Estampa primera
En Medinilla, pueblo andaluz, y en el compás de un convento de frailes, hay establecido un taller de carpintería con permiso de la comunidad y para ayuda de sus necesidades. A la derecha (actor), el edificio del convento, y en primer término, una ventana. A la izquierda, edificación modesta para vivienda del portero, actualmente ocupada por los dueños de la carpintería. Ante esta edificación, un amplio tejadillo que preserva los bancos, maderas y herramientas del taller. Al fondo, tapia y puerta que dan a una plazoleta de pueblo. Al aire libre florecen, en sus arriates, algunos rosales y una frondosa higuera da plácida sombra a un pozo. Es de día. En verano.
(Están en escena, al levantarse el telón, PERICO LEBRIJA, uno
de los dueños de la carpintería; hombre cincuentón, pelirrojo, cara de
vinagre; todo él un puro nervio, vestido con los mejores trapitos del
arca, rodeado de tres animalotes del pueblo: APANDA, BUCHE y BENITO, que
están haciendo los honores a una damajuana de vino; y al otro lado de
la escena, bajo el tejadillo. RAMON, oficial de la carpintería, y
PETRILLA, hija de Perico, que contemplan el cuadro. Se oyen en la calle
grandes voces de “¡Viva la libertad!", "¡Viva la República!", "¡Muera
Quintana!", “¡Mueran los caciques!", etc., etcétera como de gente que ha
pasado tras la tapia del fondo y poco a poco se aleja.)
PERICO.—(Desesperado mordiéndose una mano.) ¡Maldita sea!...
APANDA.—(Al mismo tiempo que se oye el barullo fuera y en alto el vaso.) ¿Vamos a pillarla pa quitarnos el mal humo?
BUCHE.—Amos a pillarla. (Beben.)
PERICO.—Si, hombre, mardita sea mi sino. (Bebe.) Por supuesto, que eso de que me haigan tachao a mí de la candidatura no se lo perdono yo a este pueblo en que lo echen abajo y lo güervan a levantá.
BENITO.—Sí, hombre. Usté tiene una historia muy limpia. Usté lleva quinse años con esta carpintería en er compá de este convento, sin pagarle el arquilé a los frailes y riyéndose de ellos, y eso, a los ojos de los que semos avansaos, vale mucho.
PERICO.—Si, señó. Seis veses m’han querio desahusiá, y ¡siete mil pesetas de arquilé les debo!
BENITO.—¡Ole!
PERICO.—Como que por eso m’incluyó er comité provinsiá en la candidatura. ¡Y que no me haigan votao mis paisanos!
BENITO.—Oiga usté, Perico, y los fraile, ¿en qué "tasitura" están ahora con usted?
PERICO.—Ahora, desde la República, s’han venío a güenas. ¡No les han quemao er convento por curpa mía!... Y no por lo que ellos creen, sino porque tengo yo er capricho de que er convento sea mío y poné la carpintería aonde retumben más los gorpes. (Suena dentro una campanilla.) Callarse, caballeros.
UN FRAILE.—(Dentro.) ¡Ave María Purísima!
PERICO.—(A los compañeros.) Veréis cómo los trato. (Acercándose a la ventana.) ¿Qué hay, morralla?
UN FRAILE.—(Dentro.) ¡Ay, Perico, Perico!... Pero hombre, con lo buenazo que tú eres, ¿a qué ese afán de dártelas de terrible?
PERICO.—¡Ah! ¿De manera que usté cree que yo soy un infelí?
UN FRAILE.—(Dentro.) No, hombre; infelíz, no. Un poco beocio y abstruso, algo acéfalo y acrimónico y un lerdo sin chirumen ni caletre.
PERICO.—Oiga: a mi en latín, no; a mi en cristiano.
UN FRAILE.—Pues en cristiano, hijo mío: que eres tonto. ¡Ay, Perico, Perico!, ¿pero quién te ha metido a ti en estas cosas?
PERICO.—Hombre, yo no tengo la curpa de que vinieran aquí unos oradores de Sevilla buscando por los pueblos un hijo der pueblo oprimido, vejado, escarnecido, jorobado y pisoteado por la pesuña del burgués, y me eligieran a mí pa di con ellos en la candidatura y llevá a Madrí la voz de los pueblos.
BENITO.—¡Cómo habla!
PERICO.—¡Tonto que soy! ¡Y, ay, si yo saliera diputao! Iban a sabé en Medinilla y en Madrí quién es Perico Lebrija y López, porque iba yo a arreglá a España y me iba a poné una casa con camas turcas hasta en la cosina y me iba a guisá un obispo, y me iba a embetuná las bota er duque de Meinaseli. (En tono oratorio.) ¡Compañeros! Ya era hora de que se gorviera la tortilla y de que los pobres se coman las tajás y los ricos rebañen las "prodedumbres".
FRAILES.—(Dentro, como si jaleasen un pase natural.)
¡¡Ooole!!
TODOS.—¿Eh?
PERICO.—¡Ay, que hay chunga! ¡Venga una palanqueta!
PETRILLA.—¡Padre!
RAMÓN.—¡Maestro!
BENITO.—¡Duro con ellos!
CORO ZAGALES.—(Dentro, provistos de latones y piedras, cantando.)
Perico Lebrija.
cara de botija,
que s'ha figurao
que ya es diputao.
Ponte un corbatín,
ponte una castora,
ponte un livitín.
(Arrojan las piedras y los latones a los pies de Perico y huyen riendo y alborozando.)
PERICO.—(Arengando a los tres "gañotes".) Ciudadanos: ¡a ellos, que son pocos! (Cogiendo una tranca y saliendo en persecución de la chavalería.) ¡Mueran los fasistas!... (Mutis.)
APANDA.—(A Ramón y Petrilla.) ¡Que lo van a majá!
BUCHE.—(Idem.) Está majareta.
BENITO.—(Idem.) ¡Chalao der to!... (Se van los tres por el foro muertos de risa.)
RAMÓN.—Cierra la puerta, mujé (Quitándose la americana.), que si no acabo yo hoy esta tarea me va a da la escarlatina.
PETRILLA.—(Obedeciendo.) ¿Pero hoy domingo vas a trabajá?
RAMÓN.—¿Y qué más tiene que sea domingo? Cierra bien que no me vean los del gremio y tengamos guasa. Aquí si no trabajo yo no hay quien trabaje. Porque tu padre, ya lo has visto, metió a político; y con er sosio de tu padre, er guasón de tu padrino, ¡el artista!, tampoco se pue contá. Como él es un artista.... ¡un vago es lo que es! Calla, que sale.
LUCAS.—(Saliendo en camiseta, tirantes colgando y una pequeña palangana.) ¿Qué pasa conmigo? A mi las cosas en la cara.
RAMÓN.—Pues mire usted, señor Lucas. Que le estaba disiendo a mi novia que esto no pue se y debe echarme una manita, a ve si acabamos esto.
LUCAS.—¿Yo? ¿Cogé yo un martillo y un clavo? ¿Por cuánto en er mundo?
RAMÓN.—No; si ya sé que.... pero...
LUCAS.—(Engallado.) ¡Pero na! Mi sosiedá con mi compare Lebrija—y estás jarto de saberlo—, está hecho a base de que estas manos no toquen más que las cosas finas y de arte que traigan a la carpintería, y antes de echarle una mano a esas cosas ordinarias me corto una mano.
RAMÓN.—Pero, hombre, si en los seis años que lleva usted de sosio con er maestro Lebrija no s'ha presentao aquí más cosas de arte que la caja de un reló de cuco y la degorvió usté ta y como vino.
LUCAS.—La degorví tal y como vino porque era una joya der siglo dieciocho y na más que tocarla era una herejía. Menos mal que con el formón en la mano me paré a tiempo.
RAMÓN.—No, si da usté unos parones...
LUCAS.—Di er parón porque lo que me trajeron era una repisa apolillá, que si le quito lo apolillao le quito er mérito. Porque lo que tú no sabes es que er trabajo de la polilla es capá de convertir una tabla de lavá en un retablo góticoromántico-bisantino que no la conose ni su padre. Casos hay de esos.
RAMÓN.—Si; er caso es no da un gorpe.
LUCAS.—Güeno; no se puede discutí con un carpinterucho de armá. ¡Yo soy un artista! (Echando en la palangana un chorreoncito escasísimo de agua.) Y un artista que, a la vista está, tos los días, en cuanto llega la hora de adecentarse, hasta se lava. ¡Pues, hombre!... (Se va por donde vino.)
RAMÓN.—¿Estás viendo?
PETRILLA.—Pues no trabajes tú tampoco. Déjalo y vamos a hablá de nuestras cosas.
RAMÓN.—De nuestras cosas podemos hablá lo que quieras; pero lo que no pue se es dejé de trabajá. ¿Te figuras tú que si yo no metiera el hombro iba a estar la carpintería en pie? ¿De qué ibais a comé tú y tu padre, y tu madre, el compadre de tu padre, y la mujé del compadre, que sois sinco a viví de esto? Y no digo que yo hago el seis porque a mí no me pagan hase un año y montan ya serca de quinientos duros los jornales que me deben tu padre y el compadre de tu padre. Y no meto a la comadre de tu madre y de tu padre, ni a tu madre, comadre del compadre de tu padre y de la comadre de tu padre, porque son las mujeres de tu padre y del compadre de tu padre. ¡Mi madre! (Da un martillazo tan fuerte que Potrilla, asustada, lanza un grito.)
PETRILLA.—¡Ay!...
RAMÓN.—Te digo que si no fuera por ti... En fin habla lo que quieras mientras trabajo.
PETRILLA.—¡Qué bueno eres!
RAMÓN.—Bueno; dime. (Se lia a trabajar.)
PETRILLA.—Pues verás. (Se sienta.)¡Ay!...
RAMÓN.—Vamos. ¿Ya estás en babia?
PETRILLA.—Si. Déjame, por tu salú, que sueñe despierta.
RAMÓN.—No empieces, mujé.
PETRILLA.—Déjame. ¡Asi! (Pausa.)Verás: tú figúrate que mi padre sale diputao. ¡Tú y yo en Sevilla! ¡Tú tienes una tienda de muebles en la calle de Tetuán! Eres un señorón. Ya tienes barriga, y en la barriga una caena así de gorda con una onsa corgando. Yo soy una señorona mu requetebién puesta con faja de goma y to, muy reguapisima, con las cejas pelás y la cara pintá, bamboleando er buye y pidiendo guerra, que el que me ve ya no va donde iba y va y me sigue, que llevo detrás de mi tres estudiantes, cuatro señores mu elegantes, un comandante, un coroné y toa la gente de un café. (Ramón arrea un martillazo tan furibundo que la despierta sobresaltada.) ¿Me quies deja, Ramón?
RAMÓN.—Pero oye...
PETRILLA.—¡Que me dejes, pesao! (Vuelve a soñar despierta.) Lo güeno es que entro en el parque con mis tres niños, un ama y una niñera..—Gumersinda, coge ese niño... Tú, con tu madre, Ramonsito... Manuela, hija mía, que estamos a las intemperies. ¿Le párese a usté desente ir dándole er pecho ar niño enseñando a la gente esa abundansia de promontorio? ¡Póngase usté un pañuelo, so deseará!..—Y voy y me topo con la mujé del arcalde de Sevilla, que viene con sus siete niños y un munisipá, tos en ringlera—¡Dichosos los ojos, doña Evarista!..—Pues yo, por aquí paseando y esperando a mi marío que está en er casino jugando a la brisca con er capitán generá... ¿Qué? ¿Le gustan a usté mis sarsillos? Son los de diario. ¡Pa usté! ¡Na, cargue usté con ellos; pa usté! ¿No ve usté que mi Ramón me compra unos nuevos tos los jueves?... (Ramón atiza otro furioso martillazo que la sobresalta.) ¡Ay!
RAMÓN.—Mira, eres más tonta que tu madre.
PETRILLA.—¡Mejó pa mi!
RAMÓN.—Güeno; pues no sueñes más, que estoy viendo que en una de estas sueñas que te he comprao la Girarda pa tendé la ropa. Pero ¿no te entra na por el cuerpo cuando te despiertas y te ves metía entre virutas, viviendo en un chiscón como ese, con dos habitasiones pa sinco que sois y teniendo que sorteá por las noches a ve a quién le toca dormí ensima der baú?
PETRILLA.—¡Mira en lo que te fijas!
VOCES.—(En la calle.) ¡Viva er sufragio universá der pueblo! ¡Muera Quintana!... ¡Viva! ¡Vivan las masas! ¡Vivan los diputaos! ¡Vivan!... (Aplausos, voces, risas, gritos, etc. Es la enfebrecida—como se dice ahora—, la enfebrecida multitud que pasa. Suenan al mismo tiempo grandes porrazos en la puerta.)
RAMÓN.—¡Atisa! Arguien que s'ha chivao y ha ido con er soplo de que estoy trabajando. ¡Me la he buscao! ¿Quién?
JUANA.—(Dentro y a gritos.) ¡Abre, niño!
RAMÓN.—¡Anda, si es mi madre! Abrela, mujé. (Abre Petrilla y entra JUANA CAPILLA, jamona, gordota y frescota, muy arremangada y muy limpia. Trae al cuadril un gran cesto de ropa lavada y blanca como el ampo de la nieve.)
JUANA.—Pero ¿qué pasa que tenéis cerrao? ¿Tanta jinda corre?
RAMÓN.—Es que ya ve usté cómo está la gente de regüerta y como tenemos aquí a los frailes, no sea que a argún esaborio se le ocurra desi: ¡vamo por ellos!, y tengamos guasa. Por más que no se atreverán, porque s'ha corrio por el pueblo que los frailes tienen ametralladoras...
JUANA.—¡Bien hecho!
RAMÓN.—Pero de toas maneras déjeme usté que cierre. (Cierra.)
VOZARRÓN.—(En la calle.) ¡Abajo el clero!
VOCES.—(Idem.) ¡Abajo! ¡Muera! (Aplausos, gritos, voces, y por detrás de la tapia se ven pasar unos palos largos con trapos rojos a modo de banderas.)
JUANA.—¿Qué disen?
PETRILLA.—Abajo el clero.
JUANA.—Y eso ¿qué es? ¿Que se van a meté con los curas? ¡Abre!
RAMÓN.—(Sujetándola.) ¡Vamos, madre!
JUANA.—(A grito herido.) ¡Sinvergüenzas! ¡Granujas! ¡Con dos curas viejos os meteréis ustedes! ¡Entrá aqui!
RAMÓN.—¡Madre, por Dios, que lo de las ametralladoras es mentira!
JUANA.—Güeno: pues déjalo, no abras; ¿pa qué? (Sentandose.) Güeno, aspeá vengo con toa esta balumba de ropa. Er dia que me toca lavá en la casa grande acabo estrosaita, porque como se empeña la señora que sea en el rio... Voy a descansar aquí un rato, hijo. Contarme cosas. ¿Qué ha pasao en er pueblo mientras yo he estao lavando?
PETRILLA.—Ya se lo puede usted figurar: voces, vivas, rebullicio y jarana.
JUANA.—¿Na más? ¿Ni un mal cate, ni una güena gofetá, ni na en el mundo?
PETRILLA.—Hasta ahora, que sepamos...
JUANA.—Pues en el río nos hemos pegao.
RAMÓN.—¿Cómo? ¿Quién?
JUANA.—La cuñá de Pocopán y una servidora.
RAMÓN.—Pero ¡madre!
JUANA.—Estaba lavando a mi vera cuatro pingos remendaos, mientras yo restregaba esa gloria de ropa, y va de pronto, se para, repara en una camisa de Holanda que yo tenía entre manos, y va y me dise:—¡To eso se va acabá en cuanto venga er "topató"!—¿Er topató?—Lo que va a veni, me dijo, ¡er topató! Lo de Rusia, que to va a se pa tos—Y eso está mu bien, le dije, porque está mu bien, si pudiera se, que to sea pa tos, como Dios manda—Na de Dio ni Dio; lo que va a pasá es que cuando venga er topató me vi a poné yo esa camisa y voy yo a dormí en esas sábanas, y la señora de casa grande se va a conformé con cuarquié trapo de estos mios, si yo se lo quiero da que no se lo daré, y le vendrá mu ancho—¿Y eso es er topató, Manuela? ¡Eso es er topati! Y va y me dise;—¡Tú lo que eres es una clériga! la Ramón.) Mira: se me resbaló sin queré er jabón de las manos, que fue a darle en tos los dientes; la pesqué por la bamba que tal y como estaba de roíllas le hasia er vestío por la parte reonda de atrás, y... Güeno, que se salieron las ranas, asustaitas de la cara de rana que ponía la Manuela debajo del rio, ¡no te digo más! (Muy convencida y como si dijera una profecía.) ¡Y es que con las mujeres metías en política se van a ve cosas mu grandes! la Petrilla.) Güeno.... ¿qué? ¿Y tú, qué, desde que no nos vemos? Soñando en las musarañas, como siempre, ¿no? la Ramón.) Estás tú listo con este cigarrón, que es un cigarrón vestío de mujé.
RAMÓN.—¡Madre!
JUANA.—A ve si no es un cigarrón comparé conmigo. (Levantándose y muy cariñosa a Petrilla.) Pero ven aquí y no pongas esa cara de pelegrina. Si ar fin y ar cabo voy a sé tu suegra. Ven que te dé un beso.
RAMÓN.—Así me gusta que la trate usté, madre.
JUANA.—No, si después de to, poquita cosa es, pero no está mal. Tiene ange en la cara, y es grasiosilla, y rae va a queré mucho, ¿verdá?
PETRILLA.—Si, señora.
JUANA.—¿Mucho, mucho, mucho?
PETRILLA.—Mucho.
JUANA.—Pues dispensa lo que te he dicho, y venga ese beso y un abrazo, s'entrañas. (Abrazándola y palpándola.) ¡Hija mía, tienes menos carnes que er seis doble! (Sin poderse contener.) Pero ¿dónde vas tú con esto tan liso, niño? Pero, cuando llegue er caso, ¿dónde tiene “esto" sitio pa... meté a mi nieto? (Arrepentida.) ¡Vaya, ya la pringué otra ve!
PETRILLA.—(Un poco enfadada.) ¿Pues sabe usté lo que le digo? (Acariciándose el tipo.) Pues que esto es lo que se lleva.
JUANA.—Lo que se lleva el aire como sople un poco.
PETRILLA.—¡Lo que se lleva! ¡La moda!
JUANA.—Eso será. No, si la úrtima ve que hubo sine en er pueblo vi yo una sinta que era dos esqueletos que se besaban y to. ¡Si, vamos a llega a eso, por lo que se ve! Si ya los enemigos del alma no son los de siempre.
RAMÓN.—¿Cómo?
JUANA.—Sí, hijo; los de siempre han sío mundo, demonio y carne, y ahora, por lo visto, son mundo, demonio y güeso. Ahora que, si es tu gusto, es mi gusto, y yo mu conforme, y la querré como si fuera mi hija. (Llorando.) Que a queré y a sentí no hay quien me gane, y ven que te dé otro beso. (Besándola.) ¡Así, con arma y via, corasón! la Ramón.) Pero repara en qué familia te vas a meté: la niña tonta, porque es tonta; er padre, ya sabemos tos quién es Perico Lebrija, cara de botija, y la madre... ¿Dónde está tu madre, reina? De fijo arreglándose los rizos y pintándose hasta los bujeros de la nari, que yo no he visto mujé más afisioná a pintarrajearse y presumí, y guiñá a los hombres, y andá a saltitos, que es un tentetieso y tie más años que er puente der rio, que disen que lo hiso un rey moro der tiempo de las "Catacumbas" de Roma, cuando el Arca de Noé.
RAMÓN.—¡Madre!... Pero ¡madre!...
PETRILLA.—¡Que es mi madre!
JUANA.—¿Y eso qué tie que ve? ¿Vas a ofenderte? También va a se consuegra mía y no me ofendo, mira ésta. Y no digo na del compadre y la comadre de tu madre y de tu padre...
RAMÓN.—Pero vamos a ve...
JUANA.—No, si hay pa tos; porque al compadre y a la comadre hay que echarles de comé en otro plato. ¡Esos son "aristógratas" y les da por la finura, que se parten de finolis, y por la ducasión y er sabé de modales, y el orgullo que tienen, que se creen que los demás somos perros sarnosos! ¡Como ella es hermana de doña Consolasión Tres-Palasios!...
RAMÓN.—Y que doña Consolación, cuando muera, las dejará toda su fortuna. Eso es verdá.
JUANA.—Claro que es verdá. Como también es verdé que doña Consolación Tres-Palasios, con to su señorío, cuando tenía veinte años estaba de cría en casa de un duque, y er duque la apresiaba mucho porque la pajolera era mu ocurrente y mu grasiosa... ¡Anda; como que un dia que le entró er desayuno ar duque le contó ella un cuento y se rieron tanto, que se cayeron los dos de la cama! Que de eso le viene la "aristograsia" y er dinero que tiene. ¡Que lo sé yo!
RAMÓN.—Bueno, bueno; ya está bien.
JUANA.—Pero pa persona con grasia, la madre de ésta. ¡Las fantasías y grandesas que enrea en menos de na! Que en eso has salió a tu madre.
PETRILLA.—¡Dichosa la rama!
JUANA.—Si, ¿eh? Pues habrá que ve la que vais a armá ahora en cuanto se enteréis de que tu padre ha salió diputao.
PETRILLA.—¿Qué?
JUANA.—Yo lo que se corre por ahí. Al pasá por la escuela salía la gente disiendo no sé qué del escrutinicio, o como se diga, y que habían triunfao los de don Pepe, y como con ellos iba englobao tu padre en las papeletas de los votos, ¡pos que ya es diputao tu padre! ¡Na más que esa barbariá!
PETRILLA.—(Loca perdida y a grandes gritos.) ¡Ay! ¡Mamá!... ¡Mamá!... ¡Sal, mamá, que ha salió papá! ¡Mamá! ¡Mamaitaaaa!...
(Por la izquierda sale CORONA, la madre de Petrilla. Viene en chanclas y es una cuarentona repintada, de tipo cigüeñesco, espejo barato y barra de carmín en mano, y el pelo preso en rizadores de papel.)
CORONA.—¿Qué pasa? ¿Qué gritos?...
PETRILLA.—(Saltándole al cuello y besándola.) ¡Ay, mamaíta, que somos diputadas! ¡Que somos diputadas!
CORONA.—Pero ¿qué dises, niña, que papá ha triunfao? ¡No! ¡No me gastes chuflas, que soy tu madre y te quito la cara de un guantazo! Ramón, tú, que eres un hombre serio.
RAMÓN.—Si, señora, sí. ¡Si se van a ve cosas peores!
CORONA.—¡Ay! ¡Ay, qué alegría! ¡Ay, qué tembló! ¡Ay, que se me desrisa er pelo! ¡Ay, que no puedo llorá, que me despinto. (Dando rienda suelta a su imaginación.) ¡¡Ya!! ¡Mi sueño! ¡Si tenía que se! ¡Dinero en buten! ¡Trenes de barde! ¡Madrí! ¡Perico diputao! ¡Una casa en to er cogollo de la Puerta der So! ¡Criados de carsón corto! ¡Perico que se pone malo; Perico que se muere! Tos los sordaos al entierro. To Madrí con corgaúras negras. ¡Vengan ministros y gobernaores en er duelo detrás de él! (Sentándose abatida.)¡Ya se lo llevan! ¡Pobresito mío! ¡Ay, qué sola quedo! ¡Por Dios, hijo, señó ministro!, ¿tanta prisa le corre a usté? ¡Déjeme usté que lo piense!... Cuando pase er luto ya hablaremos. No, si; si me es usté mu simpático... ¿Eh?... ¿Pasao mañana la boda? Pero ¿qué dirá la gente? Güeno, güeno, no se ponga usté pesao. ¡Conforme! ¡Hasta pasao mañana, Felipe! (Levantándose enardecida.) Arsa, pa que me venga la comadre refregándome su "aristogracia" por los hosicos! ¡Ahora va a ve ella! (Acercándose a la puerta de la izquierda.) ¡Comadre! ¡Comadre!
JUANA.—(A Ramón.) ¿Y ésa va a se tu suegra? Pero ¡si eso no es una mujé, si eso es una motosicleta loca, niño!
(Salen por la izquierda LUCAS, al que ya conocemos, y CARMEN, su mujer. Esta señora, aunque vestida de trapillo, muy de trapillo, incluso en alpargatas, tiene cierto aire de señorío, dignidad y altivez.)
LUCAS.—¡Joyín con tanto grito! ¡Qué jeringa!...
CARMEN.—(Saliendo.) ¡Lucas! ¡Sin joyín y sin jeringa, no seas basto! ¿Para qué he sido llamada?
CORONA.—Pues verá usté, comadre...
CARMEN.—Primero, la ducasión, que hay visita. la Juana.) Buenas tardes. ¿Está usté buena? ¿La familia buena? Nosotros buenos, muchas grasias; no hay de qué darlas; igualmente; no hay de qué. la Lucas.) Saluda, no seas ordinario.
LUCAS.—Buenas tardes. ¿Está usté güena? ¿La familia güena? Nosotros güenos; muchas grasias; no hay de qué darlas; igualmente; no hay de qué.
JUANA.—Bueno, pues...
LUCAS.—(Atajándola) No, nada; ya lo hemos dicho to nosotros y ha llegao usté tarde. Pa se finos hay que espabilarse, amiga. (Imitando un saludo rápido entre dos.) Buenas—Buenas—¿Qué tal?—Bien, ¿y usté?—Bien. Muchas grasias—De nada. Así, sí; pero si se aguarda uno, el que es más fino toma carrerilla, y el otro queda como un tío guarro. la Carmen.) ¿Verdá?
CARMEN.—(A Juana.) Pero siéntese.
JUANA.—(Tomando carrerilla.) De ninguna manera; usté primero; grasias; de nada; er gusto es mío; muchas grasias: no hay de qué. (Sentándose.) ¡En paz!
LUCAS.—(A Carmen.) ¡Pues si que has quedao...! ¡Anda, pa que enseñes ar que no sabe!
CARMEN.—(A Corona.) ¿Qué me quería usté desí, comadre?
CORONA.—Pues, comadre, que ya semos iguales usté y yo.
CARMEN.—¿Y eso cómo va a poder ser? ¡Ni soñarlo! ¿Es que el mundo se ha puesto patas arriba?
CORONA.—Que usté tendrá una hermana pingorotuda y en lo más arto der pimpollo; pero ¡las cosas!, y no es por darles a ustedes dentera: mi Perico ha salto diputao y...
CARMEN.—(Muerte de risa.) ¡Ja, ja, ja!... ¡Ja ja, ja!...
LUCAS.—(Lo mismo.) ¡Ja, ja, ja!... ¡Ay, que se me sartan las tripas!... ¡Ay, qué tía más grasiosa!... (Dándole un manotazo en el cuto.) ¡Vamos, comadre! ¡Mira que Perico diputao! Pero ¿"oyéis" ustés esto?
RAMÓN.—¡Y lo malo es que es verdá!
LUCAS.—¿Qué estáis disiendo, Rosendo"?
PETRILLA.—Verdá, padrino.
JUANA.—¡Toma que si es verdá!
LUCAS.—(Sombríamente.) ¿Eh? No, cuando Juana lo dise... (Transición. Incrédulo.) ¡No, hombre, no; hasta ahí podían llegar las cosas! ¿Dónde s'ha visto un diputao sin corbata?
RAMÓN.—Pues se va a ve.
LUCAS.—Güeno: pero las patás que le van a dar en cuanto llegue ar Congreso...
CORONA.—Está usté muy equivocado, compadre. ¡Las patadas las dará él!
LUCAS.—¡Lo creo, lo creo! En fin. (Mordiéndose las uñas.) ¡Vaya, vaya!
CORONA.—Hay su mijita de envidia, ¿no?
LUCAS.—(Que no la puede disimular.) ¿Nosotros?
CARMEN.—¿Envidia nosotros? ¡Si, sí!... ¡Lo que toco yo!... Le doy a usté mi enhoragüena, y de aquí no me voy pa se la primera que lo felisite. ¡Ya ve usté qué envidia! (Se sienta.)
LUCAS.—(Aparte a Carmen.) Que se te nota. Sonríe. (Desentonada y airadamente, porque ya no puede más.) Mire usté, comadre: sea er compadre diputao o archipampángano de las Indias Baleares, siempre habrá una diferensia entre ustés y nosotros: los modales finos y la ducasión que nosotros habernos mamao y er sabe saluda y sentarse que tenemos, porque... ¡Siéntese usté, comadre, haga usté er favó!
CORONA.—¿Yo? (Sentándose.) Ya está. ¿Qué hay?
LUCAS.—¿Ve usté? Que usté, como Juana, se ha sentao con to, y así no es.
JUANA.—¿Que no es con to? ¿Pos cómo tiene que se? ¿A plasos?
LUCAS.—En er filito, hombre, en er filito, no sea usté ansiosa.
Eso, y muchas cosillas más que sabemos nosotros... Porque, pongo por caso: Ustedes cuando tos los días nos ponemos a comé tos juntos: usté, la niña, er compadre, ésta y yo, y coméis y queréis bebé, ¿qué haséis?
CORONA.—¡Pues bebé!
LUCAS.—¿Viciversamente?
CORONA.—¿Cómo?
LUCAS.—Que si viciversamente: que si no hay más que hasé que dejá la cuchara y empinarse er vaso.
CORONA.—¡Claro!
LUCAS.—(Remedándola.) ¡Claro! Y deja usté toa la pringue en er borde del vaso: que ya tenía yo ganas de desirselo a usté y ar compadre la Juana, porque en casa no hay más que un vaso, y tos tenemos que hosicá luego en él, señá Juana. ¡Eso es una farta de ducasión y una cochinería, comadre! Cuando se está comiendo y se quiere bebé, son tres tiempos: primero, se deja!a cuchara; luego, se traga bien lo que se está mascando!Pasándose el dedo por las encías.) sin dejarse na en las muelas, y tercero, se agacha uno y se limpia uno la boca con er pico der manté. ¿Qué había de eso? Por otro lao: en lo tocante al parné, ¿de dónde va a tené er compadre, por mucho que mangue en Madrí, que mangará, porque lo conozco, er dinero ene vamos a heredá nosotros cuando parné la hermana de ésta? ¿Envidia de qué, señá Juana, me quiere usté desí?
JUANA.—Yo ve, oí y calla, que conmigo no va na. Allá ustede. ¡Ande usté con ellos, Corona, que se vea un argo; un gofetón, un gañafón, argo que anime!
CORONA.—¿Yo?... ¡Pobresillos!... ¡Si me da una lástima de ellos!... Lo cua que como nosotros tenemos que dimos a Madrí, pues quiere desirse que pa que no paséis apuros y miseria y tengáis argo de qué viví, le regalaremos a ustedes la carpinterucha esta. ¿Verdá, hija?
LUCAS.—(Levantándose indignado.) ¡La carpinterucha esta se la vais a comé ustedes! Presisamente habíamos pensao ésta y yo en dejársela a ustedes, porque er serrín y el oló a cola nos está ya perjudicando mucho en nuestra aristocrasia.
CORONA.—Pues hijo, se la dejaremos a Ramón, porque nosotros, ya lo he dicho a ustedes: ¡nosotros a Madrí! ¡Madrí! ¡Ustedes no sabéis lo que es Madrísss!
LUCAS.—¡Ni usté tampoco!
CORONA.—Pero me lo figuro. Lo primero allí no es como aquí; allí to er mundo es fino y educao; y además la gente habla que da gusto oírla: ¡con la ese! Na de zopa-zopa, como aquí. ¡¡Sopass, sopass y requetesssopasss!! ¡Con la ese to er mundo! ¡Pero que to er mundo! Y si no pregúnteselo usté a Paquito Troncho, que fue zordao en Madrí y dise que er primé día que llegó le piso er rabo a un perro en la calle de Arcalá y se le gorvió mu fino y le dijo: ¡Guausss!
LUCAS.—¡Mira que fino! ¿Y los trenes qué hasen? ¿Piss?...
CORONA.—Y luego lo que vamos ésta y yo y Perico a lusí y a figura. Perico con su bombín y su bastón, yo escotó desde aquí pa atrás hasta el arranque der queso durse y con mi güen abrigo de pellejo de oso blanco. ¡Pero no se muerda usté las uñas, comadre, que toavía farta lo mejó!
CARMEN.—(Que, en efecto, se las está mordiendo.) No: si es es un padrastro.
CORONA.—¡Vamos, comadre, que yo sé lo que es comerse de envidia, que siempre se empiesa er banquete por las uñas!
LUCAS.—(Dándole a Carmen un manotazo en la mano.) ¿Te quies está quieta, mujé? Mire usté: a la comadre se le nota porque es debi, pero venga y écheme usté grandesas en la cara, a ve si pestañeo siquiera. Yo misté la risita de satisfarsión que me entra de pensá que er compadre va a hasé, y a acontesé, y a brillá, y a figuró. ¡Jajajay.... enhoragüena!
CORONA.—(Como al principio.) Muchas grasias.
LUCAS.—(Tronchándose de fino.) Las que usté me hase.
CORONA.—(Idem.) Grasias.
LUCAS.—No: las que usté me hase porque, comadre, es usté propiamente la estampa de una borracha pintó por un chalao.
JUANA.—(En sus glorias.) ¡Ya! ¡Ahora o nunca!
PETRILLA.—Con mi madre no tiene usté que meterse.
LUCAS.—Pues me meteré contigo. ¿También vas tú a di escotó hasta el arranque de los jamones?
PETRILLA.—Sí, señó. ¡Y con carsetines!
RAMÓN.—(Saltando.) ¡Quiá! ¡Eso será si yo quiero, y a mi no me pones tú en ridiculo!
CORONA.—¿En ridiculo de qué? ¿Pero tú qué tiene ya que ve con ésta?
RAMÓN.—¿Cómo?
PETRILLA.—Pues oye, es verdá.
RAMÓN.—¿Pero qué dices?
PETRILLA.—Pues que es verdá que no habíamos caído en eso. (Muy presuntuosa.) Que yo, hijo… vamos, estaría loca, si... ¡Claro! Dónde te vi a llevó yo a mi vera que no diga la gente: ¡Anda esta niña, el largalo que se trae! Mira como suerba. ("Suerbe" con fuerza.)
JUANA.—(Levantándose y remangándose con las del Beri.) ¡Bueno!
RAMÓN.—(Deteniéndola.) ¡Madre! (Ruido de voces en la calle.)
PETRILLA.—(Acudiendo a la puerta.) ¿Eh? ¡Mamá! ¡Papá!
CORONA.—¿Qué?
PETRILLA.—(Corriendo hacia su madre.) ¡Papá! ¡Que viene papá!
CARMEN.—(A Lucas.) Yo me voy.
LUCAS.—¡Quieta aquí! ¡Nosotros enhoragüena y na más que enhoragüena!
CARMEN.—Pero...
LUCAS.—¡A repudrirse, pero enhoragüena y na más que enhoragüena!
VOCES.—(En la calle.) ¡Vivaaaa!... ¡Vivaaaa!... (Por el foro entra PERICO asustao y cierra la puerta.)
PETRILLA.—(Alborozadamente, abriendo los brazos y yendo hacia él.) ¡¡Papá!!
CORONA.—(Lo mismo.) ¡Perico!
LUCAS.—(Apartándolas bruscamente con sendos empujones.) ¡Atrás to er mundo! (Abrazando a Perico.) ¡Compadre de mi arma, venga usté acá! ¡Tan chiquitillo y tan grande! ¡Los hombres en er mundo! (Lo levanta en vilo, Perico manotea y patalea en el aire.) ¡Viva er diputao!
TODOS.—¡ Vivaaaa!...
VOCES.—(En la calle.) ¡¡Vivaaaan!!...
PERICO.—(Queriéndose zafar.) ¡Pero mardita sea mi corasón!
LUCAS.—¡Viva er diputao!
TODOS.—¡Vivaaaa!...
VOCES.—(En la calle.) ¡Vivaaaa!...
PERICO.—(Hecho una fiera.) Compadre, que yo soy mu chico pero vengo venenoso.
LUCAS.—(Dejándolo caer al suelo, con la repugnancia con que se tira a un bicho.) ¡Aaaag!...
PETRILLA.—¡Papá!
CORONA.—¡Perico!
PERICO.—(Indignadísimo y espumajeante a Corona.) ¿Qué haces tú aquí con esos papeles en la cabeza? ¿Es que la arquilas, o qué?
CORONA.—(Asustadísima.) ¡Ay!
PETRILLA.—(Idem.) ¡Papá!
PERICO.—(Revolviéndose furioso, a su hija.) ¡Quítate de mi vista, niña, que te vi a arrima un cate que vas a rompe a habla en latin! (Revolviéndose a Carmen.) ¿Qué me mira usté con toa esa cara pan cruo? ¡Vaya usté a la porra y guía a la derecha! (Revolviéndose a Juana.) ¿Qué pasa? ¡Porque yo con toa esa facha y to ese abuso de pechuga, yo me la sarto a usté! la Ramón, que está tras el banco.) ¡V a ti también! ¿Qué haces tú ahí metió en la barrera? ¡Sarte a los medios! (Revolviéndose a Lucas.) ¿Y usté, qué? ¿Queria argo de mi? ¡Pues sarga usté a la calle! (Rápidamente inicia el mutis hacia la calle, y al pasar por la reja del convento, mete alli la cura y grita: y ¡Muera er clero! (Desafiando a Lucas.) la la calle!
LUCAS.—¿Pero compadre de mi arma, tan fuerte le ha entrao a usté? ¿Es que estaba usté esperando er salí diputao pa echa ese genio?
PERICO.—(Cavernosamente.) ¿Qué dise usté?
LUCAS.—¡Que no es pa tanto!
PERICO.—(Avanzando luida Lucas lentamente y con paso de tigre.) ¿Qué no es pa tanto, er qué?
LUCAS.—Mire usté, compadre; a mi no me venga usté con la jeta gacha y escarbando er suelo, porque le pego a usté un guantaso que lo hago pelusa.
JUANA.—¡Y yo la soplo!
RAMÓN.—(Dando un martillazo en el banco que acoquina a Perico.) ¡¡¡y yo!!!
PERICO.—(Achicado.) Pero que yo me entere. ¿A qué ha venio la guasa de cogerme en brasos?
LUCAS.—Hombre, pa selebrá su triunfo. ¿No han trunfao los suyos?
PERICO.—(Volviendo a su fiereza.) ¡Si! ¡Si! ¡¡Sil!... ¿Y qué?
LUCAS.—¿Pero quién es este filete de anchoas que me mete a mi las mano por la cara?
PERICO.—(Cada vez más cerca de ¡as narices de Lucas.) ¡Yo!
LUCAS.—¿Y usté es mi compadre?
PERICO.—¡¡Yo!!
LUCAS.—¿Y por haberlo felisitao me va a pagá usté?
PERICO.—¡¡Yo!!
LUCAS.—¡Ea; pues yo me pego con usté y con su jefe! ¿Quién es su jefe de usté?
PERICO.—¡¡Yo!!
LUCAS.—¡Y con los que l’han votao a usté! ¿Cuántos l'han votao a usté?
PERICO.—¡¡Yo!!
LUCAS.—¿Cómo?
PERICO.—¡¡¡Que yo!!! ¡Que no he sacao más que un voto, mardita sea mi cara! ¡Er de yo! ¡Digo er mío! ¡Er que eché yo!
TODOS.—¿Eh?
VOCES.—(En la calle.) "Perico Lebrija,—cara de botija", etcétera. (Sacuden un peñascazo a la puerta y entra en escena un adoquín por encima de la tapia.)
PERICO.—¡Agacharse! (Todos se agachan y suena en la puerta una verdadera lluvia de pedradas.) "Santa Bárbara bendita,—que en er sielo estás escrita,—con papel y agua bendita."
VOCES.—(En la calle, que se alejan poco a poco.) ¡Viva! ¡Vivaaa!...
PERICO.—(incorporándose y casi acongojado.) Y si ensima de esto, también ustedes me vais a tomá er pelo, ¿qué queréis que haga mala sangre? ¿Que rompa a bailá? (Sentándose abatido.) ¡En redículo, compadre, en redículo y en vidensia! ¡Un voto solamente! ¡Anda que si me confío y no me voto yo mismo!... Pero, ¿qué? ¡Si ha sio peo! Si estaba yo oyendo los nombres que salían en las papeletas, que en toas las papeletas habían borrao mi nombre y... ¡Lo que son las cosas! Cuando salió la mía por que tanto que acababa yo de mentarle la madre a tos, y va y dise er presidente: ¡La tuya, Perico! Que vino bien, porque él lo desía por mi papeleta, pero la gente se creyó que lo desía por mi madre y ¡pa qué la que armaron!
LUCAS.— (Consolándolo.) Pues usté dispense los abrasos, compadre. No creí yo que se habían cargao con usté esa faenita. ¡Está visto que nadie es profeta en su pueblo! Claro; a usté lo han visto de chiquillo jugá ar trompo con los carzones rotos y er pañá asomando, y se figuran que sigue usté siendo aquel chavea con la cara churretosa de chupá caramelos y arropías, tan reluciente de pringue que paresia vidriá... Que por eso le pusieron a usté er mote de "Carabotija". que estuvo bien puesto.
PERICO.—(Violento.) ¡Compadre! (Refrenándose.) Anda, Ramón, llégate ahí enfrente y has er favó de poné un telegrama ar comité centrá que diga: “Trunfaron tos ustedes. Yo derrotao por uno a dos mil del candidato carca, Perico Lebrija Carabotija." ¡Digo, no! ¡López, López, mardita sea mi corasón!
RAMÓN.—Voy. (Se va por el foro.)
LUCAS.—(A Perico, acariciándole la cabeza.) ¡Vaya por Dio, compadre, vaya por Dio!...
PERICO.—(Revolviéndose iracundo.) ¡No me tenga usté lástima que es!o que más me puede!
LUCAS.—Pero ensima de que lo consuelo...
PERICO.—¡Que me deje usté!
LUCAS.—¡Pues ande usté y que lo zurzan! (Yéndose al lado de Carmen.) Digo: ¿te parece? (Quedan a un lado Perico, Corona y Petrilla y a otro, formando grupo, Juana. Carmen y Lucas.)
CORONA.—(Muy nerviosa y haciendo harina unas virutas que ha cogido.) De forma que...
JUANA.—¡Pasiensia y engurrúñate, hija!
CORONA.—(Encarándose con Perico.) Por supuesto que la curpa de to esto la tiene tú, ¡so birria, que eres una birria!
PERICO.—¡Cállate, Corona!
CORONA.—¿Pero dónde tenía yo los ojos que me creí que con ese tipo de lenguao canijo ibas tú a salí diputao?
PERICO.—¡Que te calles, Corona!
CORONA.—¡To por tierra!
PERICO.—¡Corona, cállate!
CORONA.—(A Petrilla.) ¡Ya ves la ruina que nos ha buscao tu padre!
PERICO.—¿Yo?
JUANA.—Es que usté no sabe lo que esa cabesa había maquinao.
PERICO.—¡Como siempre! ¡Pos como me lie a quitarle cosas de la cabesa!...
JUANA.—¡Anda, empapela usté er pueblo! ¡Ja, ja, ja!...
CORONA.—(Desafiándola.) ¡Juana, que yo no me meto con usté, Juana! Y er caso no es pa tomarlo a risa, sino pa sentirlo. ¡Ordinarios, que seis unos ordinarios!
CARMEN.—Eso no, Lucas, que no se diga: lo primero la ducasión. ¡Mi pésame, comadre!
LUCAS.—L’acompaño a usté en er sentimiento, comadre. ¡La cuesta arriba que se le va a hasé a usté ahora acostumbrarse otra ve ar pueblo, después de habé figurao tantísimo en Madrí!
CORONA.—No pase usté pena, que a to se acostumbra uno.
JUANA.—Si, pero lo malo va a se cuando pise usté aquí a un perro y no le diga ¡guausss!
CARMEN.—¡Ja, ja, ja!...
LUCAS.—¡Ja, ja, ja!...
JUANA.—Y diga usté, Corona; una curiosidá: aquer vestío que llevaba usté con el escote hasta er sitio donde antes teníamos el rabo, era la última moda pa rascarse a gusto, ¿no?
CARMEN.—¡Ja la ja!...
LUCAS.—¡Ja, la ja!... (Llorando de risa.) Otra cosa: ¿el abrigo de pellejo de oso, era de osso o de ossa? ¡Ay, que me descosso! ¡Ja, ja, ja!...
CARMEN.—¡Ja, ja, ja!...
JUANA.—¡Ja, ja, ja!...
LUCAS.—¿Y de qué murió er compadre, comadre? ¿De idiota que era?
CARMEN.—¡Ja ja, ja!...
JUANA.—¡Ja, ja, ja!...
PERICO.—(Levantándose airado.) ¿Qué yo me he muerto?
LUCAS.—Y enterrao. Y la comadre casa con un ministro.
JUANA.—Es verdá. la Corona.) ¿Ha venío con usté don Felipe? (Llamando a grito pelado.) ¡Don Felipeee!...
PERICO.—¿Pero qué don Felipe ni que...?
UN FRAILE.—(Dentro.) ¡Perico!
PERICO.—¿Qué pasa? ¡Callarse!
UN FRAILE.—¿Qué risas son esas? Buena señal, ¿no? ¡Enhorabuena!
PERICO.—(Desconsolado.) ¿También ustedes mala sangre? ¡Abrirme ahí que voy a meterme fraile de por via!
UN FRAILE.—¿Aquí? ¡Quita, hombre; aquí no admitimos tontos!
LA COMUNIDAD.—(Dentro, cantando.)
Perico Lebrija,
cara de botija,
que s'ha figurao
que ya es diputao... (Risas.)
PERICO.—(Al mismo tiempo, hecho una fiera.) ¡Ay, que me pierdo! (Cogiendo airado una silla.)
la trotó to er mundo! ¡Hala! ¡Arrimó viruta aqui, que voy a prenderle
fuego ar convento, y a la carpintería, y aquí parmamos tos; el compadre,
la comadre, mi mujer, mi niña, los frailes, y yo, y don Felipe. la gritos.) ¡Don Felipeee!... (Al ver entrar a RAMON por el foro.)¡Y tú también! ¡Entra y atranca!
RAMÓN.—Maestro...
PERICO.—¡A arrimó virutas!
RAMÓN.—Es que yo le traigo... (Le da un papel.)
PERICO.—(Sentándose a leerlo.) ¿Eh? ¿Cómo? Pero ¿esto qué es?
RAMÓN.—Yo, lo que m'han dicho.
PERICO.—¿Quién?
RAMÓN.—Cuando llegué a poné er parte que usté me dijo, lo llamaban a usté de Sevilla, y va la telefonista y dijo: Póngase usté, y me puse; y ahí está lo que m’han dicho de parte der comité centrá.
PERICO.—(Leyendo tembloroso y más calmado.) "Que no importa que haya sido derrotado en el pueblo, porque la candidatura completa ha triunfado por la circunscripción, y usté por setenta mil votos en toda la provincia; venga a Sevilla jueves, acto de la proclamación." (Incrédulo.) ¡No! (Sigue releyendo el papel una y otra vez.)
TODOS.—(Acercándose.) ¿Eh?
PERICO.—¡No!
RAMÓN.—Además allí había un puñao de telefonemas pa usté que no han querio dármelos a mi pa que yo los trajera.
PERICO.—¡No!
RAMÓN.—¡Que sí, maestro! ¡Por la salú de mi madre! ¡Por la salud de su hija...!
LOLA.—(Muchachita del pueblo que ha entrado trayendo como unos veinte telefonemas.) Maestro, mi hermana, que tome usté estos partes.
PERICO.—(Saltando a ella como un tigre y arrebatándoselos.) ¡Vengan!
LOLA.—(Asustada.) ¡Ay! (Se va coriendo por el foro.)
(Mientras Penco va leyendo los telefonemas tirándolos al aire a medida que los lee se suceden, entre Corona y Petrilla, por una parte, y por otra, Lucas, Carmen, Juana y Ramón, mudos ademanes y gestos despectivos.)
PERICO.—(Leyendo.) "Coalición triunfante.” (Tira el telefonema y lee otro.) "Enhorabuena, compañero.” (Idem.) "Felicitale Comité." (Idem.) "Viva voluntad popular." (Idem.) "Saludo nuevo diputado." (Idem.) "La patria sabe elegir sus hijos." (Idem.)"Si todos diputados son como usté, España ha hecho las diez de últimas." (Idem.) ¡Envidias!
PETRILLA.—(Abrazándole.) ¡Padre!
CORONA.—(Idem.) ¡Perico!
RAMÓN.—(Idem.)¡Maestro!...
PERICO.—(Exaltadísimo.) ¡Cogerme en hombros! ¡Sacarme en hombros!...
LUCAS.—¡No sea usté idiota, compadre!
PERICO.—¡He dicho que en hombros! (Salta sobre Lucas y queda a caballo sobre él, gritando mientras Lucas intenta en vano apearlo.) ¡Viva yo! ¡Viva yo! ¡Viva yoooo!...
TELÓN
Estampa segunda
Recibimiento, sala de visitas y escritorio, todo en una pieza, de una casa de viajeros en Madrid. En el último término del lateral derecha, la puerta de entrada con mampara; al foro, un balcón, y en el lateral derecha, dos arcos que conducen a sendos pasillos.
Habrá en el centro de la escena una mesa amplia con periódicos y recados de escribir; al lado de la puerta de entrada, un perchero; entre los dos pasillos de la izquierda, el pupitre de la Dirección, y en el primer termino de la derecha, un tresillo con mesita. Es de dia. En el mes de mayo de 1932.
(Al levantarse el telón están en escena PERICO LEBRIJA y
TEODORO PATERNA, cuarentón andaluz brutísimo. Perico, en mangas de
camisa, está escribiendo la carta que le dicta Teodoro.)
PERICO.—(Leyendo lo que ha escrito.)"Y hoy no pensamos
de di a la "sección" de Cortes porque habla el Ministro de Hacienda del
Presupuesto, y como no hay cuidao de que se arme garata, no hasemos
farta nosotros en er Congreso pa na." la Teodoro.) ¿Qué má?
TEODORO.—(Dictando.) Manuela: sabrás que quiero que vengas a Madrí a pasa la fiestas de San Isidro, que ya verás cómo te gustan, manque no se puedan equipará con las der pueblo.
PERICO.—(Suspendiendo la escritura.) ¿Equipará es con hache? No.... si... ¡Hombre, no: con equi! ¡Si ello mismo lo dise! Equipará; primero una "equi” y luego pará. (Escribe.) Der pueblo.
TEODORO.—(Dictando.) Manuela: casi toas las familias de los demás diputaos han vinido y tú no vas a ser menos.
PERICO.—(Escribiendo.) Menos.
TEODORO.—Manuela: te mando mi carné de diputao pa que vengáis tú y el Emilio.
PERICO.—¿Con el carné de usté, compañero?
TEODORO.—Hombre, claro. ¿No tengo yo derecho con mi carné a viajá en un asiento de primera cuando me dé la gana? ¿Pos qué más le da al revisó que en el asiento mío venga yo o venga otra persona que yo mande? ¿No es mío el asiento?
PERICO.—Eso si; pero es que usté quiere que con su carné vengan dos, y eso no pue se.
TEODORO.—Si pue se, porque vienen los dos en tersera, que es más barato que uno en primera.
PERICO.—¿Que tiene usté rasón y hasta resurta un ahorro pa la Compañía!
TEODORO.—¡Eso si que no! A los burgueses de la Compañía no les dejo yo na. Ya sabe Manuela que la diferencia se la tiene que pedí al revisó, y con lo que el revisó le abone, compra la merienda.
PERICO.—¡Lo que afina usté, compañero! Siga usté.
TEODORO.—(Dictando.) Manuela: ésta te la escribe er diputao don Pedro Lebrija, que está en mi misma fonda.... que es el único que sabe que yo no sé escribí; lo cua que m'ha dicho que no soy yo solo, porque él sabe de dos diputaos más que ar firmá hasen lo que yo: dibujá er nombre. Lo cua que m’anima.
PERICO.—(Dudando.) ¿M'hanima? ¿Anima es con hache? Si; lo que es sin hache es animá. Por más que aquí como es m'anima, es con eme. (Escribiendo.) Manima.
TEODORO.—(Dictando.) Manuela: sabrás que además de las mil pesetas me dan sien duros en una ofisina secreta que le disen "Higiene de Carreteras".
PERICO.—¡Por su salú de usté, compañero!, ¿dónde está esa ofisina?
TEODORO.—No lo se.
PERICO —Usté lo sabe y no me lo quiere desi.
TEODORO.—No señó. Si lo supiera, se lo digiera.
PERICO.—Pero usté irá a la ofisina.
TEODORO.—¿Yo que vi a di pa que me vean entrá? ¿No ve usté que es secreta? ¡Cobro y me achanto, que yo sé guardé un secreto, compañero!
PERICO.—Está bien. No si a lo mejó es ahí donde le van a da a mi mujé dos duros diarios. Don Mario er periodista l’ha buscao ese enchufe.
TEODORO.—¿Otro? ¿No está ya colocá en la Subdelegación general del Turismo en pandilla?
PERICO.—No; esa es mi niña, que cobra también en la Ofisina central del Patronato nacional para la divurgasión del teatro griego por las esquinas.
TEODORO.—Gachó, hombre. ¿Dos suerdos su niña de usté?
PERICO.—Simpatías que tiene uno.
TEODORO.—Güeno, ponga usté la despedía; expresiones pa to er que por mi pregunte, te abraza y te besa tu esposo que lo es.
PERICO.—¡Quite usté, compañero: que se vea que es usté elemento ofisiá! Y antes el elemento ofisiá se despide disiendo: "Dios guarde a usté muchos años"; pero como ahora le hemos dao a Dios la cesantía, se pone: “Viva usté muchos años", y eso hay que poné!
TEODORO.—¿Viva usté? ¿Le voy a hablá de usté a mi mujé?
PERICO.—No, hombre, de tú: "Te abraza y te besa y viva tú... (Reflexionando.) ¿Viva tú?¿Viva tu qué?, porque viva tú no pega. ¡Ya está! “¡Viva tu cuerpo muchos años!" (Escribe.)
DOMINGO.—(Por la izquierda, último término, con unos periódicos en la mano. Es un cuarentón también muy bruto, pero castellano.) ¡No hay derecho, compañeros!
TEODORO.—¿Eh? ¿Qué pasa?
DOMINGO.—Los periodistas que no me mientan. Que han dao en silenciarme, y eso no, ¡rediez! la mí no me estropea la carrera ningún estilográfico de ésos!
TEODORO.—Pero...
DOMINGO.—(Arrojando los periódicos sobre la mesa.) ¡Ahí están que los pueden ver! ¡Ni nombrarme! Y ya vieron ustedes el revuelo que armé ayer en la Cámara.
PERICO.—¿Qué fué?
DOMINGO.—Pues nada: que cuando ese agrario de Samaniego pidió la palabra, me arranqué, le dije dos cosas de su padre y una de su madre y que saliera a la calle conmigo. Bueno; pues ésta es la cuarta vez que pronuncio yo un discurso, y ahí están: ¡ni nombrarme!
PERICO.—Oiga: pero ¿no ha leído usté lo que le dise Fernández Flórez?
DOMINGO.—¿Eh? (Arrojándose sobre el "A B C’’.) ¿Me mienta?
PERICO.—¡Si, hombre!
DOMINGO.—Eso es otra cosa. A mi que me mienten, aunque sea la familia. (Buscando en el "A B C".) Aqui está. (Leyendo para su capote.) Uuuumm... ¿Eh? ¡Señores, qué bombo!
TEODORO.—(Que ha terminado de dibujar.) A ver, hombre...
DOMINGO.—(Leyendo más nervioso.) "El señor Escobosa..." ¡Yo! ¡Soy yo! "El señor Escobosa se nos reveló ayer como técnico en el ramo de Guerra al afirmar a grandes voces en la Cámara que, en defensa de sus ideales, él no retrocede ni ante un cañón que le dispare autobuses..." ¡Y lo dije! ¡Así se escribe! ¡Nada, que me han hecho hombre! Ahora mismo voy a escribir al pueblo para que le manden a Fernández Flórez unos jamones. ¿Quién los tendrá buenos? Hombre, sí, el médico. Le escribiré al médico, que ése los tendrá bien curados. (Mutis por la derecha.)
TEODORO.—¡Vaya un tío con suerte! ¿Y a usté no le parece raro que no hubiera leído el ABCtrayéndolo ahí?
PERICO.—¡Comedias, hombre! ¡Ya lo creo que lo había leído! ¡Y le digo a usté más! ¡Ahí ha habío unten!
TEODORO.—¿Eh?
PERICO.—¿De dónde va a darle Fernández Flórez un bombo así a nadie? ¡Ahí ha habió unten! Ese ha ido a Fernández Flórez y ahí va un duro... ¿Eh? la mi!... ¡Vamos!...
TEODORO.—(Dirigiéndose hacia la derecha.) Hombre, ya ha llegao su mujé de usté. Ahí está en un rincón hablando con don Mario er periodista.
PERICO.—¿Otra vez con don Mario? Me tiene a mí escamao don Mario.
TEODORO.—(Intencionadamente.) ¡Ah!, ¿don Mario y su mujé de usté?... ¡No, si ya desía yo!
PERICO.—¡Compañero!
TEODORO.—¡Ah!, ¿no? Creí.
PERICO.—¡Compañero! No, hombre, no. Es que don Mario anda encandiladlo con mi niña, y donde ve a mi mujé se pone a charlá con ella, porque ar santo se adora por la peana; pero como mi mujé es tonta, ¿sabe usté?
TEODORO.—(Echándole el brazo por el hombro.)Será tonta; pero vaya un bocao que tiene, compañero.
PERICO.—¡Compañero!
TEODORO.—Pero ¿es que no armite usted una pulla?
PERICO.—(Desembarazándose de él.) ¡Compañero!
TEODORO.—No se sarga usté suerto, hombre. (Volviéndole a abrazar.) Güeno, y a to esto, yo es que supongo que un hombre avansao como usté no vendrá ahora con selos der tiempo de Carlos V.
PERICO.—¿Yo? ¿Se quie usté callá?
TEODORO.—Ya las mujeres y los hombres no se atan de por vía, y er que más puede o la que más quiera, allá ella y allá él. Éso es lo que hemos votao, y nosotros tenemos que da el ejemplo.
PERICO.—Claro, claro.
TEODORO.—Pues apártese usté, que ya viene, y ar paso que me voy la vi a dejé pa el arrastre. (Apartándolo de un manotazo.) ¡Fuera to er mundo! (Inicia el mutis por la derecha y se encuentra con CORONA, que entra en escena, muy ensombrerada, bastante acursilada y muy provocativa. Tras una especie de relincho.) ¡Grrr... las mujeres barbís!... (Vase.)
CORONA.—(Volviéndose a verlo marchar, muy coqueta.) ¡Los hombres!
PERICO.—(Saltando.) ¡Los... (Reprimiéndose.) ¡No que no se diga!
CORONA.—(Que mientras tanto ha estado haciendo contorsiones y monerías, agitando el pañuelo en son de despedida a Teodoro, se vuelve y dice, despectiva, a su marido:) Hola.
PERICO.—Hola. (Disimulando.) ¿De dónde vienes tú ahora, que no hay tiendas abiertas, ni ofisinas, ni na?
CORONA.—De por ahí.
PERICO.—¿Eh?
CORONA.—Digo, no.
PERICO.—¡Ah!, ¿no? (Silba.)
CORONA.—No. Es que he dicha por ahí y no es por ahí.
Es por áhi.
PERICO.—¡Ah!, ¿sí?
CORONA.—Sí; se dice áhi. Aquí en Madrí la gente fina no dise áhi, sino ahí. "A por áhi, de por áhi, quita de áhi..." Pero a mi eso de áhi...
PERICO.—(Que no puede ya más.) ¡Pues vas a tené que desí ay, porque te vi a da un cate que te vi a vestí de bombero!
CORONA.—Oye, oye...
PERICO.—¡Ni oyo, ni olla!
CORONA.—Pero ¿a qué viene esa interpelasen parlamentaria?
PERICO.—Aque andas tú mu suerta y mu turista.
CORONA.—¡Che, che, che, che!... ¡Lo legá! ¡Lo legá y na más que lo legá! ¿No nos habéis dao ustedes los mismos derechos a las mujeres que a los hombres y hasta er voto?
PERICO.—Tú tendrás er voto; pero como yo te ponga er veto, vas a bailá er vito.
CORONA.—¡Orozco, no te conozco!... Pero ¿te digo argo yo a ti der tejemaneje que te traes con Duvigis, la cria, y con Sofía, la tiple esa que está aquí de güéspeda, que vaya una güéspeda?
PERICO.—Y hases bien en no desirme na, porque sernos o no sernos.
CORONA.—Pues sernos.
PERICO.—Sernos unos sinvergüensas.
CORONA.—¿En qué queamos?
PERICO.—Y sobre to: ¿qué hablas tanto por los rincones con don Mario er periodista?
CORONA.—(Sofocadísima.) ¡Jesús, hijo!... ¿Es que vas a tené selos?
PERICO.—¿Yoooo?... ¿De qué voy a tené yo selos de ti, so birrión? ¡Yo soy más hombre que el más hombre y vargo más que ningún hombre!
CORONA.—¿Tú? Pero ¿es que te crees que er se diputao es el "sursum"? Pues má que tú, muchos; ¡pero muchos! Er mismo don Mario es más que tú, porque ahí lo tienes, que lo han hecho gobernadó.
PERICO.—¿Gobernadó?
CORONA.—¡Gobernadó! Lo que tú no serás nunca, que eso si que es un cargo bonito, y ahí sí que se puede una lusí, y no de mujé de un diputao, que no es se na. ¡Anda, prueba a ve si te hasen a ti gobernadó!... ¡Sí, si!...
PERICO.—¿Por qué no?
CORONA.—Porque no; porque tú no eres más que un infelí, que en er tiempo que llevas diendo ar Congreso no has dicho esta boca es mía.
PERICO.—Pero ¿tú sabes si he dicho o no he dicho? ¡Pues he dicho lo mío, pa—que lo sepas!—Lo que pasa es que—cuando chillamos tos no se—me—oye a mí;—pero—que—se vea er—pupitre de mi escaño, a ve—si—no está partió—Y a—ve si te—enteras, chocolatera, que er—se—diputao es—más—que—gobernadó,—porque donde se toma curtura y se aprenden frases es en er Congreso. Y si no, ¿de dónde va a sabé un gobernaó ni nadie lo que yo sé ya? Tú misma, ¿sabes tú lo que es défisi, superabi, suplicatorio, quorum y control? ¡Control! ¿Sabes tú lo que es control?
CORONA.—¿Qué es control?
PERICO.—Pues una cosa así como er que se pone a asechá porque no se fía ni de su sombra. ¡Er que está guipando por el ojo de la cerradura pa ve lo que se hase y cómo se hase!
CORONA.—¡Valiente poca vergüensa!
PERICO.—¡La que tú no tienes!
CORONA (Cogiendo una silla airadamente.) ¡Perico!
PERICO.—¿Eh? ¡¡Ah!! ¡Como tires la silla, tiro la mesa! (Da puñetazos en la mesa.)
EDUVIGIS.—(Criada guapa y chulona, por la izquierda último término.) ¡Chits.... señores, por Dios, que los viajeros que llegaron anoche en el rápido de Andalucía están "entadía" durmiendo!
CORONA.—¿Durmiendo a las tres y media de la tarde?
EDUVIGIS.—Es que el rápido llegó con cinco horas de retraso.
PERICO.—¿Y son andaluses los que han venío?
EDUVIGIS.—Anda, y de su pueblo de usté. (Tomando unos papeles de la mesa de la izquierda.) Aquí están las hojas. Parece que vienen en comisión a verlo a usté.
PERICO.—¿A mi? (Examinando los papeles que le da Eduvigis.) ¡Atisa! Juana Capilla, Ramón, mi compadre Luca, su mujé... Pero ¿esto qué es?
CORONA.—¡Ojú!
PERICO.—Pero ¿a qué viene aquí esta gente?
CORONA.—Pues ya puedes figurártelo; esto es que como el compadre y la comadre han heredao los miles que tenían que heredá, han convidao a ve Madrí a Juana y a su niño, y de paso a enterarse que tar nos bandeamos nosotros por aquí.
¡Ea, pues ya no me quito er sombrero! Y tú, ¡hala!, ponte er traje nuevo.
PERICO.—¡Vamos, quita!
EDUVIGIS.—Sí, señor, sí; ande usté, señor Lebrija.
PERICO.—¡Olé un Lebrija bien pronunsiao! ¡Pues ya está! Basta que tú me lo pidas, s'entrañas.
CORONA.—¡Está bien, hombre!
PERICO.—Lo legá. la Eduvigis.) ¡Y vivan las caras bonitas, que esto es una cara, y no la careta de carnavá de...
CORONA.—Eso de la careta, ¿sabe usté?, lo dise por su madre, la pobre, que no hay más que verlo a él: ¡es un retrato de ella!
PERICO.—(A Eduvigis.) No l'hagas caso. ¡El ruío que vamos a armá tú y yo reina! Digo, no; reina, no. ¡¡Ciudadana!! (Se va por la izquierda.)
CORONA.—Nada, que se ha creído que eso del amor libre es verdá, y como no farta nunca arguna fresca que le dé cordelillo...
EDUVIGIS.—(Amenazadora.)Oiga usté, tonta del güito; a mi no, ¿eh?
CORONA.—¿Cómo?
EDUVIGIS.—(Bajando un poco la voz.) Aquí la del cordelillo es usté, y la que se ha creído lo del amor libre es usté.
CORONA.—¿Eh?
EDUVIGIS.—A mí me gusta mirar por el ojo de la cerradura, porque, hay que saber a quién se sirve, y he visto lo que he visto.
CORONA.—¡Ah!, vamos, control, ¿eh?
EDUVIGIS.—¿Cómo dice?
CORONA.—Control.
EDUVIGIS.—¿Qué control? ¡Con don Mario, que parece mentira!
CORONA.—(Demudada y nerviosa.) ¡Calle!
EDUVIGIS.—Todos creyendo que don Mario pretendía a su hija de usté; usté misma hablando del particular, y resultar luego que don Mario y usté... Es decir, usté sola, porque don Mario, nanay.
CORONA.—¿Cómo nanay?
EDUVIGIS.—Nanay. Don Mario es un chuflón muy grande, que se rie las tripas hablando con usté, y dice que está haciendo una función de teatro con las cosas que usté le dice, que yo he visto los papeles que tiene en su cuarto, y es verdad.
CORONA.—(Indignadísima.) ¡Eso es mentira!
EDUVIGIS.—¡Verdad!
CORONA.—¡Mentira!
EDUVIGIS.—¡Verdad!
CORONA.—(Muy nerviosa y vendiéndose.) Si.... ¿oh? Pues cuando me vea usté de gobernaora... ¡No, no he dicho nada! (Rumor de voces dentro.) ¡Váyase, que no sé quién viene!
EDUVIGIS.—Lo que usté disponga. (Haciendo mutis por la izquierda último término.) (Bueno, y esto lo van a saber hasta las madres, porque yo a esos del pueblo se lo digo, y a ver qué pasa. ¡Me vas tú a mí!... la mí, que soy de Palencia!) (Se va.)
(Por la derecha entran en escena PETRILLA y SOFÍA: sombrero en mano las dos, riendo y sofocadísimas. Sofía es una muchacha muy mona, que viste con cierta provocatividad—palabra nueva, que aquí no se remienda de viejo—, y Petrilla, que por cierto viene fumando, imita los gestos, ademanes y actitudes de Sofía, a la que no quita ojo.)
PETRILLA.—Hola, mamá.
CORONA.—Hola, niña.
SOFÍA.—Buenas. ¡Uf, qué sofoco! (Se sienta y cruza las piernas desconsideradamente.)
PETRILLA.—(Imitándola.) ¡Uf, qué sofoco!
CORONA.—¿Qué? ¿De dónde güeno?
PETRILLA.—De por "áhi".
CORONA.—¡Niña!
SOFÍA.—De nada malo. Desde la una, porque a esa hora tenía yo ensayo en Pavón de la revista nueva, ha estado en el teatro conmigo.
CORONA.—¿Y pa eso tanto acaloro?
PETRILLA.—Es que luego, ar salí ésta y yo y una visetiple rubia, que se pegó a nosotros, nos encontramos con unos amigos de la rubia, que es mu descará, y que si, si, que si no, y como son tan borriquísimos los hombres, la disputa, y lo que pasa: que no seáis tontas, que los tontos seis ustedes...; totá, que nos han dao unos cuantos "cotes” que a mi m'han puesto la cabeza bomba.
CORONA.—¿Cómo? ¿Quién? Pero ¿quién t’ha pegao a ti?
PETRILLA.—No, si no son cates, si son "cotes”. Vasitos de rebujina de muchas clases de bebía, que es lo más elegante. (A Sofía.) ¿Verdá, tú?
SOFÍA.—Lo último.
PETRILLA.—Y es verdá, ¡lo úrtimo! Lo úrtimo que hay que toma en este mundo, porque es que saben a eso que me daba usté pa cria glóbulos. ¡Gliferosfosflatos, o como se diga! ¡Uf!
SOFÍA.—Ya te acostumbrarás.
CORONA.—Sí hija, sí; no seas caleta.
PETRILLA.—¿Y usté qué hase aquí con er sombrero puesto?
CORONA.—No te lo pues carculá. Esperando a que sarga Juana y su hijo, y Lucas y su mujé, que han venio der pueblo y paran aquí.
PETRILLA.—¿Eh? ¿Que están aquí? ¿Y Ramón también? (Tira el cigarro y se baja la falda instintivamente.)
CORONA.—¿Eh? Pero ¿es que todavía te importa a ti ese grullo?
PETRILLA.—No, es que me... ¿A mi? ¡Si, si!... ¡Y teniendo como tengo un pretendiente que es na menos que gobernaó!... ¡Ni que fuera tonta!... ¡M'alegro que haiga venio, porque lo que toca el gobernaó.... el gobernaó se lo refregó yo a Ramón por la cara. ¡Na más que eso!
SOFÍA.—Pero, bueno, ¿no me has dicho tú cien veces que ese chico te queria tanto y que tú también lo querías a él?
PETRILLA.—Que él me quiere, ¡ya lo creo! Que yo lo quiero.... ¿qué sé yo si lo quiero o no lo quiero? Pero ése es capá de vení a estropearme la idea que yo llevo, porque es muy bruto y no va a queré que sea lo que yo quiero se: tiple como tú.
SOFÍA.—Pero mujer...
PETRILLA.—¡Ya está dicho! ¡Tiple! Salí como tú sales, venga colorete y venga posturitas, y se argo en er mundo y que la conozcan a una como te conosen a ti, porque, vamos, a tí es que ya te conosen... ¡Figúrate si te conosen bien, con lo desnúa que sales! ¿Y yo por qué no? Luego, cuando yo sea védete, puede que me dé pena de él, y hasta fuera ar pueblo a traérmelo... Pero ¡si, si!... Ese me ve vestía de tiple como tú sales, que es como yo quiero sali, con to esto al aire, y to esto, y to esto, y el hoyito de la barriguda pintao de asú, y... "¡Ah! ¡Tú! ¡Malvada! ¡Ramón! ¡Petra! ¡Te mato! ¡No! ¡Si! ¡Pum, pum, pum!" ¡Pero no le temo! Dile usté que venga y que me vea, que me vi a sentá con las piernas montás y er vestío subió, que se va a caé de espardas.
CORONA.—Lo que debes hacer es ponerte el otro sombrero, que te sienta mejó. Mujé, ¡y la pie! Ponte también la pie, que te hase más bonita. En que haga caló no importa. Yo también me la vi a pone, porque er caso es que vean que ya no sernos lo que sernos.
PETRILLA.—¡Sí, señora! (Al ver a MARIO REVUELTA, cuarentón simpático, en la puerta de la derecha.) ¡Huy mira quién está aquí!
SOFÍA.—Enhorabuena, señor gobernador...
MARIO.—Gracias. Si algo quieren de mi gobierno, ahora mismo salgo para la provincia de mi mando y...
SOFÍA.—Suerte y que le vaya bien.
CORONA.—Iguarmente.
PETRILLA.—Yo, sí. Si usté no quiere quedarse sin mí, espere usté a que sarga un mosito, y usté, como autoridá, haga usté er favo de cachearlo, porque ¡no sabe usté a lo que viene, no sabe usté a lo que viene! (Dirigiéndose atolondradamente a la derecha.) ¡Ahora güervo!
CORONA.—¡No, por ahí no!
PETRILLA.—(Dirigiéndose al foro.) Es verdá. Por aqui. ¡Er barcón! No: tampoco. ¡Ah, ya, sí! (Se mete por la primera puerta de la izquierda, al paso bailable de vicetiple en número de cualquier revista.) Lalarará, lalarará, lalará...
SOFÍA.—¡Ja, ja, ja! Yo también voy a dejar en mi cuarto estos papeles. (Vase tras Petrilla.)
CORONA.—(Después de cerciorarse de que nadie la oye ni ve.) ¡Mario! (Vuelve al juego controlador.)
MARIO.—(Mientras tanto.) (¡Atiza! No: en cuanto tome posesión vuelvo, porque hay que seguir aprovechando esta inagotable mina de sandeces cómicas para mi comedia.)
CORONA.—(Volviéndose a él y tendiéndole las manos.)
¡¡Mario!!
MARIO.—(Estrechándoselas, simulando fervor romántico.) ¡Corona! ¡Mi bien!
CORONA.—¡Por tus muertos, Mario, es verdá que me vas a sacá en el teatro!
MARIO.—¿Cómo? ¿Eh?... ¿Pero quién te ha dicho?...
CORONA.—Arguien, y estoy mu escamá contigo.
MARIO.—¿Qué dices, lucero?
CORONA.—No me llames lucero.
MARIO.—¿Por qué?
CORONA.—Porque no; porque también tu perrito se llama Lucero, y no. ¿Ves cómo tengo que está escamá?
MARIO.—Pero, mi vida.... ¿vas a dudar de'mi?
CORONA.—Pues dime esas cosas tan bonitas que me dises siempre.
MARIO.—Vaya, te las diré. (Amoroso.) No seas lérica, mi cielo.
CORONA.—Así.
MARIO.—¡Las glacomitas de mi espíritu platéntico son todas para ti sin peronas, vigencias ni bajencias, llenas de plumbios tencos y de amor!
CORONA.—¡Eso! (Decidida.) ¡Se arremataron los tomates!
MARIO.—¿Eh?
CORONA.—¡Que se arremataron los tomates! Yo no aguardo a que tomes posesión y vengas por mi. ¡Me voy contigo!
MARIO.—¡Criatura, si eso no puede ser! Si yo salgo de Madrid dentro de un rato.
CORONA.—¡Y yo contigo!
MARIO.—¡Vaya, que no!
CORONA.—¡Ya lo creo que si! Mi marido m’ha despresiao. ¿Sabes lo que me ha dicho? Que soy un birrión. ¿Soy un birrión pa ti?
MARIO.—¡No!
CORONA.—¡Pues ya está! ¿El quiere el amó libre? ¡Pues yo también! ¡Ya está!
MARIO.—Mira, Corona, que eso no puede ser.
CORONA.—¿Por qué? ¿Es que crees que te puede perjudicar en el gobierno ese er que yo no sea tu mujer?
MARIO.—No es por ahí. ¿Cómo le va a extrañar a nadie que un hombre tan laico como yo viva con una mujer que no es la suya en una casa que es de otro?
CORONA.—Entonces, arrea. ¡Ven a ayudarme a haser la maleta! ¡Trota! (Se va izquierda.)
MARIO.—(Haciendo mutis detrás de ella.) Pero escucha... ¡Ah, no, no: en el primer surtidor de gasolina la dejo en la carretera! (Vase.)
(Entran en escena por la izquierda, último término. JUANA, CARMEN, LUCAS y RAMON. Menos Juana, que viene de mantón, los demás visten de señores—Carmen de sombrero, por supuesto—, pero la sobriedad y corrección de sus trajes debe sorprender gratamente a los espectadores.)
RAMÓN.—Bueno; yo aguardo aquí escribiendo esas dos cartas.
LUCAS.—Te advierto que no vamos a tarda ni diez minutos. Totá; compra unas postalillas con vistas de Madrí pa mandarlas ar pueblo, no se crean que nos hemos perdió y no hemos llegao o nos hemos pasao; que la gente es mu escamona.
JUANA.—Que si. Y a mí que me saquen un retrato arrimé a esa Puerta der So que le disen, pa que vean que m’han dejao entré.
CARMEN.—Pero, Juana....
JUANA.—Es que desían que no.
CARMEN.—¿Quien?
JUANA.—Er chuflón der boticario. Lo cuá que yo le dije: ¿Por qué no me van a dejé entré? Lo cuá que me dijo: Porque el Gobierno no quedrá que ahora que está aquello tranquilo se le presente en Madrí una muy gorda. Lo cuá que yo no lo entiendo. (Dardo aire a su mantón.) ¡Pero vamos a verlo hombre, y a ve quién se mete conmigo!
LUCAS.—(A Ramón.)Y tú, si asoma Lebrija dile que nos aguarde.
JUANA.—Y si asoma su mujé, la tiras por er barcón.
RAMÓN.—Vamos, madre, que a lo mejó es un infundio lo que dise la cria.
JUANA.—¡Si, si, infundios! Esa ha visto a un gobernaó que vive aquí, y como el hombre debe andá vestío, digo yo, como es lo suyo, con tos los requilorios de levitón bordao, espuelas y plumeros, ¿pa qué en er mundo hase farta más pa que Corona se descuajaringue al verlo? ¡Las cosas que le voy a desi!
LUCAS.—Usté no tiene na que desi, Juana. Er presidente de la comisión soy yo, y antes que na es la Virgen de los Armendros. Ahora que si no conseguimos de mi compadre lo que le vamos a pedí, entonses es cuando usté puede entrá en fuego.
JUANA.—Anjolá, porque to lo que rae aburta a mi por delante son cosas que me traigo en er buche pa sortárselas.
LUCAS.—Pos como le suerte usté ensima to eso, lo vamos a tené que sacá con gato. (Se van riendo los tres por la derecha.)
RAMÓN.—(Buscando en la mesa del centro.) ¿Dónde habrá papel y sobre? (No encuentra.) Aquí no hay. Llamaré. ¿Dónde estará el timbre? (Al ver a SOFÍA que entra por la izquierda. Primer término.) ¡Chavó!
SOFÍA.—(Un poco sorprendida al verle.) ¿Eh? Buenas tardes.
RAMÓN.—Buenas tardes. (¡Vaya cara!) (Sofía se acerca a la mesa, coge el "A y C" y se dirige al tresillo para sentarse.) (¡De las derechas!)
SOFÍA.—(Sentándose y mirando por encima del periódico.) (¡Qué buena facha tiene!) (Ramón da cuatro palmadas muy fuerte.) ¡¡Ay!!
RAMÓN.—¿Se ha asustado usté?
SOFÍA.—No esperaba esa ovación... (Se sienta.)
RAMÓN.—Pues debe usté esperarla siempre, porque si no la aplauden a usté, ¿a quién van a aplaudí en este mundo?
SOFÍA.—Muy amable.
RAMÓN.—Corriente que es uno.
SOFÍA.—(Complacida.) Tiene gracia. (Monta una pierna sobre la otra.)
RAMÓN.—(Encandilado mirándole las piernas.) Me párese que voy a tené que aplaudí otra ve.
SOFÍA.—¿No acuden?
RAMÓN.—No, si no es llamando: es ovasionando a su madre d usté, porque vaya manera de hasé bien las cosas.
SOFÍA.—(Cayendo en la cuenta.) ¡Ah, pero es por?... (Desmonta la pierna y se tapa.) Cómo se conoce que es usted de provincias. Aquí la gente es más civilizada y no se fija en tonterías.
RAMÓN.—¿Pero llama usté tontería a eso? Bueno, le arvierto a usté que yo soy tontísimo. Ya ve usté si seré tonto, que llevo media hora buscando papé y sobre pa escribí dos cartas, o un timbre pa llamá y pedirlo, y ni encuentro er sobre, ni er papé, ni er timbre.
SOFÍA.—¿Cómo va usted a encontrar el timbre si no lo hay?
Y no pida usted papel y sobre, porque no lo hay tampoco. (Levantándose.) Si quiere usted del mío...
RAMÓN.—(Encantado.) ¡Ole!
SOFÍA.—(Acercándose a la mesa de la izquierda.) Ahora que este mío tiene una S: mi inicial. (Le da papel y sobre.)
RAMÓN.—Claro: sielo.
SOFÍA.—¿Cómo dice?
RAMÓN.—Que sielo: su inisial de usté.
SOFÍA.—(Complacida.) ¡Ah; pero usted cree que ciclo es con S?
RAMÓN.—¿No?
SOFÍA.—No, hombre: es con C.
RAMÓN.—Pues muchísimas grasias.... Serafina: porque me figuro que esta S será eso, Serafina. O ¡Salero!, que también es con S. No creo yo que sea Socorro ni Sofía, que esos dos nombres no los puedo yo tragó.
SOFÍA.—Pues es Sofía.
RAMÓN.—Pues me he colao.
SOFÍA.—Si, señor.
RAMÓN.—Lo siento. En serio: ¿lo de Sofía es verdá?
SOFÍA.—Si, señor: palabra. Pero casi todos me llaman Sofi.
RAMÓN.—Peó todavía.
SOFÍA.—Como mi apellido empieza con A, resulta más fácil decir Sofi-Andino que Sofía Andino.
RAMÓN.—¿Eh? ¿Pero usté es Sofi-Andino?
SOFÍA.—Para servirle.
RAMÓN.—¿La artista?
SOFÍA.—La artista.
RAMÓN.—Ya desía yo que su cara, a más de bonita, me era conosida. Mucho gusto en conoserla de trato, después de conoserla de retrato.
SOFÍA.—Gracias. ¿Usted es... viajante?
RAMÓN.—No, señora. Este es er primé viaje que hago. Bueno, quitando los viaje de mi pueblo a Sevilla, que eso no sirnifica na. Yo soy como San José: carpintero.
SOFÍA.—¿Eh?... ¡No!
RAMÓN.—¿Cómo que no?
SOFÍA.—¿Pero será posible, Dios mío? ¿Usted es Ramón?
RAMÓN.—¡Ole! Ramón soy. Ramón Santos y Capilla: pa servirle.
SOFÍA.—¡Qué animal!
RAMÓN.—¡Oiga!
SOFÍA.—¡Esa burra de Petrilla!
RAMÓN.—¿Qué? ¡Ah! Le dijo a usté que yo era un grullo, ¿no? No, y lo soy: pero, vamos, los hay mucho más grullos que yo.
SOFÍA.—Ya lo creo.
RAMÓN.—Lo que pasa es que como me compro la ropa en Sevilla, allí en el Águila, de lo mejó... Y, aluego, como la percha está nueva... (Cargando la suerte.) ¿Está bien la percha?
SOFÍA.—(Aceptando la carga.) ¿Cómo va a estar, siendo usted carpintero?
RAMÓN.—Eso tiene salero, Sofi. (Rumiándolo.) Si: dicho asin está mejó que Sofía: Sofi. (Desalentado.) Que no, hombre, que no; que eso es muy feo. (Ríe Sofía, que está encantadísima.) ¿Me deja usté que la llame... Ojitos? Me da a mi más confiansa lo de Ojitos. (Muy amorosamente.) ¿Vale Ojitos?
SOFÍA.—(En el mismo tono.)Si, hombre: tiene usted demasiadas simpatías para decirle que no.
RAMÓN.—(Encandilado.) ¡Josú!
SOFÍA.—(Idem.) ¿Qué?
RAMÓN.—¡Que me está usté hasiendo virutas!
PETRILLA.—(Que ha entrado en escena un momento antes y que no ha reconocido a Ramón, porque le pillaba de espaldas.) ¿Eh?... ¿Pero es Ramón? ¡Ramón!
RAMÓN.—¡Petrilla!
PETRILLA.—(Que no ha vuelto de su asombro.) ¿Tú.... asi?
RAMÓN.—Eso te digo yo. (Por el sombrero, porque Petrilla trae puesta una piel y un sombrero verde muy llamativo.) ¿Quién te ha puesto eso en la cabesa, chiquilla?
PETRILLA.—¿Er qué?
RAMÓN.—¿Pero eso lo venden así, o es que te lo has puesto crudo? (Ríe Sofía.)
PETRILLA.—(Mosca.) ¡Ay, hijo!...
RAMÓN.—Oiga usté, Ojitos, por su salú d'usté: ¿es que en Madrí hay fábricas de... eso? (Rie Sofía.)
PETRILLA.—¿Sabes tú que vienes tú mu tonto, niño? (A CORONA, que entra en escena con un renard tan barato como el de Petrilla y otro sombrero también con algo verde.) Mirusté quien está aquí, mamá.
CORONA.—(Estupefacta.) ¿Eh? ¿Pero es Ramón? ¡Muchacho!
RAMÓN.—¡Anda la otra! Pos si que debe habé fábrica. (Ríe Sofía.) M’alegro de verlas tan güena, Corona.
CORONA.—(A Petrilla.) ¿Qué dise de fábrica?
PETRILLA.—Que nos está tomando er pelo. Pero, ¿es que nos encuentras mal?
RAMÓN.—Según. ¿S’habéis puesto el termómetro? (Risas de Sofía.)
CORONA.—(Quemada.)¡Vaya, hombre!
PETRILLA.—(Idem.) ¡Estás tú mu grasioso! Pos habé cuándo empieso yo a reírme; porque yo también sé reírme. la Sofía.) Oye: ¿se fué er gobernaó? M'alegro, hija, porque era un empeño en declararse...
RAMÓN.—¿Otro gobernaó pa ti? ¿Pero es que vais a acapara las provinsias? (Sofía, un poco apurada, le tira de la chaqueta.)
PETRILLA.—(Que no comprende.) ¿Eh?
CORONA.—(Nerviosa y deseando cambiar la conversación.) Calla, niña. ¿Y tu madre, Ramón?
RAMÓN.—Vendrá en seguia. Ha bajao con los demás a comprar unas postales... (Mirando hacia la derecha, porque oye hablar.) Aquí la tiene usté.
(Entran en escena JUANA. CARMEN y LUCAS.)
CORONA.—(Saliéndoles al encuentro.) Juana, mujé...
JUANA.—(Secamente y rehuyéndola.) Bien, ¿y usté?
CORONA.—¡Carmen!...
CARMEN.—(Como Juana.) Bien, ¿y usté?
LUCAS.—(Efusivo, abrazando a Corona.) ¡Comadre de mi arma!... (Obligándola muy a su pesar a dar una vuelta.) ¿Pero esto qué es? la todos.) ¿Avisamos ar médico? (Ríen.)
CORONA.—¿Cómo?
LUCAS.—¿Y esa es Petrilla? la todos.) ¡Qué es Petrilla, mirarla!
JUANA.—¡No! ¿Qué va hasé Petrilla?
LUCAS.—¡Que si, hombre! la Petrilla.) ¿Verdá que si?
PETRILLA.—Pues claro.
CARMEN.—Oye, es verdá. Tampoco yo l'habia conosío.
PETRILLA.—¡Mira qué grasia! ¿Pos qué tengo?
JUANA.—Por lo que se ve, frío.
RAMÓN.—A quien no conosen ustedes es a esta persona. (Presentando.) Sofi-Andino, artista de teatro, amiguita mía. Ojitos hay que llamarla, yo creo que le va er mote.
SOFÍA.—Para servir a ustedes.
JUANA.—Lo mismo digo.
CARMEN.—(Finísima.) Su servidora que le besa la mano.
SOFÍA.—(Muy divertida.) Muchas gracias. (Continúa charlando con Ramón. Petrilla, que no les quita ojo da muestras de gran nerviosismo.)
CORONA.—¡Vaya, vaya, vaya!... Pero sentarse, esta es su casa.
JUANA.—¡Porque la pagamos, mira ésta!
CARMEN.—¡Y se puede pagar, comadre!
CORONA.—¡Ya, ya!...
LUCAS.—(Que estaba luchando con sus recuerdos, dándole a Sofía un fuerte palmetazo en la espalda.) ¡Que sí, hombre!
SOFÍA.—¡Ay!
LUCAS.—Que a usté la conozco yo de verla en los papeles retrata, desnúa de cuerpo presente. Usté es la que está en ese teatro donde echan "Las calurosas".
SOFÍA.—Si, señor.
LUCAS.—Pues a esas calurosas las tengo yo que ve.... a ve por qué tenéis tantísimo caló. (Y un parco que vi a mercarme, que aquí hay dinero en buten!
CARMEN.—Pa lo que ustedes gusten pedí.
PETRILLA.—(Que cada vez está más negra.) Pos yo iré con ustedes a ese teatro. Ya me conosen allí. Por sierto que me están pinchando pa que sea tiple y.... no sé no sé.
JUANA.—Pos si no sabes, déjalo; que te van a tirá perras gordas, corasón.
RAMÓN.—(Mirando hacia la izquierda.) Hombre, aquí está el maestro. (Saliendo al encuentro de PERICO LEBRIJA. que trae un traje a rayas que es algo muy grande y de la mayor fantasía.) ¡Maestro!...
PERICO.—(Abrazándole.) ¡Muchacho!... (Abrazando a Carmen.) ¡Comadre!... (Abrazando a Lucas.) Compadre Lucas, ¿qué tal, hombre?
LUCAS.—Bien, ¿y usté?
PERICO.—Aquí luchando por una patria nueva y grande. la Juana.) ¿Y usté, Juana?
JUANA.—Yo, tan güena. A usté ya lo veo tan rayao...
PERICO.—¡Podrio está er traje!
JUANA.—No, señó. ¿Es de la Inglaterra?
PERICO.—Es de la Esquerra. Pero sentarse, que yo, aunque soy lo que soy, pa ustedes como si fuera lo que era. (Se sientan todos. Corona, un poco inquieta, antes de sentarse se asoma al balcón y luego a la izquierda, último término.)
LUCAS.—Güeno; pos aquí venemos en comisión, compadre. Y contra usté.
PERICO.—¡Ole! (Se oye hablar fuerte dentro a Teodoro y a Domingo.) Callarse.
TEODORO.—(Entrando en escena por la derecha con DOMINGO.) ¡¡A ese tío guarro, mardita sea su cara, le via a endiñá una pata en donde amarga er pepino, que va a salí pitando pa que le saquen la bota que le vi a deja dentro!! ¡O una puñalá en er corasón, que es lo mejón!
DOMINGO.—¡Dos tiros, hombre! la todos.) Buenas tardes.
TODOS.—(Un poco asustados.) Muy buenas.
PERICO.—(Presentándolos.) Son dos compañeros. la Teodoro y Domingo.) Estos son unos paisanos míos con una comisión pa mí. No es reservao. Sentarse si queréis.
DOMINGO.—Bueno, hombre. (Se sienta.)
TEODORO.—Vaya que sea. (Sentándose.)¿La salú güena? ¿La familia güena? Yo, güeno.
JUANA.—Ya ya hemos visto que viene usté ¡güeno!
TEODORO.—Que a mi me nombran embajadó o voy a armá lo mío. Pero anda ustedes con lo de ustedes.
PERICO.—(Dándose una gran importancia.) Güeno: pos a ve qué cuentan los de la comisión. ¿Qué? ¿Se nos sigue criticando en er pueblo? Porque sé que se nos critican a mi a mi mujé y a mi niña. ¿Qué disen?
LUCAS.—Vamos a dejarlo, compadre. Ya conose usté a aquella gente.
PERICO.—(A Teodoro y Domingo.) Caverna, allí no hay más que caverna. ¿Pero qué disen?
JUANA.—Na, hombre, na. Ganas de quitarles la piel. Pero cualquiera le quita la piel a estas dos. (Risas.)
CORONA.—(Quemada.) Sin “recitensias”, Juana, que es usté mu "recitente”.
JUANA.—¿Yeso qué es?
CORONA.—Eso es... durse de tomate. Ya sé que me critican er que yo entre y sarga, y presuma, y guste... ¡Claro!
JUANA.—No; por eso a quien critican es a Penco.
CORONA.—¿Me llama todavía er boticario “la mariposa que voló sobre el mar”?
JUANA.—No. Ahora es otra cosa más larga.
LUCAS.—Si. La cangreja que se subió a una encina pa dársela de golondrina.
PERICO.—(Amoscado.) Vamos a dejarlo, compadre.
LUCAS.—Ya le dije a usté que lo dejáramos.
PERICO.—¡Envidia! Después de to. ¿qué? ¿Qué esta entra, sale y se divierte, y vive su vida, como ahora se dise? ¿A mi qué? Ya estamos en un pais libre, y ni yo tengo que pedirle cuentas, ni ella a mi.
JUANA.—De forma que si se topa por ahí con otro hombre que le gusta más que usté...
PERICO.—¡Sivilisasión! ¡Allá ella con él!
JUANA.—¡Y si usté es er que topa!, ¿lo mismo?
LUCAS.—¡Señores, qué novedades! ¿Pero si ella se le va y le dise: "Adiós, Perico, cuando mates er gallo, guárdame er pico"?...
PERICO.—Pues yo le digo: "Adiós, Corona, er pico m’hase farta pa otra persona”. (Ríe.) Cazuarmente, en lo tocante al amor libre, menúo lema tengo yo. ¡Porque yo tengo mi lema!
JUANA.—¿Y eso qué es?
LUCAS.—Su lema; como si dijera: su divisa.
JUANA.—¿Ah? ¡Ya! ¡Eso, si! (Suena an la calle la bocina de un automóvil.)
CORONA.—¿Eh? (Se asoma al balcón.)
PERICO.—Pero vamos a la comisión, que pa eso estamos aquí reunios y pa eso ha sío la audiencia.
LUCAS.—Pues vamos a la comisión. (Sacando unos papelotes.) Espere usté que ordene el asunto. (Juana y Carmen también sacan unos pliegos con firmas que entregan a Lucas, y éste los ordena.)
PERICO.—(Mientras tanto, a Domingo y Teodoro.) ¿Estáis viendo qué ¡morantes?
DOMINGO.—Atrasaos que son.
PERICO.—Lo que yo digo, hombre: con esta gente así si hubiera otras elecciones las perdíamos. (Siguen hablando los tres.)
SOFÍA.—(Que en segundo término habla aparte con Ramón sin hacerle caso a nadie.) ¡Quite usted; lo del gobernador y Petrilla, fantasías de ella! ¡Pero, hombre, si cuando habla conmigo, no habla más que de su Ramón del alma suya!
RAMÓN.—Oiga, no nos quita ojo.
CORONA.—(Nerviosísima, dejando el balcón.) No: pues sin mi no se va. ¡Ridículos, no! (Inicia el mutis por la izquierda.)
PETRILLA.—¿Te vas, mamá?
CORONA.—No, es que... voy a... Güervo.
PETRILLA.—Tengo un sofoco...
CORONA.—Eso es de la pie. Güeno: "Adiós, Perico, cuando mates er gallo, guárdame er pico". (Se va Corona por la izquierda.)
TEODORO.—¡Compañero!
PERICO.—Na hombre: que s'ha acharao, pero no hay cuidao.
PETRILLA.—(¡Tengo unas ganas de llorá!)
SOFÍA.—(ARamón.) ¡Qué raro!... Venga usted a ver... (Se asoma con Ramón al balcón y continúan los dos en él charlando y riendo.)
PETRILLA.—(¡Mardita sea!...) (Dirigiéndose al balcón.) ¿Qué hay tanto que ve, y que mira, y que cuchicheá. (Apenas habla con ellos y hace mutis abatida porta segunda izquierda.)
PERICO.—(A Lucas.) ¿Qué? ¿Está ya eso?
LUCAS.—No, señó. Tenia entre los pliegos de firma un papé con las rasones que teníamos pa pedí lo que venimos a pedi... y se conose que me lo he dejao en arguna parte. Lo siento, porque venimos a tratá con usté de una cosa muy delicá, compadre.
PERICO.—A sabé.
LUCAS.—Que s'ha menesté que sarga este año en Medinilla la prosesión de la Virgen.
PERICO.—(Asustado.) ¡Compadre!
LUCAS.—Ya sé que está prohibió, pero eso.... ¡eso no es legá!
PERICO.—¿Qué no es legá?
TEODORO.—¿Qué dise este grullo?
LUCAS.—Y se demuestra. En er pueblo, de cuatro mil ochosientos vesinos hay cuatro mil setesientos cincuenta y ocho que quieren que sarga, y cuarenta y dos que disen que no. Aqui están las firmas patentes. Y digo yo. ¿es legá que porque cuarenta y dos no quieran se queen sin ve a su Virgen en la calle cuatro mil setesientos sincuenta y ocho cristianos?
JUANA.—¡No seáis brutos, hombre!
LUCAS.—Calle usted, Juana.
PERICO.—Pero vamos a ve. Esos cuarenta y do» que no quieren, serán de los míos.
LUCAS.—Sí, señó.
PERICO.—Pues si son de los mios, esos cuarenta y dos es la opinión pública, que está con nosotros. ¿Es así o no es asi?
TEODORO.—¡Claro!
PERICO.—Y no se puede í contra la opinión pública.
DOMINGO.—Pero, hombre, que todavía se hable de santirulitos por las calles. ¡Qué salvajismo!
JUANA.—(ACarmen.) ¡La gofetá que le vi a da a ése!
LUCAS.—Nosotros hemos hablao con el arcarde, el arcarde con el gobernaó, y el gobernaó dise que él se lava las manos; pero no lo crea usted.
DOMINGO.—¿Qué no se las lava? ¡Cuidao con los desacatos a la autoridad, amigo!
JUANA.—(A Carmen.) ¡Que se!a doy, Carmen, sujéteme usté!
LUCAS.—Quiero desi que ha dicho que él no entra ni sale; poro nosotros sabemos que s'ha dejao desi que si sale la Virgen y esos cuarenta y dos no echan las patas por arto, él hará la vista gorda. De forma que si usted le dise a esos cuarenta y dos que se queen con las patas quietas...
PERICO.—Compadre, ¿pero eso cómo va a se?
LUCAS.—Escribiendo usté una esquelilla ar pueblo.
PERICO.—¡Me pie usté unas cosas, compadre!... Si se tratara de otra religión cuarquiera se podría hasé, porque pa eso hay liberta de curtos, pero tratándose de la nuestra...
JUANA.—Pero en qué queamos. ¿Hay libertá o no?
PERICO.—Pa la nuestra no, Juana. ¿Pero usté no sabe que la nuestra es oscurantista?
TEODORO.—(Ahí está er toque, compañero! Y aquí me tienen ustedes a mi, que no sé na por mo de los frailes.
JUANA.—¿Ah, si?
TEODORO.—¡Hombre!... En mi pueblo no había escuelas, ni maestros, ni na, porque era un pueblo mu chico y nadie se había ocupao de él, y unos ricachones sinvergüensas de allí serca se compadujieron de nosotros, fundaron un colegio y llevaron frailes pa que enseñaran de barde a to er mundo. Güeno, a to er mundo menos a mi, porque yo dije que con los frailes no aprendía yo na y no fuí y no aprendí. la ve si no tienen ellos la curpa!
JUANA.—¡Qué le párese a usté, Perico! ¡Y se piensan en Medinilla que er diputao más animá es usté!
TEODORO.—¡Señora!
JUANA.—Se me escapó, hijo mío. Lo siento porque ya está dicho, y dicho queda. Y vamos a lo que importa, ¿Usté va a escribí pa que los suyos dejen hasé y no hagan? Porque la Virgen sale este año por ensima der mundo, y si esos cuarenta y dos se ponen tontos, yo sólita le voy a aumentá a usté er partió, porque de ca uno hago dos. ¡Palabra!
CARMEN.—¡Juana!...
LUCAS.—¡Pero, Juana!...
JUANA.—¡He dicho palabra, y palabra!
DOMINGO.—Pido la palabra.
JUANA.—¿La mía?
DOMINGO.—La mía, señora. La de usté no me interesa.
JUANA.—¡Que te vi a da er guantaso, permaso! (Revuelo.)
PERICO.—(Imponiéndose.) ¡Quieto to er mundo, que no estamos en er Congreso! Antes de resorvé lo que tengo ya resuerto, quiero hasé unas preguntas aquí a la comisión. La primera: ¿Ustedes, la comisión, venéis porque seis compadres míos y creéis tené influensia conmigo pa blandearme, o venéis echaísos por la junta de la hermandá?
LUCAS.—Hombre, de todo hay.
PERICO.—¿Pues por qué el marqué de la Gabia, que es el hermano mayó, no ha venío a verme en persona? ¿Es que no se quiere rebajá?
LUCAS.—Si el marqué no está en el pueblo, compadre.
PERICO.—¿Miedo, eh?
LUCAS.—Si señó. Le quemaron la casa, le quitaron las tierras, le pegaron los dos balases por la esparda, que estuvo a la muerte.... y en cuanto pudo se largó, y hasta hoy.
PERICO.—¡Cobarde!
LUCAS.—Ni la camarista está tampoco. Como por mo de la bomba que le pusieron le cortaron una pata.
PERICO.—¡Se asustan de na! En fin, lo siento, porque, hombre con ellos me hubiera dao er gustaso de desi que no salia la Virgen.
LUCAS.—Claro, claro; pero a nosotros.... ¡ole mi compadre en er mundo!
PERICO.—A ustedes les digo... (Tras de rascarse y mirar a sus compañeros con gesto y ademán decididos.) ¡¡Que tampoco sale la Virgen!! (El firmamento que cayera sobre la comisión no los deja más tristes y aplanados. Perico recibe muchos apretones de manos de sus compañeros Teodoro y Domingo.)
LUCAS.—(Rompiendo el triste mutismo.) Nos hemos quedao, compadre, como si se nos hubiera caio ensima er firmamento mundo.
CARMEN.—No es pa menos.
LUCAS.—¿Y ese "no" va a se un no en seco, sin una rasón siquiera?
PERICO.—¡Pídale usté rasone al pogreso! ¡Pero las hay! Er pueblo está tranquilo, y no hay que hurgarle a la fiera Sarandeando a los santos por las calles. ¿Pa qué vais a provocó un tumurto en Medinilla ahora que está allí to er mundo satisfecho?
LUCAS.—¿Satisfecho to er mundo?
TEODORO.—Claro.
DOMINGO.—¿Quién dise que no?
JUANA.—Satisfechos ustedes, que estáis aquí mu descánselos, y alimentaos, y bien pagaos; pero en Medinilla hay mucha hambre desde que ustedes dijeron que los pobres íbamos a está como los propios ángeles.... que eso.... como no sea porque los ángeles no coman ni nosotros tampoco...
PERICO.—¡Qué estoy hablando en serio, Juana!
JUANA.—¿Y en serio es usté capá de desi que no quiere que sarga la Virgen? Vamos: ¡Usté no es de Medinilla, usté es der Moro!
PERICO.—(Molesto.) ¡Juana! ¡Eso no se lo aguanto a usté!
¿Yo un rifeño?
JUANA.—¿Qué pasa?
LUCAS.—Que aguante usté mocha, mujé; que cuando se viene a pedí, no se pue insurtá. Ya ve usté si comprenderé yo que er compadre es un bestia, y sin embargo no se lo digo.
PERICO.—¡Claro!
LUCAS.—Pero estoy con Juana, compadre. Usté no es de Medinilla. Der moro no será usté, pero de Medinilla... ¿Usté qué va a se de Medinilla? ¡Usté es un renegao!
JUANA.—Eso he querio desi.
LUCAS.—¡Un renegao! Sólo siendo eso se pue pensá que pierda er pueblo donde usté ha nasio el dia mayó que tiene el año. ¿Es que no le salta a usté er corasón de pensá en ese dia? ¿Es que se lo vi a tené que recordá? Pues atienda usté, compadre: Ya pue habé tormentas, y ershalasiones, y nublaos, y negruras allá arriba, que ese dia está po la primera ve que no haiga salió er so desde su salia enmedio de un sielo asú, brillando de puro goso y rebrincando como un chiquillo loco por tos los rincones de las paredes resién encalas de las blancas casas de Medinilla. Mañanita de la Virgen, cuando el pueblo güele a flores, y las calles se arfombran de junsia y romero, y en el aire se mese el repique de las campanas, y hay un rebullir bullisioso y grasioso de la gente, que de pronto se para y calla, y se arrodilla y resa, porque ar regorvé de la estrechura del Arco de la Fuente Santa viene, bonita, morena y gitana, la Virgen de los Armendros; con su carita de rosa y nieve, de risa y lu; ¡la "Santa María Madre de Dio", er santo nombre que a cada chiquillo le metió su madre en er corasón a gorpes de besos, y allí está remachao! ¡Compadre de mi arma, qué bonita es la Virgen de los Armendros! (Lloran Perico, Teodoro y Domingo.)
JUANA.—(Al verlos llorar y llorando.) ¿Eh? ¿Qué pasa?
PERICO.—¡La prosesión, mardita sea mi sangre!
JUANA.—Se llora, ¿no?
TEODORO.—Es que aqui, el amigo, ha cargao en la suerte de una forma... ¡Caballeros, no empujé!
PERICO.—No importa, hombre; nosotros podemos seguir siendo ateos, porque er se ateo es ateo de Dio. De la Virgen no se dise na por ahí.
CARMEN.—Pero, hombre...
PERICO.—No se ponga usté tonta, que nosotros tenemos que no cree en argo. ¿No ve usté que los jefes, que lo saben to, no creen en na?
LUCAS.—¿De modo que sermón perdió y no hay tu tío?
PERICO.—Hombre, yo, por usté, lo haría; pero habiendo votao en er Congreso contra to eso.... ¿cómo?
LUCAS.—Se me ocurre una idea.
PERICO.—¿Cuá?
LUCAS.—Que sea su mujé de usté la que escriba la carta. TODOS.—¿Eh?
LUCAS.—¿Es propio de una mujé er pedí un favó como ese? PERICO.—Es propio.
(Sale PETRILLA. muy abatida, por la segunda izquierda.) LUCAS.—¡Ea, pues llamarla!
JUANA.—¡Petrilla! (Gritando.) ¡Petrilla!... ¿Tú no oyes? LUCAS.—Llama a tu madre. Dila que hase farta aquí. (Pausa. Petrilla no se mueve y baja los ojos avergonzada.)
PERICO.—¿Pero no has oído?
PETRILLA.—Es que mamá no puede veni.
PERICO.—¿Por qué?
PETRILLA.—Porque se ha ido.... pa siempre.
PERICO.—¿Cómo que se ha ido?
PETRILLA.—Con don Mario.
PERICO.—(Asombrado.) ¿Pero adónde?
PETRILLA.—De fijo que a.... a eso que dise usté de viví su vida. ¡Como si su vida no fuéramos usté y yo! (Se echa a llorar.)
JUANA.—(Acudiendo a ella.) ¡Chiquilla!
PERICO.—(Levantándose.)¡¡No!!
LUCAS.—¡Chavó!
PERICO.—¡Mentira!... ¡¡Eso es mentira!!
TEODORO.—¡Compañeros!... (Tristemente.) Y ahora más compañero que antes, porque también mi mujer... Y en peores condisiones, porque el que se la llevó era de los de Gil Robles.
PERICO.—(Abrumado.) Pero si no puede ser.... si no puede ser...
VERALTA.—(Por la derecha, precipitadamente. Es un cuarentón achulado.) ¡Compañeros!
TEODORO.—¡Veralta!
DOMINGO.—¿Hay novedad?
VERALTA.—¡Al Congreso a escape!
TEODORO.—¿Quórum?
VERALTA.—¡Quórum!
DOMINGO.—¿Qué hay que votá?
VERALTA.—Que sí.
TEODORO.—¿De qué se trata?
VERALTA.—¿Eso qué importa? Vamos. (Medio mutis.)¡Ah! Ustedes que son siempre los de los gritos: hoy hay que darlos. No se puede tolerar que hable Barrientos: en cuanto empiece, gritan ustedes: ¡Abajo.... lo que sea! ¡Muera.... lo que ustedes quieran! Y ¡viva.... viva.... el amor libre! Cualquier cosa. la las cuatro! la decir que sí! ¡Y a gritar! Hasta luego. (Mutis de prisa por la derecha.)
PERICO.—(Como presa de un ataque de locura.) ¡No! ¡¡No!!
¡El amor libre, no! ¡¡El amor libre, no!! (Dejándose caer como sin vida en la silla.) ¡Ay, que me muero! (Todos acuden a él menos Sofía y Ramón.)
LUCAS.—¡Compadre!
DOMINGO.—¡Compañero!
JUANA.—¡Perico!
PETRILLA.—(Arrodillándose ante él.) ¡Papé! ¡Papá!... ¡No me dejes sola en er mundo! ¡Que estoy sola!... ¡¡Que estoy muy sola!! (Llora.)
TELÓN
Estampa tercera
La misma decoración del primero, pero dando la impresión de que ya aquello es una carpintería respetable. Hay más bancos de trabajo, hay allá, en el fondo, convenientemente apilados, una gran cantidad de tablones.
(Al levantarse el telón están en escena BENITO y MARTIRIO;
aquél es un aprendiz que trabaja en un banco a la derecha, y ésta, una
pimpante mocita que, con un pañuelo a la cabeza a modo de gorro y
escobillón en la mano, blanquea la tapia del fondo.)
MARTIRIO.—(Que habla tan nerviosamente y de prisa, que no se la entiende casi.) ¡Chiquillo, qué tragin; tronchás tengo las costillas! (Deja la faena y se acerca al banco de Benito, que está a la derecha.) ¡Vi a descansá un rato!
BENITO.—(Que no la entiende.) ¿Qué? Habla despacio, guasa.
MARTIRIO.—No puedo, hijo; es mi condisión. Por mucho que hago, en cuanto tomo carrerilla me pierdo, y son los nervios, los nervios, que siempre los tengo de punta. Esto es de herensia.
BENITO.—(Que sigue sin entenderla.) ¡Vaya!... Bueno, hala a lo tuyo y no me...
MARTIRIO.—¿Pero no te he dicho que vi a descansá?
BENITO.—¿Quééé?
MARTIRIO.—¡Que vi a des-can-sá!
BENITO.—¡Ya! Pero no hurgues ahí, que luego er maestro lo nota.
MARTIRIO.—Descuida; no toco na. ¡Anda, qué de herramientas!... ¡Cuidao que hasen farta cosas pa hasé cuarquié cosa! ¡Cuánto serrín! (Empieza a escribir algo sobre el serrín del banco, con el dedo.)
BENITO (Dejándose por imposible.) ¡Anda y que te enmelen!
JUANA.—(Hace su entrada por el foro exactamente igual que en el primer acto.) Hola, tropa. ¿Y mi niño?
BENITO.—Ar convento s’ha metió, pa darle un repaso ar coro nuevo que ha hecho.
JUANA.—Ya. (Viendo a Martirio.) ¡Chiquilla!, ¿qué hases tú ahí? Anda a encalé, que no vas a rematá hoy.
MARTIRIO.—Déjeme usté que resuelle, que ya estoy de ca hasta aquí.
JUANA.—(Que no la entiende tampoco.) ¿Eh?
MARTIRIO.—¿Esto va a se tos los días?
JUANA.—¿Qué dises, cohete?
MARTIRIO.—Que si a-quí se en-ca-la tos los días.
JUANA.—La casa por dentro tos los sábados. La fachá y er patio, por año nuevo, Semana Santa, el Corpus y tar día como hoy, víspera de la Virgen. ¿Pero es que no lo sabes? ¿No eres tú del pueblo?
MARTIRIO (Cogiendo carrerilla.) ¡Ay, qué risa! ¿Ahora se entera usté de que no? Yo soy de Los Palomares, a mucha honra. Lo que pasa es que hase tres meses, y por culpa de unos amores contrariaos, sabe usté, me vine aquí a viví, a casa de mi tía Angustias, la del Puerto, pero ca ve que saca er potaje a la mesa me pone una cara, que por no verle la cara me he metío a supli.
JUANA.—¡Plum, cataplún, chin chin!
BENITO.—Yo a fuersa de oírla ya la voy entendiendo. Dise que si ahora se entera usté de que ella no ea del pueblo.
JUANA.—¡Ah, si, os verdá! ¿Y qué decía la cara?
BENITO.—Que se ha venío a viví a caza de su tía, pero hay que ve la cara que le pone su tía y por eso se ha echao a serví de asistenta.
JUANA.—Pues la cara de tu tía va a se una no ar lao de la que yo te vi a pone como no le des aire a la brocha.
MARTIRIO.—¡Ya voy! Tos son a mandarla a una. (Se va a encalar.)
JUANA.—¡Te cogi que te he entendió! Conque tos son a mandarla a una, ¿verdá? Pues a ve si te mando yo donde nadie t'ha mandao, so contestona. (Acercándose al banco de Benito y leyendo en el serrín.) Tadoro. ¿Tadoro? ¡Ah, ya!; te adoro. ¿A quién le pones tú esto?
MARTIRIO.—Yo no he puesto na.
JUANA.—Tú lo has puesto con er deito, que te he estao yo guipando.
BENITO.—Será una indirerta pa Ramón.
JUANA.—¿Pa mi niño? Estás tu lista. ¿Pero tú sabes quién es mi niño? Claro, como no eres de aquí... Pues mi niño, con toa esa cara de aprendí que tiene, no es más que el amo de to esto, y ganao con mucha honra, pa que te enteres. ¿No estabas tú aquí aye, cuando vino ese señorón que lleva una caena aquí como la de un barco?
MARTIRIO.—Si, señora, ese que le disen don Lucas.
JUANA.—Pues ese don Lucas y otro que tú no conoses eran los amos de esto. Lo cua que el uno voló y don Lucas heredó, y fué don Lucas y an lugá de pagarle a mi niño seiscientos duros que le debía de jornales, le traspasó pelo a pelo la carpintería. Y de un chinchá que era, aquí la tienes con cuatro ofisiales, que hoy no están aquí por se er dia que es, y ese aprendí que es tonto, trabajando pa la exportasión y to, porque de aquí salen mu güenos muebles pa los pueblos de ar lao. ¡Espezialidá en camas de matrimonio, que se hasen aquí con un salero, que cuando empiesan a escancanillarse de usarlas, ellas mismas se abren por un costao y largan la cuna!
MARTIRIO.—Ersajerá.
JUANA.—¿Ersajerá? ¿Y a ese inventó tan grande de mi niño l'has puesto tú tadoro? ¡Tamato!
MARTIRIO.—Señora, la que no sabe es como la que no ve.
JUANA.—(Por Benito.) Pos mira ahí, que ese es de tu iguá.
MARTIRIO.—Se mirará, si, señora, ¿a qué está una?
JUANA.—(A Benito.) ¿T'ha dicho argo malo?
BENITO.—No, dise, que bueno.
JUANA.—Ya. (Cogiendo el cesto de ropa.) Voy a meter esta ropa dentro... (Va a hacer mutis por la derecha y sale RAMON por el convento.)
RAMÓN.—¡Pero, madre! ¿Ha ido usté a lavá otra ve?
JUANA.—Si, pero verás.
RAMÓN.—No veré, madre. No quiero que lave usté.
JUANA.—Es que.... no te enfades tú conmigo.... hoy ha sio por tené un achaque pa salí y ve esas calles que da gloria verlas. Ya están encalando toas las casas. ¡Un panalito de asuca va a párese er pueblo! Han puesto un arco cuajao de rosas en los Cuatro Cantillos, que es un primó, y ya está toa la calle Larga llena de banderas de tos colores, con una de romero que están trayendo pa arfombrarla, que mañana cuando sarga la Virgen, la pobre, que hase dos años que no sale, va a habé un milagro, te lo digo yo; porque la vamos a ve llora de alegría.
RAMÓN.—Bueno, pues ya sabe usté que cuando haga falta lavar se le da a una lavandera. O que lave Corona, ya que se ha ofresío.
JUANA.—No. Corona no quiero yo que sarga ni a la puerta. Ya sabes tú lo quita jonra que es la gente der pueblo, y déjala que siga aquí enserrá la pobre.
RAMÓN.—¡Pero, madre, si ya sabe to er mundo que está hace mucho tiempo con nosotros!
JUANA.—Pero no hase farta ponerle la cara en vergüensa enseñándola por ahí. Tú déjame a mí, que ya voy dictándoles a unos y a otros lo que fué y lo que pasó, que no pasó na; sino que er sinvergüensa aqué la dejó en mita de la carretera sin haserle caso, y entonses arrepentía, en lugá de tirá pa con su marío, cogió er camino der pueblo pa cobijarse con nosotros y llorá sus ducas y sus idioteces, que bien arrepentía está la pobre. la Martirio, que muy embobada y junto a ella la escucha.) ¿A ti te importa mucho esto?
MARTIRIO.—A mí no.
JUANA.—Pues coge esa canasta y llévatela pa dentro.
MARTIRIO.—Sí, señora. (Cogiendo la canasta.) Pero tiene usté rasón; a mí me da mucha pena de Corona.
JUANA.—¡Despacio! A ve!
MARTIRIO.—Que — a — mí — me — da — pena — de — Corona —, porque — yo — también...
JUANA.—¿Tú también, qué?
MARTIRIO.—Tuve — un trompiezo, pero — no trompesé: que por — eso — me he — tenío — yo — que — vení — de— mi— pueblo.
JUANA.—¡Mira! ¡Y qué despasio lo dise!
MARTIRIO.—Pa— que — se — entere — to — er — mundo.
JUANA.—¿Y cómo fué er caso?
MARTIRIO.—¿Se — quie — usté — enterá?
JUANA.—Sí.
MARTIRIO.—¿Pa — qué — se — quie — usté — enterá?
JUANA.—¿Pasó argo malo?
MARTIRIO.—No, señora. (Tomando tal carrerilla que al final resulta camelistico porque al mismo tiempo llora.) Pues fué que un día estaba yo con mi novio, y lo que pasa: que los hombres son muy bocones y luego cuentan esto y lo otro y lo que no pasó, pa darse postín de que si fué y si vino, y ni fué, ni vino, ni na. ¡Mardita sea el primero que se puso unos carsones! (Se va por la derecha.)
JUANA.—Por lo visto, es que no quiere que nos enteremos. ¡Qué pájaraaaa!... (Salta un alegre repique de campanas en el aire.) ¡Ya está!
BENITO.—¡Er primé repique! ¡Por su salú, maestro, déjeme usté di!
JUANA.—Sí, hombre: dale suerta.
RAMÓN.—¡Vaya, que sea! ¡Hala, a volá por ahí!
BENITO.—(Tirando las herramientas.) ¿Ojú! (Vase a la carrera por el foro.)
MARTIRIO.—(Saliendo por la derecha, quitándose el delantal y gorro y tirándolo.) ¡Er primé repique! ¡Se acabó la ca! (Se va por el foro a carrera abierta.)
(Aun no ha terminado el repique cuando sale CORONA por la derecha, muy alocada y alegre.)
CORONA.—¡El primé repique!... ¡El primer repique!... (Transición y con mucha pena, limpiándose una lágrima.) ¡Er primé repique!...
JUANA.—(Acudiendo a ella.) Vamos, so simplusta, ¿va usté a llorá en día tan alegre como er de hoy? (Llorando ella también.) ¿Has visto, niño, pues no va a llorá?
CORONA.—(A Ramón.) ¿Na? la un signo negativo de él.) Soñaba yo con una esperansa, porque er que está lejos del pueblo este día, si es der pueblo y tiene vergüenza, lo menos que hase es escribí.
JUANA.—(Llorando aún.) Tiene usté rasón. Y como Perico es der pueblo y no ha escrito, lo que pasa es que no tiene vergüensa.
CORONA.—O que tiene dirnidá; porque sabé ni él ni mi niña saben donde estoy yo, ni yo donde están ellos, y a lo mejó se figurarán que yo ando por ahí pintando las cigüeña.
JUANA.—(Enérgica.) ¡Pues mal pensao! Porque usté es una persona desente. Loca perdía, pero una persona desente. A usté lo que le hiso daño a la cabesa fue er primé sombrero que se puso.
CORONA.—¡Y que lo diga usté! Er sombrero era. Con él puesto iba yo con el gobernaó cuando se paró el automóvil y me dijo: Bájate, que s’ha pinchao una rueda. Y cuando fuí y me bajé y me puse a dar un paseo por la carretera, mientras le hurgaba ar coche, y me gorví y ví que tomaba er tole sin mi, me lo quité y lo tiré, y entonses gorví en mi se. ¡Tan gorví en mi se, que tiré pa er pueblo en ve de tirá pa Madrí porque sentí vergüensa, que era lo que no tenía yo con er sombrero puesto!
JUANA.—No crea usté que era el sombrero sólo lo que la traía a usté chalá. Porque usté ha cobrao er sentío en cuanto gorvió usté a come bacalao con papas, asaúra con tomate y los guisos de aquí. Que me acuerdo yo de las cosas que ponían en aquella fonda, y... ¿se acordáis de aquellas pescaíllas que no tenían espinas, y de aquellos güevos fritos en un papé, y aquer tejemaneje que se traía er camarero con quitarle a una er tenedó y venga otro, y en cuanto se descuidaba una y lo ponía en el plato arreaba con el plato y el tenedó, y venga un plato más grande y un tenedó más chico, y de pronto que ponía la fruta y la quitaba a una er pan si no andaba una lista?... ¡Qué tío! ¡Yo era que desvariaba!
RAMÓN.—¡La fonda! Maldita sea la fonda, que es la que tiene la culpa de que no sepamos dónde anda el maestro. Vaya un fondista en er mundo disiéndome a mi hase seis meses por teléfono: ¿A mí qué me cuenta usté? En cuanto se disolvieron las Cortes puse en la calle a aquellos diputaos, y ahora tengo unos de verdá.
CORONA.—Yo, con tar de sabé que Perico se bandeaba bien, no me importaba no gorvé a verlo, porque presentarme delante suya después de le faenita que le hise.... se me abren las carnes de pensarlo. Pero la niña..., la niña... (Llora.)
JUANA.—¡Que no llore usté, mujé! A la niña no le pue pasá na malo, porque ella no es mala.
CORONA.—Es que ha salió a mí en genio y en caracte, y tengo un miedo...
JUANA.—No pene usté por eso. Si ha salío a usté, no es más que tonta, y eso tiene arreglo, ¿verdá, Ramón?
RAMÓN.—Sí, madre.
CORONA.—¡Huy, si pudiera se! (Desvariando.) ¡Dormirse y despertá y verlos a los dos felices y casaos, y usté de suegra de ella, y yo de suegra de él!...
JUANA.—(Atajándola.) ¡Eh..., eh..., eh.... Corona!...
CORONA.—(Volviendo a la realidad.) Es verdad.
JUANA.—Primero que aparezca Petrilla, y luego ya hablaremos.
LUCAS.—(Apareciendo en el ¡oro.) ¡¡Ya están aquí!!
JUANA.—¡Ay!
CORONA.—¡Ay!
RAMÓN.—¿Eh?... ¿Quién?
LUCAS.—(Que viene “bueno”: su buen terno negro recién hecho, su buena cadena con su buena leontina, su tumbaga enorme en el dedo meñique izquierdo, su limpísima y blanca camisa de cuello duro y bajo, sin corbata; su gran sombrero negro de ala ancha, su puro y su bastón.) ¡Los toreros! ¡Si tenía que se, hombre! ¡Si tenían que nombrarme a mi presidente de la Comisión de fiestas pa que er pueblo viera toros en serio! Ahí están ya en la fonda. Mis güenos duros me cuesta, porque he tenío que suplí trescientos veinte machacantes; pero ahí están los tres ¡más grandes!: el Armejita Chico, el Niño del Pescaíto Frito y el Chico del Enanito; tres jastiales que no caben por esa puerta. ¡Así está la calle de gente pidiendo que sargan ar barcón!
RAMÓN.—¿Pa qué?
LUCAS.—Las malas costumbres. Como en estos años pasaos raro era el forastero que no resurtaba propagandista, la gente l'ha tomao er gusto ar mitin, y quieren que hablen los toreros. Ellos verán. Yo los he dejao en su cuarto y me he venio, porque el Armejita, que es muy mal hablao está disiendo unas cosas del pueblo que como sarga ar barcón y las diga, lo van a llevá a la enfermería antes de tiempo. (Entregando a Ramón unas papeletas.) Güeno, ahí van tres barreras que regalo yo, porque puedo y me da la gana, y pa los ofisiales, cuatro tendíos.
CORONA.—Una barrera sobra.
LUCAS.—Me lo sospechaba, comadre, que usté no iba a dir.
CORONA.—No, señó.
LUCAS.—Yo, por si usté pensaba ya ponerse de alivio de luto, se la traía a usté.
CORONA.—Pues no, señó.
LUCAS.—Eso está bien, comadre, que hasta los indios trompófagos, cuando se muere er marío, queman a la viuda. ¡Pero no hay que llega a esos adelantos! (Indicando la puerta del convento.) Llamá ahí, que vi a entra a darle un parco ar prio.
RAMÓN.—¿Cómo?
LUCAS.—¡Porque puedo y me da la gana! En las fiestas mando yo este año; ya hay mayoría de derechas, y ya es hora de que vayan los frailes a los toros como cuando Fernando er séptimo, que me lo dijo a mí una ve er prio que entonses iban.
RAMÓN.—Pero ¿querrán?
LUCAS.—¿No van a queré? ¡Les he mandao hasé un parco en sol y sombra, con un enrejao por delante!...
JUANA.—Pa que la gente no se junte coa ellos.
LUCAS.—No. Pa que esté tranquilo er prio de que no se le tira ningún fraile ar ruedo. Llamá.
RAMÓN.—La puerta está abierta, pero deben está en el coro.
LUCAS.—Dejarlo entonses, y venga una silla, que traigo pa ti un encargo. (Se sienta.) Unos muebles inventaos por mí, que quiero que me hagas si no te pones tú mu tonto en los presios, que te estás tú poniendo mu tonto.
RAMÓN.—Hombre, por se pa usté...
LUCAS.—Por se pa mí, m'has puesto veinte duros por encolá un sillón.
RAMÓN.—¡Que era bisantino, hombre!
LUCAS.—¿Me vas a da coba a mi con lo bisantino? ¿A mí, que me he llevao la parma? Pero si yo he cogío un molinillo de chocolate—lo que es un molinillo, con su porrita labrá y su palito—, lo he pintao de purpurina vieja, le he pegao dos tiros de perdigones pa simulá la polilla y se lo he largao a un anticuario disiéndole que era er setro de Sisesbruto. ¿Me vas tú a mí a trajiná, hombre?
RAMÓN.—Que se va usté a gorvé roñoso ahora.
LUCAS.—No. Los veinte duros te los doy a gusto, y aunque me hubieras puesto ochenta.
RAMÓN.—Pa haberlo sabío...
LUCAS.—Pues ya lo sabes. ¿Pa qué tengo yo dinero sino pa lusirlo? ¡Chiquillo, qué jartá e dinero tengo! Y lo que me carga es que no se lo crea la gente. ¡Pues lo va a tené que creé, porque he pensao usá los billetes pa lía la carderilla, a ve si así se enteran! (Ofreciéndole un billete sacado de entre lo menos quinientos.) Ahí van tus sien pesetas.
RAMÓN.—No. Me hase más clase que me las mande usté en cartuchos de a duro, pa tené suerto.
TODOS.—¡Ja, ja, ja!...
LUCAS.—M'has cogío, hombre, pero se te mandarán. Si yo por mil pesetas no me apuro. Pero ¿tú sabes er dinero que ha dejao mi cuñá? Ayé me pasó er notario la cuenta der Banco: pues hay un setenta y siete con una de ceros detrás como pa hasé un puente de aquí a Birbao.
JUANA.—¿Es verdá que ha comprao usté la dehesa de los Jarales?
LUCAS.—¡Qué vi a comprá! Ha entrao en er lote de la testamentaría. Y como ahora tengo que encargarme de esa labó, a eso vengo: a que me hagas sien camas pa los gañanes estables. Los pobres duermen en er suelo, como es costumbre, y yo quiero acabá con esa inhumanidá der tiempo de los feudales, y que ca uno duerma en su cama.
JUANA.—Pues cuarquiera los despierta como se encuentren a gusto.
CORONA.—Y er sitio que van a coge las camas.
LUCAS.—Ahí está mi invento: pa que cojan poco sitio, tienen que se cama con un fleje así en la cabecera combinao con una cuerda de reló, pa que de día estén así pinas y pa tenderlas y podé acostarse tenga er gañán que da a una llavesita que enrosque la cuerda, afloje er fleje y caiga la cama.
RAMÓN.—Se puede hasé.
LUCAS.—Segundo: Ocho horas pa dormí, según la higiene; pero en pasando un segundo de las ocho, que sarte la cuerda, que sarte er fleje, arree por debajo de la cama, ¡pum!, y suerte ar gañán como un tiro.
RAMÓN.—Me gusta el invento.
LUCAS.—Me parese que es como pa patentarse.
JUANA.—Pa tentarse los chichones ar despertá. No sea usté bestia y deje usté que la gente duerma a gusto, como usté, porque usté se levanta a las tantas.
LUCAS.—Sí, señora; yo antes de la una no me entran los bistés der desayuno.
JUANA.—Lo creo.
LUCAS.—(Levantándose.) Y estos días ví a amanesé más tarde por el trasnocheo. Como va a habé teatro y me he abonao...
JUANA.—¡Digo! A las nueve llegaron los cómicos, y toavía andan por ahí buscando bujeros donde meterse. Por sierto que a la primera atrí la conosemos tos. Aquella gachí de Madrí que fuimos a ve que echaba Las Calurosas.
RAMÓN.—¿La que estaba en la fonda?
LUCAS.—¡Que te quemas!
JUANA.—¡Huy, huy, huy!... A usté le gustó mucho asa pájara... Usté ha andao en eso de traerla aquí... Usté va a ve si... Y a usté le va a costá un ojo.
LUCAS.—¿A mí?
JUANA.—Un ojo der puente ese que tiene usté en er Banco. ¡Que está usté mu viejo, Lucas!...
LUCAS.—(Dirigiéndose, “acharado", al convento.) ¡Vamos, vamos!... ¿Yo, qué?... ¡Pues sí que!... ¡Que no pueda uno sin que usté se entere!... (Empujando y abriendo la puerta del convento con el bastón.) ¡Ave María! (Entra.)
JUANA.—(Decidida.) ¿Habéis visto? No, pues...
RAMÓN.—Usté se está quieta, madre.
JUANA.—Es que esa "calurosa"...
RAMÓN.—Con esa "calurosa” tengo yo mi idea. Como por su ofisio corre tanto mundo y era tan amiga de Petrilla, quisá se la haya encontrao en arguna parte y sepa dónde está... ¡Y no lo pienso más! ¡Voy a buscarla! (Se pone la chaqueta, y en esto aparece en la puerta del Joro SOFÍA, elegantísima y radiante de guapa.) ¿Eh?
JUANA.—¡Arrea!
CORONA.—¡Josú!
SOFÍA.—¿Tan fea vengo que espanto? Buenas tardes. (Mudos por la impresión, no responden al saludo.) ¿Tampoco se me contesta?
TODOS.—(A la vez.) No, sí...; buenas tardes.
RAMÓN.—Es que.... precisamente, iba yo a buscarla a usté.
SOFÍA.—(Sonriendo.) Telepatía.
JUANA.—¿Qué dise de pa tu tía?
SOFÍA.—¡Qué pueblo más bonito tienen ustedes!
RAMÓN.—(Que no sabe qué decir.) Sí.
SOFÍA.—Muy bonito.
JUANA.—(Saltando.) Mire usté, eso ya lo sabemos. Nosotros lo que queramos sabé...
SOFÍA.—Lo que vengo a decir, seguramente.
RAMÓN.—¿Cómo?
SOFÍA.—Que el ex diputado señor Lebrija vive conmigo.
CORONA.—(Tomando el rábano por las hojas.) ¡Ay, qué descará!
JUANA.—(Idem.) ¡Mi madre!
RAMÓN.—(Idem.) ¿Qué dise usté?
SOFÍA.—En mi compañía. No hay que pensar mal.
CORONA.—¡Ay, para, corasón!
SOFÍA.—Cuando no fué nadie, abochornado de su fracaso y de... su vergüenza...
CORONA.—¿Eso va por mí?
SOFÍA.—Usted sabrá. Antes de volver aquí, temiendo la rechifla de su pueblo, prefirió quedarse en Madrid, sin pagar la fonda, hasta que lo echaron. Pero se vió en la calle con su hija...
JUANA.—¿Quiere usté acabá de una ve? ¿Dónde están esos tontos?
RAMÓN.—Déjela usté hablar, madre.
SOFÍA.—Ella, la pobre, acudió a mi, y yo... Precisamente hacía farta lo que se dice un jefe de maquinaria en la compañía: un carpintero. Y de carpintero viene el ex diputado...; ¿para qué les voy a decir que a la fuerza? La necesidad manda, y no ha tenido más remedio. Ahora que...
JUANA.—¡Ay, qué pesá!
SOFÍA.—En fín, a ver si ustedes pueden lograr lo que no hay medio de conseguir: que Lebrija entre en el pueblo.
CORONA.—¿Qué?
SOFÍA.—Que cuando llegamos esta mañana, y todos le creíamos resignado y decidido, se negó a entrar, y en las ruinas de ese castillo que está en las afueras se quedó escondido, esperando que pasen los dos días que vamos a hacer aquí, para agregarse a nosotros a la vuelta. Pero sin él no hay función. ¿Quién arma y coloca las decoraciones? ( A Ramón.) Si usted quisiera ir y convencerle...
RAMÓN.—Pero ¿y Petrilla?
SOFÍA.—Conmigo. En la fonda. Esa menos mal.
RAMÓN.—Sí: ésa, menos mal. ¡Ya se le logró er gusto de ser cómica! ¡Cómica!
SOFÍA.—(Insinuante.) Sospechas mías.
JUANA.—(A Corona.) ¿Pero qué hase usté, so tía pasmá? ¡Venga usté conmigo!
RAMÓN.—¡Quieta, madre!
JUANA.—¿Quieta yo? ¡A ve si te doy una jartá e guantazos que va a rompe a cantá la tiple esta creyendo que la aplauden. (Empujando a Corona de mala manera.) ¡Arree usté, joyín! (Dándole metidos se la llera por delante y hace mutis con ella por el foro.)
RAMÓN.—Está bien. (Sin saber qué decir a Sofía.) ¡Pero antes que venga ésa!... (Conteniéndose.) ¡Bueno! Aquí el que sobra soy yo. (Iniciando el mutis.)
SOFÍA.—(Sentándose.) ¿Qué? ¿No quiere usted saber que a esa... ¡pobre muchacha! no se le cae el nombre de usted de la boca?
RAMÓN.—Sí, ¿eh? Claro, ahora...
SOFÍA.—No tiene usted corazón.
RAMÓN.—¿Que no?
SOFÍA.—No. ¿Es que no le salta a usted de alegría al saber que va a verla?
RAMÓN.—No, si eso es aparte: me alegro. Se alegra uno cuando pierde un paraguas y lo encuentra, contimá si encuentra uno a una persona que uno aprecia.
SOFÍA.—¿Aprecio... nada más?
RAMÓN.—Nada más. Ya comprenderá usté que a una mujé que ha andao por ahí de cómica, enseñando hasta el esqueleto, no se le pue tené otra cosa.
SOFÍA.—¡Oiga!
RAMÓN.—Usté perdone. No he querio desir... Vamos, entiéndame usté. Usté es de ésas, y usté tiene en mí una persona que por usté me dejaría yo matá, pero, vamo, no...
SOFÍA.—No se casaría usted conmigo.
RAMÓN.—¡No, señora! (Rectificando.) Digo... Es que uno es algo arrimao a la cola, y entre las ideas de uno no cabe la de enamorarse de una artista asín, que está por ensima de uno.
SOFÍA.—(Irónica.) Ya, ya...
RAMÓN.—(Impulsivo.) En cuanto a Petrilla, ya comprenderá usté que cuando uno ha estao mucho tiempo viéndola al iguá de uno y con la desensia de uno, pa que lo que tenga sea de uno y no lo vea más que uno, cuando se entera uno de que mucha gente ha visto lo que hay.... ¡caray!...
SOFÍA.—(Riendo a carcajadas.) ¡Ja, ja, ja!... ¿Pero, criatura, usted cree que Petrilla ha actuado en la compañía como vicetiple? No, hombre; si no sirve. ¿Usted la ha oído cantar alguna vez? ¡Pero si es una locomotora pidiendo agua! ¿Y bailar? ¡Hombre! ¡El homenaje al trompo desconocido!
RAMÓN.—¿Entonses, de qué sale en el teatro?
SOFÍA.—De nada, hombre: es mi doncella, simplemente. ¡Me dió tanta lástima!... Hubiera sido una pena que una muchacha tan buena y tan mona, por falta de talento, por abandono de los suyos, por hambre quizás, hubiera dejado de ser digna de usted.
RAMÓN.—(Conmovido.) ¿Me deja usté que le dé un abrazo?
SOFÍA.—Démelo usted.
RAMÓN.—(Abrazándola conmovido.) Grasias.
PETRILLA.—(Apareciendo con su madre, en el foro, en el momento mismo del abrazo.) ¡Josú!
CORONA.—(Tapándola la cara con sus manos.) ¡Hija de mi alma! ¡No mires! ¡Qué gorpe! ¡Qué gorpe!
RAMÓN.—Pero...
SOFÍA.—(Haciéndose cargo de la situación y riendo a carcajadas.) Ja, ja, ja!...
PETRILLA.—(Soltándose de su madre, enérgica y decidida.) ¡Suérteme usté! la Sofía.) ¡Mu bonito! ¿Pa esto querías tú traerme a Medinilla? ¿Pa esto tanto batalla en que hay que dí, hay que dí y hay que dí? ¿Pa que viera tu triunfo? ¡Si ya tenía yo la mosca en la oreja! ¡Si era mucho lo que tú me hablabas de él! ¡Si es mejó que tú la Game! ¿Dónde te vas tú a pone con la Game ni en tipo ni en na, so ilusoria? ¡Párese mentira! ¡Sabiendo lo que yo le quiero, que tú m'has visto a mi arrodillá delante de un retrato suyo pidiéndole perdón, qué bien te reiste tú, como ahora te estás riyendo!
SOFÍA.—(A Ramón riendo.) Y es verdad. Todos los días le pedía a usted perdón de rodillas.
RAMÓN.—(Que está como idiotizado y que no sabe si reír o llorar.) ¡Je, je!...
PETRILLA.—(Encarándose con él.) ¡Je, je! ¿Y pa eso he prometió, si arguna ve me casaba contigo, no pintarme, ni ponerme medias de seda ni na que le diera atrartivo a mi cuerpo, que queria que fuera de los gusanos antes de se de otro hombre que no fueras tú, Ramón de mi arma? (Se echa a llorar.)
RAMÓN.—(Abalanzándose a ella y dándole una carretilla de besos.) Ven aquí, chiquilla, que...
PETRILLA.—¡Ramón!
CORONA.—¡¡Ramón!! (Los separa.)
SOFÍA.—Déjelos usté, señora. Si la quiere a cegar. Si a mí me abrazaba de contento, al saber que ella le quería y era digna de él.
PETRILLA.—(Abalanzándose a Ramón y devolviéndole les besos.) ¡Ay, Ramón!
RAMÓN.—¡Petrilla!
CORONA,.—(Escandalizada.) ¡¡Niña!! (Los separa nuevamente.) Que pueden está mirando los frailes, y los pobres.... ¡vamos!...
PETRILLA.—(A Sofía llorosa.) Y a ti...
RAMÓN.—(A Corona.) Bese usté la tierra que pise esa mujé. Grasias a ella vamos a se felises.
CORONA.—¡La tierra y sus pies! (En una cómica transición al mirar los zapatos de Sofía.) ¡Ay, como esos zapatos me compré yo unos en Eurreka, cuando estaba en Madrí!
BENITO.—(Entrando en escena.) ¡Maestro!
TODOS.—¿Eh?
BENITO.—¿Lo sabe usté ya? ¡Que ahí viene su madre de usté dándole empujones a Perico Lebrija!
CORONA.—¡Ay! (Mutis a carrera abierta por la izquierda.)
PETRILLA.—¡Madre!... ¡Pero, madre!... (Se va tras ella.)
RAMÓN.—Pero, oye, escucha... (Se va tras ellos.)
BENITO.—Lo que toca yo... (Desaparece por el foro.)
SOFÍA.—(Mirándolo todo con deleite y hasta con envidia.) ¡Vivir aquí! ¡Sin luchas!... ¡Sin ambiciones!... ¡Qué suerte tienen algunas desgraciadas! (Mutis por la izquierda.)
PERICO.—(Materialmente lanzado, como un balón, entra por el foro a trompiquillos. Viene detrás de él JUANA, que es la que le ha dado el empujón, y le da otro definitivo, y aparecen, curiosos y expectantes en la puerta del foro. MARTIRIO, LOLA BENITO, APANDA, BUCHE y CALASPARRA.) ¿Pero esto qué es?
JUANA.—Ya lo está usté viendo. (Le larga el empujón indicado.)
PERICO.—¿Pero es que son modales er trae a todo un hombre como yo a empujones?
JUANA.—Menos música. Ya está usté aquí, y si esta casa le dise argo ar corasón, se quea; y si no, ¡a volá con viento fresco!; yo, con meterlo, he cumplío Pero sepa usté que Corona...
PERICO.—¡Que no me miente usté a Corona le he dicho sien veses!
JUANA.—¿Pero joyín, es que no quiere usté enterarse de...?
PERICO.—(Hecho un bicho.) ¡Lo sé to! Ya he leído que han hecho embajadó ar que se la llevó, y mejón pa ella, mejón pa él y mejón pa mí! ¡Mientras más lejos de ella, mejón!
JUANA.—Pero no sea usté bruto. Corona...
PERICO.—¿Qué? ¿Ha mandao argún retrato desde las Américas retratá en una hamaca y con una cotorra en er deo?
JUANA.—No, hombre; Corona, que sabe que está usté perdío...
PERICO.—(Sordamente, cogiendo un martillo.) ¿Ha mandao dinero pa mí? ¿Pa mí?... ¡¡Juana!! ¿Y usté piensa que yo lo acerte? ¡Rese usté er credo!
JUANA.—(Huyendo de él.) ¡Perico!
PERICO.—(Persiguiéndole.) ¡Rese usté er credo!
JUANA.—(Huyendo de él y haciendo mutis por la derecha.) ¡Animal! ¡Bestia! ¡Salvaje! (Vase.)
MARTIRIO.—(Comentando en la puerta con los demás.) ¿Pero quién es?
LOLA.—Er maestro Lebrija.
BENITO.—Er que fué diputao; ya, nadie, ¡un infelí!
TODOS.—¡Ja, ja, ja!...
PERICO.—(Revolviéndose iracundo a ellos.) ¡Sí! ¿Quiénes son ustedes? ¿Er pueblo que me mira y ríe de mí, no? ¡Pues sí: un infelí soy! ¡Un nadie! Lo peó der mundo: ¡un ex! Sin más que un consuelo: el de los tontos, que hay muchos "ex" como yo, que no eran nada, nada fueron y nada serán. ¡Pero la curpa es de ustés por no sabé elegí! ¿Y se van a reí, ensima, de nosotros? ¡No es risa, no; es pena lo que debemos da! ¡Con que a llorá conmigo, o mato a uno! (Se abalanza a ellos.)
TODOS.—¡Ay! (Desaparecen.)
PERICO.—(Reconociendo el martillo que empuña.) ¡Mi martillo! ¡Mi pobre martillo! ¿Pa qué has servío tú, que no hubo quien me diera contigo en la cabesa a mi primera locura? (Decidido.) ¡No hay más que pensá! ¡A juí de aquí, que hasta er sielo se me cae ensima en er silensio y la tristesa de este pueblo sordo, que perdió, pa siempre, por nuestra curpa, las glorias de sus alegrías! ¡Fuera de aquí! (Pero, cuando inicia el mutis, rompe el silencio triste el alborozado repique de las campanas, y a Perico se le ilumina y ensancha el corazón.) ¿Eh? ¡Ah!... ¡Ah!... (Cae en una silla y, presa de la emoción, murmura besando el martillo.) ¡Mi martillo!... ¡La cruz de mi pobre martillo!... (No lanzaron los discóbolos sus discos con la fuerza e ímpetu con que sale CORONA lanzada por la derecha.)
PERICO.—(Levantándose y de una pieza.) ¿Tú?
CORONA.—(Aterrada.) ¡Yo!
PERICO.—(Retrocediendo.) ¡¡No!! ¿Eres tú o tu espiritu?
CORONA.—¡Yo!
PERICO.—¡No, no: mentira! (Se le cae el martillo y retrocede más hasta pegarse a unos tablones.) ¿De dónde sales, fantasma?
CORONA (También asustada.) De... De ahí... Pero, Perico...
PERICO.—¡No te aserques!
CORONA.—(Suplicante.) ¡Sal de ahí!
PERICO.—¿Eh?
CORONA.—Que me da mucha pena verte arrimao a las tablas.
PERICO.—¡¡Corona!!
CORONA.—¡Corona! ¡Tu Corona! ¡Aquí me tienes en cuerpo y arma!
PERICO.—(Reponiéndose y avanzando hacia ella con paso lento y astuto de tigre. Sordamente.) ¿Ah, sí? ¡Te parto el arma!
CORONA.—(Le huye al mismo paso y sin perderle la cara, hasta que tropieza con un banco, coge una muleta de cojo a medio terminar que habrá en sitio no muy visible y le hace frente.) ¡Cuidao!
PERICO.—(Retrocediendo.) ¿Eh? ¿A mí? ¡Suerta eso!
CORONA.—¿Y con qué me defiendo si te arrancas?
PERICO.—¡Corona!
CORONA.—Porque yo comprendo que vengas picao...
PERICO.—¡Corona!
CORONA.—Y que tú, en vista...
PERICO.—¿Que yo embista? ¡Corona!
CORONA.—Que tú, en vista de que te dejé, pienses de mí lo que no es verdá. Yo no te he deshonrao. ¡Déjame que te explique!
PERICO.—¿Qué embuste me vas a largá? A ve: venga lo que has fraguao desirme, pero suerta eso, porque viéndote amenasarme ensima, se m'está subiendo la sangre a la cabesa y...
CORONA.—Bueno: si lo que te acalora es verme con la muleta en la mano, la sortaré pa que te refresques...
PERICO.—¡Corona! ¡Basta ya!
CORONA.—(Tirando la muleta y arrodillándose ante él.) ¡Pues basta ya!
PERICO.—¿Pero te vas a adorná ensima?
CORONA.—¡No! ¡Méteme, asesíname, dególlame, pero óyeme un favó!
PERICO.—¡Venga!
CORONA.—Que no me aprietes er gañote, que luego se queda una mu rara con la lengua fuera.
PERICO.—¿Pero hasta muerta vas a presumí? (Abalanzándose a ella con un formón en la mano.) ¡Mardit...!
CORONA.—(Huyendo, parapetándose tras el banco y gritando.) ¡Socorro! ¡Socorro!... la los gritos salen por la izquierda JUANA, PETRA, SOFÍA y RAMÓN y, por la puerta del convento, LUCAS.)
LUCAS.—¿Qué pasa?
PETRILLA.—¡Papá!
SOFÍA.—¡Señor Lebrija!
JUANA.—¡Perico!
CORONA.—(Cayendo en brazos de Juana.) ¡M'ha matao!
TODOS.—(Aterrados.) ¿Eh?
PERICO.—¿Yo?
CORONA.—¡Oyeme en mi agonia! ¡Nunca te he deshonrao! ¡Siempre te he querío, a pesa de lo feísimo que eres!... Te perdono... ¡Muero contenta!... (Cierra los ojos y se desploma sobre Juana, que la sostenía en brazos, dándola el primer susto.)
PETRILLA.—(Loca.)¡Padre! ¡Tú! ¡Parricida! ¡Oh! (Se cubre los ojos con las manos.)
JUANA.—(Desabrochando a Corona.) ¡La puñalá! ¿Dónde está la puñalá?
LUCAS.—(Cogiendo a Perico de un brazo.) Compadre, ¿qué ha hecho usté? ¡Entréguese usté a la justisia!
PERICO.—(Protestando.) Pero compadre, si... ¡La muy canalla!
PETRILLA.—¡Padre! La memoria de mi madre no la ofenda usté. (Apuradísima.) ¡Madre, un esfuerso! ¡Siga usté hablando! ¡Cuéntele usté a padre lo que me ha contao usté a mí!
JUANA.—(Llorando.) ¿Pero cómo va a hablá si está muerta?
CORONA.—¡Y enterra hase onse meses!
JUANA.—(Arrojándola de sí.) ¡Ande usté que la pelen! ¡Ni Pa morirse tiene usté formalidá!
PERICO.—¡Pues habla!... ¡Discúrpate si puedes!
CORONA.—Pues óyeme. Yo... (Cayendo abatida en una silla con las manos en la cara.) ¡No puedo! ¡No puedo!
PETRILLA.—(A Perico.) Yo lo diré tal y como ella me lo ha contao, pa que se le caiga a usté la venda. Don Mario no quería llevársela: fué ella la que se metió en el auto. Pero, a ve, padre, si le recuerda a usté argo lo que pasó después. La carretera. Arbolitos chiquititos en ringlera; un puente aquí asín, con sus poyetes de piedra y un surtidor de gasolina así a este lao.
PERICO.—¿Eh?
PETRILLA.—Verá usté: labraores a la puerta de un cortijo al borde de la carretera, gallos, pollos y gallinas.
PERICO.—(Anhelante.) ¡Sigue!
PETRILLA.—El auto que llega. El que le dise: Voy pinchan—¿Tú? ¿Dónde, amor mío? ¿Te duele mucho?, le dise ella—No soy yo. ¿No oyes como un silbido como de aire que se escapado algo que se desinfla?—Sí, dise ella; es algo así como un quejido—Pues ya está: eso es que... ¡Bájate, que llevas el gato debajo!—¡Ay! ¿Yo? ¡Lo aplasté! Y salta al suelo.
PERICO.—¡Sigue, por tu salú!
PETRILLA.—Y él que le dise: Siéntate en ese poyo. la Corona.) ¿No fué asi?
CORONA.—Si.
PERICO.—Espera. Y tú le dijiste: ¿En cuál pollo? ¿Es que quieres que espansurre a arguno pa llevárnoslo pa er camino?—No seas imbesi: ¡en ese poyete!
CORONA.—(Extrañada.) ¿Eh? ¡Si! ¿Pero tú cómo sabes la conversasión que tuvimos?
PERICO.—(Sin hacerla caso.) Tú que te sientas... y él que se larga y te dise:
Corona, buena persona,
no quiero manchar tu honor;
mas si tu idiotez, Corona,
alguna mancha imagina,
lávate con gasolina
que ahí tienes el surtidor.
PETRILLA.—Y el coro dise: ¡Amor, amor!...
CORONA.—¡Ay! ¿Pero es que tú eres un mago que adivina las cosas?
PERICO.—Yo soy el carpintero que está poniendo er decorao de esa obra hase dos meses. No sabía yo que era de don Mario, hombre.
SOFÍA.—Sí: él no firma con su nombre. Siempre dije yo que lo que él quería era aprovechar los dichos de Corona para hacerle un buen papel a la característica.
CORONA.—¡Muy bonito! ¡Canalla! Y ensima la habrá puesto mi nombre a la obra.
PERICO.—Tu nombre l'ha puesto. ¡Anda! Como que se llama "La tonta del güito”. (Furioso a Corona.) Pero, güeno: ¿y luego, qué?
JUANA.—¿Luego? ¿No lo adivina usté, hombre de Dios? ¿Qué iba a hasé luego este espanta gorriones?
CORONA.—(Ofendida.) ¡Consuegra!
JUANA.—¡Venirse aquí a llora sus pesadumbres!
PERICO.—Y to por idiota. ¡Hala, coge er petate y vámonos de aquí!
CORONA.—¿Eh? ¿Que nos vamos a corré mundo? ¡Oh! la Sofía.) Verá usté cómo sirvo pa representá. ¡¡Mi sueño!!
PERICO.—(Echando mano a un martillo.) ¡Por vida del...
CORONA.—(Chillando.) ¡Ay! (Dentro, lejos, se oyen gritos de "Viva Quintana".)
TODOS.—¿Eh?...
LUCAS.—El diputao nuevo que debe habé llegado pa las fiestas.
PERICO.—(Mordiéndose una mano.) Quintana, ¿no? Un agriario.
LUCAS.—Naturalmente.
PERICO.—¡Mardita sea mi sangre! la Corona.) ¡Vámonos! la Petrilla.)¡Y tú también!
RAMÓN.—No, maestro.
PERICO.—¿Eh?
RAMÓN.—(Por Potrilla.) ¡Esta, no!
JUANA.—(Por Corona.) ¡Ni ésta!
PERICO.—(Conteniéndose las lágrimas.) ¿Aquí otra vez?
RAMÓN.—Aquí otra vez y a mandá como antes; porque es usté el maestro y va usté a se el abuelo de mis hijos.
LUCAS.—Y va usté a trabajá, que es lo único que vale en er mundo.
PERICO.—¿Habrá sinvergüensa? (Abrazándole lloroso.) ¡Ramón! (Suena nuevamente el alegre repique.)
SOFÍA.—¡Qué suerte tienes, Petrilla!
PETRILLA.—¿Verdá que sí?
SOFÍA.—Te envidio con todo mi corazón.
TELÓN