No hay más información sobre el texto «El Hijo».
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La madre, cuando no lavaba en el río, pedía limosna. A veces, a lo largo del camino, encontraba señores, que se detenían al verla, y se reían de la enorme nariz y de las cejas de carbón. «¡Bruja, móntate en este palo y vuela al aquelarre!».
Entonces la mujer hacía bufonadas, y recogía monedas de cobre.
Entretanto, el hijo se había transformado en un arrogante doncel.
Ocioso y feliz, paseaba su esbelta figura, adornada de seda y de encajes. En sus talones ágiles cantaban dos espuelas de plata, y sobre su gorro de terciopelo se estremecía una graciosa pluma de avestruz. Si le hablaban de la lavandera, respondía:
—No la conozco; no soy de aquí. ¿Mi madre esa vieja demente? Y todavía sospecho que es ladrona.
Sin embargo, iba en secreto al hogar, donde encontraba siempre un puñado de dinero, una mesa con sabrosos manjares, un lecho pulcro y dos ojos esclavos.
Una vez pasó la hija del rey por la comarca y se enamoró del mozo.
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Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.
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