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Este texto forma parte del libro «Cuentos y Notas».
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Y dicho y hecho. Nuestro don Cándido, que era marrullero y solterón y egoísta, compró a un creso del lugar cierto «chalet», en que, durante la estación balnearia, habían vivido unos títulos tronados, y se fué a Madrid, y a las pocas semanas ya estaba de regreso, con docenas y docenas de bultos y cajas, con dos o tres criados listos y de buen parecer, y con la bonísima de doña Prudencia.
Instalóse don Cándido; instalóse como correspondía a su carácter y linaje, y para no morirse de fastidio y matar los días, que en aquel pueblo se le hacían eternos, idos ya los bañistas y vuelto el lugarejo a su propia modorra y a su inmutable soledad, trazóse el descorazonado caballero terminante programa: levantarse temprano; bañarse en seguida; luego pasear un rato a caballo; desayunarse después; en seguida leer la correspondencia para saber los chismes de la Corte; escribir unos cuantos renglones a sus íntimas y a sus amigos del «Veloz»; charlar un rato en la botica (que era el mejor mentidero del pueblo); visitar, un día sí y otro día no, al Médico y al Cura, que eran allí las únicas personas de buen trato; dar un paseo por la playa o por la pradera; gozar de las sorpresas culinarias de doña Prudencia; leer los periódicos que traía el correo de la tarde; jugar tresillo con sus dos amigos, y luego meterse en la cama para que el calorcillo de las ropas le aliviara del reuma.
7 págs. / 13 minutos.
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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.
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