar.

Gil.
Menga, vénme á desatar,
Y te desataré á tí
Luégo al punto.

Menga.
Ven primero
Tú, que ya estás importuno.

Gil.
¿Es decir, que vendrá alguno?
Pondré que falta un arriero
Las tres ánades cantando,
Un caminante pidiendo,
Un estudiante comiendo,
Una santera rezando,
Hoy en aqueste camino,
Lo que á ninguno faltó;
Mas la culpa tengo yo.

Una voz.

(Dentro.) Hácia esta parte imagino
Que oigo voces; llegad presto.

Gil.
Señor, en buen hora acuda
A desatar una duda,
En que ha rato que estoy puesto.

Menga.
Si acaso buscais, señor,
Por el monte algun cordel,
Yo os puedo servir con él.

Gil.
Este es más gordo y mijor.

Menga.
Yo, por ser mujer, espero
Remedio en las ánsias mias.

Gil.
No repare en cortesías,
Desáteme á mí primero.

ESCENA VII

CURCIO, OCTAVIO, BRAS, TIRSO, soldados.—GIL, MENGA.

Tirso.
Hácia aquesta parte suena
La voz.

Gil.
¡Que te quemas!

Tirso.
Gil,
¿Qué es esto?

Gil.
El diablo es sutil;
Desata, Tirso, y mi pena
Te diré despues.

Curcio.
¿Qué es esto?

Menga.
Venga en buen hora, señor,
A castigar un traidor.

Curcio.
¿Quién desta suerte os ha puesto?

Gil.
¿Quién? Eusebio, que en efeto
Dice... Pero ¿qué sé yo
Lo que dice? Él nos dejó
Aquí en semejante aprieto.

Tirso.
No llores, pues, que no ha estado
Hoy muy poco liberal
Contigo.

Bras.
No lo ha hecho mal,
Pues á Menga te ha dejado.

Gil.
¡Ay Tirso! no lloro yo
Porque piadoso no fué.

Tirso.
Pues ¿por qué lloras?

Gil.
¿Por qué?
Porque á Menga me dejó.
La de Anton llevó, y al cabo
De seis, que no parecia,
Halló á su mujer un dia;
Hicimos un baile bravo
De hallazgo, y gastó cien reales.

Bras.
¿Bartolo no se casó
Con Catalina, y parió
A seis meses no cabales?
Y andaba con gran placer
Diciendo: ¡Si tú lo vieses!
Lo que otra hace en nueve meses,
Hace en cinco mi mujer.

Tirso.
Ello no hay honra segura.

Curcio.
¿Que esto llegue á escuchar yo
Deste tirano? ¿quién vió
Tan notable desventura?

Menga.
Cómo destruirle piensa;
Que hasta las mismas mujeres
Tomaremos, si tú quieres,
Las armas para su ofensa.

Gil.
Que aquí acude es lo más cierto;
Y toda esta procesion
De cruces que miras, son,
Señor, por hombres que ha muerto.

Octavio.
Es aquí lo más secreto
De todo el monte.

Curcio.
(Ap.)Y aquí
Fué ¡cielos! donde yo ví
Aquel milagroso efeto
De inocencia y castidad,
Cuya beldad atrevido
Tantas veces he ofendido
Con dudas, siendo verdad
Un milagro tan patente.

Octavio.
Señor, ¿qué nueva pasion
Causa tu imaginacion?

Curcio.
Rigores que el alma siente
Son, Octavio; y mis enojos,
Para publicar mi mengua,
Como los niego á la lengua,
Me van saliendo á los ojos.
Haz, Octavio, que me deje
Solo esa gente que sigo,
Porque aquí de mí y conmigo
Hoy á los cielos me queje.

Octavio.
Ea, soldados, despejad.

Bras.
¿Qué decís?

Tirso.
¿Qué pretendeis?

Gil.
Despiojad, ¿no lo entendeis?
Que nos vamos á espulgar.

(Vanse todos, ménos Curcio.)

ESCENA VIII

CURCIO.

¿A quién no habrá sucedido,
Tal vez lleno de pesares,
Descansar consigo á solas
Por no descubrirse á nadie?
Yo, á quien tantos pensamientos
A un tiempo afligen, que hacen
Con lágrimas y suspiros
Competencia al mar y al aire,
Compañero de mí mismo
En las mudas soledades,
Con la pension de mis bienes
Quiero divertir mis males.
Ni las aves, ni las fuentes
Sean testigos bastantes:
Que al fin las fuentes murmuran,
Y tienen lengua las aves.
No quiero más compañía
Que aquestos rústicos sauces;
Pues quien escucha y no aprende,
Será fuerza que no hable.
Teatro este monte fué
Del suceso más notable,
Que entre prodigios de celos
Cuentan las antigüedades,
De una inocente verdad.
Pero ¿quién podrá librarse
De sospechas, en quien son
Mentirosas las verdades?
Muerte de amor son los celos,
Que no perdonan á nadie,
Ni por humilde le dejan,
Ni le respetan por grave.
Aquí pues, donde yo digo,
Rosmira y yo... De acordarme,
No es mucho que el alma tiemble,
No es mucho que la voz falte;
Que no hay flor que no me asombre,
No hay hoja que no me espante,
No hay piedra que no me admire,
Tronco que no me acobarde,
Peñasco que no me oprima,
Monte que no me amenace;
Porque todos son testigos
De una hazaña tan infame.
Saqué al fin la espada, y ella,
Sin temerme y sin turbarse,
Porque en riesgos de amor nunca
El inocente es cobarde:
«Esposo, dijo, detente;
No digo que no me mates,
Si es tu gusto, porque yo
¿Cómo he de poder negarte
La misma vida que es tuya?
Solo te pido que ántes
Me digas por lo que muero,
Y déjame que te abrace.»
Yo la dije: «En tus entrañas,
Como la víbora, traes
A quien te ha de dar la muerte.
Indicio ha sido bastante
El parto infame que esperas.
Mas no le verás, que ántes
Dándote muerte, seré
Verdugo tuyo y de un ángel.»
«Si acaso, me dijo entónces,
Si acaso, esposo, llegaste
A creer flaquezas mias,
Justo será que me mates.
Mas á esta Cruz abrazada,
A esta que estaba delante,
Prosiguió, doy por testigo
De que no supe agraviarte
Ni ofenderte; que ella sola
Será justo que me ampare.»
Bien quisiera entónces yo,
Arrepentido, arrojarme
A sus piés, porque se vía
Su inocencia en su semblante.
El que una traicion intenta,
Ántes mire lo que hace;
Porque una vez declarado,
Aunque procure enmendarse,
Por decir que tuvo causa,
Lo ha de llevar adelante.
Yo, pues, no porque dudaba
Ser la disculpa bastante,
Sino porque mi delito
Más amparado quedase,
El brazo levanté airado,
Tirando por várias partes
Mil heridas; pero solo
Las ejecuté en el aire.
Por muerta al pié de la Cruz
Quedó, y queriendo escaparme
A casa llegué, y halléla
Con más belleza que sale
El alba, cuando en sus brazos
Nos presenta el sol infante.
Ella en sus brazos tenía
A Julia, divina imágen
De hermosura y discrecion:
(¿Qué gloria pudo igualarse
A la mia?
) que su parto
Habia sido aquella tarde
Al mismo pié de la Cruz;
Y por divinas señales,
Con que al mundo descubria
Dios un milagro tan grande,
La niña que habia parido,
Dichosa con señas tales,
Tenía en el pecho una Cruz
Labrada de fuego y sangre.
Pero ¡ay! que tanta ventura
Templaba el que se quedase
Otra criatura en el monte:
Que ella, entre penas tan graves,
Sintió haber parido dos;
Y yo entónces...

ESCENA IX

OCTAVIO.—CURCIO.

Octavio.
Por el valle
Atraviesa un escuadron
De bandoleros; y ántes
Que cierre la noche triste,
Será bien, señor, que bajes
A buscarlos, no oscurezca;
Porque ellos el monte saben,
Y nosotros no.

Curcio.
Pues junta
La gente vaya adelante;
Que no hay gloria para mí,
Hasta llegar á vengarme. (Vanse)

Vista exterior de un convento.

ESCENA X

EUSEBIO, RICARDO, CELIO, con una escala.

Ricardo.
Llega con silencio, y pon
A esa parte las escalas.

Eusebio.
Icaro seré sin alas,
Sin fuego seré Faeton:
Escalar al sol intento,
Y si me quiere ayudar
La luz, tengo de pasar
Mas allá del firmamento.
Amor ser tirano enseña.
En subiendo yo, quitad
Esa escala, y esperad
Hasta que os haga una seña.
Quien subiendo se despeña,
Suba hoy y baje ofendido,
En cenizas convertido;
Que la pena del bajar,
No será parte á quitar
La gloria de haber subido.

Ricardo.
¿Qué esperas?

Celio.
Pues ¿qué rigor
Tu altivo orgullo embaraza?

Eusebio.
¿No veis cómo me amenaza
Un vivo fuego?

Ricardo.
Señor.
Fantasmas son del temor.

Eusebio.
¿Yo temor?

Celio.
Sube.

Eusebio.
Ya llego.
Aunque á tantos rayos ciego,
Por las llamas he de entrar;
Que no lo podrá estorbar
De todo el infierno el fuego. (Sube y entra.)

Celio.
Ya entró.

Ricardo.
Alguna fantasía
De su mismo horror fundada,
En la idea acreditada,
O alguna ilusion sería.

Celio.
Quita la escala.

Ricardo.
Hasta el dia
Aquí le hemos de esperar.

Celio.
Atrevimiento fué entrar,
Aunque yo de mejor gana
Me fuera con mi villana;
Mas despues habrá lugar. (Vanse.)

Celda de Julia

ESCENA XI

EUSEBIO; JULIA, en el lecho.

Eusebio.
Por todo el convento he andado,
Sin ser de nadie sentido,
Y por cuanto he discurrido,
De mi destino guiado,
A mil celdas he llegado
De religiosas, que abiertas
Tienen las estrechas puertas,
Y en ninguna á Julia ví.
¿Dónde me llevais así,
Esperanzas siempre inciertas?
¡Qué horror! ¡qué silencio mudo!
¡Qué oscuridad tan funesta!
Luz hay aquí; celda es esta,
Y en ella Julia. ¡Qué dudo!

(Corre una cortina, y ve á Julia durmiendo.)

¿Tan poco el valor ayudo,
Que ahora en hablarla tardo?
¿Qué es lo que espero? ¿qué aguardo?
Más con impulso dudoso,
Si me animo temeroso,
Animoso me acobardo.
Más belleza la humildad
Deste traje la asegura;
Que en la mujer la hermosura
Es la misma honestidad.
Su peregrina beldad,
De mi torpe amor objeto,
Hace en mí mayor efeto;
Que á un tiempo á mi amor incito,
Con la hermosura apetito,
Con la honestidad respeto.
¡Julia! ¡ah Julia!

Julia.
¿Quién me nombra?
Mas ¡cielos! ¿qué es lo que veo?
¿Eres sombra del deseo,
O del pensamiento sombra?

Eusebio.
¿Tanto el mirarme te asombra?

Julia.
¿Pues quién habrá que no intente
Huir de tí?

Eusebio.
Julia, detente.

Julia.
¿Qué quieres, forma fingida,
De la idea repetida,
Solo á la vista aparente?
¿Eres, para pena mia,
Voz de la imaginacion?
¿Retrato de la ilusion?
¿Cuerpo de la fantasía?
¿Fantasma en la noche fria?

Eusebio.
Julia, escucha. Eusebio soy,
Que vivo á tus piés estoy;
Que si el pensamiento fuera,
Siempre contigo estuviera.

Julia.
Desengañándome voy
Con oirte, y considero
Que mi recato ofendido
Más te quisiera fingido,
Eusebio, que verdadero.
Donde yo llorando muero,
Donde yo vivo penando,
¿Qué quieres? ¡estoy temblando!
¿Qué buscas? ¡estoy muriendo!
¿Qué emprendes? ¡estoy temiendo!
¿Qué intentas? ¡estoy dudando!
¿Cómo has llegado hasta aquí?

Eusebio.

Todo es extremos amor,
Y mi pena y tu rigor
Hoy han de triunfar de mí.
Hasta verte aquí, sufrí
Con esperanza segura;
Pero viendo tu hermosura
Perdida, he atropellado
El respeto del sagrado,
Y la ley de la clausura.
De lo cierto ó de lo injusto
Los dos la culpa tenemos,
Y en mí vienen dos extremos,
Que son la fuerza y el gusto.
No puede darle disgusto
Al cielo mi pretension;
Ántes de esta ejecucion,
Casada eres en secreto,
Y no cabe en un sujeto
Matrimonio y religion.

Julia.
No niego el lazo amoroso,
Que hizo con felicidades
Unir á dos voluntades,
Que fué su efecto forzoso;
Que te llamé amado esposo,
Y que todo eso fué así,
Confieso; pero ya aquí,
Con voto de religiosa,
A Cristo de ser su esposa
Mano y palabra le dí.
Ya soy suya, ¿qué me quieres?
Véte, porque el mundo asombres.
Donde mates á los hombres,
Donde fuerces las mujeres.
Véte, Eusebio; ya no esperes
Fruto de tu loco amor;
Para que te cause horror,
Que estoy en sagrado piensa.

Eusebio.
Cuanto es mayor tu defensa,
Es mi apetito mayor.
Ya las paredes salté
Del convento, ya te ví;
No es amor quien vive en mí,
Causa más oculta fué.
Cumple mi gusto, ó diré
Que tú misma me has llamado,
Que me has tenido encerrado
En tu celda muchos dias:
Y pues las desdichas mias
Me tienen desesperado,
Daré voces; sepan...

Julia.
Tente,
Eusebio, mira... (¡ay de mí!)
Pasos siento por aquí,
Al coro atraviesa gente.
¡Cielos, no sé lo que intente!
Cierra esa celda, y en ella
Estarás, pues atropella
Un temor á otro temor.

Eusebio.
¡Qué poderoso es mi amor!

Julia.
¡Qué rigorosa es mi estrella! (Vanse.)

Vista exterior del convento.

ESCENA XII

RICARDO, CELIO.

Ricardo.
Ya son las tres, mucho tarda.

Celio.
El que goza su ventura,
Ricardo, en la noche oscura,
Nunca el claro sol aguarda.
Yo apuesto que le parece
Que nunca el sol madrugó
Tanto, y que hoy apresuró
Su curso.

Ricardo.
Siempre amanece
Más temprano á quien desea;
Pero al que goza, más tarde.

Celio.
No creas que al sol aguarde
Que en el oriente se vea.

Ricardo.
Dos horas son ya.

Celio.
No creo
Que Eusebio lo diga.

Ricardo.
Es justo;
Porque al fin son de su gusto
Las horas de tu deseo.

Celio.
¿No sabes lo que he llegado
Hoy, Ricardo, á sospechar?
Que Julia le envió á llamar.

Ricardo.
Pues si no fuera llamado,
¿Quién á escalar se atreviera
Un convento?

Celio.
¿No has sentido,
Ricardo, á esta parte ruido?

Ricardo.
Sí.

Celio.
Pues llega la escalera.

ESCENA XIII

JULIA, EUSEBIO, á una ventana.—RICARDO, CELIO.

Eusebio.
Déjame, mujer.

Julia.
Pues cuando
Vencida de tus deseos,
Movida de tus suspiros,
Obligada de tus ruegos,
De tu llanto agradecida,
Dos veces á Dios ofendo,
Como á Dios, y como á esposo,
¡Mis brazos dejas, haciendo
Sin esperanzas desdenes,
Y sin posesion desprecios!
¿Dónde vas?

Eusebio.
Mujer, ¿qué intentas?
Déjame, que voy huyendo
De tus brazos, porque he visto
No sé qué deidad en ellos.
Llamas arrojan tus ojos,
Tus suspiros son de fuego,
Un volcan cada razon,
Un rayo cada cabello,
Cada palabra es mi muerte,
Cada regalo un infierno:
Tantos temores me causa
La Cruz que he visto en tu pecho.
Señal prodigiosa ha sido,
Y no permitan los cielos
Que, aunque tanto los ofenda,
Pierda á la Cruz el respeto.
Pues si la hago testigo
De las culpas que cometo,
¿Con qué vergüenza despues
Llamarla en mi ayuda puedo?
Quédate en tu religion,
Julia: yo no te desprecio,
Que más agora te adoro.

Julia.
Escucha, detente, Eusebio.

Eusebio.
Esta es la escala.

Julia.
Detente,
Ó llévame allá.

Eusebio.
No puedo, (Baja.)
Pues que, sin gozar la gloria
Que tanto esperé, te dejo.
¡Válgame el Cielo! caí. (Cae.)

Ricardo.
¿Qué ha sido?

Eusebio.
¿No veis el viento
Poblado de ardientes rayos?
¿No mirais sangriento el cielo
Que todo sobre mí viene?
¿Dónde estar seguro puedo,
Si airado el cielo se muestra?
Divina Cruz, yo os prometo,
Y os hago solemne voto
Con cuantas cláusulas puedo,
De en cualquier parte que os vea,
Las rodillas por el suelo,
Rezar un Ave María.

(Levántase, y vanse los tres, dejando la escala puesta.)

ESCENA XIV

JULIA. (En la ventana.)

Turbada y confusa quedo.
¿Aquestas fueron, ingrato,
Las firmezas? ¿Estos fueron
Los extremos de tu amor?
¿Ó son de mi amor extremos?
Hasta vencerme á tu gusto,
Con amenazas, con ruegos,
Aquí amante, allí tirano,
Porfiaste; pero luego
Que de tu gusto y mi pena
Pudiste llamarte dueño,
Ántes de vencer, huiste.
¿Quien, sino tú, venció huyendo?
¡Muerta soy, cielos piadosos!
¿Por qué introdujo venenos
Naturaleza, si habia,
Para dar muerte, desprecios?
Ellos me quitan la vida;
Pues que con nuevo tormento
Lo que me desprecia busco.
¿Quién vió tan dudoso efecto
De amor? Cuando me rogaba
Con mil lágrimas Eusebio,
Le dejaba; pero agora,
Porque él me deja, le ruego.
Tales somos las mujeres,
Que contra nuestros deseos,
Aun no queremos dar gusto
Con lo mismo que queremos.
Ninguno nos quiera bien,
Si pretende alcanzar premio;
Que queridas despreciamos
Y aborrecidas queremos.
No siento que no me quiera,
Sólo que me deje siento.
Por aquí cayó, tras él
Me arrojaré. ¿Mas qué es esto?
¿Esta no es escala? Sí.
¡Qué terrible pensamiento!
Detente, imaginacion,
No me despeñes; que creo
Que si llego á consentir,
Á hacer el delito llego.
¿No saltó Eusebio por mí
Las paredes del convento?
¿No me holgué de verle yo
En tantos peligros puesto
Por mi causa? ¿Pues qué dudo?
¿Qué me acobardo? ¿qué temo?
Lo mismo haré yo en salir
Que él en entrar: si es lo mesmo,
Tambien se holgará de verme
Por su causa en tales riesgos.
Ya por haber consentido
La misma culpa merezco;
Pues si es tan grande el pecado,
¿Por qué el gusto ha de ser ménos?
Si consentí, y me dejó
Dios de su mano, ¿no puedo
De una culpa, que es tan grande,
Tener perdon? ¿Pues qué espero?

(Baja por la escala.)

Al mundo, al honor, á Dios
Hallo perdido el respeto,
Cuando á ceguedad tan grande
Vendados los ojos vuelvo.
Demonio soy, que he caido
Despeñado deste cielo,
Pues sin tener esperanza
De subir, no me arrepiento.
Ya estoy fuera de sagrado,
Y de la noche el silencio
Con su oscuridad me tiene
Cubierta de horror y miedo.
Tan deslumbrada camino,
Que en las tinieblas tropiezo,
Y áun no caigo en mi pecado.
¿Dónde voy? ¿qué hago? ¿qué intento?
Con la muda confusion
De tantos horrores, temo
Que se me altera la sangre,
Que se me eriza el cabello.
Turbada la fantasía,
En el aire forma cuerpos,
Y sentencias contra mí
Pronuncia la voz del eco.
El delito, que ántes era
Quien me animaba soberbio,
Es quien me acobarda agora.
Apénas las plantas puedo
Mover, que el mismo temor
Grillos á mis piés ha puesto.
Sobre mis hombros parece
Que carga un prolijo peso
Que me oprime, y toda yo
Estoy cubierta de hielo.
No quiero pasar de aquí,
Quiero volverme al convento,
Donde de aqueste pecado
Alcance perdon; pues creo
De la clemencia divina,
Que no hay luces en el cielo,
Que no hay en el mar arenas,
No hay átomos en el viento,
Que, sumados todos juntos,
No sean número pequeño
De los pecados, que sabe
Dios perdonar. Pasos siento.
Á esta parte me retiro
En tanto que pasan, luégo
Subiré sin que me vean. (Retírase.)

ESCENA XV

RICARDO, CELIO.—JULIA, retirada donde no los ve.

Ricardo.
Con el espanto de Eusebio
Aquí se quedó la escala,
Y agora por ella vuelvo,
No aclare el dia, y la vean
Á esta pared.

(Quitan la escala, y vanse; Julia llega donde estaba la escala.)

Julia.
Ya se fueron:
Agora podré subir
Sin que me sientan. ¿Qué es esto?
¿No es aquesta la pared
De la escala? Pero creo
Que hácia estotra parte está.
Ni aquí tampoco está. ¡Cielos!
¿Cómo he de subir sin ella?
Mas ya mi desdicha entiendo;
Desta suerte me negais
La entrada vuestra; pues creo
Que, cuando quiero subir
Arrepentida, no puedo.
Pues si ya me habeis negado
Vuestra clemencia, mis hechos
De mujer desesperada
Darán asombros al cielo,
Darán espantos al mundo,
Admiracion á los tiempos,
Horror al mismo pecado,
Y terror al mismo infierno.

JORNADA TERCERA

Monte.

ESCENA PRIMERA

GIL, con muchas cruces, y una muy grande al pecho.

Gil.
Por leña á este monte voy,
Que Menga me lo ha mandado,
Y para ir seguro, he hallado
Una brava invencion hoy.
De la Cruz dicen que es
Devoto Eusebio; y así
He salido armado aquí
De la cabeza á los piés.
Dicho y hecho: ¡él es pardiez!
No encuentro, lleno de miedo.
Donde estar seguro puedo;
Sin alma quedo. Esta vez
No me ha visto; yo quisiera
Esconderme hácia este lado,
Miéntras pasa; yo he tomado
Por guarda una cambronera
Para esconderme. ¡No es nada!
Tanta púa es la más chica:
¡Pléguete Cristo! más pica
Que perder una trocada,
Más que sentir un desprecio
De una dama Fierabras,
Que á todos admite, y más
Que tener celos de un necio.

ESCENA II

EUSEBIO.—GIL, escondido.

Eusebio.
No sé adónde podré ir:
Larga vida un triste tiene,
Que nunca la muerte viene
Á quien le cansa el vivir.
Julia, yo me ví en tus brazos
Cuando tan dichoso era,
Que de tus brazos pudiera
Hacer amor nuevos lazos.
Sin gozar al fin dejé
La gloria que no tenía;
Mas no fué la causa mia,
Causa más secreta fué;
Pues teniendo mi albedrío,
Superior efecto ha hecho
Que yo respete en tu pecho
La Cruz que tengo en el mio.
Y pues con ella los dos,
¡Ay Julia! habemos nacido,
Secreto misterio ha sido
Que lo entiende sólo Dios.

Gil.
(Ap.) Mucho pica, ya no puedo
Más sufrillo.

Eusebio.
Entre estos ramos
Hay gente. ¿Quién va?

Gil.
(Ap.)Aquí echamos
Á perder todo el enredo.

Eusebio.
(Ap.) Un hombre á un árbol atado,
Y una Cruz al cuello tiene:
Cumplir mi voto conviene
En el suelo arrodillado.

Gil.
¿Á quién, Eusebio, enderezas
La oracion, o de qué tratas?
Si me adoras, ¿qué me atas?
Si me atas, ¿qué me rezas?

Eusebio.
¿Quién es?

Gil.
¿Á Gil no conoces?
Desde que con el recado,
Aquí me dejaste atado,
No han aprovechado voces
Para que álguien (¡qué rigor!)
Me llegase á desatar.

Eusebio.
Pues no es aqueste el lugar
Donde te dejé.

Gil.
Señor,
Es verdad; mas yo que ví
Que nadie llegaba, he andado,
De árbol en árbol atado,
Hasta haber llegado aquí.
Aquesta la causa fué
De suceso tan extraño.

Eusebio.
(Ap. Este es simple, y de mi daño
Cualquier suceso sabré.
)
Gil, yo te tengo aficion
Desde que otra vez hablamos,
Y así quiero que seamos
Amigos.

Gil.
Tiene razon;
Y quisiera, pues nos vemos
Tan amigos, no ir allá,
Sino andarme por acá,
Pues aquí todos seremos
Buñoleros, que diz que es
Holgada vida, y no andar
Todo el año á trabajar.

Eusebio.
Quédate conmigo, pues.

ESCENA III

RICARDO, BANDOLEROS; JULIA, vestida de hombre, y cubierto el rostro.—EUSEBIO, GIL.

Ricardo.
En lo bajo del camino
Que esta montaña atraviesa,
Ahora hicimos una presa,
Que segun es, imagino
Que te dé gusto.

Eusebio.
Está bien,
Luégo della trataremos.
Sabe agora que tenemos
Un nuevo soldado.

Ricardo.
¿Quién?

Gil.
Gil: ¿no me ve?

Eusebio.
Este villano,
Aunque le veis inocente,
Conoce notablemente
Desta tierra monte y llano,
Y en él será nuestra guía:
Fuera desto, al campo irá
Del enemigo, y será
En él mi perdida espía.
Arcabuz le podeis dar
Y un vestido.

Celio.
Ya está aquí.

Gil.
(Ap.) Tengan lástima de mí,
Que me quedo á embandolear.

Eusebio.
¿Quién es ese gentil hombre
Que el rostro encubre?

Ricardo.
No ha sido
Posible que haya querido
Decir la patria ni el nombre;
Porque al capitan no más
Dice que lo ha de decir.

Eusebio.
Bien te puedes descubrir,
Pues ya en mi presencia estás.

Julia.
¿Sois el capitan?

Eusebio.
Sí.

Julia.
(Ap.)¡Ay Dios!

Eusebio.
Díme quién eres, y á qué
Viniste.

Julia.
Yo lo diré,
Estando solos los dos.

Eusebio.
Retiraos todos un poco. (Vanse.)

ESCENA IV

JULIA, EUSEBIO.

Eusebio.
Ya estás á solas conmigo;
Sólo árboles y flores
Pueden ser mudos testigos
De tus voces; quita el velo
Con que cubierto has traido
El rostro, y díme: ¿quién eres?
¿Dónde vas? ¿qué has pretendido?
Habla.

Julia.
Porque de una vez (Saca la espada.)
Sepas á lo que he venido,
Y quién soy, saca la espada:
Pues desta manera digo,
Que soy quien viene á matarte.

Eusebio.
Con la defensa resisto
Tu osadía y mi temor;
Porque mayor habia sido
De la accion, que de la voz.

Julia.
Riñe, cobarde, conmigo,
Y verás que con tu muerte
Vida y confusion te quito.

Eusebio.
Yo por defenderme, más
Que por ofenderte, riño,
Que ya tu vida me importa;
Pues si en este desafío
Te mato, no sé por qué;
Y si me matas, lo mismo.
Descúbrete agora pues,
Si te agrada.

Julia.
Bien has dicho,
Porque en venganzas de honor,
Sino es que conste el castigo
Al que fué ofensor, no queda
Satisfecho el ofendido. (Descúbrese.)
¿Conócesme? ¿qué te espantas?
¿Qué me miras?

Eusebio.
Que rendido
A la verdad y á la duda
En confusos desvaríos,
Me espanto de lo que veo,
Me asombro de lo que miro.

Julia.
Ya me has visto.

Eusebio.
Sí, y de verte
Mi confusion ha crecido
Tanto, que si ántes de agora
Alterados mis sentidos
Desearon verte, ya
Desengañados, lo mismo
Que dieran ántes por verte,
Dieran por no haberte visto.
¿Tú, Julia, en aqueste monte?
¿Tú con profano vestido,
Dos veces violento en tí?
¿Cómo sola aquí has venido?
¿Qué es esto?

Julia.
Desprecios tuyos
Son, y desengaños mios.
Y porque veas que es flecha
Disparada, ardiente tiro,
Veloz rayo, una mujer
Que corre tras su apetito,
No sólo me han dado gusto
Los pecados cometidos
Hasta agora, mas tambien
Me le dan, si los repito.
Salí del convento, fuí
Al monte, y porque me dijo
Un pastor, que mal guiada
Iba por aquel camino,
Neciamente temerosa,
Por evitar mi peligro,
Le aseguré y le dí muerte,
Siendo instrumento un cuchillo
Que él en su cinta traia.
Con este, que fué ministro
De la muerte, á un caminante
Que cortésmente previno
En las ancas de un caballo,
A tanto cansancio alivio,
A la vista de una aldea,
Porque entrar en ella quiso,
Le pagué en un despoblado
Con la muerte el beneficio.
Tres dias fueron y noches
Los que aquel desierto me hizo
Mesa de silvestres plantas,
Lecho de peñascos frios.
Llegué á una pobre cabaña,
A cuyo techo pajizo,
Juzgué pabellon dorado
En la paz de mis mentidos.
Liberal huéspeda fué
Una serrana conmigo,
Compitiendo en los deseos
Con el pastor su marido.
Á la hambre y al cansancio
Dejé en su albergue rendidos
Con buena mesa, aunque pobre,
Manjar, aunque humilde, limpio.
Pero al despedirme dellos,
Habiendo ántes prevenido
Que al buscarme no pudiesen
Decir: «nosotros la vimos,»
Al cortés pastor, que al monte
Salió á enseñarme el camino,
Maté, y entré donde luego
Hago en su mujer lo mismo.
Mas considerando entónces
Que en el propio traje mio
Mi pesquisidor llevaba,
Mudármele determino.
Al fin, pues, por varios casos,
Con las armas y el vestido
De un cazador, cuyo sueño,
No imágen, trasunto vivo
Fué de la muerte, llegué
Aquí, venciendo peligros,
Despreciando inconvenientes,
Y atropellando designios.

Eusebio.
Con tanto asombro te escucho,
Con tanto temor te miro,
Que eres al oido encanto,
Si á la vista basilisco.
Julia, yo no te desprecio;
Pero temo los peligros
Con que el cielo me amenaza,
Y por eso me retiro.
Vuélvete tú á tu convento;
Que yo temeroso vivo
De esa Cruz tanto, que huyo
De tí.—Mas ¿qué es este ruido?

ESCENA V

RICARDO, bandoleros.—Dichos.

Ricardo.
Preven, señor, la defensa;
Que apartados del camino,
Al monte Curcio y su gente
En busca tuya han salido.
De todas esas aldeas
Tanto el número ha crecido,
Que han venido contra tí
Viejos, mujeres y niños,
Diciendo que han de vengar
En tu sangre, la de un hijo
Muerto á tus manos, y juran
De llevarte por castigo,
O por venganzas de tantos,
Preso á Sena, muerto ó vivo.

Eusebio.
Julia, despues hablaremos.
Cubre el rostro, y ven conmigo;
Que no es bien que en poder quedes
De tu padre y mi enemigo.—
Soldados, este es el dia
De mostrar aliento y brío.
Porque ninguno desmaye,
Considere que atrevidos
Vienen á darnos la muerte,
O prendernos, que es lo mismo:
Y si no, en pública cárcel,
De desdichas perseguidos,
Y sin honra nos veremos:
Pues si esto hemos conocido,
¿Por la vida y por la honra,
Quién temió el mayor peligro?
No piensen que los tememos,
Salgamos á recibirlos;
Que siempre está la fortuna
De parte del atrevido.

Ricardo.
No hay que salir; que ya llegan
A nosotros.

Eusebio.
Preveníos,
Y ninguno sea cobarde;
Que, vive el cielo, si miro
Huir alguno ó retirarse,
Que he de ensangrentar los filos
De aqueste acero en su pecho,
Primero que en mi enemigo.

ESCENA VI

Curcio y gente, dentro.—Dichos.

Curcio.
(Dentro.) En lo encubierto del monte
Al traidor Eusebio he visto,
Y para inútil defensa
Hace murallas sus riscos.

Voces.

(Dentro.) Ya entre las espesas ramas
Desde aquí los descubrimos.

Julia.
¡A ellos! (Vase.)

Eusebio.
Esperad, villanos;
Que, vive Dios, que teñidos
Con vuestra sangre los campos,
Han de ser undosos rios.

Ricardo.
De los cobardes villanos
Es el número excesivo.

Curcio.
(Dentro.) ¿Adónde, Eusebio, te escondes?

Eusebio.
No escondo, que ya te sigo.

(Vanse todos, y disparan arcabuces dentro.)

Otro lado del monte, en cuyo fondo habrá una Cruz.

ESCENA VII

JULIA.

Del monte que yo he buscado,
Apénas las yerbas piso,
Cuando horribles voces oigo,
Marciales campañas miro.
De la pólvora los ecos,
Y del acero los filos,
Unos ofenden la vista,
Y otros turban el oido.
Mas ¿qué es aquello que veo?
Desbaratado y vencido
Todo el escuadron de Eusebio
Le deja ya el enemigo.
Quiero volver á juntar
Toda la gente que ha habido
De Eusebio, y volver á darle
Favor; que si los animo,
Seré en su defensa asombro
Del mundo, seré cuchillo
De la parca, estrago fiero
De sus vidas, vengativo
Espanto de los futuros,
Y admiracion destos siglos. (Vase.)

ESCENA VIII

GIL, de bandolero; despues MENGA, BRAS, TIRSO y villanos.

Gil.
Por estar seguro, apénas
Fuí bandolero novicio,
Cuando, por ser bandolero,
Me veo en tanto peligro.
Cuando yo era labrador,
Eran ellos los vencidos;
Y hoy, por que soy de la carda,
Va sucediendo lo mismo.
Sin ser avariento traigo
La desventura conmigo;
Pues tan desgraciado soy,
Que mil veces imagino
Que, á ser yo judío, fueran
Desgraciados los judíos.

(Salen Menga, Bras, Tirso y otros villanos.)

Menga.
¡A ellos, que van huyendo!

Bras.
No ha de quedar uno vivo
Tan solamente.

Menga.
Hácia aquí
Uno dellos se ha escondido.

Bras.
Muera este ladron.

Gil.
Mirad
Que yo soy.

Menga.
Ya nos ha dicho
El traje que es bandolero.

Gil.
El traje les ha mentido,
Como muy grande bellaco.

Menga.
Dale tú.

Bras.
Pégale, digo.

Gil.
Bien dado estoy y pegado.
Advertid...

Tirso.
No hay que advertirnos.
Bandolero sois.

Gil.
Mirad
Que soy Gil, votado á Cristo.

Menga.
¿Pues no hablaras ántes, Gil?

Tirso.
Pues, Gil, ¿no lo hubieras dicho?

Gil.
¿Que más ántes, si el yo soy
Os dije desde el principio?

Menga.
¿Qué haces aquí?

Gil.
¿No lo veis?
Ofendo á Dios en el quinto:
Mato solo más, que juntos
Un médico y un estío.

Menga.
¿Qué traje es este?

Gil.
Es el diablo.
Maté á uno, y su vestido
Me puse.

Menga.
¿Pues cómo, dí,
No está de sangre teñido,
Si le mataste?

Gil.
Eso es fácil;
Murió de miedo, esta ha sido
La causa.

Menga.
Ven con nosotros,
Que victoriosos seguimos
Los bandoleros, que agora
Cobardes nos han huido.

Gil.
No más vestido, aunque vaya
Titiritando de frio. (Vanse.)

ESCENA IX

EUSEBIO, CURCIO, peleando.

Curcio.
Ya estamos solos los dos.
Gracias al cielo que quiso
Dar la venganza á mi mano
Hoy, sin haber remitido
Á las ajenas mi agravio,
Ni tu muerte á ajenos filos.

Eusebio.
No ha sido en esta ocasion
Airado el cielo conmigo,
Curcio, en haberte encontrado;
Porque si tu pecho vino
Ofendido, volverá
Castigado y ofendido.
Aunque no sé qué respeto
Has puesto en mí, que he temido
Más tu enojo que tu acero:
Y aunque pudieran tus bríos
Darme temor, sólo temo
Cuando aquesas canas miro,
Que me hacen cobarde.

Curcio.
Eusebio,
Yo confieso que has podido
Templar en mí de la ira,
Con que agraviado te miro,
Gran parte; pero no quiero
Que pienses inadvertido
Que te dan temor mis canas,
Cuando puede el valor mio.
Vuelve á reñir, que una estrella
Ó algun favorable signo,
No es bastante á que yo pierda
La venganza que consigo.
Vuelve á reñir.

Eusebio.
¿Yo temor?
Neciamente has presumido
Que es temor lo que es respeto;
Aunque, si verdad te digo,
La victoria que deseo
Es, á tus plantas rendido,
Pedirte perdon; y á ellas
Pongo la espada que ha sido
Temor de tantos.

Curcio.
Eusebio,
No has de pensar que me animo
A matarte con ventaja.
Esta es mi espada. (Ap. Así quito
La ocasion de darle muerte.
)
Ven á los brazos conmigo.

(Abrázanse los dos, y luchan.)

Eusebio.
No sé qué efecto has hecho
En mí, que el corazon dentro del pecho,
A pesar de venganzas y de enojos,
En lágrimas se asoma por los ojos,
Y en confusion tan fuerte,
Quisiera, por vengarte, darme muerte.
Véngate en mí; rendida
A tus plantas, señor, está mi vida.

Curcio.
El acero de un noble, aunque ofendido,
No se mancha en la sangre de un rendido;
Que quita grande parte de la gloria
El que con sangre borra la victoria.

Voces.

(Dentro.) Hácia aquí están.

Curcio.
Mi gente victoriosa
Viene á buscarme, cuando temerosa
La tuya vuelve huyendo.
Darte vida pretendo;
Escóndete, que en vano
Defenderé el enojo vengativo
De un escuadron villano,
Y solo tú, imposible es quedar vivo.

Eusebio.
Yo, Curcio, nunca huyo
De otro poder, aunque he temido el tuyo;
Que si mi mano aquesta espada cobra,
Verás, cuanto valor en tí me falta,
Que en tu gente me sobra.

ESCENA X

OCTAVIO, GIL, BRAS y los demas villanos.—Dichos.

Octavio.
Desde el más hondo valle á la más alta
Cumbre de aqueste monte, no ha quedado
Alguno vivo; solo se ha escapado
Eusebio, porque huyendo aquesta tarde...

Eusebio.
Mientes, que Eusebio nunca fué cobarde.

Todos.
¿Aquí está Eusebio? ¡Muera!

Eusebio.
¡Llegad, villanos!

Curcio.
¡Tente, Octavio, espera!

Octavio.
¿Pues tú, señor, que habias
De animarnos, agora desconfías?

Bras.
¿Un hombre amparas que en tu sangre y honra
Introdujo el acero y la deshonra?

Gil.
¿A un hombre, que atrevido
Toda aquesta montaña ha destruido?
A quien en el aldea no ha dejado
Melon, doncella que él no haya catado,
Y á quien tantos ha muerto,
¿Cómo así le defiendes?

Octavio.
¿Qué es, señor, lo que dices? ¿Qué pretendes?

Curcio.
Esperad, escuchad (¡triste suceso!):
¿Cuánto es mejor que á Sena vaya preso?
Dáte á prision, Eusebio; que prometo,
Y como noble juro, de ampararte,
Siendo abogado tuyo, aunque soy parte.

Eusebio.
Como á Curcio no más, yo me rindiera;
Mas como á juez, no puedo;
Porque aquél es respeto, y éste es miedo.

Octavio.
¡Muera Eusebio!

Curcio.
Advertid...

Octavio.
Pues qué, ¿tú quieres
Defenderle? ¿A la patria traidor eres?

Curcio.
¿Yo traidor? Pues me agravian desta suerte,
Perdona, Eusebio, porque yo el primero
Tengo de ser en darte triste muerte.

Eusebio.
Quítate de delante,
Señor, porque tu vista no me espante;
Que viéndote, no dudo
Que te tenga tu gente por escudo.

(Vanse todos peleando con él.)

Curcio.
Apretándole van. ¡Oh quién pudiera
Darte agora la vida,
Eusebio, aunque la suya misma diera!
En el monte se ha entrado,
Por mil partes herido:
Retirándose baja despeñado
Al valle. Voy volando,
Que aquella sangre fria,
Que con tímida voz me está llamando,
Algo tiene de mia;
Que sangre, que no fuera
Propia, ni me llamara, ni la oyera. (Vase.)

ESCENA XI

EUSEBIO, que baja despeñado.

Cuando, de la vida incierto,
Me despeña la más alta
Cumbre, veo que me falta
Tierra donde caiga muerto:
Pero si mi culpa advierto,
Al alma reconocida,
No el ver la vida perdida
La atormenta, sino el ver
Cómo ha de satisfacer
Tantas culpas una vida.
Ya me vuelve á perseguir
Este escuadron vengativo;
Pues no puedo quedar vivo,
He de matar ó morir:
Aunque mejor será ir
Donde al cielo perdon pida;
Pero mis pasos impida
La Cruz, porque desta suerte
Ellos me den breve muerte,
Y ella me dé eterna vida.
Arbol, donde el cielo quiso
Dar el fruto verdadero
Contra el bocado primero,
Flor del nuevo paraíso,
Arco de luz, cuyo aviso
En piélago más profundo
La paz publicó del mundo,
Planta hermosa, fértil vid,
Arpa del nuevo David,
Tabla del Moisés segundo:
Pecador soy, tus favores
Pido por justicia yo;
Pues Dios en tí padeció
Sólo por los pecadores.
A mí me debes tus lôres;
Que por mí sólo muriera
Dios, si más mundo no hubiera:
Luego eres tú Cruz por mí,
Que Dios no muriera en tí
Si yo pecador no fuera.
Mi natural devocion
Siempre os pidió con fe tanta,
No permitieseis, Cruz santa,
Muriese sin confesion.
No seré el primer ladron
Que en vos se confiese á Dios.
Y pues que ya somos dos,
Y yo no lo he de negar,
Tampoco me ha de faltar
Redencion que se obró en vos.
Lisardo, cuando en mis brazos
Pude ofendido matarte,
Lugar dí de confesarte,
Ántes que en tan breves plazos
Se desatasen los lazos
Mortales. Y agora advierto
En aquel viejo, aunque muerto:
Piedad de los dos aguardo.
¡Mira que muero, Lisardo;
Mira que te llamo, Alberto!

ESCENA XII

CURCIO.—EUSEBIO.

Curcio.
Hácia aquesta parte está.

Eusebio.
Si es que venís á matarme,
Muy poco hareis en quitarme
Vida que no tengo ya.

Curcio.
¡Qué bronce no ablandará
Tanta sangre derramada!
Eusebio, rinde la espada.

Eusebio.
¿A quién?

Curcio.
A Curcio.

Eusebio.
Esta es. (Dásela.)
Y yo tambien á tus piés,
De aquella ofensa pasada
Te pido perdon. No puedo
Hablar más, porque una herida
Quita el aliento á la vida,
Cubriendo de horror y miedo
Al alma.

Curcio.
Confuso quedo.
¿Será en ella de provecho
Remedio humano?

Eusebio.
Sospecho
Que la mejor medicina
Para el alma es la divina.

Curcio.
¿Dónde es la herida?

Eusebio.
En el pecho.

Curcio.
Déjame poner en ella
La mano, á ver si resiste
El aliento. ¡Ay de mí triste!

(Registra la herida, y ve la Cruz.)

¿Qué señal divina y bella
Es esta, que al conocella
Toda el alma se turbó?

Eusebio.
Son las armas que me dió
Esta Cruz, á cuyo pié
Nací; porque más no sé
De mi nacimiento yo.
Mi padre, á quien no señalo,
Aun la cuna me negó;
Que sin duda imaginó
Que habia de ser tan malo.
Aquí nací.

Curcio.
Y aquí igualo
El dolor con el contento,
Con el gusto el sentimiento,
Efectos de un hado impío
Y agradable. ¡Ay, hijo mio!
Pena y gloria en verte siento.
Tú eres, Eusebio, mi hijo,
Si tantas señas advierto,
Que, para llorarte muerto,
Ya justamente me aflijo.
De tus razones colijo
Lo que el alma adivinó.
Tu madre aquí te dejó
En el lugar que te he hallado;
Donde cometí el pecado,
El cielo me castigó.
Ya aqueste lugar previene
Informacion de mi error;
¿Pero cuál seña mayor
Que aquesta Cruz, que conviene
Con otra que Julia tiene?
Que no sin misterio el cielo
Os señaló, porque al suelo
Fuerais prodigio los dos.

Eusebio.

No puedo hablar, padre, ¡adios!
Porque ya de un mortal velo
Se cubre el cuerpo, y la muerte
Niega, pasando veloz,
Para responderte voz,
Vida para conocerte,
Y alma para obedecerte.
Ya llega el golpe más fuerte,

Ya llega el trance más cierto.
¡Alberto!

Curcio.
¡Que llore muerto
A quien aborrecí vivo!

Eusebio.
¡Ven, Alberto!

Curcio.
¡Oh trance esquivo!
¡Guerra injusta!

Eusebio.
¡Alberto! ¡Alberto! (Muere.)

Curcio.
Ya al golpe más violento
Rindió el último aliento:
Paguen mis blancas canas
Tanto dolor. (Tírase de los cabellos.)

ESCENA XIII

BRAS, y luego OCTAVIO.—CURCIO; EUSEBIO, muerto.

Bras.
Ya son tus quejas vanas.
¿Cuándo puso inconstante la fortuna
En tu valor extremos?

Curcio.
En ninguna
Llegó el rigor á tanto.
Abrasen mis enojos
Este monte con llanto,
Puesto que es fuego el llanto de mis ojos.
¡Oh triste estrella! ¡oh rigurosa suerte!
¡Oh atrevido dolor!

(Sale Octavio.)

Octavio.
Hoy, Curcio, advierte
La fortuna en los males de tu estado,
Cuántos puede sufrir un desdichado.
El cielo sabe cuánto hablarte siento.

Curcio.
¿Qué ha sido?

Octavio.
Julia falta del convento.

Curcio.
El mismo pensamiento, dí, ¿pudiera
Con el discurso hallar pena tan fiera,
Que es mi desdicha airada,
Sucedida, áun mayor que imaginada?
Este cadáver frio,
Este que ves, Octavio, es hijo mio.
Mira si basta en confusion tan fuerte
Cualquiera pena destas á una muerte.
Dadme paciencia, cielos,
Ó quitadme la vida,
Agora perseguida
De tormentos tan fieros.

ESCENA XIV

GIL, TIRSO, villanos.—Dichos.

Gil.
¡Señor!

Curcio.
¿Hay más dolor?

Gil.
Los bandoleros,
Que huyeron castigados,
En busca tuya vuelven, animados
De un demonio de un hombre,
Que encubre dellos mismos rostro y nombre.

Curcio.
Agora que mis penas fueron tales,
Que son lisonjas los mayores males.
El cuerpo se retire lastimoso
De Eusebio, en tanto que un sepulcro honroso
A sus cenizas da mi desventura.

Tirso.
¿Pues cómo piensas darle sepultura
Hoy en lugar sagrado,
Cuando sabes que ha muerto excomulgado?

Bras.
Quien desta suerte ha muerto,
Digno sepulcro sea este desierto.

Curcio.
¡Oh villana venganza!
¿Tanto poder en tí la ofensa alcanza,
Que pasas desta suerte,
Los últimos umbrales de la muerte?

(Vase llorando.)

Bras.
Sea en penas tan graves,
Su sepulcro las fieras y las aves.

Otro.
Del monte despeñado
Caiga, por más rigor, despedazado.

Tirso.
Mejor es darle agora
Rústica sepultura entre estos ramos.

(Colocan entre las ramas el cuerpo de Eusebio.)

Pues ya la noche baja,
Envuelta en esa lóbrega mortaja;
Aquí en el monte, Gil, con él te queda,
Porque sola tu voz avisar pueda,
Si algunas gentes vienen
De las que huyeron. (Vanse.)

Gil.
¡Linda flema tienen!
A Eusebio han enterrado
Allí, y á mí aquí solo me han dejado.
Señor Eusebio, acuérdese, le digo,
Que un tiempo fuí su amigo.
¿Mas qué es esto? ó me engaña mi deseo,
O mil personas á esta parte veo.

ESCENA XV

ALBERTO.—GIL, EUSEBIO, muerto.

Alberto.
Viniendo agora de Roma,
Con la muda suspension
De la noche, en este monte
Perdido otra vez estoy.
Aquesta es la parte adonde
La vida Eusebio me dió,
Y de sus soldados temo
Que en grande peligro estoy.

Eusebio.
¡Alberto!

Alberto.
¿Qué aliento es este
De una temerosa voz,
Que repitiendo mi nombre
En mis oidos sonó?

Eusebio.
¡Alberto!

Alberto.
Otra vez pronuncia
Mi nombre, y me pareció
Que es á esta parte; yo quiero
Ir llegando.

Gil.
¡Santo Dios!
Eusebio es, y ya es mi miedo
De los miedos el mayor.

Eusebio.
¡Alberto!

Alberto.
Más cerca suena.
Voz, que discurres veloz
El viento, y mi nombre dices,
¿Quién eres?

Eusebio.
Eusebio soy;
Llega, Alberto, hácia esta parte,
Adonde enterrado estoy;
Llega y levanta estos ramos.
No temas.

Alberto.
No temo yo.

Gil.
Yo sí. (Alberto le descubre.)

Alberto.
Ya estás descubierto.
Díme de parte de Dios,
¿Qué me quieres?

Eusebio.
De su parte,
Mi fe, Alberto, te llamó,
Para que, ántes de morir,
Me oyeses en confesion.
Rato há que hubiera muerto;
Pero libre se quedó
Del espíritu el cadáver;
Que de la muerte el feroz
Golpe le privó del uso,
Pero no le dividió. (Levántase.)
Ven adonde mis pecados
Confiese, Alberto, que son
Más que del mar las arenas
Y los átomos del sol.
¡Tanto con el cielo puede
De la Cruz la devocion!

Alberto.
Pues yo cuantas penitencias
Hice hasta agora, te doy,
Para que en tu culpa sirvan
De alguna satisfaccion.

(Vanse Eusebio y Alberto.)

Gil.
¡Por Dios, que va por su pié!
Y para verlo mejor,
El sol descubre sus rayos.
A decirlo á todos voy.

ESCENA XVI

JULIA, algunos BANDOLEROS; despues CURCIO y villanos.—GIL.

Julia.
Agora, que descuidados
La victoria los dejó
Entre los brazos del sueño,
Nos dan bastante ocasion.

Uno.
Si has de salirles al paso,
Por esta parte es mejor;
Que ellos vienen por aquí.

(Salen Curcio y villanos.)

Curcio.
Sin duda que inmortal soy
En los males que me matan,
Pues no me mata el dolor.

Gil.
A todas partes hay gente;
Sepan todos de mi voz
El más admirable caso
Que jamás el mundo vió.
De donde enterrado estaba
Eusebio, se levantó,
Llamando á un clérigo á voces.
Mas ¿para qué os cuento yo
Lo que todos podeis ver?
Mirad con la devocion
Que está puesto de rodillas.

Curcio.
¡Mi hijo es! ¡Divino Dios!
¿Qué maravillas son estas?

Julia.
¿Quién vió prodigio mayor?

Curcio.
Así como el santo anciano
Hizo de la absolucion
La forma, segunda vez
Muerto á sus plantas cayó.

ESCENA XVII

ALBERTO.—Dichos.

Alberto.
Entre sus grandezas tantas,
Sepa el mundo la mayor
Maravilla de las suyas,
Porque la ensalce mi voz.
Despues de haber muerto Eusebio,
El cielo depositó
Su espíritu en su cadáver,
Hasta que se confesó;
Que tanto con Dios alcanza
De la Cruz la devocion.

Curcio.
¡Ay, hijo del alma mia!
No fué desdichado, no,
Quien en su trágica muerte
Tantas glorias mereció.
Así Julia conociera
Sus culpas.

Julia.
¡Válgame Dios!
¿Qué es lo que estoy escuchando?
¿Qué prodigio es este? ¿Yo
Soy la que á Eusebio pretende,
Y hermana de Eusebio soy?
Pues sepa Curcio, mi padre,
Sepa el mundo y todos hoy
Mis graves culpas: yo misma,
Asombrada á tanto horror,
Daré voces: sepan todos
Cuantos hoy viven, que yo
Soy Julia, en número infame
De las malas la peor.
Mas ya que ha sido comun
Mi pecado, desde hoy
Lo será mi penitencia;
Pidiendo humilde perdon
Al mundo del mal ejemplo,
De la mala vida á Dios.

Curcio.
¡Oh asombro de las maldades!
Con mis propias manos yo
Te mataré, porque sea
Tu vida y tu muerte atroz.

Julia.
Valedme vos, Cruz divina;
Que yo mi palabra os doy,
De hacer, volviendo al convento,
Penitencia de mi error.

(Al querer herirla Curcio, se abraza de la Cruz que estaba en el sepulcro de Eusebio, y vuela.)

Alberto.
¡Gran milagro!

Curcio.
Y con el fin
De tan grande admiracion,
La Devocion de la Cruz
Felice acaba su autor.


Publicado el 4 de junio de 2018 por Edu Robsy.
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